Domingo XII, Tiempo Ordinario Junio, 21 2009

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Domingo XII del Tiempo Ordinario
Junio, 21 del 2009.
Jorge E. Campos Huamán, Pbro.
Comisión Episcopal de Seminarios y Vocaciones.
I.- La palabra de Dios:
Jb 38, 1.8-11; Sal 106; 2Co 5, 14-17; Mc.
4,35-40.
II.- Contexto bíblico:
Job, nos habla desde el seno de la
tempestad, desde el mar impetuoso de su
sufrimiento, confundido por la sabiduría de
Dios (1L). San Pablo, en su carta a los
Corintios, nos recomienda estar en Cristo
que nos hace nuevos, para una vida nueva
de justicia y santidad y que en una nueva
creación en Cristo lo que vale ante Dios es
el sacrificio de una vida entregada en una
obediencia de amor (2L) San Marcos, en el
pasaje de la tempestad calmada nos
describe una situación límite y de extrema
necesidad y de mayor catástrofe de la
embarcación en la que también va Jesús,
donde por la desesperación y angustia
claman auxilio acuden a Jesús y todo se
torna en gran bonaza (EV).
III.- Comentario vocacional:
El seno de la tempestad. Se nos
avecinan los fríos meses del invierno, que
no siempre significa un tiempo apacible,
menos aún en épocas calurosas. Quizá sea
muy fácil traer a la mente situaciones
desesperanzadas, vivencias interiores
en las que uno llega uno a percibir que
no hay remedio, que todo puede
resolverse fatalmente. Momento que, por el
abismo de la oscuridad, la impotencia ante
los problemas, la fragilidad física, la
experiencia terrible de un rompimiento
afectivo, la pérdida inesperada de un
familiar,
la
quiebra
económica,
la
desolación espiritual, la violencia de la
tentación etc. se asemeje a una verdadera
tormenta, producida por un terrible huracán
de sentimientos encontrados. Nuestro
corazón es insondable, imprevisible,
caprichoso, turbulento y a pesar de su
reducido
tamaño,
extremadamente
peligroso.
“Maestro
¿no
te
importa
que
perezcamos?”. Esto es realidad en
nuestra vida vocacional, y requiere
reflexión profunda, tanto en cuanto uno
puede caer en la desesperación, en el
pánico en la angustia aunque solicite
auxilio,
lleguemos
a
confundirnos
totalmente y terminemos en una catástrofe
espantosa. En estos casos, se necesita
virtud, humildad, vale decir, que no
permitamos justificarnos en los límites de
nuestras fuerzas, , ni en la debilidad al estar
sumergidos en la tormenta sin esperanza;
para no caer en el desánimo, se debe
buscar el auxilio, los gritos de socorro la
intervención favorable; más en las
circunstancia nunca se está sólo, debemos
presentarle nuestras angustias al Señor ya
que ante la fuerza de Dios y las palabras de
Jesús, viene la calma, la brisa, el silencio,
que rompen las arrogancias de las olas, se
apacigua la tormenta, se alejan las
tentaciones y se sobrecoge el corazón.
“Él estaba en popa durmiendo sobre el
cabezal”, aunque parezca que el Señor
duerme y permanezca ausente en nuestros
combates, en la
angustia somos
arrancados de la tribulación, pues la certeza
de su amor nos da valor para arriesgar la
vida. Cristo no está lejos de nosotros;
duerme junto al timón, para que cuando
nuestra fe desfallezca, cuando estemos
tristes y desamparados, Él tome el timón de
nuestra vida. En Cristo dormir es una forma
de velar. Su despreocupación disipa
nuestra falsa preocupación, su paz nos
rescata del tumulto en que naufragamos, y
durmiendo nos despierta de nuestra
pesadilla.
Nos dice San Agustín en su comentario
a la tempestad calmada: “Oyes una
palabra injuriosa: Ahí está el viento, ved ahí
la ola..., entra en peligro la nave; tu corazón
entra en peligroso vaivén. Oído el ultraje, se
alza el deseo de venganza. Si te vengas, tu
naufragio es un hecho... ¿Por qué
naufragaste? Por ir Cristo dormido en ti.
Cristo dormido en ti significa que te has
olvidado de Cristo. Despiértale, pues; tráele
a la memoria. Tentación que nace, he ahí el
viento; turbación que viene, he ahí las olas.
Despiértale a Cristo...” (Sermón 63, 2-3).
El miedo y la falta de fe: Jesús nos invita a
tener esta misma seguridad y confianza en
medio de nuestras dudas y dificultades o
cuando la tempestad amenaza. El intercede
y nos conforta., quita las angustias que
existen en nuestros corazones y las dudas
que hacen vacilar nuestras mentes; nos da
ánimo, esperanza y valentía frente a
cualquier tempestad, ante el mal que nos
inunda. Jesús Confía en los brazos del
Padre, no teme las realidades exteriores;
está sencillamente en paz en lo más
profundo de sí mismo. Por ello, Cuando
estemos atrapados en la tormenta,
prisioneros de fuerzas oscuras, cuando
experimentemos el desconcierto, debemos
entregarnos a Jesús, dejarnos llevar por Él,
abandonarnos a Él, ya que Él, está con
nosotros en la barca de nuestras vidas. Con
Él, desaparecerá todo ruido y miedo; y con
Él, llega la calma y bonanza en nuestras
vidas.
IV.- Sugerencias pastorales:
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Sensibilizarnos de la sabiduría de Dios,
reconocer que toda la creación es obra
de Dios que nos dan a conocer su
omnipotencia, su paternidad y su amor.
Debemos confiar en la bondad y en la
sabiduría de Dios, reconocer nuestras
limitaciones; no confundirnos, ni ser
indiferentes frente a sus obras. Su
presencia es inminente.
Confiar en Jesús, El, murió por todos
para que no vivamos para sí; está de
nuestro lado, en las actividades,
vaivenes y quehaceres humanos.
Fuimos creados en Él a su imagen y
semejanza. En Él, se estableció el
continuo retorno de las estaciones; en
Él, conocemos las maravillas del
mundo. A Él hasta el viento y las aguas
le obedecen. Debemos luchar contra
toda tempestad como El.
Colaborar con Jesús, en la obra
salvadora de Dios, enfrentarnos ante la
falta de fe, las dudas, el desconcierto,
los miedos y las tempestades, ver
detrás de lo visible y dentro de visible a
Jesús; Él no duerme, está cerca del
timón, de nosotros, para orientar
nuestra vida.
Derrumbar nuestra propia vida de los
vacíos, temores y sequedades y para
dar paso a la vida de Dios, dejarnos
transformar en creaturas nuevas, siendo
amigo de lo nuevo.
Ser conscientes de que lo viejo, el
pecado, ha pasado, tiene que pasar.
Hemos de amar lo nuevo, hemos de
anhelar lo que no cambiará, lo que es
perenne, eterno.
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