LA CONDICIÓN SOCIAL Y LA FORMACIÓN INTELECTUAL DE LOS MAESTROS DE OBRAS DEL BARROCO: EL GREMIO DE ALBAÑILERÍA DE SEVILLA A MEDIADOS DEL SIGLO XVIII Francisco Ollero Lobato Universidad Pablo de Olavide. Sevilla. España A mediados del siglo XVIII, la estructura laboral de los oficios dedicados a la construcción no había variado en lo fundamental desde el medievo. En pleno siglo de las Luces, cuando se inicia el debate sobre la naturaleza y fines de la arquitectura, y se propone un nuevo concepto y aprendizaje de la profesión a través de la acción de la Real Academia de San Fernando, la continuidad de la corporación gremial ayudaba al mantenimiento en el antiguo Reino de Sevilla de un modo de entender el oficio del arquitecto que explica, en gran medida, la perduración del estilo y la cultura del Barroco en esta tierra. El poder del gremio El gremio sevillano de albañiles agrupaba a todos los maestros, oficiales y aprendices de este oficio existentes en la ciudad de Sevilla. Las ordenanzas relativas al gremio publicadas en 1632, determinaban su dominio sobre todos los que procurasen ser maestros de este arte en la “tierra” hispalense; aunque este término suponía, al decir de la corporación, el control de los maestros de todo el antiguo reino sevillano, la realidad que es su campo de acción era efectivo en el ámbito de la ciudad o su área urbana, puesto que existían gremios del arte en otras localidades de la antigua jurisdicción, como en Carmona o Écija. Componían el de la capital sevillana más de setecientos cincuenta individuos en el mediar de la centuria1. En las Respuestas Generales de la ciudad de Sevilla al catastro de Ensenada, se indica que integraban el oficio ochenta y dos maestros examinados, junto a ciento quince oficiales y diecisiete aprendices. Consideradas las utilidades de los gremios sevillanos, el de los maestro albañiles era el que tenía una mayor estimación entre los oficios de la construcción2. En una ciudad que tenía como material constructivo predominante el ladrillo, los albañiles eran los verdaderos artífices de la arquitectura ciudadana. Los escasos canteros de la ciudad, también llamados en ocasiones picapedreros, constituidos en linajes de origen forastero, no se habían agrupado en gremio propio. Así, los integrantes examinados del gremio podían ser denominados como maestros de obras o maestros alarifes, esta última palabra con la acepción general de técnico de la construcción, con independencia de que también se llamara alarife a los propios alcaldes de la corporación. El gremio ejercía su poder sobre los artífices y la arquitectura de la ciudad a través de unas atribuciones exclusivas. Primeramente, la corporación era la 1 754 individuos en el año de 1753 y 782 en el de 1760. (Antonio M. BERNAL, Antonio COLLANTES DE TERÁN, Antonio GARCÍA-BAQUERO: Sevilla: de los gremios a la industrialización. Estudios de Historia Social Nºs. 5-6. 1978. Págs. 7-310.) 2 Sobre 22 maestros estimados, cincuenta y un mil ciento setenta reales en “dirección de obras y aprecios de ellas”. Transcripción de las Respuestas Generales de la ciudad de Sevilla en Comisaría de la ciudad de Sevilla para 1992 (ed.): La Sevilla de las Luces. Sevilla: Ayuntamiento, 1991. Pág. 260 136 única competente para decidir sobre el ejercicio de la profesión, a través de los exámenes que se efectuaban ante el tribunal gremial. Pese a la reglamentación ilustrada en beneficio de la libertad del ejercicio y el control de los títulos de arquitectura por parte de la academia, el gremio sevillano mantuvo esta facultad durante todo el siglo XVIII. El Dr. Falcón ha comentado cómo incluso un arquitecto examinado por la Academia, el gaditano Torcuato Benjumeda, tuvo que pasar en 1792 el pertinente examen gremial para poder ejercer la profesión en la ciudad3. Además, los cargos del gremio, alcaldes alarifes y examinadores tenían, como representantes de la corporación, importantes funciones con consecuencias sobre el urbanismo y el diseño arquitectónico en la ciudad. Los alcaldes alarifes tenían obligación de vigilar las edificaciones ruinosas o las nuevas construcciones, para que éstas no pudieran representar peligro para el común de la población; inspeccionaban también la superficie ocupada en cada nueva obra, con el fin de que el área construida no invadiese el terreno público, y procuraban que las nuevas fachadas estuvieran alineadas con respecto a las calles. De este modo, su responsabilidad sobre el trazado de la trama urbana y el cuidado de las edificaciones en el XVIII era destacada. Especialmente, el dominio del gremio sobre la arquitectura de la ciudad se especificaba en el acto de la dación de medidas. Consistía éste en un paso previo al inicio de una construcción de nueva planta, y a él acudían diputados nombrados por el municipio, los alcaldes alarifes y el maestro de obras que fuera a labrar la nueva obra. En este acto, los alcaldes verificaban el plan de obra del maestro, inspeccionaban que no se atentase a los derechos del común y podían modificar, con vigilancias posteriores de la obra, el desarrollo en fachada del edificio4. El aprendizaje de la profesión Junto a esta tangible influencia del gremio sobre la arquitectura sevillana existía otro ámbito endógeno de dominio sobre el saber arquitectónico, a través de la formación de sus miembros. Los albañiles sevillanos decididos a completar su camino hasta la maestría se iniciaban en el oficio mediante el aprendizaje, obligatorio según las ordenanzas. Este se conseguía mediante el apadrinamiento de un maestro examinado, con el que se establecía un contrato, abundantemente escrito, donde se obligaba el maestro a la enseñanza del oficio, y el aprendiz a atender al servicio de las tareas que su tutor le fuera mandando. El análisis de los documentos notariales permite acercarnos a algunas características de la enseñanza de los aprendices sevillanos en la albañilería. El tiempo de duración de los contratos abarcaba entre los tres y cinco años, durante los cuales los aprendices reciben sueldos de tres, cuatro o cinco reales, salario que a veces se dispone en aumento dependiendo de los años transcurridos. Al finalizar la etapa se otorgaba en ocasiones una declaración escrita sobre la efectiva concurrencia y eficacia del período de aprendizaje. El acercamiento a los rudimentos del oficio por parte del aprendiz estaba basado en una cuestión de experiencia, mediante la participación en tareas relacionadas con la construcción a pie de obra, primero como ayudante de los oficiales y maestros, y luego trabajando al servicio del maestro como su propio oficial. Finalmente, el maestro le daba libertad para Teodoro FALCÓN: Pedro de Silva. Sevilla: Diputación, 1979. Págs. 20-21. La modificación del control municipal sobre la arquitectura doméstica en el marco ilustrado en Francisco OLLERO LOBATO: “La Ilustración en Sevilla: tradición y novedad en la arquitectura del XVIII” en Actas del IX Congreso Español de Historia del Arte. León: Universidad, 1994. Tomo II. Págs. 115-125.). 3 4 137 servir también en las obras de otros colegas5. La participación en estas actividades permitía el conocimiento inicial de los materiales, herramientas y estereotipos de los elementos y métodos de construcción6. La importancia de este acceso empírico a la profesión explica que algunos aprendices se titulen como oficiales tras un el paso de un año de aprendizaje, e incluso que algún maestro declare por escrito la oficialía de un aprendiz al paso de un año y medio o dos años del comienzo de su aprendizaje 7. Recordemos en este sentido que la oficialía permitía en la práctica el ejercicio del oficio, aunque incluido en la cuadrilla de un maestro, y por ello se ha denominado a los oficiales como “maestros no titulados”8. De este modo, la longitud de los períodos de aprendizaje cabe explicarse en términos de explotación productiva del maestro, el cual recibe en trabajo la compensación al desvelo de los secretos del oficio. La perduración de este aprendizaje implicaba también la continuidad de técnicas y modos artísticos conservadores. Se detecta en las cartas y declaraciones de los aprendizajes que éstos se concentran en torno a unos cuantos maestros, que a veces toman aprendices de modo simultáneo; además, la perpetuación de la dedicación profesional en generaciones familiares explica que muchos alarifes aprendan el oficio en casa, a través de la enseñanza paterna. Sobre trece maestros tomados entre los que se examinan entre 1759 y 1760, cinco de ellos declaran haber aprendido el oficio con su padre; entre quince maestros examinados en los años 1763 y 1764, son ocho los que se iniciaron en el oficio con su progenitor y otro familiar9. El examen de maestría El peso de esta enseñanza, eminentemente práctica y dominada por la tradición, se siente igualmente en los exámenes de albañilería, la prueba a través de los cuales se accedía a la maestría del oficio. Los exámenes se efectuaban en la capilla de San Andrés ante los alcaldes alarifes y los examinadores. Los pretendientes a esta prueba debían aportar datos sobre la realización del aprendizaje, concretados en la presentación de declaraciones de los maestros encargados de la formación o de cartas de aprendizajes, siendo especialmente exigentes en este punto con los albañiles forasteros, no conocidos en su etapa formativa. El gremio dispuso además desde 1760 que los aspirantes pasasen por una junta previa de maestros diputados que determinarían si eran aptos para concurrir ante el tribunal. El examen que el alarife debía afrontar consistía propiamente en una serie de “diferentes preguntas y repreguntas anexas y consernientes a el sitado ofizio de Por ejemplo, en 1777 el maestro Miguel Guisado declaró cumplido el aprendizaje de Fernando Velasco, que fue su aprendiz desde 1748, y a quien enseñó el oficio durante seis años. Guisado expresó que lo tuvo ocupado en obras hasta 1770, y que el tiempo restante trabajó con él y otros maestros de la ciudad. Francisco OLLERO: Noticias de Arquitectura (1761-1780). Sevilla: Guadalquivir, 1994. Pág. 205 6 El gallego José de Nuevas se puso de aprendiz con Diego García para aprender el oficio de la albañilería y a cortar “ladrillo a tajo y moldurado”. Francisco OLLERO: Op. Cit. (1994). Pág. 170. 7 Es el caso de Juan Téllez, quién en 1760 declaró la oficialía de dos aprendices suyos, tomados en 1758, Antonio Cuadrado y Pedro Carrasco. Yolanda FERNÁNDEZ CACHO: Fuentes para la Historia del Arte Andaluz. Noticias de arquitectura en el Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla 1741-1760. Tesis de Licenciatura inédita. Sevilla: Universidad, 1988. Pág. 537 8 María del Carmen HEREDIA MORENO: Estudio de los contratos de aprendizaje artístico en Sevilla a comienzos del siglo XVIII. Sevilla: Diputación, 1974. Pág. 16. 9 Sobre datos tomados del Archivo Histórico Municipal de Sevilla. Sección XVI. Antiguos. Carp. 1663. 5 138 Alvañil” mientras se le exigía también “que trasara con una regla y compás diferentes sircunstancias y piezas del nominado ofizio...” 10. Así pues, de la documentación se colige la existencia de una prueba vinculada al ejercicio práctico de la profesión, similar en su esquema a las impuestas por otras corporaciones del oficio en diversas capitales del país11. Se dividía en dos partes: una primera que se respondía de manera oral, posiblemente relacionada con técnicas, métodos o problemas simples sobre construcción, y una segunda acerca del dominio de elementos arquitectónicos, concretada en el dibujo de sus trazas. En esta última, se insistía en las capacidades del alarife para conocer el repertorio básico de soportes, cubiertas y tipos constructivos, mientras que se cumplía en alguna medida con la recomendación albertiana asumida por el clasicismo sobre el dominio del diseño. La documentación de los exámenes no es más explícita sobre los contenidos concretos de las pruebas de traza. Conocemos que en el gremio de Carmona algunas pruebas del gremio de albañilería consistían durante estos años en la factura de una casa cuadrada con sus elementos12. Las ordenanzas sevillanas de 1527 establecían que los nuevos maestros de obras dominaran una serie de tipos edilicios, como hacer una casa común, una casa principal, una iglesia de tres naves, varios tipos de capillas, monasterio, molino de pan, molino de aceite, fortaleza; también establecían que el alarife debía ser capaz de labrar ciertos elementos, como “tejas y facer canales maestras y lunas”, arcos de distintos tipos y tamaños, pilares, y escaleras “prolongada y de caracol”, portadas de yesería “así de Romano como de lazo”, chimeneas, puertas, alberca y pilas. Por último, también se exigía la comprensión de una serie de técnicas, como el encalado, o el solado. Muy posiblemente los exámenes del XVIII, sujetos a lo dispuesto en ordenanza, establecieran unos ejercicios análogos para los aspirantes al título de maestro. Ante el número de maestros que pasaban el examen, muchos de ellos con dificultades en el leer y escribir, el conocimiento de geometría que exigirían debía ser elemental, con dominio de figuras simples, medidas de longitud y superficie, y escalas. El prurito humanista del arquitecto como entendido en diversos saberes, especialmente matemáticos, aparece en las propias ordenanzas del XVI, que sugieren que los maestros de obras “hayan saviduría de geometría y entendidos en facer engenios y otras sotilezas” 13, y su espíritu parece influir sobre el carácter del ejercicio de examen; sin embargo, la prueba parece adquirir el papel de trámite último en la vigilancia gremial sobre la formación de sus miembros. Los maestros aprendían las técnicas y métodos de construcción de acuerdo a fórmulas de proporciones establecidas por la tradición y la experiencia, y memorizaban las relaciones entre elementos geométricos para labrar las partes del edificio, tal como establece para los carpinteros de lo blanco con respecto a las 10 Examen de Francisco Muñoz, en el día 28 de enero de 1749. AHMS. Sec. XVI. Antiguos. 754. Alarifes. Teodoro FALCÓN transcribió el examen de Antonio de Figueroa, celebrado en 1755. En él se le hicieron “preguntas y repreguntas tocantes y pertenecientes al dicho oficio de albañilería y trasar y modelar con una regla y compás que le dieron en un pliego de papel lo que executó el susodicho con toda libertad y destreza, respondiendo theorica y prácticamente en todo lo que expresó y executó...” (El aparejador en la historia de la arquitectura. Sevilla: Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, 1981. Documento 6). 11 Véase “Formación de los arquitectos tradicionales.” En Alfonso RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS: El siglo XVIII entre tradición y academia. Madrid: Sílex, 1992. Págs. 30-41. 12 Francisco J. HERRERA GARCÍA et al.: Carmona Barroca. Panorama artístico de los siglos XVII y XVIII. Pág. 13. 13 Ordenanzas de alarifes. Ordenanzas municipales de Sevilla (1527 y 1632) Sevilla: Otaisa, 1975. 139 cubiertas mediante el uso de escuadras y cartabones el libro de López de Arenas, que se edita de nuevo en 1727. Maestros, aparejadores y arquitectos. El examen de maestría era el requisito exigido para que los maestros pudieran atender libremente los contratos, y no existía otra norma legal que dividiese a los maestros de obras entre arquitectos tracistas o albañiles dedicados a la ejecución. Si bien las ordenanzas del XVI distinguen entre los maestros de obra prima o sutil, y los maestros de obra llana o bastarda, o otras ordenanzas gremiales del XVIII como las de la ciudad de México distinguen un examen de lo blanco y otro de lo prieto para identificar dos tipos de profesionales14, lo cierto es que en Sevilla en el período que nos ocupa esta separación no existía de derecho. De este modo, todo individuo examinado tenía la misma condición legal, denominándosele indistintamente como maestro albañil, maestro de obras o maestro alarife, teniendo estos términos un mismo significado durante el siglo. Como alarife a secas se identificaba a los alcaldes del gremio, elegidos dos por año, o bien a los responsables públicos escogidos por los cabildos municipales en determinadas ciudades o villas. Los maestros mayores de obras eran los examinados que habían sido nombrados responsables de las obras y tasaciones de determinadas instituciones de la ciudad. Recibían un sueldo fijo, participan en los aprecios y apeos de las propiedades rústicas y urbanas de la institución, y trabajaban en las obras que estos inmuebles requerían. Las más importantes eran la maestría mayor del cabildo municipal, la del cabildo eclesiástico y arzobispado, la de la Catedral, y la maestría mayor de los Reales Alcázares. Fueron sobre todo estos maestros los que recibieron en ocasiones la denominación de arquitectos, reconociendo así su prestigio y renombre profesional. Pero aún en esta época reciben tal título los entendidos en el diseño artístico, es decir aquellos que Fray Lorenzo de San Nicolás se refería como artistas del “ornato externo”, normalmente pintores o retablistas, que intervenían por su trabajo en la invención de adornos arquitectónicos. En el último cuarto del siglo se introducirá en la ciudad una nueva acepción del término, a través del influjo de la Academia. De este modo el cabildo municipal de la ciudad solicitará al Consejo de Castilla que tal título conste para identificar la figura del antiguo maestro mayor de obras de la ciudad. Finalmente, en cuanto a la terminología profesional, aparece el término aparejador para identificar a determinados maestros. Como tal se entiende, a mediados del XVIII, al maestro encargado directamente a pie de obra de una operación constructiva, que sigue las indicaciones o condiciones de otro maestro que es autor de la idea y diseño arquitectónico, o también en otro significado al segundo maestro de obras de una institución importante, como sucedía en los Reales Alcázares o en la construcción de la Real Fábrica de Tabacos. La inexistencia de una norma jurídica que separase al maestro albañil del arquitecto no quiere decir que en razón de la praxis constructiva, su cultura y su prestigio, no existieran diferencias entre los examinados del gremio. La propia elección en el segundo día después de Pascua de Resurrección de los Alcaldes alarifes y examinadores era un reconocimiento interno de la labor de José Antonio TERÁN BONILLA: “Los gremios de albañiles en España y Nueva España” en Imafronte. Nºs. 12-13. 1998. Págs. 341-356, citando documentación utilizada por Mardith K. SCHUETZ: Architectural practice in Mexico city, a manual for journeymen architects of the eighteenth century. Tucson: University of Arizona Press, 1987. Pág. 101. 14 140 determinados maestros. Cuando por alguna circunstancia los alarifes solicitaban el concurso de una delegación de maestros, los integrantes del gremio escogían para ello a los que consideraban más aptos entre sus miembros. Así ocurrió en 1760, cuando la corporación decidió investigar la limpieza de sangre de oficiales y aprendices, designando a diversos maestros “los de más práctica y experiencia” para que formasen una junta con tal fin15. Los principales arquitectos de la ciudad coincidían con los que detentaban los mejores puestos como maestros mayores en las instituciones. Su estilo de vida difería de los otros maestros, acostumbrados a una vida sin lujos y en muchas ocasiones ejerciendo otras actividades complementarias para su subsistencia. Así, aparecen como dueños de moradas principales o propietarios de varias fincas urbanas, incluso como poseedores de parcelas rústicas, inversiones que se permiten por la percepción de sueldos fijos. Desde el punto de vista religioso, se integran en las hermandades sacramentales, colectividades de prestigio en la vida sevillana del XVIII, o se procuran entierros piadosos. La estimación pública de su trabajo hacía posible esta gradación entre los maestros examinados. En 1756, con motivo del terremoto que afectó a la capital, se elaboró una lista de los más conocidos maestros del municipio, ordenada uno a uno en razón del parecer sobre su categoría profesional. El autor del informe indica que tales artistas “van puestos cada uno según su grado, y adelantamientos en su facultad, y los demás que no van puestos es por no tener satisfacción ni saber sus adelantamientos...”16. Consideración social Pese a ser considerado un oficio menestral, no por ello la corporación gremial no trató de elevar la condición social de sus miembros durante el XVIII. A ello contribuía la corriente humanística que aceptaba al arquitecto como artífice versado en diversos saberes y capacitado para el diseño a través de su formación intelectual, y aunque esta visión no correspondiese a la realidad de la mayoría de los agremiados, si constituía al menos un marco ideal para el ascenso en la estimación pública. Así, la corporación acentuó durante el XVIII la vigilancia prevista ya en las ordenanzas de 1527 sobre la limpieza de sangre de sus miembros, obligando a aprendices y oficiales, como hemos mencionado, a pasar por la escribanía de alarifes con objeto de obtener informaciones en este respecto, con correspondientes “fees de casamiento y bautismo” y con el fin de “que asi constara, y se supiera la estimación con que siempre havía sido tratado dicho Arte en todos tiempos” 17. Este prurito de segregación se orienta también sobre el gremio de la carpintería de lo blanco, el otro gran gremio sevillano de la construcción. Estos artífices, encargados de la obra en madera de los edificios, y Véase nota 17. AHMS. Sec. XVI. Varios antiguos. 499(2). Fol. 28-30v. Memoria fechada en 12 de diciembre de 1756. Como maestros mayores aparecen Pedro de San Martín, Matías de Figueroa, Ignacio Moreno, Tomás Zambrano, Francisco Sánchez de Aragón, Juan Guisado Armero, Ambrosio Figueroa, Juan Nuñez y Mateo de Alba. Como alcaldes y examinadores José Valcárcel, Francisco Escacena, José Martínez y Pedro de Silva. Como maestros particulares, Juan Muñoz Delgado, Esteban Paredes, Francisco Romero, Manuel Zambrano, Miguel Díaz, Francisco Muñoz, Mateo Rodríguez, Miguel de Rueda, Juan Fernández Buyza, Juan de Pina, Diego Sánchez, Francisco Sánchez, Francisco Carrascoso, Isidro de Lebrija, Andrés de Escacena, José de Herrera, José Ximénez, Juan Díaz Romero, Francisco Ximénez, José Rodríguez, Manuel de la Barrera, Domingo de Chaves, Francisco Tirado, Miguel Tirado, Manuel Gómez, Francisco Jiménez Bonilla, Diego José del Trigo, José Gavira, Alejandro Gutiérrez, Antonio Talabán y Diego Suárez. 17 AHMS. Sec. XVI. Antiguos. Carp. 688. Documento citado por Antonio M. BERNAL et al. Op. Cit. (1978). 15 16 141 que mantenían el conocimiento de técnicas y modelos artísticos mudéjares que aún eran empleados, trabajaban paralelamente a la labor de los albañiles. Desde el siglo XVI las ordenanzas de ambas corporaciones trataban de deslindar las funciones de cada oficio, con el objeto de evitar ingerencias. Pese a ello, se producían algunas intromisiones, como cuando algunos carpinteros trataron de ejecutar en 1753 su propio diseño para la capilla de su hermandad, la de San José, alegando su inteligencia en la materia18. Algunos afamados maestros carpinteros dirigieron en alguna ocasión operaciones constructivas sin presencia de albañiles, como ocurrió en 1768 con la construcción de la sacristía para el Colegio agustino de San Acasio, contratada por Jacinto de Morales, o más importante, en la obra de la iglesia parroquial de Villaverde, dirigida por el maestro de obras de carpintería del arzobispado Francisco del Valle 19. Además, pese a la superioridad como técnicos de los maestros de obras, desde el punto de vista económico las rentas de los carpinteros eran proporcionalmente el doble de las obtenidas por los albañiles, aspecto éste que debía favorecer el espíritu de competencia por parte del gremio de alarifes. Aunque las ordenanzas establecían la paridad entre carpinteros y albañiles y su independencia para emitir juicios técnicos, desde al menos el siglo XVII los segundos consiguieron ser los principales peritos en los aprecios, deslindes y apeos de solares y edificios, siendo su parecer más importante y general para su descripción y evaluación, aunque con la presencia también de los carpinteros, que enjuiciaban el valor de la madera y sus estructuras. Siguiendo este camino, se llegó en 1780 a afirmar por parte de los alcaldes del gremio lo innecesario de la presencia de los carpinteros en estos propios actos, limitando a los maestros de obras la competencia sobre tales asuntos20. Formación intelectual y literatura artística Así pues, la preocupación por elevar la condición social y profesional del oficio como corporación fue un reto para el gremio local de albañilería. La obtención, sin embargo, de una mayor formación intelectual quedaba dentro de las aspiraciones individuales de una minoría, consciente de la importancia, junto a lo “práctico” de lo “especulativo” en la profesión. Esta elite consta de ejemplos brillantes, como en el caso de Leonardo de Figueroa, poseedor de una extensa biblioteca, de la que conocemos su tasación a través e la hipoteca que de ella hizo su hijo Matías en 1733 y donde se valoró en más de 4.500 ducados21. Pero en general, los testamentos o inventarios de bienes donde aparecen libros son escasos. Entre las propiedades del conocido arquitecto arzobispal Diego Antonio Díaz, inventariadas a su muerte en 1748, se encontraban treinta y ocho tomos dedicados a la arquitectura y astronomía, así como nueve tomos de matemáticas, posiblemente del Padre Tosca. Entre las obras de librería que dejó a su muerte en 18 Francisco J. HERRERA GARCÍA: “Sobre la intromisión de otras artes en la arquitectura. Un ejemplo sevillano” en Atrio. Nº 4. Sevilla: 1992. Págs. 117-130. 19 Archivo Histórico Provincial de Sevilla. Sección Protocolos. Of. 18. 1768. Fols. 1119-27v. Jacinto de Morales se obliga a labrar a la espalda del altar mayor de la iglesia una sacristía de 8 varas de largo por 5 de ancho. Sobre la parroquial de Villaverde, F. OLLERO: Op. Cit. Págs. 488493 y nota 252. 20 Así declararon los maestros mayores Pedro de San Martín y Pedro Talero en respuesta a una información solicitada por el síndico personero del Puerto de Santa María (F. OLLERO: Op. Cit. [1994] Pág. 400.) 21 Antonio SANCHO CORBACHO: Arquitectura barroca sevillana del siglo XVIII. Madrid: CSIC, 1952. (1984). Pág. 15. 142 1749 el arquitecto valenciano Pedro de la Viesca, vecino de Sevilla, que llegó a desempeñar el cargo de maestro mayor del cabildo municipal, se encontraban libros de matemáticas, como la aritmética de Zaragoza, u ocho tomos del Compendio... de Tosca, junto a los tratados italianos del Vignola o Palladio. De la Viesca poseía el tratado de fortificaciones de Cristóbal de Rojas, y completaba su colección de obras relacionadas con el oficio con un tratado de relojes y distintas obras de dibujo y aprendizaje del diseño22. En otros documentos testamentarios posteriores aparecen también alusiones a “herramientas y libros de arquitectura” como bienes relativos al oficio, que son señalados como herencia para los hijos que toman también la profesión paterna23. El conocimiento de la literatura artística proporcionaba en ocasiones motivos para el diseño de trazas, a través de las láminas, grabados y explicaciones insertas en las obras. Nos limitamos a señalar dos ejemplos citados explícitamente en las fuentes documentales: los carpinteros de la hermandad de San José proyectaron la planta de su capilla sevillana con la ayuda de “cierto arquitecto veneciano”, apoyándose quizás en Serlio, u otro tratado impreso en la capital véneta. Por su parte, el maestro de obras Tomás Botani ordenó en fechas más tardías que cierta pintura para el cuerpo de campanas labrado en la torre de Santa María de Utrera se hiciera “conforme al autor Biñola” 24. Pero en la mayoría de los casos la referencia a la tratadística se hace en asuntos técnicos, como apoyo a una argumentación en la que se prejuzga positivamente la tradición artística escrita. Cuando Pedro de Silva y Ambrosio de Figueroa, maestros mayores del arzobispado, discuten en 1764 sobre el ancho que debe darse a los muros en una obra en la iglesia de San Sebastián de Marchena, el primero de ellos alude a la falta de apoyo en “autores en reglas” de la opinión de Figueroa, con la salvedad de lo expuesto en el tratado de Juan García Berrugilla, Verdadera práctica de las Resoluciones de la Geometría... publicado en 174725. Nos ceñimos a la década de los años cincuenta para asomarnos a la literatura artística local elaborada por los integrantes del gremio. Estas obras están escritas para ofrecer propuestas de carácter práctico y técnico, de manera que no se ha planteado aún por estos años un debate sobre los problemas acerca de la naturaleza y fines de la arquitectura, al modo en que tal cuestión comienza a tratarse ya en otros centros artísticos. En 1751 un autor anónimo escribió el manuscrito que se conserva en el fondo antiguo de la Biblioteca Universitaria de Sevilla Libro/ Que contiene tres tratados/ el Primero:/ De las ordenanzas del Santo Rey/ don Fernando a los Alarifes de Sevilla/ el Segundo:/ De Aprecios de casa y Solares/ yermos/ El tercero:/ De el valor de una Bara cúbica de cantería, y Albañilería, y otras curiosidades.26 Como indica su título, el libro es una compilación de otros breves escritos independientes entre sí. El primero de ellos no es más que una 22 El inventario de Díaz en Heliodoro SANCHO CORBACHO: Documentos para la Historia del Arte en Andalucía. Tomo VII. Sevilla: Laboratorio de Arte de la Universidad, 1934. Pág. 87, y Yolanda FERNÁNDEZ CACHO: Op. Cit. (1988), folios 95-99. Para el inventario de La Viesca, folios 268 y269 de esta última obra. 23 En los testamentos de los maestros Francisco Escacena, en 1761, y Joaquín de Herrera, en 1770. (F. OLLERO: Op. Cit. [1994]. Págs. 136-137, y 216-218, respectivamente.) 24 Antonio SANCHO: Op. Cit. (1952). Pág. 134, y F. HERRERA: Op. Cit.; la inspiración de Botani en Vignola en F. OLLERO: “Sobre el color en la arquitectura del arzobispado hispalense durante la segunda mitad del XVIII” en Atrio. Nºs. 8/9. 1996. Págs. 53-62. 25 Archivo General del Arzobispado de Sevilla. Justicia. Ordinario. Autos de fábrica. Leg. 1503. Fol. 170. Documentación citada por Juan Antonio ARENILLAS: Ambrosio de Figueroa. Sevilla: Diputación, 1993 26 Manuscrito 331/115. Citado por FALCÓN (1981) y otros autores. 143 transcripción sobre las ordenanzas de 1527, de las que a su vez sabemos que recogen normas del oficio medievales, -el Libro del Peso de los Alarifes y Balanza de los Menestrales- del siglo XIV, junto con otra redacción ya del XVI. El segundo texto es titulado Tratado segundo de aprecios de /aprecios de casas y sola-/ res yermos vendidos en venta Real o a tributo de/ por vidas, así dentro de esta ciudad como/ extramuros/ de ella./Su autor la mejor conciencia/ mediante la madurez/ y buena Sabiduría./. Esta fechado en Sevilla en 29 de junio de 1751, tal como reza en el propio título, y es obra de un maestro local, en “madurez”, posiblemente el mismo que procediera a recopilar en el tomo manuscrito los tres escritos. Este segundo “tratado” ofrece tipos de tasación de los edificios según su situación en la ciudad, de modo que las parcelas de las collaciones céntricas resultan más caras que las de las exteriores o arrabales. Incluso en estos últimos casos, es más alto su valor en las cercanías de sus iglesias parroquiales que en su perímetro. También son variables de estos aprecios los distintos arrendamientos y tributos que pesan sobre las viviendas, y el estado de las construcciones y sus materiales. El tercer escrito es llamado Tratado tercero. Otro tratado sobre valor de varas cúvica/ de cantería, Albañilería, tapiería y de otras/ diferiencias (sic)/ pertenecientes a las Fabricas/ Sacado del curioso Arquitecto/ el lizenciado Don Bartolomé Fernández/ del folio 136 del corte de las obras/ y de otros autores/. Contiene los valores del corte de distintos tipos de materiales de construcción, como piedras de diversas canteras –Mairena, Morón, Espera, Carmona, Jerez, Puerto de Santa María, Málaga, Gerena...- y categorías –de piedra, jaspe o mármol-, ladrillos y tapias. En relación a este último material el escrito cita expresamente las fuentes de los contenidos del texto, Fray Lorenzo de San Nicolás, y el libro del licenciado Bartolomé “Férnandez”. Se trata en realidad de Bartolomé Ferrer, sacerdote conquense aficionado a la arquitectura y autor de un texto editado en Madrid en 1719, Curiosidades útiles, Arithmética, Geometría y Architectónica....27 Un último escrito inserto en este tomo es la Razón de los Estadales/ que se usan en España/ para medir las tierras y de las/ Cuerdas con que se miden/ teniendo cada una cinco/Estadales. Como en el caso anterior, la diversidad de medidas aplicables en distintos reinos y lugares del país da utilidad a este apartado, en donde se recoge la equivalencia por superficie de los estadales de distintas ciudades y villas, y se presenta un solucionario de cuestiones geométricas para medir áreas, empleando figuras triangulares y circunferencias. Los tres escritos compilados manifiestan este carácter práctico, útil para la resolución de problemas cotidianos que aparecían en las evaluaciones sobre edificios o en las tareas a pie de obra. Posterior al terremoto que en 1755 asoló a la ciudad es el impreso titulado Pregunta que hace/ un Geógrapho a un Artífice Architecto, sobre si los/ Edificios de Ladrillos son más permanentes que los/ fabricados de Piedras. Y si las barras y pernos/ de hierros son perjudiciales en las Piedras, o fa-/vorables en las fábricas de ladri-/llos. 28 Este escrito es una defensa del material constructivo vernáculo, a través de una argumentación que utiliza la solidez de la Giralda o la resistencia de edificios de ladrillos sevillanos durante el seísmo de 1755 como prueba de su tesis. Su autor fue posiblemente un Figueroa, Matías o Ambrosio, puesto que 27 Curiosidades útiles, Arithmética, Geometría y Architectónica. O sea, la regla de Oro Arithmética. El buen zelo, Trtado Geométrico y el Curioso architecto o Cartilla de Architectura. Cfr. María Victoria SANZ SANZ: “El tratado de arquitectura de Bartolomé Ferrer (1719)”. Revista de Ideas Estéticas . Nº 142. 1978. Págs. 111-129. 28 Archivo Histórico Municipal de Sevilla. Sec. XI. En cuarto. Tomo 8. Nº 4. Folios 187190v. 144 ofrece opiniones dadas por el primero y declara su admiración por Leonardo de Figueroa, a quién sitúa al mismo nivel que Carlos Fontana, llamándolos “sabios arquitectos” 29. Conocía los ejemplos de las construcciones de la Antigüedad y la historia de la arquitectura local, y aparece como un estudioso de su arte, citando una relación manuscrita de Hernán Ruiz “el Joven” en donde se ha visto la mención a un tratado perdido de este artífice 30. De acuerdo a este tono culto, el escrito apoya su razonamiento con continuas referencias a autores de la Antigüedad, como Aristóteles o Vitrubio, tratadistas italianos del Renacimiento y el Manierismo, como Alberti, Serlio o Scamozzi, y españoles como Fray Lorenzo de San Nicolás, entre otros. Tal como vemos en inventarios post mortem o en la literatura artística local, el uso de los libros de arte proporcionaba a los maestros de obras una teoría de la arquitectura basada en los órdenes, sus elementos y proporciones, conforme a la cultura artística del clasicismo; pero sobre todo los maestros buscaban en ellos consejos técnicos sobre el modo de afrontar problemas constructivos comunes, desde la cimentación a la montea de las cubiertas. Por ello, y de acuerdo con la formación tradicional y empírica del constructor del Barroco, los textos del XVIII más citados son aquellos que con carácter de “cartillas” ofrecen un amplio campo de soluciones sencillas y prácticas, como son los ejemplos mencionados de los escritos de García Berrugilla o Ferrer, y que inspira la propia recopilación sevillana que hemos comentado anteriormente. Entre los tratados españoles más consultados se encuentra el Arte y uso de la arquitectura de Fray Lorenzo de San Nicolás, citado en sus condiciones de obra por Ambrosio Figueroa y en los escritos de la literatura local; de nuevo este libro se caracterizaba por su versatilidad de sus contenidos, ya que aparecían en sus páginas modelos para el diseño arquitectónico, menciones sobre la historia de la arquitectura e incluso opiniones sobre el método de aprecios y apeos de los edificios. Sólo algunos eruditos amantes de la historiografía artística, como el autor de la Pregunta..., buscaban información en libros más raros, como el manuscrito mencionado de Hernán Ruiz. Por su parte el uso de libros con temas matemáticos, como el muy empleado Tosca, inducía a los arquitectos a aproximarse a la resolución de problemas de cálculo aritmético y de geometría descriptiva. Además, el Compendio mathemático... del valenciano era un libro muy genérico en sus contenidos y de naturaleza ecléctica; valoraba la libertad inventiva pero era también partidario del valor de la utilidad sobre el ornato. La cercanía de estos libros a través de sus ediciones dieciochescas hacía más factible su presencia en la librería de los maestros junto a los grandes títulos de la tratadística italiana del XVI. Citado por Antonio SANCHO: Op. Cit. (1952) Pág. 49. En concreto, un libro sobre mazonería, pues el autor de la Pregunta... señala un manuscrito de Hernán Ruiz en donde afirma haber visto cinchos de hierro en la fábrica de la Giralda antes de su intervención. Antonio De la BANDA Y VARGAS : El arquitecto andaluz Hernán Ruiz II. Sevilla, Universidad, 1974. Pág. 90. Sigue esta opinión Alfredo MORALES: Hernán Ruiz El Joven. Madrid: Akal, 1996. Pág. 158. 29 30 145