LEY DEL MECENAZGO Y CONVENIOS DE COLABORACIÓN EMPRESARIAL Guillermo Vidal Wagner Abogado y Economista Cuatrecasas Abogados SUMARIO I.) INTRODUCCIÓN II.) LOS DONATIVOS, PATROCINIO Y CONVENIOS DE COLABORACIÓN: ORIGEN CONCEPTUAL. 1.) Los donativos. 2.) El patrocinio. 3.) Los Convenios de Colaboración Empresarial. III.) EL CONVENIO DE COLABORACIÓN EMPRESARIAL 1.) Antecedentes. 2.) El artículo 25 de la Ley del Mecenazgo. 1 I.) INTRODUCCIÓN Hoy en día es prácticamente un tópico hablar de la importancia del sector empresarial en el desarrollo y promoción del Deporte, tanto en nuestro país como a nivel internacional. Ni que decir cabe que las fuertes inyecciones monetarias que las empresas han ido canalizando en los últimos tiempos hacia el sector deportivo forman parte del manido concepto de la globalización, fenómeno, no nos engañemos, en el que el Deporte fue un claro pionero. Siendo el Deporte, por tanto, un claro precursor de la globalización, no es de extrañar que actualmente se encuentre a la vanguardia en la interrelación a escala planetaria de deportistas, empresas, mercados y consumidores. Bien es cierto que las anteriores afirmaciones resultan especialmente visibles en el deporte de élite, pero tampoco conviene olvidar que determinados fenómenos deportivos de masas, precisamente son tales, porque previamente existe una eclosión del deporte a nivel de aficionado y de sus correlativas entidades asociativas. A mayor número de aficionados, generalmente mayor número de licencias federativas y, en definitiva, mayor masa crítica para que la disciplina deportiva encuentre colaboradores externos que fomenten el desarrollo de la actividad. Toda esta simbiosis, ¿a quién beneficia realmente? Por un lado, a los propios deportistas o entidades que los agrupan (los clubes y federaciones deportivas), toda vez tanto unos como otros disponen de mayores recursos para dedicarse a la disciplina practicada, reduciendo la dependencia de recursos externos ajenos al mundo deportivo. Por otro lado, la simbiosis beneficia a las propias empresas, las cuales ven asociadas su nombre o sus marcas a los valores que el deporte proclama continuamente (capacidad de sacrificio, superación, trabajo en equipo, solidaridad), lo cual debería desembocar en una mayor presencia social y mediática con el consiguiente aumento de los ingresos (y, por ende, de los beneficios). Pensando en las empresas parece evidente que, fines altruistas aparte, esperan un retorno de su inversión lo más alto posible. Y dentro del cálculo económico de ese retorno una de las variables, quizás no la más importante pero nunca dejada de lado, sea el impacto tributario que puede tener el desembolso realizado. Si ese esfuerzo económico reduce la factura fiscal, tanto mejor. Si, por el contrario, ese esfuerzo supone adicionalmente mayor carga tributaria, menores son las perspectivas de invertir en Deporte frente a otras alternativas de inversión. El tratamiento fiscal que le demos a la inversión deportiva, ya lo veremos, puede no ser neutral a la hora de la toma de decisiones, por lo que las empresas deben conocer de antemano cuál va ser la carga o ahorro fiscal de las cantidades invertidas. La forma en que se realiza el gasto deportivo es sumamente relevante, especialmente en el marco tributario diseñado por el Legislador español. No es lo mismo para una empresa invertir su dinero en un contrato de patrocinio deportivo que hacerlo mediante un donativo puro y simple; como tampoco es lo mismo invertir el dinero a través de la figura que va ser objeto de análisis en estas líneas, el Convenio de Colaboración Empresarial. Aunque para la empresa conceptualmente todas estas figuras significan económicamente lo mismo (una salida de recursos), desde luego, su tratamiento fiscal difiere notablemente. Las empresas, que son las que pagan, tienen que tener bien claro cuáles van a ser las consecuencias fiscales de cada una de estas figuras. Una elección desafortunada puede llegar a alejar definitivamente o por un largo período de tiempo al inversor que haya tenido alguna “sorpresa fiscal” con la que no contaba inicialmente. Ni el inversor ni el tejido deportivo pueden permitirse errores. Veamos en el presente artículo si somos capaces de clarificar el tema por lo que hace referencia a los Convenios de Colaboración Empresarial recogidos en el artículo 25 de la Ley del Mecenazgo. 2 II.) LOS DONATIVOS, EL PATROCINIO Y LOS CONVENIOS DE COLABORACIÓN: ORIGEN CONCEPTUAL. 1.) Los donativos. Es evidente que la forma más sencilla de ayudar a fomentar el deporte y de manera claramente desinteresada son los donativos puros y simples. Lo cierto es que curiosamente, aunque desapercibidos, son los más frecuentes dentro del deporte aficionado. Desde los padres que compran los balones para que los descendientes jueguen en condiciones a su deporte preferido, hasta las empresas que entregan material deportivo sobrante pero en perfectas condiciones de uso, pasando, por las ocasionales invitaciones de bares, restaurantes y hoteles. Desde luego, todas las anteriores prácticas sociales, estas sí, son absolutamente desinteresadas y, por descontado, no tienen presente las consecuencias fiscales de sus actos. Si bien se mira, el altruismo llega hasta tal extremo que desprecia las eventuales ventajas fiscales que ofrece el Ordenamiento jurídico. En estos casos la variable fiscal sencillamente no juega, no porque no existe y deba/pueda aplicarse, sino porque las partes no la tienen en consideración. Realmente es el caso extremo. Amor al Deporte puro y simple. No se esperan contrapartidas. No hay egoísmo. No hay razonamiento ni cálculo económico. El ideal solidario, vamos. 2.) El patrocinio. Observemos ahora al otro extremo. Es aquel en el que se dan recursos esperando claramente una contrapartida. Es un gasto en publicidad puro y duro. La empresa (es raro, aunque no imposible, que sea un particular) entrega dinero y/o bienes y espera claramente que la persona o entidad deportiva receptora haga algo cambio, y ese algo, a los efectos que aquí vamos a analizar, es publicidad. El patrocinado deberá lucir publicidad en sus camisetas, en sus estadios en sus boletines institucionales, etc por el hecho de aceptar dinero de la empresa. Sin publicidad, no hay dinero. Así de crudo. Así de simple. Capitalismo en su máxima expresión. La persona o entidad deportiva presta un servicio publicitario que la empresa paga, esperando obtener un elevado retorno de su inversión publicitaria. Todo se regula contractualmente, nada se deja al azar. Cada parte persigue su propio interés. El paradigma de los colectivos antiglobalizadores, para entendernos. 3.) El Convenio de Colaboración Empresarial Entre los dos anteriores extremos, mundos si así lo prefieren, ¿existe alguna figura intermedia? ¿Cabe interponer entre altruismo y egoísmo alguna figura que tenga elementos de esos dos mundos? Sin ánimo de ser pedante, en palabras de un jurista, ¿cabe un tertium genus? Puede ser discutible que realmente exista alguna figura intermedia entre altruismo y egoísmo; lo que no es menos cierto es que el Legislador español ha intentado crearla y ha llamado al resultado Convenio de Colaboración Empresarial. Seguidamente entraremos en el análisis jurídico de esta figura, pero en este apartado conviene recordar qué se pretende mediante su implantación y a qué ideas responde. Ya hemos visto que las personas y las empresas y las empresas pueden ser absolutamente desinteresadas o, lo más normal, perseguir un fin egoísta. Sin embargo, posiciones tan antagónicas, ¿pueden tener algún punto de encuentro? Pues parece ser que sí o eso es al menos lo que en ocasiones observamos en la realidad social. De esta forma, no es extraño que ese padre o esa empresa que regala balones, camisetas, etc sean personas o entidades bien consideradas 3 para los receptores de las dádivas; el agradecimiento, aparte de sincero, es enorme. Realmente el receptor, de alguna forma, se siente en deuda con el benefactor y quiere darle un mínimo reconocimiento. Y, ¿por qué no decirlo?, en ocasiones también la propia entidad receptora quiere crear un clima de competitividad en el altruismo, que le permita seguir allegando fondos gratuitamente. Así las cosas, tanto en el pasado como en la actualidad, los beneficiarios de esta forma de Mecenazgo, pensaron en que el donante debía perder su anonimato y que el agradecimiento a sus esfuerzos debía ser público. Se empieza con los reconocimientos en los discursos oficiales de las entidades y se llega hasta las menciones en los periódicos, generalmente locales, pasando por las menciones en los boletines de las entidades o en las placas de las salas nobles. No se pretende que el benefactor venda más o gane más dinero, sino que sencillamente se pretende dejar constancia pública de la gratitud del receptor hacia el donante. Por otro lado, el propio donante era y es el que en ocasiones quiere que se dé a conocer su aportación de forma pública. No porque pretenda publicidad, sino porque puede ocurrir que quiera dar notoriedad al cumplimiento de compromisos morales adoptados en el pasado. Decir a viva voz lo mucho que se va a hacer por un club deportivo no debe dar lugar a posteriores maledicencias, por lo que a veces es necesario informar públicamente que los compromisos morales se han llevado a la práctica. Otras veces el donante quiere dar a conocer qué recursos han entrado en un club, para que los que lo estimen pertinente (los socios generalmente, pero también determinados organismos –internos y externos-) puedan fiscalizar lo que consideren necesario. En resumidas cuentas, según lo expuesto hasta ahora, parece evidente que en ocasiones existe una mínima contrapartida (ya sea querida por el donante o por le beneficiario) respecto de los recursos aportados. Que esa contrapartida suponga necesariamente la existencia de egoísmo en las partes intervinientes es, como mínimo, dudoso. ¿Qué régimen jurídico y fiscal debemos aplicar? ¿El de las donaciones o el de los contratos de patrocinio? Ya lo veremos, pero las consecuencias de aplicar uno u otro régimen son radicalmente distintas, por lo que el Legislador español decidió crear una figura a caballo entre ambas, dando lugar al Convenio de Colaboración Empresarial. III.) EL CONVENIO DE COLABORACIÓN EMPRESARIAL 1.) Antecedentes. Partiendo de las anterior exposición, fue la Ley 30/1994, la que por primera vez reguló en España los Convenios de Colaboración Empresarial. En concreto, su artículo 68 se expresaba en los siguientes términos: “Artículo 68. Convenio de Colaboración en actividades de interés general. Se entenderá por convenio de colaboración en actividades de interés general, a los efectos previstos en el presente Título, aquel por el cual las entidades a que se refiere el Capítulo Primero del mismo a cambio de una ayuda económica para la realización de las actividades que efectúen en cumplimiento de los fines previstos en el artículo 42.1 a), se comprometen por escrito a difundir la participación del colaborador en dicha actividad, sin que en ningún caso dicho compromiso pueda consistir en la entrega de porcentajes de participación en ventas o beneficios. Las cantidades así satisfechas tendrán la consideración de gasto deducible en la empresa o entidad colaboradora con el límite del 5 por 100 de la base imponible o del 0,5 por 1000 del volumen de ventas sin que, en ningún caso, la aplicación de este último porcentaje pueda determinar una base imponible negativa. 4 El límite de deducción contemplado en este precepto será compatible con el previsto en el artículo 63 y en el artículo 70 de esta Ley. En el caso de empresarios y profesionales el cómputo del límite del 5 por 100 se efectuará sobre la porción de base imponible correspondiente a los rendimientos netos derivados de la respectiva actividad empresarial o profesional ejercida. Lo dispuesto en este artículo se entenderá sin perjuicio del régimen fiscal correspondiente a los contratos de patrocinio publicitario regulados en el artículo 24 de la Ley 34/1998, de 11 de noviembre, General de la Publicidad.” Del anterior precepto, podemos destacar cómo el Legislador del año 1994 establecía límites a la deducibilidad del gasto en el Impuesto sobre Sociedades cuando las empresas firmaban Convenios de Colaboración Empresarial, límites que desaparecieron íntegramente con la reforma operada en el año 2002. Asimismo, es interesante la inclusión del último párrafo, relativo al régimen fiscal propio de los contratos regulados en la Ley General de Publicidad. Se intuye claramente cómo ya en 1994 al Legislador no le quedaban nítidos los contornos de la figura creada, por lo que decide precisar que los contratos de la Ley General de Publicidad siguen su propio régimen. Sin embargo, en la normativa sobre publicidad, ni en ninguna normativa específica sobre el tema se concreta en qué consiste su régimen fiscal; no existe régimen específico en tributación directa ni en tributación indirecta. Esta circunstancia, unida al hecho de que escasa es la regulación recogida en la Ley 30/1994, durante la vigencia de esta normativa se plantearon numerosas dudas respecto a la tributación de los Convenios de Colaboración Empresarial. Estas dudas se centraron principalmente en el régimen de tributación indirecta. Las entidades receptoras, toda vez que de alguna manera prestaban un servicio publicitario en forma de difusión de la colaboración, ¿debían repercutir el Impuesto sobre el Valor Añadido a la empresa patrocinadora? Con independencia de las distintas posturas doctrinales al respecto, lo cierto es que en la práctica el sector no lucrativo aplicaba el razonamiento de la Dirección General de Tributos1, razonamiento que concluía que debía repercutirse el Impuesto sobre el Valor Añadido, porque se estaba ante una prestación de servicios sujeta y no exenta al tributo. Sin embargo, con posterioridad la Dirección General de Tributos 2 cambió radicalmente de criterio y pasó a entender que estamos ante una operación no sujeta al Impuesto sobre el Valor Añadido. En consecuencia, no procede repercutir el citado tributo. Con el apoyo de Sentencias del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, el centro directivo concluye que no se dan los requisitos de consumo gravable3 ni de onerosidad4. Que las Sentencias utilizadas por la Dirección General de Tributos realmente sean aplicables a los Convenios de Colaboración Empresarial es bastante dudoso5, pero lo relevante es que desde que se produjo el cambio de criterio administrativo en general se dejó de repercutir el Impuesto sobre el Valor Añadido por parte de las entidades beneficiarias. 1 Consultas de fecha 10 de octubre de 1995, 20 de marzo de 1996 (NFC 003070) y 29 de abril de 1998. 2 Ver Consulta de 9 de marzo de 1999 y Resoluciones de 13 de diciembre de 1999 y de 19 de enero de 2001. 3 4 5 Ver Sentencias del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas de 29 de febrero de 1996 y de 18 de diciembre de 1997. Ver Sentencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas de 3 de marzo de 1994. Para Blázquez Lidoy claramente los Convenios de Colaboración Empresarial están sujetos y no exentos al Impuesto sobre el Valor Añadido. Bláquez Lidoy, A. “El IVA en las entidades no lucrativas.” Ed. CEF. Madrid 2002. Págs. 53 y ss. 5 Una vez realizadas las anteriores precisiones, vamos a analizar cómo queda regulado el Convenio de Colaboración Empresarial en la Ley 49/2002, de 232 de diciembre, de Régimen Fiscal de las Entidades sin Fines Lucrativos y de los Incentivos Fiscales al Mecenazgo (en adelante, Ley del Mecenazgo). 2.) Artículo 25 de la Ley del Mecenazgo Antes de detenernos en el examen de la Legislación actualmente en vigor, conviene recordar el texto legal que aparece recogido en la Ley del Mecenazgo: “Artículo 25. Convenios de colaboración empresarial en actividades de interés general. 1. Se entenderá por convenio de colaboración empresarial en actividades de interés general, a los efectos previstos en esta Ley, aquel por el cual las entidades a que se refiere el artículo 16, a cambio de una ayuda económica para la realización de las actividades que efectúen en cumplimiento del objeto o finalidad específica de la entidad, se comprometen por escrito a difundir, por cualquier medio, la participación del colaborador en dichas actividades. La difusión de la participación del colaborador en el marco de los convenios de colaboración definidos en este artículo no constituye prestación de servicios. 2. Las cantidades satisfechas o los gastos realizados tendrán la consideración de gastos deducibles para determinar la base imponible del Impuesto sobre Sociedades de la entidad colaboradora o del Impuesto sobre la Renta de no Residentes de los contribuyentes que operen en territorio español mediante establecimiento permanente o el rendimiento neto de la actividad económica de los contribuyentes acogidos al régimen de estimación directa del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas. 3. El régimen fiscal aplicable a las cantidades satisfechas en cumplimiento de estos convenios de colaboración será incompatible con los demás incentivos fiscales previstos en esta Ley.” Veamos seguidamente cuáles son las características fundamentales a la hora de analizar estos Convenios de Colaboración Empresarial. Definición para la propia Ley del Mecenazgo. A la luz del precepto anteriormente transcrito hay que indicar, de entrada, que la definición que contiene sólo aplica a los efectos de la propia Ley del Mecenazgo (“a los efectos previstos en esta Ley”). En consecuencia, el régimen fiscal dispuesto parte de una definición ad hoc que en nada prejuzga otros posibles Convenios de colaboración empresarial, que aparezcan así denominados en otras ramas del Ordenamiento o que así se definan por las partes intervinientes en cualquier tipo de contratación. Actividades de interés general. Por otro lado, tal y como se desprende del título y del cuerpo del artículo 25 de la Ley del Mecenazgo, este tipo de Convenio se aplica a “actividades de interés general”. En consecuencia, aunque se den el resto de características que definen estos convenios (compromiso por escrito, entidades del artículo 16 de la Ley del Mecenazgo, etc), si la finalidad no son actividades de interés general, no cabe utilizar estos Convenios. Pensemos que un club o federación deportiva de las recogidas en el artículo 16 de la Ley del Mecenazgo persigue fines de interés general (los fines deportivos aparecen recogidos como de interés general en el artículo 3.1º de la Ley del Mecenazgo), pero en ocasiones puede perseguir accesoriamente fines 6 distintos. Si los recursos obtenidos se destinan finalmente a actividades distintas de las propias de la entidad, no estaremos ante un Convenio de Colaboración. Entidad receptora. Para que exista Convenio a los efectos de la Ley del Mecenazgo, necesariamente la entidad receptora deberá ser una de las recogidas en el artículo 16 de la propia Ley del Mecenazgo. A los efectos que aquí interesan, este precepto establece que las entidades receptoras serán aquellas a las que resulte de aplicación la propia Ley del Mecenazgo, es decir, las fundaciones, asociaciones declaradas de utilidad pública, las federaciones deportivas españolas y las autonómicas integradas, el Comité Olímpico Español, el Comité Paralímpico Español, todas ellas en la medida en que hayan optado por la aplicación del régimen contenido en la Ley del Mecenazgo. A través del artículo 16 b) se permite que los Convenios de Colaboración se puedan firmar con el Estado, las Comunidades Autónomas y las Entidades Locales, así como a sus respectivos organismos autónomos. Esta circunstancia es la que entendemos permite firmar Convenios de Colaboración al Consejo Superior de Deportes. Ayuda económica. El benefactor debe entregar una ayuda económica. No caben, por tanto, las ayudas morales o las declaraciones de intenciones. Tampoco caben, entendemos, las expectativas de derechos. Ayuda económica es aquella que, en el fondo, es valuable económicamente, valga la redundancia. Siendo económica, tanto sirven los flujos monetarios como los flujos de bienes (unas camisetas, unos balones, unas canastas, calzado deportivo, etc). También deberían servir las prestaciones de servicios realizadas por la empresa mecenas, supuesto bastante frecuente (en vez de aportar dinero, la entidad deportiva receptora puede utilizar gratis los servicios de un despacho de abogados, de auditores, de consultores, etc). Asimismo, entendemos que caben ayudas económicas variables atendiendo a los resultados o a las ventas de la empresa que realiza la aportación. Al contrario de lo prevenido en la Ley 30/1994, en la actual Ley del Mecenazgo no existe limitación alguna a la hora de cómo calcular el monto de la ayuda económica. Sin embargo, no es este el sentir de la Dirección General de Tributos6, la cual entiende que “El resultado que se pretende con la formalización de un convenio de colaboración, es la realización de fines de interés general, independientemente del resultado que pudiera obtener el colaborador como consecuencia de su colaboración.” Interesante argumento, sin duda, el expresado por el centro directivo, argumento que, a nuestro entender, carece de apoyo legal y que va en sentido contrario a la filosofía de la reforma operada en el año 2002 de eliminar todo tipo de límites para estos gastos. Realización de actividades en cumplimiento del objeto o finalidad específica de la entidad. Este aspecto ya está comentado anteriormente. Únicamente vamos a mencionar que para la Dirección General de Tributos7 debe constar en el propio Convenio de Colaboración el “proyecto concreto para el que se entrega la ayuda de la entidad colaboradora, debiendo destinarse la misma a dicho proyecto.” A nuestro entender, la Dirección General de Tributos está exigiendo un requisito que no aparece por ningún lado en el texto de la Ley del Mecenazgo, por lo que su postura no nos parece acertada. Y no lo es, porque ello obligaría a las entidades receptoras a tener claro desde el momento en que se percibe la aportación en qué actividades van a gastarse el dinero. Y lo normal será que muchas de esas actividades se sepan en el futuro, no al momento de percibir el dinero. Compromiso escrito. El compromiso por parte la entidad debe constar por escrito. Si bien lo más normal es que en un único documento consten todos los pormenores de la relación entre la empresa y el ente deportivo, lo cierto es que el precepto lo único que exige es que la obligación del ente receptor conste por escrito. En consecuencia, no es obligatorio (cuestión distinta es que, aparte de recomendable, sea lo más usual) que el resto de condiciones (pagos por parte de la empresa, momento de su realización, tipo de material si es en especie la colaboración, etc) 6 Ver Consulta de 3 de diciembre de 2004 (NFC 020396). 7 Ver Consulta de 3 de diciembre de 2004 (NFC 020396) 7 consten por escrito. Como hemos visto en el punto anterior no es este el criterio de la Dirección General de Tributos. Compromiso de difundir por cualquier medio. La obligación del patrocinado es la de dar a conocer, proclamar, hacer público lo que ha hecho o va a hacer el patrocinador. Ese reconocimiento público puede hacerse por cualquier medio. En consecuencia, sirven tanto las fotos y menciones en los boletines de la entidad, las pancartas en las instalaciones deportivas, las citas en las páginas web de la entidad o en otros medios de comunicación, etc. Hay que mencionar que también sirve el hecho de que la difusión la realice un tercero, si así lo estima pertinente; en consecuencia, la difusión se puede hacer con los medios de la propia entidad beneficiada como con los medios de una tercera entidad. Pensemos en el caso de que una entidad recibe importantes ayudas económicas bajo un Convenio de Colaboración y que sea otra entidad (Televisión española, autonómica, local, extranjera, radio, etc) la que realice el acto de comunicación público. Si la entidad aportante está de acuerdo con que la obligación la asuma, no directamente la propia entidad deportiva beneficiada, sino un tercero ajeno a la relación, no parece que exista problema fiscal alguno. ¿Estamos igualmente ante un Convenio de Colaboración Empresarial si el que realiza la difusión es el propio aportante? A nuestro entender es perfectamente factible que el aportante sea el que realice la difusión de su colaboración sin que se perjudique la aplicación del régimen previsto para los Convenios de Colaboración. La Dirección General de Tributos, si bien era inicialmente del mismo parecer8, cambió (una vez más) su postura con posterioridad 9. La participación del colaborador en dichas actividades. Lo que se puede hacer público es la participación del benefactor, es decir, se puede citar su nombre y apellidos (caso de las personas físicas) o su denominación social (en el caso de entidades), pero no cabe en forma alguna citar sus marcas o productos, salvo en el caso, lógicamente, de que coincida marca con denominación social. Caso peliagudo puede ser aquel en el que la entidad receptora (o, como hemos dicho, una entidad tercera) realice un acto público comunicando la participación de la empresa y en el citado acto aparezca publicidad de los productos o marcas de la entidad de forma evidente y notoria. En estos casos no cabe tomar una posición definitiva, sino que habrá que analizar caso por caso (con las dificultades de prueba que puedan existir), toda vez que la figura del Convenio de Colaboración no debería dar lugar a abusos, más o menos encubiertos (pensemos, por ejemplo, en una comunicación pública televisada en la que el decorado o la parte inferior de las pantallas aparece publicidad de los productos o marcas del patrocinador). Por otro lado, en numerosas ocasiones, en el marco de la relación “empresa mecenas-club deportivo patrocinado” suelen establecerse cláusulas en virtud de las cuales la empresa podrá utilizar el logotipo o el nombre del club deportivo en sus comunicaciones, sus productos, etc. En este caso entendemos que las partes están asumiendo derechos y obligaciones que exceden del contenido restringido previsto en la Ley del Mecenazgo. En consecuencia, de mediar cláusulas similares, no estaríamos ante un Convenio de Colaboración, por lo que la entidad patrocinada vendría obligada a repercutir el Impuesto sobre el Valor Añadido. No es una prestación de servicios. Extraña a primera vista la inclusión del citado párrafo, pero en la práctica parece evidente que lo que pretende es no sujetar al Impuesto sobre el Valor Añadido la actividad de la entidad receptora consistente en difundir la participación del colaborador. Todo ello en línea con el contenido de las Consultas de la Dirección General de Tributos anteriormente citadas. Esta forma de proceder entendemos que es criticable. Por un lado, lo que hace referencia al Impuesto sobre el Valor Añadido, deriva de Directivas Comunitarias y de Sentencias del 8 Ver Consulta de 13 de marzo de 2004. 9 Ver Consulta de 3 de diciembre de 2004. 8 Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Y desde este punto de vista el concepto de lo que debemos entender por “publicidad” es un concepto de definición comunitaria que no queda al criterio de los Estados Miembros. No podemos detenernos en este tema, pero todo parece indicar que la actividad de la entidad beneficiada por el apoyo empresarial es una prestación de servicios en toda regla desde el punto de vista del Impuesto sobre el Valor Añadido. En consecuencia, la entidad debería repercutir el tributo a la empresa patrocinadora. No las debe tener todas consigo el Legislador español cuando no modifica directamente la Ley del Impuesto sobre el Valor Añadido y cuando en sede de la propia Ley del Mecenazgo no dice expresamente que exista esa ausencia de sujeción al tributo. Lo que dice sibilinamente es que no estamos ante una prestación de servicios, dejando que los operadores económicos saquen sus propias conclusiones. Y, claro está, semejante redactado, junto a la postura de la Dirección General de Tributos, llevará a concluir al operador económico que los Convenios de Colaboración Empresarial no están sujetos al Impuesto sobre el Valor Añadido. Ya veremos qué ocurre si desde Europa se obliga en algún momento al Estado español a modificar su postura respecto este tema… Gasto deducible. Las cantidades o gastos satisfechas serán deducibles sin límite alguno, tanto en el Impuesto sobre Sociedades como en el Impuesto sobre la Renta de No residentes mediando establecimiento permanente. En el caso del Impuesto sobre la Rentas de las Personas Físicas el gasto sólo será deducible en el régimen de estimación directa al calcular el rendimiento neto de la actividad económica. Fijémonos que el precepto habla de la deducibilidad de “cantidades satisfechas” o de “gastos realizados”, lo cual permitiría sentar como conclusión que son deducibles las cantidades efectivamente entregadas, no las meramente devengadas o exigibles; otro tanto cabe predicar respecto de los gastos: estos deben ser gastos realizados, no gastos meramente devengados. Incompatibilidad de beneficios fiscales. La deducibilidad del gasto por el concepto analizado es incompatible con la utilización de otros beneficios fiscales previstos en la Ley del Mecenazgo. La incompatibilidad debe entenderse predicada respecto de los mismos recursos utilizados, no respecto de otros distintos. Es decir, las mismas cantidades, por ejemplo, no pueden servir al mismo tiempo para la deducibilidad como gasto en el Impuesto sobre Sociedades y para generar una deducción por donativos. Ahora bien, es perfectamente posible aplicar la deducibilidad del gasto por Convenios de Colaboración Empresarial respecto de las cantidades destinadas a tal finalidad y aplicar la deducción por donativos respecto de otras cantidades satisfechas por la entidad. Por otro lado, las incompatibilidades se predican respecto de otros beneficios fiscales previstos en la propia Ley del Mecenazgo. Es decir, el Convenio de Colaboración Empresarial es compatible con aquellos otros beneficios fiscales contenidos en otras Leyes (en la medida en que, lógicamente, esas otras Leyes no prevean algún tipo de incompatibilidad). 9