El papel decisivo de la escuela

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Lluís Clua
La escuela ha de ayudar a cada niño a aumentar su
grado de autonomía y, paralelamente, a asumir los
niveles adecuados de responsabilidad hacia sí
mismo y hacia los demás. Supone un tiempo y un
espacio óptimos para desarrollar actitudes en las
que la presencia de los demás sea evidente,
necesaria y querida.
El papel decisivo
de la escuela
TEXTO Jaume Cela
Maestro de primaria y escritor
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 6
uando era pequeño los mayores me decían que en la escuela
ya me enseñarían “modos”. Como pueden ver, lo de pasar la
responsabilidad a los demás ya viene de lejos.
Esta palabra, “modos”, la oía en mi casa, en la escuela, en la panadería
–cuando iba a comprar y no respetaba el turno–, en la calle –cuando
me ponía a jugar delante de un portal y no dejaba entrar o salir a quien
allí vivía– y en el cine –cuando gritábamos a media película pidiendo
la intervención del séptimo de caballería para que acabase de una vez
por todas con aquel puñado de indios adornados con plumas que apenas se tapaban las vergüenzas y gritaban como descosidos.
En ocasiones como éstas –o parecidas– siempre había alguien que
esgrimía la falta de “modos” de las criaturas y de los jóvenes y la tan
necesaria intervención de la institución escolar.
Ahora, a estos “modos” los llamamos urbanidad, civismo, buena educación o sentido del deber. Esta riqueza de sinónimos no hace más que
poner de manifiesto que estamos frente a una realidad compleja que
exige el trabajo coordinado de los adultos –familias, maestros, monitores, medios de comunicación y ciudadanos– cuando se tiene que introducir a los niños en el mundo, mostrarles la realidad sin esconderles su
cara y su cruz, acompañarlos en su descubrimiento y darles el coraje
suficiente para que se sientan protagonistas de los cambios que necesitamos impulsar para ir construyendo una sociedad más humana.
C
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A continuación, intentaré concretar el papel que desempeña la escuela en la educación cívica y en la adquisición de los “modos” necesarios
que nos permitan vivir y convivir con unas dosis de autonomía y de
responsabilidad para que nuestra estancia en este mundo tenga unos
niveles de felicidad razonables. Antes, sin embargo, quiero dejar muy
claro que este objetivo es una responsabilidad compartida y que nadie
puede lavarse las manos o mirar hacia otro lado, ya que cada adulto es
un representante del mundo ante las nuevas generaciones.
AUMENTAR EL NIVEL DE HUMANIDAD
La institución escolar es muy importante; hay que recordar que es
la única que tiene un carácter obligatorio. Desde los seis hasta los
dieciséis años ningún ciudadano o ciudadana puede decidir no ir a
la escuela. Además, en la realidad, la necesidad de esta institución
tiende a anticiparse.
No importa que lo que se haga en ella tenga o no sentido. No importa
que los padres o las madres piensen que sus hijos o hijas obtendrían
mejores resultados si se acogiesen a programas de educación familiar.
La ley, en este sentido, es bastante clara: no hay excepciones para nadie.
Esta obligatoriedad, entre otras cuestiones, es lo que permite que la
escuela no pueda aceptar aquellas intervenciones que la intentan reducir a ser una institución transmisora de conocimientos o a tener simplemente un carácter instructivo.
La escuela es una institución educativa que permite que nuestro
nivel de humanidad aumente, y la instrucción, por tanto, forma
parte de la educación, en la que no se incluyen el adoctrinamiento
y el dogmatismo.
Es necesario ayudar a cada niño a aumentar su grado de autonomía
y, es necesario, paralelamente, ayudarlo a asumir los niveles de responsabilidad que tiene consigo mismo y con los demás. No podemos olvidar que somos y nos reconocemos seres sociales y seres inacabados. Somos un proyecto, un ensayo de obra, y para llegar a ser
plenamente, necesitamos la presencia del otro, su mirada, su rostro,
su gesto, su voz y su experiencia.
Por tanto, la escuela supone un tiempo y un espacio óptimos para
desarrollar actitudes en las que la presencia del otro resulte evidente, se haga necesaria y, aún mejor, querida.
Uno de los objetivos principales que tiene que proponerse cualquier
educador es aceptar el compromiso de convertirse en un ejemplo de lo
que cree para que el niño que llega al mundo, que tiene que encontrar
su sentido y su espacio en él, pueda decir qué piensa y qué quiere.
Soy consciente –no soy un ingenuo– de que asumir este reto puede
suponer muchos esfuerzos, porque, a menudo, hay que nadar contra
corriente, pero la auténtica acción educativa siempre es crítica, siempre sitúa a cada persona frente a la realidad, sin ahorrarle ningún fragmento, y le da esperanza y confianza para poder afrontar los retos,
para poder leer el mundo, interpretarlo y procurar transformarlo.
No obstante, aunque disponemos de pruebas evidentes de que existen tendencias que pretenden imponernos unos determinados criterios, también es verdad que hay declaraciones, expresadas en letra
mayúscula, que intentamos convertir en letra minúscula en cada
escuela, y que son una presencia luminosa, un faro que guía nuestra
aventura. Estoy pensando, por ejemplo, en los cuatro pilares del
informe Delors, cuando concreta que en la sociedad educadora –por
tanto, en la escuela– se tiene que tener presente la importancia del
Eva Guillamet
La escuela supone un tiempo y un espacio
óptimos para desarrollar actitudes en las que
la presencia del otro resulte evidente y se
haga querida.
Junto a estas líneas, manual de urbanidad de
principios del siglo pasado.
CIVISMO: LAS CLAVES DE LA CONVIVENCIA
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“El informe Delors concreta que en la sociedad educadora se tiene que
tener presente la importancia del aprender a conocer, del aprender a hacer,
del aprender a ser y del aprender a convivir. La educación cívica forma
parte de estos cuatro saberes”.
Eva Guillamet
Eva Guillamet
La escuela hace de la acogida sin condiciones la base de su actividad, por lo que
supone un buen laboratorio para aprender a
desarrollar proyectos de vida distintos los
unos junto a los otros.
Eva Guillamet
aprender a conocer, del aprender a hacer, del aprender a ser y del
aprender a convivir.
La educación cívica forma parte de esos cuatro saberes. El conocimiento nos proporciona elementos de reflexión que interaccionan
con la manera de hacer y todo queda enmarcado en unas determinadas formas de ser deseadas y en un contexto en el que la convivencia es ineludible.
En este planteamiento, el conflicto es bien recibido, porque nos permite
activar nuestra acción educativa. Sin conflicto no hay duda, no hay progreso. Por tanto, en la escuela se puede dar acogida al conflicto, buscar
entre todos estrategias para solucionarlo y mantener viva la esperanza de
que esta solución se puede trasladar a otros ámbitos de la sociedad.
LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 6
Antes he dicho que nuestro proceso de humanización se va desarrollando durante toda nuestra vida. Uno de los elementos que conforman nuestra humanidad es el civismo, que no es otra cosa que la
capacidad de saber vivir con los demás, de saber cuáles son nuestros
derechos y de conocer y poner en práctica nuestros deberes.
Hacernos humanos significa, por tanto, que nos vamos haciendo cívicos. Así pues, no nacemos cívicos, ya que para serlo tenemos que aceptar que la vida en común exige un pacto –implícito y explícito– que
explique y ordene nuestras actividades, nuestra relación con el otro.
Necesitamos, por tanto, aceptar algunos principios, poner en práctica
algunas virtudes –la dignidad, la equidad, la libertad, la urbanidad, el
respeto, la cortesía, la amabilidad, la capacidad de acogida, el buen
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Enrique Marco
humor, la capacidad de escuchar, la paciencia, la benevolencia, etc.–
y disponer de organismos que posibiliten la vida en común, sobre
todo ahora que empezamos a establecer contactos con personas de
culturas muy diferentes a la nuestra.
Esta diversidad nos obliga a trabajar de manera crítica para construir un pacto de mínimos que nos permita desarrollar nuestro proyecto de vida junto a los proyectos de los demás.
La escuela, que es una institución que hace de la acogida sin condiciones la base de su actividad y que, por tanto, no debería marginar
ni seleccionar a nadie, es un buen laboratorio para poder hacer realidad este objetivo.
APRENDER A SER CÍVICO
Para aprender a ser cívico no hay recetas ni ingredientes. Ahora
bien, para que esto sea posible, tiene que haber esperanza y confianza en el otro y en uno mismo, en la continuidad del mundo y
en el trabajo de cada uno.
También los adultos, que somos responsables de los más jóvenes,
tenemos que dar ejemplo y expresar nuestra voluntad de transmitir.
Se necesita coherencia y constancia, constancia que exige tiempo y
tozudez; y asimismo es necesario el ensayo y la reflexión sobre las
consecuencias de nuestras acciones.
Y todo esto tiene que materializarse en la vida cotidiana, en los pequeños detalles, en las distancias cortas. El “buenos días” al traspasar el
umbral de la puerta de la escuela dice más que cualquier gran declaración que pueda escribirse y convertirse en un instrumento destacado de
gestión y que acaba dormitando en una estantería de la biblioteca.
En estos momentos, cuando en la sociedad conviven –o se enfrentan, dependerá de todos nosotros– diferentes culturas y visiones distintas de los mismos hechos –diferencias en las creencias sobre la
proximidad, sobre las formas de relacionarse, sobre las estructuras
lingüísticas y gestuales de la acogida o sobre el papel de la mirada–
es conveniente una formación sobre el valor y el sentido de estas
diferencias y un compromiso para revisar nuestros postulados, para
ir salvando todo lo que es salvable, cualquier diferencia que no cree
desigualdad, y llegar a establecer un pacto mínimo que nos permita
hacer realidad lo que apunta George Steiner en su diálogo con
Antoine Spire, recogido en el libro La barbarie de la ignorancia, y
que dice así: “Somos invitados de la vida. En este pequeño planeta
en peligro debemos ser huéspedes (...). Aprender a ser el invitado de
los demás y a dejar la casa a la que uno ha sido invitado un poco más
rica, más humana, más justa, más bella de lo que uno la encontró.
Creo que es nuestra misión, nuestra tarea.”
Que así sea.
CIVISMO: LAS CLAVES DE LA CONVIVENCIA
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