Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 Artículo original Exclusión social, rechazo y ostracismo: principales efectos Alejandro Magallares Sanjuan1* Resumen Existe en el ser humano una fuerte motivación a formar parte de grupos. Esta necesidad de pertenencia ha sido seleccionada a lo largo de la evolución dado que aumentaba la tasa de supervivencia de los individuos. Por esa razón, la exclusión social produce fuertes sentimientos negativos en la persona que la padece. En los últimos años en la Psicología Social se ha comenzado a estudiar científicamente los efectos que produce la exclusión social. La creación de una serie de originales paradigmas de investigación (el juego de la pelota, el test de personalidad, el grupo de discusión, el vídeo y el ensayo) ha permitido a los investigadores analizar cuales son las variables psicológicamente relevantes que se ven mermadas al evocar rechazo en los participantes. Son muchas las consecuencias que produce la exclusión social ya que se han documentado efectos cognitivos (inteligencia y autoregulación), emocionales (autoestima, el sentido de pertenencia, la percepción de sentido y aplanamiento emocional), comportamentales (agresividad, hostilidad, comportamiento prosocial, conducta para aumentar la red social y la conducta irracional) y físicos (dolor y ritmo cardiaco). Palabras claves: Exclusión social, rechazo, ostracismo, paradigmas de investigación, bienestar. Recibido: 16/11/2010 – Aceptado: 27/08/2011 – Publicado: 29/08/2011 * Correspondencia: [email protected] 1 Profesor Ayudante de Psicologia Social. UNED Psicologia.com – ISSN: 1137-8492 © 2011 Magallares Sanjuan A. 1 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 Introducción Desde la Psicología se afirma la gran importancia que tiene la red social de apoyo y las conexiones con el grupo de iguales para el equilibrio y el bienestar de los seres humanos. De hecho, se postula que existe una motivación innata y básica en el hombre para formar relaciones interpersonales (Deci y Ryan, 2000). Es decir, somos animales sociales (Aronson, 1972), como afirmaba hace siglos Aristóteles, que necesitamos de la compañía de los demás para poder tener una existencia plena. Este impulso existente en todo ser humano se traduce en que la gente está altamente motivada a ser aceptada por los demás, lo que habitualmente se conoce como necesidad de pertenencia (Baumeister y Leary, 1995). Así, la inclusión promueve sentimientos positivos de bienestar, ya que permite satisfacer esa necesidad tan primordial, mientras que la exclusión social cercena está posibilidad por lo que acaba produciendo un efecto muy negativo sobre la persona afectada. Por ejemplo, se ha encontrado que el bienestar subjetivo es menor en las personas que están y se sienten solas. Es el caso de las personas mayores, que en muchos casos informan de un menor estado de bienestar que las personas más jóvenes por el aislamiento social en el que se encuentran, ya sea por enfermedades físicas, por carecer de familia o por viudedad (Chappell y Badger, 1989; Pinquart y Sorensen, 2000). También se ha encontrado que percibir que otras personas están interesadas, nos aprueban y nos aceptan evoca respuestas muchos más positivas que creer que los demás nos rechazan (Leary y cols., 2001). Además, se ha comprobado que las respuestas positivas de los demás aumentan nuestro bienestar físico y psicológico, mientras que la exposición durante un periodo de tiempo elevado al rechazo está asociado con dificultades psicológicas a nivel clínico y con una salud física deficitaria (Pressman y Cohen, 2005). En resumen, la salud, la felicidad y el bienestar están fuertemente relacionadas con el hecho de ser aceptado o rechazado y de hecho se ha hallado que la gente socialmente deprivada sufre consecuencias mucho más negativas para su salud física y psicológica que aquellos que gozan el privilegio de tener redes sociales muy ricas (Cacioppo y cols., 2003). Para explicar el posible efecto de la exclusión, Leary y cols. (1995), Leary (2001, 2002) y Leary y Baumeister (2000) proponen la teoría del sociómetro. Leary y cols. (1995), argumentan que la autoestima ha ido evolucionando a lo largo de los años como un sociómetro. Es decir, desde los albores de la humanidad, para el hombre el tema de la pertenencia social ha sido capital de cara a aumentar la tasa de supervivencia (piénsese en las consecuencias graves que tenía para un individuo la exclusión social). Por esta razón la vida grupal se convirtió en algo fundamental si se quería lograr una mayor longevidad. Según los citados trabajos, la inclusión en grupos proporcionaba a la persona la posibilidad de encontrar pareja (reproducción) y también protección y defensa (frente a predadores), la obtención de alimentos y un lugar en el que guarecerse. En resumen, son tantas las ventajas adaptativas que proporcionaba el estar incluido en un grupo que por esta razón se favoreció evolutivamente un mecanismo motivacional de evitación de la exclusión social (Beach y Tesser, 2000). De hecho, Barchas (1986) argumenta que la tendencia a formar grupos sociales es la adaptación evolutiva más importante que ha existido a lo largo de la historia, más incluso que el comportamiento inteligente. Según este autor, aunque la inteligencia permite a la persona el pensamiento complejo para resolver problemas de gran dificultad y adaptarse a un ambiente cambiante, los grupos sociales han ayudado a que el hombre desarrolle de forma muy notable tanto la tecnología como la cultura y también su bienestar. Por lo tanto, según los citados autores, el mecanismo motivacional sería la autoestima que funcionaría como un sociómetro capaz de controlar el ambiente social y detectar señales de rechazo o exclusión y de este modo alertar a las personas mediante reacciones afectivas negativas cuando se captan esas señales. 2 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 Según los trabajos citados parece que en el ser humano se ha seleccionado de forma natural la tendencia a la sociabilidad y a formar grupos dado que aumentaba la capacidad de supervivencia del individuo. Debido a este proceso de selección, el fenómeno contrario, como es la exclusión, produce un gran estado de malestar en la persona que lo padece, para que de este modo el individuo que la sufra haga todo lo posible para salir de esa situación. A la luz de la importancia de este fenómeno, parece igualmente fundamental analizar en qué medida la Psicología ha estudiado de forma científica la exclusión social. Precisamente, el presente artículo de revisión trata de analizar qué efecto produce la exclusión social, principalmente sobre el bienestar psicológico de las personas afectadas, pero como veremos también sobre otras variables igualmente relevantes. Antes de reseñar las principales investigaciones realizadas al respecto, se definirá en qué consiste la exclusión social, así como otros términos afines y se repasarán cuales son los principales paradigmas de investigación usados para estudiar el tema de la exclusión. Definiciones Antes de entrar en materia, es importante mencionar que en la literatura revisada existen diversos conceptos, que a veces se utilizan de forma indistinta, pero que según algunos autores no significan lo mismo. Blackhart y cols. (2009) distinguen entre tres términos: rechazo, exclusión social y ostracismo. El término rechazo hace referencia a cuando una persona busca tener o mantener una relación con alguien y esa persona le dice que no (no tiene que ser explícitamente). La exclusión social es más amplia y se produce cuando una persona es puesta en un situación de soledad y se la niega el contacto social. Es decir, la diferencia principal entre estos dos términos es que en el caso del rechazo la persona busca el contacto y se le niega, mientras para la exclusión social esa motivación no se produce. Un tercer término muy afín es el de ostracismo. En este caso es cuando a una persona se la niega sistemáticamente e intencionalmente la interacción social evitando cualquier intento de conversación o contacto. Además de esta definición existen otras igualmente válidas. Quizás uno de los autores más importantes que ha trabajado en este campo sea Williams por lo que parece oportuno también observar la concepción que tiene este investigador de estos tres términos. Para Williams (2007) la exclusión social se define como estar solo o aislado con declaraciones explícitas de que la persona no es apreciada. Según este autor, el rechazo se define como una declaración por parte de una persona o grupo de que no se quiere interactuar más con alguien o estar en su compañía. Por último, el ostracismo sería cuando alguien es ignorado y excluido sin obtener muchas explicaciones respecto al porqué ni tampoco atención. Cómo se puede ver las diferencias entre los términos son tan sutiles que cabría plantearse la utilidad de manejar tres conceptos cuando quizás estén midiendo el mismo constructo psicológico. Por esta razón Williams (2007) utiliza los términos de manera intercambiable, ya que asume que los tres conceptos hacen referencia a un mismo proceso general que es el que es verdaderamente relevante. En este artículo nos sumamos a la propuesta de esta autor ya que creemos que las diferencias entre términos se basan en matices difícilmente mesurables. Por esta razón en la revisión acerca de los efectos de la exclusión social incluiremos trabajos acerca de la exclusión, el rechazo y el ostracismo. Pero antes de entrar a reseñar los principales trabajos realizados hasta la fecha parece pertinente repasar de forma somera cuales han sido los principales paradigmas de investigación que se han utilizado para estudiar científicamente la exclusión social. 3 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 Paradigmas de investigación El estudio científico de la exclusión se ha realizado de forma muy profusa desde mediados de la década de los 90 del pasado siglo gracias a la elaboración de una serie de paradigmas que han permitido estudiar un fenómeno tan complejo como éste en el contexto de un laboratorio. Aunque existen otros, quizá más minoritarios, en el presente artículo hablaremos de cinco de los más importantes (elaborados, alguno de ellos, por los autores más relevantes en este campo como Williams y Baumeister). Es necesario mencionar que algunos de los paradigmas pudieran suscitar ciertos problemas de ética (dado que elicitan sentimientos muy negativos) pero que en todos los casos después de haber completado el experimento se realizaba un intenso debriefing para dejar claro a los participantes que lo sucedido durante el experimento solo perseguía objetivos de investigación. Juego de la pelota (ball tossing) Williams (1997) desarrolló una situación experimental muy original para inducir ostracismo en sus participantes. En la situación experimental creada, aparentemente sin conexión con el principal objetivo del estudio, se conseguía que los participantes se sintiesen ignorados y excluidos de un juego en el que se debían pasar una pelota. En la situación experimental se pedía a los participantes (2 conchabados con el experimentador y 1 participante real) que tenían que esperar a que llegase el investigador para que comenzase el estudio. En la espera uno de los participantes aliados del experimentador comenzaba a jugar con una pelota. En la condición de ostracismo los dos falsos participantes se pasaban la bola entre ellos no permitiendo al verdadero participante poder jugar, evitando en todo momento dirigirse a él verbalmente o siquiera mirarle durante aproximadamente 4 minutos. En la condición de inclusión los participantes recibían la bola un tercio de las veces. Existe una versión electrónica del paradigma del juego de la pelota (Williams y cols 2000; Williams y Jarvis, 2006). Es más eficiente al no requerir la presencia de compinches y menos traumático para los participantes. En este caso se decía a los participantes que el objetivo del estudio era analizar la capacidad de visualización mental de las personas para lo cual se realizaba una tarea asistida por ordenador. Para tal propósito se utilizaba un juego, denominado Cyberball, en el que los participantes demostraban, supuestamente, sus habilidades de visualización. Los participantes, sólo en teoría, jugaban con otras 2 o 3 personas conectadas por Internet (que en realidad no existían), recalcando en todo momento que carecía de importancia quien cogía o devolvía la pelota virtual para medir la variable relevante del estudio (que según se decía a los participantes era la visualización espacial). En la condición de ostracismo los participantes no recibían la bola, como en paradigma tradicional, durando el experimento unos 30 o 50 lanzamientos. Por el contrario, en la condición de inclusión, a los participantes se les hacía partícipes del juego electrónico. Test de personalidad Twenge y cols. (2001) y Baumeister y cols. (2002) manipularon la exclusión social de una manera complementaria pero igualmente innovadora. En este caso los citados autores lo hacen a través de un supuesto test de personalidad en vez de con el juego de la pelota anteriormente mencionado. En este situación experimental, los participantes, independientemente de sus características de personalidad, se les daba un feed-back falso acerca de cómo eran. En la condición de aceptación, a los participantes se les decía que por su carácter tendrían una vida 4 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 social rica, con relaciones satisfactorias, matrimonios estables y largos y con grandes amistades. Por el contrario, en la condición de rechazo, se les decía a los participantes que según el test de personalidad que habían realizado era probable que en el futuro tuviesen problemas a nivel social, que seguramente acabaría sus días solos, que sus amistades y relaciones desaparecerían al entrar en la treintena y que tenían alta probabilidad de tener varios matrimonios, incluyendo diferentes fracasos amorosos. También se añade una condición en la que se dice a los participantes que en el futuro tendrán más accidentes (por ejemplo, que se romperán una pierna o que se chocaron con su coche) que se compara tanto con el grupo control como con el de exclusión social. Grupos de discusión Nezlek y cols. (1997) idearon otro paradigma para inducir el sentimiento de exclusión en sus participantes de una forma alternativa, pero igualmente efectiva, a la propuesta por Williams y Baumeister. En este caso, los autores reunían a sus participantes en pequeños grupos para hablar sobre ciertos temas. La idea era generar una especie de club de debate donde los participantes tenían libertad total para discutir diversos temas que variaban tanto en su complejidad como en la polémica que suscitaban. Antes de entrar en materia se pedía a los participantes de forma individual que eligieran a la persona o personas con quienes más les gustaría trabajar para formar grupos de discusión (ya que posteriormente los grupos se enfrentarían entre sí debatiendo sobre los citados temas). En la condición de exclusión, se les decía a los participantes que ninguna de las personas que había seleccionado para trabajar con él le había elegido. Por el contrario, en la condición de inclusión se le indicaba que las personas seleccionadas querrían trabajar con él de forma gustosa. Vídeo Bushman y cols. (2003) utilizan otro procedimiento para inducir la exclusión a sus participantes. Estos autores decían a sus participantes que antes de realizar una tarea en la que tendrían que interactuar cara a cara con un compañero debían enviarse vídeos para presentarse entre ellos. Se les pedía que en primer lugar vieran el vídeo del compañero (se trataba de actores) ya que supuestamente ellos habían completado esta primera parte de la tarea con anterioridad. El contenido del vídeo, de unos 3 minutos aproximados de duración, consistía en una persona (con el mismo género que el participante) hablando de sus planes de futuro así como de sus hobbies. Una vez visto el vídeo el participante rodaba un vídeo similar pero esta vez siendo él el protagonista y una vez finalizada esta parte de la tarea el investigador recogía el vídeo para darlo supuestamente al futuro compañero. Poco después el experimentador regresaba diciendo que la otra persona se había marchado y que por lo tanto no sería posible realizar la interacción cara a cara. En la condición de exclusión se les decía a los participantes que la persona se había marchado porque le había desagradado el vídeo que acababa de ver, mientras que en la condición control se les indicaba que la otra persona se había tenido que marchar por otras causas (debido a que tenía una cita a la que debía acudir). Ensayo Por último, otro paradigma, menos importante que los anteriormente mencionados, manipula la exclusión social a través de un procedimiento de carácter más cognitivo. En este caso Gardner 5 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 (2000) plantea una situación experimental muy sencilla consistente en pedir a los participantes que traten de recordar diversas experiencias de discriminación o rechazo que hayan vivido a lo largo de los años. Así, en la condición de exclusión se pedía a los participantes que escribieran un texto sobre los cuáles habían sido sus experiencias de rechazo (por ejemplo, cuando su pareja les había dejado o les habían echado del trabajo). Por el contrario, a las personas del grupo de inclusión se les pedía que anotaran en una hoja cuales habían sido las experiencias de aceptación más agradables que recordasen (por ejemplo, el día de su boda o el día de su graduación) En este paradigma también se incluye un grupo control en el que se pedía los participantes que escribiesen sobre lo que habían hecho la mañana en la que se desarrollaba la investigación. Efectos del ostracismo, rechazo y la exclusión social Gracias a la utilización de los paradigmas de investigación anteriormente mencionados ha sido posible el estudio científico de un proceso tan difícil de medir como es la exclusión. El interés de los investigadores ha sido ver en qué medida la exclusión social afecta al bienestar (principalmente la autoestima) de la persona que es rechazada. Sin embargo, en los últimos años se ha puesto de manifiesto que los procesos de exclusión tienen además efectos de otra índole. Dado que existen un gran número de trabajos al respecto se ha decidido clasificar las investigaciones en función de los efectos estudiados: cognitivos, emocionales, comportamentales y físicos. Efectos cognitivos La investigación de la exclusión ha puesto de manifiesto que cuando se manipulan los sentimientos de rechazo las personas que forman parte del grupo socialmente aislado tienen déficits cognitivos serios comparados con el grupo control. Estos efectos hacen referencia principalmente al comportamiento inteligente y a la auto-regulación de las personas. La primera demostración experimental de este fenómeno fue la realizada por Baumeister y cols. (2002). Estos autores realizaron tres estudios (40, 65 y 82 estudiantes respectivamente) para demostrar que la exclusión social afecta a nivel cognitivo. Lo que se encontró en estos estudios es que la exclusión social, inducida a través del paradigma del test de personalidad, producía un descenso de la conducta inteligente (medido a través de un test de CI, razonamiento verbal, matemático y espacial). Este descenso del rendimiento se encontró para tareas cognitivamente complejas como problemas de lógica y razonamiento. Sin embargo, cuando se trataba de tareas cognitivamente simples el rendimiento no se vio afectado (repetir una serie de sílabas sin sentido). Se comprobó que sólo la exclusión social producía un decremento del rendimiento puesto que cuando se les decía que sufrirían en su futuro simplemente mala suerte (accidentes y lesiones) no se redujeron el número de aciertos. Se comprobó que la manipulación de la exclusión afectaba principalmente a la velocidad de los participantes y a su fiabilidad y este efecto estaba mediado por el estado de ánimo (medido a través del PANAS). Posteriormente Baumeister y cols. (2006) demostraron experimentalmente que la exclusión y el rechazo social también reducen la auto-regulación de las personas. En el primer experimento (36 sujetos), realizado con el paradigma del test de personalidad, se comprobó que los participantes de la condición de rechazo consumían menos una bebida saludable aunque de mal sabor. En el segundo experimento (38 sujetos), con el paradigma del grupo de discusión, se comprobó que los participantes de la condición de exclusión comían más galletas que los 6 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 participantes del resto de condiciones. En el experimento 3 (45 estudiantes), con el paradigma del test de personalidad, los participantes de la condición de exclusión dejaban de hacer mucho tiempo antes tareas muy frustrantes para medir capacidad viso-espacial con figuras geométricas. En los experimentos 4 (30 sujetos diestros), 5 (51 estudiantes diestros) y 6 (45 estudiantes diestros), realizados con el paradigma del test de personalidad, la exclusión reducía la auto-regulación en una tarea de escucha dicótica (debían anotar palabras que empezaban por letras que escuchaban por su oído izquierdo). Estos autores encontraron que esos descensos en la capacidad de auto-regulación (cometían más errores) podían ser eliminados si se ofrecía a los participantes dinero como recompensa (estudio 5) o incrementando la autoconciencia a través de un espejo (experimento 6). Es decir, la gente rechazada tenía intacta la capacidad de autoregular su comportamiento pero no estaba dispuesta a realizar tal esfuerzo. En esta misma línea, el último trabajo realizado hasta la fecha, es el elaborado por DeWall y cols. (2008). Estos autores realizaron 7 experimentos para estudiar el efecto de la exclusión social en la auto-regulación. En este caso encontraron que los participantes excluidos veían mermada su capacidad auto-regulatoria cuando creían que las tareas medían capacidades individuales, mientras que los participantes de la condición de inclusión tuvieron un rendimiento más bajo cuando la tarea se presentaba como un indicador de la capacidad para las relaciones interpersonales (aunque ofrecer incentivos a los participantes eliminaba este déficit en la auto-regulación). En el primer experimento (36 estudiantes), realizado con el paradigma del test de personalidad, se les pedía a los participantes que realizaran una tarea que medía su habilidad consistente en sacar una serie de objetos de una caja con una tapa con agujeros mediante unas pinzas siendo el objetivo de la misma evitar tocar los contornos de los huecos al sacar los objetos encerrados. A la mitad de los participantes se les indicaba que la realización de forma exitosa en esta prueba era una medida indirecta de las habilidades sociales y de relación de los participantes. Se halló que en general los participantes de la condición de exclusión social rendían peor que los de la condición de inclusión cuando la prueba era diagnóstica de habilidades personales. Sin embargo en la condición de exclusión rendían mejor (menor número de errores) cuando se les decía que la prueba era diagnóstica de sus habilidades sociales. En el experimento 2 (40 estudiantes diestros) se replicó el mismo efecto para una tarea de escucha dicótica (escuchar por el oído izquierdo palabras y tener que escribir aquellas que empezaron por m y por p mientras que por el oído derecho escuchaban un discurso que funcionaba como distractor): los participantes de la condición de exclusión rendían mejor cuando se les decía que la tarea de la escucha dicótica era una claro indicador de sus habilidades sociales. En el experimento 3 (57 estudiantes) se halló el mismo efecto solo que en este caso la manipulación de la exclusión se realizó de una forma complementaria (una variante del paradigma del vídeo) y en este caso con una tarea de tipo Stroop (palabras de colores con colores que concuerdan o bien que son incongruentes): cuando se les decía que la prueba medía habilidades individuales los excluídos rendían peor pero cuando se supone que medía la capacidad social, los participantes de esta condición aumentaban su rendimiento. En el experimento 4 (145 estudiantes), se manipuló la exclusión social con el paradigma del test de personalidad, se midió la tolerancia de los participantes al dolor cronometrando el tiempo que tardaban en sacar la mano de un recipiente que contenía agua a muy baja temperatura. De nuevo se encontró que en general los participantes de la condición de exclusión reducían su comportamiento auto-regulatorio (menos tiempo con la mano metida en agua fría) pero cuando se les decía que la tarea era diagnóstica de sus habilidades sociales incrementaban su rendimiento frente el grupo control (más segundos en el agua). En el experimento 5 (47 estudiantes) se halló un efecto similar pero esta vez con una tarea diferente consistente en resolver durante el tiempo que quisieran una serie de anagramas (en realidad el 95% eran imposibles de realizar) hasta un máximo de 30 minutos. Otra vez se encontró que cuando se les decía que la resolución de este tipo de problemas era indicador de las habilidades sociales los 7 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 participantes de la condición de exclusión rendían mejor (más tiempo dedicado a resolver los anagramas). En el experimento 6 (55 estudiantes) se replicó el estudio anterior pero añadiendo la posibilidad de darles 20 dólares en el caso de que realizaran la tarea de forma exitosa. Ahora los participantes de la condición de inclusión cuando se les decía que la tarea medía habilidades sociales aumentaban su auto-regulación obteniendo un rendimiento mucho más alto (más tiempo dedicado a los anagramas) cuando se les ofrecía una recompensa, lo que indica que no es que su capacidad se hubiera vista afectada sino que simplemente no tenían la motivación para realizar tal comportamiento. Por último en el experimento 7 (153 estudiantes), utilizando el paradigma del test de personalidad, encontraron resultados similares pero con una tarea de resolución de problemas matemáticos sencillos. En conjunto, estos experimentos ponen de manifiesto que cuando la aceptación se ve amenazada el efecto cognitivo de disminución de la capacidad de auto-regulatoria se incrementa. Por otro lado, a las personas socialmente incluidas cuando ven satisfechas con creces sus necesidades de aceptación, se les produce una reducción momentánea del impulso de inclusión que acaba produciendo una reducción cognitiva que afecta a su auto-regulación. Es decir, que la gente socialmente aceptada no tiene problemas en su auto-regulación pero no se esfuerzan en realizar una conducta para obtener más apoyo social cuando se les ha garantizado tal inclusión social. Efectos emocionales El grueso de trabajos presentado en este epígrafe trata de responder a la siguiente pregunta: ¿en que medida la exclusión social produce efectos negativos en la capacidad de sentirse bien de la persona que sufre el rechazo? A continuación se presentan investigaciones que ponen de manifiesto que la exclusión social produce decrementos significativos de la autoestima, el sentido de pertenencia, la percepción de sentido y en general un efecto de aplanamiento emocional. Uno de los trabajos más relevantes acerca de la relación que existe entre bienestar psicológico y exclusión social fue el realizado Leary y cols. (1995). Como ya se ha dicho en la parte de la introducción en el citado artículo se exponía de forma brillante la teoría del sociómetro, pero además de esta interesantísima aportación teórica el trabajo iba acompañado de 5 estudios empíricos que demostraban científicamente el nexo de unión negativo entre la autoestima y la exclusión social. En el primer estudio (150 estudiantes), Leary y cols. (1995) demostraron que los sentimientos de los participantes variaban en función de la percepción que tenían del rechazo que ciertas conductas podrían llegar a ocasionarles a nivel social. Así, por ejemplo conductas como donar sangre (que produce admiración en los demás) generaba sentimientos más positivos que por ejemplo copiar en un examen (que era percibida como una conducta que los demás rechazaban). En el estudio 2 (160 estudiantes) se encontró que los participantes que se sentían incluidos en una situación social real tenían sentimientos más positivos. En este caso cuando se pedía a los participantes que escribieran acerca de una experiencia en la que se había sentido excluidos los sentimientos elicitados eran mucho más negativos. En los estudios 3 y 4 (112 y 90 estudiantes), la exclusión social manipulada experimentalmente producía un descenso de la autoestima de los participantes cuando sabían que el resto de compañeros no querían trabajar con ellos por razones personales (no cuando la exclusión era al azar). Por último, el estudio 5 (220 estudiantes) puso de manifiesto que la autoestima de los participantes correlacionaba de forma muy elevada (r = -.55) con el grado en que se sentían excluidos por otras personas. Tomados en su conjunto estos 5 estudios son una de las primeras demostraciones a nivel empírico de que la exclusión produce niveles bajo de autoestima. 8 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 Además de la autoestima, también se ha estudiado el efecto de la exclusión social sobre variables tan relevantes como pueda ser el sentido de pertenencia o de la existencia. Por ejemplo, Stillman y cols. (2009) encontraron recientemente que la exclusión social reducía la percepción global de que la vida tenía sentido. La manipulación experimental del estudio 1 (108 estudiantes) fue realizada con el paradigma del vídeo y del estudio 2 (121 estudiantes) con el del juego de la pelota (versión electrónica) y encontraron que frente al grupo control, los participantes del grupo de exclusión social percibían la vida como algo sin sentido (puntuaciones más bajas en diversos cuestionarios para medir este constructo). En el estudio 3 (202 estudiantes) los participantes completaron on-line una serie de cuestionarios de exclusión social (medida como soledad), felicidad, optimismo, depresión y estado de ánimo encontrando que era la soledad informada la variable que en la regresión explicaba la percepción de la vida como algo sin sentido. Además de la autoestima y el sentido de la existencia el rechazo también causa una importante merma en la expresión emocional. De hecho, Twenge y cols. (2003) demostraron científicamente que la exclusión social producía un estado de aplanamiento afectivo y emocional. Los resultados (usando el paradigma del grupo de discusión) pusieron de manifiesto que los participantes de la condición de exclusión sobrestimaban los intervalos de tiempo (tenían que indicar cuantos segundos habían trascurridos cuando se paraba un cronómetro), tenían problemas para demorar las gratificaciones (preferían un trabajo malo pero inmediato que uno mejor pero de cara al futuro) y se centraban mas en el presente que en el pasado (experimento 1, 54 estudiantes). Los participantes rechazados también estaban más de acuerdo con la idea de que la vida no tenía sentido (experimento 2, 96 estudiantes). También los miembros de este grupo experimental, en este caso manipulada a través del paradigma del test de personalidad, eran menos capaces de escribir palabras (en este caso completar refranes de lo que solo se les daba el principio) y además lo hacían con tiempos de reacción mucho más lentos (experimentos 3 y 4 con 43 y 100 estudiantes respectivamente). Además, en tareas de emoción implícita (en la pantalla aparecían palabras durante un breve lapso de tiempo y debían indicar posteriormente si recordaban aquello que habían visto) elegían y recordaban menos palabras emocionales (experimento 5, 30 estudiantes), resultado que se corroboraba también con medidas explícitas (experimentos 1, 2, 3 y 6). Por último, con el paradigma del test de personalidad, también se halló que los participantes de la condición de exclusión evitaban la autoconsciencia ya que preferían sentarse en una silla que tuviera delante una pared en vez de un espejo (experimento 6, 40 estudiantes). Es decir, las personas excluidas entran en un estado defensivo que les dificulta el pensamiento, la emoción y la auto-consciencia y que en general se caracteriza por un estado de aletargamiento. Por último, presentamos los resultados de un reciente estudio que glosa a la perfección cuales son los principales efectos a nivel emocional de la exclusión. En concreto, en el meta-análisis realizado por Blackhart y cols. (2009) se ha estudiado los efectos que produce la exclusión social (rechazo interpersonal y ostracismo) en el bienestar. De los 161 estudios analizados que manipulaban experimentalmente la exclusión social el tamaño del efecto encontrado fue de 0.27 para el caso de medidas de emoción y afecto lo que quiere decir que los participantes de la condición de rechazo reportaban estados de ánimo más negativos que los sujetos pertenecientes a condiciones control. Cuando se estudia la discriminación real o percibida (un total de 47 trabajos incluidos en el meta- análisis) el tamaño del efecto hallado fue de 0.28. Es decir, según este resultado las personas que crónica y continuamente reciben rechazo por parte de sus iguales y los sujetos que perciben que son rechazados por los demás informan de un mayor afecto negativo comparadas con los grupos de personas que no se sienten excluidas. En el caso de la autoestima encontramos resultados similares. Para los estudios en lo que se manipulaba experimentalmente la exclusión social (72 trabajos en total) el tamaño del efecto fue de 0.30 lo que significa que los participantes de la condición de rechazo informaban de menor autoestima 9 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 que los pertenecientes a la condición control. Para los trabajos que miden exclusión en el mundo real (28 estudios) el tamaño del efecto, para el caso de la autoestima, fue de 0.29, lo que indica que la gente rechazada en su día a día tiene menos autoestima que la gente que no se siente rechazada. Por lo tanto, según este meta-análisis tan reciente la exclusión social tiene un claro efecto tanto sobre el estado de ánimo (más emociones negativas) como sobre la autoestima. Efectos conductuales En este apartado se van a revisar que efectos produce la exclusión a nivel de conducta. En concreto se ha hallado que las personas socialmente rechazadas ayudan menos a los demás, son más agresivos y hostiles, realizan comportamientos para aumentar sus redes sociales y se embarcan en comportamientos que ponen en peligro su propia salud. La investigación ha hallado un nexo de unión claro entre rechazo y conducta de ayuda. Twenge y cols. (2007) demostraron por primera vez, mediante el paradigma del test de personalidad, que la exclusión social producía una reducción sustancial en el comportamiento prosocial de los participantes. Por ejemplo, se halló que la gente socialmente excluida donaba menos dinero para una buena causa (estudio 1, 34 participantes), participaba menos como voluntaria en un futuro experimento (estudio 2, 20 participantes), ayudaba menos después de que el experimentador tirara unos lápices por accidente (estudio 3, 49 participantes), y cooperaban menos en un tarea basada en el dilema del prisionero (estudio 4 y 5, 27 y 31 participantes respectivamente) con otro compañero. Es importante recalcar que los resultados eran independientes del coste para la propia persona y de la persona que recibía la ayuda. Se encontró además que los sentimientos de empatía mediaban estos resultados (estudio 7, 30 participantes) pero no el estado de ánimo, la autoestima, los sentimientos de pertenencia o la confianza (estudio 6, 68 participantes). Según los autores, estos resultados implican que el rechazo interfiere temporalmente con las respuestas emocionales, impidiendo que la empatía se desarrolle (y por lo tanto no entendiendo a los demás) lo que produce una menor inclinación a ayudar a los demás y a cooperar con ellos. Además de reducir la conducta de ayuda, en el contexto del laboratorio también se ha hallado que las personas socialmente rechazadas son más hostiles. Twenge y cols. (2001) realizaron la primera demostración experimental de que la exclusión incrementaba las respuestas antisociales y agresivas de lo sujetos que la padecían mediante el paradigma del test de personalidad. Los resultados pusieron de manifiesto que la gente de la condición de exclusión hacía una evaluación de un candidato a un trabajo de forma mucho más negativa de aquellas personas que les habían criticado con anterioridad acerca de un supuesto ensayo sobre el tema del aborto (experimentos 1 y 2 con 47 y 16 estudiantes respectivamente). Los participantes de la condición de exclusión, en este caso manipulada con el paradigma del grupo de discusión, también les suministraban más ruido cuando realizaban un tarea de ordenador a la persona que les había rechazado con anterioridad (experimento 4, 30 estudiantes) e incluso cuando no habían llegado a interactuar (experimento 5, 34 estudiantes). Por el contrario lo que se halló es que los participantes de la condición de exclusión no eran más agresivas hacia personas que con anterioridad les habían alabado y elogiado el ensayo sobre el tema controvertido del aborto (experimento 3, 32 estudiantes). Las respuestas de los participantes se debían tan solo a la exclusión social (puesto que en la condición de mala suerte en el futuro no se produjeron estos resultados) y no estaban mediados por las reacciones emocionales. En esta misma línea, más recientemente DeWall y cols. (2009) han estudiado la relación existente entre agresión y la 10 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 exclusión social. Según estos autores la exclusión social incrementa la agresividad ya que produce que la información en principio neutral se acabe percibiendo como hostil y en contra de la persona. En los experimentos 1 a y 1b (33 y 45 estudiantes respectivamente), con el paradigma del vídeo, se pedía los participantes que realizaran dos tareas. La primera de ellas consistía en que tenían que juzgar la similitud de 2 series de palabras, unas relacionadas con la agresividad y otras ambiguas. La segunda tarea consistía en dar a los participantes una serie de palabras con letras ausentes con el objetivo de que las completaran (siendo posible hacerlo con palabras agresivas o bien neutrales). Lo que se halló fue que los participantes de la condición de exclusión percibían como más parecidas las palabras agresivas y los ítems ambiguos y además completaban más palabras agresivas en la segunda tarea comparados con el grupo control. En los experimento 2 y 3 (30 y 50 estudiantes respectivamente), realizado con el paradigma del test de personalidad, los participantes de la condición de exclusión percibían como más hostil un texto ambiguo y además recomendaban menos y valoraban peor a un futuro candidato para un puesto de trabajo como investigador asociado. En el experimento 4 (32 estudiantes), de nuevo manipulando la exclusión con el test de personalidad, se halló que los participantes de la condición de exclusión administraban más ruido desagradable a otra persona cuando se equivocaban en una tarea. Es decir, se ha hallado que comparado con la condición de aceptación y la de control, los participantes de la condición de exclusión percibían las palabras agresivas y ambiguas como más similares (experimento 1 a), completaban fragmentos de palabras con palabras agresivas (experimento 1 b) y catalogaban las acciones ambiguas de las demás personas como hostiles (experimentos 2 a 4). Este comportamiento agresivo de los participantes excluidos se producía aunque las otras personas no tuvieran nada que ver con su rechazo (experimentos 2 y 3) o incluso aunque no hubieran tenido ninguno tipo de contacto previo (experimento 4). Además se encontró que los pensamientos hostiles ejercían de mediador entre la exclusión y el comportamiento agresivo. Además de la conducta prosocial o la agresividad y la hostilidad, la exclusión afecta a la manera que tienen las personas de relacionarse con los demás. Por ejemplo, Maner y cols. (2007) han encontrado datos que demuestran que la gente socialmente excluida se embarca en comportamientos que les permiten la oportunidad de establecer contactos con otras personas para de este modo tener nuevas oportunidades sociales de lograr la inclusión por otros medios. Así, se ha hallado que el rechazo incrementaba el interés de los participantes en hacer nuevas amistades a través de un servicio ofrecido por la Universidad (estudio 1, paradigma del ensayo, 56 estudiantes), de trabajar con otras personas cuando se les ofrecía realizar una tarea o bien solos o bien en una sala con más participantes (estudio 2, paradigma del test de personalidad, 34 estudiantes), se formaban impresiones más positivas en los demás en lo que respecta a la dimensión de sociabilidad en una tarea de percepción de personas (estudios 3 y 4, paradigma del grupo de discusión y del video, 18 y 34 estudiantes respectivamente) y asignaban más recompensas (5 dólares) a compañeros de interacción durante una tarea (estudio 5, paradigma del video, 49 estudiantes). Es interesante ver que se halló que los participantes de la condición de exclusión no buscaron contacto con aquellas personas que les habían excluido ni con aquellas personas con las que no se anticipaba una futura interacción cara a cara (estudio 6, paradigma del video, 53 estudiantes). En esta misma línea, Mead y cols. (en prensa) han realizado recientemente 4 experimentos muy originales e interesantes para demostrar que la exclusión social influye también el comportamiento del consumidor. En el experimento 1 (30 estudiantes), realizado con el paradigma del vídeo, se comprobó que los participantes de la condición de exclusión preferían comprar objetos relacionados con la pertenencia grupal (por ejemplo, que tuvieran logotipos de la universidad de donde procedían los sujetos) que otros regalos prácticos (por ejemplo, una taza o libro de notas) u otro tipo de regalos (como, una caja de galletas o gel). En el experimento 2 (149 estudiantes) se pedía a los participantes que valorasen diferentes productos: algunos eran de lujo (un reloj muy bueno), otros eran sencillos (una cuenta que 11 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 ofrece al cliente una alta rentabilidad) y otros eran neutrales (una cuenta de una página de internet para acceder a descargas de programas de televisión y películas). Utilizando la manipulación del test de personalidad encontraron que los participantes de la condición de exclusión al interactuar con un supuesto compañero, asemejaban sus valoraciones de los diferentes productos a las realizadas por la otra persona. Es decir, que si el compañero valoraba de forma positiva los productos de lujo, el participante tenía una opinión similar, independientemente de sus gustos, en la condición de exclusión social. En el experimento 3 (151 estudiantes no asiáticos) se realizó la manipulación experimental del test de personalidad. Encontraron que en una supuesta tarea de preferencias de comidas la gente daba juicios más favorables (y se gastaba más dinero en su compra) acerca de una comida poco atractiva desde el punto de vista occidental (como son las patas de pollo) cuando interactuaban con un compañero de origen chino en la condición de exclusión social. Por último, en el experimento 4 (120 estudiantes) realizado con el paradigma del ensayo se les planteaba a los participantes diferentes situaciones imaginarias. En la situación privada se les pedía que imaginaran cómo reaccionarían si encontraran en su apartamento una bolsa de cocaína perteneciente a un compañero de piso ausente, mientras que en la situación pública se les decía lo mismo solo que en este caso cambiando el escenario a una fiesta con amigos. Lo que se halló fue que los participantes de la condición de exclusión tenían una actitud más favorable hacia la cocaína en la condición de la situación pública pero no en la privada (solo la primera ofrecía posibilidades de incrementar la red social). En general los resultados ponen de manifiesto que las personas socialmente excluidas sacrifican su bienestar personal y económico en aras de aumentar su red social. Por último, en lo que se refiere a los efectos conductuales, hallamos que la exclusión también produce que las personas realicen más conductas irracionales y peligrosas. Twenge y cols. (2002) realizaron 4 experimentos con el paradigma del test de personalidad para demostrarlo. En los experimentos 1 y 2 (50 y 36 estudiantes respectivamente) se les daba a los participantes dos opciones a elegir: una lotería A con un 70 % de probabilidades de ganar dos dólares (y con 30 % de perder, siendo en este caso el castigo tener que escuchar durante 3 minutos el ruido desagradable de unas uñas sobre una pizarra) y la lotería B con el 2% de probabilidades de conseguir 25 dólares y el 98% de perder (de nuevo con el ruido desagradable). Los resultados pusieron de manifiesto que los participantes de la condición de exclusión se sometían a más riesgo y elegían mucho más frecuentemente la lotería B. En el experimento 3 (31 estudiantes) se midió la conducta de salud de los participantes. En este caso se midieron 3 respuestas: por participar en el estudio se les daba como regalo una pequeña chuchería que bien podía ser un alimento más calórico (chocolatina) o más saludable (barra de muesli), también mientras esperaban para realizar el supuesto experimento se les permitía o bien rellenar un cuestionario de salud (del que recibirían un futuro feed-back) o bien leer revistas normales (como por ejemplo People) y por último se les ofrecía tomarse el pulso o bien en reposo o después de haber corrido después de 2 minutos. De nuevo se halló que los participantes del grupo de exclusión (frente al control y la condición de accidentes) realizaban más comportamientos de riesgo, tomando decisiones negativas para la salud (preferían más la barra de chocolate, leer las revistas y tomarse el pulso en marcha). Por último en el experimento 4 (39 estudiantes) se estudió como las personas excluidas tienden a procastinar más que los del grupo control y los de la condición de accidentes. En este caso se les decía a los participantes que les iba a medir su habilidad para el razonamiento matemático o numérico, pero que antes de realizar tal prueba se les permitía entrenar durante 15 minutos. El entrenamiento consistía en realizar una serie de multiplicaciones durante el citado tiempo en una sala de espera. En la citada sala se colocaron estímulos distractores (como una Game Boy con el Tetris o una serie de revistas). Lo que se halló fue que los participantes de la condición de rechazo empleaban más tiempo jugando a la consola o leyendo las revistas que entrenando (es decir, procrastinaban más). 12 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 Efectos físicos Además de las mencionadas consecuencias cognitivas, emocionales y conductuales, la investigación también ha demostrado que la exclusión produce un efecto físico muy similar al que produce el dolor. Se trata en este caso de estudios que han utilizado técnicas de neuroimagen para demostrar científicamente las bases neurológicas que tiene el rechazo social. Además el rechazo también altera el ritmo cardiaco de las personas socialmente excluidas. MacDonald y Leary (2005) argumentan que la exclusión social se vive como algo doloroso porque las reacciones al rechazo están mediadas por el sistema físico del dolor. El argumento que presentan estos autores es evolutivo: la exclusión social es dolorosa porque el hecho no estar incluido en un grupo reducía la capacidad de supervivencia del individuo. Según estos autores existe una clara convergencia entre los dos tipos de dolores tanto en pensamiento, emoción y conducta y que por lo tanto el dolor físico como el social comparten mecanismos psicológicos. Esta idea ha sido testada empíricamente en el laboratorio y sus resultados han sido publicados en quizás la revista más prestigiosa que existe actualmente como Science. El crédito hay que dárselo a Eisenberger y cols. (2003) que realizaron el primer trabajo de neurociencia que puso de manifiesto que breves episodios de ostracismo tenían consecuencias fisiológicas. En este estudio de neuroimagen (realizado con resonancia magnética o fMRI) se examinaron los correlatos neuronales de la exclusión social para demostrar científicamente que las bases cerebrales del dolor social son similares a las del dolor físico. Los participantes del estudio fueron escaneados mientras jugaban al Cyberball. Lo que se encontró fue que el cortex anterior cingulado y el cortex prefrontal ventral derecho estaban más activado en la condición de exclusión social que en el grupo control. Ambos córtex son zonas relacionadas con el dolor físico lo cual demuestra la similitud que existe entre ambos tipos de dolores. De hecho, la investigación también muestra que el rechazo incrementa el dolor y los sentimientos de dolor. Por ejemplo, en un estudio se pedía a los participantes que recordaran situaciones de dolor físico y dolor a nivel social. Se halló que los niveles de dolor eran más altos cuando los eventos que recordaban eran sociales que cuando se evocaban episodios de dolor físico (Chen y cols., 2008). Además de la demostración del nexo de unión entre el dolor físico y el social, la investigación también ha puesto de manifiesto que la exclusión social también afecta al ritmo cardiaco. En concreto, Gunther Moor y cols. (2010) muy recientemente han encontrado que el rechazo produce un descenso de la tasa cardiaca. Los participantes de este estudio tenían que ver una serie de rostros en una tarea de percepción de personas y juzgar una serie de características, para después interactuar con ellos. Posteriormente en la condición de rechazo se les indicaba que las personas que habían visto no querían interactuar con ellos o bien se les decía que si que estaban dispuestos (condición de inclusión). Lo que se halló fue que los participantes de la condición de exclusión tenían una menor frecuencia cardiaca cuando les comunicaban la noticia del rechazo si se comparaba con el grupo control (que se les decía que habían sido aceptados). Según los citados autores este fenómeno fisiológico que se produce ante la exclusión está relacionado con el sistema nervioso parasimpático, que controlaría la emisión de este tipo de respuestas con el objetivo de una regulación afectiva en el individuo (en este caso a través de una reducción de la tasa cardiaca). 13 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 Discusión La exclusión, como acabamos de ver, produce importantes efectos a nivel cognitivo, emocional, conductual y físico. Sin bien todos ellos son interesantes quizás uno de los aspectos más importantes sea el cómo las personas rechazadas suelen sufrir un menor bienestar psicológico. De hecho, la investigación pone de manifiesto que uno de los mejores predictores de la autoestima es el grado en que la gente cree que son aceptados por los demás (Leary y MacDonald, 2003). Además, existen trabajos (Williams y cols., 2000) que hallan una relación lineal entre exclusión social y malestar psicológico. Por ejemplo, se encontró que a mayor ostracismo, medido con el paradigma de la pelota, (solo dos pases al principio) mayor era el estrés en los participantes, y que a menos ostracismo (uno de cada seis pases van al participante) menos estrés. También se halló el efecto contrario: a mayor inclusión (pases por turnos con el resto de los compañeros) y sobre-inclusión (todos los pases al participante) menor estrés. Es decir, que tomados en su conjunto estos trabajos alertan de las graves consecuencias emocionales que puede tener la exclusión sobre las personas que la padece. Por lo tanto, además de la investigación básica sobre los procesos relacionados con este fenómeno, parece necesario también realizar intervenciones en el mundo social para evitar que diversos colectivos en riesgo acaben sufriendo situaciones de exclusión. En ese sentido, y dado que se ha demostrado científicamente que la exclusión tiene además consecuencias físicas, parece necesario establecer protocolos de actuación a nivel terapéutico para casos de personas socialmente marginadas. El rechazo como hemos señalado aumenta la conducta agresiva y disminuye la conducta prosocial, pero también, al mismo tiempo, produce un aumento de la conducta socialmente reparadora (la persona excluida trata de realizar conductas que mejoren su red social). De hecho, la investigación ha encontrado que las personas socialmente excluidas están más atentas a la información social (Pickett y Gardner, 2005). Por ejemplo, en el trabajo de Bernstein y cols. (2008) los participantes de la condición de exclusión obtenían mejores resultados en una tarea de detección de sonrisas verdaderas y falsas. Además (Bernstein y cols., 2010) los participantes de la condición de rechazo preferían interaccionar más con aquellos sujetos que mostraban sonrisas verdaderas comparados con las condiciones control y de inclusión. Es decir, la exclusión estimulaba las respuestas adaptativas que facilitaban la conexión con otros individuos. Por lo tanto, dado esa disparidad de resultados, sería interesante plantear estudios que trataran de analizar si existen variables situacionales o contextuales que promuevan más la aparición de cierto tipo de conductas. Para ir concluyendo, es importante destacar que la mayoría de investigaciones reseñadas han estudiado el rechazo al individuo pero hasta la fecha no existen trabajos sobre cómo afecta la exclusión a nivel grupal o incluso societal. Por esta razón sería interesante plantear trabajos que pudieran analizar en qué medida la exclusión puede afectar a diversos grupos (por ejemplo, los pueblos gitanos) o países (por ejemplo, el veto a Cuba por parte de Estados Unidos). De hecho la principal ventaja que aporta la Psicología Social es un enfoque integrador que le permite explicar un problema desde multitud de puntos de vista. Desde Kurt Lewin la Psicología Social se propone combinar procesos de distinta naturaleza (que algunos autores llaman niveles y otros dominios). Así, cualquier problema de índole social debe ser analizado no sólo en su vertiente individual, sino en la interpersonal y en un plano más social o cultural. En ese sentido, estos dos últimos aspectos no han llegado a ser considerados en las investigaciones planteadas. Por último, en la línea que marca la Psicología Positiva sería interesante realizar investigaciones acerca de las posibles maneras que tienen los individuos para enfrentarse al rechazo. Es decir, analizar en qué medida las personas que se enfrentan al rechazo disponen de herramientas para sobrellevar tales situaciones de exclusión. Especialmente interesante sería estudiar qué estrategias de coping disponen las personas socialmente rechazadas para afrontar la 14 Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25 http://hdl.handle.net/10401/4321 discriminación. La realización de este tipo de investigaciones enriquecería la aplicación de tratamientos a las personas socialmente excluidas ya que de esta manera desde la clínica se podrían promover aquellas conductas que en la investigación hayan mostrado relaciones positivas con el bienestar de las personas rechazadas. Referencias Aronson, E. (1972). The social animal. Oxford, UK: Viking. Barchas, P. (1986). A sociophysiological orientation to small groups. En E.Lawler (Ed.), Advances in group processes (Vol. 3, pp. 209–246). Greenwich, CT: JAI Press. Baumeister, R. F., y Leary, M. R. (1995). 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