ARISTÓTELES 384-322 a.C. 1. La metafísica aristotélica y la crítica

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ARISTÓTELES 384-322 a.C.
1. La metafísica aristotélica y la crítica de la Teoría de las Ideas
"Todos los hombres tienen por naturaleza el deseo de saber". Con estas
palabras se inicia el libro primero de la Metafísica de Aristóteles. En el
nivel más alto del saber, después de la experiencia y la técnica, está la
ciencia, que busca el conocimiento del porqué de las cosas y lo
demuestra. Cuanto más universal y necesario sea este conocimiento, más
elevada será la ciencia.
Existen diferentes tipos de ciencias, y cada una de ellas se ocupa de
investigar sobre una parcela de la realidad. Sin embargo, ese deseo de
saber culmina en la adquisición de la sabiduría que consiste, para
Aristóteles, en el conocimiento de las causas y los principios del ser. Y
ese conocimiento es el objeto de la metafísica, de la ciencia de las
primeras causas y principios del ser, el conocimiento del ser "en cuanto
ser", el conocimiento de la causa última de la naturaleza y de la realidad.
Podríamos decir que la metafísica es la ciencia primera y más elevada de
todas porque se ocupa de lo más universal, que es el ser en general. No
se ocupa de ningún tipo de seres en particular, sino de lo que todos tienen
en común que es el ser.
La metafísica aristotélica se elabora en buena medida como reacción a la
teoría de las Ideas de Platón.
Aristóteles estará de acuerdo con Platón en que hay un elemento común
entre todos los objetos de la misma clase, el universal, la Idea, que es la
causa de que apliquemos la misma denominación a todos los objetos del
mismo género; admitirá, por lo tanto, que ese universal es real, pero no
que tenga existencia independiente de las cosas, es decir, que sea
subsistente. La teoría de las Ideas, por lo demás, al dotar de realidad
subsistente al universal, a la Idea, duplica sin motivo el mundo de las
cosas visibles, estableciendo un mundo paralelo que necesitaría a su vez
de explicación.
Tampoco es capaz de explicar el movimiento de las cosas, que era uno de
los motivos de su formulación; (recordemos que, al igual que los
pluralistas intentaban con su propuesta explicar la permanencia y el
cambio, la teoría de las Ideas se propone con la misma finalidad); ahora
bien, esta teoría no ofrece ningún elemento para explicar el movimiento,
el cambio, ya que siendo las Ideas inmóviles e inmutables, si las cosas
son una imitación de las ideas habrían de ser también inmóviles e
inmutables; pero si cambian ¿de dónde procede ese cambio?
Aristóteles considera que la teoría de las Ideas es imposible, ya que
establece una separación que no es comprensible entre el mundo visible
y el mundo inteligible. Las formulaciones de Platón para tratar de explicar
la relación entre las Ideas y las cosas, las teorías de la participación y la
imitación, lejos de explicar dicha relación no son más que metáforas.
Sin embargo, Aristóteles buscará una articulación real, no metafórica,
entre lo sensible y lo inteligible, y tendrá una concepción más realista, en
el sentido de que buscará en la realidad sensible concreta, y no fuera de
ella, el universal, la esencia inteligible de las cosas. La auténtica realidad
de la que ha de partir el conocimiento es la realidad concreta de las cosas
que nos rodean y no otra.
2. La teoría de las cuatro causas
Aristóteles nos presenta su teoría de las cuatro causas del ser: la causa
formal, la esencia, lo que hace que una cosa sea; la causa material, el
sujeto, aquello de lo que está hecho algo; la causa eficiente, lo que ha
producido ese algo; y la causa final, aquello a lo cual algo tiende o puede
llegar a ser.
Los primeros filósofos, los milesios, se ocuparon fundamentalmente de la
causa material, al buscar el arjé o primer principio material del que
procede toda la realidad; ese mismo principio o causas fue afirmando
también por los filósofos posteriores, ya sea postulando uno o varios
elementos como la materia originaria. Posteriormente otros filósofos,
buscaron también otro tipo de causa para explicar el devenir de la
realidad, la causa eficiente, que identificaron con el Amor y el Odio el
primero, y con el Nous o inteligencia el segundo.
Posteriormente la filosofía de Platón trataría de la causa formal,
representada por las Ideas, aunque, al dotarlas de una existencia
subsistente, las separara de las cosas de las que son forma o esencia.
Respecto a la causa final ningún filósofo la trató explícitamente, según la
opinión de Aristóteles, por lo que se presenta a sí mismo como innovador
al respecto. Por lo demás, ningún filósofo anterior trató estas causas de
una manera suficientemente clara y productiva, aunque a Aristóteles le
basta el que las hubieran tratado para confirmar que son todos los
principios que busca y que no hay ninguno más fuera de ellos.
3. Teoría de la sustancia
Los seres humanos podemos abordar el conocimiento de la realidad y
expresarlo gracias al lenguaje. Hay una correspondencia entre lo que
decimos de las cosas y lo que las cosas son.
De un sujeto determinado, por ejemplo, Sócrates, podemos decir algo que
le corresponda necesariamente y que no le puede faltar: «Sócrates es
hombre», o algo que le corresponde solo de hecho, puesto que seguiría
siendo el mismo sin ello: «Sócrates es calvo». Lo primero es un predicado
esencial, y lo segundo un predicado accidental. Aristóteles distingue
nueve clases de predicados accidentales además del predicado que
expresa su esencia. Estos predicados revelan los diferentes modos en los
que puede presentarse la realidad y se denominan categorías. Porque
aunque el ser es único, puede presentarse de diferentes maneras. En
total, tenemos diez modos o categorías:
1) Entidad es, por ejemplo, “hombre”.
2) Cantidad, por ejemplo, “de tres metros”.
3) Cualidad, por ejemplo, “rojo”, “filósofo”.
4) Relación, por ejemplo, “el triple que”.
5) Dónde, por ejemplo “en el Liceo”.
6) Cuándo, “el año pasado”.
7) Posición, por ejemplo, “está sentado”.
8) Estado, por ejemplo, “está armado”.
9) Acción, por ejemplo “cortar”, “quemar”.
10) Pasión, por ejemplo, “ser cortado”.
Después de observar que cualquier tipo de realidad puede ser objeto de
predicación, Aristóteles advierte que el sujeto de predicación es siempre
lo singular y concreto. Cuando digo, por ejemplo, «el hombre es mortal»,
aunque pongo como sujeto un término universal, estoy en realidad
diciendo que «todos y cada uno de los hombres son mortales». Y cuando
digo que «el color azul es el más bonito», lo que estoy diciendo es que «las
cosas azules son más bonitas».
Por tanto, las cosas individuales y concretas que nos rodean y percibimos
por los sentidos son la realidad primera o fundamental de la que en
definitiva hablamos y a la que Aristóteles llama sustancia o sustancia
primera. Así, el significado fundamental del ser es ser sustancia.
A lo esencial o universal también lo llama sustancia, pero como sustancia
segunda, porque ya hemos visto que el universal siempre hace referencia
a los seres individuales y concretos que son los que verdaderamente
existen.
Y llama accidentes a cualidades, cantidades, como azul, grande, antiguo,
redondo, etc., que solamente existen y podemos percibirlas en las cosas
concretas -en las sustancias- que son azules, grandes, etc.
Así, para Aristóteles, el ser más importante es el ser de la sustancia, que
es la realidad concreta, el ser individual y particular. La sustancia es lo
que tiene realidad en sí, por contraposición al accidente, que solo tiene
realidad en la sustancia primera. Además, de cada sustancia decimos
muchas cosas, pero la sustancia no se predica de ningún otro ser, sino
que es el último sujeto de predicación. Por eso la sustancia es el ser de
modo principal y fundamental.
Aristóteles distinguirá tres tipos de sustancias:
-
Sensibles corruptibles, es decir, las cosas del mundo que nacen y
mueren.
-
Sensibles incorruptibles, son las esferas cristalinas del mundo
celeste, eterno y perfecto.
-
Suprasensible o Dios, al que considerará el ser por excelencia.
4. El acto y la potencia
El mundo y la naturaleza están en un constante cambio y movimiento.
Para Aristóteles, que ha eliminado la división entre mundo sensible e
inteligible, son las propias sustancias las que se ven impulsadas desde
dentro, desde su propia esencia, a alcanzar y realizar su propio ser y
perfección (teleologismo). Las realidades del mundo sensible son
cambiantes, y el cambio había sido algo muy difícil de comprender desde
los primeros filósofos, ya que se pasa de no-ser algo a serlo, y de ser algo
a no-serlo. Aristóteles, corrigiendo a Parménides, distinguirá entre la
privación de algo como no-ser relativo y la nada o no-ser en absoluto.
Para Aristóteles, los conceptos de «acto» y «potencia» son principios del
ser que explican el cambio en las sustancias y cómo pueden adquirir la
perfección que les falta. Así, en un cambio hay que tener en cuenta tres
elementos:
-
La forma, el ser actual o en acto, que actualiza la potencialidad y
expresa la perfección del ser de una sustancia en un momento
determinado.
-
El sujeto del cambio o sustrato que cambia.
-
La potencialidad, que es un no-ser relativo, se refiere a lo que ese
ser puede llegar a ser, a sus posibilidades de desarrollo y
perfección.
El cambio y el movimiento será justamente el paso de la potencia al acto,
del ser posible al ser actual, o por decirlo de otro modo, la actualización
de la potencia.
Es famoso el ejemplo de la bellota y la encina. Al convertirse la bellota en
una encina se pierde la forma de la bellota y aparece la forma de la
encina, pero hay un sujeto del cambio a través del proceso, y en ese sujeto
estaba ya de algún modo la forma de la encina como desarrollo de la
propia naturaleza del ser vivo. No se ha producido, por tanto, un paso de
no-ser encina a ser encina, sino el proceso natural de ser bellota actual
y encina en potencia a ser encina en acto. Las cosas no son simplemente
lo que son en un momento determinado, su forma actual, sino que son
también su potencialidad.
5. Materia y forma
En su análisis de la sustancia, Aristóteles distinguirá entre aquello de lo
que las cosas están hechas, la materia, y la manera de estructurarse esa
materia, la forma. Toda sustancia está compuesta de materia y forma.
Materia y forma están unidas y no pueden darse separadas; forman parte
o son dos aspectos de una sola cosa, la sustancia, que es lo único que
realmente existe.
La materia es la parte potencial de la sustancia que Aristóteles descubre
en el análisis del cambio, en el sentido de lo indeterminado a partir de lo
cual las cosas están hechas, que no es por sí mismo ninguna cosa más
que potencialidad indeterminada, pero que puede llegar a serlas
conforme a la determinación actual que le confiere la forma. Es el
sustrato permanente para poder decir que las cosas cambian. La materia
es el principio constitutivo de las realidades sensibles, porque sirve como
sustrato de la forma.
La forma es la manera concreta y definida de presentarse la materia, y es
lo que hace que una cosa sea lo que es actualizando su potencialidad, la
esencia inseparablemente unida a una materia.
Existe, por tanto, una correlación entre los conceptos de potencia/acto,
con los de materia/forma. La materia tiene que ver con el ser potencial
de la sustancia, y la forma con lo que hace que una cosa sea lo que es y
que determina su ser en acto. A la teoría que mantiene que todo ser tiene
una materia y una forma se la denomina «hilemorfismo».
6. La física
La física estudia los seres naturales del mundo sensible que están sujetos
a cambio. Los seres naturales son aquellos que tienen un principio
interno de movimiento al que Aristóteles llama «naturaleza». Los seres
artificiales no tienen naturaleza propia. Su movimiento depende del
elemento natural del que están construidos.
Los seres naturales están cambiando constantemente y tienden a
alcanzar su máximo desarrollo y perfección. Por tanto, lo más importante
será la explicación del cambio en la naturaleza. El cambio o movimiento
es, como acabamos de ver, el paso de la potencia al acto. Habrá siempre
una potencialidad que se actualiza en un determinado ser. Para
Aristóteles, los cambios en los seres naturales pueden ser de dos tipos:
-
Cambios accidentales. Son todos aquellos cambios poco
importantes en los que no se ve afectada la sustancia en su
esencia. Pueden cambios cuantitativos, cualitativos o locales.
Cambian los accidentes pero permanece la sustancia. Por ejemplo,
el crecimiento de un niño.
-
Cambios sustanciales. Se producen cuando se ve afectada la
sustancia destruyéndose o generándose una nueva. Por tanto,
tiene lugar en los procesos de generación y corrupción de
sustancias. Lo que permanece bajo este tipo de cambio es lo que
Aristóteles denomina «materia primera». Es un concepto abstracto
que se refiere a algo absolutamente informe e indeterminado,
sustrato último de la realidad. Ejemplo: el niño muere.
No comprendemos del todo algo hasta que no hemos captado su porqué,
es decir, hasta que conocemos su causa. Las causas que explican los
cambios para Aristóteles son:
1) Causa material: aquello a partir de lo cual algo cambia.
2) Causa formal: lo que determina la estructura de la materia.
3) Causa eficiente: lo que inicia el proceso de cambio.
4) Causa final: aquello para lo que algo cambia.
Por último, veamos qué concepción tenía Aristóteles del universo, ya que
su visión perdurará y tendrá consecuencias importantes durante toda la
Edad Media. Aristóteles dividió el universo en dos mundos:
I.
Mundo sublunar: constituido por la Tierra, que ocupa el centro del
universo, y los otros tres elementos estratificados a su alrededor.
Existen cambios, la generación y la corrupción. Hay ciertas
regularidades, y el movimiento típico es el rectilíneo.
II.
Mundo supralunar: constituido por el quinto elemento, el éter,
incorruptible e inmutable. De él están compuestos los astros, que
se mueven en esferas cristalinas en torno a la tierra. La última
esfera es la de las estrellas fijas. En este mundo rige la perfección,
todo acontece según una regularidad matemática sin excepciones
y el movimiento que se da es el circular, que es lo más perfecto.
7. Teología
Si bien es cierto que la metafísica se ocupa del ser en general, es decir,
de la sustancia, también es cierto que el ser más elevado es Dios, y a él
le dedica con especial atención una parte de la metafísica.
Aristóteles llega a Dios al preguntarse por la razón y la causa última del
movimiento y del cambio de todo lo que existe en la naturaleza, ya que
las cosas sensibles se corrompen, están continuamente naciendo y
muriendo. ¿Cuál es, por tanto, la razón última del cambio y del
movimiento? La causa última ha de ser una causa incorruptible y eterna,
a la que llamará Dios. Dios ha de ser, dice Aristóteles, el origen y causa
última del movimiento y del cambio en la naturaleza.
Todas las cosas están en constante cambio y movimiento, pasando de la
potencia al acto, en proceso de alcanzar su propia perfección. A su vez,
todo lo que se mueve ha tenido la capacidad de moverse, pero requiere
una causa distinta de su movilidad para llegar a moverse, un motor o
causa eficiente. Del mismo modo, el motor necesita una causa que
actualice su potencia de mover, es decir, todo motor es a su vez movido.
Nos hallamos, aparentemente, ante una cadena sin fin de motores, pero
así no explicaríamos el hecho mismo del inicio del movimiento. Tiene, por
tanto, que existir un primer motor inmóvil, que mueve a todo lo demás
sin ser movido por nada, al que llama Dios.
Pero, ¿cómo puede Dios mover todo permaneciendo inmóvil? Nos dice
Aristóteles que el Primer motor o Dios no mueve a las cosas con
causalidad eficiente, al modo en que nosotros movemos una mesa
empujándola, sino que mueve más bien con causalidad final: Dios mueve
atrayendo hacia sí a las cosas, del mismo modo que el amado «mueve» al
amante, inspirando amor y deseo, atrae como atraen los fines que
despiertan en nosotros un apetito por su posesión. Por tanto, Dios mueve
a modo de atracción, impulsando a cada ser a la realización de su
finalidad para alcanzar su propia perfección.
Este Dios no puede haber estado nunca en potencia de mover, por lo que
ha de ser acto puro. Su actividad no puede requerir materia, luego no
puede ser otra cosa que el pensar, pero no un pensar que pasa de una
cosa a otra, sino un pensar intuitivo que tiene todo presente en un único
pensamiento. Será puro pensamiento, es decir, pensamiento de sí mismo,
puesto que él es la perfección del ser.
Nada tiene que ver este Dios, evidentemente, con la concepción cristiana
a la que estamos acostumbrados. El Dios de Aristóteles es un principio
al que ha tenido que llegar para dar una explicación última del porqué
del movimiento, el cambio y la finalidad presentes en la naturaleza.
8. El ser humano
El ser humano es una sustancia compuesta de materia y forma. La
materia es el cuerpo, y la forma el alma racional. El alma es el acto
primero de un cuerpo natural organizado que tiene la vida en potencia.
El alma es siempre principio de vida, la cual es muy diversa y por eso
Aristóteles distinguirá diferentes tipos de alma dependiendo de las
funciones que los seres vivos puedan realizar:
I.
En los vegetales, el alma vegetativa permite la nutrición,
crecimiento y reproducción.
II.
En los animales el alma sensitiva hace posible la percepción,
apetición y locomoción.
III.
En el ser humano, además, el alma racional hace posible el
conocimiento, la reflexión y la elección, y supone una vida más
perfecta.
Como el alma es la forma sustancial, no cabe pensar que haya dos almas
en el animal o tres almas en el hombre, sino que una única alma o forma
sustancial engloba las funciones inferiores.
Dada la concepción aristotélica, cuerpo y alma están unidos de forma
intrínseca. El alma desaparece como forma sustancial del cuerpo con la
muerte. Por tanto, no hay lugar para la inmortalidad del alma, al menos
entendida ésta de manera individual.
9. El conocimiento humano
El conocimiento es una de las actividades más importantes de nuestra
alma. Sin embargo, el ser humano es una unidad sustancial y, por lo
tanto, nuestros conocimientos serán el resultado de la colaboración entre
alma y cuerpo: los sentidos proporcionan datos que el entendimiento
organiza y piensa. Aristóteles distingue básicamente dos niveles de
conocimiento:
I.
El conocimiento por los sentidos. Deriva directamente de la
sensación y es un tipo de conocimiento inmediato y fugaz,
desapareciendo con la sensación que lo ha generado. El
conocimiento sensible es propio de los animales inferiores. En los
animales superiores, sin embargo, al mezclarse con la memoria
sensitiva y con la imaginación puede dar lugar a la experiencia, un
tipo de conocimiento más persistente que, aunque no nos permita
conocer el porqué y la causa de los objetos conocidos, nos permite
tener conocimiento de las cosas particulares.
II.
El conocimiento intelectual. El conocimiento humano no se agota
en la percepción y en las representaciones de la imaginación y la
memoria que dependen de la percepción. Las cosas, además de
poder ser percibidas, pueden ser entendidas y conocidas por el
hombre, es decir, podemos captar las formas esenciales inteligibles
de las cosas -el universal-. Por eso, el nivel más elevado de
conocimiento vendría representado por la actividad del
entendimiento y el saber científico, que nos permitiría conocer el
porqué y la causa de los objetos. Este es el verdadero conocimiento,
pero ha de surgir necesariamente de la experiencia.
El punto de partida del conocimiento lo constituyen, pues, la sensación
y la experiencia, que nos pone en contacto con la realidad de las
sustancias concretas. Pero el verdadero conocimiento es obra del
entendimiento y consiste en el conocimiento de las sustancias por sus
causas y principios, entre las que se encuentra la causa formal, la
esencia, el universal, que es el objeto de conocimiento propio del
entendimiento.
¿Cómo capta el entendimiento la forma, el universal? A partir de la
sensibilidad, la memoria y la imaginación, elaboramos una imagen que
contiene los elementos materiales y sensibles de la sustancia, pero
también los formales. Es sobre esta imagen sobre la que actúa el
entendimiento, separando en ella lo que hay de material de lo formal
para, al quedarse con las formas esenciales, poder así pensar las cosas.
En realidad, todo este proceso es más complejo de lo que parece, ya que
para Aristóteles, si bien es cierto que las cosas pueden ser conocidas y
nosotros podemos conocerlas, es decir, que el conocimiento es algo
posible, en potencia, también es verdad que dos potencialidades, la del
entendimiento y la inteligibilidad de las cosas, no explicarían el hecho del
conocimiento intelectual, ya que hace falta algo que actualice esa
potencialidad. Por eso, Aristóteles hará una distinción entre el
entendimiento paciente o pasivo, y el entendimiento agente o activo. El
entendimiento agente realiza propiamente la separación de la forma y la
materia, quedándose con el elemento formal que recibe el entendimiento
paciente para poder comprender y pensar la realidad.
Quizá lo entendamos mejor con la siguiente comparación. Para la visión
hace falta una tercera cosa, además del ojo sano y el objeto visible, que
es la luz: la luz es lo que hace que el ojo vea y el objeto sea visto. De la
misma forma, el entendimiento agente es pura actividad de entender o
iluminar sin pasar de la potencia al acto, por lo que es separada de la
materia, imperecedera y divina.
1. La ética
La ética es en Aristóteles una ciencia práctica que tiene que ver con la
acción, es decir, trata de lo que puede y debe ser la vida humana. Si todo
en la naturaleza tiende a su perfección, el hombre como ser natural que
decide sobre sus actos necesita saber cuál es el fin o bien propio de su
naturaleza. La ética consiste en la reflexión sobre las acciones y los fines
que debe alcanzar el ser humano.
Todo ser humano se comporta haciendo múltiples actividades pensando
en lo que es bueno para sí mismo. Nadie en su sano juicio haría algo para
perjudicarse. Pero la mayoría de nuestras acciones van encaminadas a
buscar un bien superior. El fin o bien supremo será aquel que
quisiéramos conseguir por sí mismo, y que no se subordina a ningún
otro. Ese bien supremo es la felicidad. Así, cada acción pretende
conseguir mayores grados de felicidad, que es el fin último al que
aspiramos todos.
El objetivo de la ética es investigar y aclarar en qué consiste la auténtica
felicidad humana, ya que aunque todos queremos felices, existen
diferentes opiniones acerca de en qué consiste la felicidad. Para algunos
es la riqueza, o el placer, o los honores. Es más, a veces incluso un mismo
individuo varía y cambia de opinión sobre este punto.
Para descubrir en qué consiste la verdadera felicidad del hombre, habrá
que tener en cuenta cuál es la actividad propia de su naturaleza, la que
le caracteriza y distingue de otros animales, y cuáles son las funciones o
virtudes que permiten realizarla.
Lo que nos distingue de los animales es la posesión de la razón, de ahí
que la felicidad máxima recaiga sobre la actividad intelectual y tenga que
ver con el uso de la razón.
Aristóteles, por tanto, concede preferencia a los bienes del alma sobre los
del cuerpo o los bienes exteriores al explicar la plenitud y la felicidad de
la vida humana. Sin embargo, los bienes exteriores serán un
complemento imprescindible para la felicidad, ya que es casi imposible
hacer el bien y ser feliz cuando uno está privado de todo. Para multitud
de cosas son instrumentos indispensables los amigos, la riqueza, etc. Por
tanto, una vida feliz ha de combinar el cultivo del alma y la virtud, y
disponer de bienes que favorezcan su cumplimiento.
La felicidad es el bien supremo al que aspira la vida humana, pero no es
efecto del azar, sino que se obtiene por la práctica de la virtud y mediante
un largo aprendizaje. Aristóteles distinguirá entre dos tipos de virtudes:
I.
Virtudes intelectuales. Son las más elevadas, las que perfeccionan
nuestra capacidad de conocer. Las virtudes intelectuales son
disposiciones o estados que se crean mediante la educación y la
costumbre que forma hábitos a través de los cuales se alcanza la
verdad y son las que siguen:

Sabiduría, que integra los conocimientos de la metafísica, las
matemáticas y las ciencias de la naturaleza.

Prudencia, que es una disposición y un saber que teniendo
en cuenta la experiencia y la práctica, nos permite obrar con
acierto en lo relativo a las cosas buenas y malas para los
hombres, es decir, buscando el bien. El hombre prudente no
dirige su acción aplicando de manera automática un
conjunto de reglas, sino que es capaz de deliberar y discernir
qué es lo bueno y lo malo en cada situación particular. La
prudencia es una virtud fundamental que engloba a las
demás y sirve de puente entre las virtudes intelectuales y las
virtudes éticas.
II.
Virtudes éticas. Son aquellas que perfeccionan nuestro carácter y
tienen que ver con conductas concretas. Por tanto, se refieren a la
elección y tienen que ver con nuestra voluntad, porque no basta
con conocer para obrar bien -como defendía el intelectualismo
moral socrático-, sino que uno debe estar dispuesto a elegirlo y
mantenerse firme en la elección. La virtud ética consiste en la
capacidad de orientar nuestra acción hacia un término medio
relativo a nosotros. Todas las faltas consisten en el exceso o el
defecto de una cualidad, que si está presente en el grado moderado
es una virtud. Así, el valor es el término medio entre la cobardía y
la temeridad; la generosidad, entre la ruindad y la prodigalidad; la
templanza, entre el desenfreno y la apatía, etc.
Este término medio no es absoluto, sino relativo a nosotros
mismos. Lo que uno considera excesivo puede ser escaso para otro,
lo que en una circunstancia consideramos mejor varía en una
circunstancia distinta.
Dentro de las virtudes éticas Aristóteles reconoce una especial
importancia a la justicia, ya que en cierto modo comprende a todas las
demás, en cuanto que introduce la armonía en el conjunto, asignando a
cada parte la función que le corresponde. Es el fundamento del orden y
la convivencia. La justicia consiste esencialmente en dos cosas:
a) La legalidad: en primer lugar, en sentido amplio, en la obediencia
a las leyes y su cumplimiento. Las leyes regulan la convivencia
humana y su incumplimiento es la primera injusticia. El buen
ciudadano que observa bien las leyes será un hombre justo.
b) La igualdad: en segundo lugar, en la relación a los demás
individuos considerados como ciudadanos iguales y libres. La
excelencia de la justicia está en no buscar solo el bien propio del
individuo, sino también el de los demás. Por eso, las relaciones
entre ciudadanos deben estar presididas por la igualdad, dando a
cada uno lo que se le debe. Si hay una injusticia, violando la
igualdad, el restablecerla le corresponde al juez.
Como complemento de la justicia Aristóteles señala la virtud de la
«equidad», que es el hábito de interpretar y aplicar la ley, determinando
lo que es justo en cada caso particular, ya que la ley tiene siempre un
carácter universal y no puede prever todos los casos particulares.
2. La política
La vida social y la organización política no es algo artificial e impuesto a
la naturaleza humana, sino que nacen de la misma naturaleza del
hombre. El hombre es un animal político, no solo porque la vida en
sociedad es condición de su subsistencia, sino porque únicamente en la
convivencia puede alcanzar la perfección moral e intelectual que le es
propia. Es exclusivo del hombre el sentido del bien y del mal, de lo justo
y lo injusto, que es lo que fundamenta la vida conjunta primero en familia
y que origina luego con la unidad de familias la sociedad política.
La felicidad es el fin de los individuos y de la sociedad, ya que el Estado
existe en función de la perfección de los individuos. Sigue existiendo, por
tanto, una estrechísima relación entre la ética y la política, entre el
ciudadano y la pólis, ya que no se concibe la posibilidad de una vida feliz
y perfecta fuera de ésta. Sin embargo, aunque el bien del individuo y la
ciudad son el mismo, es evidente que es más grande y perfecto alcanzar
y preservar el de la ciudad, y de ahí la importancia y excelencia de la
tarea política.
Aristóteles, fiel a su realismo, analizó las diversas formas de gobierno. En
realidad, existen dos géneros de constitución política: aquella en que rige
el principio del bien común y aquella en que rige el interés de los que
gobiernan. Considerará buen gobernante al que se preocupa del bien
común, ya sean una o varias personas.
El Estado vive mejor cuanto menores sean las diferencias entre sus
miembros. Por eso, aunque las formas de organización política pueden
ser muchas y la mejor en teoría sería la monarquía o la aristocracia puesto que es más fácil la realización de la virtud de esta forma que
cuando el poder está en manos de la mayoría, como sucede en la
república o democracia-, Aristóteles como político realista prefiere la
república. Solo la república puede establecer un equilibrio entre los
diferentes grupos que forman parte de la sociedad. Así, el ideal práctico
sería la república intermedia en que una amplia clase media mayoritaria
marcase las pautas de actuación, ya que el justo medio es lo mejor en
muchas cosas.
La finalidad del Estado es moral y por ello debe proponerse el incremento
de los bienes del alma, el incremento de la virtud. La ciudad perfecta
debería poseer medida humana (ni mucho ni poco) tanto en su número
de habitantes como en la extensión de su territorio. Los ciudadanos serán
en su edad juvenil guerreros, luego consejeros y, en la ancianidad, se
convertirán en sacerdotes. Igual que en Platón, dado que la felicidad
depende de la felicidad de cada uno de los ciudadanos, el equilibrio entre
hombre y sociedad, dependerá de la educación. La educación, no solo
como instrucción sino como educación mora. Por eso, será preciso
mediante la educación transformar a cada ciudadano en lo más virtuoso
posible. Así, el ideal supremo del Estado ha de ser vivir en paz y hacer
las cosas que son bellas.
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