Una mirada a la educación en cárceles desde los

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Una mirada a la educación en cárceles desde los Derechos Humanos
Autoras: Bravo Ruffinatti, Luciana.
Figueira, Trinidad.
Romero, Samanta.
Introducción.
El presente trabajo tiene el objetivo de analizar la educación pública en el
contexto de encierro en la actualidad y los aportes el Trabajo Social puede
realizar.
Pensando al Trabajo Social desde la perspectiva que plantea Karsz , donde
toma a las ideologías como su materia prima en tanto las mismas se encarnan
en discursos, en prácticas, en relaciones sociales y en instituciones. En este
sentido, el trabajador social cuestionará o confirmará las ideologías sociales de
las que cada sujeto es portador, por lo tanto su intervención nunca será neutra.
A partir de esta consideración, pensamos al trabajo social como sujeto de la
acción educativa, que puede aportar a la educación entendida como derecho
humano fundamental. Esto nos lleva a interrogarnos ¿qué educación queremos
dentro de las cárceles?.
En esta dirección, creemos que el fin de la educación en cárceles debería ser
la reducción de la vulnerabilidad social de las personas privadas de la libertad,
aportando al desarrollo personal y social, lo que fortalecería la dignidad de la
persona. También apunta a garantizar el ejercicio del derecho a la educación,
destinado a reducir las desigualdades, el cual serviría como “llave” para el
conocimiento de otros derechos humanos fundamentales.
Dentro de la educación en cárceles es indispensable la educación en derechos
humanos, que implica la educación en valores como: el respeto a la vida, a la
tolerancia, la vida democrática, la no discriminación, etc., empodera a las
personas y fortalece el respeto y la protección a los derechos humanos y
libertades fundamentales.
Desarrollo.
Para comenzar nuestro análisis debemos realizar una breve caracterización de
las instituciones carcelarias, constituyéndose como lo menciona Goffman en
instituciones totales.
Las mismas se describen como: un lugar de residencia, donde un elevado
número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un período
apreciable de tiempo, comparten en su reclusión una rutina diaria, administrada
formalmente. Donde la persona es despojada de sus pertenencias no solo
materiales sino también es desposeído de todo aquello que constituía su
cotidianeidad, es decir, se lo despersonaliza, siendo sustraída parte de su
identidad.
Cada etapa de la vida diaria de las personas privadas de la libertad se lleva a
cabo en compañía de un gran número de otros, con el mismo trato y para hacer
juntos las mismas cosas. Todas las actividades están estrictamente
programadas, en una secuencia que se impone desde arriba por normas
explícitas y por un cuerpo de funcionarios.
En una institución total todos los aspectos de la vida suceden en el mismo lugar
y bajo la misma autoridad. Las diferentes actividades obligatorias se integran
en un único plan racional, concebido para la consecución de los objetivos
particulares de la institución.
Un aspecto que señala Goffman con mucho detalle es el de las agresiones al
yo, cómo se mortifica habitualmente y por distintos procedimientos la identidad
subjetiva del interno: anulación del rol social, obediencia ciega, humillaciones
en el trato con los superiores, desposeimiento de posesiones u objetos
personales, alimentación reglada, imperativos de confesar la vida privada en
público, control de movimientos (inmovilización, celdas especiales), violaciones
de la intimidad, castigos y amenazas, malos tratos, etc.
La cárcel como institución total, es profundamente limitadora, no sólo para la
mente y la vida social de la persona privada de su libertad, sino también para
su cuerpo, puesto que el ser humano no está hecho para vivir en cautividad;
pudiendo detectar, tomando como referencia lo planteado por Salinas, R .
consecuencias somáticas y psicosociales:
Una primera consecuencia son las alteraciones sensoriales, como ser, la
visión, la audición, el gusto y el olfato. El sujeto al transitar por este tipo de
instituciones experimenta lo que se denomina ceguera de prisión, provocada
por la permanente ruptura del espacio, los impedimentos a la evasión, que
impide la fuga, y la visión a distancia. El recluso se encuentra continuamente
con obstáculos a la propia visión que no le permiten ver más allá de unos
pocos metros, situación que se agrava aun más con el hacinamiento. Otra
consecuencia somática, son las alteraciones de la imagen personal. En primer
lugar, el preso llega a perder la imagen de su propio cuerpo, puesto que existe
una carencia total de intimidad, que tiene graves consecuencias en la propia
identidad. La mala imagen que el preso tiene de sí mismo afecta en su cuidado
personal (sanitario) hasta llega a sentir que su propio cuerpo le es ajeno.
Por otra parte las consecuencias psicosociales, llevan a la exageración de las
situaciones, puesto que un ambiente total supone que toda la vida del sujeto se
estructura en torno a ella, su tiempo, la disposición de el, etc. Todo ello lleva a
que cosas y situaciones que en otro lugar carecerían de importancia, aquí
cobren sentido y gran relevancia derivando a situaciones conflictivas.
Otra de las consecuencias es la autoafirmación agresiva o sumisión frente a la
institución vista como una institución poderosa frente a la cual el sujeto se
vivencia a sí mismo como débil y para mantener su autoestima, se ve obligado
a autoafirmarse de manera agresiva o por sumisión. Los mecanismos
adaptativos que utilice el preso para sobrevivir en la cárcel residirán según su
proceso de vida, de las posibilidades de encontrar refuerzos consistentes en la
propia prisión en función de cómo se incluya en el grupo de presos,
relacionado, en algunos casos, por el tipo de delito, puesto que en la cárcel hay
delitos prestigiados y delitos que no sólo denigran al autor, sino que lo
convierten en un marginado en el propio contexto, y sobre el que suelen recaer
muchas de las agresiones.
Otra de las consecuencias, es la ausencia de expectativa de futuro. Si el sujeto
no puede controlar su presente, menos puede planificar su futuro, ya sea por la
imprevisible dirección de su vida en la cárcel, él no es capaz de diseñar su
futuro ni planificar su tiempo.
También como consecuencia psicosocial se le suma la pérdida de los vínculos,
puesto que la entrada implica el aislamiento respecto de todo lo que se dejó
fuera, sea familia o amigos. Además de la noción de la realidad exterior, sus
recuerdos se irán distorsionando, hasta incluso sus fantasías.
El lenguaje, dentro del contexto psicosocial, hace al campo de comunicación y
de relación entre los presos donde se va asumiendo determinados términos
verbales propios del ámbito penitenciario, donde se crean y recrean modos
nuevos de interacción con el otro.
En la actualidad continúan operando, como plantea Foucault, las llamadas
“máximas universales de la buena condición penitenciaria” (principio de
corrección, de la clasificación, de la modulación de las penas, del trabajo como
obligación y como derecho, de la educación penitenciaria, del control técnico de
la detención y de las instituciones), pero las mismas tendieron a acentuarse
debido al crecimiento de la población carcelaria. Las personas privadas de la
libertad pertenecen en su mayoría a un sector marginado de la sociedad,
predominantemente jóvenes, constituyendo uno de los grupos sociales más
desprotegidos y en situación de alta vulnerabilidad, por esta situación no
pueden ejercer plenamente sus derechos tales como: educación, salud, cultura,
trabajo, etc.
Lo antes señalado tiende a consolidar lo que el autor denomina “las críticas de
la prisión”, la cual no ha cumplido con el fin de corregir los “comportamientos
desviados” de los prisioneros, sino que acentúa la criminalidad, provocando en
la mayoría de los casos, reincidencia; por otro lado el sistema penitenciario, si
bien ha sufrido reformas se mantuvo fiel en sus principios. Las soluciones a los
fracasos del sistema se han buscado siempre dentro de un mismo proyecto,
que ha sido la reactivación y la perpetuación de las técnicas penitenciarias.
Entonces se podría suponer que la prisión no estaría destinada a suprimir estos
fracasos, sino a organizar y distribuir los castigos.
Este sistema continua vigente para el mismo grupo poblacional como una
forma de “criminalizar la pobreza”, ya que históricamente su fin ha sido
concederles la libertad a algunos y someter al castigo a otros, de excluir a una
parte y hacer útil a otra. No sólo se trataría de hacer dóciles a quienes están
dispuestos a transgredir las leyes, sino que tiende a organizar, distinguir,
distribuir y utilizar la pena.
“La cuestión penal, latiendo en el seno mismo de la cuestión social (como
complejo de dispositivos, prácticas, discursos y normativas) pone de manifiesto
los modos en que la aparente igualdad jurídica choca abruptamente con la
desigualdad inherente al modo de producción capitalista”.
Dentro del sistema carcelario en la actualidad, la educación es entendida como
una “reeducación” bajo los principios de la moral, que tiene como objetivo la
“resocialización” y “readaptación” del presidiario en defensa del resto de la
población; y el conjunto del sistema de castigo como una cuestión de
educación, siendo responsabilidad del poder público, en pos de su formación
general y profesional, tendiendo a mejorar a los individuos.
En estos términos, la educación no es entendida como parte de las
necesidades de los sujetos ni mucho menos como un derecho, sino como una
necesidad de defensa del orden social. Con frecuencia la misma es
considerada dentro del ámbito carcelario como una herramienta de la
tecnología carcelaria, como por ejemplo una manera de mantener y pasar el
tiempo, de facilitar el control y de preservar la tranquilidad institucional. Esta
concepción sobre la educación no considera a la persona privada de su libertad
como un ser humano en busca de su pleno desarrollo.
En contraposición al sistema vigente, creemos que en el proceso educativo, se
debería tener en cuenta al sujeto con sus particularidades, con su historia de
vida, con sus pensamientos y sentimientos, y con todas aquellas experiencias
que trae consigo, ya que éste es un sujeto activo, creador y no un “recipiente”
vacío que debe ser llenado de información.
Retomando la pregunta inicial, consideramos que la educación debería ser un
derecho inherente a la persona, operando como un derecho “llave” ya que su
realización y goce “abríría” al conocimiento de otros derechos humanos
fundamentales. Y particularmente, la educación en las cárceles debería tener
como meta fundamental, además de garantizar el derecho, la contribución en la
reducción de la vulnerabilidad social de estas personas que sólo tendrían que
tener negado el derecho a la libertad ambulatoria por el tiempo que dure la
pena.
En relación a esto, creemos que la educación se constituye en una herramienta
que posibilita la emancipación y autonomía de los sujetos; dándole un lugar
privilegiado a la palabra, como una forma de comunicar, socializar, reflexionar,
cuestionar, liberar y posibilitadora de un encuentro con otros, teniendo en
cuenta las realidades y aspiraciones de los propios sujetos.
Consideramos fundamental entender a la educación, como el lenguaje de la
posibilidad, donde la praxis, reflexión y acción transformadora, ofrece
oportunidades para torcer este “destino predefinido”. La acción educativa,
entendida como lo plantea Argumedo, M. “…a la acción intencional de un
sujeto social que se propone promover en otros sujetos sociales ciertos y
determinados aprendizajes que él considera necesario para ellos.
Evidentemente esta definición señala sólo un tipo de acción social y puede
llenarse de contenidos diferentes según el contexto social en el que tenga
lugar, las intenciones del sujeto y, en consecuencia, los aprendizajes que se
proponga promover y el sentido en que los define como necesidad de los otros.
En rigor se trata de actuar junto a los otros, procurando influir en ellos, en la
perspectiva de modificar o mantener cierta situación social…” . Esta acción
educativa llevada adelante junto a personas excluidas y criminalizadas se torna
una lucha contra las desigualdades, la búsqueda de trayectorias en pos de un
antidestino, de una utopía de justicia y ejercicio de derechos humanos.
Sabemos que la educación en el medio penitenciario es una realidad conflictiva
porque aunque se reconoce como derecho hace falta que la institución se
replantee condiciones organizativas. Es el Estado el que debe garantizar con
politicas integrales el acceso a los derechos de toda la población, cumplimiento
de las leyes apegadas a las declaraciones internacionales, el mejoramiento de
las condiciones de detención, variedad en la oferta educativa y debe avalar el
normal desarrollo de las clases diarias, etc.
En este sentido el Trabajo Social, junto a otras profesiones, a través de sus
intervenciones debería lograr ir más allá del papel de “control” asignado por el
sistema penitenciario, y poder estar aportando a la educación como derecho,
tanto “intramuros” a partir de pequeñas acciones colectivas, como también por
fuera de la cárcel participando en instancias claves de decisión política,
plasmando la palabra y las necesidades de las personas privadas de la libertad
quienes no pueden hacerse oír por fuera.
En el marco de esas “pequeñas acciones colectivas” , proponemos un accionar
profesional que tienda a generar espacios de ejercicio de derechos del
ciudadano.
Tomando a Ferreyra planteamos que el Trabajo Social puede llevar a cabo una
tarea educadora, en tanto promotor de la creación de espacios generadores de
conciencia critica y de ejercicio ciudadano. Este trabajo se da en el accionar
cotidiano, en los diferentes y variados espacios, trabajando junto a la gente en
el ejercicio de los propios derechos deberes.
Conclusión.
Para terminar tomamos un fragmento de Salinas, R. “es sencillo observar que
encerrar masivamente no solo implica un ejercicio de violencia sino que
además produce resultados opuestos a los buscados. Lejos de contribuir a la
reducción del delito, denigra a las personas y no resuelve problema alguno.
Tanto desde el punto de vista del respeto de los derechos fundamentales como
desde la mirada puesta en la eficiencia de las políticas públicas, la cárcel actual
resulta profundamente cuestionable”.
En este sentido nos parece relevante tener en cuenta las necesidades y
problemas de las personas, realizando un abordaje desde las diferencias, ya
sea de genero, sociales, étnicas y culturales, ello le aportara una perspectiva
integradora e inclusiva, o sea reconocer al sujeto como un sujeto sociohistórico. Luchando junto a él en pos de que se reconozcan sus derechos, no
solo a la educación sino también el derecho a la vida, a la identidad, a la salud,
a la dignidad, a la igualdad y no discriminación, etc.
Esto sólo se puede lograr a través de un trabajo colectivo entre los distintos
actores, sean desde las políticas sociales que se implementan, desde los
distintos profesionales y los sujetos mismos que se encuentran privados de su
libertad.
Para esto es fundamental tomar a la educación como un derecho de todos, y
no un privilegio de algunos.
Es necesario que reconozcamos a las personas privadas de su libertad como
sujetos de derecho que deben participar activamente en la sociedad que le tocó
vivir. Que en esa sociedad ocupan un lugar, que si es un lugar de exclusión ello
es injusto, y que esa injusticia no es natural, que puede cambiarse; pero para
ese cambio son necesarias la reflexión y la acción sobre la realidad.
La imposibilidad total de ser neutros ante el mundo, ante el futuro nos coloca
necesariamente ante el derecho y el deber de posicionarnos como trabajadores
sociales. El deber de no callarnos. El derecho y el deber de vivir la practica
profesional en coherencia con nuestra opción política.
¿Qué destino tienen los nadies, los dueños de nada, en países
donde el derecho a la propiedad se está convirtiendo en el único derecho? ¿Y
los hijos de los nadies? A muchos, que son cada vez más muchos, el hambre
los empuja al robo, a la mendicidad y a la prostitución; y la sociedad de
consumo los insulta ofreciendo lo que niega...
Eduardo Galeano
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