DECLARACIÓN PATRIARCAL SOBRE LA SANTA PASCUA No. de

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 DECLARACIÓN PATRIARCAL SOBRE LA SANTA PASCUA No. de Protocolo 316 BARTOLOME POR LA MISERICORDIA DE DIOS ARZOBISPO DE CONSTANTINOPLA‐NUEVA ROMA Y PATRIARCA ECUMENICO A TODO EL PLEROMA DE LA IGLESIA LA GRACIA, LA PAZ Y LA MISERICORDIA DEL SALVADOR CRISTO GLORIOSAMENTE RESUCITADO Hermanos e hijos amados en el Señor, Cristo resucitó! Alegre y radiante ha brillado una vez más el santo día de la Pascua y disemina alegría, consuelo, regocijo, e innegable esperanza de vida a todos los fieles, a pesar de la pesada atmósfera que reina mundialmente a causa de la crisis multidimensional con todas sus penosas consecuencias en la vida cotidiana de la humanidad. Resucitó del sepulcro Cristo el Teántropo y con Él ha resucitado también el hombre! El poder de la muerte es ya parte del pasado. La desesperación de la cautividad del Hades ha pasado irreversiblemente. El único Fuerte y dador de la Vida, habiendo asumido voluntariamente a través de su encarnación toda la miseria de nuestra naturaleza y hasta su mismo capítulo que es la muerte, ya “ha dado muerte al Hades con el rayo de su divinidad”1 y ha concedido al hombre vida y “sobrante” de vida2. Apolitikion de la resurrección II Modo. Jn. 10.10. 1
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El demonio, aunque ya debilitado y completamente impotente y ridiculizado, siendo consecuente con su nombre, no detiene de calumniar y de tergiversar esta sobra de vida que el Resucitado nos ha concedido. La calumnia a través del agravio todavía presente en el mundo tanto hacia Dios como hacia nuestro prójimo y la creación. La tergiversa a través de la todavía existente dentro nuestro “antigua escoria” del movimiento pecaminoso, de la cual siempre convenientemente se aprovecha, intentando engañarnos ya sea a través del pecado a nivel práctico, o a través del engaño sobre la fe. El “agravio” es nacido de la “escoria” aquella, y ambos constituyen la horrible pareja responsable por la perturbación de nuestras relaciones hacia nosotros mismos, hacia los demás, hacia Dios y hacia toda la creación. Por esto, es una innegable necesidad que nos purifiquemos de aquella escoria con toda atención y cuidado, a fin de que brille ampliamente la vivificadora luz del Cristo Resucitado en nuestra mente, en nuestra alma y en nuestro cuerpo, para que aleje la tiniebla del “agravio” y derrame “el sobrante” de vida a todo el mundo. Esto no puede ser logrado ni a través de la filosofía, ni a través de la ciencia, ni del arte, ni de la técnica, ni de una cierta ideología, sino sólo a través de la fe en el Teántropo Jesucristo que llegó hasta la pasión y la cruz y el sepulcro y a las profundidades del Hades ha descendido y ha resucitado de entre los muertos, expresada a través de una vida eclesiástica y mistérica y de un sistema de costosa lucha espiritual. La Iglesia, como cuerpo de Cristo, vive incesantemente por los siglos el milagro de la resurrección a través de sus santos misterios, de su teología, de su enseñanza práctica, y nos da la oportunidad de comulgar del milagro, de participar de la victoria sobre la muerte, de convertirnos en hijos iluminados de la resurrección y verdaderamente “participantes de la divina naturaleza”3, como sucedió y sucede con todos los santos. El amargo y espinoso vínculo de las pasiones que se encuentra en las profundidades de nuestros corazones fertilizado por la escoria del “hombre antiguo”4 presente en nosotros es menester sea transfigurado lo más pronto posible en Cristo, a través de Cristo y gracias a Cristo y de sus vivas imágenes que nos rodean, es decir a través de nuestros prójimos, a través de ramos de virtudes, santificación y justicia. De esta manera, el sacro himnografo canta: “Habiéndonos rodeado y vestido de la justicia con el ropaje más blanco que la nieve, nos alegremos en el presente día, en el cual Cristo como sol que ha II Pe. 1,4. Ef. 4, 22. 3
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brillado de entre los muertos, nos ha iluminado a todos nosotros con la incorrupción”5. La vestimenta blanca de la justicia nos ha sido dada simbólicamente en el bautismo y de esta manera somos llamados a través del continuo arrepentimiento, de las jubilosas lágrimas, de la incansable oración, de la limitación de los deseos, de la paciencia en las penas de la vida y de la intransigente tentativa de la aplicación práctica de todos los mandamientos de Dios y por sobre todas las cosas de su mandamiento capital del amor, a purificarnos participando de esta manera en la kénosis de la cruz del Teántropo, a fin de que llegue la alegría pascual, la brillante luz de la resurrección y la salvación a nuestra vida y al mundo que nos rodea. Todo esto escribiendo festivamente, desde el Fanar, que siempre se encuentra pasando por la prueba del Gran y Santo Viernes, pero también en la luz y en la alegre experiencia de la Resurrección, transmitiéndoles el afecto de la Madre Iglesia, os deseamos desde toda el alma todo don salvador y bendición pascual del resucitado de entre los muertos y Primado de la Vida. Santa Pascua 2010 Bartolomé de Constantinopla Ferviente suplicante ante el resucitado Cristo De todos vosotros. Stijira del Vespertino del Juevés después del Domingo de Tomás. 5
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