Exclusión social, rechazo y ostracismo: principales efectos.

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Magallares Sanjuan A. Psicologia.com. 2011; 15:25
http://hdl.handle.net/10401/4321
Artículo original
Exclusión social, rechazo y ostracismo: principales efectos
Alejandro Magallares Sanjuan1*
Resumen
Existe en el ser humano una fuerte motivación a formar parte de grupos. Esta necesidad de
pertenencia ha sido seleccionada a lo largo de la evolución dado que aumentaba la tasa de
supervivencia de los individuos. Por esa razón, la exclusión social produce fuertes sentimientos
negativos en la persona que la padece. En los últimos años en la Psicología Social se ha
comenzado a estudiar científicamente los efectos que produce la exclusión social. La creación de
una serie de originales paradigmas de investigación (el juego de la pelota, el test de
personalidad, el grupo de discusión, el vídeo y el ensayo) ha permitido a los investigadores
analizar cuales son las variables psicológicamente relevantes que se ven mermadas al evocar
rechazo en los participantes. Son muchas las consecuencias que produce la exclusión social ya
que se han documentado efectos cognitivos (inteligencia y autoregulación), emocionales
(autoestima, el sentido de pertenencia, la percepción de sentido y aplanamiento emocional),
comportamentales (agresividad, hostilidad, comportamiento prosocial, conducta para aumentar
la red social y la conducta irracional) y físicos (dolor y ritmo cardiaco).
Palabras claves: Exclusión social, rechazo, ostracismo, paradigmas de investigación,
bienestar.
Recibido: 16/11/2010 – Aceptado: 27/08/2011 – Publicado: 29/08/2011
* Correspondencia: [email protected]
1 Profesor Ayudante de Psicologia Social. UNED
Psicologia.com – ISSN: 1137-8492
© 2011 Magallares Sanjuan A.
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Introducción
Desde la Psicología se afirma la gran importancia que tiene la red social de apoyo y las
conexiones con el grupo de iguales para el equilibrio y el bienestar de los seres humanos. De
hecho, se postula que existe una motivación innata y básica en el hombre para formar relaciones
interpersonales (Deci y Ryan, 2000). Es decir, somos animales sociales (Aronson, 1972), como
afirmaba hace siglos Aristóteles, que necesitamos de la compañía de los demás para poder tener
una existencia plena. Este impulso existente en todo ser humano se traduce en que la gente está
altamente motivada a ser aceptada por los demás, lo que habitualmente se conoce como
necesidad de pertenencia (Baumeister y Leary, 1995). Así, la inclusión promueve sentimientos
positivos de bienestar, ya que permite satisfacer esa necesidad tan primordial, mientras que la
exclusión social cercena está posibilidad por lo que acaba produciendo un efecto muy negativo
sobre la persona afectada. Por ejemplo, se ha encontrado que el bienestar subjetivo es menor en
las personas que están y se sienten solas. Es el caso de las personas mayores, que en muchos
casos informan de un menor estado de bienestar que las personas más jóvenes por el
aislamiento social en el que se encuentran, ya sea por enfermedades físicas, por carecer de
familia o por viudedad (Chappell y Badger, 1989; Pinquart y Sorensen, 2000). También se ha
encontrado que percibir que otras personas están interesadas, nos aprueban y nos aceptan evoca
respuestas muchos más positivas que creer que los demás nos rechazan (Leary y cols., 2001).
Además, se ha comprobado que las respuestas positivas de los demás aumentan nuestro
bienestar físico y psicológico, mientras que la exposición durante un periodo de tiempo elevado
al rechazo está asociado con dificultades psicológicas a nivel clínico y con una salud física
deficitaria (Pressman y Cohen, 2005). En resumen, la salud, la felicidad y el bienestar están
fuertemente relacionadas con el hecho de ser aceptado o rechazado y de hecho se ha hallado que
la gente socialmente deprivada sufre consecuencias mucho más negativas para su salud física y
psicológica que aquellos que gozan el privilegio de tener redes sociales muy ricas (Cacioppo y
cols., 2003).
Para explicar el posible efecto de la exclusión, Leary y cols. (1995), Leary (2001, 2002) y Leary y
Baumeister (2000) proponen la teoría del sociómetro. Leary y cols. (1995), argumentan que la
autoestima ha ido evolucionando a lo largo de los años como un sociómetro. Es decir, desde los
albores de la humanidad, para el hombre el tema de la pertenencia social ha sido capital de cara
a aumentar la tasa de supervivencia (piénsese en las consecuencias graves que tenía para un
individuo la exclusión social). Por esta razón la vida grupal se convirtió en algo fundamental si
se quería lograr una mayor longevidad. Según los citados trabajos, la inclusión en grupos
proporcionaba a la persona la posibilidad de encontrar pareja (reproducción) y también
protección y defensa (frente a predadores), la obtención de alimentos y un lugar en el que
guarecerse. En resumen, son tantas las ventajas adaptativas que proporcionaba el estar incluido
en un grupo que por esta razón se favoreció evolutivamente un mecanismo motivacional de
evitación de la exclusión social (Beach y Tesser, 2000). De hecho, Barchas (1986) argumenta
que la tendencia a formar grupos sociales es la adaptación evolutiva más importante que ha
existido a lo largo de la historia, más incluso que el comportamiento inteligente. Según este
autor, aunque la inteligencia permite a la persona el pensamiento complejo para resolver
problemas de gran dificultad y adaptarse a un ambiente cambiante, los grupos sociales han
ayudado a que el hombre desarrolle de forma muy notable tanto la tecnología como la cultura y
también su bienestar. Por lo tanto, según los citados autores, el mecanismo motivacional sería la
autoestima que funcionaría como un sociómetro capaz de controlar el ambiente social y
detectar señales de rechazo o exclusión y de este modo alertar a las personas mediante
reacciones afectivas negativas cuando se captan esas señales.
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Según los trabajos citados parece que en el ser humano se ha seleccionado de forma natural la
tendencia a la sociabilidad y a formar grupos dado que aumentaba la capacidad de supervivencia
del individuo. Debido a este proceso de selección, el fenómeno contrario, como es la exclusión,
produce un gran estado de malestar en la persona que lo padece, para que de este modo el
individuo que la sufra haga todo lo posible para salir de esa situación. A la luz de la importancia
de este fenómeno, parece igualmente fundamental analizar en qué medida la Psicología ha
estudiado de forma científica la exclusión social. Precisamente, el presente artículo de revisión
trata de analizar qué efecto produce la exclusión social, principalmente sobre el bienestar
psicológico de las personas afectadas, pero como veremos también sobre otras variables
igualmente relevantes. Antes de reseñar las principales investigaciones realizadas al respecto, se
definirá en qué consiste la exclusión social, así como otros términos afines y se repasarán cuales
son los principales paradigmas de investigación usados para estudiar el tema de la exclusión.
Definiciones
Antes de entrar en materia, es importante mencionar que en la literatura revisada existen
diversos conceptos, que a veces se utilizan de forma indistinta, pero que según algunos autores
no significan lo mismo.
Blackhart y cols. (2009) distinguen entre tres términos: rechazo, exclusión social y ostracismo.
El término rechazo hace referencia a cuando una persona busca tener o mantener una relación
con alguien y esa persona le dice que no (no tiene que ser explícitamente). La exclusión social es
más amplia y se produce cuando una persona es puesta en un situación de soledad y se la niega
el contacto social. Es decir, la diferencia principal entre estos dos términos es que en el caso del
rechazo la persona busca el contacto y se le niega, mientras para la exclusión social esa
motivación no se produce. Un tercer término muy afín es el de ostracismo. En este caso es
cuando a una persona se la niega sistemáticamente e intencionalmente la interacción social
evitando cualquier intento de conversación o contacto.
Además de esta definición existen otras igualmente válidas. Quizás uno de los autores más
importantes que ha trabajado en este campo sea Williams por lo que parece oportuno también
observar la concepción que tiene este investigador de estos tres términos. Para Williams (2007)
la exclusión social se define como estar solo o aislado con declaraciones explícitas de que la
persona no es apreciada. Según este autor, el rechazo se define como una declaración por parte
de una persona o grupo de que no se quiere interactuar más con alguien o estar en su compañía.
Por último, el ostracismo sería cuando alguien es ignorado y excluido sin obtener muchas
explicaciones respecto al porqué ni tampoco atención.
Cómo se puede ver las diferencias entre los términos son tan sutiles que cabría plantearse la
utilidad de manejar tres conceptos cuando quizás estén midiendo el mismo constructo
psicológico. Por esta razón Williams (2007) utiliza los términos de manera intercambiable, ya
que asume que los tres conceptos hacen referencia a un mismo proceso general que es el que es
verdaderamente relevante. En este artículo nos sumamos a la propuesta de esta autor ya que
creemos que las diferencias entre términos se basan en matices difícilmente mesurables. Por
esta razón en la revisión acerca de los efectos de la exclusión social incluiremos trabajos acerca
de la exclusión, el rechazo y el ostracismo. Pero antes de entrar a reseñar los principales trabajos
realizados hasta la fecha parece pertinente repasar de forma somera cuales han sido los
principales paradigmas de investigación que se han utilizado para estudiar científicamente la
exclusión social.
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Paradigmas de investigación
El estudio científico de la exclusión se ha realizado de forma muy profusa desde mediados de la
década de los 90 del pasado siglo gracias a la elaboración de una serie de paradigmas que han
permitido estudiar un fenómeno tan complejo como éste en el contexto de un laboratorio.
Aunque existen otros, quizá más minoritarios, en el presente artículo hablaremos de cinco de los
más importantes (elaborados, alguno de ellos, por los autores más relevantes en este campo
como Williams y Baumeister). Es necesario mencionar que algunos de los paradigmas pudieran
suscitar ciertos problemas de ética (dado que elicitan sentimientos muy negativos) pero que en
todos los casos después de haber completado el experimento se realizaba un intenso debriefing
para dejar claro a los participantes que lo sucedido durante el experimento solo perseguía
objetivos de investigación.
Juego de la pelota (ball tossing)
Williams (1997) desarrolló una situación experimental muy original para inducir ostracismo en
sus participantes. En la situación experimental creada, aparentemente sin conexión con el
principal objetivo del estudio, se conseguía que los participantes se sintiesen ignorados y
excluidos de un juego en el que se debían pasar una pelota. En la situación experimental se
pedía a los participantes (2 conchabados con el experimentador y 1 participante real) que tenían
que esperar a que llegase el investigador para que comenzase el estudio. En la espera uno de los
participantes aliados del experimentador comenzaba a jugar con una pelota. En la condición de
ostracismo los dos falsos participantes se pasaban la bola entre ellos no permitiendo al
verdadero participante poder jugar, evitando en todo momento dirigirse a él verbalmente o
siquiera mirarle durante aproximadamente 4 minutos. En la condición de inclusión los
participantes recibían la bola un tercio de las veces.
Existe una versión electrónica del paradigma del juego de la pelota (Williams y cols 2000;
Williams y Jarvis, 2006). Es más eficiente al no requerir la presencia de compinches y menos
traumático para los participantes. En este caso se decía a los participantes que el objetivo del
estudio era analizar la capacidad de visualización mental de las personas para lo cual se
realizaba una tarea asistida por ordenador. Para tal propósito se utilizaba un juego,
denominado Cyberball, en el que los participantes demostraban, supuestamente, sus
habilidades de visualización. Los participantes, sólo en teoría, jugaban con otras 2 o 3 personas
conectadas por Internet (que en realidad no existían), recalcando en todo momento que carecía
de importancia quien cogía o devolvía la pelota virtual para medir la variable relevante del
estudio (que según se decía a los participantes era la visualización espacial). En la condición de
ostracismo los participantes no recibían la bola, como en paradigma tradicional, durando el
experimento unos 30 o 50 lanzamientos. Por el contrario, en la condición de inclusión, a los
participantes se les hacía partícipes del juego electrónico.
Test de personalidad
Twenge y cols. (2001) y Baumeister y cols. (2002) manipularon la exclusión social de una
manera complementaria pero igualmente innovadora. En este caso los citados autores lo hacen
a través de un supuesto test de personalidad en vez de con el juego de la pelota anteriormente
mencionado. En este situación experimental, los participantes, independientemente de sus
características de personalidad, se les daba un feed-back falso acerca de cómo eran. En la
condición de aceptación, a los participantes se les decía que por su carácter tendrían una vida
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social rica, con relaciones satisfactorias, matrimonios estables y largos y con grandes amistades.
Por el contrario, en la condición de rechazo, se les decía a los participantes que según el test de
personalidad que habían realizado era probable que en el futuro tuviesen problemas a nivel
social, que seguramente acabaría sus días solos, que sus amistades y relaciones desaparecerían
al entrar en la treintena y que tenían alta probabilidad de tener varios matrimonios, incluyendo
diferentes fracasos amorosos. También se añade una condición en la que se dice a los
participantes que en el futuro tendrán más accidentes (por ejemplo, que se romperán una pierna
o que se chocaron con su coche) que se compara tanto con el grupo control como con el de
exclusión social.
Grupos de discusión
Nezlek y cols. (1997) idearon otro paradigma para inducir el sentimiento de exclusión en sus
participantes de una forma alternativa, pero igualmente efectiva, a la propuesta por Williams y
Baumeister. En este caso, los autores reunían a sus participantes en pequeños grupos para
hablar sobre ciertos temas. La idea era generar una especie de club de debate donde los
participantes tenían libertad total para discutir diversos temas que variaban tanto en su
complejidad como en la polémica que suscitaban. Antes de entrar en materia se pedía a los
participantes de forma individual que eligieran a la persona o personas con quienes más les
gustaría trabajar para formar grupos de discusión (ya que posteriormente los grupos se
enfrentarían entre sí debatiendo sobre los citados temas). En la condición de exclusión, se les
decía a los participantes que ninguna de las personas que había seleccionado para trabajar con
él le había elegido. Por el contrario, en la condición de inclusión se le indicaba que las personas
seleccionadas querrían trabajar con él de forma gustosa.
Vídeo
Bushman y cols. (2003) utilizan otro procedimiento para inducir la exclusión a sus
participantes. Estos autores decían a sus participantes que antes de realizar una tarea en la que
tendrían que interactuar cara a cara con un compañero debían enviarse vídeos para presentarse
entre ellos. Se les pedía que en primer lugar vieran el vídeo del compañero (se trataba de
actores) ya que supuestamente ellos habían completado esta primera parte de la tarea con
anterioridad. El contenido del vídeo, de unos 3 minutos aproximados de duración, consistía en
una persona (con el mismo género que el participante) hablando de sus planes de futuro así
como de sus hobbies. Una vez visto el vídeo el participante rodaba un vídeo similar pero esta vez
siendo él el protagonista y una vez finalizada esta parte de la tarea el investigador recogía el
vídeo para darlo supuestamente al futuro compañero. Poco después el experimentador
regresaba diciendo que la otra persona se había marchado y que por lo tanto no sería posible
realizar la interacción cara a cara. En la condición de exclusión se les decía a los participantes
que la persona se había marchado porque le había desagradado el vídeo que acababa de ver,
mientras que en la condición control se les indicaba que la otra persona se había tenido que
marchar por otras causas (debido a que tenía una cita a la que debía acudir).
Ensayo
Por último, otro paradigma, menos importante que los anteriormente mencionados, manipula
la exclusión social a través de un procedimiento de carácter más cognitivo. En este caso Gardner
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(2000) plantea una situación experimental muy sencilla consistente en pedir a los participantes
que traten de recordar diversas experiencias de discriminación o rechazo que hayan vivido a lo
largo de los años. Así, en la condición de exclusión se pedía a los participantes que escribieran
un texto sobre los cuáles habían sido sus experiencias de rechazo (por ejemplo, cuando su pareja
les había dejado o les habían echado del trabajo). Por el contrario, a las personas del grupo de
inclusión se les pedía que anotaran en una hoja cuales habían sido las experiencias de
aceptación más agradables que recordasen (por ejemplo, el día de su boda o el día de su
graduación) En este paradigma también se incluye un grupo control en el que se pedía los
participantes que escribiesen sobre lo que habían hecho la mañana en la que se desarrollaba la
investigación.
Efectos del ostracismo, rechazo y la exclusión social
Gracias a la utilización de los paradigmas de investigación anteriormente mencionados ha sido
posible el estudio científico de un proceso tan difícil de medir como es la exclusión. El interés de
los investigadores ha sido ver en qué medida la exclusión social afecta al bienestar
(principalmente la autoestima) de la persona que es rechazada. Sin embargo, en los últimos
años se ha puesto de manifiesto que los procesos de exclusión tienen además efectos de otra
índole. Dado que existen un gran número de trabajos al respecto se ha decidido clasificar las
investigaciones en función de los efectos estudiados: cognitivos, emocionales,
comportamentales y físicos.
Efectos cognitivos
La investigación de la exclusión ha puesto de manifiesto que cuando se manipulan los
sentimientos de rechazo las personas que forman parte del grupo socialmente aislado tienen
déficits cognitivos serios comparados con el grupo control. Estos efectos hacen referencia
principalmente al comportamiento inteligente y a la auto-regulación de las personas.
La primera demostración experimental de este fenómeno fue la realizada por Baumeister y cols.
(2002). Estos autores realizaron tres estudios (40, 65 y 82 estudiantes respectivamente) para
demostrar que la exclusión social afecta a nivel cognitivo. Lo que se encontró en estos estudios
es que la exclusión social, inducida a través del paradigma del test de personalidad, producía un
descenso de la conducta inteligente (medido a través de un test de CI, razonamiento verbal,
matemático y espacial). Este descenso del rendimiento se encontró para tareas cognitivamente
complejas como problemas de lógica y razonamiento. Sin embargo, cuando se trataba de tareas
cognitivamente simples el rendimiento no se vio afectado (repetir una serie de sílabas sin
sentido). Se comprobó que sólo la exclusión social producía un decremento del rendimiento
puesto que cuando se les decía que sufrirían en su futuro simplemente mala suerte (accidentes y
lesiones) no se redujeron el número de aciertos. Se comprobó que la manipulación de la
exclusión afectaba principalmente a la velocidad de los participantes y a su fiabilidad y este
efecto estaba mediado por el estado de ánimo (medido a través del PANAS).
Posteriormente Baumeister y cols. (2006) demostraron experimentalmente que la exclusión y el
rechazo social también reducen la auto-regulación de las personas. En el primer experimento
(36 sujetos), realizado con el paradigma del test de personalidad, se comprobó que los
participantes de la condición de rechazo consumían menos una bebida saludable aunque de mal
sabor. En el segundo experimento (38 sujetos), con el paradigma del grupo de discusión, se
comprobó que los participantes de la condición de exclusión comían más galletas que los
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participantes del resto de condiciones. En el experimento 3 (45 estudiantes), con el paradigma
del test de personalidad, los participantes de la condición de exclusión dejaban de hacer mucho
tiempo antes tareas muy frustrantes para medir capacidad viso-espacial con figuras
geométricas. En los experimentos 4 (30 sujetos diestros), 5 (51 estudiantes diestros) y 6 (45
estudiantes diestros), realizados con el paradigma del test de personalidad, la exclusión reducía
la auto-regulación en una tarea de escucha dicótica (debían anotar palabras que empezaban por
letras que escuchaban por su oído izquierdo). Estos autores encontraron que esos descensos en
la capacidad de auto-regulación (cometían más errores) podían ser eliminados si se ofrecía a los
participantes dinero como recompensa (estudio 5) o incrementando la autoconciencia a través
de un espejo (experimento 6). Es decir, la gente rechazada tenía intacta la capacidad de autoregular su comportamiento pero no estaba dispuesta a realizar tal esfuerzo.
En esta misma línea, el último trabajo realizado hasta la fecha, es el elaborado por DeWall y
cols. (2008). Estos autores realizaron 7 experimentos para estudiar el efecto de la exclusión
social en la auto-regulación. En este caso encontraron que los participantes excluidos veían
mermada su capacidad auto-regulatoria cuando creían que las tareas medían capacidades
individuales, mientras que los participantes de la condición de inclusión tuvieron un
rendimiento más bajo cuando la tarea se presentaba como un indicador de la capacidad para las
relaciones interpersonales (aunque ofrecer incentivos a los participantes eliminaba este déficit
en la auto-regulación). En el primer experimento (36 estudiantes), realizado con el paradigma
del test de personalidad, se les pedía a los participantes que realizaran una tarea que medía su
habilidad consistente en sacar una serie de objetos de una caja con una tapa con agujeros
mediante unas pinzas siendo el objetivo de la misma evitar tocar los contornos de los huecos al
sacar los objetos encerrados. A la mitad de los participantes se les indicaba que la realización de
forma exitosa en esta prueba era una medida indirecta de las habilidades sociales y de relación
de los participantes. Se halló que en general los participantes de la condición de exclusión social
rendían peor que los de la condición de inclusión cuando la prueba era diagnóstica de
habilidades personales. Sin embargo en la condición de exclusión rendían mejor (menor
número de errores) cuando se les decía que la prueba era diagnóstica de sus habilidades
sociales. En el experimento 2 (40 estudiantes diestros) se replicó el mismo efecto para una tarea
de escucha dicótica (escuchar por el oído izquierdo palabras y tener que escribir aquellas que
empezaron por m y por p mientras que por el oído derecho escuchaban un discurso que
funcionaba como distractor): los participantes de la condición de exclusión rendían mejor
cuando se les decía que la tarea de la escucha dicótica era una claro indicador de sus habilidades
sociales. En el experimento 3 (57 estudiantes) se halló el mismo efecto solo que en este caso la
manipulación de la exclusión se realizó de una forma complementaria (una variante del
paradigma del vídeo) y en este caso con una tarea de tipo Stroop (palabras de colores con
colores que concuerdan o bien que son incongruentes): cuando se les decía que la prueba medía
habilidades individuales los excluídos rendían peor pero cuando se supone que medía la
capacidad social, los participantes de esta condición aumentaban su rendimiento. En el
experimento 4 (145 estudiantes), se manipuló la exclusión social con el paradigma del test de
personalidad, se midió la tolerancia de los participantes al dolor cronometrando el tiempo que
tardaban en sacar la mano de un recipiente que contenía agua a muy baja temperatura. De
nuevo se encontró que en general los participantes de la condición de exclusión reducían su
comportamiento auto-regulatorio (menos tiempo con la mano metida en agua fría) pero cuando
se les decía que la tarea era diagnóstica de sus habilidades sociales incrementaban su
rendimiento frente el grupo control (más segundos en el agua). En el experimento 5 (47
estudiantes) se halló un efecto similar pero esta vez con una tarea diferente consistente en
resolver durante el tiempo que quisieran una serie de anagramas (en realidad el 95% eran
imposibles de realizar) hasta un máximo de 30 minutos. Otra vez se encontró que cuando se les
decía que la resolución de este tipo de problemas era indicador de las habilidades sociales los
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participantes de la condición de exclusión rendían mejor (más tiempo dedicado a resolver los
anagramas). En el experimento 6 (55 estudiantes) se replicó el estudio anterior pero añadiendo
la posibilidad de darles 20 dólares en el caso de que realizaran la tarea de forma exitosa. Ahora
los participantes de la condición de inclusión cuando se les decía que la tarea medía habilidades
sociales aumentaban su auto-regulación obteniendo un rendimiento mucho más alto (más
tiempo dedicado a los anagramas) cuando se les ofrecía una recompensa, lo que indica que no es
que su capacidad se hubiera vista afectada sino que simplemente no tenían la motivación para
realizar tal comportamiento. Por último en el experimento 7 (153 estudiantes), utilizando el
paradigma del test de personalidad, encontraron resultados similares pero con una tarea de
resolución de problemas matemáticos sencillos. En conjunto, estos experimentos ponen de
manifiesto que cuando la aceptación se ve amenazada el efecto cognitivo de disminución de la
capacidad de auto-regulatoria se incrementa. Por otro lado, a las personas socialmente incluidas
cuando ven satisfechas con creces sus necesidades de aceptación, se les produce una reducción
momentánea del impulso de inclusión que acaba produciendo una reducción cognitiva que
afecta a su auto-regulación. Es decir, que la gente socialmente aceptada no tiene problemas en
su auto-regulación pero no se esfuerzan en realizar una conducta para obtener más apoyo social
cuando se les ha garantizado tal inclusión social.
Efectos emocionales
El grueso de trabajos presentado en este epígrafe trata de responder a la siguiente pregunta: ¿en
que medida la exclusión social produce efectos negativos en la capacidad de sentirse bien de la
persona que sufre el rechazo? A continuación se presentan investigaciones que ponen de
manifiesto que la exclusión social produce decrementos significativos de la autoestima, el
sentido de pertenencia, la percepción de sentido y en general un efecto de aplanamiento
emocional.
Uno de los trabajos más relevantes acerca de la relación que existe entre bienestar psicológico y
exclusión social fue el realizado Leary y cols. (1995). Como ya se ha dicho en la parte de la
introducción en el citado artículo se exponía de forma brillante la teoría del sociómetro, pero
además de esta interesantísima aportación teórica el trabajo iba acompañado de 5 estudios
empíricos que demostraban científicamente el nexo de unión negativo entre la autoestima y la
exclusión social. En el primer estudio (150 estudiantes), Leary y cols. (1995) demostraron que
los sentimientos de los participantes variaban en función de la percepción que tenían del
rechazo que ciertas conductas podrían llegar a ocasionarles a nivel social. Así, por ejemplo
conductas como donar sangre (que produce admiración en los demás) generaba sentimientos
más positivos que por ejemplo copiar en un examen (que era percibida como una conducta que
los demás rechazaban). En el estudio 2 (160 estudiantes) se encontró que los participantes que
se sentían incluidos en una situación social real tenían sentimientos más positivos. En este caso
cuando se pedía a los participantes que escribieran acerca de una experiencia en la que se había
sentido excluidos los sentimientos elicitados eran mucho más negativos. En los estudios 3 y 4
(112 y 90 estudiantes), la exclusión social manipulada experimentalmente producía un descenso
de la autoestima de los participantes cuando sabían que el resto de compañeros no querían
trabajar con ellos por razones personales (no cuando la exclusión era al azar). Por último, el
estudio 5 (220 estudiantes) puso de manifiesto que la autoestima de los participantes
correlacionaba de forma muy elevada (r = -.55) con el grado en que se sentían excluidos por
otras personas. Tomados en su conjunto estos 5 estudios son una de las primeras
demostraciones a nivel empírico de que la exclusión produce niveles bajo de autoestima.
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Además de la autoestima, también se ha estudiado el efecto de la exclusión social sobre variables
tan relevantes como pueda ser el sentido de pertenencia o de la existencia. Por ejemplo, Stillman
y cols. (2009) encontraron recientemente que la exclusión social reducía la percepción global de
que la vida tenía sentido. La manipulación experimental del estudio 1 (108 estudiantes) fue
realizada con el paradigma del vídeo y del estudio 2 (121 estudiantes) con el del juego de la
pelota (versión electrónica) y encontraron que frente al grupo control, los participantes del
grupo de exclusión social percibían la vida como algo sin sentido (puntuaciones más bajas en
diversos cuestionarios para medir este constructo). En el estudio 3 (202 estudiantes) los
participantes completaron on-line una serie de cuestionarios de exclusión social (medida como
soledad), felicidad, optimismo, depresión y estado de ánimo encontrando que era la soledad
informada la variable que en la regresión explicaba la percepción de la vida como algo sin
sentido.
Además de la autoestima y el sentido de la existencia el rechazo también causa una importante
merma en la expresión emocional. De hecho, Twenge y cols. (2003) demostraron
científicamente que la exclusión social producía un estado de aplanamiento afectivo y
emocional. Los resultados (usando el paradigma del grupo de discusión) pusieron de manifiesto
que los participantes de la condición de exclusión sobrestimaban los intervalos de tiempo
(tenían que indicar cuantos segundos habían trascurridos cuando se paraba un cronómetro),
tenían problemas para demorar las gratificaciones (preferían un trabajo malo pero inmediato
que uno mejor pero de cara al futuro) y se centraban mas en el presente que en el pasado
(experimento 1, 54 estudiantes). Los participantes rechazados también estaban más de acuerdo
con la idea de que la vida no tenía sentido (experimento 2, 96 estudiantes). También los
miembros de este grupo experimental, en este caso manipulada a través del paradigma del test
de personalidad, eran menos capaces de escribir palabras (en este caso completar refranes de lo
que solo se les daba el principio) y además lo hacían con tiempos de reacción mucho más lentos
(experimentos 3 y 4 con 43 y 100 estudiantes respectivamente). Además, en tareas de emoción
implícita (en la pantalla aparecían palabras durante un breve lapso de tiempo y debían indicar
posteriormente si recordaban aquello que habían visto) elegían y recordaban menos palabras
emocionales (experimento 5, 30 estudiantes), resultado que se corroboraba también con
medidas explícitas (experimentos 1, 2, 3 y 6). Por último, con el paradigma del test de
personalidad, también se halló que los participantes de la condición de exclusión evitaban la
autoconsciencia ya que preferían sentarse en una silla que tuviera delante una pared en vez de
un espejo (experimento 6, 40 estudiantes). Es decir, las personas excluidas entran en un estado
defensivo que les dificulta el pensamiento, la emoción y la auto-consciencia y que en general se
caracteriza por un estado de aletargamiento.
Por último, presentamos los resultados de un reciente estudio que glosa a la perfección cuales
son los principales efectos a nivel emocional de la exclusión. En concreto, en el meta-análisis
realizado por Blackhart y cols. (2009) se ha estudiado los efectos que produce la exclusión
social (rechazo interpersonal y ostracismo) en el bienestar. De los 161 estudios analizados que
manipulaban experimentalmente la exclusión social el tamaño del efecto encontrado fue de 0.27
para el caso de medidas de emoción y afecto lo que quiere decir que los participantes de la
condición de rechazo reportaban estados de ánimo más negativos que los sujetos pertenecientes
a condiciones control. Cuando se estudia la discriminación real o percibida (un total de 47
trabajos incluidos en el meta- análisis) el tamaño del efecto hallado fue de 0.28. Es decir, según
este resultado las personas que crónica y continuamente reciben rechazo por parte de sus
iguales y los sujetos que perciben que son rechazados por los demás informan de un mayor
afecto negativo comparadas con los grupos de personas que no se sienten excluidas. En el caso
de la autoestima encontramos resultados similares. Para los estudios en lo que se manipulaba
experimentalmente la exclusión social (72 trabajos en total) el tamaño del efecto fue de 0.30 lo
que significa que los participantes de la condición de rechazo informaban de menor autoestima
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que los pertenecientes a la condición control. Para los trabajos que miden exclusión en el mundo
real (28 estudios) el tamaño del efecto, para el caso de la autoestima, fue de 0.29, lo que indica
que la gente rechazada en su día a día tiene menos autoestima que la gente que no se siente
rechazada.
Por lo tanto, según este meta-análisis tan reciente la exclusión social tiene un claro efecto tanto
sobre el estado de ánimo (más emociones negativas) como sobre la autoestima.
Efectos conductuales
En este apartado se van a revisar que efectos produce la exclusión a nivel de conducta. En
concreto se ha hallado que las personas socialmente rechazadas ayudan menos a los demás, son
más agresivos y hostiles, realizan comportamientos para aumentar sus redes sociales y se
embarcan en comportamientos que ponen en peligro su propia salud.
La investigación ha hallado un nexo de unión claro entre rechazo y conducta de ayuda. Twenge y
cols. (2007) demostraron por primera vez, mediante el paradigma del test de personalidad, que
la exclusión social producía una reducción sustancial en el comportamiento prosocial de los
participantes. Por ejemplo, se halló que la gente socialmente excluida donaba menos dinero
para una buena causa (estudio 1, 34 participantes), participaba menos como voluntaria en un
futuro experimento (estudio 2, 20 participantes), ayudaba menos después de que el
experimentador tirara unos lápices por accidente (estudio 3, 49 participantes), y cooperaban
menos en un tarea basada en el dilema del prisionero (estudio 4 y 5, 27 y 31 participantes
respectivamente) con otro compañero. Es importante recalcar que los resultados eran
independientes del coste para la propia persona y de la persona que recibía la ayuda. Se
encontró además que los sentimientos de empatía mediaban estos resultados (estudio 7, 30
participantes) pero no el estado de ánimo, la autoestima, los sentimientos de pertenencia o la
confianza (estudio 6, 68 participantes). Según los autores, estos resultados implican que el
rechazo interfiere temporalmente con las respuestas emocionales, impidiendo que la empatía se
desarrolle (y por lo tanto no entendiendo a los demás) lo que produce una menor inclinación a
ayudar a los demás y a cooperar con ellos.
Además de reducir la conducta de ayuda, en el contexto del laboratorio también se ha hallado
que las personas socialmente rechazadas son más hostiles. Twenge y cols. (2001) realizaron la
primera demostración experimental de que la exclusión incrementaba las respuestas
antisociales y agresivas de lo sujetos que la padecían mediante el paradigma del test de
personalidad. Los resultados pusieron de manifiesto que la gente de la condición de exclusión
hacía una evaluación de un candidato a un trabajo de forma mucho más negativa de aquellas
personas que les habían criticado con anterioridad acerca de un supuesto ensayo sobre el tema
del aborto (experimentos 1 y 2 con 47 y 16 estudiantes respectivamente). Los participantes de la
condición de exclusión, en este caso manipulada con el paradigma del grupo de discusión,
también les suministraban más ruido cuando realizaban un tarea de ordenador a la persona que
les había rechazado con anterioridad (experimento 4, 30 estudiantes) e incluso cuando no
habían llegado a interactuar (experimento 5, 34 estudiantes). Por el contrario lo que se halló es
que los participantes de la condición de exclusión no eran más agresivas hacia personas que con
anterioridad les habían alabado y elogiado el ensayo sobre el tema controvertido del aborto
(experimento 3, 32 estudiantes). Las respuestas de los participantes se debían tan solo a la
exclusión social (puesto que en la condición de mala suerte en el futuro no se produjeron estos
resultados) y no estaban mediados por las reacciones emocionales. En esta misma línea, más
recientemente DeWall y cols. (2009) han estudiado la relación existente entre agresión y la
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exclusión social. Según estos autores la exclusión social incrementa la agresividad ya que
produce que la información en principio neutral se acabe percibiendo como hostil y en contra de
la persona. En los experimentos 1 a y 1b (33 y 45 estudiantes respectivamente), con el paradigma
del vídeo, se pedía los participantes que realizaran dos tareas. La primera de ellas consistía en
que tenían que juzgar la similitud de 2 series de palabras, unas relacionadas con la agresividad y
otras ambiguas. La segunda tarea consistía en dar a los participantes una serie de palabras con
letras ausentes con el objetivo de que las completaran (siendo posible hacerlo con palabras
agresivas o bien neutrales). Lo que se halló fue que los participantes de la condición de exclusión
percibían como más parecidas las palabras agresivas y los ítems ambiguos y además
completaban más palabras agresivas en la segunda tarea comparados con el grupo control. En
los experimento 2 y 3 (30 y 50 estudiantes respectivamente), realizado con el paradigma del test
de personalidad, los participantes de la condición de exclusión percibían como más hostil un
texto ambiguo y además recomendaban menos y valoraban peor a un futuro candidato para un
puesto de trabajo como investigador asociado. En el experimento 4 (32 estudiantes), de nuevo
manipulando la exclusión con el test de personalidad, se halló que los participantes de la
condición de exclusión administraban más ruido desagradable a otra persona cuando se
equivocaban en una tarea. Es decir, se ha hallado que comparado con la condición de aceptación
y la de control, los participantes de la condición de exclusión percibían las palabras agresivas y
ambiguas como más similares (experimento 1 a), completaban fragmentos de palabras con
palabras agresivas (experimento 1 b) y catalogaban las acciones ambiguas de las demás personas
como hostiles (experimentos 2 a 4). Este comportamiento agresivo de los participantes
excluidos se producía aunque las otras personas no tuvieran nada que ver con su rechazo
(experimentos 2 y 3) o incluso aunque no hubieran tenido ninguno tipo de contacto previo
(experimento 4). Además se encontró que los pensamientos hostiles ejercían de mediador entre
la exclusión y el comportamiento agresivo.
Además de la conducta prosocial o la agresividad y la hostilidad, la exclusión afecta a la manera
que tienen las personas de relacionarse con los demás. Por ejemplo, Maner y cols. (2007) han
encontrado datos que demuestran que la gente socialmente excluida se embarca en
comportamientos que les permiten la oportunidad de establecer contactos con otras personas
para de este modo tener nuevas oportunidades sociales de lograr la inclusión por otros medios.
Así, se ha hallado que el rechazo incrementaba el interés de los participantes en hacer nuevas
amistades a través de un servicio ofrecido por la Universidad (estudio 1, paradigma del ensayo,
56 estudiantes), de trabajar con otras personas cuando se les ofrecía realizar una tarea o bien
solos o bien en una sala con más participantes (estudio 2, paradigma del test de personalidad,
34 estudiantes), se formaban impresiones más positivas en los demás en lo que respecta a la
dimensión de sociabilidad en una tarea de percepción de personas (estudios 3 y 4, paradigma
del grupo de discusión y del video, 18 y 34 estudiantes respectivamente) y asignaban más
recompensas (5 dólares) a compañeros de interacción durante una tarea (estudio 5, paradigma
del video, 49 estudiantes). Es interesante ver que se halló que los participantes de la condición
de exclusión no buscaron contacto con aquellas personas que les habían excluido ni con aquellas
personas con las que no se anticipaba una futura interacción cara a cara (estudio 6, paradigma
del video, 53 estudiantes). En esta misma línea, Mead y cols. (en prensa) han realizado
recientemente 4 experimentos muy originales e interesantes para demostrar que la exclusión
social influye también el comportamiento del consumidor. En el experimento 1 (30 estudiantes),
realizado con el paradigma del vídeo, se comprobó que los participantes de la condición de
exclusión preferían comprar objetos relacionados con la pertenencia grupal (por ejemplo, que
tuvieran logotipos de la universidad de donde procedían los sujetos) que otros regalos prácticos
(por ejemplo, una taza o libro de notas) u otro tipo de regalos (como, una caja de galletas o gel).
En el experimento 2 (149 estudiantes) se pedía a los participantes que valorasen diferentes
productos: algunos eran de lujo (un reloj muy bueno), otros eran sencillos (una cuenta que
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ofrece al cliente una alta rentabilidad) y otros eran neutrales (una cuenta de una página de
internet para acceder a descargas de programas de televisión y películas). Utilizando la
manipulación del test de personalidad encontraron que los participantes de la condición de
exclusión al interactuar con un supuesto compañero, asemejaban sus valoraciones de los
diferentes productos a las realizadas por la otra persona. Es decir, que si el compañero valoraba
de forma positiva los productos de lujo, el participante tenía una opinión similar,
independientemente de sus gustos, en la condición de exclusión social. En el experimento 3 (151
estudiantes no asiáticos) se realizó la manipulación experimental del test de personalidad.
Encontraron que en una supuesta tarea de preferencias de comidas la gente daba juicios más
favorables (y se gastaba más dinero en su compra) acerca de una comida poco atractiva desde el
punto de vista occidental (como son las patas de pollo) cuando interactuaban con un compañero
de origen chino en la condición de exclusión social. Por último, en el experimento 4 (120
estudiantes) realizado con el paradigma del ensayo se les planteaba a los participantes
diferentes situaciones imaginarias. En la situación privada se les pedía que imaginaran cómo
reaccionarían si encontraran en su apartamento una bolsa de cocaína perteneciente a un
compañero de piso ausente, mientras que en la situación pública se les decía lo mismo solo que
en este caso cambiando el escenario a una fiesta con amigos. Lo que se halló fue que los
participantes de la condición de exclusión tenían una actitud más favorable hacia la cocaína en
la condición de la situación pública pero no en la privada (solo la primera ofrecía posibilidades
de incrementar la red social). En general los resultados ponen de manifiesto que las personas
socialmente excluidas sacrifican su bienestar personal y económico en aras de aumentar su red
social.
Por último, en lo que se refiere a los efectos conductuales, hallamos que la exclusión también
produce que las personas realicen más conductas irracionales y peligrosas. Twenge y cols.
(2002) realizaron 4 experimentos con el paradigma del test de personalidad para demostrarlo.
En los experimentos 1 y 2 (50 y 36 estudiantes respectivamente) se les daba a los participantes
dos opciones a elegir: una lotería A con un 70 % de probabilidades de ganar dos dólares (y con
30 % de perder, siendo en este caso el castigo tener que escuchar durante 3 minutos el ruido
desagradable de unas uñas sobre una pizarra) y la lotería B con el 2% de probabilidades de
conseguir 25 dólares y el 98% de perder (de nuevo con el ruido desagradable). Los resultados
pusieron de manifiesto que los participantes de la condición de exclusión se sometían a más
riesgo y elegían mucho más frecuentemente la lotería B. En el experimento 3 (31 estudiantes) se
midió la conducta de salud de los participantes. En este caso se midieron 3 respuestas: por
participar en el estudio se les daba como regalo una pequeña chuchería que bien podía ser un
alimento más calórico (chocolatina) o más saludable (barra de muesli), también mientras
esperaban para realizar el supuesto experimento se les permitía o bien rellenar un cuestionario
de salud (del que recibirían un futuro feed-back) o bien leer revistas normales (como por
ejemplo People) y por último se les ofrecía tomarse el pulso o bien en reposo o después de haber
corrido después de 2 minutos. De nuevo se halló que los participantes del grupo de exclusión
(frente al control y la condición de accidentes) realizaban más comportamientos de riesgo,
tomando decisiones negativas para la salud (preferían más la barra de chocolate, leer las revistas
y tomarse el pulso en marcha). Por último en el experimento 4 (39 estudiantes) se estudió como
las personas excluidas tienden a procastinar más que los del grupo control y los de la condición
de accidentes. En este caso se les decía a los participantes que les iba a medir su habilidad para
el razonamiento matemático o numérico, pero que antes de realizar tal prueba se les permitía
entrenar durante 15 minutos. El entrenamiento consistía en realizar una serie de
multiplicaciones durante el citado tiempo en una sala de espera. En la citada sala se colocaron
estímulos distractores (como una Game Boy con el Tetris o una serie de revistas). Lo que se
halló fue que los participantes de la condición de rechazo empleaban más tiempo jugando a la
consola o leyendo las revistas que entrenando (es decir, procrastinaban más).
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Efectos físicos
Además de las mencionadas consecuencias cognitivas, emocionales y conductuales, la
investigación también ha demostrado que la exclusión produce un efecto físico muy similar al
que produce el dolor. Se trata en este caso de estudios que han utilizado técnicas de
neuroimagen para demostrar científicamente las bases neurológicas que tiene el rechazo social.
Además el rechazo también altera el ritmo cardiaco de las personas socialmente excluidas.
MacDonald y Leary (2005) argumentan que la exclusión social se vive como algo doloroso
porque las reacciones al rechazo están mediadas por el sistema físico del dolor. El argumento
que presentan estos autores es evolutivo: la exclusión social es dolorosa porque el hecho no estar
incluido en un grupo reducía la capacidad de supervivencia del individuo. Según estos autores
existe una clara convergencia entre los dos tipos de dolores tanto en pensamiento, emoción y
conducta y que por lo tanto el dolor físico como el social comparten mecanismos psicológicos.
Esta idea ha sido testada empíricamente en el laboratorio y sus resultados han sido publicados
en quizás la revista más prestigiosa que existe actualmente como Science. El crédito hay que
dárselo a Eisenberger y cols. (2003) que realizaron el primer trabajo de neurociencia que puso
de manifiesto que breves episodios de ostracismo tenían consecuencias fisiológicas. En este
estudio de neuroimagen (realizado con resonancia magnética o fMRI) se examinaron los
correlatos neuronales de la exclusión social para demostrar científicamente que las bases
cerebrales del dolor social son similares a las del dolor físico. Los participantes del estudio
fueron escaneados mientras jugaban al Cyberball. Lo que se encontró fue que el cortex anterior
cingulado y el cortex prefrontal ventral derecho estaban más activado en la condición de
exclusión social que en el grupo control. Ambos córtex son zonas relacionadas con el dolor físico
lo cual demuestra la similitud que existe entre ambos tipos de dolores. De hecho, la
investigación también muestra que el rechazo incrementa el dolor y los sentimientos de dolor.
Por ejemplo, en un estudio se pedía a los participantes que recordaran situaciones de dolor
físico y dolor a nivel social. Se halló que los niveles de dolor eran más altos cuando los eventos
que recordaban eran sociales que cuando se evocaban episodios de dolor físico (Chen y cols.,
2008).
Además de la demostración del nexo de unión entre el dolor físico y el social, la investigación
también ha puesto de manifiesto que la exclusión social también afecta al ritmo cardiaco. En
concreto, Gunther Moor y cols. (2010) muy recientemente han encontrado que el rechazo
produce un descenso de la tasa cardiaca. Los participantes de este estudio tenían que ver una
serie de rostros en una tarea de percepción de personas y juzgar una serie de características,
para después interactuar con ellos. Posteriormente en la condición de rechazo se les indicaba
que las personas que habían visto no querían interactuar con ellos o bien se les decía que si que
estaban dispuestos (condición de inclusión). Lo que se halló fue que los participantes de la
condición de exclusión tenían una menor frecuencia cardiaca cuando les comunicaban la noticia
del rechazo si se comparaba con el grupo control (que se les decía que habían sido aceptados).
Según los citados autores este fenómeno fisiológico que se produce ante la exclusión está
relacionado con el sistema nervioso parasimpático, que controlaría la emisión de este tipo de
respuestas con el objetivo de una regulación afectiva en el individuo (en este caso a través de
una reducción de la tasa cardiaca).
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Discusión
La exclusión, como acabamos de ver, produce importantes efectos a nivel cognitivo, emocional,
conductual y físico. Sin bien todos ellos son interesantes quizás uno de los aspectos más
importantes sea el cómo las personas rechazadas suelen sufrir un menor bienestar psicológico.
De hecho, la investigación pone de manifiesto que uno de los mejores predictores de la
autoestima es el grado en que la gente cree que son aceptados por los demás (Leary y
MacDonald, 2003). Además, existen trabajos (Williams y cols., 2000) que hallan una relación
lineal entre exclusión social y malestar psicológico. Por ejemplo, se encontró que a mayor
ostracismo, medido con el paradigma de la pelota, (solo dos pases al principio) mayor era el
estrés en los participantes, y que a menos ostracismo (uno de cada seis pases van al
participante) menos estrés. También se halló el efecto contrario: a mayor inclusión (pases por
turnos con el resto de los compañeros) y sobre-inclusión (todos los pases al participante) menor
estrés. Es decir, que tomados en su conjunto estos trabajos alertan de las graves consecuencias
emocionales que puede tener la exclusión sobre las personas que la padece. Por lo tanto, además
de la investigación básica sobre los procesos relacionados con este fenómeno, parece necesario
también realizar intervenciones en el mundo social para evitar que diversos colectivos en riesgo
acaben sufriendo situaciones de exclusión. En ese sentido, y dado que se ha demostrado
científicamente que la exclusión tiene además consecuencias físicas, parece necesario establecer
protocolos de actuación a nivel terapéutico para casos de personas socialmente marginadas.
El rechazo como hemos señalado aumenta la conducta agresiva y disminuye la conducta
prosocial, pero también, al mismo tiempo, produce un aumento de la conducta socialmente
reparadora (la persona excluida trata de realizar conductas que mejoren su red social). De
hecho, la investigación ha encontrado que las personas socialmente excluidas están más atentas
a la información social (Pickett y Gardner, 2005). Por ejemplo, en el trabajo de Bernstein y cols.
(2008) los participantes de la condición de exclusión obtenían mejores resultados en una tarea
de detección de sonrisas verdaderas y falsas. Además (Bernstein y cols., 2010) los participantes
de la condición de rechazo preferían interaccionar más con aquellos sujetos que mostraban
sonrisas verdaderas comparados con las condiciones control y de inclusión. Es decir, la
exclusión estimulaba las respuestas adaptativas que facilitaban la conexión con otros individuos.
Por lo tanto, dado esa disparidad de resultados, sería interesante plantear estudios que trataran
de analizar si existen variables situacionales o contextuales que promuevan más la aparición de
cierto tipo de conductas.
Para ir concluyendo, es importante destacar que la mayoría de investigaciones reseñadas han
estudiado el rechazo al individuo pero hasta la fecha no existen trabajos sobre cómo afecta la
exclusión a nivel grupal o incluso societal. Por esta razón sería interesante plantear trabajos que
pudieran analizar en qué medida la exclusión puede afectar a diversos grupos (por ejemplo, los
pueblos gitanos) o países (por ejemplo, el veto a Cuba por parte de Estados Unidos). De hecho la
principal ventaja que aporta la Psicología Social es un enfoque integrador que le permite
explicar un problema desde multitud de puntos de vista. Desde Kurt Lewin la Psicología Social
se propone combinar procesos de distinta naturaleza (que algunos autores llaman niveles y
otros dominios). Así, cualquier problema de índole social debe ser analizado no sólo en su
vertiente individual, sino en la interpersonal y en un plano más social o cultural. En ese sentido,
estos dos últimos aspectos no han llegado a ser considerados en las investigaciones planteadas.
Por último, en la línea que marca la Psicología Positiva sería interesante realizar investigaciones
acerca de las posibles maneras que tienen los individuos para enfrentarse al rechazo. Es decir,
analizar en qué medida las personas que se enfrentan al rechazo disponen de herramientas para
sobrellevar tales situaciones de exclusión. Especialmente interesante sería estudiar qué
estrategias de coping disponen las personas socialmente rechazadas para afrontar la
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discriminación. La realización de este tipo de investigaciones enriquecería la aplicación de
tratamientos a las personas socialmente excluidas ya que de esta manera desde la clínica se
podrían promover aquellas conductas que en la investigación hayan mostrado relaciones
positivas con el bienestar de las personas rechazadas.
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Cite este artículo de la siguiente forma (estilo de Vancouver):
Magallares Sanjuan A. Exclusión social, rechazo y ostracismo: principales efectos.
Psicologia.com [Internet]. 2011 [citado 29 Ago 2011];15:25. Disponible en:
http://hdl.handle.net/10401/4321
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