El Plan Nacional de Catedrales - Ministerio de Educación, Cultura y

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El Plan Nacional de Catedrales
FÉLIX BENITO
Universidad Europea CEES
DOLORES FERNÁNDEZ-POSSE
IPHE
PEDRO NAVASCUÉS
Escuela de Arquitectura de Madrid
La génesis del Plan Nacional de Catedrales
fue el resultado de la creciente configuración
de un interés colectivo para elaborar una estrategia de estudio y actuación conjunta y
coordinada en el trabajo sobre catedrales. A finales de los años ochenta estaba suficientemente maduro en nuestro país el conocimiento y atención a nuestros monumentos, de tal
modo que un conjunto tan decisivo y capital
de nuestro patrimonio como son las catedrales fuera objeto de un salto cualitativo en el
tratamiento que la sociedad hacía de ellas.
Los estudios e intervenciones en catedrales habían llegado a un nivel de continuidad
que hacía necesario dar ese salto que se sentía como una necesidad desde muchos campos convergentes hacia el objetivo y revitalización del patrimonio catedralicio. Precisamente la finalidad concreta del Plan de
Catedrales fue ir más allá de una intervención continuada en estos monumentos para
inscribirse dentro de un plan organizado e
intelectualmente más ajustado y coherente,
al que pudieran incorporarse todas las actuaciones a realizar.
Se plantea aquí no tanto una introspección en el contenido y filosofía del Plan de
Catedrales como un breve relato testimonial de sus primeros momentos, en que se
comenzó a vislumbrar la posibilidad de su
existencia.
La coyuntura
En los primeros años de la década de los
ochenta la conservación y restauración de
monumentos (en general de todo el patrimonio histórico) experimentó una transformación en la que convergieron una serie de
circunstancias, algunas de las cuales conviene siquiera enumerar porque en ellas está el
germen de la idea de instrumentar un Plan
de Catedrales y la razón última de que éste
se formalizara a finales de esa misma década.
La primera de esas circunstancias fue el
cambio sufrido en la estructura del Estado
que lo convierte en plenamente autonómico
en 1985. Ese es también el año –y aquí está la
segunda de las eventualidades a que queremos hacer referencia– en que se promulga la
Ley de Patrimonio Histórico, inmediatamente seguida de algunos decretos para su desarrollo parcial y de las Leyes que, sobre el sector y hasta la actualidad, han promulgado las
Comunidades Autónomas. La tercera coyuntura que facilitaba la puesta en marcha de ese
Plan de Catedrales es que, en esos mismos
años, comienza a superarse una debilidad secular en la gestión de nuestro Patrimonio: la
falta de un mínimo aparato o estructura técnica –y aún administrativa– profesionalizada.
Carencia que había determinado, a su vez, un
estancamiento en el desarrollo teórico y prác-
9
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
10
1
Aunque la consideración o el concepto de entorno es bastante anterior, aparece con la consideración de
zona de respeto y como protección
del monumento aislado; nos referimos aquí a la consideración del entorno real, del contexto especial y arquitectónico donde el monumento
se integra y encuentra su explicación.
2
Tal y como se expresa en el artículo 14 de la Ley 16/1985 del Patrimonio Histórico Español.
tico de su conservación y restauración. Es
precisamente en ese momento cuando una
joven generación de profesionales ocupa
puestos técnicos en la Administración Central y, sobre todo, en la recién creada autonómica. Su aportación son una serie de criterios
renovadores sobre el patrimonio y las formas
de intervenir en él.
Además de lo anterior, hay otras dos circunstancias interesantes que merecen también ser mencionadas. Una de ellas es el
cambio experimentado en el propio concepto de patrimonio. En efecto, se supera entonces su restricción a lo artístico, con una
clara ampliación de su contenido –más cosas
pueden ser consideradas como patrimonio–
y su espacio –aparece la consideración del
entorno1–, a la vez que se va difuminando
en los edificios históricos la diferencia entre
contenedor y bienes contenidos lo que proporcionará una visión más integrada del patrimonio2. Igualmente, comienzan a valorarse sus aspectos más antropológicos y simbólicos, transponiendo el sentido objetual que
solía informar estudios e intervenciones. La
otra es un cambio en lo que, en los países occidentales, podemos llamar experiencia cultural, donde tiene cabida la demanda social
de cultura y la consiguiente utilización económica del patrimonio. Es decir, el patrimonio como recurso ofrecido al sector turístico
para el desarrollo local.
En ese contexto, que hemos definido quizás de forma en exceso simplificada, la Administración Central lleva a cabo la reestructuración administrativa a que le obliga
la transferencia a las Comunidades Autónomas de los servicios y funciones en materia
de cultura. Fruto de ella es la creación de un
Instituto dedicado a la conservación y restauración del Patrimonio Histórico y el establecimiento de un Consejo de Patrimonio
Histórico –órgano colegiado donde están
representadas todas las Comunidades Autónomas– al que la citada Ley de Patrimonio
16/1985 atribuye, además de la obligación
general de concitar voluntades y recursos,
como ordena el artículo 149 de la Constitución, la elaboración y aprobación de planes de ámbito estatal. En consonancia con
ese mandato, en el propio decreto fundacional del hoy Instituto del Patrimonio Histórico Español se señala entre sus cometidos
la gestión de dichos planes que, por otra
parte, podrán disponer de comités de expertos para cumplir con su específica labor
de coordinación. La instrumentación, legal
y de procedimiento, de estos planes donde
se inserta el de Catedrales, está, pues, clara
desde el inicio aunque, como parece razonable, su pleno desarrollo necesitó de algunos años para asentarse.
En esos años ochenta, tan vitales y llenos
de cambios, se comenzaron pues a discutir
los criterios de las intervenciones en patrimonio y en el curso de ese debate quedó
clara la necesidad de poner en marcha planes de actuación específicos para determinados conjuntos patrimoniales. Uno de los
tipos de monumentos donde esa renovación
se mostró pronto como más necesaria y perentoria fue en las catedrales. La multiplicidad de las razones de esa urgencia –algunas
de ellas compartidas con el resto del patrimonio monumental pero muchas otras específicas de estos conjuntos– hace que merezca la pena detenernos en cuál era la situación de las 78 catedrales españolas hace
dos décadas.
Las catedrales son monumentos complejos resultado de un esfuerzo colectivo y prolongado en el tiempo. Además de su peculiaridad como conjunto, ejerce una proyección cultural que funciona tanto hacia el interior, con una notable acumulación de
bienes, como hacia el exterior, como refe-
11
rente espacial de las ciudades, condicionando su urbanismo y llegando a ser la expresión física de su identidad. Ese valor social
y simbólico, además de su esencial sentido
religioso, las hace protagonistas de un paisaje urbano cuya evolución continúa hasta la
actualidad. Es decir, se trata de monumentos con fuerte carga histórica, pero plenamente vivos.
Su imagen actual, en efecto, es el resultado de sucesivos episodios de superposición
–en algunos casos aprovechando o sacralizando edificios de época romana– y de sistemáticas destrucciones, ampliaciones y reformas.
Este proceso es común a toda la arquitectura catedralicia europea donde los viejos
templos anteriores al siglo X, compuestos
por varios edificios para dar cabida a una liturgia que se va definiendo y unificando a
lo largo del tiempo, fueron sustituidos por
los templos que estilísticamente llamamos
románicos en los que al margen del estilo
interesa señalar su unidad espacial y funcional. Pronto aquellas iglesias parecieron pequeñas y a partir de los siglos XII y XIII Europa renovó en gran medida sus catedrales,
es la Europa gótica de Chartres, Reims,
Amiens, Burgos, Toledo o León. Sin embargo, en esta Edad Media, España conoció si-
La Catedral de León en una vista
aérea de los años ochenta.
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
12
3
Real Orden de 13-6-1844.
tuaciones muy singulares como consecuencia de su peculiar historia cuando después
de la monarquía visigoda y con un mapa
diocesano consolidado, se produjo la invasión musulmana que borró aquella organización territorial. Conforme avanzó la reconquista cristiana se fueron «restaurando»
–en expresión utilizada históricamente al
referirse a esta cuestión– muchas de las antiguas diócesis y se crearon otras al tiempo
que se erigían nuevos templos catedralicios
en todas ellas, con frecuencia sobre anteriores mezquitas. Las catedrales de Córdoba o
Sevilla dan cumplido testimonio de cuanto
decimos, por no referirnos a las de Toledo,
Mallorca o Granada, entre otras muchas.
Cuando en el siglo XVI Europa dejó de pensar en la construcción de nuevas catedrales,
pues ésta era ya una página cerrada, en la
España del Renacimiento se levantaron
nuevos y sorprendentes edificios en las nuevas diócesis, desde Málaga a Valladolid,
pero también fue la ocasión para renovar los
antiguos templos románicos como el ejemplar caso de la ciudad universitaria de Salamanca, donde las llamadas catedrales vieja y
nueva conviven en una atractiva armonía, o
los tímidamente góticos como sucede en la
inacabada catedral de Plasencia.
Al tiempo que se fueron haciendo edificios «ex-novo» los viejos templos catedralicios fueron conociendo un crecimiento a
través de capillas y agregados, haciendo crecer en torno a la iglesia y su claustro un
sinnúmero de construcciones. No sólo
sacristías como las de la Catedral de Sevilla,
capillas funerarias como la del Condestable
en la de Burgos, sino que el palacio episcopal como en Santiago, la contaduría de Sigüenza, la «librería» en la de Ávila, la sala
capitular de Valencia, etc., dieron a la catedral una complejidad formal extraordinaria
en un proceso de enriquecimiento excep-
cional. En este singular fenómeno, desconocido en Europa, jugaron un papel fundamental en el siglo XVIII las nuevas fachadas
que, en ocasiones, ocultaban y unificaban
estéticamente aquel desordenado y atractivo
crecimiento. Es el caso de las fachadas del
Obradoiro de Santiago de Compostela y de
la Catedral de Murcia, entre otras. En aquel
mismo siglo se iniciaban las obras de la nueva Catedral de Cádiz que cierra el ciclo histórico de las catedrales españolas hasta que
en los siglos XIX y XX, una nueva reestructuración diocesana impulse la construcción
de nuevos templos catedralicios (Vitoria) o
la conversión de antiguas iglesias en catedrales (Getafe, en Madrid).
Los párrafos anteriores –por más que
sean generalizaciones– reflejan de forma
clara cómo las catedrales marcan en su evolución las grandes líneas históricas y artísticas, como expresión de poder y de transformación de las ideas. De igual forma, cada
una de ellas, en el sentido de ser el templo
de la ciudad por excelencia, muestran las
etapas de expansión o decadencia de los núcleos urbanos de los cuales son centro. No
es de extrañar, pues, que fueran objeto de
las primeras actividades restauradoras.
Las primeras restauraciones
de catedrales
El inicio de la intervención del Estado en
la restauración del patrimonio catedralicio
coincide prácticamente con la creación de la
Comisión Central de Monumentos Históricos y Artísticos en 18443, que si bien fue
concebida para frenar y orientar el proceso
desamortizador que afectaba a los edificios
de interés histórico-artístico, lo cierto es
que se encontró con el problema añadido
de desviar hacia el Estado la responsabilidad
de la restauración de los edificios declarados
Monumentos Nacionales.
Esto es lo que ocurrió con la Catedral de
León declarada el 28 de agosto de 1844,
iniciándose entonces un proceso restaurador que no ha cesado hasta nuestros días en
los que la «Pulchra Leonina» ha experimentado todo tipo de avatares obedeciendo a
criterios de erudición estilística que derivan
de Viollet-le-Duc a lo largo del siglo XIX, y
de muy discutible referencia y alcance en el
siglo XX. La Catedral de León se ha convertido por este camino en la catedral más restaurada de Europa sobre la base de un espontáneo y cambiante voluntarismo que ha
dañado para siempre su verdad histórica.
Mejorar y reinventar su imagen fueron
los principales objetivos de sus restauradores en lugar de cuidar de su salud y conservar el edificio heredado, si bien es cierto que
una todavía incipiente legislación exigía entonces «que las partes antiguas y las modernas se asemejen y parezcan de una misma
época»4. Un ejemplo de cuanto decimos es
el proyecto de Rogent para la Catedral de
Tarrragona (1884) que afortunadamente no
se llevó a cabo.
Con aquellos criterios actuó igualmente
don Vicente Lampérez en la Catedral de
Cuenca, cuya inacabada fachada, inventada
e iniciada en 1910, ofrece hoy un buen testimonio de lo que viene llamándose restauración en estilo. Al propio tiempo, en nuestro siglo XX, se comenzaron a aislar los templos catedralicios como hizo Viollet-le-Duc
en Francia en el siglo XIX, siendo la Catedral de Burgos, desdichadamente, el mejor
ejemplo, si bien se pueden citar otros como
las propias catedrales de León y Oviedo, entre otras.
El deseo de terminar o corregir los edificios catedralicios conoció procesos tortuosos
como el de las fachadas catedralicias de Ma-
llorca y Barcelona, agregándose a esta última
un insospechado cimborrio-aguja verdaderamente sorprendente que se terminó en 1912.
Este modo de actuar basado únicamente en
el estilo orientó mayoritariamente la restauración en España hasta prácticamente la
Guerra Civil e incluso después, a pesar de la
larga vigencia de la Ley del Patrimonio Artístico Nacional de 1933 que establece una neta
diferencia entre restaurar y conservar. Así,
junto a beneméritas intervenciones después
de la Guerra Civil como la reconstrucción de
la Catedral de Oviedo y su Cámara Santa, la
de Sigüenza a pesar de añadírsele un cimborrio anteriormente inexistente, o la reparación de las bóvedas de la de Tortosa, se llevaron a cabo otras obras muy discutibles como
la adición de una cabecera nueva con girola
en la de Santander tan duramente castigada
ya por el incendio de 1941 e inaugurada tras
su restauración en 1951.
En algunos casos la restauración de los
templos catedralicios dañados durante la
Guerra Civil sirvió de pretexto para un desmantelamiento general del templo, como
sucedió en Valencia, donde tanto la rica ornamentación barroca y neoclásica de su interior como parte importante de su ajuar litúrgico fueron eliminados en virtud de un
purismo estilístico y de unas supuestas necesidades pastorales. Estas últimas habían
hecho un daño irreparable al conjunto del
patrimonio litúrgico, histórico y artístico de
las catedrales donde sin razones de peso se
procedió al desmantelamiento de rejas, retablos y coros. Así, siguiendo la pauta de lo
ejecutado en la Catedral de Oviedo en
1901, hicieron otro tanto en las de Mallorca (1904), Jaca (1919), Seo de Urgel
(1920), Valladolid (1922), Granada (1929),
Gerona (1936), Orense (1937), a las que
habría que sumar la pérdida de los coros de
Solsona y Vich por un incendio provocado
13
4
RR.OO. de 14-9 y 10-10-1850.
en 1936. A estos siguieron después de la
Guerra los de Valencia (1940), Santiago de
Compostela (1944), Pamplona (1946), desguazándose los de Tortosa, Barbastro y Tuy
en los años 50. En la década siguiente cayeron los de Tarragona, Las Palmas y Huesca
en un interminable y abierto proceso de
destrucción cuyo alcance resulta difícil de
calcular pese a la legislación vigente, y que
los planes directores debieran de detener5.
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
La actividad restauradora entre
los años sesenta y ochenta
14
5
Algunos títulos básicos y orientativos sobre la restauración monumental de los siglos XIX y XX figuran en la
bibliografía.
6
Como se refleja en el «Acuerdo de
colaboración entre el Ministerio de
Educación y Cultura y la Iglesia católica para el desarrollo del Plan Nacional de Catedrales» (apartado tercero
de sus manifestaciones preliminares),
el Estado «[...] reafirma su respeto a
los derechos que la Iglesia Católica en
España ostenta sobre dichos bienes
[las catedrales], de acuerdo con los títulos jurídicos correspondientes en el
marco de los Acuerdos entre la Santa
Sede y el Estado Español».
Sin embargo, las citadas experiencias restauradoras en las catedrales fueron acompañadas por otras, siempre relativamente
puntuales y discontinuas, que atendían exclusivamente a las consolidaciones o reparaciones de algunos elementos. De hecho, a
partir de los años sesenta se entra en una
tónica de pequeñas actuaciones. Siempre
fueron intervenciones poco sistemáticas,
sin los necesarios conocimientos prácticos
y sin ninguna investigación previa. Por otro
lado, y en ello puede encontrarse algo de
disculpa, en su gran mayoría fueron intervenciones provocadas por la urgencia inaplazable que generaban las transformaciones en sus estructuras originales toda una
serie de elementos agregados o, por el contrario, sustraídos, o por la propia evolución
de su estabilidad estructural, el envejecimiento natural de sus materiales, entre
otras muchas cosas. Esos problemas, mal
solucionados, son exactamente los actuales,
si cabe empeorados por nuevos factores
agresivos que van desde la contaminación,
química, física o biológica, a que las somete su medio urbano con el que igualmente
comparte las dificultades propias de los cascos históricos.
Por otra parte, esas restauraciones de los
años sesenta se enfrentaban a una situación
que no es exagerado calificar de precaria.
Tras un siglo XIX y buena parte del XX inestables políticamente y llenos de estrecheces
económicas, las catedrales, como en general
todo el patrimonio, no sólo se habían empobrecido sino que incluso habían sido
–como se ha visto más arriba– desmanteladas en parte. En relación con esa situación
está la secular falta de medios de las instituciones eclesiásticas y el elevado número de
conjuntos catedralicios entre los que, además, muchos habían perdido relevancia
dentro de la Iglesia. En efecto, diócesis en
otro tiempo ricas e importantes con sede en
ciudades que perdieron población cedieron
su lugar a con-catedrales situadas en núcleos
de mayor crecimiento económico.
Esas catedrales que quedaron generalmente sin protección o, al menos bastante
desatendidas, plantean claramente otra
cuestión que incide de forma notable en
ese diagnóstico negativo al que se llega de
forma inevitable cuando se trata de definir
la situación del patrimonio catedralicio no
hace tantas décadas: la ambigüedad de
hasta dónde debe llegar la responsabilidad
de las instituciones civiles en su conservación en relación a la propiedad, es decir,
de su situación jurídica. Contrariamente a
otros países, en donde las catedrales son
bienes de dominio público de titularidad
estatal, como en Francia o Bélgica (donde
son propiedad del Estado pero cedidas por
este a las autoridades eclesiásticas), en España no es así: son propiedad de la Iglesia
Católica6. Por otra parte, muy en el espíritu de nuestras Leyes de Patrimonio y de la
propia Constitución de 1978, que reflejan
esa clásica distinción entre propiedad particular y disfrute colectivo, siempre, en
caso de conflicto prevalece aquélla; por
15
La Catedral de Burgos a finales de los años sesenta.
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
16
7
El «Acuerdo sobre Enseñanza y
Asuntos Culturales», de 3 de enero de
1979, en su artículo XV dice: «La
Iglesia reitera su voluntad de continuar poniendo al servicio de la Sociedad su Patrimonio Histórico, artístico y documental y concertará con el
estado las bases para hacer efectivo el
interés común y la colaboración de
ambas partes con el fin de preservar,
dar a conocer y catalogar este patrimonio cultural en posesión de la Iglesia, de facilitar su contemplación y estudio, de lograr su mejor conservación e impedir cualquier clase de pérdidas en el marco del artículo 46 de la
Constitución...». Esta manifestación
programática queda desarrollada en
otro documento relativo al marco jurídico de actuación mixta Iglesia-Estado sobre Patrimonio Histórico Artístico, de fecha 30 de octubre de
1980, confeccionado por una Comisión Mixta cuya creación se contempla en el artículo citado.
más que en unas y otra el Estado se reserve, genéricamente, los derechos sobre todo
el Patrimonio.
De una u otra manera, las autoridades
eclesiásticas siempre han sido conscientes de
su propiedad sobre las catedrales y así lo han
dejado claro en todas las ocasiones. Ellas forman parte del patrimonio histórico creado,
recibido y conservado por la Iglesia. Prueba
de ello es que toda intervención en ellas ha
de ser concertada y regida por los Acuerdos
Iglesia-Estado7, aunque, por otro lado, es
bien cierto que en el espíritu del texto del
Concilio Vaticano II (4 de diciembre de
1963) y de la propia Constitución española
en su artículo 46, en la gestión de la conservación de las catedrales ambas instituciones
están obligadas a coincidir.
Por otra parte, las catedrales han tenido
siempre la consideración de la sociedad civil, del público en general. Sin embargo,
aunque sea solamente a título ilustrativo, si
se repasan algunos datos sobre las intervenciones en catedrales desde la Guerra Civil
por parte de lo que hoy es el Ministerio de
Educación, Cultura y Deporte, queda de
manifiesto –paradójicamente– la escasa
atención prestada en relación con otros tipos monumentales.
Sirva de ejemplo que entre los años sesenta y los ochenta fueron objeto de algún
proyecto de restauración –aunque en varias
ocasiones no llegaron a ser ejecutados– una
treintena de catedrales. La cifra puede no
parecer escasa a tenor del número de intervenciones y reducidos presupuestos de
aquel momento y, además, no deja de ser
interesante que junto a ejemplares de primer orden –Sevilla, Toledo, Burgos o León–
aparezcan catedrales de menor envergadura
como Ibiza, Ciudad Rodrigo o Burgo de
Osma. Esta circunstancia refleja muy bien
la política extensiva de la entonces Direc-
ción General de Bellas Artes que realizaba
numerosas intervenciones de corto alcance
y muy dispersas; generalmente pequeñas actuaciones que, lamentablemente, no iban
acompañadas de una investigación previa.
Suelen, en efecto, reducirse al arreglo de algunas capillas, claustros o elementos aún
más aislados. Además, se observa que para
cada una de esas actuaciones se redactaron
varios proyectos cuya ejecución se realizó
asimismo en varias anualidades, con inversiones entre tres u cinco millones de pesetas,
que alcanzan los diez a finales de los setenta. Este fraccionamiento de las actuaciones
e inversiones se ha señalado, en varias ocasiones, como práctica habitual en las intervenciones patrimoniales por parte del Estado. Por ejemplo, Muñoz (1989, 57-58) señala una ratio de 3,5 proyectos por actuación entre 1940 y 1977, indicadores que
descienden en los años finales de esa década
pero que mantienen su vigencia. Esta forma
de actuar estaba claramente encaminada a
fraccionar el presupuesto lo más posible y
responde evidentemente a una escasa disponibilidad de medios, pero también a la comodidad o simplificación de los trámites
administrativos. Pese a la impresión cicatera
que puedan dar esas actuaciones únicas disfrazadas de varios proyectos anuales, hubo
en esta práctica algo de alguna manera beneficioso para la conservación de las catedrales. En efecto, al tratarse de un tipo de
conjuntos caracterizados por esa naturaleza
compleja antes aludida demandan un determinado ritmo, generalmente lento, en sus
actuaciones; es decir, sus resultados quedaban muchas veces garantizados por largos
plazos de ejecución y una lenta absorción de
las inversiones. Eso palió la programación
de intervenciones demasiado fuertes o drásticas y derivó parte de las disponibilidades
presupuestarias a algunos monumentos más
reducidos y accesibles y, por tanto, abarcables en recursos y tiempo. Pero, por otra
parte, el que no se realizaran actuaciones
con un mínimo carácter integral llevó a un
límite precario su estado de conservación
sobre todo en aquellas catedrales con problemas estructurales graves como, por ejemplo, la de Tarazona.
Ilustrativo de lo anterior resulta examinar
para esos mismos años la actividad desplegada por otro organismo que compartió
con la Dirección General de Bellas Artes la
responsabilidad de la restauración del patrimonio, la Dirección General de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas. Aunque, como es sabido, su cometido inicial
fue el paliar –dentro de Regiones Devastadas– los efectos de la Guerra Civil, pronto
toma protagonismo en proyectos patrimoniales a los que dedica fuertes inversiones.
Sin embargo, los objetivos de su dedicación
estuvieron más en la restauración de núcleos
o conjuntos históricos, lógica herencia de su
función original, o en monumentos emblemáticos con fácil rentabilidad política,
siempre con una inversión por edificio que
sobrepasaba mucho la de Bellas Artes, pero
que raramente eran monumentos catalogados y, con frecuencia, más de arquitectura
civil que religiosa. En este sentido resulta
ilustrativo que entre 1950 y 1979, la Dirección General de Bellas Artes realizó algo
más de 6.000 proyectos en 1.964 edificios,
mientras que la de Arquitectura algo más de
1.000 proyectos en 190 edificios o conjuntos, en los que, sin embargo, invirtió casi el
cuádruple (Muñoz, 1989, 59-61). Pero más
que esas marcadas diferencias lo que ahora
interesa es señalar, además de la labor de
tipo más extensivo de Bellas Artes y de que
el 60% de sus actuaciones fue sobre arquitectura religiosa, es que la Dirección General de Arquitectura apenas actuó en catedra-
les y, cuando lo hizo, fue más en el entorno
dentro de los cascos históricos (a los que dedicó sus mayores esfuerzos), que en el propio templo.
Esas circunstancias de la restauración del
patrimonio, y entre ellas sobre todo la atención prestada por el Estado a otras propiedades de la Iglesia, no hace más que resaltar
lo que decíamos más arriba: causa algo de
extrañeza que las catedrales no fueran objeto de un trato especial dentro de ese gran
volumen de patrimonio religioso que fue
restaurado hasta los años ochenta. De igual
forma, sorprende el escaso porcentaje de catedrales atendidas y lo parcial –e incluso superficial– de las intervenciones en los años
siguientes. Así de los años comprendidos
entre ese 1980 y el año 1985, en que se pueden dar por finalizadas las transferencias a
las Comunidades Autónomas, de las algo
más de 200 actuaciones seleccionadas, entre
las 1.370 obras realizadas, en una publicación realizada por el Instituto de Conservación y Restauración de Bienes Culturales8,
se registran actuaciones en 17 catedrales entre los más de 200 proyectos que fueron elegidos por la representatividad que ofrecían
del trabajo de la Administración Central.
En esos ejemplos puede verse que, además
de seguirse practicando la parcelación de
proyectos, las intervenciones realmente estructurales se restringen a tres: Palma de
Mallorca, Cuenca y Tarazona; esta última
con soluciones de urgencia del tipo de cimbrado y apeo de sus arcos en vista de su
enorme y progresivo deterioro. El resto de
las intervenciones se pueden calificar de
menores; se reducen a reparaciones o restauraciones parciales, como son, en la de
Burgos, el refuerzo de las agujas de los campanarios, la instalación de un pararrayos o
reparaciones en suelos y pavimentos, puertas y muros. Otros ejemplos ilustrativos del
17
8
Intervenciones en el Patrimonio
Arquitectónico (1980-1985), 1990.
Ministerio de Cultura. Madrid.
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
18
Interior de la Catedral de Burgos (Archivo Moreno, IPHE).
corto alcance de las intervenciones en catedrales que caracterizan a aquellos años son
la realizada en la Capilla del Sacramento o
del Sagrario en la de Segovia o en las zonas
del claustro y patio exterior de la de Zamora. Otro tipo de actuaciones llevadas a cabo
son reacomodaciones, limpiezas o eliminación de elementos como es el caso la eliminación de las galerías perimetrales y saneamiento del Patio de los Naranjos de la Catedral de Córdoba, la limpieza de algunas
zonas de la de Almería, la también limpieza
y consolidación de la de Oviedo.
Sin embargo, hay ya algunas diferencias
sustanciales, por más que sean generales a
todas las intervenciones en patrimonio, en
las directrices o los criterios con que se comienza a actuar en catedrales en esos años
desde Bellas Artes. Entre ellas queremos señalar que los datos históricos y arqueológicos, formales, etc. de cada catedral, así como la valoración de su arquitectura y significado, son tan objeto del proyecto como la
propia actuación. En otro orden de cosas
también es de señalar que es en esos primeros años ochenta cuando comienza a otorgarse la importancia debida a la documentación planimétrica como base de cualquier
proyecto de intervención con la puesta en
marcha del gabinete de fotogrametría del
ahora IPHE y sus primeros trabajos, de alto
nivel, sobre las catedrales de Sevilla, Córdoba, Astorga y torre de la de Teruel.
Las transferencias de competencias en
materia de patrimonio a las Comunidades
Autónomas modificó drásticamente las funciones que hasta entonces había desarrollado la Dirección General de Bellas Artes.
Aún así, aunque de forma ya limitada, durante los años siguientes –hasta los últimos
de esa década de los ochenta– se continuó
interviniendo y, sobre todo, finalizando, las
actuaciones en las catedrales reseñadas y al-
gunas otras, como las de Ciudad Rodrigo,
Valladolid o Plasencia.
Otro factor se vino a unir a la situación
que atravesaban las catedrales en los años
ochenta: el turismo. Es evidente que las catedrales –particularmente algunas de ellas–
llevaban ya muchos años inmersas en esa
actividad, pero desde hacía menos la novedad estribaba en el exceso de visitas. En este
caso las catedrales afectadas por este factor
de degradación iban a ser las más florecientes, no en vano su contrapartida económica
solucionaba en parte algunos de los problemas de conservación. Pero es igualmente
cierto que este nuevo uso comenzó a cambiar su función y su significado y que ese
mantenimiento, que no dejaba de ser interesado, no estaba muchas veces a la altura
de ese nuevo destino. Baste recordar algunos de los «tesoros» o exposiciones en sus
salas capitulares y las drásticas rehabilitaciones –más que restauraciones– mencionadas
en párrafos anteriores para comprender que
sus nuevas funciones no estaban siendo
bien resueltas.
El panorama que dejan entrever las informaciones y comentarios realizados hasta el
momento, dejan claro que la situación de las
catedrales españolas a finales de los años
ochenta era, cuanto menos, precaria y, sobre
todo, muy desigual. En efecto, existían unas
fuertes diferencias que abarcaban desde el
propio nivel de su conocimiento hasta su estado de conservación y, cuanto más, en la
disponibilidad de recursos, fueran para restauración o mantenimiento. Pero sobre todo
quedaba de manifiesto que nunca se habían
tratado en su propia complejidad. La situación crítica de algunas de ellas, agravada por
el cambio de función, de lo cultual a lo cultural, en las más espectaculares, ponía de relieve la necesidad de una base común para su
tratamiento desde el punto de vista de su in-
19
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
20
vestigación, restauración y proyección social, así como facilitar que comenzaran a beneficiarse tanto de las nuevas técnicas instrumentales como de los nuevos criterios
que comenzaban a informar otras intervenciones patrimoniales. Igualmente quedaba
de manifiesto la necesidad de una racionalización de actuaciones e inversiones. Planteado todo ello con una voluntad de continuidad a medio plazo que permitiera asegurar
su conservación y corrigiera, en la mayor
medida posible, las indiscriminadas y desorganizadas intervenciones realizadas hasta entonces. En definitiva, todas aquellas aspiraciones que dieron lugar al nacimiento del
Plan Nacional de Catedrales.
El Plan Nacional de Catedrales
Bien entrados los años ochenta, es decir,
consolidados los respectivos servicios encargados de la conservación y restauración
de las Comunidades Autónomas, se formó
entre los profesionales un estado de opinión proclive racionalizar las intervenciones en catedrales. De un lado, eran conscientes tanto de su alto valor histórico
como de su frágil estado de conservación;
de otro, era patente que la ocasión que
ofrecía la mayor disponibilidad de recursos
no sólo económicos sino especialmente técnicos y humanos, permitiría plantear la
búsqueda de soluciones más duraderas y
sostenibles que las aplicadas hasta entonces. Con esto queremos remarcar el hecho
de que la idea de enfrentarse a la conservación de las catedrales españolas con criterios y metodologías específicas nace entre
los propios profesionales y se encauza en un
ambiente de renovación de ideas e intercambio de conocimientos muy característicos de aquel momento. La voluntad o po-
sibilidad de llevar tal iniciativa a la práctica
fue formulada por la Comunidad Autónoma Andaluza y el Departamento de Monumentos y Arqueología del entonces Instituto de Conservación y Restauración de
Bienes Culturales. De esta forma, fue la Dirección General de Bellas Artes quien formalizó –tras consultas con los expertos adecuados– la idea de concitar en un Plan de
ámbito estatal el problema de la conservación de los conjuntos catedralicios.
El soporte legal, la articulación y la futura
instrumentación de esta idea venía enmarcada por lo previsto en los artículos 46 y 149
de la Constitución de 1978, en el artículo 36 de la Ley 16/1985 de Patrimonio Histórico y en los Reales Decretos sobre traspasos de funciones y servicios del Estado a las
Comunidades Autónomas, donde se prevé
la colaboración para actuar conjuntamente
sobre determinados bienes. Igualmente encontraba su base legal en los ya citados al inicio de este texto Planes Nacionales definidos
en el artículo 55 de dicha Ley 16/1985 que,
por su parte, habían sido ya ensayados, desde 1986, como figura por el hoy Instituto
del Patrimonio Histórico Español con el
Plan Nacional de Parques Arqueológicos.
De esta forma el entonces Departamento
de Monumentos y Arqueología del citado
Instituto –una de cuyas funciones es precisamente la de proponer y coordinar esos Planes– elaboró a instancias de su subdirector,
Antonio Mas-Guindal, una primera proposición que fue presentada, tal y como indica
el artículo 3 del Real Decreto 111/1986 de
desarrollo parcial de la Ley 16/1986 de Patrimonio Histórico, ante el Consejo de Patrimonio Histórico Español en su sesión celebrada el 10 de marzo de 1989. La iniciativa tuvo buena acogida por los representantes
de las Comunidades Autónomas y en aquella misma reunión se estableció la necesidad
21
Interior de la Catedral de León (Archivo Moreno, IPHE).
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
22
9
Los asistentes a esta primera reunión fueron: Antonio Mas-Guindal,
subdirector de Monumentos del
ICRBC; Alfredo Morales, subdirector de Bienes Muebles del ICRBC;
Jaime Martorell, director general de
Cultura de las Islas Baleares; Antonio
Navarro, jefe del Servicio de Patrimonio Artístico de la Generalitat de
Cataluña; Santiago Seara, jefe del
Servicio de Patrimonio de la Xunta
de Galicia; Álvaro Lozano, arquitecto encargado del Plan de Catedrales
de la Junta de Andalucía; Pedro Navascués, catedrático de Historia del
Arte de la ETSAM; Dolores Fernández-Posse, arqueóloga del ICRBC, y
Félix Benito, arquitecto del ICRBC.
El representante de Castilla y León
disculpó su ausencia.
de constituir una Comisión delegada que estaría formada por algunas de las comunidades en representación del resto y el propio
Instituto. Su función sería un estudio de viabilidad del Plan y la preparación de la documentación precisa.
Las comunidades que se mostraron interesadas en formar parte de dicha Comisión
fueron, en principio, Andalucía, Baleares,
Castilla y León, Cataluña y Galicia que así
se lo hicieron saber a la Dirección General
de Bellas Artes. A lo largo de las sesiones de
trabajo, sin embargo, fueron incorporándose otras: Asturias, Cantabria, Murcia y Valencia. También fue invitada a formar parte
de estas reuniones la Conferencia Episcopal
que estuvo regularmente representada por
don Ángel Sancho Campo, entonces director del Secretariado Nacional de la Comisión Episcopal para el Patrimonio Cultural.
Por parte del Instituto, además del subdirector de Monumentos y Arqueología, formaron parte de la Comisión Pedro Navascués, catedrático de Historia del Arte y de la
Arquitectura de la Escuela de Arquitectura
de Madrid, como experto en el Patrimonio
Catedralicio, Félix Benito y Dolores Fernández-Posse, arquitecto y arqueóloga respectivamente del citado Instituto, que, a su
vez, configuraron una ponencia técnica interna encargada de la elaboración de los documentos que fueron la base de las discusiones de dicha Comisión del Plan de Catedrales. En algunas sesiones se incorporó a
los trabajos Alfredo Morales, entonces subdirector de Bienes Muebles.
La Comisión delegada del Consejo de
Patrimonio para el Plan de Catedrales comenzó sus trabajos en una primera reunión, en cierto modo constituyente, en
Madrid, el 17 de mayo de 1989. En esta
primera sesión de trabajo9 se considera, a
propuesta del representante catalán, la ne-
cesidad de contar con el depositario de los
derechos de propiedad de estos conjuntos,
como parte importante que son del patrimonio religioso de la Iglesia Católica, de
forma que se acuerda que en el momento
que se hayan elaborado los primeros documentos se invitará a su discusión a la Conferencia Episcopal. También en esta primera reunión se marcaron los objetivos básicos del Plan, desde la necesidad de poner
en marcha proyectos integrales –es decir,
que contemplen tanto el edificio como los
bienes muebles contenidos, dependencias
anejas y el entorno– y contar para ello con
equipos estables, hasta la conveniencia de
interesar en la conservación de las catedrales a todos los organismos públicos y entidades privadas posibles. Igualmente se considera la necesidad de detallar su posible
instrumentación con la puesta a punto de
una metodología común. En ese sentido se
discuten dos puntos de importancia: el alcance de los Planes Directores y los Pliegos
de prescripciones técnicas que determinarán cuáles serán sus contenidos. El representante de Andalucía aporta a esa discusión la experiencia de la redacción de ese
Pliego para algunas de las catedrales de su
Comunidad Autónoma.
En definitiva, en esta primera reunión la
Comisión se comprometió formalmente a
confeccionar un documento marco donde
quedara concretado el procedimiento que,
de una forma general, habría de regular las
intervenciones en las catedrales españolas.
Para ello se determinó como necesidad
prioritaria la redacción de una ficha diagnóstico de mínimos de su estado de conservación y dotar de un Plan Director para
cada una de ellas.
El contenido y formato de esos dos documentos técnicos será objeto de discusión durante las siguientes reuniones de la Comi-
sión, convertida en un verdadero grupo de
trabajo, que tuvieron lugar a lo largo de ese
mismo año en Santiago de Compostela (2606-1989), Palma de Mallorca (18-09-1989)
y Granada (13-11-1989). En tales reuniones
es de destacar el interés que pusieron en los
trabajos los representantes de la Comunidades de Baleares, Cataluña y Galicia que asistieron regularmente y prestaron un gran apoyo técnico. Castilla y León se incorporó algo
más tarde y Andalucía tuvo una presencia
más irregular. Las otras Comunidades Autónomas citadas más arriba, asistieron ocasionalmente y como observadoras.
En la segunda reunión10 la Subdirección
de Monumentos y Arqueología del Instituto presentó a discusión una primera redacción de dos documentos: una ficha básica y
un borrador de contenidos de Plan Director, concretado el segundo en un Pliego de
Condiciones Base para su realización11.
Ambos documentos fueron discutidos minuciosamente. Quizás sea interesante señalar algunos de los puntos en que se centró
esa discusión: el detalle y extensión que
debe exigirse en el contenido de la ficha y,
más en concreto, el grado de detalle de la
información, desde los elementos arquitectónicos del conjunto catedralicio hasta el
patrimonio contenido. Respecto a este último se hace hincapié en la necesidad de incluir los museos, archivos y bibliotecas catedralicias. Una atención similar se presta al
tratamiento que debe darse a la documentación, tanto a la histórica como a la actual.
Respecto al segundo documento, los Planes
Directores, la discusión se centró en la exigencia de dotar de rigor histórico al análisis
del conjunto, la buena documentación de
las anteriores intervenciones de restauración
y la necesidad de la presencia desde el primer momento de equipos solventes y de establecer calendarios.
Las cuestiones de carácter más político
–pese al signo marcadamente técnico de la
Comisión– no quedaron desde luego fuera
de la discusión. En la tercera reunión, la celebrada en Palma de Mallorca12, se estuvo
acuerdo en algunas cuestiones básicas,
como la necesidad de una actuación conjunta de los tres interlocutores (las Comunidades Autónomas, la Iglesia y la Administración Central), la igual atención a los conjuntos catedralicios existentes y el papel primordial de los Planes Directores en la conservación de las catedrales. Por su parte, Ángel Sancho subrayó la posición de completa
disponibilidad por parte de la Iglesia para
llevar a cabo los objetivos del Plan de Catedrales y expuso el marco legal –los Acuerdos
Iglesia-Estado y Comunidades Autónomas–
y los organismos que posee la institución
–las comisiones mixtas, paritarias y diocesanas– donde aquellos pueden desarrollarse.
Sin embargo, se entabló una viva discusión
sobre otros aspectos de un carácter que podemos denominar competencial, tanto en
lo que se refiere al papel del Estado en la articulación del Plan como al tipo de compromiso institucional a que daría lugar.
Igualmente se debaten otros temas como el
carácter predominantemente técnico de la
propia Comisión, la composición de las futuras comisiones de seguimiento del Plan y,
tras la manifestación por parte de Castilla y
León de que ya estaba en marcha su propio
Plan de Catedrales, la necesidad de que
exista un intercambio de información entre
Comunidades Autónomas. Las conclusiones producto de estas deliberaciones fueron
claras: la necesidad de contar, para la buena
marcha del Plan de Catedrales, con una declaración de carácter institucional o un documento de definición previo que en cierto
modo sirva de marco a los dos documentos
de carácter técnico –la ficha básica y el plie-
10
A esta segunda reunión de Santiago de Compostela asistieron: Miguel
Ángel Montero, director xeral do Patrimonio Histórico e Documental;
Ángeles Noval, subdirectora del Patrimonio Histórico, y Santiago Seara, jefe del Servicio de Patrimonio,
de la Xunta de Galicia; Joana Palou,
conservadora del Museo de Mallorca, Rufina Camouzano, jefa del Servicio de la Región de Murcia; Ignacio Alonso, arquitecto, en representación del Principado de Asturias, y
José R. Ruiz, secretario general técnico de la Comunidad Autónoma de
Cantabria. Por el ICRBC asistieron:
Alfredo Morales, Pedro Navascués,
Félix Benito y Dolores FernándezPosse. Excusó su asistencia el representante catalán y no asistieron los
representantes de la Junta de Andalucía y la Junta de Castilla y León.
11
La redacción definitiva de ambos
documentos figura como anexo de
este trabajo.
12
Los asistentes a esta tercera reunión de la Comisión fueron: Jaime
Martorell, director general de Cultura, y Joana Palou, conservadora del
Museo de Mallorca, de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares;
Eduald Carbonell, director general de
Patrimonio Artístico de la Generalitat de Cataluña; Pío García Escudero,
director general de Patrimonio Cultural, y Marco Antonio Garcés, jefe
del Servicio de Monumentos, de la
Junta de Castilla y León; Santiago
Seara, jefe del Servicio de Monumentos de la Xunta de Galicia; Ángel Sancho, secretario de la Conferencia
Episcopal, y Pedro Navascués, Antonio Mas-Guindal, Félix Benito y Dolores Fernández-Posse, como representación del ICRBC.
23
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
24
Interior de la Catedral de León (Archivo Moreno, IPHE).
go de prescripciones de los Planes Directores– en los que venía trabajando la Comisión. Aún así, parte de esta sesión se dedicó
a la discusión de la Ficha básica que, tras algunas modificaciones, fue aprobada; el segundo documento, algunos de cuyos contenidos fueron también debatidos brevemente, quedó a la espera de que el Ministerio de
Cultura presentara un borrador del demandado documento institucional de definición del Plan de Catedrales que habría de
redactar con el concurso del representante
de la Iglesia.
Unas y otras cuestiones fueron de nuevo
discutidas en la cuarta reunión, la celebrada
en Granada13. Una vez presentado, por parte de los representantes del Instituto y de la
Conferencia Episcopal, al resto de la Comisión el documento institucional requerido14
y ser objeto de algunas modificaciones menores, la discusión se centró en el Pliego de
condiciones base de los Planes Directores,
concretamente en la definición de las Comisiones, y en el marco jurídico que convenía al Plan de Catedrales. Sin llegar a un
acuerdo total la alternativa que, en aquel
momento, parecía tener más predicamento
era la de una reglamentación como desarrollo de la propia Ley 16/1985 de Patrimonio
Histórico o de la normativa legal emanada
de las Comunidades Autónomas. A un
acuerdo total se llega por el contrario en lo
que se refiere a evitar desequilibrios en el futuro tratamiento a los 78 conjuntos catedralicios que en aquel momento eran admitidos como tales15, es decir, tratar a todos
por igual independientemente de su valor y
prestigio patrimonial.
Otro de los temas tratados con cierto detalle, siempre dentro de los documentos en
discusión, fue la futura coordinación de inversiones. A este respecto parece imponerse
la idea de inversiones cortas y controlables
pero continuas, aunque se considera, en general, que los temas económicos deben discutirse fuera de la Comisión.
La quinta y última reunión de la Comisión delegada tuvo lugar en Barcelona el 20
de septiembre de 199016. Se retoman en ella
la discusión de varios temas que han sido recurrentes a lo largo del año y medio de trabajo: la composición y competencias de las
comisiones de seguimiento del Plan previstas
en los documentos, su financiación y su rango legal. Esta última cuestión queda abierta
en tanto no se obtenga un informe jurídico
sobre su viabilidad. Otra cuestión interesante que se trató en esta última reunión fue la
manifiesta diferencia entre el nivel de información de los organismos públicos, reflejado
además en los medios de comunicación nacionales, y la estructura interna de la Iglesia
(Obispados, Cabildos catedralicios,…) donde el nivel de difusión de la información había sido muy bajo. El representante de la
Conferencia Episcopal accede a remediar esa
situación. Finalmente se acuerdan unas pequeñas correcciones de estilo.
Aprobados los documentos, se establece
el procedimiento a seguir: tras un período
de información para su estudio por parte de
las Comunidades Autónomas que no formaron parte de las sesiones de trabajo, se
acuerda presentar los contenidos del Plan
de Catedrales al Consejo de Patrimonio
Histórico en la reunión prevista ya para diciembre de ese mismo año para su aprobación final y se resuelve la disolución de la
Comisión delegada.
El Documento elaborado por la Comisión –cuyos contenidos básicos, como puede comprobarse en los Anexos de este texto,
continúan en vigor en la actualidad– fue
presentado por el Director General de Bellas Artes al Consejo de Patrimonio donde
fue informado favorablemente el 19 de di-
13
José Guirao, director general de
Bienes Culturales y Álvaro Lozano,
arquitecto encargado del Plan de Catedrales, de la Junta de Andalucía;
Eduard Carbonell, director general
del Patrimonio Artístico y Antonio
Navarro, jefe del Servicio de Patrimonio, de la Generalitat de Cataluña;
Jaume Martorell, director general de
Cultura; Joana Palou, conservadora
del Museo de Mallorca, y Catalina Ferrando, técnica de Patrimonio, del
Govern Balear; Ángeles Novás, subdirectora general de Patrimonio Histórico de la Xunta de Galicia; Lucía Barrero, técnica de la Dirección General
de Patrimonio Cultural de la Junta de
Castilla y Léon; Ángel Sancho, Secretario de la Conferencia Episcopal, y
Pedro Salmerón y Antonio Almagro,
arquitectos del Plan Director del
Conjunto Catedralicio de Granada.
Por el ICRBC. asistieron: Antonio
Mas-Guindal, Alfredo Morales, Pedro
Navascués, Félix Benito y Dolores
Fernández-Posse.
14
Dicho documento figura en el
Anexo documental.
15
En los años transcurridos entre
1990 y 1997 en el que finalmente se
firmó el Acuerdo de colaboración entre el Ministerio de Educación y Cultura y la Iglesia Católica para el Plan
Nacional de Catedrales, la lista fue
objeto de varias incorporaciones. En
el último año citado las catedrales
eran ya 89, aunque con algunos de los
conjuntos marcados como dudosos
(como la denominada, en esa lista oficial, «Excatedral» de Roda de Isábena,
en Huesca). A incorporaciones efectuadas en aquellos años (como Baza,
Monzón, Mérida, Cáceres, la Basílica
del Pilar, Getafe o La Almudena de
Madrid), hay que añadir alguna otra,
como la Basílica de Manresa.
16
A esta reunión de Barcelona asistieron: Eduald Carbonell, director
general de Patrimonio Cultural, y
25
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
26
Antonio Navarro, jefe del Servicio de
Patrimonio Arquitectónico, de la
Generalitat de Cataluña; Marco Antonio Garcés, Jefe del Servicio de
Restauración de la Junta de Castilla y
León; Jaume Martorell, director general de Patrimonio, y Catalina Ferrando, técnica de dicha Dirección
General, del Govern Balear; José Vicente Solarat, director general de Patrimonio, y José Manuel García Iglesias, asesor de dicha Dirección General, de la Xunta de Galicia; Pedro
Olivares, jefe del Servicio de Patrimonio Histórico de la Comunidad
de Murcia, y Juliá Esteban, jefe del
Servicio del Patrimonio Inmueble de
la Comunidad Valenciana, y Crescencio Palomo, como representante
de la Conferencia Episcopal. Por el
ICRBC asistieron: Antonio MasGuindal, Alfredo Morales, Pedro
Navascués, Félix Benito y M.ª Dolores Fernández-Posse.
17
Por orden de intervención los participantes en ese Coloquio Internacional sobre la «Conservación del Patrimonio Catedralicio», organizado
bajo los auspicios del Consejo de Europa, fueron: Jaime Brihuega, Dionisio Hernández Gil, Antonio MasGuindal, José María Ballester, Ignacio y Manuel de las Casas, Alfredo
Morales, Ernesto Brivio, Pedro Salmerón, Antonio Almagro, Ángel
Sancho, Jean-Marc Boyer, Robeets,
Ignacio Represa, Ignacio Paricio,
Charles Brown, Modesto Montoto,
Pedro Navascués, Ives Boiret, Giorgo
Croci, Jean R. Hauesser, Arnold
Wuolff y Alfredo Vera. El Ministerio
de Cultura publicó en parte el contenido del Coloquio en 1993.
18
Solamente fue publicado en su
casi integridad el de la Catedral de
Murcia en 1994, tal y como figura
recogido en la bibliografía.
ciembre de 1990. Adquirió así valor como
referencia orientativa al aceptarse una unificación de criterios en el tratamiento de las
catedrales y una instrumentación, también
común, mediante el acatamiento de un
mismo Pliego de Prescripciones técnicas, un
estudio previo mediante una ficha básica y
la redacción de un Plan Director para cada
catedral, documento, este último, donde se
ordenarían las actuaciones y las inversiones.
Con este último paso creemos que estaba
abierto el camino para un verdadero Plan
de Catedrales, aunque nunca llegase a implementarse jurídicamente. Puede añadirse
que como cierre de esta etapa de trabajos
sobre el Plan Nacional de Catedrales, se celebró un coloquio internacional sobre «La
Conservación del Patrimonio Catedralicio:
orientaciones nacionales y europeas». Se llevó a cabo, por el Ministerio de Cultura,
bajo los auspicios del Consejo de Europa,
en Madrid entre los días 21 y 24 de noviembre de 199017.
Epílogo
En años posteriores, el Ministerio de Cultura llevó a cabo una serie de iniciativas dentro de las directrices marcadas por los documentos elaborados por la Comisión. Por
ejemplo, el encargo de algunos estudios previos a los Planes Directores, algunas obras de
emergencia y otras de restauración que ya
estaban en marcha o habían sido ya programadas en el marco de convenios específicos
con las Comunidades Autónomas. Sin embargo, es evidente que factores y circunstancias ralentizaron, si no frenaron, la ejecución
del Plan de Catedrales tal como había sido
aprobado en 1991. De hecho esa situación
no llegará a desbloquearse hasta 1996, cuando se inician los contactos y conversaciones
para la firma de los acuerdos entre las administraciones y la Iglesia. Es entonces cuando
se hace efectiva la voluntad de dotar a cada
una de las catedrales españolas de un Plan
Director, documentos a los que se les otorga
absoluta prioridad y que mantienen las directrices y contenido dado por la antigua
Comisión del Plan de Catedrales. Hubo, no
obstante, algunas cuestiones o propuestas de
aquellos documentos que se perdieron en
esos años intermedios. Es el caso de algunos
aspectos del propio Plan, como la proyección pública de sus contenidos o la publicación, fuera total o parcial de los propios Planes Directores18. Sin ánimo de realizar un
balance exhaustivo si puede decirse, por el
contrario, que apoyo institucional y privado
y el eco que tuvo –y todavía tiene– este Plan
de Catedrales, fue amplio. De esta forma
pudo beneficiarse de ser incluido en la Ley
de Presupuestos del Estado de cada ejercicio
como actividad prioritaria de mecenazgo, figurar como un programa propio e importante en las actuaciones sobre el Patrimonio
Histórico del 1% cultural del Ministerio de
Fomento, ser objeto de campañas de patrocinio por parte de algunas entidades financieras o contar con una relativa presencia en
las informaciones sobre el patrimonio aparecidas en los medios de difusión generales o
especializados.
Pero como habitualmente sucede con el
patrimonio, ni el Plan de Catedrales ni los
Planes Directores son una panacea. De hecho, la realidad a que se enfrentan los conjuntos catedralicios en el momento actual es
complicada y difícil, donde a los problemas
de siempre se añaden nuevos retos. Uno de
ellos –entre otros muchos– es el turismo
que, como queda dicho más arriba, ha acelerado cambios funcionales y rompe en parte con una de las grandes ventajas que el patrimonio catedralicio ha mantenido frente a
otros monumentos: su siempre indiscutida
e indiscutible utilidad como templo, iglesia
madre o sede del obispo, con un claro uso
religioso. Es indudable que simultáneamente ya desempeñaba un papel social, como
templo ciudadano bien integrado en la vida
del núcleo urbano, pero en cierto modo restringido a ese particular ámbito espacial.
Las catedrales están cambiando rápidamente y, en cierto modo, la Iglesia no es ajena a
esa transformación. Nos referimos a la demanda de su proyección cultural que las
conduce hacia una función meramente monumental, a ser unos espacios culturales con
sus estrategias de atracción y comodidad
para los visitantes y, con evidencia, de su explotación económica. En definitiva, de pérdida de sus funciones históricas.
Las respuestas a ese nuevo reto no son
siempre las adecuadas. Sobre todo cuando la
restauración se acerca peligrosamente a la rehabilitación y es la catedral la que se somete
a ella, cuando debería suceder exactamente a
la inversa. Basta mencionar el daño que siguieron sufriendo en plenos años noventa
rejas, presbiterios, retablos mayores y coros
de muchas de ellas: Santo Domingo de la
Calzada o Jerez de la Frontera. Por otro lado
se le añadía un ábside de «diseño» a la catedral románica de Jaca mientras que muy recientemente hemos asistido a la instalación
del controvertido camarín de la Catedral de
Murcia. Intervenciones que de una manera
u otra no están en el espíritu del Plan de Catedrales. Aunque, también es cierto que
frente a ellas pueden ponerse numerosos
ejemplos de actuaciones respetuosas y, en
ocasiones, muy afortunadas, como la Seo de
Zaragoza, o las de Salamanca y Pamplona.
Pero esa historia más reciente, donde se debe
señalar la vigencia de aliento, contenido y
directrices del Plan de Catedrales tal y como
fue planteada por la Comisión19, ya no es la
que este texto pretende recuperar.
Bibliografía básica
MUÑOZ, A. (1989): La conservación del patrimonio arquitectónico español. Madrid, Ministerio de Cultura.
NAVASCUÉS, P. (1987): La restauración monumental como proceso histórico: El caso español, 1800-1950.
Curso de Mecánica y Tecnología aplicada a los edificios antiguos, Madrid, COAM, págs. 285-329.
NAVASCUÉS, P. (1995): «La restauración de monumentos en España: aproximación bibliográfica
(1954-1994)», Historiografía del Arte español. Madrid, CSIC, 77-88.
ORDIERES, I. (1995): Historia de la restauración monumental en España (1835-1936). Madrid, Ministerio de Cultura.
VERA BOTI, A. (1994): La Catedral de Murcia y su Plan Director. Murcia.
VV. AA. (1993): La conservación del patrimonio catedralicio. Madrid, Ministerio de Cultura.
19
Los autores de este trabajo no
pueden sustraerse a la satisfacción de
comprobar que varias iniciativas posteriores, tanto de la Administración
Central como de las Autonómicas,
así como de otros organismos públicos o privados, tomaron como modelo de aplicación a otro tipo de conjuntos patrimoniales, los conceptos,
criterios y metodología que informaron este Plan de Catedrales y los documentos en que se concretaba.
27
ANEXO*
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
Plan Nacional de Catedrales
28
Dentro del conjunto del Patrimonio Histórico Español, las catedrales ocupan un lugar de
privilegio tanto por su valor histórico, su relevancia arquitectónica y su carácter excepcional
de Iglesia Diocesana, con sus aspectos jurídicos,
litúrgicos y simbólicos, como por los tesoros artísticos que conservan; pero quizá lo más destacado sea el hecho de que la catedral resume y
sintetiza la historia de la ciudad desde la construcción del templo a las aportaciones y enriquecimientos de casi todas las épocas y culturas
cuyo esfuerzo se ha ido plasmando en ella. Este
aspecto tiene una gran transcendencia en el Estado Español, ya que uno de los valores más significativos de nuestras catedrales en relación con
otras de Europa es precisamente su extraordinaria acumulación de testimonios culturales.
Sobre este patrimonio se ha actuado casi desde los primeros momentos de la actividad restauradora en el siglo pasado. Pero los criterios,
cada vez más afinados sobre la restauración de
catedrales, y sobre todo la mejora de su estudio
histórico y físico, entendido incluso desde etapas
anteriores a la construcción del templo base que
sustenta el entramado arquitectónico de la catedral, nos conduce a la necesidad de establecer un
período de reflexión y profundización en el conocimiento de la catedral y del modo de intervenir en la misma.
La creciente conciencia colectiva que se viene
configurando en torno a las catedrales se ha ido
traduciendo en el aumento de los recursos económicos dedicados a su restauración y conservación. Es preciso dar una respuesta a esta situación en el sentido de racionalizar dichos recursos
y establecer un orden de prioridades en la atención continuada a cada catedral.
Se observa, igualmente, la necesidad de proceder a la creación de programas anuales de
mantenimiento como complemento de las obras
más importantes de restauración y como mecá-
nica de actuación a la que hay que tender progresivamente. En este sentido, se hace necesario
apoyar, por parte de los poderes públicos, a los
cabildos catedralicios en su tarea de conservación del monumento, recabando de ellos un
compromiso recíproco.
Por todo ello, el Ministerio de Cultura y las
Comunidades Autónomas en el ejercicio de sus
competencias acuerdan desarrollar el Plan Nacional de Catedrales que tendrá como ámbito la
totalidad de las catedrales del Estado Español y
se ejecutará con cargo a las partidas presupuestarias y plazos que en cada Convenio Específico se
establezca y supeditado a la metodología que se
establece en el presente Plan de Catedrales.
Finalmente, ha de destacarse la necesidad social de difundir los valores culturales que las catedrales poseen, a salvo siempre la prioridad de
su fin originario para el culto y la evangelización.
Ante esta situación de las catedrales españolas,
y en la necesidad de realizar un esfuerzo de profundización en su conocimiento y en la racionalización de su tratamiento, surge la propuesta de
realizar un Plan de Catedrales como iniciativa del
Consejo del Patrimonio Histórico.
cios de la catedral y a mejorar su estudio, conocimiento y difusión.
La tercera línea de desarrollo del Plan es la canalización de inversiones, que se realizará por el
Estado y las Comunidades Autónomas en función de las programaciones de los Planes Directores y según los correspondientes acuerdos concretos o convenios a que lleguen las instituciones
competentes.
2. FICHA BÁSICA. ANÁLISIS DEL ESTADO
ACTUAL
Se trata de un cuestionario a cumplimentar
por las Comunidades Autónomas en el que se
recoja brevemente la situación actual de cada catedral en sus aspectos básicos descriptivos, así
como el diagnóstico de los principales problemas observados. Se plantea su elaboración en
una primera fase del Plan. Se obtendrá de esta
forma una información homogénea y completa
de la situación real que permitirá programar los
Planes Directores.
3. PLANES DIRECTORES DE CATEDRALES
1. EL PLAN DE CATEDRALES
El Plan se plantea en tres niveles, cada uno de
ellos en una etapa específica. En primer lugar,
un análisis sobre la situación actual de los conjuntos catedralicios en el Estado Español. Para
ello se elaborará una ficha de datos base resumida que permitirá certificar las prioridades en las
actuaciones ulteriores.
La segunda fase del Plan, con la realización de
Planes Directores, se propone el conocimiento
lo más profundo posible de la situación actual a
fin de poder establecer los programas adecuados
en orden a la racionalización de inversiones, a la
creación de sistemas optimizados de mantenimiento, a mejorar las posibilidades de los servi-
Consisten en un estudio lo más minucioso
posible sobre el monumento, a fin de establecer,
para un período de ocho a diez años, las posibles
actuaciones en las materias antes señaladas (intervenciones e inversiones, mantenimiento, estudio y difusión).
Los Planes Directores deberán ser redactados
por equipos pluridisciplinares que pueden ser distintos en cada una de las fases. Concretamente, en
la fase previa se puede establecer la conveniencia
de su encargo a un técnico específico o estar realizado directamente por la administración.
Se establecerá una Comisión de Seguimiento
del Plan de Catedrales que supervisará la realización de todos los Planes Directores desde el pun-
* Figuran en este anexo los tres documentos redactados por la Comisión delegada de Plan de Catedrales por instrucción del Consejo de Patrimonio Histórico y que fueron
aprobados por dicho órgano colegiado en diciembre de 1990.
to de vista de la coherencia global. Esta Comisión estaría formada por una representación de la
Iglesia, el Estado y las Comunidades Autónomas.
Su función sería la aprobación de la fase previa,
el seguimiento genérico de los Planes y la elaboración de un informe anual sobre su desarrollo.
El seguimiento de cada Plan Director se realizará coordinadamente por una representación
designada por las Comisiones Mixtas Iglesia-Estado y otra de los organismos competentes de las
Comunidades Autónomas.
En cuanto al marco o régimen jurídico en el
que se insertarán los Planes Directores, se establece el siguiente esquema:
– El Plan Director tendrá, una vez aprobado
por los organismos competentes, virtualidad jurídica.
– El Plan Director de cada conjunto catedralicio, como Bien de Interés Cultural (BIC) que
es, deberá aprobarse por la Comunidad Autónoma. En lo relativo a la gestión, servicios y difusión se deberá contar con la entidad eclesial
competente.
– El Plan, una vez aprobado, durante el período de vigencia previsto tendrá carácter vinculante en cada uno de los Programas que establezca. Este Plan podrá modificarse si así se estimara
oportuno con la aprobación de los organismos
correspondientes.
El régimen de funcionamiento tendrá cobertura jurídica en una reglamentación de la Ley de
Patrimonio Histórico 16/1985 y de las desarrolladas por las Comunidades Autónomas, así
como de la normativa legal emanada de dichas
Comunidades Autónomas; todo ello en el marco de una Instrucción del Consejo de Patrimonio Histórico y de conformidad con los Acuerdos Iglesia-Estado en España.
Su realización comprende tres fases:
a) Fase previa
En ella se delimitará el alcance del Plan y los
estudios que abarcará. Se cuantificará su conte-
nido, se establecerá su cronología, metodología
y equipo redactor. También se diseñarán los medios auxiliares que deberán poner a disposición
del estudio (investigación arqueológica, de archivo, instrumentación, etc.). Igualmente, en
esta fase previa, se detectarán los problemas más
urgentes de la catedral, a fin de establecer las actuaciones e inversiones de restauración necesarias durante el período de la redacción del Plan.
b) Elaboración del Plan
Se realizará de acuerdo a la metodología establecida en la fase previa. Comprenderá una etapa
de información (memoria descriptiva, inventario
del Patrimonio Histórico contenido, análisis histórico, estudio jurídico, análisis del estado de
conservación) que contará con los instrumentos
auxiliares definidos en la fase previa (documentación gráfica, investigación arqueológica, investigación documental, instrumentación estructural). Se realizará posteriormente, el diagnóstico y,
finalmente, unas propuestas de Programas de intervención, servicios, estudio y difusión.
medio plazo, de acuerdo con los programas establecidos en los Planes Directores.
Por ello se prevén las siguientes actuaciones:
a) Ineludible compromiso institucional del
Estado, Comunidades Autónomas e Iglesia de
informar, impulsar y colaborar en la salvaguardia del patrimonio catedralicio.
b) Compromisos parciales (convenios y
acuerdos) sobre inversiones en determinados
monumentos que concreten y lleven a la práctica el compromiso general.
En este último aspecto se debe cumplir la
norma de intervenir en las actuaciones previstas por los Planes Directores. Por ello puede ser
procedente vincular los compromisos concretos de intervención al desarrollo reglamentario
que cada Comunidad Autónoma establezca y
desarrollarlos conforme al programa aprobado
en los Planes Directores o en su fase previa. Teniendo en cuenta que la aceptación del presente Plan Nacional de Catedrales es requisito imprescindible para acceder a la financiación pública.
c) Publicación
La tercera fase consistirá, en aquellos casos en
que se estime conveniente, en la publicación de
aquella parte del trabajo que tenga mayor relevancia en orden a la difusión del Plan, teniendo
en cuenta las normas de la Comisión Mixta Iglesia-Estado.
4. COORDINACIÓN DE INVERSIONES
El objetivo del Plan de Catedrales es doble, por
un lado trata de establecer los mecanismos que
posibiliten un tratamiento racionalizado y homogéneo sobre dicho patrimonio, poniéndolo a disposición de los organismos encargados de velar
por su conservación. Por otro lado, su finalidad es
garantizar la salvaguardia de todas catedrales. Ello
se materializará en un compromiso de inversión a
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5. DIFUSIÓN DEL PLAN DE CATEDRALES
La ocasión de la elaboración de los Planes Directores, con la concentración de estudios y análisis que ello conlleva, es una oportunidad idónea para la difusión de los contenidos artísticos
o culturales de las catedrales. Por ello hay que
prever la publicación de aquellas partes del Plan
Director que sean de interés, así como la realización de una exposición permanente en el propio
recinto catedralicio de aquellos datos y documentación relevantes para la visita del monumento.
La realización del Plan es también buena ocasión para difundir en su conjunto el patrimonio
catedralicio. Esta difusión se hará de acuerdo
con los Cabildos Catedralicios, siguiendo las
normas de los acuerdos Iglesia-Estado.
Pliego de Condiciones base para la realización de Planes Directores de Catedrales
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
INTRODUCCIÓN
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Las líneas de trabajo que a continuación se desarrollan intentan ser todas las posibles relacionadas
con el Plan Director de una catedral. No obstante,
en cada caso concreto y de acuerdo con la situación
y necesidades específicas de cada una de ellas, el
pliego se ajustará a los requerimientos que del monumento se deriven. Por ello y en vista de esa futura adecuación se ha intentado que el presente documento, entendido como base de discusión, sea
lo más amplio posible a fin de contener el mayor
campo posible de sugerencias o situaciones1.
De los temas que comprende este Pliego Base
el más desarrollado es el referente al contenido
de los Planes Directores, aunque se ha dado el
espacio necesario a otros aspectos básicos como
son equipos, plazos y seguimiento.
De los equipos cabe apuntar que deben ser
pluridisciplinares comprendiendo todos aquellos aspectos que cubren los estudios de los Planes Directores: arquitectura, historia, estática,
análisis de patologías, documentación, levantamientos, fotografías, inventarios, relación con el
entorno, arqueología y restauración.
Con respecto a los plazos se establecen tres
etapas o fases cualitativamente distintas. Una
primera fase –la Fase Previa– en la que se establecerá la cronología y metodología concreta de
actuación y tras un primer diagnóstico de la catedral, se elaborará un plan de actuaciones inmediatas con el fin de cubrir el período en que
se redacte el Plan Director2. La duración máxima de esta fase sería de 6 meses. La segunda fase
comprende la elaboración del Plan Director. Es
la mayor en tiempo y puede dividirse en plazos
de cara a un mayor control u operatividad, pero
el trabajo será homogéneo a lo largo de este período. Finalmente habrá una tercera fase de publicación, total o parcial, del trabajo.
En relación al tema de seguimiento se plantea
la creación de una comisión conjunta de segui-
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II. REDACCIÓN DEL PLAN DIRECTOR
miento de los planes y una específica para cada
uno de ellos. La composición de dichas comisiones y su relación con el equipo redactor del Plan
Director, por un lado, y con los organismos
competentes legalmente establecidos, por otro,
son también objeto de este documento.
Será en el propio Plan Director donde se determinará el tipo de seguimiento que tendrán las
intervenciones futuras en la catedral. En este
sentido cabe apuntar que esas posibles comisiones, citadas en el párrafo anterior, lo serán sólo
en el período de redacción del Plan Director, ya
que es en ese propio documento donde se planteará la forma definitiva de seguimiento.
La parte más desarrollada del presente documento se refiere al contenido. Se especifica un
gran abanico de posibilidades y líneas de actuación a cubrir en las dos primeras fases (fase previa
y fase de elaboración del Plan). En la segunda etapa se plantean tres grandes bloques: información y
análisis, diagnóstico y planes o programas.
II.1.2. Análisis del Patrimonio Histórico
contenido y relación y descripción de museos,
bibliotecas, archivos, u otras colecciones
organizadas
I. FASE PREVIA
III.1.3. Análisis histórico
– Desarrollo de la metodología de trabajo específica para la redacción del Plan Director y
cuantificación y cronograma de los estudios e
instrumentos auxiliares de análisis durante el
desarrollo de esta primera etapa. Evaluación
temporal y especificación del equipo de trabajo.
– Estudio básico de la catedral que comprenderá una revisión y mejora de la ficha base, recopilación de la documentación básica existente,
información gráfica primaria.
– Diagnóstico previo, orientado a detectar
procesos que requieran una intervención inmediata.
– Programa de propuestas urgentes como resultado de dicho diagnóstico y que se llevará a
cabo durante el período de redacción del Plan
Director.
– Descripción cronológica, que comenzará
por las etapas precedentes a la construcción de la
catedral, incluyendo no sólo los templos anteriores sino cualquier otra implantación (mezquita, convento, edificios civiles, foros...). El último
estadio o aspecto de esta descripción cronológica se referirá a las obras de restauración y últimas
actuaciones en el conjunto catedralicio, que deberán contener aspectos como la finalidad y promoción de las obras, su entorno social e histórico, el autor y autores y los procedimientos constructivos.
– Valoración y síntesis histórica de los aspectos más destacados que se han puesto en evidencia en el epígrafe anterior. Por ejemplo, un análisis espacial, estilístico, social, etc., siempre desde el punto de vista de su desarrollo histórico.
II.1. Información y análisis
II.1.1. Memoria descriptiva que incluirá
– La descripción del conjunto, con su dimensionamiento, metrología, modulación, etc.;
la relación de la catedral con el entorno y la ciudad (nivel de centralidad, impacto visual, etc.).
– Composición física: materiales y sistemas
constructivos (composición y procedencia de los
materiales empleados, análisis de técnicas y soluciones constructivas...).
– Servicios, de culto y culturales, con su descripción y ocupación espacial y temporal.
En este documento se ha recogido como elemento de trabajo la documentación aportada por los representantes de la Junta de Andalucía y la Xunta de Galicia.
Se hace referencia a las denominadas obras de emergencia, definidas como las necesarias para impedir la destrucción o grave deterioro de los bienes culturales, para reparar
los daños causados en ellos por acontecimientos catastróficos o para evitar situaciones que supongan grave peligro para las personas o las cosas.
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– Técnicas y estudios auxiliares al análisis
histórico: con catalogación y recopilación de la
documentación gráfica existente, la bibliografía
y otra documentación de archivo3, así como estudios realizados no publicados (incluirá los estudios o informes sobre actuaciones arqueológicas, conservación, aspectos históricos, etc.).
– Estado actual del entorno de la catedral, su
grado de conservación, existencia de impactos negativos de la edificación circundante, estado de los
elementos que componen el espacio público (mobiliario urbano, pavimentos, ajardinamientos,
aparcamientos y grado de adecuación del entorno.
– Instrumentación para el mejor conocimiento del comportamiento estructural del edificio.
Estos análisis, por su especialización tecnológica, pueden ser realizados dentro del Plan Director o bien como asistencia exterior en un programa conjunto para todas las catedrales.
II.1.6. Instrumentos auxiliares
II.1.4. Estudio jurídico
– Comprenderá todo lo referente a la propiedad, inscripciones registrales, anotaciones, arrendamientos, cesiones de uso, servidumbres, etc.
Igualmente serán atendidos los sistemas de gobierno, privilegios, legados, fundaciones públicas
o privadas.
– Afecciones derivadas de la legislación de
Patrimonio y su situación dentro de legislación
urbanística4.
II.1.5. Análisis del estado de conservación
– Estudio del estado actual y patología de los
materiales que componen el edificio (alteraciones físicas, químicas y biológicas).
– Estudio de la cimentación, atendiendo particularmente al análisis de los niveles freáticos y
movimientos y patologías de las fábricas que lo
componen.
– Estado de conservación de la estructura
(esquema fisurativo del edificio, movimiento de
los elementos estructurales, deformaciones de
dichos elementos...) y análisis de las patalogías
que ocasionan dichos síntomas.
– Estudio del régimen general de humedad
del edificio (humedades por capilaridad, flujos
subterráneos, humedades de cubierta, de condensación, de escorrentía y de otras causas).
– Estado del estado de conservación de los
acabados.
– Estado general de las instalaciones existentes y definición de las no existentes y necesarias.
– Estado de conservación del patrimonio histórico contenido5 (metodológicamente se hace
este trabajo de forma simultánea a su análisis).
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II.2. Diagnóstico
Se incluyen en este epígrafe todos aquellos estudios e investigaciones que por su magnitud o
especificidad necesitan de un período de desarrollo que no puede ser coincidente con el dedicado
a los estudios básicos. Pese a ello, en la metodología específica del trabajo que se elabora en la Fase
previa se cuantificarán y determinarán cuáles de
esos estudios e investigaciones son necesarias.
– Documentación gráfica del edificio (levantamiento de planos, documentación fotográfica,
levantamiento de fotografía terrestre, maqueta,
vídeo...).
– Investigación arqueológica. Además de algunas catas o sondeos puntuales que aprovechen
las actuaciones encaminadas a determinar el estado de conservación del edificio (como las que se
realicen para determinar el estado de la cimentación o las humedades del subsuelo), se llevarán a
cabo excavaciones arqueológicas sistemáticas
cuando el estudio histórico lo justifique. En ese
caso se presentará un informe previo a la excavación, en la fase previa. Se tendrán en cuenta técnicas alternativas a la excavación arqueológica
como son las prospecciones no destructivas.
– La técnica arqueológica será utilizada siempre que sea posible en el estudio de los elementos arquitectónicos y acabados.
– Investigación documental. Se trata de la
documentación de archivo a incluir en el análisis histórico que, aunque realizada en la Fase
previa, puede ser considerada como un instrumento auxiliar necesario para establecer un correcto diagnóstico del edificio, sobre todo en
caso de ausencias o lagunas de los estudios documentales disponibles.
Esta etapa, en la que se realizará una síntesis
de todos los estudios llevados a cabo, debe tener
un carácter integral y se considera la más trascendental del trabajo. Debe de ir acompañada
de una larga discusión interna y con participación de los organismos encargados del seguimiento del Plan Director. Supone sentar las bases para su redacción definitiva.
Dentro del carácter integral del diagnóstico,
se debe incidir en los aspectos siguientes:
– configuración espacial y arquitectónica,
– lectura histórica,
– servicios de culto y culturales,
– relación con el entorno,
– Patrimonio Histórico contenido,
– estado de conservación.
II.3. Programas de actuación
Como resultado de las etapas anteriores y
como finalidad misma del Plan Director, se establecerán los planes o programas de actuación
cuyo plazo indicativo de vigencia será de 8 años.
El Plan Director se organiza, en principio, en
cinco programas:
II.3.1. Programa de intervenciones y
mantenimiento, que contemplarán intervenciones
de consolidación y restauración en el entorno, en
los edificios y el patrimonio contenido. El
programa de mantenimiento concretará aspectos
como los procedimientos de actuación, la
cuantificación económica anual y la creación de
equipos y talleres
Esa documentación habrá sido dimensionada en la fase previa, pero su magnitud puede exigir un tratamiento específico y unas medidas de coordinación.
Generalmente la clasificación y calificación urbanística no son determinantes en la regulación normativa de la catedral, sin embargo hay casos en que, por lo complejo y
variado del conjunto catedralicio, hay partes en que la incidencia de los planes es decisiva.
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Metodológicamente este trabajo se realizará de forma simultánea al análisis de ese patrimonio contenido en la catedral.
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III.3.2. Programa de organización y servicios.
Dar las pautas para la mejora y coordinación de
aquellas actividades que junto con la litúrgica se
pueden desarrollar en el conjunto catedralicio
EL PLAN NACIONAL DE CATEDRALES
– Servicio litúrgico (tanto los de carácter público como los de régimen interno).
– Servicio cultural permanente: museos, archivos,
bibliotecas, escuelas, recepción, visitas guiadas, etc.
– Servicios administrativos, viviendas, almacenes y otros usos auxiliares.
– Parques y jardines y otros espacios libres.
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III.3.3. Programa de documentación e investigación,
con la realización de estudios monográficos sobre
temas con lagunas documentales, con la catalogación
sistemática de archivos y la realización de inventarios
y catálogos de los bienes contenidos
III.3.4. Programa de gestión
– Dirección y seguimiento de los programas
de intervención, de uso y de difusión.
– Colaboración entre instituciones.
– Participación de asociaciones de amigos,
fundaciones, y otras instituciones de carácter semipúblico.
– Sugerencias en relación al estatus jurídico
de la catedral.
– Exposición permanente de la catedral6.
– Exposición temporal de las intervenciones
sucesivas.
– Propuestas de racionalización, reproducción e informatización de archivos.
– Remodelación de museos existentes, reproducciones artísticas.
– Publicaciones, vídeos.
– Encuentros y seminarios.
III.3.5. Programa de difusión
IV. PUBLICACIÓN
– Potenciación y mejora de la visita directa al
edificio: oficina de recepción, visitas guiadas potestativas, señalización, información didáctica o
pedagógica.
De la totalidad o de parte del propio Plan Director o de los estudios e investigaciones previstos en sus programas, en orden a la difusión del
patrimonio catedralicio.
FICHA BÁSICA DEL ESTADO DE LAS CATEDRALES
NOMBRE: IDENTIFICACIÓN:
SITUACIÓN. LOCALIZACIÓN:
(incluir plano de situación)
PROPIEDAD:
SITUACIÓN JURÍDICA:
RELACIÓN CON EL ENTORNO:
(breves descripción y valoración del entorno, relación con la catedral, estado de conservación)
DESCRIPCIÓN TOPOGRÁFICA:
(incluir planta del conjunto catedralicio)
DIMENSIONES:
BREVE RESEÑA DEL PATRIMONIO HISTÓRICO CONTENIDO:
(incluir Museos, Archivos y Bibliotecas)
USOS:
(con dimensionamiento aproximado)
DIAGNÓSTICO DEL ESTADO ACTUAL:
(incluir somera reseña de estado de conservación de materiales, humedades, estanqueidad, movimientos de fábrica, esquema fisurativo, estado de
conservación de acabados, estado de instalaciones, de los bienes contenidos, medidas de seguridad; enumeración de estudios específicos, si existieran)
OBRAS REALIZADAS EN LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS:
(incluir fechas, organismos, autores, presupuesto)
DOCUMENTACIÓN EXISTENTE:
(incluir la documentación gráfica actual; señalar la existencia de gráfica
antigua, estudios de carácter histórico o artístico realizados, de catálogos
o inventarios; incluir la bibliografía básica)
OBSERVACIONES:
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En este punto se deja abierta la conveniencia de incluir o no dentro del contrato del Plan Director el soporte físico de la citada exposición.
Los Planes Directores de Catedrales
El Plan de Catedrales tiene como objetivo prioritario la protección de ese patrimonio tan
específico que son los conjuntos catedralicios en su total significación y complejidad. Se reconoce de esta forma, entre otras muchas cosas, su alto valor histórico, su simbolismo, su
función conformadora del urbanismo y de la identidad de las ciudades y su capacidad
para reflejar las grandes líneas históricas del arte y del pensamiento. Pero sobre todo permite racionalizar las intervenciones e inversiones aplicadas a su conservación y darles la
necesaria continuidad. Para alcanzar tales objetivos es obligado ampliar y profundizar en
su conocimiento, reflexionar el cómo y el porqué de esas intervenciones, atender a su mantenimiento y difundir tanto ese conocimiento como las actuaciones. Todo ello enmarcado
en un compromiso recíproco entre las instituciones responsables y con una referencia metodológica común.
El instrumento básico que permite cumplir a medio plazo con buena parte de esos objetivos es el Plan Director de cada una de las catedrales. Así es reconocido en todas las iniciativas de las instituciones que comparten la responsabilidad de la tarea de su conservación. En efecto, la necesidad y utilidad de dotarlas de un Plan Director es reconocida en
los acuerdos y convenios entre la Iglesia y las administraciones. En ellos se marca la prioridad de disponer de ese documento y la exigencia de que las obras de restauración se ejecuten de acuerdo con las propuestas que en él se detallen.
Esta prioridad de los Planes Directores sobre cualquier actuación está en la base del Plan
de Catedrales, como lo está el que todas las intervenciones se acomoden a una instrumentación común. Esa aparente inflexibilidad queda paliada tanto en las prescripciones técnicas con que se encarga su redacción –perfectamente adaptables a las peculiaridades de
cada catedral concreta y a sus necesidades específicas– como en la propia naturaleza de sus
contenidos, siempre abiertos a cualquier tipo de discusión, reflexión o sugerencia. Esto
quiere decir, de un lado, que son los Planes Directores los que se ajustan a cada conjunto
catedralicio y, de otro, que en ellos pueden converger todas las iniciativas, sean públicas o
privadas, que tengan por objeto su mejor conservación, promoción y difusión cultural.
Dentro de esa tarea compartida entre los responsables del patrimonio, y ya desde hace unos
años, se comenzó a dotar a cada una de las 90 catedrales españolas de un Plan Director.
Muchos –en concreto, el 25%– han sido financiados o cofinanciados por el Ministerio de
Educación, Cultura y Deporte con las Comunidades Autónomas o los Cabildos Catedralicios, otros, y tal es el caso de las magníficas catedrales de la Comunidad de Castilla y
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Proyecto del Sagrario de Ventura
Rodríguez para la Catedral de Jaén,
1761 (Archivo de la Santa Iglesia
Catedral de Jaén).
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León, fue la propia Administración Autonómica quien los tuvo pronto a punto, y finalmente otros, los menos, faltan por hacer. De todos ellos hemos seleccionado en esta oportunidad dos ejemplos. Creemos que es la mejor manera de dar a conocer este tipo de ambiciosos documentos, aunque deba ser obligadamente de forma parcial y resumida. Además se han elegido para ilustrarlo los Planes Directores de dos de las catedrales menos conocidas por el gran público: la Catedral de Sigüenza y la Catedral de Vic.
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