Debe Practicarse la Economía "Recoged los pedazos."

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Capítulo 62
Debe Practicarse la Economía
"Recoged los pedazos."
Cristo dio una vez a sus discípulos una lección
de economía que merece cuidadosa atención.
Realizó un milagro para alimentar a los millares de
hambrientos que habían escuchado sus enseñanzas.
Sin embargo, después que todos hubieron comido y
quedado saciados, no permitió que se perdiesen los
pedazos. El que podía, cuando ella lo necesitaba,
alimentar a la vasta multitud por su poder divino,
invitó a sus discípulos a recoger los pedazos, a fin
de que nada se perdiese. Esta lección fue dada
tanto para nuestro beneficio como para el de
aquellos que vivían en tiempo de Cristo. El Hijo de
Dios se preocupaba por las necesidades de la vida
temporal. No descuidó los fragmentos rotos
sobrantes del festín, aunque podía ofrecer otro
igual cuando quisiera.
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Las lecciones de Jesucristo deben introducirse
en toda fase de la vida práctica. Debe practicarse la
economía en todo. Recójanse los pedazos, para que
nada se pierda. Existe una religión que no toca el
corazón y llega por lo tanto a consistir en formular
palabras. No se la introduce en la vida práctica.
Deben entremezclarse el deber religioso y la más
elevada prudencia humana en las actividades
comerciales.
Sigamos a Cristo en la abnegación
A fin de familiarizarse con los chascos, pruebas
y tristezas que afectan a los seres humanos, Cristo
descendió a las más bajas profundidades de la
desgracia y la humillación. Recorrió la senda que él
pide a sus seguidores que recorran. Les dice: "Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, y tome su cruz cada día, y sígame." Pero
los que profesan ser cristianos no están siempre
dispuestos a practicar la abnegación que el
Salvador requiere. No están dispuestos a limitar sus
deseos a fin de tener más recursos que dar al Señor.
Uno dice: "Mi familia tiene gustos dispendiosos, y
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me cuesta mucho sostenerla." Esto demuestra que
tanto él como su familia necesitan aprender las
lecciones de economía enseñadas por la vida de
Cristo....
A todos llega la tentación de satisfacer deseos
egoístas y exorbitantes, pero recordemos que el
Señor de la vida y la gloria vino a este mundo para
enseñar a la humanidad la lección de la
abnegación.
Los que no viven para sí no dedicarán cada
peso a satisfacer sus necesidades imaginarias ni a
proveerse de comodidades, sino que recordarán que
están sirviendo a Cristo y que otros necesitan
también comida y ropa.
Economicemos para ayudar a la causa de Dios
Mucho podría decirse a los jóvenes acerca del
privilegio de ayudar a la causa de Dios
aprendiendo lecciones de economía y abnegación.
Muchos piensan que deben darse este o aquel otro
gusto, y para hacerlo se acostumbran a vivir de un
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modo que consume todas sus entradas. Dios quiere
que obremos mejor al respecto.
Pecamos contra nosotros mismos cuando nos
quedamos satisfechos con tener lo suficiente para
comer, beber y vestirnos. Dios nos presenta algo
más elevado que esto. Cuando estemos dispuestos
a hacer a un lado nuestros deseos egoístas y
dediquemos las facultades del corazón y de la
mente a trabajar en la causa de Dios los agentes
celestiales cooperarán con nosotros y nos harán una
bendición para la humanidad.
Aunque sea pobre, el joven laborioso y
económico puede ahorrar un poco para la causa de
Dios.
Cuando nos tientan los gastos inútiles
Cuando nos vemos tentados a gastar dinero en
baratijas, debemos recordar la abnegación de Cristo
y su sacrificio propio para salvar al hombre caído.
Debemos enseñar a nuestros hijos a practicar la
abnegación y el dominio propio. La razón por la
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cual tantos pastores se ven frente a momentos
difíciles en asuntos financieros estriba en que no
limitan sus gustos, apetitos e inclinaciones. El
motivo por el cual tantos hombres hacen bancarrota
y se apoderan con improbidad de recursos ajenos
reside en que procuran satisfacer los gustos
dispendiosos de sus esposas e hijos. ¡Con cuánto
cuidado debieran los padres y las madres enseñar
economía a sus hijos por el precepto y el ejemplo!
¡Ojalá pudiera hacer comprender a cada uno
cuán grave es el pecado de malgastar el dinero del
Señor en necesidades imaginarias! El expendio de
sumas que parecen pequeñas puede iniciar una
cadena de circunstancias que llegará hasta la
eternidad. Cuando sesione el juicio y los libros
sean abiertos, se os revelará el lado de las pérdidas:
el bien que podríais haber hecho con las blancas
acumuladas y las sumas mayores que gastasteis en
fines totalmente egoístas.
Cuidemos los centavos
No gastéis vuestros centavos ni vuestros pesos
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en comprar cosas innecesarias. Tal vez penséis que
estas sumas pequeñas no representan mucho, pero
estas muchas pequeñeces resultarán en un ingente
total. Si pudiéramos, solicitaríamos los recursos
que se gastan en cosas inútiles, en vestidos y
satisfacciones egoístas. Por todos lados y en toda
forma nos rodea la pobreza, y Dios nos ha
impuesto el deber de aliviar de toda manera posible
a la humanidad que sufre.
El Señor quiere que sus hijos se preocupen y
sean serviciales. Quiere que estudien cómo pueden
economizar en todo y no malgastar cosa alguna.
Parece muy pequeña la suma que se gasta
diariamente en cosas inútiles pensando. "No son
más que unos centavos;" pero multiplíquense esas
menudas cantidades por los días del año, y con el
transcurso del tiempo las cifras parecerán casi
increíbles.
No compitamos con los vecinos
No es lo mejor tratar de aparentar que somos
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ricos o superiores a lo que somos, a saber sencillos
discípulos del manso y humilde Salvador. No debe
perturbarnos el que nuestros vecinos construyan y
amueblen sus casas de una manera que no estamos
autorizados a seguir. ¡Cómo debe mirar Jesús la
forma en que proveemos egoístamente para
satisfacer nuestros apetitos e inclinaciones, o para
agradar a nuestros huéspedes! Viene a ser un lazo
para nosotros el ceder al deseo de ostentación, o
permitir que lo hagan los hijos que están bajo
nuestra dirección.
Experiencia personal de la Sra. de White en la
niñez
Cuando tenía sólo doce años, ya sabía lo que
era economizar. Con mi hermana, aprendí un
oficio, y aunque sólo ganábamos veinticinco
centavos por día, ahorrábamos un poco de esta
suma para darlo a las misiones. Economizamos
poco a poco hasta tener treinta dólares. Luego,
cuando oímos el mensaje de la pronta venida del
Señor, y un pedido de recursos, así como de
hombres, fue para mi un privilegio entregar los
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treinta dólares a mi padre y pedirle que los
invirtiera en folletos y otros impresos para
comunicar el mensaje a los que estaban en
tinieblas. . . .
Con el dinero ganado en nuestro oficio, mi
hermana y yo nos vestíamos. Entregábamos
nuestro dinero a mamá, diciéndole: "Haz la compra
de manera que, después de pagar por nuestra ropa,
quede algo para la obra misionera." Y así lo hacía
ella, con lo que estimulaba a nosotras el espíritu
misionero.
Economicemos por principio
Aquellos cuyas manos están abiertas para
responder a los perdidos de recursos con que
sostener la causa de Dios y aliviar los dolientes y
menesterosos no se cuentan entre los que son flojos
y morosos en el manejo de sus negocios. Tienen
siempre cuidado de que sus salidas queden
cubiertas por sus entradas. Son ahorrativos por
principio; consideran que es su deber economizar,
a fin de tener algo que dar.
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