síntesis de la fe cristiana para «no creyentes

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KARL RAHNER, S. I.
SÍNTESIS DE LA FE CRISTIANA PARA «NO
CREYENTES»
Kurzer Inbegriff des christlichen Glaubens für "Ungläubige" Ein Versuch, Geist und
Leben, 38 (1965) 374-379.
Frecuentemente nos hemos preguntado sobre el modo de exponer con la máxima
brevedad lo esencial del cristianismo a un hombre de hoy que no sea cristiano, ni haya
tenido educación cristiana alguna. Es evidente que esta tentativa un tanto aventurada
que aquí emprendemos, y que presupone un horizonte de comprensión europeo,
resultará para la mayoría más incomprensible que las fórmulas del mensaje cristiano a
que ya está acostumbrado. Si a pesar de todo nos atrevemos a hacerla, es con la
intención de que se vea el problema, y otros puedan intentar síntesis más felices.
Dios
Consciente o inconsciente, quiéralo o no, el hombre está siempre remitido en su
existencia espiritual a un Misterio sagrado como al fondo de su ser. Este Misterio
encierra y arrastra consigo siempre, como horizonte inexpresable y por tanto
inexpresado, el pequeño círculo de nuestras experiencias cotidianas, el conocimiento de
la realidad y el hecho de la libertad. Este Misterio es lo más originario, lo más evidente,
pero, por esto mismo, es también lo más oculto y lo más desapercibido. Habla al
guardar silencio y está presente cuando en su ausencia nos indica nuestros límites.
Nosotros lo llamamos Dios. Es posible que ni caigamos en la cuenta de su presencia,
pero de hecho es afirmado, incluso en el acto en que nos desinteresemos de Él, del
mismo modo que la lógica está funcionando en el acto que la niega. Este Misterio
sagrado, que llamamos píos, constituye, como fundamento de todo conocimiento y
actividad, lo más íntimo en nosotros y, a la vez, la lejanía indominable que no necesita
de nosotros. Reverencia y adoración le son debidas: donde quiera que se den, siempre
que el hombre acoge su existencia en absoluta responsabilidad y busca y espera su fin
en la plenitud de la confianza, ha encontrado ya a Dios, sea cual fuere el nombre que le
dé, pues su verdadero nombre es siempre pronunciado en el amoroso enmudecer ante su
incomprehensibilidad.
Gracia e historia de la salvación
La experiencia más profunda y originaria de nuestra existencia es sumamente difícil de
interpretar. El hombre experimenta, sin embargo, en su historia más íntima, que el
sagrado Misterio silencioso, infinitamente lejano, que le destierra sin cesar a los límites
de su finitud y le descubre su pecado, se acerca a él y le envuelve en un amor radical,
definitivo. Un amor que es su salvación y el verdadero sentido de su exis tencia, con tal
de que el hombre se abra a Él, y no se cierre en su finitud y su pecado. Este amor,
experimentado en lo más profundo de nuestra existencia, no es. sino la
autocomunicación de Dios, la gracia divinizante en la cual Dios no comunica sólo algo
finito, sino que se da a sí mismo tornándose de esta manera el centro de nuestro ser.
Esta gracia es ofrecida a todos como luz y como promesa de la vida eterna, actúa en
cada hombre desde la fuente primera de su existencia y se manifiesta, tal vez
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innominada, siempre que en la historia del hombre aparecen intrepidez, amor, fidelidad
a la conciencia, fe en la luz a pesar de todas las tinieblas o cualquier otra adhesión al
fondo de su ser como al sagrado Misterio de la amorosa cercanía de Dios. La historia de
la manifestación cada vez más clara de la radical autocomunicación de Dios a los
hombres recibida en la fe, la esperanza y la caridad la llamamos historia de la salvación
y de la revelación. Ciertamente esta historia está frecuentemente cortada y oscurecida
por la historia de la perdición y del pecado en la cuál la humanidad, en el misterio de su
autonegación, se cierra en sí misma frente a la gracia de Dios, pero, no obstante, está
presente en todo tiempo y lugar porque el misterio del amor de Dios es más poderoso
que el misterio del pecado del hombre.
Jesucristo
La historia de la manifestación espacio-temporal de este autoencontrarse del hombre en
Dios, llamado gracia, alcanza su momento culminante y su objetivo insuperable en
aquel que llamamos el Hombre-Dios en medio de la humanidad divinizada. A este
Hombre-Dios busca, tal vez no refleja pero realmente, todo aquel que desea ver
aparecer ahí, en la visibilidad de la historia y de este modo totalmente, definitivamente
confirmada, la última y fundamental experiencia del problema radical de su ser y de su
estar-consagrado-a- la- muerte, así, como de su última aceptación por parte de Dios. Por
esto para nosotros todo hombre fiel a su conciencia es un cristiano del adviento, un
buscador del hombre, en el cual la propia pregunta (que nosotros somos y no sólo
arbitrariamente planteamos) y la respuesta afirmativa de Dios, se tornaron
definitivamente una misma cosa. Los cristianos tenemos la valentía de creer que la
hemos encontrado en Jesús de Nazaret.
La autocomunicación de Dios al hombre y la aceptación de esta autocomunicación por
parte del hombre gracias a la acción de Dios se hizo real y existencialmente una misma
cosa en Cristo. En Él, Dios mismo está insuperable e irrevocablemente donde nosotros
estamos. En Él, el hombre se hizo la manifestación de Dios mismo, no sólo como
pregunta acerca de Dios, sino como la respuesta afirmativa de Dios: el Hijo del Hombre,
el Hijo de Dios en la incondicionada verdad de esta palabra. El cristiano cree que en
Jesús de Nazaret se ha dado la concreción histórica de este objetivo que arrastra a la
historia de la salvación, la lleva a su perfección y la hace vencedora sobre la historia de
la perdición. Sólo en Jesús de Nazaret ha encontrado la humanidad al Dios-Hombre, que
busca a lo largo de toda su historia, como la realización y plenitud de su historia de
salvación. Él aparece en su maravillosa vida, en su muerte y resurrección como este
Dios-Hombre, como la presencia de Dios mismo en la historia de la humanidad. En Él
Dios nos ha acogido irrevocablemente en su amor y nos ha hecho posee dores de la
infinita plenitud de su verdad, vida y eternidad. El cristiano cree en la muerte de Jesús,
en la cual la humanidad se ha entregado radical y terminativamente a la gracia de Dios,
y cree en la perfección última del hombre Jesús (llamada resurrección), en la cual la
humanidad ha empezado, ya a poseer inmediatamente la vida de Dios trascendiendo su
historia espacio-temporal.
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Trinidad
En cuanto Dios en su autocomunicación permanece siendo siempre el sagrado misterio
incomprensible y al darse no pierde su divinidad, le llamamos Padre. En cuanto Dios se
nos comunica en la profundidad de nuestro ser como nuestra propia vida eterna por
medio de la gracia divinizante, le llamamos Espíritu Santo. En cuanto Dios se
manifiesta históricamente en el Dios-Hombre como la auténtica verdad de nuestro ser,
le llamamos Verbo e: Hijo de Dios. Al profesar que estas dos maneras de la
autocomunicación de Dios que se implican y, condicionan mutuamente son realmente
comunicación del mismo Dios v no de una representación finita suya, confesamos que
en Dios en sí mismo, en su propia vida íntima, permaneciendo uno, se da una distinción,
Padre, Hijo y Espíritu Santo; por lo que le llamamos trino o tripersonal: Padre, Hijo y
Espíritu, un Dios.
Iglesia
Damos el nombre de Iglesia a la comunidad de los que se reúnen en torno a Jesús por la
fe, esperan participar de su plenitud y, amándole, están unidos entre sí y con el Padre
por medio de su Espíritu. Él mismo ha fundado esta Iglesia en sus primeros discípulos y
le ha dado una estructura permanente en los doce, a los cuales confió su misión,
comunicó su Espíritu y unió en Pedro como cabeza de esta comunidad apostólica. En
estos apóstoles autorizados, que deberían transmitir su función a todos los apóstoles
futuros, dio Jesús a su Iglesia la misión y el pleno poder de representarle y dar
testimonio de Él hasta el fin de la historia; de suerte que también en la dimensión de la
historia concreta permanezca el sí de Dios al mundo, como una realidad siempre nueva
y actuante. La Iglesia es por lo tanto en su origen y en su testimonio de Cristo, la señal
histórica- de la voluntad salvífica de Dios que vence todos los pecados de la humanidad
y, en este sentido, el "sacramento" (esto es, el signo sagrado y eficaz) en el cual se
manifiesta y realiza la divinización del mundo. La profesión de fe de la Iglesia, como
presencia histórica del irrevocable autocomunicarse de Dios en Cristo, tiene la garantía
de la verdad divina cuando se expresa. en el testimonio definitivo del magisterio: su
palabra es una palabra eficaz, un sacramento que lleva consigo la realidad que significa.
Sacramentos
Así como en la vida personal del hombre existen palabras que le comprometen
totalmente, y que al ser pronunciadas manifiestan lo que realmente sucede - las palabras
del último amor y del perdón, por ejemplo, también la Iglesia tiene palabras, en las
cuales se da al hombre y que significan lo que ella es la señal de la misericordia y del
amor de Dios para con todos los hombres.
La Iglesia posee siete de estas palabras de gracia. La señal de gracia (llamada bautismo),
en la cual el hombre pecador es consagrado al Dios trino, en el rito de la ablución, y
recibido como miembro de la Iglesia en la dimensió n de la historia tangible, por el
perdón de sus pecados y su santificación por el Espíritu Santo. La palabra que unida a la
imposición de las manos expresa la recepción del Espíritu y que da a los bautizados la
fuerza y el poder de responder y hacerse fiadores, por el testimonio de su vida, del amor
de Dios al mundo, aun ante aquellos que piensan no poder creer en su amor. La palabra
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que juzga y que perdona, en la cual la Iglesia reconcilia consigo y con Dios al pecador.
La palabra en la cual la Iglesia recomienda al Dios de la vida eterna al bautizado que se
encuentra en la angustia de la muerte. La palabra por la cual la Iglesia con la imposición
de las manos comunica a algunos de sus miembros la participación en la Jerarquía y la:
fuerza para cumplir su misión. La palabra que crea la alianza matrimonial y, al mismo
tiempo, manifiesta en ella la unidad y fecundidad del amor de Dios a la humanidad
unificada en Cristo. A estos seis signos de la gracia santificante se añade, como el
mayor de todos, el ágape santo de la comunidad cristiana, en que ésta conmemora la
muerte y resurrección de su Señor y Salvador y, bajo las especies del pan y del vino,
renueva ininterrumpidamente su unión con Él. La Iglesia es así, al mismo tiempo, la
comunidad visible de los redimidos y el signo en el cual el Espíritu de Dios realiza y
manifiesta en la concreción histórica la salvación del mundo.
Conclusión
El cristiano sabe que, gracias a la unión con el Señor operada por el Espíritu en la fe, la
esperanza y la caridad, está ya liberado de todas las fuerzas y poderes intramundanos
(pecado, ley, muerte) e introducido en la infinitud y definitividad de la vida del Dios
vivo y verdadero. Pero sabe, también, que tiene que participar del destino mortal de su
Señor hasta depositar su existencia en las manos del Dios vivo, donde aparentemente su
vida y su muerte son la derelicción más absoluta por parte de Dios y las últimas
tinieblas del pecado. Él sabe que su vida tiene que ser la realización del amor
incondicional a Dios y a los hombres, que es el cumplimiento supremo de toda ley. Él
espera gozoso que, cuando llegue el fin de su vida y de la historia de la humanidad,
aparecerá sin velo y en su plenitud para todos los que amaron, lo que ahora nos es dado
ya en la fe v en la humildad: la vida de Dios que es todo en todas las cosas.
Tradujo y extractó: ÁLVARO BARREIRO
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