El origen de la violencia (2004)

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El origen de la violencia
Silvia A. Ramos
La violencia, como manifestación agresiva, tiene su origen en el miedo. El miedo es una
de las emociones primarias que puede encontrarse en los animales superiores. El instinto
de supervivencia hace que la mente reaccione emocionalmente a todo lo que pone en
peligro la vida. En el caso del hombre, con su posibilidad de racionalización e
interiorización de las emociones, el miedo surge además como reacción a todo lo que
agrede su necesidad de equilibrio psicológico o bienestar.
Si queremos aproximarnos seriamente al fenómeno de la violencia social, tendremos que
identificar las las fuentes del miedo en la más temprana infancia del ser humano, etapa en
la cual ya es posible diferenciar el miedo transmitido y el miedo aprendido.
Consideramos miedo transmitido aquel del cual no conocemos las causas, pero se nos
transmite a través de los seres que más queremos y están encargados de garantizar
nuestra vida y seguridad. Estos seres temen por sí mismos y también temen por nosotros.
La relación madre-hijo se caracteriza en sus inicios por una tendencia posesivo-protectiva
de la que el miedo forma parte indisoluble. Adquirimos este miedo como herencia social.
El miedo aprendido, en cambio, es producto de nuestras propias experiencias reforzadas
por la interacción social, y se relaciona con todo aquello que pone en peligro nuestra
estabilidad física y emocional.
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De manera que nacemos predispuestos a sentir miedo como mecanismo de
conservación. Pero esta tendencia natural es además reforzada por los miedos de
nuestros padres. La mente del niño reacciona a estas grandes fuerzas las más veces de
manera predominantemente pasiva, a través de inhibiciones que disminuyen
dramáticamente la natural tendencia activo-exploratoria que es el origen del
aprendizaje.
Otras veces la reacción resulta predominantemente agresiva. El niño es incapaz de
razonar las causas de su miedo y reacciona a él tratando de destruir lo que lo rodea
como forma de conjurarlo. En este caso la tendencia activo-exploratoria se encuentra
totalmente deformada y el objetivo ya no es el conocimiento sino la destrucción de todo lo
que agrede.
La violencia está relacionada con ambas reacciones y con su combinación particular en la
mente de cada niño.
No somos violentos ni agresivos por naturaleza. Nuestros miedos esenciales podrían ser
significativamente disminuidos si nuestros padres comprendieran la importancia de
rodearnos de todo el amor y la seguridad necesarios a la vida, sin contaminarnos con sus
miedos de perdernos. De esta forma, la tendencia activo-exploratoria tendría un campo de
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acción más libre, y habría menos pasividad y menos violencia en la mente de nuestros
niños.
En etapas posteriores los padres y la sociedad comienzan a temer que no seamos como
“debemos-ser”. Y, en efecto, ya no somos como “debemos-ser”, en primer lugar porque
definitivamente somos como somos y, en segundo lugar, porque ya nos han convertidos
en individuos pasivo-agresivos, llenos de miedos y con la semilla de la neurosis en
nuestras mentes.
El deber-ser retroalimenta el miedo. Si lo aceptamos, nos condenamos a una vida llena de
frustraciones y conflictos con nosotros mismos. Si lo rechazamos, nos condenamos a una
vida de violencia e inadaptación social. La elección no es libre y depende de la
experiencia personal y social de cada individuo. Pero el resultado es el mismo: más
violencia, hacia adentro o hacia fuera, pero violencia al fin.
Las sociedades, condicionadas por los mecanismos de poder, hacen todo lo posible por
profundizar el miedo. En su afán de domesticar y someter a sus integrantes no reparan en
que la violencia que generan es capaz de minarlas en sus propias bases.
La sociedad debe reflexionar en este problema y tomar medidas destinadas a disminuir el
miedo con que se rodea al niño desde su nacimiento. Es fundamental comprender que la
relación del individuo con el mundo ha de basarse en el amor y el respeto y no en el
miedo y la destrucción. Ciertamente existen muchos peligros para los niños pequeños,
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peligros que incluso atentan contra su integridad física y su propia vida, pero el peor
peligro a que están sometidos es precisamente el miedo a ese peligro.
Hay que estimular las actividades de exploración y conocimiento desde el momento
mismo del nacimiento del niño, no limitándolas por los riesgos a que puedan
conducir.
Hay que amar al niño en su propia naturaleza, aceptándolo como es y disminuyendo y
eliminando nuestro temor de que no sea como debe-ser.
Hay que disminuir las expectativas sociales que se injertan en la mente del niño. Hay
que comprender que la mayor parte de los seres humanos no son ni serán nunca seres
“bellos” ni “exitosos” socialmente, y que introducir estas expectativas en la mente infantil
es la mejor forma de garantizar grandes frustraciones en el futuro. Frustraciones que
conducen a la violencia, la inadaptación social, la delincuencia y el sucidio.
Hay que aumentar el valor de la vida por sí misma, de las pequeñas actividades que
hacen funcionar y dan valor a la vida y la sociedad humanas, de la relación de amor,
cooperación, respeto y comprensión entre las personas y entre las personas y su
medio, el valor del individuo en sí mismo y de su función social real, disminuyendo
consecuentemente el valor que se atribuye al éxito y la belleza.
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Para salvar y reivindicar a la sociedad humana hay que librarla de los dogmas que
la esclavizan y la destruyen. No es fácil ni existe gobierno alguno que esté dispuesto a
emprender esta cruzada contra la esclavitud, el miedo, la miseria y la violencia del
hombre. Los que ostentan el poder, cegados por su ambición personal, no ven y están
contentos de no ver que la sociedad que dirigen se desmorona entre sus manos.
Pese a todas las medidas represivas, la violencia crece y se desborda en nuestra
sociedad, empezando por las escuelas donde ya los maestros resultan incapaces de
continuar reprimiéndola de manera efectiva.
Y es que la represión sólo refuerza el origen de la violencia. Y la sociedad no debe
olvidar que llegará el momento en que le será imposible reprimir de forma efectiva a todos
los que no responden a sus dogmas.
Llegará el momento en que el volcán de las violencias reprimidas entre en erupción
y destruya toda la supuesta estabilidad y prosperidad que la sociedad humana está tan
orgullosa de construir.
Me pregunto si estamos a tiempo de detener la marcha de este proceso. Si estamos a
tiempo de mirar adentro, comprender nuestra naturaleza, educar a nuestros niños en el
amor y la comprensión, dejar de reprimir y de sembrar miedo por donde quiera que
vamos.
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De esta respuesta depende nuestra capacidad real de subsistir socialmente.
Miami, Septiembre 11, 2004
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