LIBERTAD Y SEGURIDAD

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LIBERTAD Y SEGURIDAD:
una equidistancia puesta en crisis en el s. XXI
Roberto Bergalli
(Universitat de Barcelona)
Hablar de libertad y seguridad en los tiempos que corren no es lo mismo que hacerlo
hace diez o veinte años. Por ejemplo, yo no pienso que el 11. Septiembre de 2001 constituya
una fecha determinante del cambio semántico de los dos conceptos. No obstante, quizá sea
éste un elemento que haya actuado -más allá de los usos instrumentales a los que ha sido
aplicada- como agudización de un proceso de deterioro no tanto de los dos términos en sí
mismos, cuanto de la relación que los vincula. Y, esto debe ser así pues, en la dimensión
liberal en que se acuñaron ambos conceptos, estos mantuvieron entre sí una equidistancia
pues estuvieron estrictamente en el mismo nivel de relación con derechos fundamentales.
Posteriormente, en el período de surgimiento y consolidación de la forma social de los
Estados modernos, en la segunda post-guerra mundial, los mismos conceptos se asociaron a
las garantías que se ampliaron en relación directa con las crecientes demandas de seguridad,
aunque con la declinación del bienestar fue que la libertad comenzó a perder terreno a favor
de aquella. Mas, este es un deterioro que debe analizarse en el contexto general de la
configuración que ha ido adoptando el desarrollo de la economía planetaria y, en particular, el
proceso de hegemonía mundial. Por tanto, pienso que una fecha a tomar en cuenta para hablar
de los temas propuestos –aún cuando, sin duda, existen otras precedentes- sea la de 1989,
cuando el agotamiento y el derrumbe de la Unión y el bloque soviéticos se hicieron
manifiestos. Esto determinó no sólo la descomposición de un modo de conducción y gobierno
de la economía, en uno y otro bloque, sino también la desaparición de uno de los dos sistemas
de dominación política que habían dividido al mundo en esos dos grandes bloques. Todo esto
tuvo enormes repercusiones y no únicamente la superación del muro. En efecto, ello provocó
la expansión de una forma única de configuración de las actividades económicas, apoyada en
el cambio tecnológico que se fue expresando de manera muy expresiva y veloz. Esta
expansión ha hecho, incluso, variar el propio concepto de Imperio (Hardt/Negri)
- En consecuencia, voy a ajustar mi exposición hasta 1989 y desde entonces hacia
aquí.
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-Hasta 1989 el trabajo productivo y asalariado estuvo organizado, al menos en el
Occidente europeo y en el norte de América, según el sistema fordista
con lo cual se
pudieron constatar en la vida social y económica tres de las características principales de la
Modernidad, destacadas por Max Weber: la previsibilidad , la controlabilidad y el cálculo con
que cualquier actividad podía emprenderse. El tiempo y el espacio, todavía medidos según las
leyes de la física mecánica, habían ordenado las relaciones sociales en torno al trabajo
dependiente.
-Mas, el cambio y la revolución tecnológica, acaecidos a consecuencia del desarrollo
bélico y la aplicación de las nuevas leyes impuestas por la energía atómica y la física cuántica,
comportaron una veloz y radical transformación de la producción. Al mismo tiempo,
generaron una consecuente pérdida de peso de la subjetividad histórica que había
protagonizado el fordismo. El obrero y el sindicato, pero también el patrón y el empresario, se
fueron confundiendo y diluyendo en la misma medida en la cual se ha ido comprimiendo la
sociedad de clases en una sociedad de dos tiempos, caracterizada por una enorme
concentración de la riqueza en pocas manos y una expansiva difusión de la miseria.
- Un elemento asimismo determinante de estos procesos lo fue el energético, o sea el
relativo a las causas capaces de transformar la producción o el trabajo mecánico. La
revolución industrial terminó por asentarse sobre este elemento y desde que el petróleo se
constituyó en la más eficaz fuente de energía y en el motor de todo cambio productivo, su
búsqueda y su utilización han sido el motivo de buena parte de los conflictos nacidos entre los
países poseedores de este fluido o entre estos y aquellos que lo necesitan de forma imperiosa
para mantener los ritmos de la producción. Por ello, la guerra árabe-israelí de los seis días
que tuvo lugar en 1967 se presentó como un inapelable condicionante posterior del desarrollo
occidental. Del mismo modo, la hegemonía norteamericana impulsó su proceso de
dominación continental hacia el sur y no dudó en apoyar golpes de facto de naturaleza militar
los cuales, para asegurar la provisión continental del fluido y de otras riquezas naturales, no
hesitaron en emplear la máxima crudeza y dureza, hasta el exterminio de enormes franjas de
la población (Argentina). Posteriormente, en los años de 1980, los gobiernos del mismo país
imperial apoyaron en Latinoamérica un travestimiento de los sistemas políticos, instaurando
una década de gobiernos democráticos, mediante los cuales se alcanzó la total sujeción de las
economías nacionales, privatizando todos sus recursos y servicios, los que han ido a parar a
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las manos de un capital multinacional que, como es natural a su propia génesis, ni atiende ni
respeta las necesidades urgentes que han provocado con la complicidad de determinados
sectores políticos domésticos.
- De entonces en más el ritmo de la producción en los países industrializados fue
dependiente de la capacidad para disponer el hidrocarburo y, en las ocasiones en que su
carencia amenazó el rendimiento industrial, poniendo en peligro las fuentes de trabajo, la
elevación de su precio y la aplicación de todos los recursos para obtenerlo provocó la
limitación de medios económicos en otras actividades.
- Por estos motivos fue que, primero en los Estados Unidos y de inmediato en Europa,
las políticas sociales comenzaron a tener fuertes retrocesos, mientras las protestas por estas
restricciones empezaron a manifestarse políticamente. En la década de 1970 la forma social
del Estado democrático inició un deterioro que no pudo ser paliado por las fórmulas socialdemócratas
y social-cristianas . Mientras las decisiones tomadas por el gobierno Reagan en
los Estados Unidos y por el gobierno Thatcher en el Reino Unido plantearon ostensiblemente
una estrategia neo-liberal, de fuertes limitaciones en las políticas públicas y de grandes
incentivos para la privatización en actividades y servicios prestados por el Estado, en el
continente europeo aparecieron manifestaciones de violencia armada.
- Fue de este modo que al terror, como forma emergente de lucha política,
corporeizada por movimientos minoritarios en la República Federal de Alemania, en Francia
y en Italia, los Estados democráticos y constitucionales de derecho replicaron con una
legislación y unas prácticas de control penal de carácter todas ellas excepcionales. El
antiterrorismo fue la respuesta a la emergencia terrorista y de esta forma se instaló en toda
Europa lo que se conoce como una cultura de la emergencia. Con esto se inició una
temporada de descenso del nivel de garantías, sobre todo de las jurídico-penales y procesales,
las cuales quedaron francamente degradadas por la legislación excepcional que justificó en
aquellos países la creación de cuerpos especiales de policía, de jurisdicciones singulares y de
cárceles de máxima seguridad o de la dedicación de áreas o sectores específicos de estos
establecimientos para alojar a internos calificados como de extrema peligrosidad (Stammheim,
Braci di ferro, etc. ). Mientras todo esto acontecía en Europa continental y en el Reino Unido
-aquí, por virtud del conflicto nacional irlandés- en América latina, como adelanté, no sólo
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fueron arrasadas las libertades sino también se perdió toda y cualquier seguridad, en manos de
quienes debían afirmarla.
- Es para esta época en que España se incorpora, con su Constitución de 1978 a lo que
se denomina como constitucionalismo social, siguiendo la horma de los demás Estados
semejantes de Europa. Es decir que tal incorporación se produce cuando los Estados del
entorno habían comenzado a sufrir la merma de las características de la forma social y
democrática del Estado constitucional de derecho.
- Con la caída del área soviética y la aplicación de las ventajas producidas por la
revolución tecnológica, en muy pocos años comenzó una definitiva transformación, primero
en Occidente y de inmediato en todo el orbe, del ámbito de la producción. La paulatina
ocupación de áreas productivas por unos métodos cibernéticos, generó la inmediata
substitución de la fuerza-trabajo por la robótica, con lo cual se aceleró el abandono de
actividades industriales tradicionales. El movimiento del capital por vías informáticas ya no
tuvo obstáculos, ni fronteras, con lo cual su pujante movimiento y traslación cambió los
ritmos seguidos en la época fordista para su inversión en fuentes productivas estables. Con
ello, las formas del trabajo dependiente se alteraron notablemente, lo que comportó una
exigencia de flexibilizar las relaciones entre trabajador y dador de empleo. Este es el punto
inicial de un proceso desregularizador que necesitó el abandono de las instituciones que
habían ordenado históricamente las relaciones laborales, tales como el contrato indefinido, la
remuneración pactada, el despido indemnizable, las vacaciones pagas, la jubilación prevista,
la salud asegurada.
- Es de tales maneras que el post-fordismo se configuró como la necesaria pareja de la
post-industrialización. Lo que viene después es lo que ya estamos viviendo en plenitud en
todo el mundo: la globalización económica. Este fenómeno está cubriendo todos los
intersticios de la vida activa de los seres humanos y, por consecuencia de las formas que
emplea para manifestarse, requiere la remoción de aquellos obstáculos que puedan impedir la
circulación de bienes y productos a través de fronteras y aduanas. Como fenómeno
económico, la globalización se reproduce con efectos culturales y políticos. Los primeros se
expresan fácilmente por medio de las modas, los estilos, la publicidad; los segundos por los
procesos regionales . Pero todos ellos han erosionado los fundamentos político-jurídicos de
los Estados modernos, en primer lugar, entre ellos, el de soberanía con lo cual ese desgaste se
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traslada, tanto en lo interno como en lo externo de los Estados de derecho, a los demás
principios que substancian la seguridad jurídica, de sus ciudadanos y de los propios Estados.
El caso de la Unión Europea es el que más nos afecta y, mientras por una parte existe la
comprensible orientación de crear espacios comunes y no sólo para actividades económicas
sino también para las públicas (espacio policial, judicial, etc.), por la otra reaparecen las
tradicionales tendencias de los Estados naciones a mantener sus presencias y autonomías: he
aquí, entonces, un conflicto que ataca la soberanía tanto en su aspecto exterior como también
en el interior.
- Mientras tanto, en lo económico-social se ha ido produciendo –como ya adelantéuna substitución del modelo de la sociedad dividida en clases, por una que por un lado da
lugar a una rápida y elevada concentración de la riqueza en pocas manos, a la vez que por otro
lado produce una expansiva difusión de la miseria. Esto es lo que se conoce como la sociedad
de dos tiempos, en la cual la acumulación ya no se facilita por los medios productivos
tradicionales, sino por procedimientos meramente especulativos. Este es el cuadro en el que
se va configurando la exclusión de amplias franjas de nuestras sociedades.
Mas, si se observa en derredor, se verificará también que aquellos que alcanzan un
acelerado cambio positivo en su condición económica, lo han hecho principalmente por
medios especulativos y, sobre todo, financieros.
- Una de las formas de la rápida acumulación nace en los indescifrables movimientos
de capital a que dan lugar los negocios provenientes de la producción y comercialización de
substancias prohibidas para el consumo. Hablo, obviamente, de las mal denominadas
“drogas”. También
la creciente acumulación tiene origen en el dinero que procede de
actividades ocultas al control bancario y financiero. Estas actividades producen daños, tanto
en las economías nacionales como en las propias sociedades pues a raíz de la evasión de
controles quedan desprotegidas las atenciones primarias de las necesidades básicas a las
cuales se encuentra obligado a prestar el Estado social. Este tipo de criminalidad global es
muy difícil de controlar con los instrumentos de unos sistemas penales configurados para un
modelo de sociedad en extinción.
- Frente a la insuficiencia de las intervenciones y de las políticas sociales, como de las
crecientes exigencias de los sectores más desprotegidos, el sector público es, en consecuencia,
el que se exhibe como el más ineficaz. Esta situación alimenta el discurso de la privatización
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y, con ello, la justificación para que el mercado, con sus reglas de competencia y eficacia,
substituya al Estado con sus controles y rigideces.
- Así las cosas, cuando el espacio público pierde terreno a favor del privado, y las
demandas sociales se hacen irrefragables, el recurso a la represión se hace insubstituible. Y
éste es el punto de comienzo para la expansión del control pena irrefrenable. Aquí se explican
los modelos policiales estilo Los Ángeles, los recursos jurisdiccionales de contención de los
acusados (los cinturones y porras eléctricas), el sostenido empleo de la pena de muerte, el
creciente aumento de las poblaciones carcelarias. El origen de las políticas criminales de serró
Tollerance y de broken Windows se encuentra precisamente en esta coyuntura. El discurso
que subyace a esta tendencia es el de obtener mayor seguridad para las personas y sus bienes
en las ciudades, y una mayor eficacia de los sistemas penales.
- Este decurso de las políticas penales encuentra, ciertamente, una doble base de
justificación teórica. En efecto, por una parte, ante la profunda crisis por la que ha atravesado
el sistema penal y la propia pena, como consecuencia jurídica del delito, se han ido
construyendo propuestas teóricas que, bien buscan encontrar una legitimación jurídicopolítica para los fundamentos del castigo en un nuevo retribucionismo, o bien tratan de
hallarla en un fin de prevención general positiva, o sea de una pena con la que se pretenda
confirmar la confianza tanto en el subsistema penal como en el propio sistema social. Con
esto último se ha abandonado el fin de la prevención especial sobre los condenados, el de la
resocialización, al cual se ha orientado la ejecución de las penas pivativas de libertad, según
un mandato del constitucionalismo social. Mientras, por la otra parte, asociados a una
estrategia de hegemonía mundial, los fenómenos terroristas sirven para hacer de la alarma y el
miedo el sostén de un concepto de guerra permanente con el cual y mediante el cual se
mantiene la gobernabilidad o se alimentan las reelecciones de determinadas opciones
políticas.
- Mas, el control penal no es más que eso, es decir represión. La legitimidad del
Estado moderno le había otorgado al sistema penal una capacidad para emplear la violencia,
pero con objetivos muy prescriptos y limitados, cuales son: a) eliminar la venganza privada, y
b) dejar muy afirmados los límites dentro de los cuales esa violencia puede ser ejercida. Estas
competencias deben ser ejercidas dentro de un marco legal. En consecuencia, los sistemas
penales modernos, al menos en Europa, no pueden desatender los principios de la forma
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constitucional del Estado de derecho, ni tampoco pueden extralimitar su actividad fuera de lo
que previamente debe estar establecido como delito y como pena.
- Ciertamente, ante estas fuertes restricciones, los sistemas penales modernos son
insuficientes para controlar las formas de criminalidad
impulsadas por la economía
globalizada. Ellos están previstos y pensados para unas exclusivas manifestaciones delictivas
que agredían los derechos subjetivos, dentro del ámbito de la competencia territorial de los
Estados naciones. El modelo de la sociedad liberal se asentaba fundamentalmente sobre esos
derechos subjetivos. El derecho y la cultura jurídica modernos se formaron para ese tipo de
sociedad y para una protección penal pertinente.
- La actual sociedad post-fordista y post-industrializada requiere un sistema penal
dispuesto y previsto para controlar unas conductas que agredan, más allá de los derechos
subjetivos, otros derechos que reposan en la colectividad. Empero, esto no quiere decir mayor
control penal, es decir no más poder represivo. La justificación para un reclamo de mayor
dureza se explica mediante las altas cotas de inseguridad y de criminalidad que se revelarían
por medios estadísticos y cuantitativos que casi con exclusividad se elaboran en las instancias
policiales. Estos recursos de medición, más allá de su cuestionable viabilidad como tales,
jamás pueden ser analizados o contrastados por la investigación orientada a comprobar las
conclusiones que se permiten extraer para una política penal de mayor dureza. De aquí
provienen algunos de los reproches que se formulan a aquellos reclamos que fundamentan
una mayor severidad punitiva. No por agravar las penas o endurecer los recursos procesales se
va a contener una criminalidad o una inseguridad que, como pretendo haberlo demostrado, se
origina en circunstancias que nada tienen que ver con la naturaleza o la esencia punible de
ciertas conductas.
- Pero, a propósito de inseguridad quisiera señalar un debate que conviene tener
presente a la hora de requerir mayores recursos para contenerla. Como creo haber insinuado,
el concepto de seguridad se vincula al surgimiento de los Estados sociales. Después de la
segunda post-guerra mundial,
la seguridad asumió un contenido integral, relativo a la
presencia y la participación de cada ser humano en las distintas actividades de la vida social.
La seguridad, en este sentido, sobre todo en Europa se asoció con el sentimiento de
solidaridad, base y sustento
de todo sentimiento colectivo. De aquí, entonces, que la
seguridad de bienes y personas quedaba incluida en ese concepto amplio de seguridad.
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Posteriormente, con el deterioro de las relaciones ecológicas, la degradación ambiental, el
abusivismo edilicio, junto a la creciente pérdida de puestos de trabajo, el excesivo precio de la
vivienda, la insuficiencia de los servicios para la atención de la salud y el quebranto de la
educación pública, se difundió un sentimiento de inseguridad pero asociado estrictamente con
la criminalidad de calle (la del tirón, del robo del radiocasette de los coches) o la de los
domicilios la cual, pese a acarrear peligros contra la vida o su integridad, afecta a sectores
muy circunscriptos de las áreas urbanas y a actividades económicas limitadas. Pero, todo hay
que decirlo, las preocupaciones políticas no se concentraron en aquellos aspectos que hacen
de la seguridad un concepto integral, sino en los que son fácilmente manipulables aunque
lógicamente también atendibles. Aludo a aquellas situaciones que afectan directa y
visiblemente al propietario de bienes, muebles e inmuebles, y al transeúnte en las vías
urbanas. Los hechos cometidos en sus perjuicios son aquellos que han concentrado la
percepción del riesgo y por los que se reclama mayor seguridad. Son, asimismo, los que
llenan las estadísticas o que son objeto de las encuestas de victimización (por cierto, una
actividad muy lucrativa para quienes las realizan profesionalmente). En cambio, la
contaminación aérea y de las aguas, la adulteración de alimentos o medicamentos, la enorme
accidentalidad en el trabajo o en las carreteras, la incomodidad del transporte público no
parecen ser situaciones que generen alarma. Si se me permite todavía una explicación que
proviene del campo de disciplinas sociales, todas estas son situaciones que se construyen
socialmente como problemas y, en esto, la responsabilidad de la comunicación y sus medios
de masas se ha convertido en el eje del debate que he mencionado.
- Otras situaciones que están en la actualidad íntimamente vinculadas con la relación
entre los conceptos de libertad y seguridad son aquellas que involucran dos cuestiones las
cuales, muy particularmente por el desenvolvimiento de la estructura económica planetaria,
aparecen en Europa como fenómenos vinculados con la criminalidad y la inseguridad.
Menciono a los jóvenes y a los inmigrantes. Los primeros constituyen, sin duda, el primer
colectivo social que ha padecido los efectos de la desregulación y de la pérdida de puestos de
trabajo. Los segundos son hoy objeto del más envilecido tratamiento, no sólo legal y laboral,
sino por extensión o por tradiciones históricas, también cultural. La desatención estructural
de sus problemas, como colectivos que van quedando desgajados de los conjuntos sociales,
provoca que sobre ellos se concentre el sentimiento de inseguridad. La sobre representación
de la criminalidad en estos colectivos está impulsando políticas criminales y estrategias
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represivas que no sólo hacen crecer la alarma social, sino que asimismo alimentan imágenes
falsas o deformadas sobre el conjunto.
- No quisiera terminar esta intervención sin hacer una reflexión sobre un problema que
afecta en particular a la sociedad española y que, por los tiempos que transcurren, está aún
más agudizado. El empleo de la violencia y del terror como arma para imponer convicciones
que tienen, más allá de sus raíces históricas, su natural escenario en las instituciones
democráticas es de por sí abyecto y rechazable. Esto no puede producir ninguna duda en el
tiempo que vive la sociedad española. Sin embargo, existen ciertos peligros que pueden poner
dudas sobre los recursos que posee el Estado constitucional de derecho para combatir con su
propia legalidad estos fenómenos que erosionan su estabilidad y fortaleza. Estos peligros
proceden del interior de la sociedad y de la sociedad política, en particular, cuando con
recursos legales (disolución de partidos políticos previamente reconocidos, clausura de
medios periodísticos, eliminación de listas de candidatos, etc.) se pretende marginar y excluir
la representación que ocupan en las instituciones democráticas las posiciones partidarias que
defienden opiniones radicales.
Sin embargo, sigo pensando que son más graves los peligros que provienen del
exterior y que, ahora sí, bajo la sombra de los inesperados y bárbaros atentados del 11 de
septiembre pasado, ponen en riesgo la estabilidad de los principios en los que se apoya el
Estado de derecho. No hay que olvidar que la simple sospecha de pertenencia o simpatía con
organizaciones culturales o religiosas que pudieron asociarse con el origen de los autores de
tales atentados y que han justificado hasta una guerra de invasión y destrucción
desproporcionadas ha dado lugar a que una de las democracias más antiguas y respetadas del
mundo procediera a la substitución de la jurisdicción penal por la militar para juzgar a
acusados de hechos de guerra, al tratamiento de presos de esa guerra sin el respeto a la
Convención internacional que los protege y en violación de los derechos fundamentales que
como acusados poseen, a la desaparición de algunos cientos de personas detenidas con motivo
de aquellos hechos, etc. Estos ejemplos pueden contaminar y ser presentados como los
caminos que deben seguirse para combatir el terror, en Europa y en otros escenarios. Por lo
cual, en un momento en que la Unión Europea está intentando establecer una Carta de los
Derechos Fundamentales que puede ser la base de la futura Constitución europea, es oportuno
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advertir sobre los riesgos que produce una cierta debilidad y pérdida de autonomía ante el
poder hegemónico.
- La libertad fue una conquista de las revoluciones políticas liberales, mientras la
seguridad lo fue de las revoluciones sociales. Ambas se han instituido como derechos
fundamentales y ambas han exigido la prestación de las necesarias garantías para afianzarlas.
Hemos de estar muy atentos para que ambas conquistas no se extravíen, ni pierdan entre ellas
la equidistancia que ha facilitado la existencia de un espacio de convivencia democrática.
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