Universidad Nacional de General Sarmiento Curso de Aprestamiento Universitario. Modalidad de Articulación Taller de Lectoescritura (Material de trabajo para los profesores y los estudiantes) UNIDAD 2. La desacralización del personaje histórico: de la contemporaneidad rosista al presente TEXTO Nº 1 Lucio V. Mansilla Los siete platos de arroz con leche Al señor don Benjamín Posse I. “Tout historien doit être menteur de bonne foi”1 Desde que empecé a filosofar, o a preocuparme un poco del porqué y del cómo de las cosas, empezó a llamarme la atención qué es la historia, es decir, que la palabra subrayada tuviera no solo muchas definiciones hechas por los sabios, sino también opuestos significados. Cicerón decía: que era el testigo de los tiempos, el mensajero de la Antigüedad; Fontanelle, fábulas convenidas, y Bacon, relato de hechos dados por ciertos. Hay, como se ve, para todos los gustos, inclinaciones y criterios –tratándose de lo que se llama historia en sentido elevado–; y de ahí viene, sin duda, que historia implique también su poquillo de mentira, cuando exclamamos: eso no es más que una historia; o, no señor, está usted equivocado, ahora le voy a contar la historia de ese negocio, de la glorificación del personaje A o B. Puede ser que la historia de un hombre no es muchas veces más que la de las injusticias de algunos, aunque hay ejemplos modernos en la historia, y bien podría probarse con una apoteosis,2 que la historia de alguien es la de sus contradicciones e incoherencias, la de sus ingratitudes e injusticias contra todos, por más que en su vida haya ciertos rayos de luz que iluminen el cuadro de alguna buena manía trascendental. De modo que, allá va eso, Posse, amigo, a manera de zarandajas históricas, sintiendo que la pluma deficiente no pueda, como pincel de artista manco, vivificar el cuadro, puesto que, no viéndonos las caras, en este momento, faltan la voz, el gesto y la acción, eso que el orador antiguo llamaba quasi sermo corporis3. Nada más que como un muchacho que tiene ojos para ver, pues no asociaba todavía ideas, había yo recorrido ya el Asia, el África y la Europa, cuando, estando en Londres, donde me aburría enormemente, por haber pasado antes por París, que es la Frase en francés que significa: “Todo historiador debe mentir de buena fe”. Alusión a las circunstancias (N. del Autor). 3 Alude a la frase de Cicerón “Actio quasi sermo corporis” que significa “La acción (es), de algún modo, el lenguaje del cuerpo”. 1 2 1 gran golosina de los viajeros, jóvenes y viejos, recibí la noticia, muy atrasada, como que entonces no había telégrafo y eran raros los vapores, de que Urquiza se había sublevado contra Rosas. Yo no pensaba entonces sino en gastarle a mi padre su dinero, lo mejor posible; y de buena fe creía, como a él mismo se lo observé en cierta ocasión, que era económico porque todo, todo lo apuntaba, habiendo heredado de mis queridísimos progenitores el atavismo de ciertas prolijas minuciosidades. Cuando me veía muy embarazado para justificar las entradas y las salidas, hacía como el estudiante de marras, que, teniendo doscientos francos de pensión y necesitando especificar cómo los había gastado, salía del paso anotando: cinco francos a la planchadora, noventa de pensión, cinco para textos, diez de velas y noventa de allumettes chimiques4. Esa noticia me hizo el mismo efecto… ¿qué voy a decir? Si no hay comparación adecuada posible, porque para mí, Urquiza y Rosas, Rosas y Urquiza eran cosas tan parecidas como un huevo a otro huevo. Bueno, diré que me hizo el mismo efecto que le haría a Miguel Ángel, el hijo del doctor Juárez Celman, si mañana le llegara la estupenda, inverosímil nueva de que en Córdoba había estallado una revolución, encabezada por su tío Marcos. No pensé sino en volver a los patrios lares. De la política se me daba un ardite, no entendía jota de ella. Pero un instinto me decía que mi familia –esto era entonces todo para mí– corría peligro, y me vine sin permiso, cayendo aquí como una bomba en el paterno hogar. Esto era hacia fines del mes de diciembre del año 1851. De allá a acá, Buenos Aires se ha transformado extraordinariamente: el cambio es completamente en lo material, en lo físico, en lo moral, en lo intelectual. No me voy a detener en esto sino un instante; lo dejo para cuando llegue el turno a Legarreta, a quien tengo ofrecida una Causerie, que tendrá por título. “Tipos de otro tiempo”. Pero, para que se tenga una idea de nuestra transformación, diré que, cuando me desembarcaron –pasando por esta serie de operaciones (el cambio en esto no es muy grande) la ballenera, el carro, la subida a babucha– los pocos curiosos que estaban en la playa me miraron y me siguieron, como si hubiera desembarcado un animal raro. Verdad que el público es así: el mismo sentimiento de curiosidad que lo lleva a ver un elefante, lo hace apresurarse a oír al orador tal o a ver el entierro cual. No hay, pues, que juzgar los sentimientos populares íntimos por la aglomeración de la multitud. Yo no traía, sin embargo, nada de extraordinario, a no ser que fuera venir vestido a la francesa, a la última moda, a la parisiense, con un airecito muy chic5, que después dejé, por razones que se contarán en su día, con sombrero de copa alta, puntiagudo, con levita muy larga y pantalón muy estrecho, que era el entonces en boga, tanto que recuerdo que en un vaudeville se decía por uno de los interlocutores, hablando de este con su sastre: “Faites-moi un pantalon très collant, mais très collant; je vous préviens que si je y entre, je ne vous prendrai pas…”6. Los curiosos me escoltaron hasta mi casa, donde supieron que yo había vuelto cuando entraba en ella; pues como mi resolución de venirme fue instantáneamente puesta en práctica, no tuve medio de anticiparles a mis padres la sorpresa que les esperaba. 4 Fósforos. Elegante, con estilo. 6 Frase en francés que significa “Hágame un pantalón muy ceñido, pero muy ceñido; le advierto que si entro en él, no lo contrataré más”. 5 2 El gusto que ellos tuvieron al verme fue inmenso. Me abrazaron, me besaron, me miraron, me palparon, casi me comieron; y criados de ambos sexos salieron en todas las direcciones para anunciarles a los parientes y a los íntimos que el niño Lucio había llegado, y cosa que ahora no se hace, porque se cree menos que entonces en la Divina Providencia, se mandó decir una misa en la Iglesia de San Juan, que era la que quedaba cerca de la casa solariega. Los momentos eran de agitación. Aníbal estaba ad portas7, o, lo que tanto vale, según el lenguaje de la época, el “loco, traidor, salvaje unitario Urquiza”, avanzaba victorioso; mas eso no impidió gran regocijo, siendo yo objeto de las más finas demostraciones y no tardando en llegar las fuentes de dulces, cremas y pasteles con el mensaje: “Que cómo está su merced; que se alegra mucho de la llegada del niño, y que aquí le manda esto por ser hecho por ella”. En medio de aquel regocijo, yo era el más feliz de todos; porque, si es cierto que los más felices son los que se van, cierto debe ser también que el más dichoso es el que se vuelve. Y se comprende que, dados los antecedentes de mi prosapia y de mi filiación, yo no había de tardar mucho en preguntar: “¿Y cómo está mi tío? ¿Y cómo está Manuelita?”, y que la contestación había de ser como fue “Muy buenos, mañana irás a saludarlos”. Yo no veía la hora de ir a Palermo; y me devoraba la misma impaciencia que tenía por ver las Pirámides de Egipto, cuando estaba en el Cairo, o San Pedro en Roma, cuando estaba en la Ciudad Eterna. Pero era necesario darse un poco de reposo; luego, una madre que recupera a su hijo no se desprende tan fácilmente de él, sobre todo una madre como la mía que, por la intensidad de sus afectos, que por su educación y tantas otras circunstancias, era moralmente imposible que viera claro en la situación, no obstante los sermones de mi padre, a cuya perspicacia no podía escaparse que estábamos en vísperas de una catástrofe. Descansé, pues, y al día siguiente por la tarde, monté a caballo y me fui a Palermo a pedirle a mi tío la bendición. No sé si padezco en esto la misma aberración del que, al comparar la iglesia de su aldea con la basílica monumental de la diócesis metropolitana, encuentra que las diferencias de tamaño, de elegancia y de esplendor no son tan considerables como él imaginaba. Pero el hecho es que el Palermo de entonces me parecía a mí más bello, bajo ciertos aspectos, que el Palermo de ahora. A no dudarlo, el suelo del Palermo de entonces era mejor que el suelo del Palermo de ahora, como el Palermo de entonces tenía un aspecto más agreste, más de Bosque de Boulogne que el de ahora, y en el que la simetría, hasta para pasearse, comienza a ser de una monotonía insoportable. Llegué… serían como las cinco de la tarde, hacía calor, no había nadie en las casas; en estas casas que todavía persisten, como tantas otras antiguallas, en mantenerse sobre sus cimientos, ahogándose dentro de sus muros los pobres alumnos del Colegio Militar. (Al Diablo no se le ocurre, pero se le ocurrió a Sarmiento, poner un colegio de esa clase en un parque).8 La niña (era su nombre popular) me dijo alguien, porque yo pregunté por Manuelita, está en la quinta. La frase latina ad portas significa literalmente “en las puertas”. Fue utilizada para indicar que Aníbal (el militar cartaginés que participó en la Segunda Guerra Púnica) estaba a las puertas de Roma y con la decisión de avanzar sobre la ciudad. La expresión también es utilizada en sentido figurado para indicar que algo es inminente o que está por suceder. 8 “Al Diablo no se le ocurre” será el título de un futuro folletín sobre don Pedro de Angelis (N. del Autor). 7 3 Dejé mi caballo en el palenque y me fui a buscar a Manuelita, a la que no tardé en hallar. Estaba rodeada de un gran séquito, en lo que se llamaba el jardín de las magnolias, que era un bosquecillo delicioso en esta planta perenne, los unos de pie, los otros sentados sobre la verde alfombra de césped perfectamente cuidado; pero ella tenía a su lado, provocando las envidias federales, y haciendo con su gracia característica todo amelcochado el papel de cavaliere servente9, al sabio jurisconsulto don Dalmacio Vélez Sarsfield… II. Palermo no era un foco social inmundo, como los enemigos de Rosas lo han pretendido, por más que este y sus bufones se sirvieran, de cuando en cuando, de frases naturalistas, chocantes, de mal género, pues Rosas no era un temperamento libidinoso, sino un neurótico obsceno, que Esquirol mismo se habría hallado embarazado, si hubiera tenido que clasificarlo, para determinar sus afecciones mentales de origen esencialmente cerebral. Manuelita, su hija, era casta y buena, y lo mejor de Buenos Aires que la rodeaba, por adhesión o por miedo, por lo que quiera, inclusive el doctor Vélez Sarsfield, que ya hemos visto rendido a sus pies, vuelto de la emigración, como tantos otros, que o desesperaban, o estaban cansados de la lucha contra aquel poder personal irresponsable, que todo lo avasallaba. No tengo por qué callarlo y no lo callaré; el gobierno de Rosas fue estéril, y ni puedo ser partidario suyo, como es uno partidario teóricamente, en presencia de personajes históricos, que pueden llamarse Sila o Augusto. El gobierno no sirve más que para tres cosas: no se ha descubierto que sirva para más. Sirve para hacer la felicidad de una familia, la de un partido o la de la patria. Rosas no hizo nada de esto. Y no solo no lo hizo, sino que se dejó derrocar por uno de sus tenientes, que le arrebató una gloria fácil, que él habría podido alcanzar constituyendo el país, sin el auxilio del extranjero, haciendo posible quizá, que se olvidaran sus torpezas y la realización de la única idea trascendental que, a mi juicio, vagaba en su cabeza: reconstruir el virreinato, ensanchando sus límites materiales de la República actual. ***** Llegar, verme Manuelita y abrazarme fue todo uno; los circunstantes me miraban como un contrabando. Mi facha debía discrepar considerablemente, con mi traje a la francesa, en medio de aquel cortejo de federales de buena y mala ley, como el doctor Vélez Sarsfield. Porque yo, con mi pseudocorteza europea, no obstante ser verano, me había abrochado el chaleco colorado el cual me hacía representar, a mis propios ojos, el papel de lacayo del faubourg Saint-Germain, por cuyos salones había pasado, siendo en ellos presentado cuasi, cuasi, como un principito de sangre real. En los siglos XVIII y XIX se utilizaba la expresión “cavalier servente” para denominar a un hombre que hacía las veces de galante caballero que acompañaba a una mujer casada. 9 4 Me acuerdo que fue el capitán Le Page10 el que en ellos me introdujo, presentándome en casa de la elegante marquesa La Grange, con cuyo nombre he dicho todo. Aquí viene, como pedrada en ojo de boticario, contar algo; lo contaré. La marquesa, que era charmante11 y que, indudablemente, me halló apetitoso, pues yo era a los dieciocho años mucho más bonito que mi noble amigo Miguel Cuyar, ahora invitome a comer y organizó una fiesta para exhibirme, ni más ni menos que si yo hubiera sido un indio, o el hijo de algún nabab, según más tarde lo colegí, porque terminada la comida hubo recepción, y yo oía, después de las presentaciones de estilo, que les belles dames12 decían: “Comme il doit être beau avec ses plumes”13. Naturalmente, yo, al oír aquel beau, me pavoneaba, je posais14, expresión que no se traduce bien; pero al mismo tiempo decía en mi interior: ¡qué bárbaros son estos franceses! ***** Volvimos del jardín de las magnolias a los salones de Palermo. Manuelita donde ahora está el gabinete de física del Colegio Militar. Una vez allí, le repetí que quería ver a mi tío: ella salió, volvió y me dijo: Ahora te recibirá. Se fueron a comer. Yo no quise aceptar un asiento en la mesa, porque en mi casa me esperaban y porque no contaba con que aquel sería ahora sería como el vuelva usted mañana de Larra, o como el mañana de nuestras oficinas públicas (que no en balde tenemos sangre española en las venas), un mañana, que casi nunca llega o que, cuando llega ya tarde, otro le ha soplado a uno la dama. Yo esperaba y esperaba… las horas pasaban y pasaban… no sé si me atreví a interrogar, pero es indudable que alguna vez debí mirarla a Manuelita como diciéndole… ¿Y? Y que Manuelita debió mirarme, como contestándome: Ten paciencia, ya sabes lo que es tatita. Allá, como a eso de las once de la noche, Manuelita, que era movediza y afabilísima, salió y volvió reiteradamente, y con una de esas cartas tan expresivas en las que se lee un “por fin”, me dijo: Dice tatita que entres y, sirviéndome de hilo conductor, me condujo, como Ariadna, de estancia en estancia, haciendo zigs-zags, a una pieza en la que me dejó, agregando: Voy a decirle a tatita… Si mi memoria no me es infiel, la pieza esa quedaba en el ángulo del edificio que mira al naciente: era cuadrilonga, no tenía alfombra sino baldosas relucientes; en una esquina, había una cama de pino colorado con colcha de damasco colorado también, a la cabecera una mesita de noche, colorada; a los pies una silla colorada igualmente; y casi en el medio de la habitación una mesa pequeña de caoba, con carpeta de paño de grana, entre dos sillas de esterilla coloradas, mirándose, y sobre ella dos candeleros de plata bruñidos con dos bujías de esperma, adornadas con arandelas rosadas de papel picado. No había más, estando las puertas y ventanas, que eran de caoba, deguarnecidas de todo cortinaje. Yo me quedé de pie, conteniendo la respiración, como quien espera el santo advenimiento: porque aquella personalidad terrible producía todas las emociones del 10 Estuvo en el Río de la Plata, con una misión, y me conoció en casa de mi madre, donde visitaba (N. del Autor). Encantadora. 12 Las bellas damas. 13 Qué hermoso debe ser con sus plumas. 14 Me lucía. 11 5 cariño y del temor. Moverme habría sido hacer ruido, y, cuando se está en el santuario, todo ruido es como una profanación, y aquella mansión era, en aquel entonces, para mí algo más que un santuario. Cada cual debe encontrar dentro de sí mismo, al leerme, la medida de mis impresiones, en medio de esa desnudez severa, casi sombría, iluminada apenas por las llamas de las dos bujías transparentes, que ni siquiera se atrevían a titilar. ***** Reinaba un silencio profundo, en mi imaginación al menos; los segundos me parecían minutos, horas los minutos. Mi tío apareció: era un hombre alto, rubio, blanco, semipálido, combinación de sangre y de bilis, un cuasi adiposo, de gran talla; de frente perpendicular, amplia, rasa como una plancha de mármol fría, lo mismo que sus concepciones; de cejas no muy guarnecidas, poco arqueadas, de movilidad difícil; de mirada fuerte, templada por el azul de una pupila casi perdida por lo tenue del matiz, dentro de unas órbitas escondidas en concavidades insondables; de nariz grande, afilada y correcta, tirando más al griego que al romano; de labios delgados casi cerrados, como dando la medida de su reserva, de la firmeza de sus resoluciones; sin pelo de barba, perfectamente afeitado, de modo que el juego de sus músculos era perceptible. Sería cruel, no parecía disimulada aquella cara, tal como a mí se me presentó, tal como ahora la veo, al través de mis reminiscencias infantiles. Era, incuestionablemente, una mistificación, en la que Lavater, con toda su agudeza de observador no habría acertado a perfilar la silueta siniestra en su evolución transformista de fanático implacable lleno de ternezas. Agregad a esto una apostura fácil, recto el busto, abiertas las espaldas, sin esfuerzo estudiado, una cierta corpulencia del que toma su embonpoint15, o sea su estructura definitiva, un traje que consistía en un chaquetón de paño azul, en un chaleco colorado, en unos pantalones azules también; añadid unos cuellos altos, puntiagudos, nítidos y unas manos perfectas como forma, y todo limpio hasta la pulcritud, y todavía sentid y ved, entre una sonrisa que no llega a la ser tierna, siendo afectuosa, un timbre de voz simpático hasta la seducción, y tendréis la vera efigies16 del hombre que más poder ha tenido en América y cuyo estudio psicológico in extenso17 solo podré hacer y; porque soy solo yo el único que ha buscado en antecedentes, que otros no pueden conseguir, la explicación de una naturaleza tan extraordinaria como esta. Y digo extraordinaria, porque solamente siéndolo se explica su dominación, sin mengua para esta pueblo argentino, que alternativamente le apoyó y le abandonó, hasta dar por tierra con él, protestando contra sus desafueros, que eran un anacronismo en presencia de los ideales que tuvieron en vista nuestros antepasados al romper las cadenas de la madre patria, de esa España, que no fue, sin embargo, madre desnaturalizada, pues nos dio todo cuanto podía darnos, después de los gobiernos de Felipe II. ***** Así que mi tío entró, yo hice lo que habría hecho en mi primera edad; crucé los brazos y le dije, empleando la fórmula patriarcal, la misma, mismísima que empleaba con mi padre, hasta que pasó a mejor vida: ¡La bendición, mi tío! Y él me contestó: 15 Gordura La verdadera imagen 17 Literalmente “en extenso”, es decir, con todo detalle. 16 6 –¡Dios lo haga bueno, sobrino! –sentándose incontinenti en la cama, que antes he dicho había en la estancia, cuya cama (la estoy viendo), siendo muy alta, no permitía que sus pies tocaran en el suelo e, insinuándome que me sentara en la silla, que estaba al lado. Nos sentamos… hubo un momento de pausa, él la interrumpió diciéndome: –Sobrino, estoy muy contento de usted… Es de advertir que era buen signo, que Rosas tratara de usted; porque cuando de tú trataba, quería decir que no estaba contento de su interlocutor, o que por alguna circunstancia del momento fingía no estarlo. Yo me encogí de hombros, como todo aquel que no entiende el porqué de un contentamiento. Sí, pues, agregó: estoy muy contento de usted (y esto lo decía balanceando las piernas, que no alcanzaban al suelo, ya lo dije) porque me han dicho –y yo había llegado recién el día antes ¡qué buena no sería su policía!– que usted no ha vuelto agringado. Este agringado no tenía la significación vulgar; significaba otra cosa, que yo no había vuelto, y era la verdad, preguntando como tantos tontos que van a Europa baúles y vuelven petacas: ¿y comment se llaman este chose bianqui que ponen las galin?, por no decir huevos, o esta cosa que se ponen en las manos, por no decir guantes. Yo había vuelto vestido a la francesa, eso sí, pero potro americano hasta la médula de los huesos todavía, y echando unos ternos, que era cosa de taparse las orejas: el traje había cambiado, me vestía como un europeo; pero tan criollo como el Chacho, el cual, estando emigrado en Chile (en Chile que no es Europa, a Dios gracias) y preguntándole cómo le iba, contestó: ¿Y cómo quiere que me vaya: en Chile y a pie? Cuando hay ñeque (pongan el acento en la primera é), no hay cónque (pongan el acento en la ó), y cuando hay cónque no hay énque. Posse amigo: acabaremos (¡y qué difícil es acabar!) si Dios nos da vida y salud, en el próximo número, y en él sabrá usted qué fueron al fin y al cabo los siete platos de arroz con leche. III. Yo estaba ufano: no había vuelto agringado. Era la opinión de mi tío. – ¿Y cuánto tiempo has estado ausente? –agregó él. Lo sabía perfectamente. Había estado resentido, no es la palabra, “enojado”; porque diz que me habían mandado a viajar sin consultarlo. Comedia. Cuando mi padre resolvió que me fuera a leer a otro parte el Contrato Social,18 veinte días estuve yendo a Palermo, sin conseguir verlo a mi ilustre tío. Manuelita me decía, con su sonrisa siempre cariñosa: Dice tatita que mañana te recibirá. El barco que salía para Calcuta estaba pronto. Solo me esperaba a mí. Hubo que empezar a pagarle estadías. Al fin, mi padre se amostazó y dijo: Si esta tarde no consigues despedirte de tu tío, mañana te irás de todos modos; yo esto no se puede aguantar. ¡Eh! Esa tarde sucedió lo de las anteriores, mi tío no me recibió. Y, al día siguiente, yo estaba singlando con rumbo a los hiperbóreos mares. Sí, el hombre se había enojado; porque, algunos días después, con motivo de un empeño o consulta que tuvo que hacerle mi madre, él le arguyó: Y yo, ¿qué tengo que hacer con eso?, ¿para que me meten a mí en sus cosas?, ¿no lo han mandado al muchacho a viajar, sin decirme nada? 18 Véase la Causerie, dedicada al señor don Carlos Pelligrini, bajo el título de ¿Por qué…? 7 A lo cual mi madre observó: ¡pero, tatita (era la hermana menor, y lo trataba así), si ha venido veinte días seguidos a pedirte la bendición y no lo has recibido!, replicando él: Hubiera venido veintiuno. Lo repito: él sabía perfectamente que iban a hacer dos años que yo me había marchado, porque su memoria era excelente. Pero, entre sus muchas manías, tenía la de hacerse el zonzo y la de querer hacer zonzos a los demás. El miedo, la adulación, la ignorancia, el cansancio, la costumbre, todo conspiraa a favor suyo, y él, en contra de sí mismo. No se acabarían de contar las infinitas anécdotas de este complicado personaje, señor de vidas, famas y haciendas, que hasta en el destierro hizo alarde de sus excentricidades. Yo tengo una inmensa colección de ellas. Baste por hoy la que estoy contando. Interrogado, como dejo dicho, contesté: –Van a hacer dos años, mi tío. Me miró y me dijo: ¿Has visto mi Mensaje? ¡Su Mensaje!, dije yo para mis adentros “¿Y qué será eso? No puedo decir que no, ni puedo decir que sí, ni puedo decir, no sé qué es…” y me quedé suspenso. Él, entonces, sin esperar mi respuesta, agregó: Baldomero García, Eduardo Líate y Lorenzo Torres dicen que ellos lo han hecho. Es una botaratada. Porque así, dándoles los datos, como yo se los he dado a ellos, cualquiera hace un Mensaje. Está muy bueno, ha durado varios días la lectura en la Sala. ¡Qué! ¿no te han hablado en tu casa de eso? Cuando yo oí lectura, empecé a colegir, y como, desde niño, he preferido la verdad a la mentira, (ahora mismo no miento, sino cuando la verdad puede hacerme pasar por cínico) repuse instantáneamente: –¡Pero, mi tío, si recién he llegado ayer! –¡Ah! Es cierto; pues no has leído una cosa muy interesante; ahora vas a ver, y esto diciendo se levantó, salió y me dejó solo. Yo me quedé clavado en la silla, y así como quien medio entiende (¡vivía en un mundo de pensamientos tan raros!) vislumbré que aquello sería algo como el discurso de la reina Victoria al Parlamento, ¿pues qué otra explicación podría encontrarle a aquel “ahora vas a ver”? Volvió el hombre que, en vísperas de jugar su poderío, así perdía su tiempo con un muchacho insustancial, trayendo en la mano un mamotreto. Acomodó simétricamente los candeleros, me insinuó que me sentara en una de las dos sillas que se miraban, se colocó delante de una de ellas de pie y empezó a leer desde la carátula que rezaba así: –“¡Viva la Confederación Argentina!” –“¡Mueran los Salvajes Unitarios!” –“¡Muera el loco traidor, salvaje Unitario Urquiza!” Y siguió hasta el fin de la página, leyendo hasta la fecha 1851, pronunciando la ce, la zeta, la ve y la be, todas las letras, con la afectación de un purista. Y continuó así, deteniéndose, de vez en cuando, para ponerme en aprietos gramaticales, con preguntas como esta, que yo satisfacía bastante bien, porque eso sí, he sido regularmente humanista, desde chiquito, debido a cierto humanista, don Juan Sierra, hombre excelente del que conservo afectuoso recuerdo: –Y aquí ¿por qué habré puesto punto y coma, o dos puntos, o punto final? Por ese tenor iban las preguntas, cuando, interrumpiendo la lectura, preguntome: –¿Tienes hambre? Ya lo creo que había de tener; eran las doce de la noche, y había rehusado un asiento en la mesa, al lado del doctor Vélez Sarsfield, porque en casa me esperaban… –Sí –contesté resueltamente. –Pues voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche. 8 El arroz con leche era famoso en Palermo y, aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa sensación de agua en la boca, ante el prospecto que se me presentaba, de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa. Mi tío fue a la puerta de la mesa contigua, la abrió y dijo: –Que le traigan a Lucio un platito de arroz con leche. La lectura siguió. Un momento después, Manuelita misma se presentó con un enorme plato sopero de arroz con leche, me lo puso por delante y se fue. Me lo comí de un sorbo. Me sirvieron otro, con preguntas y respuestas por el estilo de las apuntadas, y otro, y otro, hasta que yo dije: Ya, para mí, es suficiente. Me había hinchado; ya tenía la consabida cavidad solevantada y tirante como el parche de una caja de guerra templada; pero no hubo más; siguieron los platos; yo comía maquinalmente, obedecía a una fuerza superior a mi voluntad… La lectura continuaba. Si se busca el Mensaje ese, por algún lector incrédulo o curioso, se hallará en él un período, que comienza de esta manera: “El Brasil, en tan punzante situación”. Aquí fui interrogado, preguntándoseme: “¿Y por qué habrá puesto punzante?”. Como el poeta pensé que en mi vida me he visto en tal aprieto. Me expliqué. No aceptaron mi explicación. Y con una retórica gauchesca, mi tío me rectificó, demostrándome cómo el Brasil lo había estado picaneando, hasta que él había perdido la paciencia, rehusándose a firmar un tratado que había hecho el general Guido… Ya yo tenía la cabeza como un bombo, y lo otro tan duro que no sé cómo aguantaba. Él, satisfecho de mi embarazo, que lo era por activa y por pasiva, y poniéndome el mamotreto en las manos, me dijo, despidiéndome: –“Bueno, sobrino, vaya nomás, y acabe de leer en su casa” –agregando en voz más alta– : “Manuelita, Lucio se va”. Manuelita se presentó, me miró con una cara que decía afectuosamente: “Dios nos dé paciencia”, y me acompañó hasta el corredor, que quedaba del lado del palenque, donde estaba mi caballo. Eran las tres de la mañana. En mi casa estaban inquietos, me habían mandado a buscar con un ordenanza. Llegué sin saber cómo no reventé en el camino. Mis padres no se habían recogido. Mi madre me reprochó mi tardanza, con ternura. Me excusé diciendo que había estado ocupado con mi tío. Mi padre, que, mientras yo hablaba con mi madre, se paseaba meditabundo, viendo el mamotreto que tenía en el brazo, me dijo: –¿¿Qué libro es ese? –Es el Mensaje que me ha estado leyendo mi tío… –¿Leyéndotelo…? Y, esto diciendo, se encaró con mi madre y prorrumpió con visible desesperación: “No te digo que está loco tu hermano”. Mi madre se echó a llorar. ***** Pocos días después, muy pocos días, el edificio de la tiranía se había desplomado; el 3 de febrero por la tarde yo oía en la plaza de la Victoria gritar furiosos 9 “Muera Rosas” a algunos de los mismos conspicuos señores que, pocas horas antes, había visto en Palermo, reunido a los pies de la niña. Confieso que todavía no entendía una palabra de lo que pasaba, y que los gritones, más que el efecto de libertados, me hacían el de locos. ***** Y eso que ya me había reído a carcajadas, leyendo a Jerôme Paturot, en busca de la mejor de las Repúblicas, en que hay una escena por el estilo de la que presencié azorado el 3 de febrero, en la plaza de la Victoria, para que una vez más se persuadan los que viven solo en el presente, que “del dicho al hecho hay un gran trecho”. ***** Poco días después, mi padre, Sarmiento y yo, el Sarmiento cuya glorificación acabamos de presenciar, navegábamos en el vapor inglés “Menay” hacia Río de Janeiro. Yo no hablé, durante la travesía, con el que después fue candidato, a pesar de las obsesiones exigentes de mi padre, hasta que no estuvimos en tierra brasileña, donde nos explicamos. Y es a este incidente al que se refiere en sus Boletines del Ejército Grande. Creo que para mi padre fue una suerte que yo le acompañara en aquel viaje, porque Sarmiento le iba haciendo perder la cabeza. El que hace un cesto hace un ciento. Quería inducirlo a que se fuera con él a Chile, para volver contra Urquiza, del cual iba huyendo; porque sus primeros actos en Buenos Aires le parecían precursores de que el país estaba expuesto a volver a las andadas. Lo explotaba, hablándole constantemente del señor Domingo de Oro, su pasión, y como era débil de carácter, a no ser yo, lo arrastra. El Dictador se había refugiado en un buque de guerra inglés, llamado por singular coincidencia El Conflicto (The Conflict), y tardó mucho más que nosotros, con quienes iba también mi caro Máximo Terrero, en llegar a Europa. ***** Mi padre se quedó en Lisboa y me mandó a París, donde yo era buzo y ducho, a prepararle un apartamento, que tardé muchísimo en prepararle, por razones que ya se imaginará el penetrante lector; pero que al fin el preparé. ***** Viniendo de Lisboa a Francia, mi buen viejo quiso visitar a Manuelita y nos fuimos a Southampton. Allí estábamos alojados, en la misma casa, una modesta quintita de los alrededores: Rosas, Manuelita, Juan Rosas mi primo, Máximo Terrero, y un negrito, al cual ya mi tío con ironía le decía Mister. Por supuesto que si el cambio de hemisferio y de situación era como una transición entre el día y la noche, otra cosa eran los sentimientos y las manías. Mi tío conservaba su chaleco colorado y Manuelita su moño. Mi padre, que era muy amigo de Manuelita, que la quería en extremo, como la quiero yo, por sus virtudes, le observó que aquel parche colorado no estaba bien. Pero ella, cuyo amor filial no tenía límites, contestole: que no se lo sacaría, hasta que no se lo mandaran. 10 Un día almorzábamos todos juntos: mi tío era sobrio, concluyó primero que los demás y se levantó, yéndose. Manuelita, ganosa de echar un párrafo con mi padre, me dijo: “Acabá ligero, hijito, y andá, entretenelo a tatita”. Yo me apuré, concluí, salí, y me fui en busca de mi tío, que estaba sentado en el sofá de una salita, con vista al jardín, y me arrellané en una poltrona. Mi tío y yo permanecimos un instante en silencio. Yo lo miraba de rabo de ojo. Creía que él ni me veía. ¡Me había estado viendo! Confusamente, porque yo no tenía entonces sino como intuiciones de reflexión, los pensamientos que me dominaban en aquel momento, al contemplar el coloso derribado, podrían sintetizarse exclamando ahora: sic transit gloria mundi19. (Así transa son Raimundo, como decía el otro). De repente, mirome mi tío y me dijo: –¿En qué piensas, sobrino? –En nada, señor. –No, no es cierto, estaba pensando en algo. –No, señor; ¡si no pensaba en nada! –Bueno, si no pensaba en nada, cuando le hablé, ahora está pensando, ya. –¡Si no pensaba en nada, mi tío! –Si adivino, ¿me va a decir la verdad? Me fascinaba esa mirada, que leía en el fondo de mi conciencia y maquinalmente, porque habría querido seguir negando, contesté “sí”. –Bueno, repuso él, ¿a que estaba pensando en aquellos platitos de arroz con leche, que le hice comer en Palermo, pocos días antes que el “loco” (el loco era Urquiza) llegara a Buenos Aires? Y no me dio tiempo para contestarle, porque prosiguió: ¿A que cuando llegó a su casa, a deshoras, su padre (e hizo con el pulgar y la mano cerrada una indicación hacia el comedor) le dijo a Agustinita: no te digo que tu hermano está loco…? No pude negar queriendo; estaba bajo el magnetismo de la verdad, y contesté sonriéndome: –Es cierto. Mi tío se echó a reír burlescamente. Aquella visión clara, aquel conocimiento perfecto de las personas y de las cosas es una de las impresiones más trascendentales de mi vida; y debo confesarlo aquí, no teniendo estas páginas más que un objeto, iluminar con un rayo de luz más la figura de un hombre tan amado como execrado: sin esa impresión, yo no habría conocido, como creo conocerla, la misteriosa y extraña personalidad de Rosas. ***** Mi querido Posse: siento mucho que, padeciendo usted de dispepsia, no pueda comerse, como yo, de una sentada, siete platos de arroz con leche. Y para concluir, y antes de decirle como Cicerón a sus amigos, Jubeo te bene valere20, le daré una receta para su enfermedad: ejercicios, gimnasia, viajes que no fatiguen, poco vino, mucha sal –no aumenta esta la sed– y, en último caso, ningún vino, y poco de aquello… Hay dos falsificaciones que hacen mucho daño: la de la mujer y la del vino. Desgraciadamente, cuando caemos ya en cuenta, es demasiado tarde. Expresión latina que significa “pasa la gloria del mundo”. Alude a que los triunfos (la gloria) son efímeros. Mansilla traduce libremente esta expresión latina unas líneas más adelante como “le ordeno que goce de buena salud”. Literalmente sería “Te ordeno que te conserves bueno”. 19 20 11 Traduzco, pues, a Cicerón, y suponiendo que ha caído en cuenta, “le ordeno que goce de buena salud”. Post-data. Dice X que ese cuento, narrado por mí, tiene mucha más animación y movimiento y que yo, como Carlos Dickens, debiera dar conferencias para referir mis aventuras. Estoy listo, a pesar de la rabia que esto pueda darle a mi querido X, siempre que las conferencias sean patrocinadas por las Damas de la Misericordia… Necesito indulgencias… literarias. Mansilla, Lucio V. Entre-Nos (Causeries de los jueves) (I). Buenos Aires: Jackson, pp. 90-116. Actividades de comprensión lectora: 1. El relato aparece ubicado temporalmente a fines de diciembre de 1851. Averiguar la situación política que vivía nuestro país en ese momento y sistematizar la información en un texto narrativo. 2. Relatar en tres oraciones los elementos principales a los que alude el texto en el primer apartado. 3. En el tercer y cuarto párrafos del segundo apartado se presentan algunas consideraciones del enunciador sobre el gobierno de Rosas. Manifestar cuál es la idea que tiene sobre ese gobierno y dentro de que tipología textual puede ser ubicada esa manifestación. 4. Realizar un recorrido por el texto y mencionar los principales núcleos narrativos que componen la historia. 5. El texto de Mansilla es, como género discursivo, una causerie. Una especialista en literatura argentina, Cristina Iglesia, afirma que “Las causeries proponen un género adaptado al gusto local, que sirve para meter de todo, pero que se estructura sobre el cuerpo, los gestos y la memoria del causeur”. Agrega además, que “La indiscreción y la discreción son los dos elementos con los que Mansilla combate el aburrimiento de sus lectores y el suyo propio. Contar lo que no debería contarse y dilatar la historia con vericuetos que generan otras historias que a su vez dilatan y multiplican…”. A partir de estos conceptos, explicar por qué el texto de Mansilla del que nos estamos ocupando sería una causerie. Ejemplificar con algunos pasajes. 6. El texto de Mansilla aparece plagado de referencias culturales: diversas menciones a protagonistas de la historia argentina contemporánea al autor, mención a diferentes lugares del mundo en los que el enunciador estuvo presente, frases en varios idiomas y referencias a figuras de la historia universal. Sistematizar algunas de esas referencias en el cuadro. Luego, establecer qué imagen del enunciador se construye en el texto a partir de la utilización de todo ese sistema de datos culturales. Elementos a considerar Datos que brinda el texto Protagonistas de la historia argentina Lugares del mundo 12 Frases en otros idiomas Figuras de la historia universal 7. A partir de las respuestas vertidas hasta el momento y de las consideraciones realizadas en el punto 5., explicar cuál podría ser la causa por la que Mansilla elige ese título para encabezar su texto. Actividades de producción escrita: 1. El texto comienza preguntándose qué es la historia en tanto disciplina. Una de las acepciones que brinda el diccionario de la RAE es la siguiente: historia. (Del lat. historĭa, y este del gr. ἱστορία). 1. f. Disciplina que estudia y narra los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados. En esta definición pueden reconocerse dos sectores: una primera parte en donde se presenta la categoría general en donde puede insertarse a la historia (“Disciplina que estudia y narra”) y una segunda en donde se presentan una serie de rasgos propios (“los acontecimientos pasados y dignos de memoria…”). A partir de este esquema dual compuesto, como hemos mencionado, por una categoría general y por los rasgos propios o específicos, construir una definición de la palabra “unitario”. Puede consultarse información adicional. 2. En varios pasajes del texto, el enunciador hace alusión a las formas de su vestimenta y al cuidado de su apariencia. Redactar un fragmento descriptivo a partir de la siguiente imagen de Mansilla: 3. Explicar en no más de cinco líneas la siguiente afirmación del enunciador ubicada en el segundo apartado: “¡qué barbaros son estos franceses!”. Centrarse en la atribución de la barbarie 13 a un pueblo –el francés- que era visto desde Latinoamérica como uno de los baluartes de la civilización. 4. Redactar un texto explicativo que responda al género respuesta de examen, en donde se desarrolle la forma en que los pasajeros desembarcaban de los barcos al momento de la llegada al puerto de Buenos Aires. Utilizar la información brindada por el texto y, de ser necesario, buscar otra adicional. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------- TEXTO Nº 2 César Aira La liebre (fragmento) Sudoroso, desorbitado, el Restaurador saltó del lecho y se tambaleó un instante sobre las baldosas frías, moviendo los brazos como un pato. Estaba descalzo y en camisón. Dos sábanas blancas muy limpias, enrolladas y anudadas por las convulsiones de la pesadilla, eran la única cubierta del catre de bronce y tiento que a su vez era el único mueble de la pequeña alcoba de sus siestas. Tomó una de las sábanas y se secó el rostro y el cuello empapados. El corazón le reventaba en el pecho por el terror remanente; pero la niebla del embotamiento ya empezaba a disiparse. Dio un paso, después otro; apoyaba todo el pie en el suelo, ávido de su frescura firme. Se acercó y corrió la cortina con la punta del dedo. El patio estaba desierto: palmas, sol a plomo, silencio. Volvió al lado del catre pero no se acostó; tras un instante de reflexión se sentó en el piso con las piernas estiradas y la espalda recta. El frío de las baldosas en las nalgas desnudas le produjo un moderado shock de placer. Recogió las piernas para hacer abdominales. Los hizo con las manos en la nuca, que es el modo en que se trabaja más. Al principio ponía cierto empeño, después se hacían solos, muy rápido, desafiando la gravedad, mientras él pensaba. Hizo cien al hilo, contando automáticamente de a diez, y todo el tiempo pensando. Reconstruyó detalle por detalle la pesadilla, como una especie de castigo autoimpuesto. El bienestar de la actividad física desvanecía el espanto del recuerdo. O más bien, sin desvanecerlo, lo hacía manipulable, como una cifra más en la gimnasia. No se le escapaba el sentido general de estos fantasmas que lo visitaban a la hora de la siesta. Eran el uno, el dos, el tres, el cuatro, el cinco, el seis, el siete, el ocho, el nueve, el diez. Qué equivocados estaban los plumíferos salvajes al suponer que era la sombra de sus crímenes la que se proyectaba en su conciencia. Eso sería contar al revés: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno. Era precisamente lo contrario, y si sus enemigos se equivocaban con tanta precisión era porque la oposición era el sitio desde donde todo se veía al revés; eran los crímenes que no había cometido los que lo acosaban, el remordimiento por no haber agotado la cuenta. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Había sido demasiado blando, había sido convencional. Ellos decían que era un monstruo, y él lamentaba haber perdido en algún punto del camino la oportunidad de serlo de veras. Lamentaba no ser su propia oposición, para realizarse por los dos lados, como un bordado bien hecho. Uno, dos, tres, cuatro… Le había faltado imaginación, y sin imaginación la crueldad no se hacía del todo real. Cinco, seis, siete, ocho… Los sueños eran la imagen invertida de las acusaciones en jeroglífico que publicaban los pasquines ilustrados, antes El Grito, después Muera Rosas (qué nombres imbéciles). El mundo al revés. Era una literatura. El 14 enigma de los sueños se resolvía en tristeza por la vida pasada. A él le faltaba el auténtico genio inventivo, la habilidad poética. Nueve… Lo reconocía y lo lamentaba, en su franqueza algo bárbara consigo mismo. Pero de dónde, de dónde, de dónde sacar el talento para transmutar la negatividad fantástica de los escribas de Montevideo a la realidad, a la vida, a lo argentino. Diez. Cien. Se despachó medio litro de ginebra con agua fría mientras el otro escribía una página. Un vasito por línea, y no era demasiado. Ver escribir era algo que lo subyugaba. Lo encontraba uno de los pocos espectáculos que valían por sí mismos, que no exigían nada del espectador. Es cierto que debía poner algo de su paciencia personal, pero tenía muchísima, tanta que a veces pensaba que debajo de ella no cabía nada. Se le hacía breve el lapso en que sus intenciones orales se transformaban en una página bien redactada y caligrafiada. Por eso tenía tan en cuenta la prolijidad. Parecía no suceder nada, pero él veía, ni más ni menos, un pasaje entre personas; en el aire sombreado del despacho veía el suave dibujo de un fantasma. Los gestos siempre creaban una perspectiva, y más si eran los gestos de escribir. El movimiento del brazo, de la mano, de las pupilas, de la pluma, era una intención inflada como una vejiga con aire cargado de fantasmas. Los fantasmas eran una persona volviéndose otra. Lo veía todo con un brillo de mojado, como si las cosas estuvieran enguantadas de un agua sublime. Era efecto de la bebida en la resolana, pero también era parte de la escena. Él decía haber descubierto que la ginebra con agua era lo más efectivo contra el calor; no decía que en realidad el calor no lo molestaba. Con todo, crear la ilusión de frío, como deseo urgente, cuando hacía calor, y viceversa, podía ser maravillosamente eficaz para darle realidad a los enunciados; debía de ser por eso que el género humano, en la figura prototípica de los ingleses, hablaba con tanta fruición del clima. Era el mundo dentro del mundo, pero no como teatro sino tomado en serio, creyéndolo. Quizás eso le daba sentido a los tragos que se preparaba: el agua fría para la transmutación de las temperaturas, la ginebra para el brillo sin el cual no había inclusiones, o no se las veía. Todo se resolvía en pasar de un estado a otro, de un cuerpo a otro, de una posibilidad a otra. Y ahí estaba la explicación, al fin, de que él y no otro fuera, y no fuera otra cosa, el Restaurador. Lo era porque… ¿Por qué? No, se le desocurría, con la misma velocidad de relámpago con que se le había ocurrido. Se encogió de hombros, mentalmente por supuesto. El momento de entender había pasado sin que lo advirtiera. Se quedó fijo como una momia una cantidad indefinida de tiempo, sin pensar en nada. Su único movimiento era llevarse el vaso a los labios. De pronto el secretario le tendió la hoja, un dechado de prolijidad. Y la pluma en la otra mano, para que firmara. Una vez terminado el trabajo de la jornada, que era livianísimo al extremo de lo inexistente, fue a sentarse bajo la entramada a que Manuelita le cebara mate. Esta hora de relax, íntima y familiar, la dedicaba a reflexionar. Lo hacía, paradójicamente, con la mente en blanco. Parece imposible, pero alguien con tan alta estima de su propio cerebro lo conseguía sin esfuerzo. Había un buen número de pájaros cantando, y tres o cuatro perros yendo y viniendo entre los niños que se entretenían. A su espalda, un semicírculo de limoneros purificaba el aire; justo frente a él, un gran sauce mimbre con ramas que salían directamente del suelo parecía una silvestre ikebana que hubiera puesto allí para complacerlo. La tierra muy apisonada bajo la parra había recibido un somero asperjado en su honor. A veces, cuando no pensaba en nada, podía llegar a creerse el único hombre en la tierra, el único que vivía de verdad. No soplaba un ápice el viento, pero el calor distaba de lo excesivo. Manuelita, fea y pálida, iba y venía de la cocina a la silla con el mate en la mano. Su querido tatita consumía escasamente media docena de mates en el curso de una de estas sentadas, por lo que no valía la pena hacer la instalación afuera. Esperaba de pie mientras él sorbía con un ruido chocante. Rosas 15 no encontraba ni amena ni inteligente a su hija favorita; más bien estaba persuadido de que era idiota. Idiota y snob. Eso era Manuelita. Lo peor era su falta de naturalidad, sin atenuantes. Una marioneta de bofe. “Es una de mis peores costumbres”, solía confiarles a sus amigos. Estaba encaprichado con esa chica, pero no sabía por qué. Había una especie de malentendido entre ellos, hasta ahí podía ver, pero ni un milímetro más. Ella estaba convencida de que su tatita la adoraba. Él se preguntaba cómo había podido engendrarla. Por suerte, la paternidad era siempre incierta. La maternidad en cambio siempre es certísima. Mirando a Manuelita, Rosas se sentía una mujer, una madre. Desde hacía años jugaba con la idea de casarla con Eusebio, uno de sus locos. Era su idea secreta, regocijo escandaloso de lo imposible. El escándalo estaba en que lo imposible, como todo el mundo sabe, es lo primero en hacerse real. De ahí que un día, cuando vio que los salvajes en sus pasquines le atribuían ese proyecto, su perplejidad no tuvo límite. Por cierto que de él no había salido ni media palabra sobre el tema. Y ellos no sólo lo escribían sino que, de acuerdo con su costumbre inveterada, lo acompañaban con un dibujo lleno de filacterias. Claro que los inmundos salvajes, como toda oposición, sólo podían operar dentro de una Combinatoria, estaban obligados a armar y desarmar el rompecabezas con unos pocos elementos, y siendo así no era de extrañar que llegaran a la conclusión Hija-Loco. Pero eso no quitaba nada de lo asombroso del caso, tal como lo planteaba Rosas: ¿era posible introducirse en un malentendido ajeno? Al propio o al ajeno, se los diría sin puertas ni ventanas. La fantasía más descabellada creaba por ambos extremos, el del exceso y el de la falta, el malentendido constitutivo de la vida cotidiana. Aunque existía la posibilidad de que los unitarios hubieran llegado a él por la alegoría, a la que eran tan aficionados: el Restaurador “cazaba” a la patria usando de escopeta un Idiota cargado de viento. Aquí Rosas, cuya ortografía no era muy segura, se hacía un lío; pero eso no tenía la menor importancia, porque lo que era alegórico para ellos era real para él, con lo que el malentendido ascendía a constelación, a universo, a ley de gravedad. En realidad, la idea en cuestión la había tenido el día en que Eusebio había estado al borde de la muerte por los excesos del fuelle. Casarlos en artículo mortis habría sido lo ideal, porque se habrían evitado las consecuencias prácticas reteniendo todo el valor simbólico. Manuelita tenía cara de viuda ya antes de eso. “Mi viuda…” decía a veces el Restaurador en sus ensoñaciones, y quienes lo oían no acertaban a adivinar si se refería a Manuelita, a la Heroína, a la mujer en general, a Eusebio, a la Patria, o a él mismo. Aira, César (1991). La liebre. Buenos Aires: Emecé, pp. 9-14. Actividades de comprensión lectora: 1. La liebre es una novela del escritor argentino César Aira, publicada originalmente en 1991. En los pasajes iniciales de esa novela, se presenta la figura de un Rosas atípico. ¿Qué fragmentos del texto pueden ser considerados cómicos? Ejemplificar 2. De acuerdo con lo respondido en el punto 1., ¿cuál es la imagen de Rosas se presenta en el texto de Aira? Ejemplificar con fragmentos del texto. 3. Comparar la imagen que de Rosas aparece en el texto de Mansilla con la que se brinda en el texto de Aira. ¿Qué diferencias pueden establecerse? Sistematizar la información en el cuadro y responder: ¿por qué los autores eligen una u otra forma de presentar a Rosas? Imagen de Rosas que brinda Mansilla Imagen de Rosas que brinda Aira 16 4. Según la palabra del enunciador, ¿a qué se deben los fantasmas que lo acosan de forma permanente? 5. Cotejar las imágenes de Manuelita que aparecen en el texto de Mansilla y en el de Aira. ¿Qué diferencias pueden establecerse? Imagen de Manuelita que brinda Mansilla Imagen de Manuelita que brinda Aira 6. En relación con el punto anterior, comparar las siguientes imágenes de Manuelita Rosas. La primera es un daguerrotipo, antecedente inmediato de la fotografía, tomado por John Elliot en 1843 ó 1844; la segunda, un retrato pintado por el pintor Prilidiano Pueyrredón en el año 1851. Las diferencias son notables. A partir de la consideración de la fecha en que fueron realizadas y de las circunstancias políticas reinantes, efectuar hipótesis respecto de a qué pueden deberse las diferencias evidentes más allá de los medios técnicos utilizados. 17 Actividades de producción escrita: 1. Ensayar, en base a las pautas brindadas anteriormente, una definición posible de la palabra “filacteria”, utilizada hacia el final del texto de Aira. Luego buscarla en algún diccionario de la lengua para comprobar la diferencia respecto del significado real del término. 2. Luego de haber recorrido ambos textos es posible apreciar que la finalidad de Mansilla y de Aira no son las mismas. Sistematizar las diferencias e hipotetizar a qué pueden deberse. 3. Redactar en 3ª persona un texto en el que se explique la difícil relación de Rosas con su hija a partir de la información brindada por el texto. Debe comenzar de la siguiente manera: La relación de Rosas con su hija no era sencilla…………………………………………………………….. ……………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………… 4. Reformular en dos oraciones el siguiente fragmento extraído del texto. Conservar toda la información y realizar las modificaciones gramaticales necesarias. Rosas no encontraba ni amena ni inteligente a su hija favorita; más bien estaba persuadido de que era idiota. Idiota y snob. Eso era Manuelita. Lo peor era su falta de naturalidad, sin atenuantes. Una marioneta de bofe. Rosas consideraba que Manuelita…………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………… ---------------------------------------------------------------------------------------------------------TEXTO Nº 3 Lucio Víctor Mansilla ha sido uno de los hombres más característicos de nuestro país en el período que estudiamos. Todas las calidades y defectos del “porteño” se entremezclan raramente en él, definiendo un tipo originalísimo. Su vida aventurera, su múltiple ingenio, su indumentaria pintoresca individualizan la inconfundible silueta de este escritor. Militar, viajero, periodista, político, legislador, diplomático, su variada biografía muestra la riqueza de su sensibilidad, el poder de su voluntad intrépida, de su 18 corazón generoso, de su inteligencia asimiladora y locuaz. Faltole disciplina en la conducta, ahínco en el estudio, rumbo en la vocación para haber hecho de su talento una fuerza más útil y de su obra una creación más hermosa. Escribió mucho: habló más; sus conversaciones pasaron casi estenografiadas a sus libros. Faltó a sus trabajos literarios meditación y concisión; pero aun así, deshilvanada, ligera y redundante como es su prosa, ella descubre una vasta experiencia del mundo y un sentido profundamente humano de la vida. Con mejor aprovechamiento de sus facultades y más conciencia técnica de su arte, hubiera podido ser un gran novelista. Su brillante frivolidad lo redujo a ser un contador de anécdotas. En su conjunto, su obra es una desordenada autobiografía, y a fe que el protagonista de sus amenos relatos –él mismo– atrae y retiene el interés del lector. El prosista que me ocupa fue hijo del general Lucio Mansilla, jefe del ejército rosista que luchó con los franceses en la Vuelta de Obligado, y de Agustina Rosas, hermana del sombrío tirano de Buenos Aires. El hijo entró en la vida pública después de Caseros; halló, al entrar, las adversas pasiones que despertaba su origen. No se amilanó el neófito por ello: antes, al contrario, esforzó en el contraste la ambición, e hizo de su linaje rosista un tema fecundo para la propia leyenda. Él, siendo niño, había frecuentado la corte de Palermo y recibido en la casa la bendición de su tío el tirano. Había visto a la fiera en su cubil; tenía muchas cosas que contarnos sobre el déspota y su familia, sobre la mazorca y la burguesía federal, sobre falsos amigos y recientes enemigos del Restaurador, como a Rosas lo llamaron. Todo lo recordaba con su excelente memoria; todo había de salírsele por esa boca siempre abierta de su locuacidad. Abrió, a fuerza de audacia, las puertas que se le cerraban; cautivó a fuerza de ingenio las amistades que le rehuían. Rojas, Ricardo (1948). Historia de la Literatura Argentina. Los modernos (tomo II). Buenos Aires, Losada, pp. 427-428. Actividades de comprensión lectora: 1. Escoger, de entre los datos que se vierten en el texto sobre la figura de Mansilla, aquellos que poseen una connotación negativa; luego, los connotados positivamente; por último, los que poseen una valoración neutra. Organizarlos en un cuadro. Datos sobre Mansilla Referencias del texto Positivos Negativos Neutros 19 2. A partir de los datos obtenidos en el punto 1, ¿cuál es el tipo textual predominante en el texto anterior?, ¿la explicativa o la argumentativa? Elegir la correcta y justificar la respuesta en base a fragmentos del texto. 3. A partir de los datos que brinda el texto, elaborar un árbol genealógico de la familia de Lucio V. Mansilla. 4. A partir de la información brindada por la referencia bibliográfica, ¿dentro de qué género discursivo se podría ubicar al texto? 4. ¿Presenta Rojas una visión personal de la figura de Mansilla? Justificar la respuesta a partir de respuestas brindadas en los puntos anteriores y ejemplificar con pasajes del texto. 5. Realizar un listado con las diferentes formas en que Rosas es mencionado en el texto. Explicar por qué se recurre a esa serie de sinónimos y paráfrasis. 1. ROSAS 2. 3. 4. Actividades de producción escrita: 1. Trasladar el primer párrafo del texto de la 3ª persona del singular en la que se encuentra a la 1ª persona. ¿Cuál es el efecto que produce esa modificación en la persona del enunciador? 2. Reformular el pasaje que se presenta a continuación de acuerdo con el comienzo que se brinda: Faltó a sus trabajos literarios meditación y concisión; pero aun así, deshilvanada, ligera y redundante como es su prosa, ella descubre una vasta experiencia del mundo y un sentido profundamente humano de la vida. A pesar de…………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………..… …………………………………………………………………………………………………………….…. 3. A partir de información adicional extraída de diferentes medios, escribir una cronología en donde se detallen los principales sucesos de la vida y la obra de Lucio V. Mansilla (se brindan algunos datos). Deben predominar las frases nominales. Cronología de Lucio V. Mansilla 1831. Nace en Buenos Aires Lucio Victorio Mansilla, hijo del general Lucio Mansilla y de Agustina Rosas. […] 1870. Publicación de Una excursión a los indios ranqueles en el diario La Tribuna en forma de apostillas. […] 1885. Diputado nacional. 20 […] 1913. Muere en París. 4. A partir de los datos brindados en la cronología del punto 3. y de los que brinda el propio texto, escribir una entrada de enciclopedia de no más de diez líneas en los que se incluyan los datos principales de la vida de Lucio V. Mansilla. MANSILLA, Lucio V. (1831-1913). Escritor, militar, viajero, periodista, político, legislador y diplomático argentino. ……………………………………………………………………………………… ………………………………………………………………………………………………………………. ………………………………………………………………………………………………………………. ………………………………………………………………………………………………………………. ………………………………………………………………………………………………………………. ………………………………………………………….…………………………………………………… ………………………………………………………………………………………………………………. ………………………………………….…………………………………………………………………… ………………………………………….…………………………………………………………………… ………………….…………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………….. ………………….…………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………….. 5. Qué diferencias pueden establecerse entre los textos de los puntos 3 y 4 desde el punto de vista de la organización de la información y del estilo utilizado en uno y otro caso. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------- TEXTO Nº 4 Apogeo y caída del rosismo […] 4. El legado de la etapa rosista Ese derrumbe [el de la batalla de Caseros] no anulaba todos los cambios traídos por dos décadas de historia nacional que había venido a identificarse con la figura de Rosas. ¿En el balance de esa etapa atormentada será preciso inscribir, como primer renglón del activo, los avances de la unidad nacional? Así se hace a menudo, pero la conclusión precisaría ser matizada. Esta unificación nacional que avanza sin consolidar el marco institucional en el cual se afinca es, para darle el nombre más justo, hegemonía porteña. Y esta hegemonía, si logra afirmarse hasta extremos antes desconocidos, está lejos de ser tan sólida como lo parece en los años del triunfo rosista; los conflictos que llevan a la caída del sistema así lo prueban: es la disidencia de un par de provincias la que –al confluir con conflictos externos que la preceden– provoca la caída de Rosas. ¿Pero es justo medir a través de los avances de la hegemonía porteña la eficacia del sistema rosista? Para el mismo Rosas, esa hegemonía parece haber sido uno de los medios –sin duda finalmente el más eficaz– para alcanzar un objetivo ulterior: la consolidación de la paz interna. Otro medio más específicamente suyo empleó el rosismo con el mismo fin: el avance de la politización en el marco de una estricta ortodoxia partidaria, impuesta mediante la propaganda y el terror. Sesenta años después de la caída de Rosas, una investigación del acervo folklórico descubre, desde Entre Ríos 21 hasta Jujuy, en el trasfondo de la memoria colectiva, el legado de la época en que el país entero fue pintado todo de un color; hasta tal punto el ritual político laboriosamente impuesto desde Buenos Aires ha logrado en ella hacerse costumbre colectiva de sectores sociales y regionales antes marginados de toda vida política. Pero esta hazaña es de eficacia dudosa para alcanzar el objetivo que Rosas le asigna: en Buenos Aires, la politización federal es heredera y superadora de otra que le es previa, y que está marcada por la disidencia entre grupos opuestos; significa el retorno a la disciplina política y social por la utilización de esa politización misma, que es lenta pero tesoneramente despojada de toda espontaneidad. En este campo, Rosas debió sin duda su fracaso inicial a su mismo éxito esencial: fue ese disciplinamiento (que, bajo la apariencia de una politización frenética, llevó a la despolitización de los sectores populares) el que hizo la diferencia entre 1829 y 1852; ahora un espontáneo alzamiento campesino sería impensable… En el Interior la politización parece por lo contrario haber fracasado por su superficialidad misma: el mimetismo político de los sectores gobernantes quitó eficacia a una acción uniformadora que en 1840 y 1841 había parecido encontrar en la efusión de sangre el gran instrumento de eliminación de todas las oposiciones. Sin duda, la gravitación de Buenos Aires y su temible gobernador impide hasta Caseros que las disidencias larvadas vuelvan a salir a la luz: el temor a la provincia que las ha conquistado reemplaza así en las del Interior al que provoca en aquella la politización de la plebe federal; pero ese temor no asegura más que el apoyo pasivo de las provincias sometidas. Halperin Donghi, Tulio (1972). Historia argentina. Volumen III: Argentina. De la revolución de la independencia a la confederación rosista. Buenos Aires: Paidós, 1972, pp. 403-404. Actividades de comprensión lectora: 1. Desde el punto de vista del tipo textual, el texto es predominantemente: a) Narrativo b) Descriptivo c) Argumentativo d) Explicativo Justificar la elección 2. Desde la perspectiva del género discursivo puede afirmarse que es: a) Una nota de opinión b) Un capítulo de manual c) Un tratado de historia d) Una novela Justificar la elección 3. En el texto aparecen dos preguntas: una en el primer párrafo y otra en el segundo. ¿Cuál es la finalidad o finalidades por las que el enunciador se vale de ese recurso? a) Formular una pregunta que nadie va a responder b) Hacer partícipe al enunciatario de sus propios cuestionamientos c) Formular una cuestión que le interesa responder al propio enunciador d) Plantear al destinatario una pregunta real, debido a que el destinador desconoce la respuesta. 4. Explicar el título que encabeza el capítulo: “El legado de la etapa rosista”. ¿A qué hace referencia ese “legado”? ¿Entre que dos momentos históricos se articula el texto? 22 Actividades de producción escrita: 1. Reformular el siguiente fragmento extraído del texto: Rosas debió sin duda su fracaso inicial a su mismo éxito esencial: fue ese disciplinamiento (que, bajo la apariencia de una politización frenética, llevó a la despolitización de los sectores populares) el que hizo la diferencia entre 1829 y 1852. Entre 1829 1852…………………………………………………………………………………………….. ……………………………………………………………………………………………………………..… ……………………………………………………………………………………………………………..… ……………………………………………………………………………………………………………….. …es la disidencia de un par de provincias la que –al confluir con conflictos externos que la preceden– provoca la caída de Rosas. La caída de Rosas……………………………………………………………………………………………. ……………………………………………………………………………………………………………….. 2. Completar los espacios en blanco con la información brindada en el texto: La derrota en la Batalla de Caseros……………………………………………………………………no anulaba los cambios que …………………………………………………………………………………. La unificación nacional es……………………………………………………….., pero es una hegemonía que hacia el final del período rosista………………………………………………………………………… Prueba de ello es…………………………………………………………………………………………….. …………………………………………………………………………………….. 3. Reformular el pasaje que se brinda a continuación destacando la relación causal: Sin duda, la gravitación de Buenos Aires y su temible gobernador impide hasta Caseros que las disidencias larvadas vuelvan a salir a la luz: el temor a la provincia que las ha conquistado reemplaza así en las del Interior al que provoca en aquella la politización de la plebe federal; pero ese temor no asegura más que el apoyo pasivo de las provincias sometidas El temor a la provincia que las ha conquistado [a las provincias del Interior]……………………………… …………………………………………………………………………………………………………….… …………………………………………….. debido a que…………………………………………………. ………………………………………………………………………………………………………………. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------TEXTO Nº 5 Arroz con leche 1 ½ litro de leche, 200 g de arroz, 200 g de azúcar, 1 barra de vainilla, canela en polvo. Poner en remojo el arroz con leche, dejándolo así unas horas. Colocarlo después a fuego lento, hasta que esté cocinado; agregarle el azúcar, la vainilla y dejarlo hervir un momentito más. Se le puede añadir también una cascarita de limón en vez de vainilla. Debe resultar el arroz bien cocinado, algo espeso y cremoso. Cuando esté frío, se lo espolvorea con canela en polvo. 23 Gandulfo, Petrona C. de (1954). El Libro de Doña Petrona. Buenos Aires: s/e, p. 489. Actividades de comprensión lectora: 1. ¿A qué género discursivo puede adscribirse el texto? 2. ¿Cuál es el tipo textual predominante? 3. En el texto es posible distinguir dos partes. Indicar cuáles son y qué información se brinda en cada una. 4. Analizar los verbos utilizados: ¿están conjugados?, ¿de qué clase son? ¿Por los de qué modo verbal podrían ser reemplazados? Actividades de producción escrita: 1. Ordenar numéricamente las acciones a realizar para la realización del arroz con leche de la siguiente forma: 1º. Conseguir los ingredientes… 2º. Poner en remojo… 3º. ………………………………………………………………………………………… 4º. ………………………………………………………………………………………… 5º. ………………………………………………………………………………………… 6º. ………………………………………………………………………………………… 7º. ………………………………………………………………………………………… 8º. ………………………………………………………………………………………… 2. A partir de la imagen que se brinda a continuación, redactar un breve texto publicitario en donde se resalten las bondades del producto y de la marca (entre 5 y 8 líneas). 3. ¿Qué diferencias y similitudes establecerse entre el Texto Nº 5 y un texto publicitario? Considerar: a) Objetivos del destinador. b) Qué es lo que se desea lograr en el destinatario. c) Utilización de formas verbales 4. A poco de iniciado el parágrafo III de “Los siete platos de arroz con leche” se registra el siguiente diálogo entre Rosas y su sobrino. Continuarlo a partir del siguiente conflicto: Lucio V. quiere saber cómo está hecho el arroz con leche y Rosas se lo explica. –¿Tienes hambre? –Sí –contesté resueltamente. –Pues voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche. 24 –……………………………………………………………………………………………………………… –……………………………………………………………………………………………………………… –……………………………………………………………………………………………………………… –……………………………………………………………………………………………………………… –……………………………………………………………………………………………………………… –……………………………………………………………………………………………………………… –……………………………………………………………………………………………………………… –……………………………………………………………………………………………………………… –……………………………………………………………………………………………………………… 5. El diálogo que antecede a esta consigna se encuentra en estilo referido directo. Transformar las cuatro primeras líneas al estilo referido indirecto. Realizar todas las transformaciones gramaticales necesarias y agregar cuatro verbos de decir diferentes, uno por cada línea. …………………………………………………………………………………………………………….… …………………………………………………………………………………………………………….… …………………………………………………………………………………………………………….… …………………………………………………………………………………………………………….… …………………………………………………………………………………………………………….… …………………………………………………………………………………………………………….… ---------------------------------------------------------------------------------------------------------TEXTO Nº 6 Cómico, ca. 1. adj. Perteneciente o relativo a la comedia. 2. adj. Dicho de un actor: Que representa papeles jocosos. Ú. t. c. s. 3. adj. Que divierte y hace reír. 4. adj. Se decía de quien escribía comedias. Ú. t. c. s. Extraído y adaptado del DRAE: http://lema.rae.es/drae/?val=comicidad Actividades de comprensión lectora: 1. Formular el tipo textual y el género discursivo del texto 6. 2. Explicar el significado de las abreviaturas utilizadas. Abreviaturas Adj. Ú.t.c.s. Significados 3. ¿Cuál de las acepciones de la palabra “cómico” se adecua mejor al sentido en el que la utilizamos en la consigna 1. de las actividades de comprensión lectora del Texto 2? Justificar la respuesta. 4. ¿Qué palabras podrían ser consideradas antónimos (es decir, palabras con un sentido opuesto o contrario) de “cómico”? Proponer al menos dos que resulten antónimas de dos de las acepciones propuestas para “cómico”. Actividades de producción escrita: 1. Escribir un texto explicativo en el que se presenten al menos 3 acepciones diferentes de la palabra “cómico/ca”. Incorporar los siguientes organizadores del discurso: en primer lugar, en segundo lugar, por último. 25 2. Responder a la siguiente pregunta de examen: ¿Por qué puede afirmarse que el comienzo de la novela La liebre de César Aira presenta facetas cómicas? ……………………………………………………………...………………………………………………... ……………………………………………………………………………………………………………..… ……………………………………………………………………………………………………………….. ……………………………………………………………………………………………………………..… ……………………………………………………………………………………………………………….. ……………………………………………………………………………………………………………..… ……………………………………………………………………………………………………………….. ……………………………………………………………………………………………………………..… ……………………………………………………………………………………………………………….. 3. Elegir uno de los antónimos seleccionados en la consigna 3. de las actividades de comprensión lectora y ensayar una definición de acuerdo con las pautas brindadas para la escritura de definiciones. 26