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LA CREACION COMO PROPIEDAD PRIVADA
Diana Lucía Trujillo Angel
Concebir la autoría o creación de una obra como generadora de propiedad privada
es involucrar la juridicidad en un contexto filosófico que amerita el examen. Porque
corresponde a una evolución histórica y jurisprudencial que antecede a la
formulación de las protecciones específicas consagradas expresamente en las
normas contemporáneas de Derechos de Autor.
En efecto, la propiedad de la creación, -que puede ser artística o industrial-,
envuelve asimismo dos aspectos fundamentales, como propiedad moral o
propiedad económica. La primera y más antigua
origina la imágen pública, el prestigio y las
satisfacciones espirituales del creador. La segunda, el
provecho económico, es más reciente en la historia, y
más discutida entre los juristas y los filósofos del
Derecho. Hasta el punto de que el derecho de las
sociedades socialistas es renuente a reconocer
propiedad económica sobre las creaciones artísticas o
industriales que resulten de utilidad general y de
interés social. Y pareja con esta actitud para la
creación intelectual interna corre la negativa hacia la
producción intelectual extranjera. A pesar del especial
aprecio de Fidel Castro por Gabriel García Márquez,
las obras del escritor han sido difundidas por el estado
cubano y otros estados socialistas sin el
reconocimiento económico de derechos autorales en la misma forma en que se
cotizan en los estados capitalistas .
Desde luego, también difiere el tratamiento en la medida en que mientras en un lado
la edición procede de empresas privadas, en el otro es a partir de editoras oficiales
o de propiedad estatal.
La evolución de la propiedad autoral como derecho económico ha pasado por
varias etapas. Probablemente a los grandes autores de la antigüedad clásica
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-Aristófanes de sus comedias, Arquímedes de sus descubrimientos e inventos- no
les importó mayor cosa "comercializar" sus obras, no se preocuparon por derivar
-de su obra LAS MOSCAS Aristófanes, o de sus espejos ustorios Arquímedes- unos
dracmas para vivir o beber. Y Mirón no encontraría dónde registrar su estatua del
Discóbolo, con lo cual hubiera impedido su proliferación gratuita en manos de los
artesanos y vendedores de souvenires.
Hay qué partir de recordar que en el mundo griego no tuvo mucho desarrollo el
derecho privado. Desde luego, existía la apropiación de las cosas y su uso
dominical o de dueños; pero tocarí a los romanos jusprivatistas desarrollar toda la
teoría del dominio privado sobre las cosas, desde las tierras hasta los esclavos. Los
griegos, que se ocuparon más en el derecho público y las relaciones
internacionales, solo asumieron la propiedad sobre cosas tangibles, determinables
mediante medida y peso; y aunque en materia de cosmología y de ontología dieron
comienzo a las abstracciones lógicas, al parecer no llegaron a la idea altamente
elaborada de la propiedad sobre cosas incorporales. Lejos de ellos, en tanto fueron
pensadores, inventores o artistas, que tal género de obras -no manuales
exclusivamente, y por lo mismo "no serviles"- pudieran generar un valor mercantil.
Imaginemos por un momento a Fidias y Praxiteles esculpiendo para vender sus
estatuas, o Aristóteles reclamando derechos de autor sobre sus conferencias
políticas... Apenas a la altura de los sofistas se encuentra un comienzo de
comercialización en el saber, y son ellos los primeros "catedráticos" pagados. Pero
tampoco intuyen siquiera la posibilidad de que su saber consignado en documentos
de algún género constituya una "propiedad" como lo eran su casa, su finca o sus
bestias y esclavos.
Como están acordes en difundirlo los historiadores del derecho, la propiedad
intelectual y los derechos de autor no tienen principio en el interés de los creadores
directamente, sino en el de aquellos que con un sentido más pragmático que ellos,
encontraron que podía darse al comercio la obra intelectual. En materia de
literatura, por ejemplo, los mercaderes del libro descubrieron primero que los
escritores la importancia de juridicizar las consecuencias de la creación. Los que
hoy llamamos derechos morales ya existían y eran relativamente reconocidos y
respetados, aunque no hubiera sobre ellos una teorización que destacar. Pero son
los editores los descubridores e inventores del derecho autoral en la literatura. La
historia literaria nos refiere, a partir de entonces, el recurso de Balzac para
solventar sus pobrezas, empeñando a los cobradores el compromiso de su pluma y
encerrándose a diseñar LA COMEDIA HUMANA; o las habilidades de un Alejandro
Dumas comprando a menosprecio los derechos sobre los novelones que escritores
desconocidos redactaban, para editarlos bajo su nombre y derivar jugosos
provechos.
Pero es realmente a partir de las concepciones enciclopedistas de los derechos
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individuales en los siglos XVII y XVIII, cuando el estado es concebido por los
comerciantes burgueses como originado en un "contrato", y a partir de allí las
relaciones jurídicas se tendrán sobre categorías como costo, precio, y otras
similares. El derecho individual empezará a tomar forma, y de un momento a otro ya
no será extrańo que se configure y crezca el concepto de derechos incorporales,
derecho de propiedad, con posibilidad de usar, aprovechar y disponer de cosas
que no se tocan, de intangibles ... como la propiedad del dramaturgo sobre la
comedia, o del músico sobre la canción que compuso. A reserva de que el
propietario que así entra a la historia pueda oponerse a que su canción se cante o
su drama se monte sin su autorización dependiente de que se le cancele la
participación económica. Se darán los pasos iniciales hacia oficinas especializadas
en las cuales se hará el registro o inscripción, y empezará a tener sentido el
"copyright", tan traído y llevado en nuestro tiempo .
El primer estatuto nacional de derecho autoral es de 1709, y de ahí pasan los
comparatistas a la Constitución de los Estados Unidos, un poco traída de los
cabellos, lo cual es bien metafórico en una constitución ... Luego vendrán la
jurisprudencia y las leyes revolucionarias de Francia, corridas sobre el eje
individualista a que hicimos mención antes. Sinembargo es un hecho innegable en
la experiencia contemporánea -lo podemos ver en el caso colombiano de la
presunta protección legal de los fonogramas- que lo que prima en las sociedades
de consumo dirigido y propiedad privada capitalista es el interés en la
administración comercial de los productos de la inteligencia, más, mucho más, que
la protección o valoración del artista, del creador y de su obra. De hecho, no es
insólito en nuestros días que los compositores, los artistas y los descubridores e
inventores, se mueran de hambre, mientras los mercaderes de sus derechos
acumulan regalías.
Una de las consecuencias más negativas de la privatización de la creación
intelectual tanto artística como industrial, es la despersonalización de la misma.
Hoy constituye toda una industria altamente especializada la llamada del
"copyright". En ella no importan la persona y los valores morales o las necesidades
concretas del creador. Todo ello debe ceder ante los requerimientos de la
multiplicación y la difusión puramente mercantiles. Inclusive lo vemos en la
protección jurídica del software o soporte lógico de la computación. En ella se
desestima la protección real de la idea, y en detrimento de ella, se enfoca el interés
sobre el artificio físico-electrónico que le sirve de sustento.
Como lo desarrollaremos posteriormente, el otro ámbito en que se puede mover y
se ha movido el derecho autoral, es la concepción del mismo a partir de otros
criterios filosófica y políticamente diversos. De un lado, la consideración de que el
creador -artista, inventor, científico- es una persona cuya existencia es de interés
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social y debe estar más que protegida sustentada por el estado. De otro lado, el
punto de visto de que la obra del creador es un producto social, es el resultado de
la interacción de fuerzas sociales dentro de las cuales ha nacido y se ha formado, y
por lo tanto esa obra es de interés primordialmente social, predominantemente
social, y por lo mismo debe aprovechar a todos y no solo a los pocos que dispongan
de recursos económicos que paguen el disfrute. La obra del creador debe ser
propiedad del Estado y debe ser difundida y aprovechada con sentido social y no
con criterio elitista y selectivo. Entre los dos ángulos de examen hay muchas
variables a considerar, y vale la pena intentar, como lo haremos, algunas
consideraciones sobre la filosofía política que les sirve de soporte.
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