DISCURSO DE GRADUACIÓN DE LOS ALUMNOS DE LA

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DISCURSO DE GRADUACIÓN DE LOS ALUMNOS DE LA FACULTAD DE
DERECHO.
28 de mayo de 2016
Discurso de Alejandro García-Noblejas Valenti.
Excelentísimo Rector magnífico, Excelentísimo Sr. Presidente de la Fundación
San Pablo-CEU, Ilustrísimas autoridades de la universidad, Ilustrísima y querida
Decana, queridos profesores y personal de la Facultad, queridas familias, queridos
compañeros, amigos todos.
Excmo. y estimado padrino. Le agradecemos que haya aceptado la condición de
padrino de esta excelente promoción, es un privilegio tenerle en este día tan
importante para todos nosotros.
Es riesgo y honor para mí, poder introducir este discurso al que hemos decido
titular tres mirada de una promoción, nombre que pretende distinguir a los aquí
presentes para recibir su investidura.
Parece mentira que ya hayan pasado cuatro años desde aquel septiembre del 2012.
Cuatro años desde que comenzó nuestra etapa universitaria. Aquel septiembre en el
que comenzaron nuevas amistades, amistades que quedarán para siempre, y que
ha sido un orgullo hacer.
De todos estos años es imposible no guardar grandes y pequeños recuerdos.
Anécdotas compartidas de las aulas o los pasillos, la cafetería o los rincones de
pasos perdidos, incluso de las magistrales o los grupos de trabajo. En los más
insólitos lugares de nuestros futuros será imposible no acordarnos de algún
compañero. Porque, ¿Quién podrá olvidar al compañero, que decía que iba a
suspender y luego sacaba un sobresaliente?, ¡Verdad Botella!, o ese otro, sin
mención expresa, que no se aprendía el horario -¡ni aunque le pagasen!- y
preguntaba, día tras día, oye ¿qué clases tenemos hoy?. Y, ¿cómo olvidar a algunos
otros “muy interesados en saber si teníamos clase magistral”?, para luego
responder, ¡si no pasa la hoja de firmas, yo no vengo!”.
Años atrás, antes de entrar en la universidad, muchos de nosotros nos
preguntábamos que iba a ser de nuestras vidas, que íbamos a estudiar o si
estábamos eligiendo la carrera correcta y en el lugar adecuado. Hoy puedo afirmar
con certeza, que elegimos bien. La universidad CEU San Pablo, nos ha transmitido
unos valores, unos ideales de vida que nos han formado como juristas, y lo que
es más importante, como personas.
Unas de las razones por las que elegí esta universidad fue por las posibilidades de
iniciativas que te ofrecen. Cuando estábamos en segundo curso, un grupo de
compañeros fundamos la CEU Law Competition, como muchos de los aquí
presentes recordareis, una competición interna entre los alumnos de derecho
basada en la resolución de casos prácticos con la que buscábamos ayudarnos
mutuamente
en
nuestra
formación
integral
como
jurista
aplicando
los
conocimientos teóricos a la realidad. Pues como decía Aristóteles “La inteligencia
consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar los
conocimientos en la práctica”.
Organizar esta competición supuso un beneficio para todos. Aprendimos más de
lo que las aulas podían ofrecernos en aquel momento. Vivimos en primer
persona lo que era trabajar en equipo, lo que era afrontar problemas, lo que era
cometer errores. Además constituyó un puente de conexión con el mundo
profesional, al permitirnos hacer contactos con los despachos, fue una gran
satisfacción conseguirlo, un auténtico éxito colectivo.
Hemos tenido que trabajar mucho para conseguir estar hoy aquí, en nuestra
graduación, a mí me han salido más canas de las esperadas para un veinteañero,
el abuelo me llaman en clase, pero ha merecido la pena. Es inevitable decir que
Acabamos la carrera en una época distinta a todas las anteriores, en el siglo de
los cambios y de las transformaciones, un tiempo donde existe una gran
incertidumbre política y económica y una desconcertante crisis de valores. Pero
no podemos poner excusas ya, tenemos todas las armas, las herramientas
necesarias para poder hacer frente a las adversidades que se nos planteen.
Podemos y debemos demostrar a este país lo que somos capaces de hacer,
porque el futuro es nuestro, está en nuestras manos.
Los avances tecnológicos, las nuevas regulaciones, la globalización, no deben
verse como un obstáculo, sino como nuevas posibilidades de futuro. Los jóvenes
tenemos que innovar, emprender, dando lo mejor de nosotros mismos, sin miedo
al eventual fracaso, con energía e ilusión, ampliando nuestros propios límites y
adaptándonos a cada circunstancia, llevando los valores aprendidos por los
caminos donde el destino nos conduzca.
Gracias a las experiencias adquiridas en el CEU somos más y más libres, lo que
nos facilita encontrarnos con nosotros mismos. Ya lo decía Miguel de Cervantes en
el Quijote:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres
dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni
el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la
vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los
hombres”
El trabajo ocupará gran parte de nuestra vida, la libertad nos permitirá elegir aquello
que nos apasione, que nos llene, para saber quién queremos ser y poder seguir
desarrollándonos como personas. De esta forma conseguiremos una felicidad
personal capaz de ser transmitida a los demás.
No quiero olvidarme de los profesores, a los que hemos querido y odiado a la vez.
Solo podemos agradecerles todo lo que habéis hecho por nosotros. Recordaremos
siempre vuestra entrega y dedicación, vuestra disciplina e ilusión por enseñar, será
un ejemplo para todos nosotros.
Por último, me gustaría destacar el papel fundamental que han tenido nuestros
familiares, en especial a nuestros padres y madres. Desde el primer momento nos
habéis ayudado a que el camino sea más fácil, que cuando veíamos todo de otro
color nos dabais un empujón en el momento necesario. Este Título, esta
graduación, es muy vuestra. Nuestro éxito no es sino una consecuencia directa
de vuestro éxito como personas. Estamos orgullosos de vosotros. Os estaremos
eternamente agradecidos, pues sin vuestro esfuerzo, no hubiese sido posible.
Enhorabuena a todos mis compañeros y muchas gracias a todos.
A continuación mi compañero Gonzaga Herrero López-Bachiller nos hablará de otras
visiones y otras cosas
Discurso de Gonzaga Herrero López-Bachiller.
Con su venia:
Al igual que mi compañero, quiero agradecerles a todos que hayan venido a
nuestra graduación, más aún en el día de hoy, coincidiendo con el partido que
paraliza España.
Asimismo, agradezco el poder decir unas palabras en representación de mis
compañeros. Y para mis compañeros.
Antes de nada debo confesar que mi padre, es antiguo alumno del CEU. Que no
me impuso estudiar en este centro.
Yo había pensado en otro distinto, supongo que igual de bueno. Él me dijo que
probablemente así fuera, pero, que con el CEU no me equivocaría, me dijo que el
CEU es algo especial. Me señaló, que los años del bachillerato eran entrañables,
si, pero que lo que iba a determinar mi futuro, serían los compañeros que
conociera en la carrera, y la convivencia y unión con ellos durante estos cuatro
años. Seguí su orientación, no sin ciertas dudas. No obstante, inicié y concluyo
hoy mi carrera en el CEU.
Ahora quiero transmitiros lo que han sido estos años para mí, en cuanto a uno de
los aspectos esenciales de lo que es la vida universitaria: la solidaridad y el
compañerismo.
¿Cuáles son mis recuerdos humanos en el CEU?
Mi recuerdo del compañerismo es el entrañable vínculo de unión entre los que
compartíamos un aula, unos profesores, unos pasillos y formábamos algún tipo
de comunidad, de cuerpo o equipo.
Decía Benedetti que “El buen compañerismo consiste muchas veces en callar, en
respetar el laconismo del otro, y comprender que eso es lo que el otro necesita”.
Y este valor del compañerismo no puede estar lejos de la solidaridad, que para
todos nosotros ha sido la adhesión y el apoyo incondicional, especialmente en
situaciones comprometidas o difíciles, es decir, en lo que aquí nos interesa, el
que uno actúa y responde por todos, y todos por uno.
Nuestra convivencia en el CEU ha encarnado ambas cualidades, así quiero
recordar situaciones que cada uno de nosotros seguro que hemos experimentado.
Os acordareis de todos aquellos compañeros, que en el último momento nos
han dejado unos apuntes gracias a los cuales, hemos conseguido aprobar esa
asignatura, repitiéndoles siempre que los siguientes corrían de nuestra cuenta.
De las llamadas a las 3 de la madrugada durante los exámenes finales, en las
que compartíamos nuestro agobio, y que nos daban cierta tranquilidad, ya que no
éramos los únicos en esa situación.
Las explicaciones cinco minutos antes del examen en la puerta del aula magna.
Como siempre algún compañero te prestaba sus grupos de trabajo, ya que lo
habías dejado para el último momento, y no te daba tiempo a terminarlo.
Los comentarios de tus compañeros, que te apoyaban en momentos de ofuscación,
y todas aquellas consolaciones tras un suspenso.
Aquellos momentos de agobio, en los que siempre había alguno que te pasaba
una magnifica quiniela con lo que creía que entraría en el examen, y gracias a la
cual, ya podíamos dormir tranquilos.
El día que te querías ir de copas y te decían, ¿pero a dónde vas? irresponsable,
que mañana tenemos que estudiar por la mañana.
Como delegado, la infinidad de sugerencias que he recibido de cada uno de mis
compañeros y el tratar de conjugar todas para que todos estuviesen contentos.
Bueno, y los cuatro años habiéndoos aguantado, que es digno de poner en el
curriculum.
Esas noches pensando ¿qué vamos a hacer?, ¿dónde vamos a trabajar?, ¿y si
nos asociamos y montamos algo?
Aquellos inicios de curso, con sus distintas asignaturas, tomos y apuntes, tomos
que siempre acabábamos compartiendo con alguien.
Aquellas noches de estudio y café, en las que entre tema y tema arreglábamos
nuestras familias, España y el mundo y además el tema de siempre, ya sabéis, el
sexo opuesto.
Aquellos últimos días de mes, con diez euros por todos los conceptos, que había
que estirar y estirar, y siempre, un compañero al que le adelantaban la paga,
echándote un salvavidas.
Aquellos fines de exámenes, con los viajes en coches de cinco en cinco, a las
casas de nuestros compañeros en las provincias, en las que por las noches,
volvíamos, esta vez, subida la voz, a arreglar todo lo que se nos ponía por delante,
incluso atreviéndonos a matizar y a afinar corrientes filosóficas.
Aquellas búsquedas, en los meses de verano, a nuestros compañeros del CEU,
en el punto de España que correspondiera, que siempre concluían con un gran
abrazo y exaltación de la amistad, y aquel “cuando estemos en Madrid, tenemos
que quedar a tomar algo, que nunca llegaba a suceder”.
Para los que vivimos en Madrid, aquellos viajes de nuestros padres, que
inmediatamente suponían llenar nuestras casas con compañeros de clase, donde,
influenciados por algún efluvio etílico, hablábamos de todo en general y de nada
en particular.
Y por fin hemos llegado a lo que casi no queríamos que llegara, nuestro fin en el
CEU.
¡Pues NO!, sé positivamente, que el CEU no se acaba aquí, gracias a este centro
nos hemos conocido todos nosotros,
y hemos
vivido
cuatro
años, que
probablemente hayan sido de los más importantes de nuestras vidas, a lo mejor
ahora no somos conscientes de ello, pero más adelante lo comprobaremos y
además de nuestras carreras, nos ha aportado un nexo de unión al que todos
estaremos sujetos, pasamos a ser antiguos alumnos de esta institución, y muy
probablemente, a nuestros hijos les digamos, que sí, que hay otros centros muy
buenos, igual de buenos que éste, pero el CEU es algo especial… En esto, mi padre
tenía razón.
Concluyo. Con frecuencia se escucha “que no hay que mirar atrás ni para coger
impulso”; bueno, pues esta debe ser la excepción que confirma la regla: en el
futuro, cuando necesitemos la solidaridad, que seguro que ocurrirá, tendremos
que mirar atrás, a nuestra experiencia y vida en el CEU para coger ese impulso.
A continuación cedo la palabra a mi compañero Alfonso Coronel. Muchas gracias a
todos, al CEU y en especial a mis compañeros.
Discurso de Alfonso Coronel de Palma de las Matas
Con la venia
Es un honor que me corresponda a mí realizar el cierre o epílogo del discurso
de graduación. Con que no se duerma o se desmaye alguno de los presentes
estaré agradecido, puesto que en mayo las temperaturas no son bajas, el acto
no resulta corto y las palabras de un politólogo suelen ser cargantes.
Me antecedieron mis compañeros relatando nuestros años en la Universidad.
Nuestras primeras clases, lecciones magistrales, grupos de trabajo…
Se les olvidó contar sin embargo las primeras tardes de mus, las fugaces pero
exultantes miradas con nuestras compañeras o compañeros por el pasillo, los
cigarrillos que se acumulaban debajo de las mesas de los bares cercanos a la
facultad después unas cervezas en horario lectivo, las caras de los viernes por la
mañana de aquellos que pensaron que el jueves era el nuevo sábado…
Papa, Mama, tranquilos, yo no hice nada de eso.
Pero, aunque todo ello merezca también ser contado, no de eso es de lo que yo
vengo a hablar.
¿Ahora qué nos va a contar este? Espero que se pregunten, bien, voy a hablarles
de nuestro “Ahora qué”, una vez graduados, acabadas nuestras carreras, ¿qué
espera ahora España de nosotros?, ¿qué esperamos de nosotros mismos? ¿Cuál
es nuestro deber ahora?
No cabe duda sobre nuestra respuesta. No entendemos la profesión jurídica sin
el compromiso a nuestra sociedad y el valor de la justicia.
Salimos al mundo, en un momento en el que todo está en duda, en el que
todo principio que se nos había inculcado, tambalea. En el que el más intrínseco
de los derechos, como es el de la vida, no es defendido…
En esta España amnésica, internacionalmente reconocida por haber sabido
perdonar. Donde los héroes nunca más lo serán, donde los gobernantes pasan más
tiempo en los juzgados de instrucción que en el Congreso o Senado, donde parece
que no hay esperanza, llegamos nosotros.
Escuché una vez a un hombre de mediana edad pedir perdón, pidió perdón por
la España que nos dejaba, muy diferente a la de sus padres, aquella gozaba de
opciones laborales, era rica económicamente, se encontraba hermanada y buscaba
un fin común. La que nos deja en cambio, se encuentra inmersa en una crisis
económica y de valores tan profunda que tan sólo la mal llamada, “generación
mejor preparada de la historia” puede devolverla a su esplendor.
A esta España salimos, jóvenes juristas con ganas de comerse el mundo, carne
de cañón llena de ambiciones, una generación que intenta tener controlado
hasta el último de los detalles de su vida, en qué parte del mundo quiere
trabajar, en qué empresa, cuánto quiere ganar, cuando quiere casarse y hasta
cuántos hijos tener. Unos individuos que saben lo que quieren y que tienen los
medios para alcanzarlo.
Pero como diría San Ignacio de Loyola, ¿de qué te sirve ganar el mundo si pierdes
tu alma?
Es aquí donde entran en juego nuestros valores, lo que hemos aprendido de
nuestros padres y profesores.
Sí, y digo bien padres y profesores, ya que la familia, es el antídoto para el
individualismo imperante en el que nos encontramos actualmente y profesores,
porque la educación es el único medio que asegura a los hombres su felicidad y
libertad.
Es aquí donde entra en juego el valor del CEU.
He de reconocer que me confieso CEUista, mentiría si dijese que no lo he sido
siempre. A esta institución le confiaron mis padres una gran parte de mi educación
primaria y secundaria, mientras que yo, como mis compañeros, les confié la
Universitaria. Hago ahora un baremo de todo lo que en sus aulas he aprendido
y sólo puedo dar las gracias.
Gracias por enseñarme que en la vida no todo es la exaltación del YO. Que sola,
la ambición es una mala compañera de viaje.
Gracias por hacerme ver que detrás de estos expedientes que tanto nos agobian,
hay personas, personas llenas de virtudes y talentos que si no son dispuestos a los
demás, no valen nada.
Es por ello por lo que quiero dar las gracias, por hacernos ver que no hay nada
más grande que el abandonarse a uno mismo en virtud del prójimo, porque en
todos los momentos de nuestra vida estaremos ligados a alguien, bien en nuestra
condición de hijos, hermanos, amigos, novios, maridos o padres, abogados, jueces o
profesores.
Nuestras virtudes hemos de ponerla al servicio común, porque, ¿de qué sirve
un tesoro que se encuentra enterrado en la playa?
Hemos de ser conscientes que detrás de cada caso, tras cada estudio, tras cada
dictamen va a haber una persona esperando que le demos lo mejor de
nosotros mismos. No sólo somos un valor de excelencia, somos talento, talento que
sin trabajo y generosidad se marchita.
Estos talentos tenemos que presentarlos, no se puede construir una sociedad
quedándose en casa, sino que hay que meterse en los múltiples campos que ofrece
la sociedad civil, todos ellos constituidos como servicio y no como poder, no para
servirse de los otros sino como servicio a los otros.
Virtud y servicio, son los ejes que han de guiar nuestros pasos, para que cada
noche al llegar a nuestras casas, podamos mirarnos orgullosamente al espejo,
sabiendo que hemos dado lo mejor de nosotros mismos, que no ha habido ápice de
nuestro tiempo malgastado, que hemos sido consecuentes con nuestros ideales, que
nos mantenemos incorruptibles.
Seguramente muchos me tachen de ambicioso o quizá loco, pero puedo afirmar
que esta promoción tiene algo de generosa locura que nos hace estar fuertemente
activos en nuestra sociedad. Hemos puesto mucho entusiasmo en mejorar las
cosas en nuestros estudios, hemos propuesto iniciativas estudiantiles de todo tipo y
naturaleza siempre entregados a la causa del CEU.
Porque el CEU ha captado nuestros mejores sentimientos, nos ha hecho sentir
que esta, es nuestra casa. Gracias a todos, desde la decana, al resto de
personas de la facultad que tanto nos han ayudado.
No puedo terminar mi discurso sin decir ¡queridos padres! ¡Queridas familias! Nada
de esto hubiera pasado sin vuestro apoyo incondicional, y os queremos pedir
perdón por si en algún momento os hemos producido algún pesar.
Muchas gracias por vuestra presencia,
¡Viva la promoción de 2016!
Muchas gracias.
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