ESPACIO ULTRATERRESTRE COMO PATRIMONIO COMÚN DE

Anuncio
ESPACIO ULTRATERRESTRE
HUMANIDAD
COMO
PATRIMONIO
COMÚN
DE
LA
Conforme al artículo I del Tratado de 27 de enero de 1976 (Carta Magna del
Espacio) «la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y
otros Cuerpos celestes, deberán hacerse en provecho e interés de todos los
países e incumben a toda la Humanidad». Este precepto que debe entenderse
completado con el II del mismo Tratado (es Espacio y Cuerpos citados «no podrán
ser objeto de apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u
ocupación, ni de ninguna otra manera») constituyó la partida de bautismo de una
nueva categoría jurídica que habría de adquirir pleno reconocimiento, mediante la
resolución 2.749 de la Asamblea General de las Naciones Unidas («los fondos
marinos y oceánicos y su subsuelo fuera de los límites de la jurisdicción nacional,
así como los recursos de la zona son patrimonio común de la Humanidad»). Se
consignaba así una terminología y doctrina que había sido formulada por vez
primera en el V Congreso Internacional de Astronáutica (Innsbruck-Austria, agosto
1954) por el jurista argentino ARMANDO COCIA.
Sin embargo ni en los textos mencionados, ni en ningún otro vigente se ha
definido esta categoría jurídica, ni tampoco desarrollado su contenido, por lo que
se hace necesario salvar estas lagunas de lege ferenda.
1. Delimitación y objeto: El término patrimonio, en sentido amplio, responde a la
idea de conjunto de bienes de una persona física o jurídica (privada o pública)
adquiridos por cualquier título. Se trata, por tanto de una entidad que se contempla
como un todo en relación con su titular. Así se viene hablando en el Derecho
tradicional, de patrimonio público y privado (patrimonio del estado, de
Corporaciones provinciales, municipales, sociedades de personas físicas, etc.).
Una primera aproximación al concepto de Patrimonio Natural de la Humanidad, no
llevaría, en consecuencia con lo expuesto, a definirlo como «conjunto de bienes y
recursos de la Humanidad». Es claro que tal definición presupone una respuesta
afirmativa al problema de su existencia, pero ni distingue las distintas clases de
bienes y recursos que lo componen, ni tampoco establece un principio orientador
acerca de su naturaleza. De ahí la conveniencia de hacer unas consideraciones
complementarias para intentar responder a esas cuestiones.
La existencia del Patrimonio de la Humanidad es algo que viene necesariamente
unido a la existencia de la propia Humanidad, en cuanto que esta como
Comunidad Natural de Naciones, organizada, comporta la exigencia, entre otros
medios, de bienes de índole espiritual y cultural que constituye el depósito de la
civilización a través de los tiempos, y otros de naturaleza material, susceptibles de
uso y explotación y que integran lo que pudiéramos llamar el Patrimonio Natural, y
dentro del cual cabe distinguir, a su vez, distintas clase de recursos y bienes: tanto
los de índole económica (es decir aquellos que como los recursos de los fondos
marinos pueden satisfacer necesidades humanas de este orden, inmediatamente
o en un futuro más o menos lejano) como los susceptibles de servir de medio para
otros usos y aprovechamientos en beneficio de a Humanidad (v. gr., la órbita
geoestacionaria utilizable por los satélites o la Luna como plataforma para
investigaciones astronómicas).
Por último y por otra parte, tales bienes pueden ser de uso y aprovechamiento
común res communis omnium (como el aire, el agua que fluye por los ríos, el alta
mar y los peces que viven en estos espacios) o aquellos cuya propiedad es
exclusiva de la Humanidad -considerada esta por tanto como sujeto o titular de
este derecho patrimonial- (como los recursos de los fondos marinos, la Luna o la
órbita geoestacionaria) a quién incumbe su uso, aprovechamiento y
administración, aunque estas operaciones puedan ser realizadas en su nombre
por algún estado o entidad pública o privada.
Una nueva perspectiva supone el criterio adoptado por la Comisión pontificia
Justitia Et Pax al incluir, -en documento dado a conocer el 7 de agosto de 1977-,
dentro de los bienes a administrar en común por la Humanidad, no sólo los
recursos de los fondos marinos, antes indicados, sino también los recursos
pesqueros obtenidos del alta mar. El documento vaticano parte de la idea del
destino universal de todos estos bienes, tratando de superar así la antinomia entre
la «apropiación particular» y el «patrimonio común. Con este «principio dinámico
del «destino universal de los bienes» se abre una vía intermedia o complementaria
mediante la que sin excluir la posibilidad de que aquellos recursos beneficien los
patrimonios nacionales o particulares, contribuyan también a satisfacer fines
comunitarios.
2. Carácter de la relación jurídica: En cuanto a la naturaleza de la relación jurídica
Patrimonio-Humanidad, entendemos que cualquiera que sea su clase, los
recursos naturales pertenecen in genere a la Humanidad (sea en régimen de uso y
aprovechamiento exclusivo y directo de la Autoridad comunitaria, sea a través de
estados o entidades internacionales autorizados por ella, tácita o expresamente)
que, a diferencia de los bienes de la Iglesia aunque estén sometidos al dominium
altum del Papa, son objeto de posesión por personas morales determinadas. Por
otra parte la titularidad que sobre ellos ejerce la Humanidad sirve de centro
unificador de todos los bienes, de tal forma, que, como antes decíamos, se
pueden contemplar como un todo unitario, al que cabe concebir como una
universitas.
Nos encontramos, por tanto, ante una relación jurídica de propiedad muy especial:
«Patrimonio Natural de la Humanidad» sobre unos bienes cuyo uso,
aprovechamiento y explotación deben estar inspirados en principios del ius
humanitatis, de tal suerte, que dichas actividades, cualquiera que sea la entidad
que las realice, deben tener fines pacíficos y en beneficio de toda la Humanidad,
con la cooperación internacional y la renuncia a toda clase de derechos de
soberanía o apropiación exclusivos, nacionales o de particulares. No obstante,
deberá conciliarse, por una parte, el dominio de la Autoridad comunitaria sobre los
espacios y recursos patrimoniales, con el fomento de actividades de exploración
en investigación sobre los mismos por los estados o entidades particulares, y, de
otra parte, el beneficio comunitario con la justa compensación debida en su caso a
estos últimos.
Descargar