Hacia una animación vocacional más pastoral

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HACIA UNA ANIMACIÓN VOCACIONAL MÁS PASTORAL
Reflexiones y propuestas para la pastoral de las vocaciones
La llamada es siempre cosa de Dios. Es Él quien nos hace un guiño en un momento
determinado de la vida y nos insinúa qué quiere de nosotros. Estar atentos para encontrarle, estar
despiertos para enterarnos en qué consiste la llamada, y ser valientes para responderle con la
entrega total de nuestras energías, afectos y voluntad, nos lleva toda la vida. Dios y yo, el
hombre y el totalmente Otro que le trasciende, somos los auténticos protagonistas de esta historia
de amor mutuo. Dios que llama, susurra, grita... el camino del hombre; y éste, que tocado por
Dios, decide qué respuesta darle: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir…» (Jer. 20,7).
Pero la historia de la vocación no es una historia a “dos bandas”, sino a tres. En este dialogo
vocacional entre el Dios del amor y el hombre amado está presente la comunidad de creyentes, la
Iglesia. Parece evidente que Dios siempre llama a la persona dentro del grupo, dentro del pueblo,
en el seno de la comunidad, en su Iglesia1… para enviarlo a los hermanos. Pero no me refiero a
este aspecto, sino más bien al papel que juega la Iglesia en su misión de facilitar al hombre la
escucha de la llamada de Dios; me refiero a la Iglesia en su tarea de acompañar el discernimiento
de la voz de Dios, separándola de otras voces que despistan al hombre y animando el coraje de
una respuesta afirmativa a la invitación de Dios a seguirle. Más en concreto, se trata de ver cómo
la Iglesia, comunidad de creyentes, desde sus acciones y estructuras favorece el desarrollo de
este “proceso vocacional”.
Entre los promotores de vocaciones se ha hecho célebre la máxima de que «toda la pastoral, y
en particular la juvenil, es originariamente vocacional»2. La expresión es muy certera, pero no
podemos tomarla a la ligera, porque de su correcta comprensión se deducen importantes
implicaciones para nuestra acción pastoral.
Con frecuencia, este modo de hablar ha sido utilizado para legitimar el espacio que los
agentes encargados de la promoción de la vocaciones exigían dentro de las comunidades
eclesiales. Tarea esta nada fácil; mucho menos si tenemos en cuenta que con frecuencia las
motivaciones son distintas: para muchos institutos religiosos y diócesis el interés por las
vocaciones viene estimulado por la necesidad de paliar la “crisis numérica de vocaciones”. En
cambio, algunas comunidades cristianas se esfuerzan por replantear su acción pastoral al servicio
de la vocación a vivir la fe cristiana de forma coherente y profunda, en cualquier estado de la
vida.
JUAN PABLO II, Pastores Dabo Vobis, 35: «Toda vocación cristiana viene de Dios, es don de Dios. Sin
embargo, nunca se concede fuera o independientemente de la Iglesia, sino que siempre tiene lugar en la Iglesia y
mediante ella».
2
OBRA PONTIFICA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, Roma,
1997, 26a; cf. CONGREGACIONES PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES, PARA LOS RELIGIOSOS Y LOS INSTITUTOS
SECULARES, PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS, PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Desarrollo del cuidado
pastoral de las vocaciones en las Iglesias particulares, experiencias del pasado y programas para el futuro.
Documento conclusivo del II Congreso Internacional de Obispos y otros responsables de las vocaciones
eclesiásticas, Roma 1981, 42: afirma que la pastoral específica de las vocaciones encuentra en la pastoral juvenil su
espacio vital. En este sentido la pastoral juvenil es completa y eficaz sólo cuando abre a la dimensión vocacional de
la vida cristiana, esta pastoral exige una gradual y sólida formación de los jóvenes: a la vida de la fe, a la
comprensión de la identidad y misión de la Iglesia, como comunidad y servicio, al descubrimiento de la vocación y
misión personal y al sentido de la historia; cf. CELAM, La evangelización en el presente y en el futuro de América
Latina, Puebla, 1975, 865; IB., Nueva evangelización, promoción humana, cultura cristiana, Santo Domingo, 1992,
80.
1
Quede claro por tanto, que no debemos entender la frase –“toda acción pastoral es
vocacional”–, en el sentido de que toda acción pastoral deba “conseguir” vocaciones sacerdotales
y religiosas, sino en cuanto que debe promover la vocación a vivir como auténticos cristianos, y
ayudar a cada persona a descubrir su puesto específico en la sociedad y en la comunidad
cristiana.
El reto de hacer “pastoral vocacional” no puede quedar reducido a una serie de acciones
aisladas o propagandísticas en las que se intenta –casi siempre con poca fortuna– ofrecer la
vocación como algo atrayente, fascinante, apetecible… Una pastoral vocacional que concentre
en esto sus esfuerzos es comparable a un gran espectáculo de fuegos pirotécnicos: nos
deslumbran, nos encandilan, nos alegran mientras duran… pero acabada la pólvora volvemos a
la oscuridad de la noche, y nos retiramos a nuestras casas en espera de la luz del nuevo día.
Tampoco la pastoral vocacional de la “propaganda” o del “caramelo” da luz, ni por tanto sirve
para ayudar a descubrir al joven su puesto en la comunidad cristiana y en la sociedad.
La pastoral vocacional debe profundizar sus planteamientos y acciones mucho más y
plantearse una organización pastoral más comprometida con las vocaciones3: una pastoral que
alumbre el camino del discernimiento vocacional, que nos guíe con pasos firmes y seguros hacia
la luz del amanecer de nuestra vocación.
Naturalmente, para esto, es necesario abandonar el modelo tradicional de “cristiandad”
(jerárquico, ritualista y adoctrinador), abandonar la “pastoral de mantenimiento”, y comenzar a
construir iglesias-comunidades-de-vida donde sea posible descubrir la propia vocación. Es
necesario emprender una serie de acciones que hagan de nuestras parroquias4, diócesis,
movimientos, institutos religiosos… iglesias vivas: comunidades de creyentes que caminen
unidas; donde el sacerdote/religioso/a no esté por encima del laico sino que comparta, según su
vocación específica, una misma tarea en el seno de la comunidad; una comunidad donde el laico
asuma su vocación “ministerial” en la iglesia. ¡Quizá entonces no nos preocuparíamos tanto de la
escasez de vocaciones de especial consagración!
La tarea vocacional en los principales ámbitos de la acción pastoral
La pastoral vocacional no es uno de los sectores o ámbitos de la pastoral, sino la forma y el
alma de toda acción pastoral. Por eso podemos hablar de “animación vocacional”. Entonces,
¿cómo plantear nuestra pastoral de tal modo que sea animación vocacional? o dicho de otro
modo: ¿qué debe cambiar y qué debemos potenciar en nuestra pastoral para que nuestras
acciones ayuden a los creyentes a asumir criterios y planteamientos auténticamente
vocacionales?
En primer lugar, habrá que procurar que en todas las acciones eclesiales exista el deseo de
educar en la fe y para la vida5, educando la “capacidad de invocación6” de la persona. Además,
JUAN PABLO II, Novo Millenio Ineunte, 46: «Es necesario y urgente organizar una pastoral de las vocaciones
amplia y capilar, que llegue a las parroquias, a los centros educativos y familias, suscitando una reflexión atenta
sobre los valores esenciales de la vida, los cuales resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a
dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la entrega total de sí y de las propias fuerzas para la causa del
Reino».
4
CONGREGACIONES, Desarrollo del cuidado pastoral de las vocaciones, 43: establece la relación estrecha que
existe entre vocación y parroquia: «La búsqueda vocacional se realiza especialmente en la comunidad parroquial, el
la cual los jóvenes tienen su participación y responsabilidad. En ella los jóvenes descubren cómo se construye una
comunidad viva, cómo se escucha la palabra de Dios, cómo se hace la catequesis, cómo se ora, cómo se sirve al
mismo tiempo a la Iglesia y a la humanidad. Los jóvenes deben ser ayudados en esta experiencia. Pero deben
sentirse verdaderos protagonistas, según los carismas personales y en la medida de las posibilidades de cada uno:
ellos deben convertirse en los primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes... Pero su tarea va más allá del mundo
juvenil. Otros tienen necesidad de ellos: personas pobres, ancianos, marginados, abandonados».
5
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, Vaticano, Editrice Vaticana, 1997,
84: «Las tareas de la catequesis corresponden a la educación de las diferentes dimensiones de la fe, ya que la
catequesis es una formación cristiana integral, “abierta a todas las esferas de la vida cristiana”»; cf. JUAN PABLO II,
Catechesi Tradendae, 21b.
3
hay que tener en cuenta que acompañar el crecimiento y la maduración de la fe de los creyentes
no es tarea fácil, por eso se requiere una gran dosis de confianza en la acción del Espíritu Santo,
mucho esfuerzo, y unos planteamientos pastorales sólidos y orgánicos.
En las páginas que siguen me propongo reflexionar acerca de este último aspecto. No
pretendo hacer una exposición exhaustiva de cómo organizar la pastoral de una parroquia,
diócesis o institución religiosa, sino solo dar algunas sugerencias que nos ayuden a revisar
nuestros planteamientos pastorales, de modo tal que sean auténticamente vocacionales7.
Normalmente, el discernimiento vocacional va unido al desarrollo y realización de lo que
denominamos “acción cristiana eclesial”8, que podemos dividir en cuatro áreas: servicio,
comunidad, testimonio y liturgia. Cada una de estas áreas revelan aspectos de la experiencia
típicamente vocacional. Una experiencia personal y comunitaria encaminada al testimonio, al
servicio de la caridad, a la fraternidad, a la liturgia y a la oración… debería ayudar al cristiano a
descubrir su vocación, y haría de la pastoral una auténtica pastoral vocacional.
A continuación vamos a revisar algunas de estas acciones y planteamientos pastorales para
ver si presentan con claridad la dimensión vocacional, o por el contrario habrá que hacer el
esfuerzo de “vocacionar” nuestras acciones pastorales.
1. Servicio (Diaconía)
Esta función, o mediación eclesial, abarca una serie heterogénea de actividades, que son
expresión del amor cristiano hacia Dios y el prójimo. Las acciones de servicio y caridad cristiana
no se circunscriben solo al ámbito de lo individual o asistencial sino que están abiertas al
horizonte de la promoción integral del hombre y a la transformación de los distintos ámbitos de
la sociedad: familia, trabajo, enseñanza, política, servicio social…
Plantear en este ámbito una acción vocacional que sea pastoral significa educar a la
comunidad cristiana, y en especial a los jóvenes, en los valores del servicio y de la “gratuidad”,
haciendo vida las palabras del Señor: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis” (Mt 10, 8). Para ello es
necesario que los cristianos tomemos conciencia de la vida como regalo de Dios; que
descubramos cada día la maravilla de vivir desde la fe; que nos sintamos profundamente
agradecidos al Señor y nos comprometamos generosamente en la transformación eficaz de
nuestro mundo. Esta es la principal llamada de Dios al hombre de fe, y la base de cualquier
futura vocación dentro de la Iglesia. «Es, quizá, el camino regio, en un itinerario vocacional, para
discernir la propia vocación, porque la experiencia de servicio, especialmente donde está bien
preparada, orientada y comprendida en su significado más auténtico, es experiencia de grande
humanidad, que lleva a conocerse mejor a sí mismo y la dignidad de los otros, así como la
grandeza de dedicarse a los otros»9.
Así que una pastoral atenta al hombre de hoy y a sus necesidades debe esforzarse por educar
el valor de la generosidad, de la gratuidad y de la entrega de si mismo. Sólo desde la atalaya de
la gratuidad, el joven podrá responder al amor de Dios entregándole su propia vida. Si no se
siente amado, si no experimenta la vida como don, si no desea vivir su vida con coraje y
6
OBRA PONTIFICA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 35d;
RICCARDO TONELLI, Per la vita e la speranza. Un progetto di pastorale giovanile, LAS, Roma 1996, 130-148:
explica en qué consiste la educación para llegar a ser hombres “invocadores”.
7
OBRA PONTIFICA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 26g: «Por
consiguiente, la pastoral vocacional está y debe estar en relación con todas las demás dimensiones, por ejemplo con
la familiar y cultural, litúrgica y sacramental, con la catequesis y el camino de fe en el catecumenado, con los
diversos grupos de animación y formación cristiana (no sólo con los adolescentes y los jóvenes, sino también con
los padres, con los novios, con los enfermos y con los ancianos) y de movimientos (del movimiento por la vida a las
varias iniciativas de solidaridad social)».
8
Emilio ALBERICH, Catequesis evangelizadora. Manual de catequética fundamental, Madrid, CCS, 2003, 4851; cf. R. Amedeo CENCINI, I giovani aperti allo Spirito nel loro itinerario vocacionale, en J. M. GARCÍA (Ed.),
Accompagnare i giovani nello Spirito, LAS, Roma, 1998, 166-168.
9
OBRA PONTIFICA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 27c.
radicalidad, si no se valora a si mismo… difícilmente pensará que vale la pena agradecer nada a
nadie, y mucho menos a costa de su propia vida.
La llamada de Dios es un don para la comunidad, para la común utilidad, en el dinamismo de
los muchos servicios ministeriales. La acción pastoral vocacional puede favorecer el crecimiento
en esta área mediante la promoción del voluntariado. Este puede desarrollarse de muchos modos,
dentro y fuera de la comunidad parroquial: catequistas, animadores de grupos juveniles, caritas,
inmigración, grupos de apoyo escolar, ONGs, grupos misionales…
Caminar junto a hermanos nuestros que nos necesitan, a los cuales ofrecemos retazos de
nuestro tiempo, de nuestras fuerzas y facultades, nos ayuda a descubrirnos a nosotros mismos y a
descubrir a Dios; nos enseña además, cuál es el sentido de la vida, la finalidad de nuestra
existencia y nos muestra el camino hacia la felicidad verdadera. Cuanto más se da y se gasta una
persona a favor de los demás, más deseos experimenta de desgastar su vida en servicio de los
hombres sus hermanos. La vocación cristiana es, en efecto, existir para los otros.
Tarea de la pastoral vocacional será el ayudar a que estos signos del itinerario de servicio
constituyan un verdadero camino espiritual, promoviendo el “sentido del servicio”, cuya alma es
la caridad, el amor de Dios por nosotros. La pastoral que quiera ser vocacional deberá asumir
esta dimensión del servicio y amor gratuitos, y educar y animar a los jóvenes a que participen en
este tipo de actividades. En muchas casos este esfuerzo exigirá pasar de una animación
vocacional centrada en la reflexión, a otra del tipo «pastoral del servicio», más centrada en la
acción, en especial para con los más necesitados.
Además, no me cabe la menor duda de que, en la medida que nuestra pastoral juvenil ayude al
joven a elaborar su proyecto de vida desde la gratuidad de la respuesta, y confrontándolo con
Jesús y el Evangelio, las vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa “vendrán por añadidura”.
2. Comunidad (Koinonía)
El ámbito de comunidad o koinonía eclesial no es irrelevante en la educación en la fe, y por
tanto tampoco en lo relativo a lo vocacional. La comunidad cristiana vive el ideal de comunidad
de Jesús y de las primeras iglesias: un nuevo modo de convivencia donde compartir la propia
vida con otros hermanos; una comunidad que sea signo de unidad y reconciliación, que acepte
plenamente a las personas y respete su originalidad y libertad.
La comunidad eclesial deberá hacer un esfuerzo por educar a sus miembros más jóvenes en
este modo de ser comunidad dentro de la Iglesia. Para ello habrá que tener exquisito cuidado en
el modo de comunicación que se establece entre los miembros de comunidad. Adoptar un tipo de
comunicación u otro puede ser determinante en las relaciones que se establezcan. Así por
ejemplo, insistir en una comunicación del tipo sacerdote-autoridad en relación a laicos-súbditos
profundiza en la dirección de Iglesia-institución y dificulta la creación de una Iglesia-comunidad
de vida. El tipo de comunicación adultos-docentes y jóvenes-discentes tampoco favorece el
crecimiento de los adolescentes y jóvenes en el proceso de inserción en la comunidad. Al
contrario, los retrae de una incorporación vital y efectiva.
Necesitamos cuidar nuestros niveles de comunicación y establecer relaciones más cálidas,
fraternas, y cercanas en el seno de la comunidad parroquial10. Quizá en nuestra pastoral
dedicamos mucho tiempo (¡excesivo!) a organizar horarios y turnos de catequesis, e incluso
materiales catequéticos, pero ¿cuánto tiempo dedicamos a las relaciones fraternas con niños,
jóvenes, familia, ancianos? Estoy convencido de que el tiempo empleado en esto no es tiempo
perdido, sino bien aprovechado en la construcción de comunidades más humanas, fraternas y
cristianas.
Esta fraternidad eclesial es además un itinerario vocacional. Más aún, es un componente
fundamental de todo proyecto vocacional. No puede sentir auténtica atracción vocacional quien
10
Miguel PAYÁ, La parroquia, comunidad evangelizadora, Madrid, PPC, 1995, 165-169: señala la necesidad de
construir comunidades vivas y las exigencias fundamentales en la tarea de crear fraternidad: acoger y educar la
diversidad; y promover el encuentro y la convivencia.
no experimenta ninguna fraternidad y se cierra a toda relación con los otros o considera la
vocación sólo como perfección privada y personal.
2.1. Grupo juvenil
Cuando Jesús inicia su predicación se rodea de un grupo de amigos; con ellos comparte toda
la vida, lo cotidiano y los momentos especiales. Hay en Jesús un compañerismo y una
fraternidad que emocionan; para ellos tiene abiertas las puertas de su corazón; a ellos les entrega
su amistad, les revela sus secretos y los mete en su misma misión.
El relato de los acontecimientos de los Evangelios no nos da datos precisos al respecto pero se
puede intuir la camaradería, la convivencia, el tesoro de amistad comunitaria, que se vivía en el
grupo de Jesús, primer modelo de la Iglesia por Él fundada. Jesús no es el profesor de teología,
superior en ciencia, que intenta adoctrinar a los discípulos. Jesús les forma en la vida,
haciéndoles vivir con él. Para esto ha venido: «para que tengan vida y la tengan en abundancia»
(Jn 10,10).
Los jóvenes necesitan sentirse acogidos en el seno de una comunidad, pero sobre todo
necesitan pertenecer a una comunidad; esta será el grupo juvenil cristiano. El grupo es, en la
perspectiva educativo-pastoral, un recurso metodológico de primer orden. En él se produce la
relación educativa entre diversos sujetos entorno a la vida y a la experiencia elaborada por cada
uno de ellos. Es, por tanto, el “laboratorio” donde poder realizar los procesos de maduración que
el joven exige.
El grupo de jóvenes es educativo cuando es lugar en el que, gracias a la carga emotiva
ejercida por las relaciones interpersonales con los coetáneos o con los acompañantes adultos, se
experimentan valores y propuestas percibidas por el muchacho como significativas para si
mismo en aquel momento; de hecho la implicación emotiva juega un papel decisivo en la
adquisición de los valores cristianos entre los jóvenes11.
Estas son algunas de las consecuencias beneficiosas que conlleva educar en la fe dentro de un
grupo juvenil:
a) Vivir la fe dentro de un pequeño grupo juvenil es ya participar de la vida de la
Iglesia y el modo más concreto y efectivo para educarse en el “ser-iglesia-viva”12.
b) El grupo juvenil no es una amalgama de personas yuxtapuestas; el grupo tiene su
propia identidad configurada por las personas y los modelos educativos que están
en la base. El educador-animador cristiano guía y acompaña al grupo, y así este se
convierte en “objeto” de educación cristiana. Pero además, el grupo es sujetoagente de su misma educación; constituye una herramienta educativa de primer
orden durante la adolescencia y primera juventud. El grupo juvenil es un “lugar
pedagógico”13 que educa y en el que educar.
c) El grupo cristiano juvenil pretende la educación integral y sectorial de la persona
humana desde los valores del Evangelio. Cualquier aspecto de nuestra vida es
educable y merece nuestra atención. Así, el grupo deberá atender al crecimiento
formativo-intelectual, a la capacidad de entrega y servicio a la comunidad-sociedad,
a la experiencia de fe, vida y oración, y a la dimensión comunitario-fraterna.
Cf. P. SCILLIGO, Gruppo, en J. E. VECCHI – J. M. PRELLEZO (Edd.), Progetto educativo pastorale. Elementi
modulari, Roma, LAS, 1984, 386-391: un gran número de psicólogos coinciden en afirmar que no basta la existencia
de elementos lógicos para avanzar en el camino de la maduración personal; es, más bien, la presencia de un estado
emotivo la que favorece profundos cambios en las opciones de vida de las personas.
12
CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio General para la Catequesis, 159: «Además de ser un elemento de
aprendizaje, el grupo cristiano está llamado a ser una experiencia de comunidad y una forma de participación en la
vida eclesial».
13
OBRA PONTIFICA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 29c.
11
2.2. Consejo Parroquial Pastoral (CPP) / Equipo de Animación Vocacional (EAV)
Dentro del ámbito de la koinonía me detengo en considerar el Consejo Parroquial Pastoral
(CPP) porque entiendo que es un órgano vital para la buena salud de las comunidades cristianas.
Él es el encargado de analizar-proyectar-animar-evaluar la vida de la comunidad cristiana
particular. Tan importante tarea debe llevar a la praxis pastoral a tener un especial cuidado por
este organismo para que funcione adecuadamente y cumpla con su misión14.
Quizá la relación entre el CPP y la pastoral vocacional no aparezca demasiado clara a simple
vista, pero existe entre ellos una relación de reciprocidad y corresponsabilidad en cuanto a su
identidad y los objetivos que persiguen. Así por ejemplo, fijémonos en la conformación del CPP:
está formado por representantes de los distintos grupos, ministerios, estados de vida y carismas
con los que Dios bendice a su Iglesia. Por eso el CPP no solo es promotor de las vocaciones en
cuanto que anima y estimula las actividades concretas en el ámbito vocacional, sino que es ya, en
sí mismo, un testimonio visible de la diversidad vocacional en la comunidad cristiana. Todos los
miembros del CPP representan sus distintas “pequeñas comunidades”, que se insertan
armónicamente –aunque a veces se produzca alguna disonancia– en la parroquia, comunidad de
comunidades.
La acción pastoral, si quiere ser efectiva y al mismo tiempo vocacional, deberá cuidar la
fisonomía del CPP, de tal modo que todas las vocaciones cristianas se sientan representadas en
él. Desde esta óptica, podemos considerar al CPP como un gran Equipo de Animación
Vocacional (EAV), preocupado de activar todos y cada uno de los carismas de los hermanos, al
servicio de la comunidad.
El CPP no sustituye al EAV, ya que este realiza tareas más precisas de sensibilización,
promoción y acompañamiento de las vocaciones. Pero sí que le está a la base, dándole apoyo y
configurando su identidad. Es decir, que existe entre estos dos organismos una relación de
interdependencia.
Coloquémonos en el caso hipotético de que en una comunidad parroquial existiera un EAV, y
sin embargo no hubiera CPP, o que existieran ambos grupos pero el CPP fuera inoperante o
“descafeinado”. Creo que habría que concluir que, en tal caso, el EAV carecería de legitimidad
en cuanto a su consistencia y razón de ser pastoral. Ya podría llevar a cabo mil y una actividades
en el campo de la promoción vocacional que su acción pastoral habría que calificarla de parcial y
aislada, más en la línea de una pastoral de “la vocación” que de “las vocaciones”.
Es necesario que la comunidad cristiana esté representada y guiada por el CPP si queremos
que las parroquias sean iglesias de comunión, guiadas por el Espíritu del Señor, que suscita
ministerios y carismas diversos, para que puestos en común se formen auténticas comunidades
de vida en Cristo.
En muchos lugares el CPP viene funcionando con efectividad desde hace años. A pesar de
ello, hay que seguir animándolo y abriendo nuevos caminos a su crecimiento. Algunas posibles
pistas sobre las que seguir trabajando son:
a) Complementar el CPP con la convocación de Asambleas, constituidas por una
participación más amplia de fieles y abiertas a las sugerencias y aportaciones de
cualquier miembro de la comunidad. De este modo el CPP cobrará fuerza en su
dimensión comunitaria, eliminado el peligro de convertirse en una “oligarquía al
servicio del párroco”.
b) Potenciar la dimensión vocacional del CPP. Creo que sería una experiencia
enriquecedora que CPP y EAV trabajasen más unidos, que hubiera un mayor
interés por impregnarse el uno al otro de sus dimensiones pastoral y vocacional,
14
El Concilio Vaticano II no determinó nada acerca del Consejo Pastoral Parroquial, aunque sí lo hizo con
relación al Consejo Diocesano de Pastoral (cf. CD 27). De cualquier modo, la eclesiología de comunión del
Vaticano II sugiere la importancia de fomentar la corresponsabilidad del trabajo-organización pastoral entre los
fieles. Acerca de la organización y funciones del CPP ver: SERVIZIO DI ANIMAZIONE COMUNITARIA – Juan Bautista
CAPPELLARO (Ed.), Edificare la Chiesa locale. Guida alle strutture diocesane e parrochiali, Città del Vaticano,
Editrice Vaticana, 1999, 70-72.
que el CPP hiciese suyas las propuestas vocacionales directas del EAV y que estas
se viesen reflejadas en cada grupo y actividad de la parroquia; y que el EAV no
estuviese preocupado exclusivamente de “conseguir” un cierto tipo de vocaciones,
sino que adoptase las líneas de acción y prioridades del CPP, y desde ellas animara
y acompañara a los diversos miembros de la comunidad en la realización de sus
vocaciones concretas.
A modo de ejemplo: supongamos que el CPP ha visto la urgencia de apoyar la vivencia y
educación religiosa de la familia durante el siguiente año, y ha determinado en su proyecto
pastoral anual actuaciones encaminadas a conseguir este objetivo. El EAV debería colaborar en
las líneas programáticas aportando su visión particular y animando acciones concretas
encaminadas a hacer descubrir la vocación matrimonial, la dimensión del amor vivido en familia,
la educación cristiana de los hijos, la dimensión familiar de la oración, etc.
Así mismo, y continuando con el ejemplo, el proyecto pastoral del CPP y su prioridad por la
familia, debería ser también el objetivo prioritario del EAV para ese año. Sin que esto supusiera
eliminar otras líneas de acción, pero priorizando las propuestas por el CPP, estando así en
comunión con las preocupaciones y urgencias pastorales de la comunidad cristiana.
Si esta interacción entre CPP y EAV fuera efectiva tendríamos ya engranada –al menos a
nivel organizativo– la acción pastoral y la vocacional, como auténtica “pastoral vocacional”.
3. Testimonio (Martyría)
El cristiano descubre el sentido de su vida en Jesucristo y en su mensaje. Esto hace que el
cristiano sea portador de esta buena noticia de Jesús, que nos revela el amor de un Dios que es
Padre misericordioso, y se convierta en profeta de significado para el mundo. La vocación del
cristiano la encontramos pues, en el testimonio de esperanza y de sentido liberador que da a una
sociedad pesimista, necesitada de recobrar la identidad religiosa como dimensión de la propia
cultura.
Saberse poseedor de esta plenitud de significado, con la que construir el propio “centro
existencial” dentro de la cultura del mundo, no es algo espontáneo. La pastoral vocacional
deberá estar atenta para colaborar en este descubrimiento y maduración tan necesario en la
persona.
3.1. Catequesis
Una de las principales acciones de las que se sirve la Iglesia en esta tarea es la catequesis, que
consiste en un tipo de formación cristiana integral, donde fe y vida se integren armónicamente, y
abierta a todas las esferas de la vida cristiana (conocimiento, celebración, experiencia de vida y
oración)15.
Detengámonos brevemente en algunas consideraciones y sugerencias con respecto a algunos
de los destinatarios de la catequesis:
3.1.1. Catequesis de niños/familia
Es bastante frecuente encontrarse con un tipo de catequesis de niños según el “modelo
tradicional”, en el que los niños acuden una hora a la semana a la parroquia para ser
adoctrinados; y esto, en el mejor de los casos, por catequistas competentes que les hacen pasar
un buen rato. Este proceso tradicional de iniciación cristiana está en crisis y, si bien en muchos
lugares aún no se ha desmoronado, pienso que no tardará mucho en hacerlo, tal y como está
sucediendo con el sacramento de la Confirmación de los adolescentes. En muchos lugares la
“primera comunión” se ha convertido en la “ultima comunión”, dando la impresión de que el
proceso catequizador no ha sido en absoluto efectivo ni para el niño, ni para sus padres.
15
Cf. CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, 69; JUAN PABLO II, Catechesi
Tradendae, 14. 24.
Una pastoral que pretenda ser vocacional, ayudando a recuperar o redescubrir el sentido de la
vida desde la fe, debe abandonar este tipo de catequesis tradicional, de mantenimiento,
infantilizante… y trazar nuevos caminos en los que el niño descubra la fe de la mano de sus
padres, y donde la familia se convierta en semillero de fe y de vocación. Para dar este giro es
necesario modificar muchos de nuestros lenguajes eclesiales. Con frecuencia, la acogida, el
saludo amable, la palabra de aliento, la cercanía de sentimientos y experiencias, la dedicación
pastoral… constituyen un lenguaje no-verbal que construye comunidad eclesial, poco a poco
pero de manera efectiva. Además es necesario educar también a los padres en el conocimiento de
la fe, ayudándoles a hacerla vida y propiciando momentos de oración y experiencias celebrativas
junto a sus hijos16.
Para esto no basta con dar una enseñanza catequística de calidad, sino en muchos casos
cambiar o mejorar la cualidad de nuestros procesos catequísticos y de los niveles de
comunicación que los sostienen.
3.1.2. Catequesis de adolescentes
En los últimos años se viene haciendo un gran esfuerzo por dar a la catequesis un sentido
“catecumenal” o “evangelizador”. En efecto, es necesario pensar la catequesis más que como una
explicitación sistemática de la verdad evangélica, como respuesta a la necesidad de una nueva
evangelización que lleve al cristiano a redescubrir el sentido del bautismo y de la fe.
Esto es lo que pretende la catequesis de adolescentes, cuyo culmen es la celebración del
sacramento de la Confirmación: conducir al conocimiento de Cristo, hacer que nazca en el joven
la necesidad de relación con Dios, acompañar su incorporación adulta en la comunidad cristiana,
orientar su desarrollo humano y espiritual.
En este esfuerzo por educar en la fe y para la vida a los adolescentes, influyen –a veces
negativamente– una gran cantidad de agentes: la familia, el grupo de amigos, la escuela, la
parroquia, los medios de comunicación social, etc. Sería interesante analizar la acción concreta
de cada uno de estos agentes, sin embargo aunque no podemos analizarlos todos, considero
interesante el que nos detengamos un momento a reflexionar sobre el servicio vocacional que se
puede ofrecer a los adolescentes (lo mismo valdría para los jóvenes) mediante el
“acompañamiento espiritual”.
Se trata de una dimensión bastante olvidada en la acción pastoral. Con frecuencia nuestros
esfuerzos se orientan a conseguir una aceptable interacción dentro del grupo, que nos permita
educar en grupo, pero hemos abandonado la riqueza de acompañar de modo personal el
crecimiento en la fe de los muchachos. En algunos casos esto será así por opción metodológica
ya que la educación en/por el grupo tiene a esta edad una gran importancia. Otros achacan la
falta de tiempo: es evidente que acompañar el itinerario de fe de 20, 50 ó 100 muchachos no es
nada fácil. Quizá haya incluso educadores en la fe que ni siquiera se hayan planteado esta
posibilidad.
Acompañar un camino de fe es una acción vocacional. La guía personalizada, constituye un
camino complementario al acompañamiento comunitario. Contribuye a descubrir y desarrollar
las propias cualidades, a purificar los defectos, a profundizar el conocimiento de Cristo y de su
Evangelio, y a discernir los signos de la propia vocación.
Los chicos de 14 a 18 años están deseosos de descubrir y madurar su particular proyecto de
vida. La tarea del acompañante espiritual será la de ayudarles a descubrir el diseño de Dios,
16
En los últimos años se han hecho muchos esfuerzos en este sentido. De entre los muchos proyectos y
materiales me gustaría destacar: AA.VV. (Herminio OTERO, dir.), Proyecto Caná, PPC-SM, Madrid, 2002: se trata
de un itinerario de iniciación sacramental que quiere ayudarnos a celebrar la vida desde la familia y desde la
comunidad cristiana, así como a celebrar los sacramentos del Perdón y de la Eucaristía. ¡Recomendado para todos
aquellos educadores cristianos que quieran probar nuevas vías en la catequesis de niños!; Otras experiencias de este
tipo en América Latina han sido: Carlos DECAER - Hilda CAMPOS - Eduardo CÁCERES, El Encuentro del Dios Vivo.
Proyecto de catequesis familiar; Ediciones Instituto Catequetico, Santiago de Chile; DEPARTAMENTO NACIONAL DE
CATEQUESIS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL VENEZOLANA, Catequesis familiar, San Pablo, Caracas, 1996.
reconocer los dones recibidos de Él, y ponerlos al servicio de la Iglesia y de la sociedad. Este
modo de educar en la fe tiene grandes ventajas17:
 libera al joven del peligro de “subjetivismo”;
 ayuda a concretar intuiciones o aspiraciones ideales;
 propone contenidos que motivan el seguimiento;
 abre el corazón y la vida a los signos mediante los que nos habla Dios;
 previene y educa a los jóvenes a gestionar los momentos ineludibles de crisis;
 se propone como verificación del camino de crecimiento global de una persona.
Concluimos pues, que dedicar tiempo al acompañamiento espiritual de los adolescentes y
jóvenes revierte en la calidad e interiorización de su respuesta de fe. Habrá que buscar el modo
de llegar uno a uno a todos los jóvenes, para atender a “todo” el joven.
3.1.3. Catequesis de novios
Nadie podrá negarme que la catequesis de preparación al Matrimonio es una auténtica
pastoral vocacional, o al menos debería serlo. La mayor parte de los cristianos responde a la
llamada universal del “amar y ser amado” mediante el Matrimonio, así que es necesario que la
pastoral vocacional esté atenta a guiar a estos jóvenes en el proceso de discernimiento,
maduración y decisión de su vocación. Da que pensar que siendo este un sacramento tan
importante (al menos en cuanto al número de cristianos que lo reciben) las comunidades
cristianas dediquen tan poco esfuerzo en educar la respuesta a esta vocación. En muchos lugares
todo se limita a un encuentro con el párroco en el que se aprovecha para “rellenar los papeles” y
hablar de la ceremonia. En otros casos, se añade un encuentro formativo de un par de horas. ¡Eso
por no hablar de los “cursillos por correspondencia”! En el mejor de los casos, quizá se haya
conseguido incluso un buen equipo de catequistas-matrimonios, y las charlas se prolonguen
durante cinco, seis o incluso diez días. ¿Pero qué es esto si consideramos la importancia de una
decisión vocacional que les compromete para toda la vida?
Desde hace tiempo los documentos de la Iglesia viene sugiriendo que la preparación al
Matrimonio debería espaciarse en el tiempo e incluir tres momentos: remota, próxima e
inmediata18. El reciente Directorio de la familia de la Conferencia Episcopal española va más
allá y sugiere hacer de la celebración del sacramento el quicio de nuestra acción pastoral19. Esto
quiere decir que ya no basta con cuidar la preparación anterior a la ceremonia, sino que es
necesario articular mecanismos pastorales que permitan a los esposos vivir su proyecto
vocacional. La celebración del Matrimonio pone de relieve los aspectos más significativos del
itinerario vocacional matrimonial. Los agentes pastorales tienen ante si el reto de ayudar a
madurar esta vocación, de modo tal que los esposos se sientan acompañados y animados en la
vivencia de su vocación matrimonial.
Las sugerencias en este campo pueden ser muchas, aunque naturalmente los distintos
ambientes condicionarán los métodos a emplear. De cualquier modo, habría que plantearse una
“preparación remota” con los jóvenes, iniciándolos en lo que significa vivir como cristianos la
experiencia del amor. En algunos lugares han constituido con éxito grupos juveniles de parejas
de novios, o se han organizado retiros para jóvenes-novios, e incluso se promueven experiencias
vocacionales de fin de semana, donde seminaristas y parejas de novios maduran y comparten lo
específico de su vocación, como expresiones diversas de la común vocación a vivir el amor de
Dios.
En cuanto a la preparación próxima considero que habría que cuidar la calidad de la
catequesis prematrimonial, tanto en la preparación y metodología de los catequistas, como en el
17
Italo CASTELLANI, La pastorale delle vocazioni. Proposta di itinerari vocazionali nella comunità cristiana.
Paoline, Milano, 1997, 27.
18
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, Vaticano, 1981, 66; CONFERENCIA EPISCOPAL
ESPAÑOLA, Directorio de la Pastoral familiar de la Iglesia en España, Edice, Madrid, 2003, 77-127.
19
CEE, Directorio, 128. 150ss.
nivel de exigencia a los novios. Nuestras comunidades cristianas no pueden tener perennemente
colgado el la puerta el cartel de “Rebajas”.
Una pastoral atenta a aprovechar los recursos que le brinda la cultura actual debería servirse
del hecho de que los novios soliciten el sacramento con mucho tiempo de antelación. Esto puede
ayudar a los agentes de pastoral matrimonial a entrar en relación con los novios sin prisas, sin
horarios ni filas de despacho, y así profundizar las preguntas del expediente, ayudar en la
preparación de la ceremonia, etc.
¿Y después del matrimonio, qué sucede? En muchos lugares no suele ser fácil que los jóvenes
esposos permanezcan en el territorio, con lo cual se hace muy difícil cualquier tipo de propuesta.
Otras veces, sin embargo, será posible organizar grupos de matrimonios, escuelas de padres,
catequesis de adultos-confirmación, celebraciones comunitarias del aniversario y renovación de
las promesas matrimoniales… e incluso proponer, quizá al cabo de algún tiempo, la experiencia
en algún movimiento eclesial de vida matrimonial (Vgr. Encuentro Matrimonial, Equipos de
Nuestra Señora…).
3.2. Testigos del Evangelio
Acabamos de ver el importante papel que debe jugar la catequesis dentro de un planteamiento
orgánico de pastoral de las vocaciones. Ahora bien, el sujeto catequizado no debe permanecer en
una actitud pasiva, como mero receptor del testimonio evangélico. Él mismo es actor del
testimonio y participa en la misión de la Iglesia. De este modo su vocación cristiana se afianza
en el ejercicio del testimonio y revierte él el don de la felicidad. Así sucedió cuando Jesús envió
a los setenta y dos discípulos de dos en dos a proclamar el Reino de Dios (cf. Lc 10, 1-12), y
cuando, después de instruirlos, envió a los Doce a anunciar el Evangelio y a curar enfermos en su
nombre (Mt 10, 5-42; Mc 6, 7-13; Lc 9, 1-6).
El fruto que produce la misión en el testigo del Reino nos lo narra el evangelista: “volvieron
los setenta y dos llenos de alegría, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu
nombre” (Lc 10, 17). La misión produce “alegría”, fruto inequívoco de la acción del Espíritu en
la persona, y característica de la vivencia auténtica de la propia vocación.
Por eso, no es indiferente que el muchacho realice experiencias de misión durante su proceso
vocacional. Más aún, viene exigido por la misma condición de la vocación, tanto en sus aspectos
teológicos como en cuanto al proceso de maduración humana. Esto es así porque el envío/misión
identifica con Jesús, hace tomar conciencia de las dificultades para vivir con autenticidad el
mensaje cristiano, y produce la felicidad y la confianza en Jesús y su poder.
4. Liturgia
La liturgia ofrece al cristiano el ámbito adecuado para anunciar y celebrar su fe en Jesucristo.
Las distintas formas celebrativas que presenta (eucaristía, sacramentos, escucha de la Palabra,
culto, devociones, oración…) abarcan el conjunto de ritos y símbolos de la vida cristiana como
anuncio y don de salvación. La comunidad cristiana está llamada a crear espacios celebrativos
que aúnen la vida y la historia con la fe que nos libera y nos llena de sentido, propiciando que
cada celebración sea “un evento vocacional”.
4.1. Cuidar la calidad de la celebración
De la celebración se ha dicho que es centro de la vida comunitaria, cumbre de la actividad
eclesial, fuente de la que brota la gracia de Dios... Tan importantes afirmaciones no pueden caer
en saco roto; debemos por tanto examinar nuestras celebraciones y ver si corresponden a estas
afirmaciones.
Para celebrar bien es necesario en primer lugar tener algo que celebrar, y cuanto más hermoso
e importante sea el motivo, mayor será nuestro gozo en celebrarlo. Pues bien, la vocación es
objeto de celebración, de alabanza y acción de gracias a Dios. Ambas realidades: vocación y
celebración van unidas y se necesitan la una a la otra. No podemos sentirnos llamados y amados
por Dios sin experimentar la necesidad de celebrarlo, lo mismo que no podemos celebrar
cristianamente si no nos mueve el deseo de glorificar y alabar a Dios, fuente del amor y de la
vida.
La celebración es el espacio en el que nuestra vocación adopta una dimensión festiva,
simbólica y comunitaria. De ahí que una pastoral atenta a lo vocacional será aquella que cuide la
calidad y calidez de las celebraciones. Señalamos algunos aspectos que pueden ayudarnos:
a) Es necesario que la celebración empalme con el motivo y que los ritos y símbolos
sean acordes a la intención.
b) La dimensión comunitaria de la vocación (nace en/para la comunidad) queda
reflejada en la celebración, ya que para que esta sea auténtica, el cristiano ha de
encontrarse con la Iglesia, debe reconocer a la Iglesia y reconocerse como Iglesia
congregada.
c) Con frecuencia, las asambleas litúrgicas languidecen bajo el peso de la monotonía,
el aburrimiento, y la falta de conexión con la propia vida. El verbalismo
racionalista asfixia la expresión corporal y el lenguaje del signo, y la tendencia a
contemplar nuestra fe desde la moralidad de nuestras acciones eclipsa la actitud de
suplica y alabanza. Es necesario recuperar en nuestras celebraciones la dimensión
simbólica frente al ritualismo, y potenciar el sentido festivo frente al cumplimiento,
sin caer por ello en una espontaneidad ramplona o en una creatividad a ultranza.
4.2. Celebrar los signos de salvación
Toda experiencia sacramental, y muy especialmente la Eucaristía, es un momento
privilegiado para que el hombre creyente se adhiera más íntimamente a Jesucristo y a su mensaje
de salvación, y que renueve su fe en Aquel del que lo ha recibido todo. Celebrar los signos de la
salvación es por tanto, el momento culminante del itinerario personal y comunitario de fe: una
llamada a la vida, a recibirla y a donarla.
En el contexto de este itinerario de fe en el Espíritu, habrá que promover la vivencia del año
litúrgico, escuela permanente de fe que abre a la gracia. Muy importantes en este itinerario serán
la Eucaristía y el Sacramento del Perdón.
En un camino dirigido especialmente a los jóvenes, o entra cuanto antes la Eucaristía como
certeza del amor gratuito de Cristo, y el sacramento del Perdón como apertura a la
transformación de la gracia, o es probable que estemos construyendo la “casa sobre arena”.
4.3. La oración vocacional
La expresión “oración vocacional” hace referencia a un aspecto importante del término
vocación que es su dimensión orante, su necesidad de Dios. Podríamos decir que sin oración, sin
experiencia de Dios, la llamada de Dios queda baldía y sin respuesta. Pero la oración puede ser
diversa según sus modalidades:
4.3.1. Oración de petición
La oración personal o comunitaria en la que pedimos al Dueño de la mies para que envíe
obreros a su Iglesia, para hacer frente a las exigencias de la nueva evangelización, es un derecho
y una obligación de cada cristiano y de la Iglesia entera20. “Pedid y se os dará”; con esta
confianza pedimos a Dios que suscite abundantes vocaciones para la vida consagrada y el
sacerdocio21.
Además en los últimos años, debido al descenso de vocaciones de especial consagración, se
han multiplicado los textos de oración, vigilias, meditaciones, cadenas de oración… Todo para
JUAN PABLO II, Vita Consecrata, 64.
OBRA PONTIFICA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 67e:
«Fundamento de toda la pastoral vocacional es la oración mandada por el Salvador (Mt 9,38). Ella compromete no
sólo a cada persona, sino también a todas las comunidades eclesiales».
20
21
pedirle a Dios que toque el corazón de los hombres y los mueva a responder positivamente a su
llamada.
Sin embargo, con bastante frecuencia nuestra “oración vocacional” tiene, en general, dos
carencias importantes:
a) Exclusivismo:
¿Debemos rezar solo –sobre todo– por las vocaciones de especial consagración? ¿no estamos
olvidando en nuestra súplica otras vocaciones a estados de vida o servicios dentro de la
comunidad cristiana? No podemos olvidar en nuestra oración a todos esos chicos/as que quieren
descubrirse como cristianos en medio del mundo y que otean el horizonte de su vida en busca de
su lugar propio. Dígase lo mismo de los que ya han optado vocacionalmente pero necesitan
renovar su respuesta cada día, pues toda vocación es “mañanera”22. Habrá que orar, por ejemplo,
por los esposos, para que se amen y amándose, transmitan a sus hijos el amor que estos necesitan
para crecer en armonía psíquica y espiritual… “La mies es mucha”, así que no podemos reducir
nuestra oración a una partecita del campo; habrá que pedir a Dios que mande su “lluvia de
gracia” a todas y cada una de las parcelas de esa mies.
b) Oración desencarnada:
Otra de las carencias es la de hacer de nuestra oración por las vocaciones una oración sin
rostro, despersonalizada. Pedimos a Dios el don de la vocación, la luz en el discernimiento, la
fortaleza en la decisión o la perseverancia en la respuesta… pero, ¿para quién pedimos todo
esto? Comprendo la dificultad que los religiosos/as de clausura, o de los ancianos… a la hora de
“poner rostro” a su oración, pero creo que en el caso de quienes trabajan en el apostolado
pastoral no hay excusa posible.
Nuestra oración debería comenzar por los hermanos/as que tenemos más cerca, por aquellos a
los que acompañamos y servimos: por ese niño inquieto de catequesis, por la niña que nunca
viene a misa los domingos y por sus padres que no la traen, por el papá indiferente y la mamá
que está redescubriendo el amor de Dios en su vida de matrimonio, por la joven que se siente
incomprendida, y por aquel otro que se siente diverso en su sexualidad, por el chico que se siente
llamado a darlo todo y no se atreve, por los novios que están aprendiendo a amarse, por los
matrimonios en dificultad, por los catequistas y operadores pastorales, por los sacerdotes y
religiosos, testimonios de la gratuidad del amor de Dios… Detrás de cada una de estas oraciones
hay un rostro, una vida, unos sentimientos, que hacen que la petición que dirigimos a Dios sea
más cálida, más entrañable, más sincera.
No entiendo un animador juvenil, sacerdote-religioso o laico, que no ore a Dios por aquellos
chicos/as a los que acompaña, que no repase ante Dios sus vidas y pida aquellos dones que se da
cuenta que necesitan. Dígase lo mismo de aquellos novios que el sacerdote va a casar esa semana
y que debiera haber conocido mediante la catequesis, el despacho, la preparación de la liturgia
matrimonial, etc. ¿Cómo no pedir al Señor por ellos, para que su respuesta vocacional sea
auténtica y llena de vida?
4.3.2. Testimonio de oración
Tanto el promotor de vocaciones como el agente pastoral deben ser testigos y maestros de
oración. Esta no les aparta de la realidad del mundo, sino todo lo contrario: les ayuda a descubrir
la gratuidad de la vida en Dios y de la vocación personal en medio del mundo y en el seno de la
Iglesia. El testimonio de la vida espiritual de estas personas es ya “promoción vocacional”. Sus
labios y su vida están en armonía al servicio de la vocación universal de toda criatura que es la
alabanza al Creador. El hombre/mujer de oración sabe cuál es su sitio en el mundo y en el plan
divino y también ayuda a otros a descubrirlo.
22
Ibid., 26a.
4.3.3. Acompañar en la oración
Una acción pastoral preocupada por la promoción de las vocaciones deberá tener como algo
prioritario la educación a la oración como lugar pedagógico del Espíritu, que descubre, madura,
alimenta y sostiene la respuesta vocacional. No me refiero solo a la enseñanza de algunas
“técnicas” que ayuden a ponerse en relación más fácilmente con Dios, sino más bien al
acompañamiento de la persona para que abra su vida a Dios y sienta la necesidad de comunicarse
con Él, sobre todo desde los afectos. Como fruto de esta experiencia brota la alabanza a Dios y el
reconocimiento de su bondad. Nadie que no haya hecho esta experiencia de Dios en la oración,
será capaz de reconocer su propia vocación, ni mucho menos responder a ella desde la entrega de
la propia vida.
a) Acompañar a los niños/familia:
A los niños se les educa a la oración más desde el sentimiento que desde la razón. Es
necesario enseñar a los niños que la oración no es un rito, una fórmula aprendida, o un modo de
saldar nuestra deuda con Dios, sino una experiencia de amistad, alegre y festiva, con nuestro
Padre-Dios, con Jesús y el Espíritu.
Con frecuencia, las incipientes experiencias de oración de los niños concluyen al llegar la
pubertad y la adolescencia. No es extraño que esto suceda si tenemos en cuenta que en muchos
casos el niño/a no ha visto rezar nunca a sus padres o hermanos mayores, ni ha orado nunca junto
a ellos. El proceso de asimilación de los roles adultos en el preadolescente provoca una ruptura
con la dimensión religiosa y más en concreto con la experiencia de oración. El preadolescente
quiere ser mayor, por eso adopta los patrones de conducta de las personas adultas que tiene más
cerca. Si sus padres, adultos de referencia, no rezan, el preadolescente pensará que la oración y la
vida de piedad son “cosas de niños” y abandonará la práctica de la oración.
En cambio, el preadolescente que es estimulado en su crecimiento religioso por el ambiente
externo (familiar, social, religioso, escolar…) madurará una cierta separación de la religiosidad
de la niñez, y encontrará mayor facilidad para individuar una visión más personalizada de Dios,
desde una relación crítica con las instituciones y con el credo religioso en general23.
Es una prioridad de la catequesis enseñar a rezar a los niños, pero más aún, enseñar a rezar a
sus padres y propiciar que esta experiencia tenga una dimensión familiar. Las posibilidades al
respecto son muchísimas: recobrar los momentos tradicionales de oración en familia, como son
el inicio o el final del día, la bendición de los alimentos, la oración común por una necesidad
familiar o conocida por todos, etc. Habría también que aprovechar los tiempos fuertes como el
Adviento-Navidad y la Cuaresma-Semana Santa-Pascua para introducir momentos de oración
apropiados: corona de adviento en familia, oración con el belén, via crucis, etc. La misma
celebración dominical, u otro tipo de celebración comunitaria, es un modo de oración. Participar
en ella padres e hijos ayuda a compartir una misma experiencia de fe. No educa nada el que los
padres lleven al hijo a la Eucaristía y ellos se queden esperando fuera o vuelvan a casa.
b) Acompañar a los jóvenes:
Los jóvenes necesitan también ser acompañados en la oración. En ellos la necesidad de
relacionarse con los otros es muy importante, por eso la experiencia de Dios debe ser para ellos,
ante todo, relación “yo-Tú”. El joven huye del “Dios de la razón”, del “Dios moralista”, del
“Dios totalmente trascendente”. El joven busca un Dios real, comunicativo, cercano a él y a su
experiencia de vida, inmanente al mundo en el que vive. Este Dios-relación de los jóvenes no
puede ser conocido sin la experiencia de oración. La pastoral busca para ello momentos
apropiados: retiros, peregrinaciones, talleres de oración, escuelas de la Palabra o de oración,
lectio divina, etc.
Una pastoral eficaz es al mismo tiempo “imaginativa” por eso habrá que servirse de todos los
medios a su alcance para que el joven pueda hacer experiencia de oración sin renunciar a
dimensiones importantes para él, como son: la música, el gesto, el cuerpo, el ambiente externo
23
Cf. Eugenio FIZZOTTI, Verso una psicología della religione. Il cammino della religiosità, Leumann (TO), Elle
Di Ci, 1995, 106ss.
agradable y acogedor, el aprecio por la naturaleza y sus lenguajes, la narración, el mundo
simbólico…
La solidez de la respuesta vocacional que el joven dará a Dios depende en gran medida de la
experiencia comunitaria y personal de oración que tenga. Por eso es tan importante acompañarles
en este camino de la interioridad, de la búsqueda de Dios en su propia intimidad, del
discernimiento vocacional desde el sagrario de la propia vida, de la invitación al compromiso
desde la cruz y el sepulcro vacío. Y ayudarles además, a que su oración no sea estéril, cerrándose
en ellos mismos, con falsos perfeccionismos o seguridades mal entendidas. Sino que venzan la
tentación del “que bien se está aquí, hagamos tres chozas…” y bajen de la montaña para que,
después del encuentro con Cristo transfigurado, manifiesten al mundo la alegría de seguir al
Señor.
Conclusión
En estas páginas he querido poner en evidencia algunos de los errores que afectan a la acción
pastoral y a la animación vocacional. También he apuntado algunas orientaciones que nos
ayuden en la búsqueda de soluciones.
No pretenden ser recetas, sino pistas que nos indican que el camino está abierto y puede
recorrerse, que solo hace falta ponerse en camino con espíritu renovado, sin miedo a cambiar
nuestros modos de pensar o actuar. Puede ser que la Iglesia se esté recuperando de la crisis de
vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada, pero esto no debe llevarnos a un falso triunfalismo.
¡Queda mucho que hacer en el ámbito de la pastoral vocacional!
De cuanto se desprende de los documentos oficiales de la Iglesia, creo que los planteamientos
teóricos y las líneas de orientación sobre pastoral vocacional son suficientemente precisas y
claras. Pero quizá estas ideas no han calado en la praxis cotidiana de las comunidades cristianas,
y especialmente de los encargados de la pastoral. Ideas, acciones y proyectos pueden –y deben–
acomodarse a las nuevas exigencias de los cristianos y a las orientaciones de la Iglesia. No basta
con repetir actitudes pastorales aprendidas o heredadas; no sirve ya el mantener “un número”,
unas estructuras... es necesario ayudar a madurar el proyecto vital de cada cristiano y para ello
hay que arriesgar, innovar, trabajar, confiar... En esto consiste el “vocacionar la pastoral”; hacia
esto nos dirigimos al “pastorerar las vocaciones”.
José Alberto Moreno, OAR
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