rasgos de caracter en la pubertad y mediana adolescencia

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FERNANDEZ MOUJAN, O. “Abordaje teórico y clínico del adolescente”
NUEVA VISION – BUENOS AIRES – 1986 – 2ª EDICION
CAPITULO X
RASGOS DE CARACTER EN LA PUBERTAD Y MEDIANA ADOLESCENCIA
Publicado en Acta Psiq. Y Psicol. Am. Lat., n 16, 1970.
Los conceptos de Freud sobre identificación, permiten entender la importancia de los rasgos de
carácter en la pubertad. En el capítulo 3 de El Yo y el Ello, Freud plantea el problema en términos de
transformación de la libido objetal en libido narcisista, que trae consigo el abandono del objeto externo
y sus fines sexuales ("una especie de sublimación"). El Ello puede tolerar la pérdida y la posibilidad de
esperar, cuando el Y o se ha modificado para dominarlo. Esta modificación consiste en que por
identificación, el Yo ha reconstruido dentro de sí el objeto externo sexual, sea con fines de tolerar su
pérdida y ofrecerse como tal al Ello, o también para tolerar la espera (simultaneidad de carga de objeto
e identificación) ofreciéndose al Ello temporariamente. Freud llega aun más lejos, afirmando que estas
identificaciones entran dentro del proceso de las fases del desarrollo y forman el carácter.
Consideramos los rasgos del carácter en la pubertad como transicionales y con una doble
finalidad: elaborar una pérdida y permitir una espera.
Por medio del rasgo de carácter se expresarían en el Yo las identificaciones del objeto perdido y,
simultáneamente, las del esperado. Estos dos objetos cambian para el púber varón y la púber mujer por
influencia de factores culturales y biológicos. En la pubertad la presión biológica tiene más peso que la
cultural en los cambios psicológicos.
La púber mujer, al tener la primera menstruación (12 años), percibe externamente "sangre"
como confirmación externa de una pérdida: la del "pene", aceptado en la fantasía inconsciente bisexual.
Pero simultáneamente percibe una serie de impulsos de características polimorfo-perversas, sádicas y
libidinosas que tienen que ver con lo nuevo surgido en ella: la expresión de su feminidad. Está, como
vemos, ante dos procesos de identificación: uno ligado a ansiedades de pérdida, el otro, a ansiedades
ante lo nuevo de carácter persecutorio, y los dos a objetos sexuales: el padre y la madre.
La púber, ante esta emergencia, se identifica con un objeto parcial: el pene del padre, y lo ofrece
a sí misma (por identificaci6n) como falo, adquiriendo ciertos rasgos masculinos ligados al padre o
sustitutos (hermanos, tíos, etcétera). Esta posibilidad calma ambas ansiedades: por un lado, al sentirse
poseedora de un falo no percibe la pérdida de la bisexualidad como algo que la expone a una angustia
intolerable ligada al conflicto edípico (niega internamente la heterosexualidad aunque externamente la
perciba). Y a la vez se identifica con la madre, pero en grado menos intenso ya que lo perentorio para
ella es calmar la pérdida. Lo nuevo, sus deseos genitales, son perfectamente controlados por la
identificación fálica; así evita la percepción interna de sus deseos edípicos pregenitales y genitales.
Siempre es más tolerable perder algo que no se tiene realmente (lo fálico) que lo que coincide
con la propia identidad.
La bisexualidad detiene el enfrentamiento de la propia identidad con lo nuevo que se percibe.
Veremos que a los 15 años se invierte la situación: lo fálico cede el lugar de privilegio a lo femenino. Esto
tiene una importancia psicopatológica enorme, pues la existencia de una buena identificación infantil
femenina (madre internalizada) debilita la identificación masculina (fálica o del padre internalizado), la
cual adquiere una importancia transitoria que debería terminar su primacía a los 15 años.
El rasgo de carácter primordial de las mujeres púberes adquiere ahora un significado mas claro.
Es como un objeto transicional percibido en forma narcisista (por medio del dominio sobre el varón y la
indiferencia aparente) que permite controlar las dos ansiedades, de pérdida y persecutoria y esperar el
ansiado rol femenino, con que se enfrentará a los 15 años (1) al asumir el complejo edípico ahora
postergado.
La importancia de lo cultural en esta emergencia es enorme, pues la exigencia de asumir la
identidad sexual también está postergada en la mujer. Es sabido que en nuestra cultura los rituales de
iniciación sexual en las mujeres recién suceden a los 15 años. Esta modalidad cultural también se
expresa en la atribución de roles, normas y actitudes consolidando los rasgos fálico-narcisista s hasta los
15 años, cuando la formación del Yo y las normas sociales coincidirían en la necesidad de afrontar la
heterosexualidad femenina.
De no coincidir surgirían conflictos donde ya los rasgos de carácter no servirían como defensas
adecuadas, dando paso a los síntomas. En la pubertad« femenina el conflicto estaría dado entre la
emergencia de los instintos, con sus fantasías concomitantes, y el Yo apoyado por la "presión cultural"
(Superyó).
Se puede resolver a nivel de rasgo de carácter porque la ansiedad de pérdida -que es
fundamental a esta edad- tiene, con la identificación masculina la posibilidad de expresión en un rasgo
de carácter aprobado por la cultura. (2) El Ello lo aprobará transitoriamente si al mismo tiempo le ofrece
la posibilidad de cierto grado de satisfacción sexual femenina. El rasgo de carácter narcisista lo permite
con la satisfacción en la exhibición y seducción (modalidad de "atrapar"), expresión de la identificación
femenina (madre deseada y admirada).
Por este motivo, la pubertad femenina es un período libre de las enfermedades típicas de la edad
(expresión del conflicto edípico) y, cuando la enfermedad aparece, es de características más serias
(preedípicas). (3)
Veamos qué pasa ahora con los rasgos de carácter en el varón y por qué con tanta frecuencia
fracasan como sistema defensivo.
En la línea del planteo teórico anterior, diremos que la pérdida del púber varón es la de la
feminidad (la madre) a la cual tiene que recuperar por identificación, como objeto ahora desexualizado
(expresado en el carácter pasivo).
Pero simultáneamente descubre lo nuevo: su desarrollo físico y genital, así como también sus
impulsos libidinosos genitales, que necesita posponer. Le ofrece a su Ello, por identificación, aspectos
parciales de una imagen masculina (el padre interno) no asimilados al Yo, que le permitirían esperar,
dado que la percepción de su cuerpo e impulsos le hacen prever que la masculinidad no es lo perdido
con el crecimiento, sino lo nuevo peligroso que realmente puede perder.
Aquí también, como en las chicas, la identificación tiene un carácter defensivo, primando las
defensas pasivo-femeninas, a las que no teme tanto perder dado que no coinciden con su identidad
sexual real.
También el rasgo de carácter adquiere el valor de objeto transicional, involucrando lo perdido y
lo esperado y manteniendo la bisexualidad como defensa ante la angustia de castración.
La pasividad es la expresión de esta identificación femenina que le permitiría tolerar
transitoriamente la ansiedad de pérdida y la persecución, pues con ella no enfrenta la rivalidad edípica.
El púber varón, con su carácter pasivo, se autocastra transitoriamente, esperando una mayor tolerancia
a sus impulsos sexuales todavía teñidos de sadismo y perversión. Pero simultáneamente se identifica
con "su novedad" (aspectos de la masculinidad en pleno desarrollo) para poder esperar. Esta
identificación es más débil y necesita ser negada en parte, ser expresada caracterológicamente como
rigidez y compulsiones (es una masculinidad no sintónica con el Yo, "como si").
La adquisición de los rasgos de carácter en el varón tiene el mismo sentido que en la mujer: por
un lado expresarán la posibilidad de elaborar un duelo (fuerte identificación con el sexo perdido)
adquiriendo características transitorias de los dos sexos, y por otro la paulatina aceptación de su
identidad sexual (débil identificación con el propio sexo). Es claro aquí que ambas identificaciones
(masculina y femenina) aparecen en su rasgo de carácter, pasivo-compulsivo (inhibiciones, irresponsabilidad, machismo, fanfarronería, formalismos, masturbación, etc.).
A diferencia de las mujeres, este rasgo no está fuertemente consolidado y está propenso a ceder
paso a defensas más regresivas, tales como los síntomas. El motivo es doble: por un lado la presión
social en contra de sus rasgos de carácter y por otro la externalización de sus genitales que le impiden
toda negación al estar expuestos tanto a percepción y estimulación, como a castración.
A estas dos presiones, biológica y cultural, se agrega la modalidad masculina del Yo en expresar
sus impulsos sexuales, que Erikson llama intrusiva. Lo que quiere decir es que la modalidad intrusiva es
también la externalización de los deseos. Todo está afuera en el varón: sus genitales, el rol social que la
cultura le asigna y su modalidad psicológica de expresar los impulsos (intrusión).
No es de extrañar entonces que la defensa contra la angustia de castración sea un rasgo de
carácter que trate de mantener todo adentro y muy controlado (pasivo-compulsivo), así como tampoco
que la fobia sea la neurosis predilecta de los varones púberes. Los rituales de iniciación sexual para los
varones, expresados manifiestamente o no, se ubican en nuestra cultura a los 12 ó 13 años (día del
aprendiz), presionándolo a que acepte rápidamente su identidad sexual masculina, poniéndose en
contra de sus rasgos de carácter pasivo-femeninos. Debe ser por esto que los rasgos varoniles son tan
reactivos (compulsivos) expresión de una impulsividad en conflicto. Todas estas presiones hacen a sus
rasgos de carácter poco eficaces, pues no son admitidos como una transacción que el púber ofrece a la
sociedad. Le es más difícil esperar, siendo sus identificaciones de espera poco eficaces para tantos
requerimientos. Esta es nuestra razón para definir la pubertad como el período psicopatológico típico de
los púberes varones, que caen con mucha mayor frecuencia que las mujeres en defensas sintomáticas
(neurosis y psicosis).
Pasaremos ahora a explicar por qué esta relación psicopatológica se invierte a los 15 años.
La pubertad es un período que se podría llamar preadolescencia, ya que su finalidad es permitir a
quienes la atraviesan un compás de espera antes de afrontar el conflicto edípico genital que marca el
verdadero comienzo de la adolescencia (15 años).
Varias son las razones de este compás de espera, pero subrayaré dos en especial: primero, y
como más importante, que durante la pubertad los impulsos son de características polimorfo-perversas,
dando al conflicto edípico la característica de pregenital; en segundo lugar, la necesidad de restaurar lo
antes posible la identidad del Yo y sus funciones en crisis, especialmente la capacidad sintética y de
pensamiento en la forma adulta ("pensamiento lógico-formal", Piaget) que le permitirá elaborar sus
conflictos en niveles más simbólicos.
A los 15 años la modalidad femenina receptiva más aceptada posibilita mejor el interjuego entre
la atracción femenina y la conquista masculina, enfrentando así la rivalidad edípica.
De más está decir que las chicas durante su pubertad fueron afianzando sus identificaciones
femeninas y debilitando las fálicas, lo que las ha ido haciendo más receptivas.
Por otra parte, la presión social que apoyaba la moratoria en las mujeres con respecto a la
aceptación de la identidad sexual ha cesado, lo que les crea una situación difícil al tener que enfrentar
abiertamente el conflicto edípico genital. Esto explica por qué este período, 15 a 18 años, es el período
psicopatológico por excelencia en las mujeres.
A esta edad no son tan necesarios los rasgos de carácter defensivos típicos de la pubertad
simplemente porque a los 15 años las púberes ya están preparadas para afrontar intelectual y sexualmente su rol, por tener la identidad más afianzada.
El rasgo de carácter se reemplaza en ambos sexos por la "barra", que interviene como un objeto
transicional. La barra es el último baluarte de la bisexualidad, o sea, la última posibilidad de sentir los
impulsos sexuales individuales todavía confundidos con los del otro sexo, no formando ya parte de sí
como en el carácter, sino como miembro del grupo. Esto sucede por el fenómeno de identificación
proyectiva, en el que chicas y varones viven inconscientemente corno propio el sexo opuesto. La barra
se vive como una unidad por el monto de identificación proyectiva: cada uno vive al otro como parte de
sí y al mismo tiempo como distinto.
En la pubertad esta identificación proyectiva se había hecho en el rasgo de carácter que
expresaba el otro sexo; la barra lo suplanta a esta edad. Se trata de un grado mayor de individuación y
socialización que permite al mismo tiempo un segundo compás de espera para que la identidad se vaya
consolidando y para permitir la adaptación social mediante la intimidad de la pareja. Además de
permitir una paulatina individuación y adaptación sexual, la barra también permite un paulatino
aprendizaje del pensamiento adulto.
La adaptación a la barra es un intento gradual de adaptación social, pues podemos considerarla
como un objeto transicional (Winnicott) en el sentido de que contiene elementos infantiles
(bisexualidad, familiaridad, sometimiento, códigos infantiles, roles y juegos infantiles, etcétera) y del
mundo adulto (heterosexualidad, código convencional, normas colectivas, autonomía, etcétera), que
poco a poco se van integrando con ciertas posibilidades de control de los impulsos y asunción paulatina
de roles que van alejando de la familia.
Los varones llegan mejor preparados para adaptarse socialmente, dado que sus rasgos de
carácter no han sido tan defensivos como los de las mujeres. También al llegar a los 15 años pierden
definitivamente la feminidad a nivel individual, siendo reemplazada por la identificación en la barra con
las chicas.
Todos, varones y mujeres, a los 15 años se sienten más identificados con su propio sexo, pero
todavía tienen que aprender a instrumentarlo y aceptar la bisexualidad real como un elemento
enriquecedor que no requiere ser proyectado afuera, en la barra o en los rasgos de carácter. En la
pubertad, la bisexualidad fantaseada servía para graduar la ansiedad surgida por la heterosexualidad
(conflicto edípico), pero a los 15 años su abandono pone al descubierto ansiedades vinculadas con la
homosexualidad latente.
Es bastante conocido que las parejas con fuertes rasgos simbióticos controlan en el otro sexo la
intolerancia a la propia bisexualidad. La pérdida del otro como depositario de sus impulsos
homosexuales (el otro es una parte de sí) origina un aumento de ansiedad homosexual. La
reintroyección de estos aspectos homosexuales surge cuando se rompen las estructuras
caracterológicas, las barras o las parejas precoces que vemos en los adolescentes. De la fuerza de la
identidad sexual del Yo, depende que la aceptación de la bisexualidad no se transforme en
homosexualidad.
Esta aceptación de la bisexualidad real es la base para la futura aceptación de la pareja en
términos de unión objetal en vez de unión narcisística. De todos modos, hay un período de carácter
narcisista en la relación de pareja que se extiende hasta la adultez joven.
Podemos terminar estos comentarios sobre los rasgos de carácter y la barra como objetos transicionales
bisexuales agregando que la psicopatología depende directamente de la falla de estas dos defensas
normales para elaborar el duelo básico de la adolescencia: la pérdida de la bisexualidad fantaseada y la
aceptación de la bisexualidad real. Rotas estas defensas y aceptada la bisexualidad real surge con toda
claridad el conflicto edípico, que de pregenital pasa a plantearse en términos de genitalidad adulta a los
15 años.
(1) Los "15 años" están determinados culturalmente (pueden llegar a ser, en la actualidad, los 14).
(2) Entendemos que el carácter sirve como defensa de ansiedades mientras no entra en conflicto con las normas de la
cultura. Sería una transacción entré el Yo y la sociedad, en tanto que el síntoma, una transacción entre los impulsos del Ello y
el Superyó, dejando de lado la desadaptación al medio.
(3) Cuando se trae a una púber en consulta por sus fobias, es porque han superado lo que la cultura admite como normal.
Casos clínicos
Comentaré aquí algunos casos de pacientes observados en el hospital, con el fin de ilustrar lo expuesto.
Teresa es una adolescente de 15 años y viene a consulta porque no está contenta y no sabe por qué,
relatando en seguida una serie de muertes cercanas que la afectaron mucho y sus deseos de irse al
campo para no ver a nadie y andar a caballo.
La madre relata que aflojó en el estudio, que se ha puesto más exigente, triste, susceptible y sin tantos
noviecitos. Fue ella misma, además, la que pidió ver a un psiquiatra. Tiene una hermana mayor que fue
su polo opuesto hasta el año pasado cuando de ser una chica pegada a la madre y enfermiza, pasó a ser
alegre e independiente.
Antes de esta "caída", Teresa era reservada con los padres, independiente, segura de sus decisiones,
eficiente en el estudio, muy salidora, con frecuentes parejitas, desordenada en la casa, muy deportista y
que se bastaba a sí misma. Como datos relevantes de su informe, la madre cuenta que tuvo que
abandonar a Teresa en el primer mes de vida, por su enfermedad postparto. Otro dato importante es
que "fue una chica fácil, que no daba trabajo".
Con esta breve síntesis del caso, podemos mostrar cómo a los 15 años se le rompe a Teresa la estructura
caracterológica que hemos llamado fálico-narcisista, emergiendo el conflicto subyacente de
características depresivas.
La pérdida de la bisexualidad defensiva que manejaba con los rasgos de carácter y sus relaciones
indiscriminadas de pareja, la enfrenta con sus propios impulsos, hasta ahora fuertemente reprimidos
por miedo a la muerte (abandono, rechazo). De ellos, nos está diciendo, se defiende con el aislamiento
narcisista (el campo) y poseyendo al padre (andar a caballo).
Traje este ejemplo para mostrar claramente cómo la bisexualidad defensiva que manejaba en sus rasgos
de carácter (fálico-narcisistas) se pierde como defensa a los 15 años, apareciendo con claridad la
angustia de pérdida, muy poderosa, vinculada a la aceptación de sus deseos sexuales ligados a etapas
muy tempranas con la madre. De todos modos, no parece muy intensa esta fijación: es probable que
haya tenido una buena madre sustituta.
Tomás también tiene 15 años. Viene por ciertos temores de carácter obsesivo (a la muerte de los
padres) y episodios depresivos que viene arrastrando desde los 12.
La madre dice de él que es un buen chico, buen hijo, buen alumno; muy apegado a los padres, no tiene
amigos, no hace deportes, demasiado pulcro, tímido y aprensivo. El dice que no quiere cambiar ni
alejarse de su familia. Rechaza toda violencia y enfrentamiento con lo no familiar y el otro sexo. Existe
en Tomás una tendencia marcada al sometimiento, al aislamiento; tiene poca iniciativa. Sus deseos son
compulsivos: rituales, higiene, estudio, etcétera.
A la madre le diagnosticaron diabetes hace poco y esto aumentó los temores de Tomás.
La madre vive para sus hijos y el padre es paternal con todos, incluso con la propia esposa.
En los tests sobresale una fuerte identificación femenina y una muy débil identificación masculina, a la
que vive como algo irreal, fantástico y dañino. Priman los rasgos esquizoides, fóbicos y obsesivos.
Con estos datos podemos hacer un breve comentario en la línea que nos hemos trazado aquí. Estamos
ante un chico con rasgos pasivo-compulsivos, que tienden a caracteropatizarse por el fondo esquizoide
amenazante. Es bien evidente cómo los rasgos pasivo-femeninos le están evitando "salir" de la madre y
enfrentar tanto al padre afuera como internamente a sus propios impulsos masculinos vividos como
excesivamente sádicos. Está extremadamente limitado en su movilidad "corporal" a fin de negar la
percepción de su crecimiento, y por consiguiente la tremenda angustia de castración. Sólo el
pensamiento tiene cierta movilidad. Carece de toda integración en grupos, esto es, no puede renunciar
a la bisexualidad defensiva caracterológica, lo cual hace que el pronóstico sea reservado.
El último caso que voy a relatar es un poco más complicado, pero muy ilustrativo. Carolina tiene 16 anos
y desde los 13 anda de novia con un muchacho con el que últimamente se pelea. Después de una de
estas peleas, realiza un intento de suicidio.
No tiene amigos, es buena estudiante, alegre de carácter, con tendencia a tener amistades muy
exclusivas, extremadamente celosa. Hasta la pubertad con complejo de ser fea y con miedo al rechazo; a
esta edad se vuelve segura, alegre, independiente, adquiriendo rasgos de mujer adulta' y sentimientos
(le superioridad. Todos estos cambios puberales se incrementaron cuando se puso de novia. El es un
muchacho algo mayor, serio, un poco sumiso hasta que sus vínculos sexuales se hicieron más definidos:
desde entonces ella está más sumisa y él dominante y agresivo (cambio frecuente cuando se
resquebraja un vínculo simbiótico).
Vive incluida dentro de la madre y vive al padre como la parte de la madre severa y controladora.
Los tests denuncian extremado narcisismo, fuerte identificación masculina, impulsividad, rasgos
histéricos psicopáticos y depresivos.
Lo interesante de señalar en Carolina es el cambio de carácter puberal, en el que se nota claramente la
defensa bisexual fálico-narcisista para contener sus temidos impulsos sexuales, que la llevarían a
enfrentar su perturbado vínculo con la madre.
El prematuro noviazgo es un refuerzo de sus defensas caracterológicas, probablemente insuficientes
ante la enorme ansiedad homosexual incrementada por la ausencia de la hermana, que funciona como
su parte femenina (se enojó ante su ida).
Con el intento de suicidio está señalando las características sádicas de su masculinidad (impulsividad
extrema, dicen los tests) que trata a toda costa de controlar narcisísticamente para evitar la pérdida de
la bisexualidad, que la haría esperar despertando sus impulsos pregenitales sádicos y sumergirse en la
depresión.
En los dos últimos casos, evidentemente más graves que el primero podemos ver cómo las malas
identificaciones tempranas, con la madre en Tomás y con el padre en Carolina, les impiden fortalecer su
propia identidad sexual y enfrentar normalmente el conflicto edípico. Ambos, al llegar a los 15 años,
tienen una crisis con grandes posibilidades futuras de estructurar uno, una caracteropatía obsesiva y la
otra, impulsiva.
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