Videopresentaciones sobre Shaftesbury

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TRANSCRIPCIÓN DE LAS VIDEOPRESENTACIONES DEDICADAS AL PENSAMIENTO DE
SHAFTESBURY
-Shaftesbury y el “Common sense” de lo que es sublime y bello
-Shaftesbury y la virtud como la suprema belleza
Profesor: Juan Martín Prada
Curso “La Estética y la Teoría del Arte en el siglo XVIII”.
AVISO: Este documento se ha realizado a través de software de reconocimiento de voz,
partiendo de las videopresentaciones impartidas por el profesor Juan Martín Prada e incluidas
en este curso MOOC. Dada la dificultad para convertir una presentación oral en texto escrito,
este documento puede contener algunas variaciones respecto al material original.
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Anthony Ashley Cooper, tercer conde de Shaftesbury, nació en Londres en 1671. Fue discípulo
de John Locke, quien estaba encargado de su educación, y aunque desde luego la influencia de
éste en su pensamiento será más que evidente, Shaftesbury acabará discrepando con él en
muchos aspectos.
En 1711, compilará muchos de sus más importantes escritos en esta obra que vemos en la
imagen, perteneciente a una edición de 1732, titulada Characteristics of Men, Manners,
Opinions, Times y en el que están incluidos la mayor parte de sus textos más importantes,
como son “Carta sobre el entusiasmo”, “Indagación sobre la virtud y el mérito”, “Los
moralistas”, etc.
Como afirmó Ernst Cassirer en su conocida Filosofía de la Ilustración (FCE, Mexico, 1950, p.
342.), Shaftesbury sería el primer autor “en ofrecer y cimentar una filosofía verdaderamente
amplia e independiente de lo bello” aunque desde luego ésta no será aún una disciplina
autónoma, dado que, como vamos a ver, lo bello no será aquí, en absoluto, desvinculable de lo
bueno y de lo verdadero. Es decir, que con Shaftesbury, la estética no adquirirá en ningún caso
aún autonomía como disciplina filosófica específica, algo que, probablemente, no sucederá de
forma verdadera hasta la Crítica del Juicio de Kant.
El platonismo es un rasgo muy evidente en la filosofía de Shaftesbury, quien incluso empleará
la forma de diálogo a la manera socrática para el desarrollo de algunos de sus escritos, como
éste que vemos en la imagen, “Los moralistas”, de 1709.
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Son ciertamente muchísimos los elementos de influencia platónica en Shaftesbury, como el
concepto de “número interior”, las ideas de orden y proporción, fundamentales en su noción
de belleza, o su concepción jerárquica de lo bello, estructurada en tres órdenes (y que desde
luego recuerda mucho las divisiones platónicas), la correspondencia que plantea entre lo bello,
lo bueno y lo verdadero, etc.
Un dato anecdótico, pero que no quisiera pasar por alto es que, según aseguran algunos
autores (Paknadel, 1974) Shaftesbury diseñó muy cuidadosamente las imágenes que
ilustrarían su libro Characteristics…, considerando que podrían presentar sus pensamientos de
una manera tan efectiva como el propio texto escrito. Por ello, muchas de estas imágenes me
servirán también aquí, en esta presentación, para ir ilustrando algunos de los comentarios que
voy a ir haciendo.
Shaftesbury situó su teoría de la naturaleza humana en un contexto teleológico. Para
Shaftesbury nuestro mundo es un contexto necesitado de Dios, pues si el mundo no lo
presidiera una mente universal, si no hubiera una suprema inteligencia, es decir, si no existiera
Dios, y sin que éste no cuidara providencialmente del mundo “éste estaría condenado a sufrir
infinitas calamidades”. Por tanto, en opinión de nuestro filósofo, sería la divinidad quien
establecería de forma segura el interés del todo, el orden universal, la belleza de las cosas…
No es extraño, por todo ello, que Shaftesbury considerase que el fin del ser humano es, ante
todo, alcanzar la virtud.
Y como no podría ser de otra manera, la elección de la virtud frente al vicio será un tema
fundamental en sus escritos, siendo precisamente esta imagen de Hércules rechazando al
placer y eligiendo la virtud una de las elegidas para ilustrar este libro.
En cualquier caso, lo más importante aquí es que Shaftesbury anticipa en estos escritos lo que
será el llamado “sentimentalismo moral” desarrollado luego en cierta manera por Hutcheson y
Hume.
Y ¿qué es el “sentimentalismo moral”? Pues con este término, por ejemplo, se indicaría la
imposibilidad de que los seres humanos no sintamos agrado ante imágenes o representaciones
de justicia, generosidad, gratitud, y que, por el contrario, no podamos evitar sentir desagrado
ante imágenes de injusticia, vanidad o ingratitud.
En efecto, para Shaftsbury, es natural en todos nosotros un sentido de lo correcto y de lo
erróneo, un sentido básico y puramente natural, que luego Hutcheson, como veremos en otras
sesiones, denominará el “sentido interior” moral. Al igual que las formas, los colores, o las
proporciones de los cuerpos presentados ante nuestros ojos, necesariamente producirían
(siempre en opinión de Shaftesbury) un efecto de belleza o fealdad, lo mismo sucedería con las
conductas. En su opinión, y ésta es una afirmación muy importante, hay un “common sense”,
un sentido común y natural de lo que es sublime y bello en las cosas.
Por tanto, en la filosofía de Shaftesbury, la virtud estaría totalmente relacionada con la belleza,
es decir, la virtud no sería distinguible de ella ¿Y por qué?, pues porque “La virtud no es sino el
amor al orden y la belleza en la sociedad”. Y de hecho, y como muy bien señala Raymond
Bayer “Si la estética de Shaftesbury es una moral, es porque su ética es una estética”.
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Pero por ahora dejémoslo aquí, y sigamos en la segunda parte de esta presentación indagando
en torno a esta cuestión, sin duda central en su teoría estética.
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Como ya he comentado en la primera parte de esta presentación centrada en Shaftesbury, el
orden de mundo moral sería para él igual al del mundo natural, y la virtud sería por ello la
suprema belleza, el origen de todo lo que es bueno y amable. Insisto nuevamente en la
importancia de que la virtud es para este pensador la suprema belleza.
Lo justo y sus encantos estarían por tanto por encima de todas las demás bellezas de la
naturaleza. La virtud sería en su filosofía la principal de todas las excelencias y bellezas, y la
más amable, “la que sostiene las comunidades, mantiene la unión, la amistad y la conexión
entre los hombres, lo que hace que los países, naciones y las familias florezcan y puedan
acceder a la felicidad”.
No hay en el mundo, afirma Shaftesbury, un asunto más apropiado sobre el que reflexionar,
una más importante vista o contemplación que una acción bella, proporcionada y adecuada,
nada tan encantador como una acción generosa. De manera que la belleza, y lo bueno serían
para Shaftesbury lo mismo, una misma cosa.
Incluso, afirmará, que “no hay verdadero disfrute de la belleza aparte de lo que es bueno” y
que “no habría nada realmente bueno aparte del disfrute de la belleza”.
Pero aquí parece necesario ya que nos preguntemos ¿y qué cualidades formales tiene lo bello?
Pues bien, para Shaftesbury la belleza dependería de dos conceptos: la simetría y el orden. Lo
que es bello, escribe, es armonioso y proporcional, lo que es armonioso y proporcional es
verdadero, y lo que es a la vez ambas cosas, bello y verdadero, es agradable y bueno.
Para Shaftesbury, hay un poder en los números, en la armonía, en la proporción y en la belleza
de todo tipo, que cautiva de forma natural al corazón, y eleva la imaginación a un concepto de
algo majestuoso y divino. Por ello, el artista debe poner su mirada en la belleza de la
naturaleza y en la perfección de los números.
De este modo, un pintor, escribe Shaftesbury, si tiene algo de talento, comprende la verdad y
la unidad de su obra, ésta debe constituir un todo por sí misma, completo, independiente. Los
detalles deben subordinarse al diseño general, y todas las cosas deben estar subordinadas a lo
que es lo principal, con el fin de producir una cierta naturalidad de la mirada, una visión
simple, clara y unificada. Y en este sentido, Shaftesbury pone como ejemplos de máximos
pintores a Miguel Ángel, entre los modernos, y a Zeuxis entre los antiguos.
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En las obras de las artes plásticas, escribe “las diversas zonas deben representar la
correspondencia o unión de cada parte de la naturaleza con la naturaleza entera misma, y esta
aprehensión natural, este sentido de unidad (…) es el que denotaría la justedad y verdad de la
obra”.
Sin embargo, armonía y proporcionalidad no parecen ser para Shaftesbury elementos
suficientes para alcanzar los mayores niveles de belleza en el arte. Por ello, no dejará de insistir
en que lo meramente natural debe rendir homenaje a lo histórico o moral. Toda belleza, toda
gracia, escribe, “debe ser sacrificada a la belleza real de su primer y más alto orden”.
¿Y qué quiere decir con esto?, pues que el artista que ha adquirido el conocimiento del todo y
de las partes, es decir, el que es capaz de crear una obra plenamente armónica, debe después
aplicarse al estudio de la verdad moral, de forma que poco a poco aprenda a rechazar los
falsos ornamentos, la gracia afectada, las exageradas pasiones, las formas hiperbólicas o
prodigiosas, “que al igual que los meros caprichos y los grotescos, destruyen la justa
simplicidad y unidad que es esencial en una obra”.
Es por tanto necesario para el artista comprender la verdad moral, la belleza de los
sentimientos, lo sublime del carácter. Pues, escribe nuestro filósofo, “de todas las bellezas (…)
la más deliciosa, la más cautivadora y patética es la surgida de la vida real y de las pasiones.
Nada afecta el corazón como lo que es puramente de su propia naturaleza, tal como la belleza
de los sentimientos, la gracia de las acciones, las proporciones y rasgos de una mente humana
(…) el autor fabuloso nos conduce con placer a través del laberinto de las afecciones y hace
que nos interesemos por las pasiones de sus héroes y heroinas”.
De ahí que el principal tema o materia del arte, podríamos decir, sería, para Shaftesbury, la
parte moral del hombre, las actitudes, las bellezas del alma humana.
Así pues, en su opinión, el hombre que realmente y en su justo sentido merece el nombre de
poeta sería “el que puede describir tanto a los hombres como sus actitudes, el que conoce los
límites de las pasiones, sus tonos exactos y medidas (…) el que es capaz de dar proporciones
adecuadas a una acción”. El artista, en definitiva, no puede aplicar colores, dibujar, o describir,
en contra de la apariencia de la naturaleza y de la verdad. Por eso, añade: “el buen poeta y
pintor, odian la pequeñez, y están temerosos de la singularidad, que harían que sus imágenes
o personajes parecieran caprichosos y fantásticos”. El poeta, en definitiva, necesariamente
debe ser como el filósofo, un maestro de los temas comunes de la moralidad.
Y antes de terminar esta presentación, sí que querría señalar, pues también querría ir
introduciendo a los autores que vamos a ver más adelante en este curso, que muchas de estas
cuestiones en torno a lo moral y la virtud las volveremos a ver presentes en Diderot, quien, de
hecho, fue un atento lector de Shaftesbury. Ciertamente, parece indudable que la apología de
la moral en el ámbito del arte que aparecerá, como veremos, en el pensador francés, tiene
como antecedente más directo lo planteado por Shaftesbury en su obra “The Moralists”. No
en vano, para Diderot, la pintura debiera “hacer la virtud amable, el vicio odioso, el ridículo
ostentoso”.
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Considero también muy digno de mención aquí el protagonismo que da Shafesbury a lo que él
denomina “virtuosos” y que debemos entender aquí como un ideal del hombre ilustrado. Los
“virtuosos”, escribe, son “los amantes de las artes y del ingenio, que han visto el mundo y que
se han formado en los usos y costumbres de las diversas naciones de Europa; que han
indagado sobre su antigüedad y sus monumentos; que han meditado sobre su política, sobre
sus leyes y constituciones; que han observado la situación, la fuerza y el ornamento de su
ciudad, sus artes principales, sus estudios y sus pasatiempos; su arquitectura, escultura,
pintura, música, y sus gustos en poesía, cultura, lenguaje y conversación”. Pero lo más
importante es que para Shaftesbury ser un “virtuoso” es un paso adelante para llegar a ser un
hombre de virtud y de buen sentido (Characteristics, pp. 252-253). Una figura la del “virtuoso”
que solo sería comprensible, en el contexto del pensamiento de Shaftesbury, porque para él,
como ya señalé antes, el amor a la belleza es el sostén necesario de la virtud. Y dado que el
virtuoso ama el orden y la perfección, lo buscará en todas partes.
Como acabo de decir, Diderot asumirá la necesaria vinculación que establece Shaftesbury
entre arte y moralidad. Sin embargo, el pensador francés no dejará de plantear una dura
crítica al pensamiento estético de Shaftesbury en relación a una cuestión que aún no he
comentado y que tiene que ver con la noción de utilidad, y con la que ya terminaré esta
presentación.
Escribe Shaftesbury en su texto Characteristics… que “Las mismas formas y proporciones que
producen belleza, ofrecen ventaja adaptándose a la actividad y al uso. Incluso en las artes
imitativas o de diseño (…) la verdad o belleza de toda figura o estatua se mide desde la
perfección de la naturaleza, en su justa adaptación de cada miembro y proporción a la
actividad, fuerza, habilidad, vida y vigor de las especies particulares o del animal”. Por tanto,
belleza y verdad están en Shaftesbury claramente unidas a la noción de utilidad y
conveniencia. Y es aquí, como digo, donde Diderot centrará su crítica, afirmando, en una
lectura pienso que excesivamente reduccionista, que para Shaftesbury “no hay más que una
forma de lo bello, cuyo fundamento es lo útil”, un planteamiento éste que Diderot rechazará
tajantemente en sus Investigaciones filosóficas sobre el origen y naturaleza de lo bello
escribiendo que por ello “el sistema propuesto sobre lo bello planteado por Shaftesbury era el
más defectuoso entre los propuestos por Platón, San Agustín, Wolff, Crousaz, Hutcheson y el
Padre André”.
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