41. Lc 19, 41

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Universidad P. Comillas
41. Lectura orante de la Biblia
LECTURA ORANTE DEL EVANGELIO DE LUCAS
Lc 19,41-46
41
Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella,
diciendo:
«¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz!»
Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos.
43
Porque vendrán días sobre ti,
en que tus enemigos te rodearán de empalizadas,
te cercarán
y te apretarán por todas partes,
44
y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti,
y no dejarán en ti piedra sobre piedra,
porque no has conocido el tiempo de tu visita.»
42
45
Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían,
diciéndoles:
«Está escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de
bandidos!»
46
Cuando leas
Para ayudarte en tu lectura te sugiero otras citas de Lucas que te ayuden a comprender
mejor el texto que estás leyendo hoy. Termina aquí la larga peregrinación de Jesús a Jerusalén.
Al principio del viaje, Jesús endureció su rostro, es decir, afrontó decidido el camino (Lc 9,51).
Ahora, al llegar al final, su rostro se cubre de lágrimas. Este llanto revela el misterio más grande
de Dios, su pasión por nosotros su impotencia y su misericordia. No olvides que Lucas es a la
vez el evangelista de la alegría y de las lágrimas
Jesús ha hecho todo lo posible para evitar la desgracia que se cierne sobre Jerusalén. Quiso
proteger a su pueblo como la gallina protege a los polluelos bajo las alas, pero ellos no quisieron
(Lc 13,34). En su impotencia ya no le queda otro recurso a Jesús sino llorar.
Jesús se acerca y ve la ciudad impenitente desde el monte, como Jonás veía la gran Nínive
penitente desde la colina (Jon 4,5). Jonás se quedó muy disgustado al ver que la ciudad
arrepentida no fue castigada tal como él lo había profetizado; por eso, en su frustración, llegó a
desearse la muerte. (Jon 4,3.8.9). En cambio Jesús se sitúa ante la Jerusalén endurecida, y en
lugar de alegrarse por su desgracia, sufre por el mal que se le va a viene encima. La diferencia
entre Jesús y Jonás es precisamente la que hay entre Dios y el hombre: la misericordia. “No
desfogaré el ardor de mi cólera, porque soy Dios y no hombre, soy el santo en medio de ti” (Os
11,8).
El llanto de Jesús revela su impotencia ante el rechazo de su pueblo, pero también la gloria
de un amor que es fiel aun en la infidelidad. Nos hace recordar las lágrimas de David por su hijo
Absalón, muerto en rebeldía contra su padre (2 Sm 19,1). David no se alegró de haberse librado
de su hijo rebelde, ni de que se le hiciese justicia. Lloró la muerte de su hijo, cuando sólo podía
ya llorar.
Las palabras de Jesús a Jerusalén no son una amenaza, sino un lamento; el mismo lamento
de cuando dijo: “¡Ay de ti, Corazaín, ay de ti Betsaida!” (Lc 10,13). Su llanto no es una
amenaza sino una advertencia ante la ruina inminente.
A la viuda de Naín le dijo: “No llores” (Lc 7,13), porque tu hijo va a resucitar. En cambio a
las hijas de Jerusalén les dirá: “No es por mí, sino por vosotras y por vuestros hijos por quienes
tenéis que llorar”. (Lc 23,28). Son ellos quienes van a perecer.
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41. Lectura orante de la Biblia
Si hubieras conocido hoy... (Lc 19,42). Jesús llora porque el pueblo no ha reconocido el día
de su visita, el kairós, el tiempo favorable (2 Co 6,2). Lucas es el evangelista de la visita de
Dios. El Señor ha visitado y redimido a su pueblo (Lc 1,68), nos visita como un sol que nace de
lo alto (Lc 1,78) y ofrece la paz a quienes lo reconocen, a Isabel, a Simeón y Ana. Es una
oportunidad de paz que no vuelve. No es Dios quien castiga, sino los “enemigos”, aquellos a
quienes nuestro pecado ha vuelto contra nosotros. Estos enemigos no son instrumento de Dios,
sino el boomerang que se vuelve contra el que lo lanza.
La expulsión de los mercaderes es un gesto profético que anticipa la realidad futura, cuando
el pueblo marche al exilio, y el templo quede abandonado y profanado. Antes que los gentiles
profanasen el templo, éste había sido ya profanado por quienes hacían de la religión una cueva
de bandidos.
Cuando medites
Hoy día sabemos muy bien que Dios es sólo amor y no castiga nunca. Pero esto no tiene
por qué tranquilizarnos. Es bueno perder el miedo a Dios, pero que esto no signifique perderle el
miedo al pecado. Las desgracias no son un castigo de Dios, pero son efecto del pecado que se
vuelve contra el pecador. Dios perdona siempre, pero la vida no perdona nunca.
Por eso, la verdadera compasión nos debe llevar a advertir a nuestros hermanos de lo que
puede sucederles si no se convierten. No vale excusarse diciendo con indiferencia: ¿Acaso soy
yo el guardián de mi hermano? (Gn 4,10).
Lleno de compasión, Jesús no gime por su propio mal, sino por el de los demás. No quiere
que lloremos por él, sino que lloremos por el mal que nos ocasiona el rechazarlo. Esas lágrimas
son bienaventuradas porque revelan el extremo al que alcanza la compasión de Dios,
No lo entendió esto Santo Tomás de Aquino. Nos escandaliza oírle decir que “la
contemplación de los sufrimientos de los condenados en el infierno aumenta el gozo de los
justos en la gloria” (STh suppl q.94, 1-3; q 99 a 1, ad 4). No es esta la impresión que nos deja la
lectura de Lucas. Jesús no se goza al presagiar la perdición de la ciudad, sino que llora por ella.
¡Cuánto menos podríamos gozarnos nosotros! Jesús nos invita más bien a llorar todas las
desgracias de nuestra sociedad. La compasión por los demás se traduce en lágrimas. Jesús
proclama bienaventurados a los que lloran (Lc 6,21). A estas lágrimas de la compasión se les
promete una bienaventuranza.
Pero Jesús sólo llora después de haber intentado advertir a su pueblo y hacer todo lo posible
por evitar esa desgracia. Su lamento no es una amenaza. No amenaza la madre a su hijo cuando
le dice: “¡Pobre de ti si cruzas la calle sin mirar! Morirás atropellado.” Cuando el niño muere
atropellado, no es su madre quien lo ha castigado. Por eso la futura destrucción de Jerusalén no
será un “castigo” de Dios. Las palabras de Jesús son simplemente una constatación del mal que
el pueblo se hace a sí mismo, al rechazar su oferta de salvación.
¿Sabemos nosotros también aprovechar el tiempo favorable de la visita del Señor? Jesús
lloró por Jerusalén, pero en cambio se llenó de gozo en el Espíritu Santo al ver cómo los
sencillos sabían reconocer la visita de Dios. ¿Eres causa de gozo o de lágrimas para Jesús?
Cuando ores
Dale gracias a Jesús por haberse acercado a tu vida y haberte visitado con su oferta de
salvación. Gózate de haber conocido el tiempo de su visita. Si sientes que Jesús llora porque te
ve en peligro de perdición, dale gracias por esas lágrimas y arrepiéntete ante él de haberlo
rechazado tantas veces. Confiésale que muchas veces tú también conviertes el templo de tu
cuerpo en una cueva de ladrones
Llora también con Jesús por todas las desgracias que afligen a nuestra sociedad, a nuestra
Iglesia, a personas concretas cuya situación te hace sufrir y te preocupa profundamente.
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