La reflexión ontológica nos cuestiona

Anuncio
Comisión nº 108: La dimensión ontológica en el quehacer psicológico
Coordina la Dra. Marina Gómez Prieto.
Contribución: La reflexión ontológica nos cuestiona: “recuerda quién eres”
Presentado por: Dr.Claudio César García Pintos
Recuerdo que siendo estudiante de Psicología se me hizo muchas veces patente
la pregunta de si existía el “yo normal”. Escuchaba atentamente y estudiaba
prolijamente las diferentes clasificaciones y análisis científicos sobre el “yo
neurótico”, el “yo psicótico”, etc., pero a medida que transcurría mi carrera,
aumentaba mi expectativa de cruzarme con el “yo normal”. ¿Existiría?
Siendo profesional, sentí inicialmente la misma inquietud y,
afortunadamente, pude encontrarlo, pudo encontrar al “yo normal”. Ustedes
podrán preguntarse cómo, dónde. Pues bien, con el necesario e indispensable
bagaje del estudio, iluminado por el testimonio de algunos profesores y colegas,
un día pude levantar los ojos de los libros y encontrar, en los ojos de quien
consultaba, su propia humanidad.
Quiero decir, creo que la ciencia ha elaborado sus cuerpos teóricos a partir de
la mirada sobre la población enferma y, más grave aún, sobre los “aspectos
enfermos” de la llamada población enferma. Creyendo que conociendo la parte
se entendía el todo, elaboraron profusas y maravillosas teorías que comprenden
y ayudan a comprender la naturaleza de aquellos aspectos afectados por
conflictos de diversa índole. Ahora bien, ¿basta eso solo para comprender un
fenómeno tan complejo como el hombre? Creo que no. Es necesario pero
esencialmente insuficiente.
La reflexión ontológica es esencial en nuestro quehacer, fundamentalmente,
por una razón obvia: nuestro trabajo dice referencia a un “hombre existiendo”,
es decir, haciéndose cargo activo de su propia vida. De hecho, es tan así –de
fundamental necesidad para nuestro quehacer- que la propia definición de una
teoría o ejercicio de la práctica profesional, la revela, aún cuando no la
tengamos explícitamente asumida. Veamos.
Para desarrollar la reflexión, voy a apelar a tres preguntas a partir de las
cuales, de sus respuestas, podremos corroborar el grado de incidencia de la
reflexión ontológica en nuestro quehacer profesional. Comencemos con la
primera:
1- ¿Cuál es el tipo de servicio que se espera que cumplamos?. Dicho
de otra manera, ¿para qué nos formamos?
Confieso que temo que crean que la respuesta es obvia. Y, muy posiblemente
lo sea, pero, aún las respuestas obvias pueden no ser congruentes con la
práctica que se sigue de ellas. Veamos: nadie puede negar que nuestro servicio
se instala en el ámbito de la salud y que todos los profesionales “psi” son,
precisamente, “agentes de salud”. Ahora bien, ¿por qué será que nos
preparamos para ser “luchadores contra la enfermedad”? ¿Significa lo mismo
una cosa y la otra? Absolutamente, no.
Somos preparados para la
“asistencia”.
¿Por qué?
Fundamentalmente porque partimos de una
concepción psicopatologizada del hombre que nos lo hace ver como enfermo. Y
esto, según mi entender, porque los teóricos usualmente parten de observar lo
patológico, lo cual, entendido maravillosamente, es extendido a la categoría de
universal. Los teóricos toman a la “población enferma” como el universo. O,
más grave aún, toman los apectos enfermos de la población enferma como el
todo de lal realidad del hombre.
En un paso adelante sobre el asistencialismo, aparece la prevención. Mejor
es prevenir que curar. Es cierto. Pero aún así, en este caso, estamos viendo los
aspectos débiles del otro y nos atribuímos la responsabilidad de protegerlo en
su debilidad, dándole aquello que lo fortalezca.
La propuesta genuina sería percibirlo al otro, aún al enfermo y al débil, como
un ser humano con la capacidad de o-ponerse a esa circunstancia enferma o
débil. Ver en el otro los aspectos sanos y fuertes que conviven con los enfermos
y débiles. Solo a partir de esta mirada –ontológica- podremos permitirle
responder a su circunstancia humanamente. Sólo a partir de esta mirada,
entenderemos a nuestro quehacer como “promotor” y cumpliremos con nuestra
responsabilidad como agentes de salud.
Creo enfáticamente que primero y esencialmente debemos promover salud
percibiéndolo al otro como portador de aspectos sanos y fuertes –bajo cualquier
condición que se nos presente-. Luego debemos prevenir enfermedad cuando lo
descubrimos en situación de riesgo, siendo que esa prevención también debe
partir de lo anterior. Finalmente, debemos asistir a aquellos que aún
promovidos y sostenidos, han caído en la enfermedad. Pero aún estos últimos,
siguen poseyendo la salud y fortaleza que su condición humana nunca les
niega.
2- ¿Cuál es el paradigma profesional que responde a la naturaleza
humana?
Muchas veces se ha propuesto el rol del terapeuta como una especie de
OBSERVADOR ANALITICO, aquel que tomando distancia observa al paciente
y su situación desde aquella perspectiva y la analiza en su estructura y
dinámica. Desde ese lugar funciona como una especie de intermediario entre
sus aspectos no conocidos y su posibilidad de conocerlos y lo cumple
fundamentalmente a través de la interpretación. La realidad del proceso de
interpretación, asume algunos riesgos que, evidentemente, no alcanzan para
invalidarlo como recurso y técnica. De todos modos, bien vale señalar tales
riesgos, circunstancia que resumo en lo siguiente:
muchas veces los
contenidos inconscientes del paciente no son más que la proyección de
las teorías concientes del terapeuta.
Es decir, tamizo sus propios
contenidos por la trama de mis teorías y termino sin poder definir claramente
la frontera entre lo que realmente le pasa y lo que mi teoría dice que le debe
pasar.
En el otro extremo tal vez del ejercicio del rol, tenemos la propuesta del
terapeuta como MODELO que prácticamente se instituye en un "educador" que
impone una actitud de vida o respuesta. Ahora, el riesgo de la imposición
ejemplar o paradigmática es modelar con uniformidad las respuestas de los
otros como si fueran iguales y estuvieran obligados a responder de manera
idéntica. En ambos casos se pierde la individualidad del otro.
Lo ideal sería poder funcionar, en tal caso, como un haz de luz que lo ayude a
ver los contornos de su deber ser con buena fidelidad, estimulando el
descubrimiento de su intencionalidad, promoviendo la "conciencia del deber" y
no la "conciencia de la obligación"
Esta modalidad podríamos llamarla del
terapeuta FACILITADOR.
Pero claro, para evitar confusiones cabe aclarar
que hablamos de "facilitador" no en el sentido de hacerle las cosas más fáciles
al paciente sino en el de "proveer" (facilitar). Como terapeuta debe tratar de
proveerle los medios para que pueda conectarse con su deber ser y desarrolle su
"conciencia del deber" para garantizar su cumplimiento, para seguir su
orientación.
Recordemos que "terapia" deriva del latín THERAPEUTICA-ORUM (tratado
de medicina) y del adjetivo derivado THERAPEUTIKÓS, que significa
servicial, que cuida de algo o de alguien. Asimismo se sigue el verbo
THERAPÉUÕ, que significa "yo cuido". Del griego también tenemos la
acepción THERAPEUTES que significa servidor. Es decir que nuestro rol
como terapeutas es estar al servicio de esa tarea personal del paciente
facilitando las situaciones y recursos que puedan servirle a tal fin.
"Curar", del latín CURA, significa brindar asistencia a un enfermo. Proveerle
los medios y recursos apropiados para que pueda recuperar su estado de salud.
Pero "sanar", del latín SANUS, significa recuperar el juicio o criterio, la
sensatez. A partir de aquí parece quedar bastante claro lo siguiente: respecto
del individuo enfermo, el CURAR es un proceso o procedimiento que se origina
y dirige de afuera hacia adentro. Es ordenado y conducido por un tercero (el
médico o el terapeuta), quien asume el rol de agente y se sostiene o desarrolla
respecto del individuo, quien asume el rol de paciente. Este acto de curar se
complementa necesariamente con el de "sanar", que como proceso y respecto
del individuo enfermo, se produce y concreta de adentro hacia afuera. En este
caso, es ordenado y conducido por el propio individuo quien termina siendo,
entonces, el agente y paciente del mismo proceso.
Ambos procesos (curar + sanar) se complementan en el acto perfecto del
restablecimiento de la salud, física o psíquica.
Es decir que los
médicos/terapeutas, curan pero el propio individuo es el que se sana. La
posibilidad de curar llama al profesional a la responsabilidad de realizar un
diagnóstico adecuado y ordenar los medios y recursos más expeditivos en
función de la recuperación del paciente. Por su parte, la posibilidad de sanarse
apela al individuo al despliegue del poder desafiador del espíritu en función a
oponerse al desorden que implica su enfermedad. En la complementación de
ambas respuestas, reitero, reside la posibilidad de restablecimiento. Muchos
intentos terapéuticos fracasan por la ausencia de la voluntad de sanación del
individuo enfermo y muchas veces, tibios o vagos esfuerzos terapéuticos logran
resultados sorprendentes en función de un poderoso desafío a la adversidad
movilizado por el enfermo.
De esto se sigue entonces que la principal responsabilidad del profesional es,
ciertamente, ordenar los recursos y medios terapéuticos, no solo pensando en el
cuadro clínico sino también estimulando y promoviendo que se ponga en
marcha, se ejecute, ese poder desafiador.
Contar con esa energía es
fundamental para que el acto sea pleno, pero debe aportarla el propio enfermo.
¿Cuántas situaciones de enfermedad terminan resolviéndose por el
temperamento del paciente tanto o más que por el plan o pericia del terapeuta?.
¿Cuántas otras fracasan por el mismo motivo?.
En esta línea de pensamiento, terminamos comprendiendo que son muchos
los medios y recursos que podemos investir como terapéuticos. Tantos como se
nos ocurra. Tantos como puedan servir para estimular o promover esa
voluntad de sanarse en el individuo.
3- ¿Cuál es la virtud fundamental del profesional “psi”?
Lamentablemente, la propia formación profesional y el halo mágico que
rodea nuestro quehacer, promueve en nosotros el desarrollo de la
“omnipotencia”. Creer poder saber del otro más que lo que él sabe de sí mismo,
poder darle signficado a sus conflictos, curarlo de su enfermedad... todas
cuestiones que nos alimentan la omnipotencia. Sin embargo, la realidad es
otra. Considero que nuestra virtud fundamental debe ser la “humildad”, la
concreta actitud de asumirnos como compañeros de ruta de quien busca
encontrar su verdad y que nos ha elegido como circunstanciales apoyos.
Nuestro trabajo nos otorga la maravillosa posibilidad de ser espectadores del
más glorioso espectáculo: un hombre que, con los genuinos recursos de su
humanidad, se pone de pie ante la adversidad de algunas circunstancias de
vida. ¿No es ese privilegio suficiente, como para que aspiremos, además, a ser
hacedores del milagro?.
Final
La reflexión ontológica es de esencial importancia para el profesional “psi”,
porque comprendiendo al hombre en su compleja realidad, esa “unidad en la
multiplicidad”
bio-psico-socio-espiritual, termnina de comprender la
naturaleza, importancia y definición de su rol. Nuestro quehacer es promotor
de salud –esencialmente-, partiendo de respetar la dignidad de la humanidad
singular de quien nos consulta, aquella misma que nos recuerda que tras la
condición de enfermo, débil o vencido, palpita un remanente, la disposición
siempre sana y fuerte para o-ponerse a su actualidad.
Dr.Claudio GARCIA PINTOS
E-mail: [email protected]
Comisión nº 108: La dimensión ontológica en el quehacer psicológico
Coordina la Dra. Marina Gómez Prieto.
Contribución: La reflexión ontológica nos cuestiona: “recuerda quién eres”
Presentado por: Dr.Claudio César García Pintos
SUMARIO:
Una de las carencias fundamentales del quehacer “psi” es, precisamente, la
brecha que existe entre la práctica y la realidad del hombre. La mirada
psicopatologizada nos ha llevado, incluso, a perderlo de vista, a punto tal que,
muchas veces, pareciera ser que estamos hablando de otro ser.
La exigencia profesional parte de recuperar la conciencia de que la naturaleza
humana es portadora de todos los recursos y todas las verdades que responden
a la, demandante, existencia humana. Nuestro rol profesional nos propone ser
“facilitadores”, “catalizadores” de una profunda e inagotable riqueza, la misma
que perdura como sana, fuerte e imperdible, bajo cualquier condición y
circunstancia de vida.
La afirmación “psicopatológica” define un ejercicio asistencialista y
omnipotente, muchas veces alejado de la real necesidad de quien nos consulta y
más cerca de nuestras propias vanidades personales.
La afirmación
“ontológica”, define un ejercicio promotor de salud y humilde, siempre próximo
a la sensible naturaleza humana y sus verdaderas necesidades.
Esta reflexión podría iluminarse a la “luz de una vela” y así lo intentaremos en
la ponencia que sigue.
Dr.Claudio César GARCIA PINTOS
Prof.Titular Ordinario
Facultad de Filosofía y Letras (UCA)
E-mail: [email protected]
Descargar