LA ORACIÓN DE PETICIÓN

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LA ORACIÓN DE PETICIÓN
Joxe Arregi
“Pedid, y Dios os dará”
(Mt 7, 7)
¿Tiene sentido la oración de petición?
Como todo judío, Jesús oraba a menudo en forma de petición. También
nuestra oración suele adoptar generalmente la forma de la petición. Pero
¿necesita Dios que le pidamos para que nos dé algo?
“Al orar, no os perdáis en palabras como hacen los paganos,
creyendo que Dios los va a escuchar por hablar mucho. Ya sabe
vuestro Padre lo que necesitáis antes de que vosotros se lo pidáis”
(Mt 6, 7-8).
¿Para qué pedir entonces? ¿Tiene sentido pedir algo a Dios? No tiene
sentido expresar a Dios nuestras necesidades para que así se entere de lo
que necesitamos, como si de otro modo no lo supiera.
No tiene sentido pedir algo a Dios para cambiar la disposición de Dios a
nuestro favor o a favor de algún otro; Dios no puede cambiar a mejor, no
puede dar más, no puede darse más...
No tiene sentido pedir algo para que Dios no deje que suceda algo que
sucedería si no se lo pidiéramos, o para que haga suceder algo que de
otro modo no sucedería.
Por eso, algunos teólogos (Andrés Torres Queiruga) proponen que se
abandone absolutamente la oración de petición. Efectivamente, es muy
discutible que “pedir” a Dios tenga sentido, si partimos de que Dios está
dándonos en todo momento todo lo que es y todo lo que tiene...
Nadie pide algo al que se lo está ofreciendo: no decimos “pásame el
agua” cuando nos la están pasando; no decimos “ábreme la puerta”
cuando nos la están abriendo; no diríamos a alguien “perdóname”, si
estuviésemos absolutamente seguros de que ya nos perdona del todo; no
le diríamos “quiéreme”, si estuviéramos absolutamente seguros de que ya
nos quiere del todo. ¿Por qué pedir, pues, a Dios?
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Es razonable pensar que la oración de petición, en su forma literal, tal
vez no tenga mucho sentido. Si decimos a Dios “ten piedad”, damos a
entender que en este momento en que se lo pedimos no está teniendo
piedad de nosotros o puede no tener piedad de nosotros en el futuro. Si
decimos a Dios “ayúdame”, estamos dando a entender que Dios no nos
ayuda o puede no hacerlo. Pero Dios no puede no tener piedad, pues es
piedad. Dios no puede no ayudar, pues es ayuda y compañía.
El sentido de la oración de petición está más allá de la petición
Lo cual no quiere decir de ningún modo que la inmensa muchedumbre de
personas que en todas las religiones y en todos los tiempos han orado y
siguen orando a Dios en forma de súplica, hayan orado y oren sin
sentido. De ningún modo.
Pero su oración tiene sentido más allá o a pesar de la fórmula de petición.
El sentido de la oración de petición no está en la forma de la petición,
sino más allá o a pesar de ella.
¿Cuál es el sentido de la oración de petición? Dicho de otra forma,
¿qué expresamos cuando pedimos algo a Dios? Expresamos a Dios con
sencillez y confianza todas nuestras necesidades, nuestro ser
radicalmente necesitado, como Jesús nos enseñó a hacer en el
Padrenuestro, y como él mismo lo hizo tantas veces.
Expresamos ante Dios nuestro límite y nuestra impotencia.
Manifestamos a Dios nuestra confianza plena en que Él está en todo
momento dándonos todo, dándosenos del todo, obrando en favor
nuestro y para nuestro bien. Manifestamos a Dios nuestra fe en que
todo bien nos viene de las manos de Dios. Ése es el auténtico sentido de
la oración de petición. Lo que pasa es que el giro gramatical de la
petición tal vez oculte ese sentido, en vez de expresarlo.
En cualquier caso, aunque no pidamos nada a Dios, podemos darle
gracias porque todo nos viene de Él. Podemos llorar ante Él. Podemos
expresar nuestra fe en que todos los bienes nos vienen de Él.
El sentido de la petición no está, pues, en el pedir, sino en las
actitudes fundamentales de la persona que pide. Lo que tiene sentido
-2-
no es la petición, sino la humilde gratitud, la acogida agradecida, la
confianza incondicional.
Eso es lo que nos enseñan, en último término, la parábola del amigo
importuno (Lc 11, 5-8) y la parábola de la viuda y del juez (Lc 18, 1-8):
lo que recomiendan estas parábolas no es la perseverancia en la petición,
sino la perseverancia en la confianza; no nos enseñan a seguir pidiendo
sin descanso, sino a confiar sin cesar; no nos dicen que Dios se pondrá
de nuestro lado a base de que se lo pidamos, sino que Dios está de
nuestro lado siempre, queriendo darnos todo lo que de verdad
necesitamos.
No es Dios quien cambia, sino nosotros
No oramos para que Dios se entere, para que Dios nos dé, para que Dios
se apiade, para que Dios nos haga libres y buenos, para que Dios nos ame
y nos dé una vida cada vez más realizada y plena. No oramos para que
Dios cambie. No oramos para que Dios sea Dios.
Dios no puede sino dar, darse, ser misericordia, hacer vivir. Es como si
Dios mismo estuviera pidiéndonos a nosotros todos: “Déjame que sea
Dios para ti”. A lo mejor, tiene más sentido hablar de la oración de
petición de Dios a sus criaturas que hablar de la oración de petición de
las criaturas a Dios.
No oramos para que cambie Dios, sino para cambiar nosotros.
Oramos para acoger a Dios, para aceptar en nuestra vida a Dios
como Dios, para acoger todo el bien que Dios es y quiere otorgarnos
en plenitud.
Oramos para transformarnos nosotros mismos en dadores de Dios
para nosotros mismos y los demás.
Dios no puede darnos nada desde fuera, de manera mágica o
“milagrosa”. Se podría decir incluso que Dios no puede “ser Dios” para
nosotros sin nosotros, o que no puede ser Dios para los demás sino
gracias a nosotros.
Cada uno está llamado a ser “teóforo”, dador de Dios. Y esto es así en
los bienes más materiales y en los bienes más “espirituales”.
-3-
La oración puede convertirse, ha de convertirse, en una manera de
activar la disponibilidad para hacer cuanto esté en nuestra mano para que
suceda el bien que Dios nos está dando, pero que sólo nos puede dar a
través del mundo y de nosotros mismos.
No es Dios quien cambia con nuestra oración (aunque sea de petición),
sino que somos nosotros los que cambiamos: aprendemos a vivir en
confianza incondicional, y nos convertimos en protagonistas y autores de
aquello que Dios es y quiere dar a cada uno y cada una.
Orar los unos por los otros
Así es como adquiere sentido “orar por los demás”. Cuando oramos por
una persona, no pedimos a Dios que se acuerde o sea bueno con esa
persona, no pedimos que Dios cambie.
Cuando oramos por una persona, nos sentimos en comunión con ella,
expresamos y ahondamos nuestra solidaridad profunda con esa persona.
En la medida en que podemos nos convertimos en portadores de Dios
para ella, en la medida en que podemos realizamos aquello que Dios
quiere ser para esa persona y darle a ella.
Algunos hablan de “transmitir energía”; nosotros hablamos de transmitir
a Dios, fuente de todo bien... Estamos llamados a ser Dios los unos para
los otros, y ese es el sentido último de la oración por los demás, de la
intercesión.
¡Cuántas personas nos dicen: “reza por mí”! Sí, necesitan que recemos
por ellas, y necesitamos que recen por nosotros. Pero no para que
“intercedan” ante Dios por nosotros, como si Dios necesitara
intercesores.
Más bien, orar los unos por los otros es convertirse en intercesión
mutua, y la intercesión consiste en actuar la comunión profunda, la
misteriosa solidaridad que existe entre nosotros.
En el fondo, “interceder” es transformarnos en cauce de Dios, y Dios
mismo, los unos para los otros.
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El cuidado de cada criatura
En tiempos de Jesús predominaba la mentalidad apocalíptica: se esperaba
un próximo fin del mundo, y la mirada no se dirigía tanto a la relación de
Dios con cada persona, sino al juicio del pueblo por parte de Dios. La
perspectiva colectiva prevalecía
Jesús comparte en general la perspectiva apocalíptica, pero él tiene muy
presente la relación cercana y amorosa de Dios con cada persona, con
cada criatura:
“Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en
graneros y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta” (Mt
6, 26);
“No se vende un par de pájaros por muy poco dinero? Y, sin
embargo, ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro
Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza
están contados. No temáis, vosotros valéis más que todos los
pájaros” (Mt 10, 29-31).
Jesús insiste una y otra vez en que Dios ama a cada individuo, sean
cuales sean sus fallos. Su mayor deseo es que los perdidos se dejen
hallar.
Tú y yo somos responsables de encarnar el cuidado personal de Dios por
cada criatura, y de manera especial el cuidado de Dios por esa persona
necesitada y cercana a ti y a mí.
Joxe Arregi
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Para orar:
YO CREO
Yo creo solo en un Dios:
en Abbá, como creía Jesús.
Yo creo que el Todopoderoso
creador del cielo y de la tierra
es como mi madre
y puedo fiarme de él.
Lo creo porque así lo he visto
en Jesús, que se sentía Hijo.
Yo creo que Abbá no está lejos
sino cerca, al lado, dentro de mí,
creo sentir su Aliento
como un Brisa suave que me anima
y me hace más fácil caminar.
Creo que Jesús, más aún que un hombre
es Enviado, Mensajero.
Creo que sus palabras son Palabras de Abbá
Creo que sus acciones son mensajes de Abbá.
Creo que puedo llamar a Jesús
la Palabra presente entre nosotros.
Yo sólo creo en un Dios,
que es Padre, Palabra y Viento
porque creo en Jesús, el Hijo
el hombre lleno del Espíritu de Abbá
José E. Galarreta
(NOTA: Las frases en negrilla son nuestras, no del autor)
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