Agentes sociales, cultura y tejido productivo en la España

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Agentes sociales, cultura y tejido
productivo en la España actual
Víctor Pérez-Díaz
Juan Carlos Rodríguez
Joaquín P. López-Novo
Elisa Chuliá
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RESUMEN
LA CUESTIÓN SOBRE LA QUE TRATA EL LIBRO Y EL ENFOQUE
DESDE EL QUE SE ANALIZA
La crisis económica y los notables cambios sociales y políticos que ha ocasionado han creado una situación complicada que obliga a todos –no solo a las
elites políticas, económicas y sociales, sino al conjunto de los ciudadanos– a tomar
decisiones muy importantes para el futuro de España. Identificar esas decisiones y
acertar a la hora de adoptarlas exige comprender los procesos causales a través de
los que se ha llegado a la situación actual.
Desde esta perspectiva analítica, los autores del libro Agentes sociales, cultura y tejido productivo en la España actual indagan en las causas por las cuales
nuestro país no ha conseguido desarrollar un tejido productivo fuerte y competitivo,
capaz de impulsar el crecimiento económico y la innovación, de generar ocupación
de manera estable en el tiempo y absorber la oferta de mano de obra existente.
Lo grave y preocupante no es que todavía hoy, transcurridos dos años desde que
técnicamente superamos la recesión, mantengamos una tasa de desempleo varios
puntos por encima del 20%, sino que durante buena parte del periodo transcurrido
desde nuestro ingreso en la Comunidad Económica Europea (en concreto, durante
el 42,5% de los últimos treinta años) no hayamos sido capaces de reducir el desempleo por debajo de ese umbral.
A la cuestión planteada responde este libro centrando el interés, por una parte,
en los sindicatos y las organizaciones empresariales. Los autores analizan la disposición de los agentes sociales a participar e involucrarse en los problemas del
mercado de trabajo y de la economía, y la dirección que imprimen a sus acciones;
es decir, la intensidad y la orientación de su agencia. Pero esa agencia solo puede
entenderse cabalmente en el marco de trayectorias que se desarrollan en contextos
político-institucionales concretos, y de tramas de significados culturales de los que
los actores dotan a sus acciones y con los que van construyendo su propia identidad. Por otra parte, los autores llaman la atención sobre las debilidades del capital
social y capital humano (en particular, en formación profesional) que sufre la sociedad española, relacionando estos problemas con los comportamientos de diversas
instituciones, entre ellas, las familias.
Común a los estudios que componen este libro es el énfasis en la apertura
y el relativo indeterminismo de las situaciones o, visto desde otro ángulo, en la
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capacidad efectiva de los actores para cambiarlas. Asimismo, los distintos capítulos
comparten un estilo de análisis y exposición que combina la descripción de evidencias empíricas muy variadas con reflexiones críticas sobre cuestiones a las que los
autores han dedicado diversas investigaciones previas; y aunque el libro pone el
foco en el caso español, lo sitúa en un contexto internacional más amplio.
SINDICATOS Y ORGANIZACIONES QUE LIMITAN SU HORIZONTE
Y SU CAPACIDAD ESTRATÉGICA
El paro, la dualidad del empleo y la inestabilidad de una parte importante de la
ocupación constituyen rasgos definitorios del mercado de trabajo español, configurando el panorama ante el cual los sindicatos y las organizaciones empresariales
deben analizar críticamente cuál ha sido la intensidad y la dirección de su agencia
durante las últimas décadas.
Por lo que hace a los sindicatos, la baja afiliación sindical y la concentración de
la negociación en reivindicaciones de salarios y seguridad en el puesto de trabajo
–por encima de otras relativas a la carrera profesional, la participación en decisiones sobre el funcionamiento de las empresas o la regulación del mercado de trabajo para evitar la dualización entre outsiders e insiders– ponen de manifiesto tanto
una visión escasamente ambiciosa de las relaciones laborales como una tendencia bastante conservadora. Los sindicatos han ido frecuentemente “a remolque de
los acontecimientos, a la defensiva, con una estrategia de facto de mantenimiento
del statu quo” (83). Sus políticas y prácticas específicas les han distanciado de un
sindicalismo que cabría denominar “productivista”, dispuesto a negociaciones más
complejas y participativas, y más orientadas hacia mejoras en productividad y competitividad, así como en eficiencia del mercado de trabajo. Por lo demás, el sindicalismo construido por los grandes sindicatos ha sido escasamente civil, “en el sentido
de compatible con, o favorecedor de, un tipo de sociedad de partícipes activos en el
sistema económico, que son, al tiempo, ciudadanos activos en el espacio público y
miembros activos de las asociaciones que componen el tejido asociativo” (83).
En cuanto al empresariado, es evidente que en su seno han cobrado importancia quienes muestran claro interés y disposición efectiva a internacionalizarse,
superando el retraimiento del pasado. “Los empresarios españoles no rehúyen la
incertidumbre y el riesgo, como demuestra su apuesta por los países de América
Latina, y han desarrollado competencias y capacidades organizacionales para operar con éxito en órdenes extensos; y un segmento de ellos ha entrado por méritos
propios en la élite empresarial mundial” (98). Ahora bien, además de descuidar su
capacidad de acción colectiva en temas tales como la calidad de la educación y la
formación profesional, los empresarios españoles han optado demasiado a menudo
por una “estrategia de empleo contingente” para construir sus empresas. En efecto,
en lugar de priorizar un tipo de empleo “obligacional”, que supone compromisos
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(materiales y morales) con los trabajadores para el mantenimiento de la ocupación
en períodos recesivos y la inversión de excedentes en capacitación de personal,
se han inclinado por un tipo de empleo que les permite economizar a corto plazo
y ajustarse rápidamente a la evolución del ciclo económico y a las oscilaciones
estacionales de la demanda. No han reparado suficientemente en que el empleo
obligacional constituye una condición necesaria para desarrollar el potencial productivo y estimular la innovación de productos y procesos, mientras que el empleo
contingente conlleva el coste de “atrapar a las empresas en una trayectoria crónica
de baja productividad e incapacidad para la innovación” (124).
Sindicatos y organizaciones empresariales se han avenido a participar, desde
el inicio del periodo democrático, en conversaciones casi continuas, reconociéndose
como adversarios que pueden dialogar y cooperar, y demostrando niveles relativamente altos de confianza y de entendimiento mutuos (si bien con el contrapunto del
frecuente recurso a las huelgas por parte de los sindicatos). Pero acostumbradas
“a ver las diferencias en términos de juegos de suma cero, y no de suma positiva,
en términos estáticos, y no dinámicos” (185), y dominadas por una visión cortoplacista de los intereses particulares, las centrales sindicales y las organizaciones
empresariales no han sabido utilizar esas conversaciones para alcanzar acuerdos
productivistas de alcance, similares a los concertados en los países nórdicos o en
Alemania. Tampoco han logrado llegar a acuerdos para, conjuntamente, reivindicar
el desarrollo de un pilar de formación profesional de calidad en el sistema escolar
y asumir un protagonismo necesario en la coordinación de la formación dual. Antes
bien, en este ámbito han quedado desacreditados no solo por su ineficacia, sino
también por informaciones que han revelado la utilización de una parte considerable de los fondos públicos dedicados a formación para satisfacer sus propios fines
organizativos.
Poco extraña, pues, el deterioro de la imagen pública de sindicatos y organizaciones empresariales que ponen de relieve encuestas recientes. Ni unos ni otras
han conseguido defender convincentemente su legitimidad ante la sociedad y presentarse no solo como organizaciones que defienden los intereses particulares de
sus bases, sino como comunidades morales de referencia para ellas y como agentes verdaderamente concernidos con la prosperidad y el bienestar del conjunto de
la sociedad.
FAMILIAS QUE PROTEGEN A LOS DE DENTRO Y DESCONFÍAN
DE LOS DE FUERA
También la aportación de las familias a estos grandes objetivos nacionales
merece una valoración crítica. Ciertamente, las características del mercado de trabajo español han contribuido a reforzar un modelo de familia poco afín con economías
dinámicas e innovadoras. Se trata de familias muy protectoras de sus miembros, en
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las que a menudo conviven empleados fijos con empleados temporales y beneficiarios de prestaciones, en una suerte de “arraigados arreglos provisionales” que
permiten, no sin quejas ni lamentos, “ir tirando”. Pero las indudables capacidades
de las familias españolas para adaptarse eficazmente a situaciones complicadas y
responder con rapidez a las dificultades que sobrevienen a sus miembros también
han contribuido a reforzar el statu quo y las debilidades estructurales del mercado
de trabajo y de la economía productiva.
A la luz de los datos de diversas encuestas, parece claro que mientras las familias han cuidado esmeradamente las redes de confianza interna, han descuidado su
propia capacidad de generar confianza generalizada, un tipo de capital social fundamental para la cooperación productiva y el desarrollo de proyectos empresariales ambiciosos. Las familias españolas han generado mayoritariamente un tipo de
capital social cerrado o “familista”, en virtud del cual ellas mismas generan y atraen
la confianza de sus miembros y, de manera más o menos deliberada y explícita,
extienden cierta cultura de desconfianza hacia el prójimo y las instituciones. No es
una desconfianza caprichosa o infundada, sino probablemente basada en la falta
de evidencia de los beneficios que puede aportar ese prójimo extrafamiliar y de los
defectos y excesos cometidos con frecuencia por esas instituciones. Ahora bien,
obtener semejante evidencia pasa necesariamente por superar en alguna medida la
desconfianza; si no se supera, se acaba generando un “equilibrio de baja confianza”
que erosiona continuamente el potencial de la sociedad para crecer y prosperar.
Evitar (o revertir) este desfavorable equilibrio requiere que las familias tomen
conciencia de su capacidad estratégica para producir no solo capital humano y económico, sino también social, y de los efectos beneficiosos –individuales y colectivos– que este tipo de capital podría surtir. “Hasta ahora, las instituciones políticas
y económicas han contribuido escasamente a esa toma de conciencia. Antes bien,
en sus discursos y medidas de actuación han tendido a identificar los problemas
de las familias con sus necesidades materiales (descuidando, por lo general, sus
funciones culturales y educativas), y a subrayar la importancia de las familias para
el Estado (a través de la fiscalidad y de la aportación de recursos para mantener
las prestaciones sociales y los servicios públicos) más que para la reproducción de
la sociedad y el crecimiento de la economía” (217). Es hora de que también ellas
reconozcan la necesidad de cambiar sus actitudes y conductas orientándolas en
ese sentido.
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