Cuba: la conflictiva –y nunca acabada– construcción del orden

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PERSONA Y SOCIEDAD / Universidad Alberto Hurtado | 171
Vol. XXVII / Nº 2 / mayo-agosto 2013 / 171-176
Cuba: la conflictiva –y nunca acabada– construcción del orden deseado
Elaine Acosta González*
La verdad no se ensaya. Cuba: el socialismo y la democracia. Julio César Guache
(2012). Santiago: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
Estamos frente a un libro que tiene un doble mérito. En primer lugar, trasciende y
supera las dicotomías empobrecedoras que han primado en los debates sobre Cuba, que
no han hecho más que aumentar las ya abundantes visiones maniqueas, superficiales
o simplonas que existen sobre el ‘problema cubano’. En apariencia, la realidad isleña
puede resultar bastante homogénea y estática. Sin embargo, en su interior cambia
muy rápidamente y constantemente aparecen puntos de disputa. El problema está
en cómo se les aborda, tanto desde la ciencia social como desde el debate público.
En La verdad no se ensaya. Cuba: el socialismo y la democracia, se interroga, dialoga e
interpela esa realidad y las lecturas que sobre el proceso revolucionario se han realizado.
El segundo mérito de este libro es la preocupación que anima el compendio
de ensayos que lo conforma: comprender el problema cubano no solo en sus
manifestaciones más evidentes. Con esa intención se caracteriza el fenómeno, al
tiempo que se indaga en sus causas, pero no solo en aquellas tradicionalmente
descritas por la literatura especializada –las de tipo estructural–, sino también en
las de naturaleza más intrincada, aquellas que tienen que ver con las biografías
y los proyectos de vida de los millones de cubanos, hacedores y criaturas de ese
proyecto llamado Revolución. En ese contexto, el autor no olvida que ese proceso
ha estado condicionado, determinado o ‘centrifugado’ por la política, aunque sea
en su sentido más subjetivo si se entiende por política lo que un notable sociólogo
chileno apuntó como la “conflictiva y nunca acabada construcción del orden
deseado” (Lechner, 2002, p. 8). De ahí el título de esta reseña.
El problema: ¿cómo pensar la Revolución Cubana, el socialismo
y la democracia hoy?
Fidel Castro afirmaba poco tiempo después del triunfo del primero de enero de
1959: “Comprender la revolución es más difícil que morir por la Revolución”
*
Doctora en Estudios Internacionales e Interculturales, Universidad de Deusto, País Vasco. Directora del
Magíster en Sociología, Universidad Alberto Hurtado, Chile. Correo electrónico: [email protected].
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(1962, p. 42). Más allá del contenido epopéyico de la frase, lo cierto es que no le
faltaba algo de razón. La prolífica producción científica –y de diversa índole– sobre
el proceso de cambio social generado con el triunfo de la Revolución Cubana ha
tenido que lidiar con algunas dificultades. La primera de ellas guarda relación
con el inconveniente para evitar que la mirada contemporánea, las convicciones o
creencias políticas empañen el análisis académico que se puede hacer de este proceso.
El segundo problema con que nos topamos al abordar académicamente la Revolución Cubana –y subrayo académicamente, porque este proceso se presta para
los más encendidos debates de todo tipo– es la innumerable producción científica
que ha suscitado. Resulta difícil encontrar un tema más abordado en la literatura
política del siglo XX que la Revolución Cubana. Tras una mirada superficial a
estos estudios, parecería que no hay nada nuevo que agregar.
Sin embargo, uno de los méritos de este libro es su invitación a pensar nuevamente la Revolución Cubana, demostrando que queda mucho por agregar. Para
empezar, el ensayo con que inaugura el libro nos recuerda cuán imbricadas se
encuentran, más si se trata de un proceso subversivo como lo fue la Revolución
Cubana, la experiencia subjetiva y el orden político. Al respecto, el autor indaga
sobre la cultura política existente sobre la Revolución, sobre el papel de su capital
simbólico en su continuidad y la forma en que se elaboran en la actualidad las
ideologías del futuro cubano. En las preguntas fundamentales que se formula para
desarrollar estas cuestiones (qué es, para quién se hace y cómo se hace la Revolución) desarrolla varias tesis que permiten no solo entender cómo se ha pensado
este hecho en Cuba, sino también los desafíos reflexivos actuales.
El autor destaca un conjunto de pilares axiológicos que, a su juicio, han sido
capaces de mantener el prestigio de la Revolución en sus representaciones sociales,
al romper con toda forma de estratificación. Pero advierte, al mismo tiempo, de un
gran déficit democrático en el desarrollo de este proceso: la insuficiencia de debate
público sobre la definición ideológica del mismo. Este déficit no ha impedido el
desarrollo de discursos diversos sobre Cuba que se sitúan, como el autor los clasifica
al rastrearlos en la producción literaria y cinematográfica más reciente, entre el
individualismo y el colectivismo. A falta de una reflexión sociológica sobre esos
discursos, el conjunto de la producción artística le permite al autor explicar desde
dónde se piensa hoy Cuba. Y con el diagnóstico, suponiendo que fuera certero,
identifica un reto que él mismo califica de descomunal para la política socialista:
un desafío ‘civilizatorio’: “captar y conseguir reproducir, en un sentido socialista, las
nuevas o renovadas subjetividades existentes en una sociedad diversificada” (p. 45).
Para ello, el autor sugiere que la cultura política sobre la revolución en Cuba en
el siglo XXI recree el prestigio del sector estatal como clave de resolución del bien
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común y reelabore el concepto de lo público. El cómo es una cuestión compleja;
sin embargo, el libro avanza hacia la exploración de mecanismos constitucionales
y de participación que inevitablemente supondrán reformulaciones en muchos
campos, desde el rol del Estado hasta el papel del individuo y la política misma.
Con todo, el mérito de esta reflexión radica, como señalara Lechner, en reivindicar
el carácter ‘constructivista’ de la política moderna, especialmente en una época
que tiende a naturalizar lo social. Como muestra de ello, Guanche señala que: “la
Revolución ha de pertenecer al ciudadano y no a la naturaleza” (p. 49).
En consecuencia, para el socialismo la pospolítica ha de ser la política que supere
su propia práctica histórica: es lo que intenta decir el concepto de ‘socialismo del
siglo XXI’. Esto porque, si bien el ‘socialismo real’ pudo existir sin democracia,
la democracia del futuro no puede existir sin un nuevo socialismo (p. 51). Su
propuesta de democratización de Cuba pasa entonces, si quiere conseguirlo, por
ser ‘más socialista’. En otras palabras, defiende el socialismo como un presupuesto
de la democracia. Pero, al mismo tiempo, advierte que si el socialismo sirve para
conquistar la democracia, también ha sido utilizado para impedirla.
Como resultado de esta tesis, el análisis de las relaciones entre socialismo y
democracia desde sus desarrollos y desafíos sociopolíticos y jurídicos, es una de
las preocupaciones que atraviesan todos los ensayos contenidos en el libro. En
este empeño, el autor es prolijo e innovador. Utiliza un enfoque analítico que
incorpora el análisis histórico y sociopolítico de la sociedad cubana, confrontando
comportamientos políticos, corrientes ideológicas y filosóficas que, como el propio
autor señala, contribuyeron con salidas hacia el porvenir, identificando la forma en
que aquella historia aún puede iluminar el presente. Y en este análisis también se
atreve con el presente, cuando debate sobre tres de las posibles ‘salidas socialistas
hacia el futuro de Cuba’.
En el despliegue del análisis se destaca, sin embargo, la capacidad del autor
para explicitar la precaución del analista de no ‘esencializar’ una forma política y
mostrarla como ‘la salida socialista’. El problema, advierte, es examinar la naturaleza del poder que instaura y preguntarse a cuáles intereses sirve. “La cuestión
es comprometerse con las necesidades concretas del pueblo cubano y las soluciones más efectivas para ellas, allí donde es la propia ciudadanía quien defina sus
necesidades y sus soluciones desde la construcción de la autonomía personal y
colectiva” (p. 122).
En lo metodológico, es notable el uso de una perspectiva jurídica comparada,
que permite poner en discusión tanto la experiencia del socialismo real como de
las democracias occidentales, y los desarrollos más recientes del llamado nuevo
constitucionalismo latinoamericano. A partir de esta metodología somete a crí-
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tica una serie de principios comunes al ‘constitucionalismo socialista’, que aún
operan en la realidad cubana, y a partir de ella analiza dos campos de problemas
fundamentales: los derechos y sus garantías, y el control constitucional. Para eso
se sirve del análisis comparado de las constituciones de Cuba, Bolivia, Ecuador
y Venezuela.
En el plano teórico se sirve desde los clásicos de la filosofía y el pensamiento
político hasta sus representantes contemporáneos más destacados. Pero, al mismo tiempo, rescata a pensadores cubanos que, como Raúl Roa, han elaborado
reflexiones tan fecundas como poco trabajadas, sobre la compleja relación entre
democracia y socialismo.
La forma en que el autor entiende y despliega conceptos tan ricos, pero al mismo
tiempo tan complejos, como los de democracia, participación o ciudadanía, son expresión de su innegable capacidad para entrelazar clásicas discusiones con debates teóricos
contemporáneos y conferirles sentido, actualidad y relevancia social y académica
en su ‘aplicación’ al análisis de una realidad particular como el caso cubano. Y esta
erudita tarea no se hace con objetivos exclusivamente académicos. Le acompaña una
profunda vocación social, al explicitar su interés por popularizar la enorme discusión
que sobre la recuperación de la democracia se está dando y explorar la manera en que
ello puede contribuir a identificar mejor los problemas. Esta vocación resulta de la
convicción de que todas las personas tienen algo que decir sobre las dificultades que
tenemos. En consecuencia, “sería un apreciable servicio de ‘los intelectuales’ a un
ideal democrático: que todos y todas seamos filósofos y que podamos transformar,
y transformar mejor, nuestra circunstancia” (p. 108).
Para el desarrollo de esta vocación se requiere de la ampliación de lo que entendemos por intelectual. El autor sugiere que nos ‘bajemos del pedestal’ y nos situemos
como alguien que ‘comparte’ un espacio social, que tiene responsabilidades específicas por el tipo de trabajo que hace, pero cuyas demandas, de carácter intelectual,
son necesidades sociales como todas las demás. Nos invita (más bien nos desafía) a
que seamos capaces de socializar las discusiones, socializar el saber académico y los
saberes sociales. Frente a la máxima de Varona de ‘resistir y esperar’, sugiere enfatizar
en el ‘actuar’, explotando al máximo el mínimo de poder que cada persona posee.
Hacia un nuevo constitucionalismo socialista: derechos, garantías y
más ciudadanía
En el camino hacia la formulación de un nuevo constitucionalismo socialista, el
autor examina las relaciones entre revolución, ideología y política en Cuba, pre-
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guntándose por la rentabilidad de ser libres. En el desarrollo de dicha pregunta se
plantea la interesante tesis de la existencia de un secuestro ideológico en el discurso
de la ‘transición democrática’ como futuro de Cuba. Frente a la innegable necesidad de democratización de la sociedad cubana actual, se posiciona partiendo de la
premisa de la oportunidad que tendríamos los cubanos y cubanas para refundar
la base de su contrato social. En consecuencia, el pacto democrático no es un resultado inevitable, sino una posibilidad. Una posibilidad que para el autor del libro
encuentra algunas vías de realización en el esquema constitucional cubano actual,
y, al mismo tiempo, muchas trabas derivadas de la propia norma, sus mecanismos
institucionales, así como de la mentalidad social.
Una de las grandes trabas está relacionada con el diseño institucional de la
participación ciudadana en el Estado cubano y su capacidad real para promoverla. El autor señala a la participación como uno de los principales déficits
de la democracia en Cuba, abordando exhaustivamente este tema en uno de
sus ensayos. Allí advierte de la insuficiencia en el desarrollo de mecanismos de
participación directa versus el mayor uso de mecanismos de representación, lo
que expresa una clara contradicción con los objetivos declarados del modelo. Al
analizar los mecanismos de participación y promoción de grupos desfavorecidos
y las políticas de identidad de las instituciones que desarrollan estas estrategias,
da cuenta de su falta de relación con los cambios y demandas de la estructura
social cubana actual. Una estructura que ha devenido ‘heterogeneizada’ a partir
de los años 90 y cuya diversidad demanda ser procesada desde un paradigma
de articulación de diferencias, que reconozca identidades sociales y cívicas en
movimiento y genere consecuencias políticas: reconocer derechos de participación
a colectivos sociales autoidentificados y evaluar si están sometidos a condiciones
de discriminación y desfavorecimiento en lo que respecta a su representación
política (p. 236).
El análisis técnico-jurídico le permite afirmar que no existe impedimento
doctrinal ni legal que prohíba el desarrollo de mecanismos institucionales que
amplíen la protección de los derechos e intereses de la ciudadanía cubana. Para
asumir estos desafíos se alude a la necesidad de traducir los ‘fines revolucionarios’
en ‘derechos’. Sin embargo, en este punto el autor advierte de las consecuencias
negativas que ha tenido la prevalencia de los derechos sociales sobre los individuales
en la ciudadanía, al configurar un patrón asistencialista de participación y en la
generación de un ciudadano pasivo a la espera de la provisión pública de bienes
y servicios. Para evitar este desbalance en los derechos, se sugiere la aplicación de
un principio desarrollado por el nuevo constitucionalismo latinoamericano: la
progresividad. Este supondría tanto el crecimiento cuantitativo de los derechos
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como el crecimiento cualitativo de la relación entre ellos, a partir de los principios
de irrenunciabilidad, indivisibilidad e interdependencia (p. 162).
Lo antes dicho implicaría otra cuestión no menor: abrir el diapasón del debate
cívico sobre los derechos y mecanismos de defensa ciudadana. El autor reconoce
que las posibilidades para incrementar la participación de la ciudadanía en el
sistema estatal cubano enfrentan numerosos obstáculos provenientes del propio
perfil del modelo, así como del proceso de desgaste que ha experimentado. En
consecuencia, aboga por la reelaboración del modelo mismo de participación
ciudadana en el Estado, sugiriendo para enfrentarlos la puesta en marcha de un
proceso constituyente nacional, que permitiría asumir la magnitud de los desafíos
y con ello afirmaría una radicalización democrática del socialismo en Cuba.
Referencias bibliográficas
Castro, F. (1962). La Revolución no es la oportunidad de negar una vida mejor. Bohemia,
Nº 30, Año 54, 42, 27 de julio.
Lechner, N. (2002). Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de la política. Santiago:
Lom.
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