La democracia y el conflicto de lo político.

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LA DEMOCRACIA Y EL CONFLICTO DE LA POLÍTICA
Patricia Sarmiento Beltrán (Univ. Nacional de Colombia)
Introducción
La racionalidad que la política exige para ser pensada va directamente relacionada con la
idea de democracia que se tenga. ¿Qué es la democracia? y ¿de qué manera puede ser
pensada la política? serán las dos preguntas que van a guiar la presente discusión.
Inicialmente se expondrá el proyecto de Habermas en el que propone un modelo
pragmatista para permitir la intromisión de la técnica en la solución de los problemas
prácticos y a la vez dar lugar a la participación de la opinión pública en dicho proceso. Pero
el mismo Habermas nos va a remitir a un núcleo esencial de la política que tendrá que ser
tratado con especial atención. Espósito nos permitirá comprender ese núcleo esencial, las
peculiaridades del ámbito político y las razones por las cuales en ese ámbito reina el
conflicto. Esto es por una naturaleza dual humana que rueda entre el bien y el mal. Por ello,
se hace necesario para Tassin establecer un espacio público en el que se dé lugar a la
manifestación de la singularidad de los individuos. Es allí donde se encuentran las dos
fuerzas propias de cada quien frente a otros en igual posición. La existencia de un lugar que
haga posible este encuentro es necesario para que la idea de democracia sea realmente
efectiva. Todo lo dicho será tematizado a la luz de los textos de Habermas Política
cientifizada y opinión pública, Espósito Política y Tassin ¿Qué es un sujeto político?
El modelo pragmatista de Habermas
El objetivo de Habermas es analizar el fenómeno de la intromisión de un saber
especializado en la solución de problemas políticos, lo cual exige una nueva manera de
racionalizar la política. Se piensa que la solución de muchos problemas políticos puede
conseguirse con la aparición de una técnica que ha sido elaborada sólo para la satisfacción
de necesidades prácticas. El autor nos describe la dinámica política de la sociedad a la luz
de tres posibles modelos; el decisionista, el tecnocrático y el pragmatista. Con los dos
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primeros modelos se representan los extremos en los que podría caer en el tratamiento de
los problemas políticos. En cambio, el tercero es el modelo que propone el autor para
armonizar la relación de la técnica y la política en la práctica social.
El primer modelo es el decisionista que consiste en la dependencia total de decisiones
subjetivas de líderes políticos que no pueden tener un control real de las situaciones, una
real conciencia de la magnitud o dimensión de los problemas, ni una total previsión o
conocimiento de las consecuencias de las decisiones tomadas. En este modelo la
racionalidad en la elección de los medios es paralela a la declarada irracionalidad de los
líderes en su postura frente a los valores, fines y necesidades.
En el otro extremo está el modelo tecnocrático que consiste en la coacción de la lógica de
las cosas mismas en manos de los especialistas que convierten el saber técnico en órgano
ejecutor de una administración completamente racional. El político se convierte en un mero
instrumento de una inteligencia científica que desarrolla técnicas.
En el modelo decisionista la esfera de opinión con funciones políticas, es decir, los
ciudadanos, sólo ejercen la democracia con la legitimación de los líderes, ejerciendo el
derecho al voto. En cambio en el modelo tecnocrático, la democracia es el precio que se
paga con la sustitución del dominio político por una administración racional; pues la
legalidad inmanente de las cosas reemplaza la voluntad popular política, ya que es
indiferente quién orienta el proceso de tecnocratización. En ninguno de los dos modelos
hay lugar para decisiones públicas.
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Con el modelo que propone el autor, el modelo pragmatista, se le abre un lugar a las
decisiones públicas, pero para lograr esto se requiere de ciertas condiciones. Las
condiciones ideales para que se efectúe una relación legítima entre saber especializado y
aquellos problemas prácticos que se tienen que solucionar, condensan el tipo de
racionalidad que, para el autor, necesita la política y su particular concepción de
democracia.
En el modelo pragmatista los especialistas y los políticos se encuentran en una interrelación
crítica. Entre los especialistas y los políticos se entabla un discurso guiado científicamente,
que pretende convertirse en el recurso para abordar reflexivamente todas las peculiaridades
de las cuestiones prácticas que le competen a los políticos. Los problemas que tenían los
dos modelos anteriores, como la dominación, ya sea de la lógica de las cosas en el modelo
tecnocrático o de la voluntad del político en el decisionista, se ven descubiertos en tanto
entran en la discusión y así mismo resultan siendo transformados sustancialmente.
La necesidad de que exista una comunicación recíproca entre especialistas y políticos nos
libra de caer, por un lado, en el modelo tecnocrático en el cual el principal papel lo tenía el
científico, quien decidía qué técnicas se debían usar en el tratamiento de problemas
prácticos, o, por otro lado, en el modelo decisionista en el que había total dependencia de
las ocurrencias de un político ante las posibles soluciones de un problema. En el modelo
pragmatista los científicos asesoran a los políticos y los políticos hacen encargos a los
científicos para atender a las necesidades de la práctica. Se desarrollan nuevas técnicas y
estrategias en función de las necesidades con el objetivo de ejercer un control sobre los
sistemas de valores, de su transfiguración ideológica y de su supuesto carácter obligatorio.
Sólo en este modelo pragmatista se mantiene una referencia de forma necesaria a la
democracia. La esfera de la opinión pública política es en este modelo el eje central de
atención. Dentro de los ciudadanos ocurre una comunicación “pre-científica” en la que se
discuten y se acuerdan intereses sociales comunes y orientaciones de valor. La
interpretación de las necesidades con miras al progreso técnico tiene que conectar con esos
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intereses y orientaciones y, por tanto, para que se constituya la cientifización de la práctica
política tiene que haber una constante dependencia entre la comunicación de científicos y
políticos, y la comunicación que está siempre ocurriendo entre los ciudadanos que conviven
unos con otros.
La democracia consiste entonces, para Habermas, en el deber y en el derecho que tienen
todos los ciudadanos de participar en las discusiones en las que se clarifique de forma
reflexiva las necesidades que requieren ser satisfechas, los valores que deben ser
preservados y en últimas, el ideal de vida que anhelan todos los ciudadanos para compartir
en comunidad.
Por consiguiente, la dinámica que debe ocurrir según el modelo pragmatista, al interior de
una sociedad está dada en forma de un circuito continuo que explicaré en 7 pasos.
1. Al político le compete hacer una correcta interpretación de las exigencias de los
ciudadanos manifestadas en la opinión pública.
2. Éste debe transmitir dicha información a un cuerpo de científicos.
3. Los científicos deben traducir correctamente los intereses prácticos al lenguaje
científico.
4. Luego deben manipular la dicha información y elaborar con ella técnicas y estrategias
que permitan una satisfacción segura y calculada de los problemas que se les ha
encomendado solucionar.
5. El científico debe orientar al político en la aplicación de las técnicas y estrategias que
ha descubierto.
6. Nuevamente, al político le corresponde traducir la información que ha recibido de los
científicos a lenguaje práctico. Y,
7. Verificar si los resultados obtenidos son los deseados. Lo cual lo consigue volviendo a
interpretar lo que dice la opinión pública al respecto.
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Ésta es la descripción de un círculo armónico de comunicación, que en principio parece
fácil de mantener entre los políticos y la opinión pública y entre los políticos y los
científicos.
He aquí la descripción del tipo de racionalidad que compete a la política según el
planteamiento habermasiano, pues se asume que la solución correcta y eficaz de los
problemas prácticos se puede lograr legítimamente en un continuo de comunicación entre
las ciencias y la opinión pública. Esta idea se apoya en el supuesto de que en principio
todos los problemas prácticos podrán ser traducidos al lenguaje especializado y se podrían
elaborar técnicas para su solución: “...de lo que se trata entonces en el diálogo entre ciencia
y política es la formación de una política de investigación a largo plazo.”1
Sin embargo, el mismo autor advierte que las condiciones empíricas para la aplicación del
modelo pragmatista no se dan. Por un lado, porque a la opinión pública le es muy difícil
ascender precisamente a los resultados de la investigación que más consecuencias prácticas
tiene.2 Desde luego, la legitimidad de la solución de problemas prácticos por técnicas y
estrategias científicas sólo es posible de conseguir a partir de la aceptación de una opinión
pública informada. Ocurre que ni los científicos ni los políticos tienen cómo garantizar a los
ciudadanos que hay una traducción fiable de las cuestiones prácticas al lenguaje
especializado, ni de la información científica al lenguaje cotidiano de la práctica. Y en este
sentido, tanto a los científicos como a los políticos, y más a los ciudadanos, se les sale de
las manos la previsión de si las técnicas aplicadas solucionan realmente las cuestiones
prácticas esenciales.
Pero además hay otra condición muy relevante que dificulta el desempeño ideal del
modelo. El mismo autor ya había considerado el inconveniente –que nos interesa en este
caso—que se le presenta por el camino a la intención de racionalizar todos los problemas
prácticos de la vida política. Porque si bien muchos problemas se pueden traducir a
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Ibíd. Pág. 151
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lenguaje científico y la mayoría pueden ser solucionados, al mismo tiempo van quedando
descubiertos los problemas más esenciales que se pueden denominar realmente “problemas
políticos”. El lenguaje especializado no logra captar todas las dimensiones del ser humano,
ni reconoce en su totalidad los factores que entran en juego en el mundo de la vida social.
“...el espacio de las decisiones puras se ha ido encogiendo a medida que el político
ha podido disponer de un multiplicado arsenal de medios tecnológicos y servirse de
medios auxiliares estratégicos para sus decisiones. Pero es dentro de este encogido
espacio donde se hace verdad lo que el decisionismo supuso siempre. Es justamente
ahora cuando la problemática de las decisiones políticas va quedando desmontada
hasta no quedar de ella más que un núcleo que ya no es en absoluto susceptible de
una ulterior racionalización. El cálculo llevado hasta el extremo, que caracteriza a
estos medios de decisión, deja en estado de pureza a lo que son decisiones, es decir,
las limpia de todos aquellos elementos que aún podían considerarse accesibles a un
análisis de tipo vinculante (...) La racionalización efectivamente se interrumpe en
los huecos que deja una investigación tecnológica y estratégica al servicio de la
política y es sustituida por decisiones.”3
El problema de que salga a la luz un núcleo que constituye lo que es realmente el ámbito
político le exige a Habermas preguntarse de nuevo por la forma de racionalizar la política,
porque este núcleo en particular se resiste a ser tratado como propone el modelo
pragmatista, es decir, se niega a ser interpretado y traducido a lenguaje científico y menos a
aplicársele una técnica determinada. El autor dice:
“O hallamos otras formas de discusión que las teórico-técnicas para clarificar de
forma asimismo racional cuestiones prácticas que no pueden responderse
integralmente con tecnologías y estrategias; o a tales cuestiones prácticas no se las
puede decidir en general con razones, y entonces nos vemos en la necesidad de
volver al modelo decisionista.”4
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Ibíd. Pág. 136
Ibíd. Pág. 135
7
Hasta aquí se ha entrado progresivamente en el campo de lo puramente político, veamos lo
que Espósito dice respecto a la forma como debe ser pensada la política y las peculiaridades
que hacen de ésta un tema difícil para ser abordado por la filosofía.
La filosofía busca el orden, pero la política es esencialmente conflicto
En su texto Política Esposito plantea de entrada el problema de la separación entre política
y pensamiento.5 Con ello confirma, primero, la existencia de asuntos políticos esenciales
que no pueden ser racionalizados y, segundo, ataca la tesis de Habermas de que en
principio todos los problemas prácticos pueden ser traducidos a un lenguaje especializado
en busca de una técnica que los solucione.
Su tesis es: lo que impide pensar la política es la forma como se quiere pensar. La filosofía
política sólo ofrece una forma posible de pensamiento dentro de los términos de medio y
fin, siempre con el propósito de dar o encontrar el orden de las cosas, de proponer
racionalmente el mejor régimen y, en últimas, dar respuestas a supuestos problemas
políticos, es decir, dar respuestas a sus propias cuestiones, cuestiones que ella formula
sobre la base de sus presupuestos. Con estas cuestiones y sus respuestas sustituye a las
preguntas que no consigue plantear. Por eso, tiene que volver de su objeto una
representación.
Hacer de la política una representación para que la filosofía política la pueda pensar implica
ciertas cosas propias de la representación: si hay conflicto se presupone un orden posible o
la posibilidad de ordenar el conflicto a partir de conceptos filosóficos (o científicos).
Luego, al hacer una representación se niega necesariamente el conflicto, el cual es la
realidad de la política, lo que la hace posible. Esto ocurre simplemente porque el conflicto
es irrepresentable, no se deja convertir en concepto por los mismos obstáculos que ponen
las reglas básicas del lenguaje.
5
Esposito, Roberto. Confines de la política. Nueve pensamientos sobre la política. Editorial Trotta, Madrid.
1996. Pág. 19
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Sin embargo, existen otras formas de pensar la política como la que nos propuso
Maquiavelo6. La política es el conflicto por el poder, este conflicto no requiere de la
intención conciliadora, ni pretende la armonía, ni la neutralización y mucho menos busca
hacer de los hombres algo que no son, “hombres buenos”. Lo único que pretende y requiere
la política es que se piense la realidad tal y como ella es. Por su puesto, los sujetos
involucrados son los responsables de que a ella le sea esencial el conflicto, porque cuando
dos sujetos políticos se encuentran, enfrentan su naturaleza constitutivamente dual, por un
lado la inclinación por el bien y por el otro las ansias de poder; lo que se denomina en el
texto como “el rostro demoníaco” de los hombres que tienen que jugar y contener a la vez
los impulsos destructivos que se generan de forma natural entre ellos. Esta forma de
concebir la política exige una racionalidad esencialmente distinta a la que propone
Habermas; el bien y el mal propio de la naturaleza humana se enfrentan en el ámbito
político, por consiguiente, “es la capacidad de abarcar en una única mirada esta doble
perspectiva lo que tal vez le falta a la filosofía política.”7
Con Espósito se logra descubrir las características propias del ambiente político y la
naturaleza conflictiva de los sujetos que crean dicho ambiente. Con el texto de Tassin, El
sujeto político, damos un paso más con la descripción del tipo de relación que se da entre
los sujetos políticos. Esta relación va a constituir en últimas la posibilidad de la realización
de la democracia.
¿En qué consiste el juego de la democracia?
La igualdad que supuestamente existe entre los seres humanos se construye con la
participación en una identidad cultural; allí se comparten valoraciones, intereses comunes e
ideales de vida. Con esto se responde a la pregunta ¿qué soy? Por el contrario, aquello que
diferencia a los individuos unos de otros sólo se manifiesta en un espacio público, en el que
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Ibíd. Pág. 28
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debe reinar un ambiente de total respeto a la alteridad. En el lugar de lo público nos
preguntamos ya no por ¿qué soy o qué somos? sino por ¿qué acciones emprendemos? Dice
Tassin que el hombre tiene que arrancarse de su identidad comunitaria y su deseo de
identificarse con el Estado, para poder acceder a su dimensión específicamente ciudadana;
pues como ciudadano lo único que encuentra a su paso es un mundo de pluralidad que
debate por medio de la acción y la palabra. La actividad pública constituye entonces el
asunto político, en el que se afirma la singularidad individual. Dicha afirmación requiere
necesariamente del conflicto, porque es a través de confrontaciones de fuerzas que cada
actor de la vida política tiene la posibilidad de descubrirse a sí mismo en su espacio
político.
“En un régimen democrático, esto significa que sólo en las luchas por el
reconocimiento de los derechos, luchas que obedecen a los principios de justicia, de
igualdad y de libertad, los individuo privados y particulares se descubren
ciudadanos, actores singulares sobre una misma escena política. La subjetivación
política, esta manera de singularizarse en la acción y de conquistar así una
consistencia y una visibilidad pública, es indisociable de las confrontaciones
políticas, de las relaciones de fuerza y de los intercambios argumentativos, porque
es de esto que surge.”8
Por consiguiente, la existencia del espacio público de deliberación debe garantizarse y debe
además, preservarse por la misma acción ciudadana, para que allí el derecho pueda
actualizarse. En esto consiste la democracia para Tassin y a la vez con estos planteamientos
podemos determinar el tipo de racionalidad que se requiere para pensar la política si se
tiene a ésta como “actividad ciudadana”. Es decir que, “sólo una filosofía de la acción
política puede comprender una política de la ciudadanía...”9
Tenemos pues hasta aquí lo siguiente: Espósito nos ha mostrado cómo son naturalmente
conflictivos los sujetos que conforman dicha opinión pública, porque los hombres están tan
inclinados al bien como al mal. El lugar donde se manifiesta esta naturaleza conflictiva es
8
Tassin, Etienne. Filosofía de la ciudadanía. Sujeto político y democracia. Art. Identidad, ciudadanía y
comunidad política. ¿qué es un sujeto político? Homosapiens ediciones. Buenos Aires. 1999. Pág. 56.
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Ibíd. Pág. 58
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en el espacio público, como bien dice Tassin, pues allí los individuos se encuentran en el
estado de derecho que les permite afirmar su singularidad. Pero Tassin va más allá de la
ubicación del origen de los conflictos. Dice que en el espacio público surgen los conflictos
políticos y que es en ese espacio en el que tienen que solucionarse. Para comprender a
cabalidad esta afirmación hay que determinar claramente cuales son los problemas
propiamente políticos y por qué la misma acción de los ciudadanos tiene que solucionarlos.
Los dos problemas propios de la política
En un Estado democrático se deben destinar espacios que son de dominio público y que
constituyen los bienes comunes, en el que existe la libertad de que cualquiera manifieste
allí su singularidad y exprese su opinión. La idea de “dominio público” ya implica
conflicto, porque en el espacio en el que se hace efectivo ese dominio tienen que
encontrarse muchas particularidades divergentes a las que sólo les resta tolerarse unas a
otras. De aquí surge el primer problema que puede llamarse propiamente político, el cual
tiene lugar en ese espacio, que por ser común tiene que abrirse a la coexistencia de
diferentes culturas y, sin embargo, pretender unidad social. Este primer problema lo llamo:
“coexistencia de comunidades pluriculturales” El que tengamos que vivir juntos es un
principio del que no se deduce de ninguna manera que se tenga que velar por alcanzar una
identidad comunitaria única; más bien, tenemos la opción de vivir juntos de dos maneras.
La primera en “estado de guerra” tratando de convertir a los distintos en iguales y
excluyendo a los que no se dejan; o la segunda, en un “estado de paz” en el que se aceptan
las diferencias de los otros bajo condiciones de respeto mutuo. Pero ese “estado de paz” se
tiene que dar por acuerdo de las partes que han considerado los beneficios de la paz,
después de haber vivido los daños de la guerra.
El segundo problema político es una apelación a la igualdad de derechos. Lo llamo
“manifestación de las comunidades por la reivindicación de sus derechos” La primera
forma como la ciudadanía tiene la posibilidad de hacer cumplir sus derechos es validando
los modos de legitimación de los poderes políticos, de tal manera que dicho modo les
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permita elegir a los líderes más aptos para que los representen. La segunda forma es por
medio de luchas sociales y políticas que representan la voz de los diferentes que se oponen,
cuya aspiración es ser escuchados y reconocidos en su diferencia como miembros activos
del Estado.
Los dos problemas, la coexistencia de comunidades pluriculturales y la manifestación de
las comunidades por la reivindicación de sus derechos, se constituyen como problemas
políticos luego de la institucionalización del espacio público. Una posible solución a esos
problemas, que tienen que ocurrir en la dinámica cambiante de ese mismo espacio público,
es por ejemplo, en el primer problema el acuerdo de respeto mutuo a la diferencia y, en el
segundo, la reivindicación de los derechos solicitados. Al parecer este tipo de problemas
que son los propiamente políticos no se pueden pensar a través de una representación, no se
pueden traducir a lenguajes científicos y mucho menos se puede crear técnicas o estrategias
que eliminen el problema. El proyecto de cientifización de la política en aplicación del
modelo pragmatista que expone Habermas fracasaría en este punto, porque a pesar de que
es cierto que la técnica permite solucionar otros problemas que se consideraban políticos –
como por ejemplo el hambre o la salud—los problemas que son realmente conflictos
políticos no son ni siquiera pensables por las ciencias.
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BIBLIOGRAFÍA
1. Habermas, Jürgen. Ciencia y tecnología como ideología política cientifizada y
opinión política. Técnos, Madrid. 1986.
2. Espósito. Roberto. Confines de la política. nueve pensamientos sobre la política.
Editorial Trotta. Madrid. 1996.
3. Tassin Etienne. Filosofía de la ciudadanía. Sujeto político y democracia.. Art.
Identidad, ciudadanía y comunidad política. ¿qué es un sujeto político?
Homosapiens ediciones. Buenos Aires. 1999.
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