11. Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, en color

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Venus y Adonis
y La violación de Lucrecia,
en color
1
Prólogo
William Shakespeare mimó la escritura y la publicación de Venus y
Adonis y La violación de Lucrecia. En los dos poemas gastó paleta y pincel. El
blanco y el rojo, en todos sus matices, y, en el segundo, también el negro,
señalan las pasiones y las naturalezas de sus personajes.
Manuel Palazón Blasco, Juguetes que he fabricado revolviendo en los armarios de Shakespeare.
Valencia, Obrapropia. ISBN 978-84-16048-20-5. Depósito Legal: V-3164-2013.
1
Venus y Adonis:
rojo y blanco (y una flor
fantástica)
“Esta solemne simpatía…”
*
La víspera de la cacería a los ojos de Venus “se presenta” una “imagen”
del jabalí, rabioso, y, bajo sus “afilados colmillos”, otra, yaciente, de Adonis,
“todo manchado de sanguaza: / su sangre, derramada sobre las flores frescas,
/ hace que se marchiten y agachen, llenas de dolor” (661 – 666).
Al otro día buscó la diosa a su chico, y lo halló, y primero no quiso, ni
pudo, mirarlo, hasta que por fin vio…
“…La ancha herida que el jabalí había cavado
En su tierno costado, cuya acostumbrada blancura de lirio,
Se había empapado de las lágrimas púrpuras que su herida lloraba.
No hubo flor, en sus alrededores, ni hierba, ni hoja, ni maleza,
Que no le robara la sangre y pareciese sangrar con él.”
(1052 – 1056)
“Esta solemne simpatía notó Venus…” (1057)
Entonces “el muchacho, que yacía muerto a su lado, / se disolvió como
vapor, desapareciendo de su vista, / y, donde su sangre encharcaba el suelo, /
brotó una flor púrpura, con vetas blancas, / que se parecía mucho a sus
pálidas mejillas, sobre cuya blancura / resaltaban gotas redondas de sangre”
(1165 – 1170).
*
Esta “solemne simpatía” entre las flores y la sangre del héroe, su
“amistad” y “conformidad” naturales (Cov.), la leyó Shakespeare en las
Metamorfosis de Ovidio, en la traducción de Arthur Golding, de 1567, en dos
lugares.
En el Libro X (725 ss.) Venus, bruja, mezcla la sangre de Adonis con
un “néctar oloroso” para que naciese una flor “del mismo color que la sangre,
(…) como las que suelen producir los granados púnicos, que ocultan el grano
bajo una corteza tarda”. La nueva flor repetiría cada año su duelo.
En el Libro IV la sangre desesperada de Píramo salpica la morera “de
níveos frutos” (89), tiñendo de negro sus hojas. También caló hasta la raíz, y
dio a las moras “un color púrpura profundo” (125 – 127).
*
En el soneto XCIX todas las flores del campo roban al dulce amigo de
Shakespeare, una, de su aliento, su perfume, otra, de los rizos de sus cabellos,
la suavidad de sus pétalos, y ésta, y aquélla, de sus manos, o de sus venas, sus
colores, blanco o púrpura.
*
Shakespeare dijo el origen fantástico de otra flor. “Love in idleness”, o
“amor ocioso”, es otro nombre de la trinitaria. Oberón, Rey de Hadas, sabe su
principio. Cayó la flecha de Cupido, desviada, sobre “una florecilla del oeste, /
antes blanca como la leche, ahora púrpura, herida de amor: / y las doncellas la
llaman ‘amor ocioso’” (El sueño de una noche de San Juan, II, I, 154 – 168).
Derramando su zumo sobre sus ojos, mientras duerme, confundirá ahora a su
esposa Titania, porque anda celoso de ella (II, I, 176 – 185). Mucho después,
para soltarla, y devolverle la libertad, usará, como contraveneno, jugo del
“capullo de Diana”, más poderoso que “la flor de Cupido” (IV, I, 70 – 73).
Adonis
La flor nueva, mágica, repite a Adonis de varias maneras.
Nada más verlo Adonis le pareció a Venus (y adivinaba su suerte
prodigiosa) “la flor principal del campo, dulce sin comparación” (…) “más
blanco y más rojo que las palomas o las rosas” (8 y 10).
Su albura perfecta la alhaja el rubor que le enciende naturalmente las
mejillas:
“Justo cuando el sol, con su rostro color púrpura,
Había dicho su último adiós a la llorosa mañana,
Adonis, de mejillas sonrosadas, salió a cazar…”
(1 – 3)
“Rose-cheek’d Adonis…” Las mejillas sonrosadas parecen el atributo
del muchacho, casi su epíteto.
Pero el rostro de Adonis sirve de espejo a sus escrúpulos, que él no
puede (¿todavía?) darse al amor carnal, y quiere (¿aún o para siempre?) jugar,
jugar, jugar (pero no a eso, no a eso). Ahora el pudor (que Venus intenta una y
otra vez despabilar su deseo, hocicando en sus carnes dormidas con sus
manos maravillosas, con sus divinos labios, con sus gastadas y alcahuetas
razones) arrecia el fuego de sus carrillos, incendiándolos; ahora el fastidio, y
las nieves de su corazón (y de su miembro), hacen que entremuera la llama
hasta apagarla:
“Él ve que ella viene, y comienza a arder
Lo mismo que un ascua moribunda se reaviva con el viento…”
(337 – 338)
Venus desmontó a la fuerza al “tierno muchacho”,
“Que se sonrojaba y hacía pucheros, torpe y desdeñoso,
Con su apetito de plomo, incapaz de jugar:
Ella roja y ardiente como las brasas de carbón en el fuego,
Él colorado de vergüenza, pero escarchado en el deseo.”
(32 – 36)
La diosa le decía cositas.
“Y él todavía se muestra huraño, todavía frunce el ceño y refunfuña,
Entre la vergüenza carmesí y la cólera, cenicienta y pálida.
Lo prefiere cuando se pone rojo, y cuando se queda blanco
Lo prefiere más aún, deliciosamente.”
(75 – 78)
A Venus la hechizaba aquella carita que iba y venía del encarnado al
blanco. Invitaba a Adonis a que se sentara a su lado, que quería, con “diez
besos que fueran tan cortos como uno, y con uno tan largo como veinte”,
ensayando estupendas variaciones, volver sus labios primero “encarnados”, y
luego “pálidos” (21 - 22).
Venus
Pues también Venus se pone colorada (pero a ella la enciende la gana,
no la decencia), y palidece (cuando nota en el amigo el asco, o la indiferencia,
o teme perderlo).
Amor (lo hemos leído) la abrasaba (35). El poeta nota “el reñido
conflicto” de la tez de Venus, “cómo el blanco y el rojo se destruían el uno al
otro”. “Ahora tenía las mejillas pálidas, y luego luego / echaban fuego, como
un relámpago del cielo” (345 – 348).
Venus observa el aborrecimiento en el gesto de Adonis, y se desmaya.
“El tonto, creyendo que está muerta / abofetea suavemente sus pálidas
mejillas hasta que enrojecen” (467 – 468). Y de nuevo “una palidez súbita, /
como si extendiésemos un manto de hilo blanco sobre la ruborizada rosa, /
usurpa su mejilla” cuando entiende que Adonis está empeñado en salir a cazar
el jabalí al otro día (589 – 591).
El jabalí
El blanco y el rojo pintan también, en esta baraja rimada, un palo
terrible:
Venus “espió” al cochino montés. Tenía el hocico “espumoso, tintado
todo de rojo, / como si hubiesen mezclado leche con sangre”. Se espantó
(900 – 903). La baba del monstruo vale su semen (que también dicen lecha). La
herida de Adonis, que la bestia ha “cavado” en su “tierno costado” (1052 –
1053) (pero esto es eufemismo, o sinécdoque por cercanía), es la de una virgen
violada, y la sangre la bandera de su desgracia.
Lucrecia, blanca y colorada;
Tarquino, rojo y negro
*
Tarquino ha abandonado el cerco de Árdea y va alado hacia Colacia.
Lleva…
“…el fuego sin luz que,
Escondido entre pálidas brasas, acecha para aspirar
Y ceñir con el abrazo de sus llamas la cintura
De la bella amada de Colatino, Lucrecia la casta.”
(1 – 7)
Colatino, poco discreto, había despabilado el “apetito” del rey de Roma
alabando “el rojo y el blanco, claros, incomparables, / que triunfaban en el
cielo de sus delicias” (8 – 12).
Tarquino fue bien recibido “por la dama romana”, y observó que en su
rostro “la belleza y la virtud luchaban / por ver cuál de las dos debía sostener
su fama” (49 – 70):
“Cuando la virtud fanfarroneaba, la belleza, por pudor, se sonrojaba;
Cuando la belleza se jactaba de su rubor, para contrariarla
La virtud lo tapaba con un manto blanco, de plata.
Pero la belleza, que ganaba el derecho al blanco
De las palomas de Venus, reclamaba ese hermoso campo;
Entonces la virtud reclamaba a la belleza su color rojo,
Puesto que ella lo había dado a la edad de oro para que dorase
Sus mejillas de plata, y lo convirtió en su escudo,
Enseñándoles así a utilizarlo en la lucha para que,
Cuando el pudor las asaltase, el rojo defendiese su blancura.
Toda esta heráldica podía verse en el rostro de Lucrecia,
Argumentada por el rojo de la belleza y el blanco de la virtud;
De ambos colores eran, la una como la otra, reinas,
Probando, desde la minoría del mundo, sus derechos.
Sin embargo, su ambición hace que peleen aún,
Y las dos tienen un poder tan soberano
Que a menudo intercambian sus tronos.”
Tarquino contempló, entonces, en el “lindo campo” del rostro de la
matrona “esta guerra silenciosa de lirios y de rosas” (71 – 72), y quedó
“hechizado” (83).
*
Lucrecia, cortés, convidó a Tarquino, mandó que armasen para él una
rica cama en la habitación de los invitados, y se retiró a la suya. Ahí se coló, al
rato, el apeado caballero, con la falcata, amolada, en la mano. Sintió algún
escrúpulo: “la humanidad” aborrecería “este acto / que ensuciará y manchará
el modesto vestido del amor, blanco como la nieve” (195 – 196). Su “acto” era
“negro” (226).
*
Tarquino imaginó que la despertaba, que ella le cogía la mano con
ternura y buscaba, angustiada, noticias contrarias del frente.
“¡Oh, cómo levantaba el miedo sus colores!
Primero la puso roja, como las rosas del prado,
Luego, llevándose las rosas, blanca como la grama.”
(257 – 259)
*
Entró él, y la miró dormida: “Su rosada mejilla reposaba sobre su mano
de lirio, / robando a la almohada el beso que por ley merecía” (386 – 387). La
otra mano yacía “sobre el cobertor verde, y, allí, su blancura perfecta / parecía
una margarita de abril en la hierba, / y su sudor de perla el rocío de la noche”
(393 – 396). Los “hilos de oro” de su cabello “jugaban con su aliento” (400).
Sus pechos parecían “globos de marfil rodeados de azul” (407). Tarquino
“admiró” luego “sus venas de azur, su piel de alabastro, / sus labios de coral,
los hoyuelos de sus mejillas blancas como la nieve” (418 – 420). Ahora la
mano de él…
“Humeando, orgullosa, marchó para plantar sus estandartes
En su pecho desnudo, el corazón de su tierra,
Y las venas azules que hacían su centinela, al ver cómo las escalaba aquella mano,
Dejaron sus redondas torres desoladas y pálidas.
Acudiendo entonces al silencioso gabinete
Donde descansaba su gobernadora, su señora,
Le dicen que la tienen cercada horrorosamente,
Y la asustan con la confusión de sus gritos.”
(437 – 445)
Ella quiso conocer “la razón de esta prisa y de esta alarma”, y con sus
“oraciones” lo aprieta para que confiese “bajo qué colores comete esta
afrenta”.
“Él le responde así: ‘Los colores de tu rostro,
Que, si te enfadas, hacen que palidezca el lirio,
Y que la rosa roja se ruborice viendo su desgracia,
Serán mis abogados, y contarán mi historia de amor.’”
(473 – 480)
El poeta compara a Lucrecia con “una cierva blanca” (543), o con un
“pobre corderillo” de “blanco vellocino” (677 – 678), y el deseo cabezón de
Tarquino con “un nubarrón de negro rostro” (547).
Tarquino iba a dar “negro pago” a su “hospitalidad” (575 – 576). Lo
desgobernaba “la negra lujuria [lust]” (654), o “su lujuria [lust] escarlata”
(1650).
*
Ya ha pasado. Lucrecia se querella contra su violador, huido:
“Si fuera Tarquino la noche (y él es hijo de la noche)
Ensuciaría a la reina de plata,
Y sus tintelleantes doncellas, mancilladas por él,
No volverían a asomar sus ojos en el pecho negro de la noche.”
(785 – 788)
Lucrecia lloraba, “condimentando la tierra con lluvias de salmuera de
plata” (796).
*
La observa su doncella, y compara sus mejillas con “los prados
invernales, cuando el sol derrite la nieve que los cubría” (1217 – 1218). Los
“dos soles” de su señora los han eclipsado las nubes, y la pena ha lavado “sus
hermosas mejillas” (1224 – 1225).
*
Ha entregado Lucrecia la carta donde pide a su “señor” (1332) que
acuda deprisa, y le ha parecido que su correo “se ha ruborizado al ver su
vergüenza” (1344). “Dos fuegos rojos ardieron en los rostros de ambos. / Ella
pensaba que él se sonrojaba como si conociera el deseo de Tarquino”, y, así,
se ruborizaba también (1353 – 1355).
*
Ha llegado Colatino y…
“…encuentra a su Lucrecia vestida de negro duelo,
Y, alrededor de sus ojos, desteñidos por las lágrimas,
Surgían círculos azules, como un arco iris en el cielo.”
(1585 – 1587)
Miró mejor, y vio “que sus ojos, aunque bañados en lágrimas, parecían
rojos, crudos, / y que penas mortales habían matado su vivo color” (1592 –
1593), y le preguntó: “Mi dulce amor, ¿qué desgracia ha gastado tu hermoso
color?” (1600). Era Lucrecia ahora un “pálido cisne” (1611).
*
Aquí también se produce un milagro2. Lucrecia se dio muerte con el
cuchillo. Brotó de su herida una “fuente púrpura” (1734). Su sangre,
“Saliendo a borbotones de su pecho, se divide
En dos ríos lentos, de modo que la sangre carmesí
Rodea su cuerpo por todas partes,
Y parece una isla que acaban de saquear,
Solitaria, todas sus gentes muertas en esta temible inundación.
Parte de su sangre seguía siendo pura y roja,
Otra parte parecía negra, que el falso Tarquino la había ensuciado.
Cerca del rostro triste y congelado
De esa sangre negra sale un círculo acuoso
Que parece llorar sobre el mancillado lugar,
Y, desde entonces, como compadeciéndose de las penas de Lucrecia,
La sangre corrompida muestra alguna prenda acuosa,
Y la sangre no contaminada permanece roja,
Ruborizándose ante aquello tan putrefacto.”
(1737 – 1750)
El elemento maravilloso que ha podido tanto es la “sangre casta”
(1836) de Lucrecia.
Shakespeare explica poéticamente “el fenómeno que asiste a la coagulación de la sangre en la
separación del suero del coágulo” (F. T. Prince, ed., Nota a los versos 1742 – 1750).
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