La condición social y la formación intelectual de los maestros de

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LA CONDICIÓN SOCIAL Y LA FORMACIÓN INTELECTUAL
DE LOS MAESTROS DE OBRAS DEL BARROCO: EL GREMIO
DE ALBAÑILERÍA DE SEVILLA A MEDIADOS DEL SIGLO XVIII
Francisco Ollero Lobato
Universidad Pablo de Olavide. Sevilla. España
A mediados del siglo XVIII, la estructura laboral de los oficios dedicados a
la construcción no había variado en lo fundamental desde el medievo. En pleno
siglo de las Luces, cuando se inicia el debate sobre la naturaleza y fines de la
arquitectura, y se propone un nuevo concepto y aprendizaje de la profesión a
través de la acción de la Real Academia de San Fernando, la continuidad de la
corporación gremial ayudaba al mantenimiento en el antiguo Reino de Sevilla de
un modo de entender el oficio del arquitecto que explica, en gran medida, la
perduración del estilo y la cultura del Barroco en esta tierra.
El poder del gremio
El gremio sevillano de albañiles agrupaba a todos los maestros, oficiales y
aprendices de este oficio existentes en la ciudad de Sevilla. Las ordenanzas
relativas al gremio publicadas en 1632, determinaban su dominio sobre todos los
que procurasen ser maestros de este arte en la “tierra” hispalense; aunque este
término suponía, al decir de la corporación, el control de los maestros de todo el
antiguo reino sevillano, la realidad que es su campo de acción era efectivo en el
ámbito de la ciudad o su área urbana, puesto que existían gremios del arte en
otras localidades de la antigua jurisdicción, como en Carmona o Écija.
Componían el de la capital sevillana más de setecientos cincuenta individuos en el
mediar de la centuria1. En las Respuestas Generales de la ciudad de Sevilla al
catastro de Ensenada, se indica que integraban el oficio ochenta y dos maestros
examinados, junto a ciento quince oficiales y diecisiete aprendices. Consideradas
las utilidades de los gremios sevillanos, el de los maestro albañiles era el que
tenía una mayor estimación entre los oficios de la construcción2. En una ciudad
que tenía como material constructivo predominante el ladrillo, los albañiles eran
los verdaderos artífices de la arquitectura ciudadana. Los escasos canteros de la
ciudad, también llamados en ocasiones picapedreros, constituidos en linajes de
origen forastero, no se habían agrupado en gremio propio. Así, los integrantes
examinados del gremio podían ser denominados como maestros de obras o
maestros alarifes, esta última palabra con la acepción general de técnico de la
construcción, con independencia de que también se llamara alarife a los propios
alcaldes de la corporación.
El gremio ejercía su poder sobre los artífices y la arquitectura de la ciudad
a través de unas atribuciones exclusivas. Primeramente, la corporación era la
1 754 individuos en el año de 1753 y 782 en el de 1760. (Antonio M. BERNAL, Antonio
COLLANTES DE TERÁN, Antonio GARCÍA-BAQUERO: Sevilla: de los gremios a la industrialización.
Estudios de Historia Social Nºs. 5-6. 1978. Págs. 7-310.)
2 Sobre 22 maestros estimados, cincuenta y un mil ciento setenta reales en “dirección de
obras y aprecios de ellas”. Transcripción de las Respuestas Generales de la ciudad de Sevilla en
Comisaría de la ciudad de Sevilla para 1992 (ed.): La Sevilla de las Luces. Sevilla: Ayuntamiento,
1991. Pág. 260
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única competente para decidir sobre el ejercicio de la profesión, a través de los
exámenes que se efectuaban ante el tribunal gremial. Pese a la reglamentación
ilustrada en beneficio de la libertad del ejercicio y el control de los títulos de
arquitectura por parte de la academia, el gremio sevillano mantuvo esta facultad
durante todo el siglo XVIII. El Dr. Falcón ha comentado cómo incluso un
arquitecto examinado por la Academia, el gaditano Torcuato Benjumeda, tuvo que
pasar en 1792 el pertinente examen gremial para poder ejercer la profesión en la
ciudad3. Además, los cargos del gremio, alcaldes alarifes y examinadores tenían,
como representantes de la corporación, importantes funciones con consecuencias
sobre el urbanismo y el diseño arquitectónico en la ciudad. Los alcaldes alarifes
tenían obligación de vigilar las edificaciones ruinosas o las nuevas
construcciones, para que éstas no pudieran representar peligro para el común de
la población; inspeccionaban también la superficie ocupada en cada nueva obra,
con el fin de que el área construida no invadiese el terreno público, y procuraban
que las nuevas fachadas estuvieran alineadas con respecto a las calles. De este
modo, su responsabilidad sobre el trazado de la trama urbana y el cuidado de las
edificaciones en el XVIII era destacada. Especialmente, el dominio del gremio
sobre la arquitectura de la ciudad se especificaba en el acto de la dación de
medidas. Consistía éste en un paso previo al inicio de una construcción de nueva
planta, y a él acudían diputados nombrados por el municipio, los alcaldes alarifes
y el maestro de obras que fuera a labrar la nueva obra. En este acto, los alcaldes
verificaban el plan de obra del maestro, inspeccionaban que no se atentase a los
derechos del común y podían modificar, con vigilancias posteriores de la obra, el
desarrollo en fachada del edificio4.
El aprendizaje de la profesión
Junto a esta tangible influencia del gremio sobre la arquitectura sevillana
existía otro ámbito endógeno de dominio sobre el saber arquitectónico, a través de
la formación de sus miembros. Los albañiles sevillanos decididos a completar su
camino hasta la maestría se iniciaban en el oficio mediante el aprendizaje,
obligatorio según las ordenanzas. Este se conseguía mediante el apadrinamiento
de un maestro examinado, con el que se establecía un contrato, abundantemente
escrito, donde se obligaba el maestro a la enseñanza del oficio, y el aprendiz a
atender al servicio de las tareas que su tutor le fuera mandando. El análisis de los
documentos notariales permite acercarnos a algunas características de la
enseñanza de los aprendices sevillanos en la albañilería. El tiempo de duración de
los contratos abarcaba entre los tres y cinco años, durante los cuales los
aprendices reciben sueldos de tres, cuatro o cinco reales, salario que a veces se
dispone en aumento dependiendo de los años transcurridos. Al finalizar la etapa
se otorgaba en ocasiones una declaración escrita sobre la efectiva concurrencia y
eficacia del período de aprendizaje. El acercamiento a los rudimentos del oficio por
parte del aprendiz estaba basado en una cuestión de experiencia, mediante la
participación en tareas relacionadas con la construcción a pie de obra, primero
como ayudante de los oficiales y maestros, y luego trabajando al servicio del
maestro como su propio oficial. Finalmente, el maestro le daba libertad para
Teodoro FALCÓN: Pedro de Silva. Sevilla: Diputación, 1979. Págs. 20-21.
La modificación del control municipal sobre la arquitectura doméstica en el marco
ilustrado en Francisco OLLERO LOBATO: “La Ilustración en Sevilla: tradición y novedad en la
arquitectura del XVIII” en Actas del IX Congreso Español de Historia del Arte. León: Universidad,
1994. Tomo II. Págs. 115-125.).
3
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servir también en las obras de otros colegas5.
La participación en estas
actividades permitía el conocimiento inicial de los materiales, herramientas y
estereotipos de los elementos y métodos de construcción6. La importancia de este
acceso empírico a la profesión explica que algunos aprendices se titulen como
oficiales tras un el paso de un año de aprendizaje, e incluso que algún maestro
declare por escrito la oficialía de un aprendiz al paso de un año y medio o dos
años del comienzo de su aprendizaje 7. Recordemos en este sentido que la oficialía
permitía en la práctica el ejercicio del oficio, aunque incluido en la cuadrilla de un
maestro, y por ello se ha denominado a los oficiales como “maestros no titulados”8.
De este modo, la longitud de los períodos de aprendizaje cabe explicarse en
términos de explotación productiva del maestro, el cual recibe en trabajo la
compensación al desvelo de los secretos del oficio.
La perduración de este aprendizaje implicaba también la continuidad de
técnicas y modos artísticos conservadores. Se detecta en las cartas y
declaraciones de los aprendizajes que éstos se concentran en torno a unos
cuantos maestros, que a veces toman aprendices de modo simultáneo; además, la
perpetuación de la dedicación profesional en generaciones familiares explica que
muchos alarifes aprendan el oficio en casa, a través de la enseñanza paterna.
Sobre trece maestros tomados entre los que se examinan entre 1759 y 1760,
cinco de ellos declaran haber aprendido el oficio con su padre; entre quince
maestros examinados en los años 1763 y 1764, son ocho los que se iniciaron en el
oficio con su progenitor y otro familiar9.
El examen de maestría
El peso de esta enseñanza, eminentemente práctica y dominada por la
tradición, se siente igualmente en los exámenes de albañilería, la prueba a través
de los cuales se accedía a la maestría del oficio. Los exámenes se efectuaban en la
capilla de San Andrés ante los alcaldes alarifes y los examinadores. Los
pretendientes a esta prueba debían aportar datos sobre la realización del
aprendizaje, concretados en la presentación de declaraciones de los maestros
encargados de la formación o de cartas de aprendizajes, siendo especialmente
exigentes en este punto con los albañiles forasteros, no conocidos en su etapa
formativa. El gremio dispuso además desde 1760 que los aspirantes pasasen por
una junta previa de maestros diputados que determinarían si eran aptos para
concurrir ante el tribunal.
El examen que el alarife debía afrontar consistía propiamente en una serie
de “diferentes preguntas y repreguntas anexas y consernientes a el sitado ofizio de
Por ejemplo, en 1777 el maestro Miguel Guisado declaró cumplido el aprendizaje de
Fernando Velasco, que fue su aprendiz desde 1748, y a quien enseñó el oficio durante seis años.
Guisado expresó que lo tuvo ocupado en obras hasta 1770, y que el tiempo restante trabajó con él y
otros maestros de la ciudad. Francisco OLLERO: Noticias de Arquitectura (1761-1780). Sevilla:
Guadalquivir, 1994. Pág. 205
6 El gallego José de Nuevas se puso de aprendiz con Diego García para aprender el oficio de
la albañilería y a cortar “ladrillo a tajo y moldurado”. Francisco OLLERO: Op. Cit. (1994). Pág. 170.
7 Es el caso de Juan Téllez, quién en 1760 declaró la oficialía de dos aprendices suyos,
tomados en 1758, Antonio Cuadrado y Pedro Carrasco. Yolanda FERNÁNDEZ CACHO: Fuentes para
la Historia del Arte Andaluz. Noticias de arquitectura en el Archivo de Protocolos Notariales de Sevilla
1741-1760. Tesis de Licenciatura inédita. Sevilla: Universidad, 1988. Pág. 537
8 María del Carmen HEREDIA MORENO: Estudio de los contratos de aprendizaje artístico en
Sevilla a comienzos del siglo XVIII. Sevilla: Diputación, 1974. Pág. 16.
9 Sobre datos tomados del Archivo Histórico Municipal de Sevilla. Sección XVI. Antiguos.
Carp. 1663.
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Alvañil” mientras se le exigía también “que trasara con una regla y compás
diferentes sircunstancias y piezas del nominado ofizio...” 10. Así pues, de la
documentación se colige la existencia de una prueba vinculada al ejercicio
práctico de la profesión, similar en su esquema a las impuestas por otras
corporaciones del oficio en diversas capitales del país11. Se dividía en dos partes:
una primera que se respondía de manera oral, posiblemente relacionada con
técnicas, métodos o problemas simples sobre construcción, y una segunda acerca
del dominio de elementos arquitectónicos, concretada en el dibujo de sus trazas.
En esta última, se insistía en las capacidades del alarife para conocer el repertorio
básico de soportes, cubiertas y tipos constructivos, mientras que se cumplía en
alguna medida con la recomendación albertiana asumida por el clasicismo sobre
el dominio del diseño.
La documentación de los exámenes no es más explícita sobre los
contenidos concretos de las pruebas de traza. Conocemos que en el gremio de
Carmona algunas pruebas del gremio de albañilería consistían durante estos años
en la factura de una casa cuadrada con sus elementos12. Las ordenanzas
sevillanas de 1527 establecían que los nuevos maestros de obras dominaran una
serie de tipos edilicios, como hacer una casa común, una casa principal, una
iglesia de tres naves, varios tipos de capillas, monasterio, molino de pan, molino
de aceite, fortaleza; también establecían que el alarife debía ser capaz de labrar
ciertos elementos, como “tejas y facer canales maestras y lunas”, arcos de
distintos tipos y tamaños, pilares, y escaleras “prolongada y de caracol”, portadas
de yesería “así de Romano como de lazo”, chimeneas, puertas, alberca y pilas. Por
último, también se exigía la comprensión de una serie de técnicas, como el
encalado, o el solado.
Muy posiblemente los exámenes del XVIII, sujetos a lo dispuesto en
ordenanza, establecieran unos ejercicios análogos para los aspirantes al título de
maestro. Ante el número de maestros que pasaban el examen, muchos de ellos
con dificultades en el leer y escribir, el conocimiento de geometría que exigirían
debía ser elemental, con dominio de figuras simples, medidas de longitud y
superficie, y escalas. El prurito humanista del arquitecto como entendido en
diversos saberes, especialmente matemáticos, aparece en las propias ordenanzas
del XVI, que sugieren que los maestros de obras “hayan saviduría de geometría y
entendidos en facer engenios y otras sotilezas” 13, y su espíritu parece influir sobre
el carácter del ejercicio de examen; sin embargo, la prueba parece adquirir el
papel de trámite último en la vigilancia gremial sobre la formación de sus
miembros. Los maestros aprendían las técnicas y métodos de construcción de
acuerdo a fórmulas de proporciones establecidas por la tradición y la experiencia,
y memorizaban las relaciones entre elementos geométricos para labrar las partes
del edificio, tal como establece para los carpinteros de lo blanco con respecto a las
10 Examen de Francisco Muñoz, en el día 28 de enero de 1749. AHMS. Sec. XVI. Antiguos.
754. Alarifes. Teodoro FALCÓN transcribió el examen de Antonio de Figueroa, celebrado en 1755.
En él se le hicieron “preguntas y repreguntas tocantes y pertenecientes al dicho oficio de albañilería y
trasar y modelar con una regla y compás que le dieron en un pliego de papel lo que executó el
susodicho con toda libertad y destreza, respondiendo theorica y prácticamente en todo lo que expresó
y executó...” (El aparejador en la historia de la arquitectura. Sevilla: Colegio Oficial de Aparejadores y
Arquitectos Técnicos, 1981. Documento 6).
11 Véase “Formación de los arquitectos tradicionales.” En Alfonso RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ
DE CEBALLOS: El siglo XVIII entre tradición y academia. Madrid: Sílex, 1992. Págs. 30-41.
12 Francisco J. HERRERA GARCÍA et al.: Carmona Barroca. Panorama artístico de los siglos
XVII y XVIII. Pág. 13.
13 Ordenanzas de alarifes. Ordenanzas municipales de Sevilla (1527 y 1632) Sevilla: Otaisa,
1975.
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cubiertas mediante el uso de escuadras y cartabones el libro de López de Arenas,
que se edita de nuevo en 1727.
Maestros, aparejadores y arquitectos.
El examen de maestría era el requisito exigido para que los maestros
pudieran atender libremente los contratos, y no existía otra norma legal que
dividiese a los maestros de obras entre arquitectos tracistas o albañiles dedicados
a la ejecución. Si bien las ordenanzas del XVI distinguen entre los maestros de
obra prima o sutil, y los maestros de obra llana o bastarda, o otras ordenanzas
gremiales del XVIII como las de la ciudad de México distinguen un examen de lo
blanco y otro de lo prieto para identificar dos tipos de profesionales14, lo cierto es
que en Sevilla en el período que nos ocupa esta separación no existía de derecho.
De este modo, todo individuo examinado tenía la misma condición legal,
denominándosele indistintamente como maestro albañil, maestro de obras o
maestro alarife, teniendo estos términos un mismo significado durante el siglo.
Como alarife a secas se identificaba a los alcaldes del gremio, elegidos dos por
año, o bien a los responsables públicos escogidos por los cabildos municipales en
determinadas ciudades o villas. Los maestros mayores de obras eran los
examinados que habían sido nombrados responsables de las obras y tasaciones
de determinadas instituciones de la ciudad. Recibían un sueldo fijo, participan en
los aprecios y apeos de las propiedades rústicas y urbanas de la institución, y
trabajaban en las obras que estos inmuebles requerían. Las más importantes
eran la maestría mayor del cabildo municipal, la del cabildo eclesiástico y
arzobispado, la de la Catedral, y la maestría mayor de los Reales Alcázares.
Fueron sobre todo estos maestros los que recibieron en ocasiones la
denominación de arquitectos, reconociendo así su prestigio y renombre
profesional. Pero aún en esta época reciben tal título los entendidos en el diseño
artístico, es decir aquellos que Fray Lorenzo de San Nicolás se refería como
artistas del “ornato externo”, normalmente pintores o retablistas, que intervenían
por su trabajo en la invención de adornos arquitectónicos. En el último cuarto del
siglo se introducirá en la ciudad una nueva acepción del término, a través del
influjo de la Academia. De este modo el cabildo municipal de la ciudad solicitará
al Consejo de Castilla que tal título conste para identificar la figura del antiguo
maestro mayor de obras de la ciudad.
Finalmente, en cuanto a la terminología profesional, aparece el término
aparejador para identificar a determinados maestros. Como tal se entiende, a
mediados del XVIII, al maestro encargado directamente a pie de obra de una
operación constructiva, que sigue las indicaciones o condiciones de otro maestro
que es autor de la idea y diseño arquitectónico, o también en otro significado al
segundo maestro de obras de una institución importante, como sucedía en los
Reales Alcázares o en la construcción de la Real Fábrica de Tabacos.
La inexistencia de una norma jurídica que separase al maestro albañil del
arquitecto no quiere decir que en razón de la praxis constructiva, su cultura y su
prestigio, no existieran diferencias entre los examinados del gremio. La propia
elección en el segundo día después de Pascua de Resurrección de los Alcaldes
alarifes y examinadores era un reconocimiento interno de la labor de
José Antonio TERÁN BONILLA: “Los gremios de albañiles en España y Nueva España” en
Imafronte. Nºs. 12-13. 1998. Págs. 341-356, citando documentación utilizada por Mardith K.
SCHUETZ: Architectural practice in Mexico city, a manual for journeymen architects of the eighteenth
century. Tucson: University of Arizona Press, 1987. Pág. 101.
14
140
determinados maestros. Cuando por alguna circunstancia los alarifes solicitaban
el concurso de una delegación de maestros, los integrantes del gremio escogían
para ello a los que consideraban más aptos entre sus miembros. Así ocurrió en
1760, cuando la corporación decidió investigar la limpieza de sangre de oficiales y
aprendices, designando a diversos maestros “los de más práctica y experiencia”
para que formasen una junta con tal fin15. Los principales arquitectos de la
ciudad coincidían con los que detentaban los mejores puestos como maestros
mayores en las instituciones. Su estilo de vida difería de los otros maestros,
acostumbrados a una vida sin lujos y en muchas ocasiones ejerciendo otras
actividades complementarias para su subsistencia. Así, aparecen como dueños de
moradas principales o propietarios de varias fincas urbanas, incluso como
poseedores de parcelas rústicas, inversiones que se permiten por la percepción de
sueldos fijos. Desde el punto de vista religioso, se integran en las hermandades
sacramentales, colectividades de prestigio en la vida sevillana del XVIII, o se
procuran entierros piadosos. La estimación pública de su trabajo hacía posible
esta gradación entre los maestros examinados. En 1756, con motivo del terremoto
que afectó a la capital, se elaboró una lista de los más conocidos maestros del
municipio, ordenada uno a uno en razón del parecer sobre su categoría
profesional. El autor del informe indica que tales artistas “van puestos cada uno
según su grado, y adelantamientos en su facultad, y los demás que no van puestos
es por no tener satisfacción ni saber sus adelantamientos...”16.
Consideración social
Pese a ser considerado un oficio menestral, no por ello la corporación
gremial no trató de elevar la condición social de sus miembros durante el XVIII. A
ello contribuía la corriente humanística que aceptaba al arquitecto como artífice
versado en diversos saberes y capacitado para el diseño a través de su formación
intelectual, y aunque esta visión no correspondiese a la realidad de la mayoría de
los agremiados, si constituía al menos un marco ideal para el ascenso en la
estimación pública. Así, la corporación acentuó durante el XVIII la vigilancia
prevista ya en las ordenanzas de 1527 sobre la limpieza de sangre de sus
miembros, obligando a aprendices y oficiales, como hemos mencionado, a pasar
por la escribanía de alarifes con objeto de obtener informaciones en este respecto,
con correspondientes “fees de casamiento y bautismo” y con el fin de “que asi
constara, y se supiera la estimación con que siempre havía sido tratado dicho Arte
en todos tiempos” 17. Este prurito de segregación se orienta también sobre el
gremio de la carpintería de lo blanco, el otro gran gremio sevillano de la
construcción. Estos artífices, encargados de la obra en madera de los edificios, y
Véase nota 17.
AHMS. Sec. XVI. Varios antiguos. 499(2). Fol. 28-30v. Memoria fechada en 12 de
diciembre de 1756. Como maestros mayores aparecen Pedro de San Martín, Matías de Figueroa,
Ignacio Moreno, Tomás Zambrano, Francisco Sánchez de Aragón, Juan Guisado Armero, Ambrosio
Figueroa, Juan Nuñez y Mateo de Alba. Como alcaldes y examinadores José Valcárcel, Francisco
Escacena, José Martínez y Pedro de Silva. Como maestros particulares, Juan Muñoz Delgado,
Esteban Paredes, Francisco Romero, Manuel Zambrano, Miguel Díaz, Francisco Muñoz, Mateo
Rodríguez, Miguel de Rueda, Juan Fernández Buyza, Juan de Pina, Diego Sánchez, Francisco
Sánchez, Francisco Carrascoso, Isidro de Lebrija, Andrés de Escacena, José de Herrera, José
Ximénez, Juan Díaz Romero, Francisco Ximénez, José Rodríguez, Manuel de la Barrera, Domingo de
Chaves, Francisco Tirado, Miguel Tirado, Manuel Gómez, Francisco Jiménez Bonilla, Diego José del
Trigo, José Gavira, Alejandro Gutiérrez, Antonio Talabán y Diego Suárez.
17 AHMS. Sec. XVI. Antiguos. Carp. 688. Documento citado por Antonio M. BERNAL et al.
Op. Cit. (1978).
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que mantenían el conocimiento de técnicas y modelos artísticos mudéjares que
aún eran empleados, trabajaban paralelamente a la labor de los albañiles. Desde
el siglo XVI las ordenanzas de ambas corporaciones trataban de deslindar las
funciones de cada oficio, con el objeto de evitar ingerencias. Pese a ello, se
producían algunas intromisiones, como cuando algunos carpinteros trataron de
ejecutar en 1753 su propio diseño para la capilla de su hermandad, la de San
José, alegando su inteligencia en la materia18. Algunos afamados maestros
carpinteros dirigieron en alguna ocasión operaciones constructivas sin presencia
de albañiles, como ocurrió en 1768 con la construcción de la sacristía para el
Colegio agustino de San Acasio, contratada por Jacinto de Morales, o más
importante, en la obra de la iglesia parroquial de Villaverde, dirigida por el
maestro de obras de carpintería del arzobispado Francisco del Valle 19. Además,
pese a la superioridad como técnicos de los maestros de obras, desde el punto de
vista económico las rentas de los carpinteros eran proporcionalmente el doble de
las obtenidas por los albañiles, aspecto éste que debía favorecer el espíritu de
competencia por parte del gremio de alarifes. Aunque las ordenanzas establecían
la paridad entre carpinteros y albañiles y su independencia para emitir juicios
técnicos, desde al menos el siglo XVII los segundos consiguieron ser los
principales peritos en los aprecios, deslindes y apeos de solares y edificios, siendo
su parecer más importante y general para su descripción y evaluación, aunque
con la presencia también de los carpinteros, que enjuiciaban el valor de la madera
y sus estructuras. Siguiendo este camino, se llegó en 1780 a afirmar por parte de
los alcaldes del gremio lo innecesario de la presencia de los carpinteros en estos
propios actos, limitando a los maestros de obras la competencia sobre tales
asuntos20.
Formación intelectual y literatura artística
Así pues, la preocupación por elevar la condición social y profesional del
oficio como corporación fue un reto para el gremio local de albañilería. La
obtención, sin embargo, de una mayor formación intelectual quedaba dentro de
las aspiraciones individuales de una minoría, consciente de la importancia, junto
a lo “práctico” de lo “especulativo” en la profesión. Esta elite consta de ejemplos
brillantes, como en el caso de Leonardo de Figueroa, poseedor de una extensa
biblioteca, de la que conocemos su tasación a través e la hipoteca que de ella hizo
su hijo Matías en 1733 y donde se valoró en más de 4.500 ducados21. Pero en
general, los testamentos o inventarios de bienes donde aparecen libros son
escasos. Entre las propiedades del conocido arquitecto arzobispal Diego Antonio
Díaz, inventariadas a su muerte en 1748, se encontraban treinta y ocho tomos
dedicados a la arquitectura y astronomía, así como nueve tomos de matemáticas,
posiblemente del Padre Tosca. Entre las obras de librería que dejó a su muerte en
18 Francisco J. HERRERA GARCÍA: “Sobre la intromisión de otras artes en la arquitectura.
Un ejemplo sevillano” en Atrio. Nº 4. Sevilla: 1992. Págs. 117-130.
19 Archivo Histórico Provincial de Sevilla. Sección Protocolos. Of. 18. 1768. Fols. 1119-27v.
Jacinto de Morales se obliga a labrar a la espalda del altar mayor de la iglesia una sacristía de 8
varas de largo por 5 de ancho. Sobre la parroquial de Villaverde, F. OLLERO: Op. Cit. Págs. 488493 y nota 252.
20 Así declararon los maestros mayores Pedro de San Martín y Pedro Talero en respuesta a
una información solicitada por el síndico personero del Puerto de Santa María (F. OLLERO: Op. Cit.
[1994] Pág. 400.)
21 Antonio SANCHO CORBACHO: Arquitectura barroca sevillana del siglo XVIII. Madrid:
CSIC, 1952. (1984). Pág. 15.
142
1749 el arquitecto valenciano Pedro de la Viesca, vecino de Sevilla, que llegó a
desempeñar el cargo de maestro mayor del cabildo municipal, se encontraban
libros de matemáticas, como la aritmética de Zaragoza, u ocho tomos del
Compendio... de Tosca, junto a los tratados italianos del Vignola o Palladio. De la
Viesca poseía el tratado de fortificaciones de Cristóbal de Rojas, y completaba su
colección de obras relacionadas con el oficio con un tratado de relojes y distintas
obras de dibujo y aprendizaje del diseño22. En otros documentos testamentarios
posteriores aparecen también alusiones a “herramientas y libros de arquitectura”
como bienes relativos al oficio, que son señalados como herencia para los hijos
que toman también la profesión paterna23.
El conocimiento de la literatura artística proporcionaba en ocasiones
motivos para el diseño de trazas, a través de las láminas, grabados y explicaciones
insertas en las obras. Nos limitamos a señalar dos ejemplos citados
explícitamente en las fuentes documentales: los carpinteros de la hermandad de
San José proyectaron la planta de su capilla sevillana con la ayuda de “cierto
arquitecto veneciano”, apoyándose quizás en Serlio, u otro tratado impreso en la
capital véneta. Por su parte, el maestro de obras Tomás Botani ordenó en fechas
más tardías que cierta pintura para el cuerpo de campanas labrado en la torre de
Santa María de Utrera se hiciera “conforme al autor Biñola” 24. Pero en la mayoría
de los casos la referencia a la tratadística se hace en asuntos técnicos, como
apoyo a una argumentación en la que se prejuzga positivamente la tradición
artística escrita. Cuando Pedro de Silva y Ambrosio de Figueroa, maestros
mayores del arzobispado, discuten en 1764 sobre el ancho que debe darse a los
muros en una obra en la iglesia de San Sebastián de Marchena, el primero de
ellos alude a la falta de apoyo en “autores en reglas” de la opinión de Figueroa,
con la salvedad de lo expuesto en el tratado de Juan García Berrugilla, Verdadera
práctica de las Resoluciones de la Geometría... publicado en 174725.
Nos ceñimos a la década de los años cincuenta para asomarnos a la
literatura artística local elaborada por los integrantes del gremio. Estas obras
están escritas para ofrecer propuestas de carácter práctico y técnico, de manera
que no se ha planteado aún por estos años un debate sobre los problemas acerca
de la naturaleza y fines de la arquitectura, al modo en que tal cuestión comienza a
tratarse ya en otros centros artísticos.
En 1751 un autor anónimo escribió el manuscrito que se conserva en el
fondo antiguo de la Biblioteca Universitaria de Sevilla Libro/ Que contiene tres
tratados/ el Primero:/ De las ordenanzas del Santo Rey/ don Fernando a los
Alarifes de Sevilla/ el Segundo:/ De Aprecios de casa y Solares/ yermos/ El
tercero:/ De el valor de una Bara cúbica de cantería, y Albañilería, y otras
curiosidades.26 Como indica su título, el libro es una compilación de otros breves
escritos independientes entre sí. El primero de ellos no es más que una
22 El inventario de Díaz en Heliodoro SANCHO CORBACHO: Documentos para la Historia del
Arte en Andalucía. Tomo VII. Sevilla: Laboratorio de Arte de la Universidad, 1934. Pág. 87, y Yolanda
FERNÁNDEZ CACHO: Op. Cit. (1988), folios 95-99. Para el inventario de La Viesca, folios 268 y269
de esta última obra.
23 En los testamentos de los maestros Francisco Escacena, en 1761, y Joaquín de Herrera,
en 1770. (F. OLLERO: Op. Cit. [1994]. Págs. 136-137, y 216-218, respectivamente.)
24 Antonio SANCHO: Op. Cit. (1952). Pág. 134, y F. HERRERA: Op. Cit.; la inspiración de
Botani en Vignola en F. OLLERO: “Sobre el color en la arquitectura del arzobispado hispalense
durante la segunda mitad del XVIII” en Atrio. Nºs. 8/9. 1996. Págs. 53-62.
25 Archivo General del Arzobispado de Sevilla. Justicia. Ordinario. Autos de fábrica. Leg.
1503. Fol. 170. Documentación citada por Juan Antonio ARENILLAS: Ambrosio de Figueroa. Sevilla:
Diputación, 1993
26 Manuscrito 331/115. Citado por FALCÓN (1981) y otros autores.
143
transcripción sobre las ordenanzas de 1527, de las que a su vez sabemos que
recogen normas del oficio medievales, -el Libro del Peso de los Alarifes y Balanza
de los Menestrales- del siglo XIV, junto con otra redacción ya del XVI. El segundo
texto es titulado Tratado segundo de aprecios de /aprecios de casas y sola-/ res
yermos vendidos en venta Real o a tributo de/ por vidas, así dentro de esta ciudad
como/ extramuros/ de ella./Su autor la mejor conciencia/ mediante la madurez/ y
buena Sabiduría./. Esta fechado en Sevilla en 29 de junio de 1751, tal como reza
en el propio título, y es obra de un maestro local, en “madurez”, posiblemente el
mismo que procediera a recopilar en el tomo manuscrito los tres escritos. Este
segundo “tratado” ofrece tipos de tasación de los edificios según su situación en la
ciudad, de modo que las parcelas de las collaciones céntricas resultan más caras
que las de las exteriores o arrabales. Incluso en estos últimos casos, es más alto
su valor en las cercanías de sus iglesias parroquiales que en su perímetro.
También son variables de estos aprecios los distintos arrendamientos y tributos
que pesan sobre las viviendas, y el estado de las construcciones y sus materiales.
El tercer escrito es llamado Tratado tercero. Otro tratado sobre valor de varas
cúvica/ de cantería, Albañilería, tapiería y de otras/ diferiencias (sic)/
pertenecientes a las Fabricas/ Sacado del curioso Arquitecto/ el lizenciado Don
Bartolomé Fernández/ del folio 136 del corte de las obras/ y de otros autores/.
Contiene los valores del corte de distintos tipos de materiales de construcción,
como piedras de diversas canteras –Mairena, Morón, Espera, Carmona, Jerez,
Puerto de Santa María, Málaga, Gerena...- y categorías –de piedra, jaspe o
mármol-, ladrillos y tapias. En relación a este último material el escrito cita
expresamente las fuentes de los contenidos del texto, Fray Lorenzo de San
Nicolás, y el libro del licenciado Bartolomé “Férnandez”. Se trata en realidad de
Bartolomé Ferrer, sacerdote conquense aficionado a la arquitectura y autor de un
texto editado en Madrid en 1719, Curiosidades útiles, Arithmética, Geometría y
Architectónica....27
Un último escrito inserto en este tomo es la Razón de los Estadales/ que se
usan en España/ para medir las tierras y de las/ Cuerdas con que se miden/
teniendo cada una cinco/Estadales. Como en el caso anterior, la diversidad de
medidas aplicables en distintos reinos y lugares del país da utilidad a este
apartado, en donde se recoge la equivalencia por superficie de los estadales de
distintas ciudades y villas, y se presenta un solucionario de cuestiones
geométricas para medir áreas, empleando figuras triangulares y circunferencias.
Los tres escritos compilados manifiestan este carácter práctico, útil para la
resolución de problemas cotidianos que aparecían en las evaluaciones sobre
edificios o en las tareas a pie de obra.
Posterior al terremoto que en 1755 asoló a la ciudad es el impreso titulado
Pregunta que hace/ un Geógrapho a un Artífice Architecto, sobre si los/ Edificios de
Ladrillos son más permanentes que los/ fabricados de Piedras. Y si las barras y
pernos/ de hierros son perjudiciales en las Piedras, o fa-/vorables en las fábricas
de ladri-/llos. 28 Este escrito es una defensa del material constructivo vernáculo, a
través de una argumentación que utiliza la solidez de la Giralda o la resistencia de
edificios de ladrillos sevillanos durante el seísmo de 1755 como prueba de su
tesis. Su autor fue posiblemente un Figueroa, Matías o Ambrosio, puesto que
27 Curiosidades útiles, Arithmética, Geometría y Architectónica. O sea, la regla de Oro
Arithmética. El buen zelo, Trtado Geométrico y el Curioso architecto o Cartilla de Architectura. Cfr.
María Victoria SANZ SANZ: “El tratado de arquitectura de Bartolomé Ferrer (1719)”. Revista de
Ideas Estéticas . Nº 142. 1978. Págs. 111-129.
28 Archivo Histórico Municipal de Sevilla. Sec. XI. En cuarto. Tomo 8. Nº 4. Folios 187190v.
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ofrece opiniones dadas por el primero y declara su admiración por Leonardo de
Figueroa, a quién sitúa al mismo nivel que Carlos Fontana, llamándolos “sabios
arquitectos” 29. Conocía los ejemplos de las construcciones de la Antigüedad y la
historia de la arquitectura local, y aparece como un estudioso de su arte, citando
una relación manuscrita de Hernán Ruiz “el Joven” en donde se ha visto la
mención a un tratado perdido de este artífice 30. De acuerdo a este tono culto, el
escrito apoya su razonamiento con continuas referencias a autores de la
Antigüedad, como Aristóteles o Vitrubio, tratadistas italianos del Renacimiento y
el Manierismo, como Alberti, Serlio o Scamozzi, y españoles como Fray Lorenzo de
San Nicolás, entre otros.
Tal como vemos en inventarios post mortem o en la literatura artística
local, el uso de los libros de arte proporcionaba a los maestros de obras una teoría
de la arquitectura basada en los órdenes, sus elementos y proporciones, conforme
a la cultura artística del clasicismo; pero sobre todo los maestros buscaban en
ellos consejos técnicos sobre el modo de afrontar problemas constructivos
comunes, desde la cimentación a la montea de las cubiertas. Por ello, y de
acuerdo con la formación tradicional y empírica del constructor del Barroco, los
textos del XVIII más citados son aquellos que con carácter de “cartillas” ofrecen
un amplio campo de soluciones sencillas y prácticas, como son los ejemplos
mencionados de los escritos de García Berrugilla o Ferrer, y que inspira la propia
recopilación sevillana que hemos comentado anteriormente.
Entre los tratados españoles más consultados se encuentra el Arte y uso
de la arquitectura de Fray Lorenzo de San Nicolás, citado en sus condiciones de
obra por Ambrosio Figueroa y en los escritos de la literatura local; de nuevo este
libro se caracterizaba por su versatilidad de sus contenidos, ya que aparecían en
sus páginas modelos para el diseño arquitectónico, menciones sobre la historia de
la arquitectura e incluso opiniones sobre el método de aprecios y apeos de los
edificios. Sólo algunos eruditos amantes de la historiografía artística, como el
autor de la Pregunta..., buscaban información en libros más raros, como el
manuscrito mencionado de Hernán Ruiz. Por su parte el uso de libros con temas
matemáticos, como el muy empleado Tosca, inducía a los arquitectos a
aproximarse a la resolución de problemas de cálculo aritmético y de geometría
descriptiva. Además, el Compendio mathemático... del valenciano era un libro muy
genérico en sus contenidos y de naturaleza ecléctica; valoraba la libertad
inventiva pero era también partidario del valor de la utilidad sobre el ornato. La
cercanía de estos libros a través de sus ediciones dieciochescas hacía más factible
su presencia en la librería de los maestros junto a los grandes títulos de la
tratadística italiana del XVI.
Citado por Antonio SANCHO: Op. Cit. (1952) Pág. 49.
En concreto, un libro sobre mazonería, pues el autor de la Pregunta... señala un
manuscrito de Hernán Ruiz en donde afirma haber visto cinchos de hierro en la fábrica de la Giralda
antes de su intervención. Antonio De la BANDA Y VARGAS : El arquitecto andaluz Hernán Ruiz II.
Sevilla, Universidad, 1974. Pág. 90. Sigue esta opinión Alfredo MORALES: Hernán Ruiz El Joven.
Madrid: Akal, 1996. Pág. 158.
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