1 JOSÉ (I): POR CUANTO TODOS PECARON (Génesis 37:1

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JOSÉ (I): POR CUANTO TODOS PECARON
(Génesis 37:1-36)
INTRODUCCIÓN.Durante tres o cuatro semanas veremos la historia de José el hijo de Jacob. Va desde el capítulo 37
de Génesis hasta el 50. Hoy veremos el 37.
La historia es bastante conocida: José cuando tenía 17 años es vendido por sus hermanos como
esclavo y llevado a Egipto. Al principio pasa unos años difíciles, terminando en la cárcel. Pero gracias
a la interpretación de los extraños sueños de Faraón (vacas gordas y vacas flacas) sale de prisión para
ocupar un puesto importante en el gobierno de Egipto. En el tiempo de hambre (de vacas flacas),
aparecen sus hermanos para comprarle alimento; dándose a conocer finalmente a ellos. Los trae a
Egipto, proveyendo así para la supervivencia de toda su familia.
Esta es la historia contada en cuatro palabras, y es importante tener esa idea de conjunto para no
perder el norte. Sin embargo iremos viendo más detalles que nos alumbrarán en diferentes aspectos
de la vida.
Quizá una de las primeras cosas que nos sorprende es ver cómo, aunque Dios parece ausentarse al
principio, y durante buena parte de esta historia, dejando funcionar la maldad y el pecado de unos y
otros; aún así van cumpliéndose sus planes, los cuales habían sido declarados con anterioridad.
Porque en Génesis 15:13-16, Dios predice a Abraham que su pueblo estaría 400 años en Egipto, y que
después regresarían a la tierra prometida. “Serán… oprimidos cuatrocientos años” –le dice–. Él tiene
razones misteriosas para alejarlos durante cuatro siglos (que para nosotros es un montón de
tiempo), antes de que hereden la tierra. Y en el versículo 16 les dice el motivo: “porque antes de eso
no habrá llegado al colmo la iniquidad de los amorreos”.
Así que, toda esta historia de José llena de pecados, traiciones y sufrimientos vista desde más arriba
termina encajando cada cosa, y cumpliendo perfectamente el buen plan de Dios que les había
predicho. El pueblo es salvado de desaparecer por el hambre, y, por medio de José cuida de ellos. Es
como lo explica José a sus hermanos al final de la historia. “Es verdad que vosotros pensasteis
hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la
vida de mucha gente”. (Gen. 50: 20)
Ese control de Dios que vemos, nos trae esperanza y consuelo en muchas de nuestras situaciones. Y
esa es una de las funciones importantes de las Escrituras. Como dijo Pablo: “De hecho, todo lo que se
escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras,
perseveremos en mantener nuestra esperanza”. (Rom. 15.4)
Veamos ahora con más detalle la actuación de unos y otros en esta historia.
I.- JACOB, EL PADRE DE JOSÉ.La narrativa de esta historia empieza con un error tan común como es el favoritismo de un padre,
Jacob, hacia su hijo José. Él mismo había sufrido las consecuencias del favoritismo paterno en su
propia vida y en la de Esaú su hermano, con un montón de problemas. Y aún así mimaba
abiertamente a José. Tal vez un peligro de los que tenemos cierta edad es que se debiliten las
cuestiones éticas. Jacob tal vez pensó que por haberlo tenido en su vejez tenía derecho a mimarlo, y
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a no ser equitativo con cada uno. “Israel amaba a José más que a sus otros hijos, porque lo había
tenido en su vejez. Por eso mandó que le confeccionaran una túnica especial de mangas largas.
Viendo sus hermanos que su padre amaba más a José que a ellos, comenzaron a odiarlo y ni siquiera
lo saludaban”. (Génesis 37: 3-4)
Tal vez Jacob podía tratar de argumentar su preferencia por José diciendo que era el primer hijo de
su esposa Raquel, a la que él verdaderamente quería. Ya sabéis que a la otra esposa se la endosó a la
fuerza su suegro. Pero nada de eso justifica la falta de equidad con sus hijos y el favoritismo hacia
José.
Además le regala una túnica de colores y mangas largas, que lo colocaba por encima de los demás.
Significaba que José ya no se tendría que ocupar de los trabajos más ingratos sino que estaba un
poco como supervisor de lo que hacían sus hermanos, dándole información de ello a su padre. Por
ese proceder de su padre, se vio expuesto a la hostilidad de sus hermanos los cuales ‘comenzaron a
odiarlo y ni siquiera lo saludaban’.
Jacob también parece poco prudente al mandarlo en busca de sus hermanos desde Hebrón hasta
Siquén. Hay unos 80 Km. de distancia, andando, con peligros de animales salvajes. José se pierde en
los alrededores de Siquén y alguien que lo encuentra le dice que sus hermanos están aún 25 Km. más
lejos en Dotán. (Por cierto se han encontrado ruinas de la existencia de esa ciudad en esa época)
José, no era precisamente un dechado de prudencia. Era un adolescente de 17 años no más maduro
que cualquier otro a esa edad. Tuvo un sueño en el que las gavillas de trigo de sus hermanos se
inclinaban a la suya, por lo que interpretaba que él estaría por encima de ellos, y tardó poco en ir a
contárselo a sus hermanos. Por lo que como dice el v. 5 “…estos le tuvieron más odio todavía”.
II.- LOS HERMANOS DE JOSÉ.El proceso de cómo fue creciendo la maldad en los hermanos de José impresiona. Su odio hacia José
comienza cuando los hermanos saben que José informa a su padre del mal proceder de ellos; además
ven que le hace una túnica especial, que como hemos dicho le sitúa como preferido sobre los demás
(v.2, 4). No cabe duda que el favoritismo hacia uno, que debe ser igual a los demás, crea un entorno
propicio para que las relaciones empeoren. Pero aunque el entorno pueda ser propicio, el odio de
donde sale es del corazón de ellos.
Como nos dice el texto de Marcos: “Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos
pensamientos, la inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad,
el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la necedad. Todos estos males vienen
de adentro y contaminan a la persona”. (Marcos 7:21-23) Por eso los hermanos de José son
responsables, pues es del propio corazón de ellos de donde sale su maldad, su odio hacia José.
¡Cómo hubiera cambiado todo si hubieran reconocido su propia responsabilidad! Pero por el
contrario, el proceso de crecimiento de maldad continua en ellos.
Cuando José les cuenta su primer sueño, el de las gavillas que se inclinaban a la suya, “sus hermanos
replicaron: — ¿De veras crees que vas a reinar sobre nosotros, y que nos vas a someter? Y lo odiaron
aún más por los sueños que él les contaba”. (v. 8).
Por eso cuando lo ven aparecer, estando ellos con el rebaño en Dotán, traman un plan para matarlo:
“Se dijeron unos a otros: —Ahí viene ese soñador. Ahora sí que le llegó la hora. Vamos a matarlo y
echarlo en una de estas cisternas, y diremos que lo devoró un animal salvaje. ¡Y a ver en qué
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terminan sus sueños!” (v. 19,20) Su odio está tomando forma y se convierte en los planes de el
asesinato de su hermano. Mentirán a su padre sin importarle el sufrimiento que la muerte de su hijo
le traerá. Lo único que les importa es quitárselo de en medio. Así acabarían con aquel soñador que
no sólo les fastidiaba en el presente, sino que les contaba sus sueños en los que ellos le servirían a él
en el futuro.
Aunque su hermano, Rubén, trata de salvarlo no le funciona. Están dispuestos a matarlo, echarlo a
una cisterna (excavaciones en las rocas para retener el agua de lluvia) y ensangrentar la túnica
especial y mandársela a su padre diciéndole que lo habría matado alguna fiera. (v. 23, 24). Y el v. 25
impresiona: “Luego se sentaron a comer…” La conciencia está ya bastante cauterizada. Lo echan a la
cisterna y se ponen a comer como si nada.
Aparece una caravana comercial de ismaelitas, porque justamente por allí pasaba la ruta comercial a
Egipto. Y a uno de los hermanos, Judá, se le ocurre algo: “Entonces Judá les propuso a sus hermanos:
— ¿Qué ganamos con matar a nuestro hermano y ocultar su muerte? En vez de eliminarlo,
vendámoslo a los ismaelitas; al fin de cuentas, es nuestro propio hermano. Sus hermanos estuvieron
de acuerdo con él”. (V. 26-27) Este es más práctico, aunque igual de perverso. Pretende quitárselo
igualmente del medio, apaciguar algo su conciencia (es nuestro hermano) y además sacar provecho
económico.
“Así que cuando los mercaderes madianitas se acercaron, sacaron a José de la cisterna y se lo
vendieron a los ismaelitas por veinte monedas de plata. Fue así como se llevaron a José a Egipto”. (V.
28) El importe de 20 monedas de plata coincide con lo que atestigua la arqueología que se pagaba al
principio del siglo segundo antes de Cristo, por un esclavo de menos de 20 años. Era un importe que
podía suponer tres años del salario de un obrero.
A su padre le mandan la túnica ensangrentada e hizo gran duelo por su hijo José: “Todos sus hijos y
sus hijas intentaban calmarlo, pero él no se dejaba consolar, sino que decía: «No. Guardaré luto hasta
que descienda al sepulcro para reunirme con mi hijo.» Así Jacob siguió llorando la muerte de José”.
(V. 35) Podemos imaginar la hipocresía, el fingimiento de los hermanos tratando de consolar a su
padre. Así como la insensibilidad de sus conciencias al ver sufrir a su padre, siendo ellos los culpables.
La historia, por un lado, no puede ser más triste. Constata la maldad humana, la situación caída del
ser humano incluyendo al propio pueblo de Dios. Como diría Pablo en romanos 3:23: “Por cuanto
todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”.
Pero por otro lado, muestra el inexorable cumplimiento de los planes de gracia de Dios para los
suyos.
CONCLUSIÓN.
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Aquellos que querían matar al soñador contribuyen a que se cumpla lo que quieren destruir.
Dios conduce adelante el plan que había prometido a Abraham llevando a su pueblo a
Egipto y haciéndole permanecer allí 400 años, porque todavía la maldad de los amorreos no
había llegado a su culminación.
El que sufre vendido como siervo, el siervo sufriente, se convertirá en el salvador de todos
ellos. (¿A quién nos recuerda esto?)
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Dios es fiel y cumple sus promesas. La maldad humana, que es una realidad en todos, no
sólo no impide sus planes, sino que es utilizada para que contribuya al cumplimiento de los
mismos.
Por todo ello podemos estar descansados en las promesas del Señor. Aunque el pecado es
atroz, Dios lo usa para cumplir sus buenos propósitos de gracia. Como diría Pablo: “Pero allí
donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20)
Para quienes somos parte de la humanidad caída, pero salvados en Jesucristo, la historia de José es
sobre todo consoladora y esperanzadora.
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