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Mª LUISA RUIZ ARCOS
Abogado del Iltre. Colegio de
Abogados de Madrid
EL ARTÍCULO 6 DEL CÓDIGO CIVIL
EN LA JURISPRUDECIA DE LA SALA
DE LO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO DEL TRIBUNAL SUPREMO
SUMARIO
1.
2.
3.
4.
5.
6.
INTRODUCCIÓN.
DE CÓMO LA INTERPRETACIÓN APLICATIVA DEL ORDENAMIENTO JURÍDICO HA DE HACERSE POR GRUPOS NORMATIVOS.
A) Breve referencia a la teoría de los grupos normativos.
B) Reconocimiento jurisprudencial.
C) Funciones y consecuencias de la operación por grupos normativos.
D) Derecho Civil y Derecho Administrativo. Son ambos derecho común en el
sentido de que son derecho con capacidad autointegradora.
LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL SUPREMO DE 11 DE MAYO DE 1.999
DE LA SALA DE LO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO.
A) De la Sentencia impugnada, de los hechos que dieron lugar a la misma,
del fallo que contiene y de los motivos de casación que interpuso contra
ella el Abogado del Estado.
B) El grupo normativo regulador.
C) Las razonadas sinrazones de la Sentencia impugnada.
DE CÓMO LA SALA TERCERA DEL TRIBUNAL SUPREMO SE HA
VISTO EN EL DEBER DE RECORDAR QUE EL ARTº 6 DEL CÓDIGO
CIVIL AFIRMA LA VOLUNTAD DE QUE EL DERECHO SE CUMPLA Y
QUE SU FUNDAMENTO SE HALLA EN EL DEBER DE COOPERACIÓN
DE TODOS EN LA REALIZACIÓN DEL DERECHO.
LO QUE AÑADE EL TRIBUNAL SUPREMO.
FINAL.
1. INTRODUCCIÓN
En la Sentencia que aquí va a ser comentada la Sala de lo contencioso administrativo
del Tribunal Supremo ha tenido necesidad de recordar que la regla contenida en el artº 6 del
Código Civil (“La ignorancia de las leyes no exime de su cumplimiento”) no establece una
presunción de conocimiento del derecho, lo que sería monstruoso dadas las colosales
dimensiones que el ordenamiento jurídico ha alcanzado “en un mundo de leyes
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desbocadas”1, sino algo bastante más simple que, además, resulta claramente de la literalidad misma del precepto: la regla de la inexcusabilidad del cumplimiento de las leyes.
La Sentencia tiene interés general, y a quienes en nuestro despacho profesional tenemos que llevar a cabo diariamente una interpretación aplicativa del ordenamiento civil, nos
sirve para entender que éste no es más que un subsistema de ese sistema más amplio que es
el ordenamiento jurídico global.
La lectura de esta Sentencia y la reflexión que la misma me ha suscitado, me ha servido también para familiarizarme con la operación por grupos normativos (concepto éste no
demasiado conocido entre nosotros los civilistas, pese a que es así como intuitivamente
estamos actuando a diario) y para replantearme el problema de las relaciones entre el derecho civil y el derecho administrativo y entre el derecho civil y el resto de los subsistemas
que componen e integran el ordenamiento jurídico global.
2. DE CÓMO LA INTERPRETACIÓN APLICATIVA DEL ORDENAMIENTO
JURÍDICO HA DE HACERSE POR GRUPOS NORMATIVOS
A) Breve referencia a la llamada Teoría de los grupos normativos
La Teoría de los grupos normativos elaborada por los iusadministrativistas y que hoy
se encuentra plenamente acogida por la jurisprudencia de la Sala Tercera del Tribunal
Supremo, entre otras ventajas ha permitido aumentar el arsenal de técnicas que hasta ahora
vienen utilizándose para colmatar las posibles lagunas del ordenamiento jurídico. Aunque
su descripción científica es relativamente reciente, de hecho viene siendo utilizada por los
juristas desde siempre, siquiera sea de una manera muchas veces más intuitiva que
racional2.
Parte de la base de que el ordenamiento jurídico es un conjunto coherente de elementos diversos, coherencia que es definida y diferenciada de la homogeneidad por el profesor Guasp en los siguientes términos:
“La homogeneidad supone (…) una comunidad de naturaleza interior y hasta íntima,
entre los distintos elementos que componen el todo que se supone homogéneo. La coherencia
por el contrario, nada asegura acerca de esa pretendida identificación sustancial; lo único
que sostiene es que, en su acoplamiento y en su comportamiento, una vez acoplados, los elementos de un todo, homogéneos o heterogéneos, aparecen y figuran, no dispuestos arbitrariamente, sino con arreglo a una pauta que el hombre puede comprender. La homogeneidad dice
de los elementos de un conjunto nada menos sino que son lo mismo en el fondo; la coherencia
no llega a tanto: proclama simplemente que esos elementos aunque distintos, tienen entre sí
algo de común que no es su última naturaleza, sino su modo de estar y de actuar, y que ese
algo hace que la unión de dichos elementos, aunque sin fusionarlos, resulte predictible, calculable e inteligible, en una palabra, por lo cual resultan componentes de una verdadera ordenación”3.
El ordenamiento jurídico es, pues, un conjunto coherente de elementos , no necesariamente homogéneos ya que con toda normalidad son heterogéneos, que componen un
1. Eduardo GARCIA DE ENTERRIA ha alertado recientemente sobre los riesgos que para la justicia y la seguridad
jurídica dimanan de esta situación (confróntese su trabajo: Justicia y seguridad jurídica en un mundo de leyes
desbocadas, Cuadernos Civitas, Madrid 1999, 110 págs.)
2. Para un estudio más amplio de la Teoría de los grupos normativos confrontar la obra de Francisco GONZÁLEZ NAVARRO Derecho Administrativo español, ed. Eunsa, Pamplona, 1995, Tomo I, 2ª Edición pág 743 a 762.
3. J. Guasp. Derecho. Madrid 1.971, págs. 404-405.
NOTAS Y COMENTARIOS
todo y que se comportan conforme a pautas determinadas. Coherencia que Guasp define
como “tener para todo una respuesta y sólo una”4.
El ordenamiento jurídico tiene siempre respuesta para cualquier problema jurídico
que se le plantee, respuesta que además es única, pues, de no serlo, el conjunto resultaría
ininteligible, no se entendería. Coherencia es inteligibilidad. Un conjunto es coherente
cuando se deja entender, y esto con independencia de que sus elementos sean homogéneos
o heterogéneos entre sí.
Un ordenamiento determinado (el español en nuestro caso) y considerado en un
momento determinado de su historia (a partir de la Constitución de 1.978 que sin duda
supone un cambio de tan largo alcance que abre una época en todos los ordenes de la vida
de los españoles), debe necesariamente tener dos notas sustanciales que son la plenitud (respuesta a todas las cuestiones) y la univocidad (respuesta única).
Ahora bien, el ordenamiento está en evolución constante y casi siempre imperceptible a primera vista, como ocurre con el idioma que hablamos. Aunque tendencialmente
debe satisfacer las exigencias de plenitud y univocidad, hay casos en que no hay respuesta
(laguna del derecho, anomia jurídica) o en que esa respuesta es múltiple o contradictoria
(antinomias jurídicas). Pero como el non liquet (“no (lo veo) claro, no (lo veo) líquido”)
está vedado al juez, el cual no puede escudarse en la oscuridad o insuficiencia de la ley para
eludir dar solución al problema que plantea el justiciable, la ciencia jurídica ha inventado
diversas técnicas (por ejemplo, la analogía, la supletoriedad, la remisión normativa, etc.)
que permitan encontrar solución –única, además– a cualquier problema de la práctica. Una
de esas técnicas es –repito– la que nos brinda la teoría de los grupos normativos y, más
exactamente, la distinción que los cultivadores de esta teoría establecen entre grupos normativos verticales y grupos normativos horizontales.
Cada uno de los elementos que componen el conjunto que es el ordenamiento jurídico, tiene su propia estructura interna y, a su vez, integran una estructura superior donde
cada uno está sometido a la influencia de los demás. El ordenamiento jurídico es tal porque
el acoplamiento de sus elementos se produce conforme a pautas determinadas que permiten
predecir y calcular ese comportamiento (coherencia) y porque esos elementos se hallan
interrelacionados y se influyen recíprocamente (solidaridad).
Dentro de esta teoría se denomina conjunto jurídico a cada rama del derecho o a
cada disciplina jurídica determinada. Así el Derecho Administrativo se descompone en
derecho administrativo funcionarial, derecho administrativo sancionador, etc.; el derecho
civil en derecho de familia, el derecho de sucesiones, etc.
A su vez cada conjunto se integra en varios subconjuntos o subgrupos, en los cuales
existen proposiciones moleculares que son el fruto de las interrelaciones entre las proposiciones atómicas , que son la regla jurídica más elemental anudada a una determinada conducta, una consecuencia jurídica que no admite división.
Estas agrupaciones funcionan aislada y colectivamente como totalidades solidarias y
que, por tanto, poseen una cohesión interna, existiendo, a su vez, entre ellas recíprocas
conexiones.
Según el momento que tengamos en cuenta las normas, éstas aparecen dispersas y
diseminadas (es lo que ocurre cuando las consideramos en el momento de su producción), o
bien reunidas e integradas en una unidad (grupo normativo) que es lo que sucede cuando las
consideramos en el momento de su aplicación. El supuesto de hecho contemplado exige la
4. J. Guasp. Cit. Pág. 406
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actuación simultánea de los distintos y dispersos elementos de esa unidad llamada grupo
normativo, siendo la identidad de criterios inspiradora lo que da coherencia al grupo.
Los elementos que integran ese conjunto superior que es el ordenamiento jurídico no
aparecen aislados. Los subsistemas que lo componen no son compartimentos estancos sino
que se comunican entre sí de modo que el contenido de uno de ellos puede ser utilizado
para complementar o llenar los vacíos o insuficiencias de los otros.
El grupo normativo es un bloque homogéneo de reglas jurídicas, jerárquicamente
articuladas y recíprocamente relacionadas, que regulan un determinado supuesto de hecho
bajo idénticos criterios. Y porque esto es así, no debe confundirse el concepto de grupo normativo con el de bloque normativo que forma una Ley y las normas que la desarrollan, ni
tampoco con el de concurso de normas jurídicas.
Pues bien, el ordenamiento jurídico que, como puede ya adivinarse por lo que vengo
diciendo, tiene una estructura reticular, puede entenderse –y aplicarse– mejor si distinguimos dos tipos de grupos normativos:
Verticales, donde el presupuesto de hecho es subjetivo, una organización personificada, (por ejemplo, un colegio profesional, una sociedad anónima) o no personificada pero
tratada como unidad diferenciada por el ordenamiento jurídico (una comunidad de propietarios) y
Horizontales, donde el presupuesto de hecho es objetivo, un aspecto concreto de la
actividad de una persona pública o privada (la actividad profesional, la actividad contractual, etc.)
Ambos tipos se interseccionan y entrecruzan, de modo que los horizontales forman
parte de los verticales, y así en defecto de una solución contraria o de norma excluyente en
el grupo vertical entra en juego el grupo horizontal, permitiendo cubrir en su caso el vacío
normativo. Con ello se cumple el requisito de plenitud de todo ordenamiento jurídico al que
nos referíamos anteriormente, y que, en definitiva, no es algo inherente a esa coherencia
que le es propia y que es consecuencia de su estructura solidaria.
El principio de solidaridad aparece expresamente recogido en los artículos 2 y 138
de la Constitución, referidos a aspectos económicos y sociales, pero nada impide hacerlo
extensivo al resto del ordenamiento jurídico. Además la regla de supletoriedad del derecho
estatal respecto del autonómico que consagra el artº 149.3 del texto constitucional es la consecuencia de ser el ordenamiento español un conjunto coherente, esto es, un sistema donde
sus elementos se encuentran interrelacionados y que responde a unas claves que lo hacen
comprensible.
B) Reconocimiento jurisprudencial
En todo grupo normativo hay una ley cabecera que le da coherencia, lo inspira y lo
informa; no tiene que ser de rango constitucional ni tiene que ser una sola (pueden ser
varias o incluso parte de una o de varias) y así ha sido reconocido por el Tribunal Supremo
en numerosas Sentencias:
STS de 19 de febrero de 1999 (RJ 1999\1385) “que se encuadra en el mismo grupo
normativo y que tiene por ende el mismo fundamento jurídico”.
STS 7 de abril de 97 (RJ 1997\2945) “…. Colocando a la cabeza del grupo normativo notarial una Ley que no sea mera inicial miniada de un texto
reglamentario…”……..“sino que han de mantenerse, funcionalmente hablando, en el ámbito del grupo normativo que vienen a completar o desarrollar”.
NOTAS Y COMENTARIOS
STS de 11 de enero de 1996 (RJ 1996\67) “grupo normativo constituido por los
Reales Decretos 3307/1977 de 1 de Diciembre, 1373/1979 de 8 de Junio ………..etc”. “…el
razonamiento del Tribunal a quo es que el grupo normativo constituido por los Reales
Decretos ….”.
STS de 9 de febrero de 1996 (RJ 1996\1415): “el grupo normativo encabezado por
la misma y comprensivo, por tanto, del Reglamento de la Hacienda Municipal….”.
STS de 16 diciembre de 1988 (RJ 1988\9990) “El bloque o grupo normativo era
totalmente coherente…”
STS de 16 junio de 1986 (RJ 1986\3416): “El grupo normativo que rige el impuesto….”.
Las Sentencias del Tribunal Supremo de 12 de septiembre de 1990 (RJ 1991/1453),
STS de 20 enero de 1989 (RJ 1989/151) STS de 13 de diciembre de 1989 (RJ 1990\1063),
STS de 3 de febrero de 1989 (RJ 1989\848 ), STS 16 de diciembre de 1988 (RJ 1988\9990)
donde aparece el término coherencia en el mismo sentido (de ofrecer una respuesta y solo
una al problema).
STS de 11 de febrero de 1985 (RJ 1985\481) habla de “…armonizar una disposición
con las concordantes del mismo grupo normativo…”
C) Funciones y consecuencias de la operación por grupos normativos
a) La Ley cabecera de grupo cumple tres funciones: orientadora, (contiene los criterios para desarrollar e interpretar el grupo), preservadora (frente a modificaciones
fortuitas por su mayor resistencia al entrar en colisión con otras normas) y economizadora (con referencia a ella se evitan reiteraciones normativas). Dicha ley
puede formar parte de otro grupo normativo encabezado por otra ley; pueden
existir varias leyes encabezando un grupo e incluso puede ser parte de una ley la
que lo encabece.
b) La necesidad –que no el mero capricho– de tener que operar por grupos normativos, produce, por lo menos, las siguientes consecuencias:
– Interpretación dentro de un contexto, que es precisamente ese conjunto de normas que integran el grupo normativo. Conforme establece el artº 3 nº 1 del
Código Civil “Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus
palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos…”. Entendemos por contexto no sólo el resto de las normas de la ley que interpretamos,
sino también a todas las normas que integran el grupo normativo.
– Se corrige el tradicional criterio de “lex posterior derogat anteriorem”, porque
la ley cabecera de grupo presenta una mayor resistencia a la derogación, de
modo que ésta ha de ser expresa o su contradicción con la posterior tan flagrante que sólo quepa la derogación. Por tanto, en principio , hay que estar a
favor de la vigencia de la ley anterior si ésta es cabecera de grupo. Avala esta
tesis el artº 2 nº 2 del Código Civil que establece que “Las leyes sólo se derogan por otras posteriores”, no siempre, refiriéndose a la ineficacia del desuso
sobre la ley escrita. Además, hay ocasiones en que la ley posterior está condicionada en su alcance y eficacia por la anterior. Así sucede con las leyes delegadas respecto de las delegantes, o con las leyes regionales que desarrollan una
ley marco.
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– Se reduce el número y volumen de las normas que regulan una organización o
actividad mediante simples remisiones a la ley cabecera de grupo. El artº 1.7
del Código Civil establece que “Los jueces y tribunales tienen el deber inexcusable de resolver en todo caso los asuntos de que conozcan, ateniéndose al sistema de fuentes establecido”. En definitiva lo que viene a decir este precepto
es que la anomia no existe, es sólo una apariencia y si “parece” un vacío jurídico el interprete debe buscar la norma aplicable, habrá de buscar la regla de
derecho coherente con el sistema en que está integrada, coherencia que excluye
la arbitrariedad prohibida por el artº 9.3 de la Constitución: “garantiza…la
interdicción de la arbitrariedad de los poderes públicos”, y los jueces son
poderes públicos.
Por tanto, ante un supuesto de anomia el juez no puede dejar de resolver; tampoco
puede resolver arbitrariamente, y debe resolver de manera apropiada (el Código Penal sanciona en el artículo 448 del Código Penal con pena de inhabilitación al “juez que se negase
a juzgar, o so pretexto de oscuridad, insuficiencia o silencio de la ley”).
Por ultimo, también en el ámbito de la actuación administrativa, opera el referido
principio prohibitivo del non liquet, aunque el reproche a su incumplimiento sea distinto al
dispuesto para jueces y tribunales.
Así el artº 42.1 de la LRJPA establece: “La Administración está obligada a dictar
resolución expresa sobre cuantas solicitudes se formulen por los interesados así como en
los procedimientos iniciados de oficio, cuya instrucción y resolución afecte a los ciudadanos o a cualquier interesado”.
D) Derecho Civil y Derecho Administrativo. Son ambos derecho común en el sentido
de que son derecho con capacidad autointegradora
De los varios sentidos en que puede emplearse la distinción entre “derecho común”
y “derecho especial”5, aquí empleo el término derecho común como aquel que tiene capacidad autointegradora, capaz por si mismo de resolver sus propias insuficiencias, en contraposición al derecho especial, el cual necesita recurrir al derecho común para suplir sus deficiencias.
En un principio el derecho administrativo se desarrolla sobre principios de derecho
privado. Con el crecimiento de la actividad administrativa se van incorporando al mismo
técnicas privatistas y se admitía por la doctrina la recurrencia al derecho civil para llenar las
lagunas de aquel.
Sin embargo, la doctrina administrativista española, con apoyo en el moderno ordenamiento español, viene sosteniendo actualmente el carácter de derecho común del ordenamiento administrativo y, por tanto, su capacidad autointegradora: las lagunas de legislación
administrativa en una materia determinada han de llenarse, primero, con las soluciones que
resulten del ordenamiento administrativo en su conjunto y sólo ante el silencio de éste,
podrá recurrirse al derecho privado, que vendría a funcionar como derecho supletorio de
segundo grado. Nadie discute este tema en materia de contratos del estado ni de contratación local, por establecerlo así específicamente las normas reguladoras de la materia. Así
los artículos 5, 6, 7 y 9 de la Ley de Contratos de la Administraciones Públicas, Ley
53/1999 de 28 de Diciembre que modifica la Ley 13/1995 de 18 de Mayo establecen, en
primer término, los distintos tipos de contratos que puede suscribir la Administración, que
5. Cfr. Federico de Castro y Bravo, Derecho civil de España. Edic. 1.995, pags. 101 y ss
NOTAS Y COMENTARIOS
pueden tener carácter administrativo, privado y mixto, definiéndolos a continuación, de
modo que:
“Artículo 5: 1. Los contratos que celebre la Administración tendrán carácter administrativo o privado.
2. Son contratos administrativos: a) Aquellos cuyo objeto directo, conjunta o separadamente, sea la ejecución de obras, la gestión de servicios públicos y la realización de suministros, los de consultoría y asistencia o de servicios, excepto los contratos comprendidos en
la categoría 6 del artículo 207 referente a contratos de seguros y bancarios y de inversiones y,
de los comprendidos en la categoría 26 del mismo artículo, los contratos que tengan por objeto la creación e interpretación artística y literaria y los de espectáculo.
c) Los de objeto distinto a los anteriormente expresados, pero que tengan naturaleza
administrativa especial por resultar vinculados al giro o tráfico específico de la administración contratante, por satisfacer de forma directa o inmediata una finalidad pública de la
específica competencia de aquella o por declararlo así una ley.
d) 3. Los restantes contratos celebrados por la Administración tendrán la consideración de contratos privados y, en particular, los contratos de compraventa, donación, permuta,
arrendamiento y demás negocios jurídicos análogos sobre bienes inmuebles, propiedades
incorporales y valores negociables, así como los contratos comprendidos en la categoría 6
del artículo 207 referente a contratos de seguros y bancarios y de inversiones y, de los comprendidos en la categoría 26 del mismo artículo, los contratos que tengan por objeto la creación e interpretación artística y literaria y los de espectáculos.
Artículo 6. Cuando un contrato administrativo contenga prestaciones correspondientes a otro u otros administrativos de distinta clase se atenderá para su calificación y aplicación de las normas que lo regulen al carácter de la prestación que tenga más importancia
desde el punto de vista económico.
Establece a continuación la capacidad autointegradora:
Artículo 7. 1. Los contratos administrativos se regirán en cuanto a su preparación,
adjudicación, efectos y extinción por la presente Ley y sus disposiciones de desarrollo; supletoriamente se aplicarán las restantes normas de derecho administrativo y, en su defecto, las
normas de derecho privado. No obstante, los contratos administrativos especiales, que se
definen en el artículo 5.2.b) se regirán por sus propias normas con carácter preferente.
2. El orden jurisdiccional contencioso administrativo será el competente para resolver las controversias que surjan entre las partes en los contratos administrativos.
Artículo 9. 1. Los contratos privados de las Administraciones públicas se regirán en
cuanto a su preparación y adjudicación, en defecto de normas administrativas específicas,
por la presente ley y sus disposiciones de desarrollo, y en cuanto a sus efectos y extinción, por
las normas de derecho privado. A los contratos de compraventa, donación, permuta, arrendamiento y demás negocios jurídicos análogos sobre bienes inmuebles, propiedades incorporales y valores negociables se les aplicarán, en primer lugar, en cuanto su preparación y adjudicación, las normas de la legislación patrimonial de las correspondientes Administraciones
públicas…..”.
Vemos con ello, pues, el carácter de derecho común del derecho administrativo en
materia de contratos del estado.
En materia de contratación local el Reglamento de Contratos de las Corporaciones
Locales establece en su Disposición Adicional Segunda que “Para lo no previsto en este
Reglamento, regirán las disposiciones aplicables a la Administración general del Estado y,
en su defecto, los preceptos pertinentes del derecho privado” Vemos como, de nuevo, el
derecho administrativo funciona como derecho supletorio de primer grado, con capacidad
autointegradora, como derecho común.
Podemos decir que el derecho administrativo, que empieza importando técnicas e
instituciones del derecho privado, procede en una segunda fase a elaborar unas técnicas propias, para acabar, finalmente, exportando esas técnicas al ordenamiento civil o mercantil
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(así ha sucedido con la concesión administrativa, por ejemplo, generalizada en el mundo de
las relaciones mercantiles).
Se ha podido afirmar que, si bien la teoría general del derecho se ha construido tradicionalmente sobre el derecho privado,
“Es en el derecho administrativo donde se encuentran más claramente formulados los
grandes problemas de la construcción jurídica general. La distinción de normas y actos, de
actos unilaterales y contratos, el eterno problema de la diferencia entre cuestión de hecho y
de derecho, el error de hecho y de derecho. Todo ello son cuestiones que tienen en el derecho
administrativo una importancia primordial para el particular, pues las consecuencias positivas que se derivan de una respuesta o de otra, serán en todos estos casos, bien diferentes. La
teoría de las normas elaborada por el derecho privado es realmente esquemática. El planteamiento en el derecho administrativo es mucho más complicado. El auténtico papel de las normas, el influjo de una norma sobre la eficacia y validez de las restantes, el entrecruzamiento
de ordenamientos jurídicos, el funcionamiento en bloques concretos y no aisladamente de las
normas, son problemas cotidianos del derecho administrativo no insertos aun en la construcción tradicional de la teoría general del derecho”6.
El derecho administrativo, informado por sus propios principios, se aplica, siempre y
por principio, a la administración pública, debido a su capacidad autointegradora, sin perjuicio de que el derecho civil pueda seguir funcionando como derecho supletorio de segundo o de ulterior grado, en los casos previstos en el propio ordenamiento.
3. LA SENTENCIA DEL TRIBUNAL SUPREMO DE 11 DE MAYO DE 1999
(RECURSO DE CASACIÓN NÚMERO 1249/95)
A) De la sentencia impugnada, de los hechos que dieron lugar a la misma, del fallo que
contiene, y de los motivos del recurso de casación que interpuso contra ella el
Abogado del Estado
La Sentencia impugnada es la dictada por el Tribunal Superior de Justicia de
Madrid, Sección octava, con fecha 10 de noviembre de 1.994 que declaraba que las resoluciones impugnadas (Resolución de la oficina para la Prestación social de los objetores de
conciencia de 5 de Julio de 1.990 y Resolución de la Subsecretaría del Ministerio de Justicia de 3 de Agosto de 1.990) eran no conformes a derecho, anulándolas y reconociendo el
derecho al recurrente a obtener el aplazamiento de segunda clase de incorporación al período de actividad.
Los hechos que dieron lugar a la Sentencia fueron la petición por el Sr. Candelario,
que tenía reconocida su condición de objetor de conciencia por resolución de 20 de enero
de 1.988 y su capacidad como útil para realizar la prestación social sustitutoria, de obtener
un aplazamiento de segunda clase para su incorporación al período de actividad de la realización de la prestación social sustitutoria, petición que formuló por razón de estudios con
fecha 19 de junio de 1.990.
La Sentencia de fecha 10 de noviembre de 1.994 anula las resoluciones impugnadas
y declara el derecho del recurrente a obtener el aplazamiento solicitado por no haber informado al recurrente del plazo para solicitar la solicitud de aplazamiento a su incorporación a
la prestación social sustitutoria.
6. J.L. Villar Palasí. Derecho Administrativo…págs. 3 y ss.
NOTAS Y COMENTARIOS
El Abogado del Estado articula su recurso de casación en un único motivo consistente en la infracción de la Disposición Transitoria y preceptos concordantes del Real Decreto
26/1988 de15 de enero que aprobaba el Reglamento de la prestación social sustitutoria, en
relación con el artículo 6.1 del Código Civil.
B) El grupo normativo regulador de la objeción de conciencia
Antes de seguir adelante conviene empezar por dar noticia del grupo normativo que
regula la objeción de conciencia, y esto no sólo por facilitar la comprensión de la cuestión
de fondo, sino también por resaltar desde el principio que estamos ante una materia –objeción de conciencia– cuya regulación se contiene en un grupo normativo de dimensión reducida (unas pocas –muy pocas– páginas del Boletín Oficial del Estado) y de fácil comprensión para quienes tienen que manejarlo. Quiero decir –y luego se verá porqué importa
resaltar esto– que estamos ante un texto perfectamente dominable. Cosa que no es frecuente, y mucho menos en derecho administrativo, y que está compuesto por las siguientes disposiciones:
a) Artº 30.2 de la Constitución española que establece el derecho y reconocimiento
de la objeción de conciencia, señalando que la ley fijará dicha figura, pudiendo
imponer, en su caso, una prestación social sustitutoria.
b) Ley 48/1984 de 26 de Diciembre, que cumpliendo el mandato constitucional,
regula la objeción de conciencia y la prestación social sustitutoria y articula los
mecanismos que permitan a los ciudadanos comportarse de conformidad con sus
convicciones.
Los principios que inspiran el texto legal son cuatro: máxima amplitud en las causas para fundamentar la objeción de conciencia con mínima formalidad en el procedimiento y mayor garantía de imparcialidad en su declaración; eliminación de
toda discriminación entre los ciudadanos que cumplen el servicio militar y los
objetores de conciencia; previsión de garantías suficientes para asegurar que la
objeción de conciencia no sea utilizada como vía de evasión de los deberes constitucionalmente reconocidos como son las obligaciones militares de todos los
españoles; por último, conseguir que el cumplimiento de la prestación social sustitutoria redunde en beneficio de la sociedad y del objetor.
Se articula un procedimiento de resolución de las solicitudes de declaración de
objeción de conciencia, muy flexible en cuanto a las formas y plazos, que otorga
garantías de imparcialidad y objetividad para el solicitante, creando, a tal efecto,
el Consejo Nacional de la Objeción de Conciencia que resuelve sobre las solicitudes y cuya composición y función lo configura como un órgano cuasi jurisdiccional, siendo presidido por un Magistrado de la carrera judicial.
Los fines que se persiguen con la prestación social sustitutoria son de carácter
colectivo y socialmente útil, pudiendo realizar la prestación tanto en entidades
públicas como privadas, creándose un servicio que gestiona el régimen de prestación adscrito al Ministerio de la Presidencia, que posteriormente, por R.D.
1519/1986 de 25 de Julio fue atribuido al Ministerio de Justicia.
c) Real Decreto 20/1988 de 15 de Enero. Reglamento de la prestación social de los
objetores, establece las normas de aplicación de la misma y los criterios que
deben presidir las actuaciones de la Oficina para la prestación social de los objetores de conciencia, con referencia especial a la suscripción de conciertos. Se
regulan las clasificaciones de los objetores, las causas de exención, las exclusiones temporales y los motivos de aplazamiento. Se describen las situaciones de
disponibilidad, activa y reserva, el contenido de la prestación y los conciertos con
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las entidades, las condiciones de los programas y los centros de destino de los
objetores.
d) Real Decreto 1442/1989 de 1 de diciembre de objeción de conciencia, que adiciona al Real Decreto anterior una Disposición Transitoria aplicable a aquellos
objetores que solicitaron el reconocimiento de su condición con anterioridad a la
entrada en vigor del Reglamento, el 10 de Febrero de 1.988, con el objeto de
autorizar su pase a la situación de reserva. Desarrolla el anterior R.D. la Orden del
Ministerio de Justicia de 21 de Diciembre de 1.989.
e) Artículos 527 y 528 del Código Penal que tipifican las conductas sancionadas en
dicha materia bajo la rúbrica de “De los delitos contra el deber de cumplimiento de la prestación social sustitutoria”.
“El que 1º.– llama al cumplimiento del servicio que se le asigne, dejare de presentarse, retrasando su incorporación por tiempo superior a un mes, o 2º.– hallándose incorporado, dejare de asistir al servicio por más de veinte días consecutivos o treinta no consecutivos, o 3º.– los que incorporados, se negaren de modo explícito o por actos
concluyentes a cumplir la prestación social sustitutoria serán castigados con la pena de
inhabilitación absoluta y multa”.
Si la objeción de conciencia se alegara falsamente, se aumenta la pena de las conductas anteriores.
C) Las razonadas sinrazones de la sentencia impugnada en casación
La Sentencia que comento recoge el argumento de la Sentencia impugnada (no
información al recurrente del plazo para solicitar la solicitud de aplazamiento a su incorporación a la prestación social sustitutoria) para razonar su denegación por cuanto que no
existe esa alegación en los autos:
“La Resolución impugnada fundamenta la denegación de aplazamiento en que el
recurrente fue informado del plazo de dos meses durante el cual podría solicitar el aplazamiento a la incorporación para realizar la prestación social sustitutoria, sin que hubiera
hecho alegación alguna en tal sentido. Sin embargo, tal afirmación de la Administración no
ha quedado, en modo alguno, acreditada, pues ni en el expediente ni en autos consta haber
realizado tal información al demandante, cuya recepción siempre ha sido negada”.
Continua recogiendo la regla del artículo 6.1 del Código Civil para recordar e
informar a la Sala de instancia de lo que dicha regla significa, y que, evidentemente, desconoce:
“Y si bien es cierto que el art. 6.1 del Código Civil consagra un principio general
de derecho: “la ignorancia de las leyes no excusa de su cumplimiento”, su eficacia ha de
ser matizada en cada caso concreto en atención a la naturaleza de las normas y sus concretas circunstancias. En el supuesto de autos estamos ante un reglamento y no puede exigirse
al ciudadano el conocimiento exhaustivo de cuantas –ciertamente numerosísimas– disposiciones dicta la Administración. Prueba de ello es que la propia Oficina para la Prestación
Social de los Objetores de Conciencia comunicó, mediante escritos personales, a cuantos
habían sido reconocidos objetores antes de la entrada en vigor del Real Decreto 20/88, el
plazo para solicitar la exclusión, aplazamiento o exención de la prestación sustitutoria y
ello porque la disposición transitoria del Real Decreto 20/88, por el que se aprueba el
Reglamento de la Prestación Social de los Objetores de Conciencia limita la posibilidad de
solicitar el aplazamiento, para quienes -como el recurrente– obtuvieron el reconocimiento
de la condición de objetor antes de la entrada en vigor del Reglamento, a los tres meses
siguientes de aquella fecha. Como quiera que no consta que al hoy demandante se le haya
informado del contenido de la transitoria más arriba reseñada, ni de cuándo y cómo podía
instar el aplazamiento, tal omisión y la duda razonable acerca de su conocimiento por la
NOTAS Y COMENTARIOS
parte demandante, constituye una irregularidad generadora de indefensión, con virtualidad
invalidante”.
4. DE CÓMO LA SALA TERCERA DEL TRIBUNAL SUPREMO SE HA VISTO EN
EL DEBER DE RECORDAR QUE EL ART. 6 DEL CÓDIGO CIVIL AFIRMA LA
VOLUNTAD DE QUE EL DERECHO SE CUMPLA Y QUE SU FUNDAMENTO
SE HALLA EN EL DEBER DE COOPERACIÓN DE TODOS EN LA
REALIZACIÓN DEL DERECHO
El Tribunal Supremo, a través de su Sala 3ª, actuando como Sala de casación, ha
tenido que salir al paso de la doctrina sentada en esta Sentencia por el Tribunal Superior de
Justicia de Madrid (Sala de lo contencioso administrativo). Una doctrina cuyo contenido
gravemente erróneo denunciaba el Abogado del Estado. El Tribunal no tiene otro remedio
que definir e insistir en el sentido del artº 6.1 del Código Civil, desconocido por la Sala de
instancia y comienza diciendo:
“Como puede verse, la sentencia, al decir que “no puede exigirse al ciudadano el
conocimiento exhaustivo de cuantas – ciertamente numerosísimas – disposiciones dictadas
por la Administración”, está incurriendo en el error de creer que el artículo 6.1 del Código
civil establece una ficción o, en su caso, una presunción –iuris tantum, o iuris et de iure– de
conocimiento del derecho, cuando lo que, en realidad, establece es una regla imperativa: la
de la inexcusabilidad del derecho. Parece lo mismo, pero no es igua”.
A continuación la Sentencia recuerda la correcta interpretación de la regla contenida
en el actual art. 6.1 del Código Civil que, inicialmente figuraba como art. 2 del mismo cuerpo legal. Y para ello recurre a una técnica no demasiado usual: reproduce lo que se podía
leer hace cuarenta y cinco años en un conocido tratado de Derecho civil que, por cierto, ha
sido reeditado recientemente7.
“Esto lo explicó ya la doctrina civilística hace años, pero como la memoria histórica no
parece que forma parte del arsenal de conocimientos de las generaciones que nos son contemporáneas conviene transcribir lo que se podía leer en un conocido Derecho civil de España, editado en 1955, acerca del que entonces era artículo 2 del Código civil y que, luego, con la nueva
redacción del título preliminar, pasó a ser el artículo 6.1: “Este precepto tiene, históricamente,
la importancia de apartarse de las ideas equivocadas reinantes en los demás países, en el
momento de su publicación, y de seguir la pura y primitiva tradición española [...]. No impone
la obligación de conocer las leyes, ni implica una condena de los que ignoran el derecho. Se
afirma la voluntad de que el derecho se cumpla. La organización jurídica establecida ha de ser
realizada y no se puede dejar pendiente de la conducta de los particulares, de su conocimiento o
de su ignorancia, de su curiosidad o descuido la realización del plan orgánico del Estado. La
ignorancia o el error sobre el sentido de una norma no impide su cumplimiento; es lo que ordena el artículo 2 [y hoy el artículo 6.1]”. Y todavía añadía, un par de páginas más adelante: “El
incumplimiento general de la ley no se basa en la suposición de su conocimiento por todos; son
falsas, por ello las afirmaciones de que la regla del artículo 2 del Código sea una presunción
iuris tantum, contra la cual quepa aducir prueba en contrario, que sea una ficción o una presunción iuris et de iure. Nuestro derecho no acoge, ni tiene porqué acudir, a la farsa gigantesca
y monstruosa de suponer en toda persona una sabiduría inasequible hasta a los más eximios
juristas: la de no ignorar nada del derecho. El artículo 2 [como el 6.1 actual] tiene razones claras de justicia y se basa en el deber de cooperación de todos en la realización del derecho; una
manifestación de esta colaboración es respetar las leyes, incluso las que no se conocen, soportando y reconociendo sus consecuencias”.
En este sentido es importante hacer constar que yo no he encontrado, con mis limitaciones a la hora de la búsqueda efectuada, ni una sola Sentencia de la Sala Primera del Tri-
7. Federico de Castro y Bravo, Derecho Civil de España. Ed. 1.955. Los dos Tomos de que consta esta obra
pueden consultarse ahora en un único volumen en Editorial Civitas, Madrid 1.998. Pág 525.
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bunal Supremo, y sin perjuicio de que exista, donde se interprete el artº 6.1 del Código
Civil en el sentido de la aplicación inexcusable del derecho al caso enjuiciado.
En cambio, he encontrado numerosas Sentencias de la Sala Primera que se refieren
al error de derecho, entre ellas las de 2 de Junio de 1.992 (RJ 1992/4988 ), y la de 21 de
Junio de 1.993 (RJ 1993\4709) . A la aplicación del derecho se refiere la de 29 de Junio
1.993, (RJ 1993\5333) – refiriéndose al artº 6.2 del C.C.– y la de 1 de febrero de 1.994 (RJ
854/1994)– habla de la legítima renuncia de los derechos que admite el artº 6.1 del Código
Civil.-.
Por su parte la Sala Tercera del T.S ha interpretado el referido artº 6 del Código Civil
en varias ocasiones en el sentido de la obligatoriedad del conocimiento de las leyes. Entre
ellas merecen destacarse la STS de 16 de diciembre de 1997, (RJ 8785/1997):
“…la notificación personal no puede ser condición de eficacia de una norma general,
siendo obligatorio el conocimiento de las disposiciones generales desde su publicación en el
BOE….. La Constitución española de 1978, en el artículo 9.3, garantiza el principio de publicidad de las normas como consecuencia ineludible de la proclamación del Estado de Derecho, principio que se encuentra inmediatamente reconocido en relación con de seguridad
jurídica, también consagrado en el artículo 9.3, pues sólo pueden asegurarse las posiciones
de los ciudadanos y la posibilidad de ejercer y defender sus derechos, así como la efectiva
sujeción de los ciudadanos y los poderes públicos al ordenamiento jurídico, si los destinatarios de las normas tienen una efectiva oportunidad de conocerlos mediante el instrumento de
difusión general que de fe de su existencia y contenido, por lo que resultan contrarias al principio de publicidad, aquellas normas que fueran de imposible o muy difícil conocimiento.
La garantía de publicidad que aparece reflejada en la Constitución, se concreta en los
artículos 91, cuando indica que procede la inmediata publicación de las leyes aprobadas por
las Cortes generales tras la sanción Real, 96.1 respecto de los tratados internacionales condicionando su eficacia a su publicación oficial en España y en la reserva que al Estado efectúa
en el artículo 149.1.8 de la Constitución, pues a él le corresponde la emisión de la regla relativa a la aplicación y eficacia de las normas jurídicas.
La aplicación en la legislación ordinaria de tal garantía constitucional se concreta,
respecto de las leyes, en el artº 2 del Código Civil, que proclama que las leyes entrarán en
vigor a los veinte días de su completa publicación en el B.O.E., si en ellas no se dispone otra
cosa y respecto de las Disposiciones Administrativas, en los invocados artículos citados como
infringidos por el Abogado del Estado: El artº 29 de la Ley de Régimen Jurídico de la Administración del Estado que establece que para que produzcan efectos jurídicos de carácter
general los Decretos y demás disposiciones administrativas, habrán de publicarse en el BOE
y entrarán en vigor conforme a lo dispuesto en el Código Civil y el artº 132 de la Ley de Procedimiento Administrativo, que establece que para que produzcan efectos jurídicos las disposiciones de carácter general, habrán de publicarse en el BOE y entrarán en vigor conforme a
lo dispuesto en el Código Civil”.
Otras Sentencias donde la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal
Supremo estudia el artº 6.1 del Código Civil son las de 20 de junio de 1998 (RJ 6436/1998)
y 5 de febrero de 1999 (RJ 2030/1999).
Así pues, y salvo error, es la primera vez que el Tribunal Supremo formula esta regla
de la inexcusabilidad del cumplimiento de las normas, y lo ha hecho, como no podía ser
menos, en el sentido aceptado por la doctrina civilista que, por lo demás, y como resalta la
sentencia comentada, está claramente expresado en el texto.
Sorprende que tan elemental regla se desconozca por la Sala de instancia. No sólo
por su carácter elemental, sino porque es materia que expresamente está exigida con esa
rubrica en el Tema 7 de la Teoría General, en el programa de ingreso a la Carrera Judicial.
Pero todavía resulta más llamativo que la Sala de instancia aluda a la complejidad del ordenamiento administrativo para excusar la aplicación de la norma de que se trata: “estamos
ante un Reglamento y no puede exigirse al ciudadano el conocimiento exhaustivo de cuantas …. numerosísimas disposiciones dicta la Administraciónî. A la vista de ello queda claro
que la Sala de instancia no sólo desconoce el artº 6.1 del Código Civil, sino también el artº
NOTAS Y COMENTARIOS
2 del Código Civil, el artº 29 de la L.R.J.A.E y el 132 de la L.P.A., y tampoco conoce el
grupo normativo que tenía que aplicar –o sea, el que regula la objeción de conciencia– porque como quedó dicho más arriba (cfr. Apartado 3 letra B de este comentario) el grupo aplicable es cualquier cosa menos numeroso.
5. LO QUE AÑADE EL TRIBUNAL SUPREMO
Recoge la Sentencia que comento lo siguiente:
“Todo esto que se acaba de decir no empece para que el ordenamiento jurídico haya
previsto la posibilidad de que el Reglamento pueda ser objeto de control por parte de los Tribunales de Justicia. Es el caso, por ejemplo, del que hoy es artículo 6º de la vigente Ley
Orgánica del Poder Judicial (que era el 7º del venerable texto de 1.870 de la misma ley), artículo que regula un supuesto de lo que la moderna doctrina llama “hibernación” de la norma:
“Los jueces y tribunales no aplicarán (es decir, apartarán, dejarán a un lado, sin tener que
derogar) los Reglamentos o cualquier otra disposición contrarios a la Constitución, a la Ley
o al principio de jerarquía normativa”.
Obviamente, el caso que nos ocupa nada tiene que ver con este artículo 6 LOPJ.
Como tampoco nada tiene que ver –y, por tanto, tampoco puede amparar la solución que se
ha inventado el tribunal de instancia– con la existencia de un posible ultra vires por no respetar el límite del “complemento indispensable”, de creación jurisprudencial, como es sabido
(STS de 1 de junio de 1.973 y STC de 30 de noviembre de 1.982, entre otras, y según la cual el
reglamento ejecutivo debe incluir todo lo indispensable y solo lo indispensable para asegurar
la correcta aplicación y la plena efectividad de la ley.”
Y concluye luego el Tribunal Supremo con esta especie de velada admonición:
“Resulta poco grato tener que recordar ideas como las que se acaban de transcribir,
pero es necesario hacerlo en casos como el que nos ocupa, pues admitir interpretaciones
como la que, con toda razón, el Abogado del Estado está combatiendo en este recurso de
casación llevaría al desquiciamiento del llamado Estado de Derecho. Esto por lo que a la
Sentencia respecta”8.
“Algo hay que decir también acerca de alguno de los argumentos que emplea la parte
recurrida. Por lo pronto, y en relación con ese razonamiento que hace acerca de la Disposición Transitoria y a la contraposición entre el podrán y el deberán, hay que decir lo siguiente: lo que la transitoria consagra es, efectivamente, una facultad y no un deber. Lo que ocurre
es que hay dos tipos de facultades: aquellas que confieren un derecho y las que atribuyen una
carga, unidad jurídica cuya formulación debemos a la procesalística, siquiera sea de aplicación en todos los sectores del ordenamiento jurídico. Porque, contra lo que a veces se piensa
– e incluso llega a afirmarse en ciertos manuales– la carga es una facultad y no una obligación, tampoco un deber. Porque la carga pertenece al lado activo de la relación jurídica y no
al lado pasivo. Pertrechado de estos conceptos la interpretación aplicativa de la transitoria
invocada se hace diáfana: el interesado tenía la carga de solicitar que, si la exclusión, aplazamiento o exención, lo que quiere decir que podía (porque la carga es facultad) optar entre
formular o no esa solicitud, pero en el bien entendido de que si no lo hacía –y es aquí el
caso– tendría que estar y pasar por las consecuencias que de esa no formulación de la solicitud tendrían que derivarse (que eso es lo que quiere expresarse con el significante “carga” en
el lenguaje técnico jurídico).
A todo lo cual hay que añadir que la Administración no tenía obligación, conforme a
la normativa aplicable al caso, de proporcionar esa información y, por tanto, no cabe tampoco buscar apoyo por este lado para fundamentar la solución a la que llegó la sentencia
impugnada”.
8. La Disposición Transitoria Real Decreto 90/1988 (BOE 21.1.1988) establece: “Quienes hayan recibido
notificación de reconocimiento de la condición de objetor con anterioridad a la fecha de entrada en vigor del
Reglamento adjunto, podrán formular solicitud de exclusión, aplazamiento o exención dentro de los tres meses
siguientes a esta fecha”.
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Es habitual leer en tratados y manuales que la carga pertenece al lado pasivo de la
relación jurídica, como ocurre con el deber o la obligación. La sentencia que estoy comentando se aparta de esta opinión general alineándose con una línea minoritaria, en la que
militan un procesalista, Jaime Guasp, y un administrativista, F. González Navarro, buen
conocedor de la obra de aquél. Esta concepción que, si bien se mira, es la correcta, queda
reflejada de manera clara y concisa en el siguiente párrafo de un libro de Teoría General del
Derecho escrito por el citado procesalista español, obra agotada hace tiempo y que por su
contenido parece haber pasado desapercibida por tratadistas de una y otra disciplina: “La
carga es, por tanto, una figura jurídica que pertenece al campo de los poderes, de ninguna
manera al campo de los deberes u obligaciones. No es el poder en sí, pero sí algo que todo
poder lleva consigo, es decir, la desventaja que produce el no ejercicio de una libertad,
desde el momento en que es la libertad, y solo ella, la que permite obtener los efectos de la
influencia social en que todo poder consiste (...) poder y carga no se identifican plenamente, sino que el primero es la noción fundamental y la segunda, un momento, sólo un
momento, del primero: momento cuya realidad se explica (...) en función del concepto de
libertad, definidor del poder de derecho sin posible sustitución”9.
6. FINAL
Algo esta pasando en el mundo del derecho –preludio de estropicios de mayor entidad– cuando nociones tan elementales como la de la inexcusabilidad del cumplimiento de
las normas tienen que ser recordadas por el Tribunal Supremo a jueces que desconocen sus
existencia.
En estos días se habla, una vez más, de crisis de la Universidad y se sacan a la luz
pública sesudos proyectos de reforma, lo cual está muy bien, porque crisis la hay y la multiplicación de Centros universitarios consecuencia de confundir democratización de la Universidad con su masificación, no ha hecho sino agravarla. Pero cuando oigo o leo, que una
de las líneas directrices de las reformas que se sugieren estriba en aumentar el número de
clases prácticas tengo que pensar que se está confundiendo también Universidad con una
Escuela profesional.
Hace unos veinte años que salí de las aulas de la Facultad de derecho, y tengo despacho profesional abierto desde hace dieciocho años. Un tiempo quizá no demasiado largo
pero suficiente para ver las cosas con cierta perspectiva. Bastante, en cualquier caso, para
confirmar que llevaban razón aquellos profesores que intentaban convencernos –bien es
verdad que con escaso éxito– de que la practica profesional se hace a base de teoría, y que
sin teoría no se va a ninguna parte porque la infinita variedad de casos que el día a día nos
trae al despacho solo se puede afrontar cuando se está pertrechado de un equipamiento teórico que debe proporcionar la Universidad.
Buena prueba de que sin teoría no hay práctica posible, de que una práctica que
opera de espaldas a la teoría, o desconociéndola, lleva al fracaso, es el caso que el Tribunal
Supremo ha tenido que afrontar en la sentencia de la que aquí he dado noticia.
Es cierto que cuando yo era estudiante universitaria no pensaba así. Pero ahora que
la práctica –precisamente la práctica– me ha enseñado a respetar y a valorar la teoría, y más
de una vez he tenido que buscar en tratados, manuales y monografías esos conocimientos
teóricos que necesitaba para construir una demanda o contraargumentar en un escrito de
contestación, estoy en condiciones de decir que es un error pretender convertir la universidad en una escuela profesional; que es un error multiplicar el número de horas dedicadas a
9. Jaime Guasp. Derecho. Madrid 1.971, pág 100.
NOTAS Y COMENTARIOS
las llamadas “clases prácticas”, en detrimento de las dedicadas a las enseñanzas teóricas
(pues es esto lo que se ha hecho: restar horas a las clases teóricas para dedicarlas a “prácticas”); y que es un disparate reducir la carrera de derecho a cuatro años, cuando lo que
habría que hacer es aumentar en uno o dos años el anterior plan de estudios de cinco años
(menos mal que todavía hay universidades donde la carrera de derecho tiene esa duración
de cinco años).
Se habla también estos días de reforma de las pruebas selectivas para el ingreso en la
carrera judicial. Algo puedo decir también de eso porque formo parte como vocal designado por el Colegio de Abogados de Madrid de uno de los Tribunales que actualmente están
interviniendo en las pruebas de ingreso en esa carrera10 Pues bien, un alto porcentaje de los
aspirantes demuestran tener un nivel de preparación muy por debajo del mínimo exigible.
Por supuesto no superan los ejercicios. Pero lo que me interesa decir es que ese bajo nivel
es consecuencia, en la mayoría de los casos, de las múltiples carencias de la Universidad
española a la que llega un porcentaje altísimo de alumnos que, literalmente, no saben leer ni
escribir –el bachillerato actual es detestable–; alumnos que, pese a todo y sin superar esas
carencias, acaban obteniendo un título de licenciado en derecho. Un mal que, ciertamente,
vienen padeciendo otros países de nuestro entorno –lo cual no sirve ni de paliativo ni de
consuelo– y que no parece que preocupe a casi nadie11.
Por eso entiendo que la solución de los problemas que aquejan al sistema judicial
español –sistema del que también formamos parte los abogados, no sólo los jueces– no va a
encontrarse por la vía de multiplicar el número de jueces, cubriendo a marchas forzadas un
número enorme de plazas convocadas precipitadamente al efecto. El problema no se resuelve teniendo más jueces –que quizá también– sino contando con jueces dotados de un alto
nivel de formación teórica. Una formación que tienen que empezar recibiendo en la facultad
de derecho, que ha de intensificarse luego durante la preparación de las oposiciones –lo que
exige que los programas sean cuidadosamente elaborados12, y que debe completarse luego
con una formación predominantemente práctica, que es la que debe darse en la Escuela
judicial.
Lo diré una vez más, y con ello termino: el sistema judicial empieza en los planes de
estudio de las universidades, y, consecuentemente, en la enseñanza, predominantemente
teórica, que se debe dar en las Facultades de derecho. Cuando esa formación teórica falla se
producen cosas como la que esta vez, afortunadamente, ha corregido el Tribunal Supremo
en la Sentencia que aquí he comentado.
Madrid, Mayo de 2000.
10. Las pruebas selectivas de que hablo fueron convocadas por Acuerdo de 13.1.1999 del Consejo General
del poder judicial (BOE 23.1.99) . Para un total de 300 plazas se han presentado 5.581 opositores. Para examinar a
tan ingente masa de aspirantes, ha sido necesario nombrar diez Tribunales de selección, por Acuerdo de 16.6.1999
(BOE 7.7.99).
11. Véase, por ejemplo, lo que acerca de las carencias con que “desembarcan” en la Universidad inglesa se
decía ya en un libro cuya versión original es de 1.969: “Uno de cada tres graduados de escuela superior no sabe
leer al nivel normal de quinto grado. Es ya habitual que los colegios universitarios den lecciones de lectura a los
recien ingresados. En algunos colegios ¡el veinte por ciento de los alumnos de nuevo ingreso no saben leer lo suficientemente bien como para entender sus libros de texto¡ (Dr. Lawrence J. Peter y Raymond Hull: El principio de
Peter. Tratado de la incompetencia o por qué las cosas van siempre mal. Edic. española de Plaza y Janes. 1ª Ed.
Octubre 1.970, pág 18-19 ) (Estas páginas corresponden a la “Introducción” de uno de los autores, R. Hull, que es
periodista)
12. Del que se exige para la superación de las pruebas selectivas en curso –que es el que conozco– lo más piadoso que puedo decir es que es “manifiestamente mejorable”.
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