El debilitamiento del poder eclesiástico, manifesto en el siglo XIII

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EL CIERRE DEL MEDIOEVO
Y EL
NACIMIENTO DE LA MODERNIDAD
EL NACIMIENTO DE LAS UNIVERSIDADES
El debilitamiento del poder eclesiástico, manifesto en el siglo XIII por el
sufrimiento de nuevas tendencias religiosas apartadas del dogma de la
Iglesia, reclama la determinación de urgentes medidas por parte del clero de
Roma.
Asimismo, el relajamiento de las formas internas en las monarquías
existentes, que ostensiblemente se precipitaban al sensualismo, hace
necesaria tambien la intervención de la Iglesia, quien prontamente se
introduce en la esfera de los caballeros de la época intentando regular el
poder de los monarcas desde su propio seno.
La inclinación al enriquecimiento material alejaba al cristiano de esta época,
(tanto civiles como eclesiásticos), del tradicional concepto de “caridad “,
resultando indispensable para el cristianismo recuperar la imagen de
religión que mira también al pobre y al oprimido. En este marco, nacen las
ordenes Mendicantes de Santo Domingo y San Francisco de Asis, que
intentaran recuperar el terreno perdido por la Iglesia y que habían
conquistado ciertas sectas religiosas surgidas por ese entonces (Valdenses
y Cátaros), adoptadas por muchos, en reacción al enrequecimiento
desmesurado del clero.
La reacción pontificia contra los herejes llegó en algunos casos, como el de
los Albigenses (Cátaros), a la persecución ordenada por el Rey de Francia
( y por el Consejo de Inocencio III) hacia el año 1209, y la instauración de la
inquisición ordenada por el Papa Gregorio IX en 1233 (17).
En el orden estrictamente intelectual, la aparición de las obras de Aristóteles
sobre “Metafísica” y “Física” fueron prohibidas (1210) para evitar mezclar la
teología imperante con sistemas paganos que no significaban otra cosa, en
definitiva, que el progreso de la especulación racional; como sucediera
hacia el año 1225, cuando los maestros de las escuelas Parisienses
aplicaron el método racional de la Filosofía Griega en la interpretación de
cuestiones Teológicas (18).
Ante la pérdida del poder espiritual de esa época, la Iglesia decide brindar
su protección a las pequeñas corporaciones de maestros y estudiantes que
fueran el principio de la formación de las Universidades.
En efecto, las distintas presiones que sufrieron dichas corporaciones, tanto
de parte de la Comuna, dado que los comerciantes sentían afectados sus
intereses por cuanto aquellas influenciaban de alguna medida en la
regulación de las tasas de intereses y los precios máximos; como asimismo
por la parte del Poder Real, que intentaba someter a esas corporaciones en
beneficio propio; llevaron a la necesidad del amparo Eclesiástico (19).
En París la autonomía de la Universidad se consolida luego de los
sangrientos hechos de 1229, en que los estudiantes se enfrentan con la
policía Real, y que culminan con la Huelga estudiantil y la suspención de los
estudios hasta el año 1231, mientras que la Universidad de Oxford recién
obtendría su autonomía respecto del Poder Real, hacia 1240
aproximadamente (20).
(17) Bertrand Russell, op.cit. vol. II pp. 62 y ss.
(18) E. Perroy. “Historia de las Civilizaciones” – “Edad Media” pp. 569 y ss.
(19) E. Perroy, op.cit.pp. 566 y ss.
(20) Le Goff, “El Perfil del siglo XIII”, pp. 95 y ss.
Si bien la independencia de las Universidades es obra de su cohesión
interna, como asimismo del ejercicio de la huelga y la sucesión; el apoyo
decisivo lo reciben de la Iglesia, por acción de Inocencio III y de Gregorio IX,
en París, o de Honorio III en Bolonia, sin mencionar otros muchos miembros
de aquella Cristiandad.
Por elllo, aunque liberados del yugo de las autoridades locales, las
Universidades se hallaron sujetas a la dependencia Pontificia, pasando a
ser de este modo, agentes de este Poder y abandonando asimismo su
carácter local, para convertirlo en internacional, pues que tanto sus
miembros (profesores y estudiantes) confluyen de todas partes, cuanto sus
objetivos tienen sentido de universalidad (las ciencias no reconocen
fronteras geográficas).
Así, el movimiento intelectual de estos siglos XII y XIII se halla
estrechamente vinculado a la figura de la Iglesia. La aparición de las obras
de Aritóteles, traducidas por los árabes, que se convirtieron en textos de
estudio en las Universidades, como asimismo toda la aproximación hacia la
cultura antigua, lograda con la conquista de Constantinopla, enriquecía a las
Universidades y preparaba la introducción de la “metodología racional “,
(propia de la filosofía griega) para el tratamiento de cuestiones teológicas,
hasta llegar finalmente a la adopción de la filosofía aristotélica por obra de
Santo Tomás de Aquino, no sin antes haber sido resistida, sobre todo en las
Universidades de París y Oxford, incluso después de su muerte.
EL SENTIDO DE LA UNIVERSIDAD
El término “Universidad” (Universitas), designa al “todo” que en relación al
orden cultural, hace referencia a la Institución Educativa que aspira a
comprender la “totalidad del saber humano”.
En 1921, Max Scheler escribía: “Como dice su nombre, la Universidad
quiere ser un totum, el todo, lo omni-comprensivo; esto es, pretende
repercutir la Universitas del saber y la cultura” (21) o en otros términos: la
misión de la enseñanza universitaria está orientada al logro de una imagen
omni-abarcadora de la cultura, entendiéndose a esta última, como el
instrumento propio con que cuenta el hombre para interpretar el mundo.
Ahora bien, la creación de la cultura es tarea de todo el conjunto de la
sociedad, y es aquí en donde se hace indispensable que esa antigua
agrupación gremial de profesores y estudiantes (con la cual se inicia la
división del trabajo intelectual universitario), trascienda sus propios límites,
introduciéndose en el marco de la realidad social, para así poder alcanzar
su original sentido de “totalidad” del que hemos hablado.
Lo cual no significa, sin embargo, que la Universidad se encuentre sujeta a
las tendencias políticas del momento, alejada así de sus propios fines, es
decir: “la defensa de los intereses culturales universales y la estimulación
del progreso científico” (22).
(21) R. Mondolfo, “Universidad; pasado y presente”, pag. 8
(22) R. Mondolfo, Op.cit.pp. 58
LA NUEVA COSMOVISIÓN Y LAS NUEVAS CIENCIAS :
“LA METODOLOGÍA Y LA NUEVA FÍSICA”
El siglo XV marca el término de la antigua escolástica, centralizada en la
imagen del Papa, y el inicio del período denominado Edad Moderna
caracterizado por la decadente autoridad del clero en el campo intelectual y
político y en creciente auge de la ciencia autónoma.
El estado consolidado cada vez más, desde el desmembramiento de las
naciones respecto al antiguo Imperio Romano Germánico, cobra mayor
autonomía y desplaza a la Iglesia en el monopolio de la cultura. El horizonte
del hombre en ese momento se localiza en la cultura antigua, en Grecia y
Roma, abandonando la cosmovisión de la Iglesia antigua y de la Edad
Media. Pero el dominio del espíritu científico no se manifiesta sino hasta la
fecha en que aparece la publicación de la teoría de Copernico (1543), la
cual adquirió sin embargo, su importancia, recién cuando fue adoptada y
perfeccionada por Kepler y Galileo en el siglo XVII (23).
El modernismo recibe un gran afluente del movimiento espiritual que se
desarrolla en la Italia del siglo XV denominado Renacimiento, y cuyo
mecenazgo perteneció a los Papas de la época y a las familias más
acaudaladas como los Médicis y los Borgias. Por ello se dio origen a esta
nueva expansión del intelecto, que lejos de las rígidas formas de la
enseñanza escolástica, produce un giro antropocéntrico, la vuelta del
hombre a si mismo con la consecuente búsqueda de nuevos valores
(Humanismo) orientada al legado de la antigüedad pagana,y paralelamente,
un abrupto alejamiento de la imagen del hombre mantenida hasta entonces,
y esencialmente vinculada con la religión. Por tanto con el plano
sobrenatural (teocentrismo) (24).
No obstante el espíritu libre de la modernidad, se encuentra anticipado por
toda esta actitud señalada en el Renacimiento, el carácter específicamente
moderno y creativo se dá recién en el siglo XVII, en tanto que lo anterior no
ha sido sino, el refugio en la autoridad de la antigüedad griega.
El conocimiento científico había sido considerado en la Edad Media, como
un auxiliar o “sirviente de la Teología” ; o en otros términos: la Razón debía
confirmar los
postulados de la Fe, caso contrario, implicaba la falsedad
de los juicios de la ciencia. En esta época el saber se define como: “La Fe
justificada por la Razón, nunca refutada por ésta” (25).
El cambio que asistimos en el período llamado “Modernidad” se caracteriza
por una nueva concepción de la ciencia, fundamentalmente dada por la
adopción de un nuevo criterio de certeza, sujeto a la observación,
experimentación e inducción, que es la metodología del conocimiento
aportada por Francisco Bacon (1561-1626), y que se aleja por una parte, del
conocimiento intuitivo de las esencias (intuición metafísica) como asimismo
del método de autoridad, que estableciera a las “verdades de Fe”
(Revelación) como criterio último de certeza en el conocimiento y
dependiente, por tanto del saber Teológico.
El objetivo principal entonces, se centraliza en el conocimiento de la
naturaleza por medio de “la Razón y el Experimento”, con la pretención de
llegar a dominar a la misma en beneficio del hombre.
(23) Bertrand Russell, Op.cit. vol. II pp. 110 y ss.
(24) Max Scheler, “La Idea del Hombre y la Historia”, pp. 19 y ss.
(25) Oswalad Spengler, “La decadencia de Occidente”, vol. II pp. 345 y ss.
Sin embargo, las conquistas del nuevo espíritu científico no resultaron
sencillas, ya que la tradición poseía grandes raices, como es el caso del
sistema cosmológico Aristotélico Tolemaico que presumía que el mundo
sublunar, (refiriéndose a la Tierra) se hallaba sujeto a la corruptibilidad
mientras que los astros y el cielo eran inmutables e incorruptibles, como ya
hemos dicho anteriormente.
Siendo el sistema imperante en esos momentos, resultaría un dificil
obstáculo para Copernico, que hablaba de una disposición heliocéntrica
(contrario al geocentrismo de la época) y atribuía dos tipos de movimientos
a la Tierra, contrastando en el espíritu mismo de las Sagradas Escrituras.
Un gran adelanto se introdujo con el aporte de las tres leyes del movimiento
planetario establecidos por Kepler (1571-1630) de las cuales la primera
determinaba que los planetas descríben órbitas elipticas, abandonando, por
tanto, la figura “circular” (símbolo de la perfección del mundo celeste).
Esto era solo el comienzo, posteriormente Galileo Galilei (1564-1642)
perfeccionó aún más el sistema de Copernico y esbozó la “Ley de la
Inercia”, la cual explicará que los cuerpos con movimiento impreso,
continuaban desplazandose en el mismo sentido con velocidad uniforme,
contrariamente a lo que se creía por ese entonces, en que se atribuía a los
cuerpos del espacio sublunar, un movimiento rectilineo que no conservaban
sin el “concurso permanente” de una causa que lo produce. Así, explicaba
Aristóteles el movimiento de las cosas en dependencia a un “primer motor
inmóvil” identificable don el dios del cristianismo como primera causa y
finalidad última del mundo.
Agregaremos al aporte de Galileo, sus fecundas experiencias sobre la caída
de los cuerpos y el péndulo, como asimismo el empleo de instrumentos de
presición, tal es el telescopio con el cual se pudo ganar en la exactitud de
los fenómenos observables, como es el caso de la corroboración del
número de planetas, los que según Galileo sumaban once, no siete como se
creía hasta ese momento lo cual la imagen del mundo se hallaría
esencialmente modificada. Galileo fue condenado en 1633 por la
Inquisición, no obstante la Teoría Heliocéntrica y la libre movilidad de los
cuerpos se convirtieron en conceptos indudables para la ciencia posterior.
El gran salto del Medioevo a la Modernidad, está dado entonces, por un
cambio en la metodología del conocimiento, separada del “Mensaje
relavado” y afincada ahora a la razón natural y la experiencia; como
asimismo por la puesta en marcha de una nueva cosmología que no se
contenta con explicaciones sobrenaturales y metafísicas.
A este efecto, sitamos estas palabras de un autor contemporáneo que
define el temple del Medioevo: “Pero lo que falta al pensador de la Edad
Media es la voluntad de conocer la naturaleza con exactitud empírica” (26).
Fue necesario, por tanto, evaluar el método tradicional de la ciencia, este
análisis lo debemos principalmente a Francisco Bacon que ha señalado
como principal objetivo de la ciencia, el dominio de la naturaleza por medio
de la razón y la experiencia humana.
Pronunciándose en contra de la lógica tradicional, por encontrar que la
misma no aporta ningún conocimiento nuevo, ya que se funda en la simple
dedución, contrapone su propio método (nueva lógica), en el que destaca el
valor de la “inducción”, la “experimentación” y la “observación”, como
criterios metodológicos de la ciencia.
Esta sustitución de la lógica Aristotélica (silogística) denota que el cierre del
Medioevo y el nacimiento de la Modernidad, no están caracterizados sólo
por el conflicto
(26) R. Guardini, “El fin de los tiempos modernos”, pp.23.
entre Fe y Razón como caminos antagónicos de búsqueda de la verdad,
sino que es
también otro signo (y que atañe al solo orden de la Razón). Esta discusión
sobre dos modelos de lógicas opuestas, que luego serán complementarias.
Es la pugna entre el Espíritu Deductivo propio de la metafísica clásica y el
Espíritu Inductivo, carcterístico de la nueva ciencia.
Sin embargo, es indispensable para Bacon, despojarse de todo prejuicio o
idea preconcebida.
Despojarse en primer término, de lo que él llama prejuicios o ídolos de la
naturaleza humana (idola tribus) pues ellos marcan nuestra tendencia a
enciontrar “fines” en la naturaleza.
En segunda instancia, hay que desechar los prejuicios originados en
nuestra propia individualidad, esto es: nuestra representación personal de
las cosas (idolaspecus).
La tercera forma de los prejuicios, son los que él llama idola fori, “prejuicios
del mercado”, originados en haber atribuído un valor absoluto al lenguaje, y
así llegar a entender que toda palabra designa un hecho, cunado existe un
sinnúmero de palabras vacías de contenido y por tanto, son como las
monedas que están en curso dentro de un mercado limitado, relativas a él.
Lo único que tiene entonces valor indiscutible, son “los hechos” y no las
opiniones.
Finalmente, debemos desechar todos los preconceptos, formados en
tradiciones y condiciones acríticas, aún cuando tengan apariencia de
verdad.
El último método viable es para Bacon el inductivo, en el cual se logra
establecer una luz científica a partir de hechos debidamente comprobados
por la experiencia.
Dicha inducción deberá contener toda la colección de hechos de un mismo
género (inducción completa), agrupadas según las siguientes “tablas”:
Primera Tabla de la Presencia: contiene ejemplos que concuerdan con la
presencia del fenómeno que se quiere investigar.
Segunda Tabla de la Ausencia: contiene ejemplos en los cuales el
fenómeno a investigar no se hace presente.
Tercera Tabla de Grados: se muestran ejemplos en los cuales el fenómeno
se encuentra en distintos grados de presencia o intensidad.
Estas tablas son el antecedente del método de Stuart Mill; comparémoslas:
Métodos experimentales de Stuart Mill:
De la Concordancia: la circunstancia en común a dos o más fenómenos
denota ser su causa o efecto.
De la Diferencia: por aquella circunstancia “no común”.
De las Variaciones Concomitantes: su variación de las circunstancias
incide en las variaciones del fenómeno (único método cuantitativo).
De los Residuos: sustrayendo lo conocido, en residuo es un efecto de los
antecedentes resultantes.
“Nuestra necesidad de controlar y comprender el mundo en el que vivimos
nos impulsa a la búsqueda de conexiones entre sus diversas partes o
aspectos. Toda afirmación de una conexión causal particular implica un
elemento de generalidad, pues decir que C es la causa de E equivale a
decir que toda circunstancia en la que aparece C, es seguro que le seguirá
E. Las leyes causales o las proposiciones generales nunca pueden ser
descubiertas por los métodos de Mill, ni pueden estos establecer
demostrativamente su verdad. Sin embargo, estos métodos constituyen los
modelos básicos a los cuales debe adecuarse todo intento de confirmar o
refutar, mediante la observación o el experimento, una hipótesis que afirme
una conexión causal. La investigación experimental no puede prescindir de
las hipótesis, por lo cual se comprende que éstas deban desempeñar un
papel de suma importancia en la lógica inductiva. Tan importante es la
función de la hipótesis en la investigación empírica sistemática, que la
formulación de hipótesis y su ensayo puede considerarse como el método
de la ciencia”.
Irving M. Copi, “Introducción a la Lógica”.
EL UNIVERSO A LA MEDIDA HUMANA
DESCARTES Y EL MECANISISMO
Heredero de la nueva cosmovisión, que reconoce al mundo sin las fronteras
de la antigüedad, merced a los descubrimientos de nuevos continentes que
permitían franquear las columnas de Hércules (antiguo límite del mundo),
como asimismo por las recientes contribuciones de la física; surge la figura
de Renato Descartes (1596-1650) que ha sido considerado por muchos
como el padre del modernismo.
Sumariamente, podemos decir que su propósito fundamental se basa en
la contribución de una nueva “ciencia universal”, tal que pueda
proporcionarnos un conocimiento de todo lo que es “útil para la vida”.
Respecto del método establecido por él (para el conocimiento de la
realidad), y que significo el inicio del subjetivismo, nos ocuparemos luego,
por ahora solo referiremos de su sistema, “La doctrina mecanista” que esta
contiene.
El Universo es considerado por el filósofo moderno como un todo cuyas
partes se relacionan mecanicamente, es decir por el roce o contacto de las
partes, de manera tal que la acción de una incide “inmediatamente” en las
otras, puesto que no existe entre los cuerpos el vacío sino que se trata de
un “todo lleno” y articulado.
El movimiento fué impreso por Dios en una cantidad finita que se
conserva constantemente, formando un sistema sujeto al “torbellino
universal” (movimiento original) en que las partes accionan y reaccionan en
una cadena ininterrumpida de hechos. El Universo todo, es una maquinaria
cuyos componentes son de naturaleza material, “extensa”. La realidad del
pensamiento se encuentra escindida de la extensión o materia, y el
hombre, en tanto pertenece a esta realidad se comporta como una máquina
más, con lo que no se explica el comportamiento de esa otra dimensión
dada en lo Humano: su realidad pensante.
Como se ha dicho, el conocimiento científico para Descartes está
orientado a la utilidad que el mismo pueda reportar al hombre. Este sentido,
de utilidad, sumado a la confianza que había surgido en el desarrollo de las
ciencias, produjo un cambio en la mentalidad de esa época: el progreso
material sustituye las antiguas pretenciones de encontrar la finalidad del
hombre en otra vida. La filosofía y la teología ceden el paso al conocimiento
de la naturaleza. “La verdad física se eleva hasta convertirse en una
especie de teología” (Fontenelle) (27).
Respecto al aporte de los sentidos en el orden del conocimiento, fue
desestimado por Descartes, aceptando como único criterio válido la
intuición de lo que se presenta a nuestro espíritu, con total claridad y
distinción, esto es : “las ideas innatas”.
“El poder de usar de las abstraccciones es la esencia del intelecto, y a
cada aumento de abstracción, los triunfos intelectuales de la ciencia son
acrecentados”
Bertrand Russell, “La Perspectiva Científica”.
No obstante, este mecanismo perfeccionado de la razón, ha demostrado ser
un elemento necesario para el progreso de la ciencia, aunque insuficiente.
El solo empleo de la razón por rigurozo que sea, no conduce a la
formulación de respuestas objetivas. Toda hipótesis debe ser atinente a los
hechos, negar la existencia sensible fue la audacia y el gran olvido de
Descartes.
(27) Roland Mousnier, “El progreso de la civilización Europea y la decadencia de
Oriente”, pp. 549.
Isaac Newton (1643-1727) “La Ley de Gravitación Universal”
Según la tradición Aristotélica, los cuerpos provistos de movimiento se
denominan animados, por residir en ellos un principio formal (anima) que
hacía posible el movimiento; y la materia por sí sola carecía de esa
capacidad de cambio, sino intervenía dicho principio formal.
La ley de gravedad que establece el concepto de fuerza, ya no mediante
el choque o contacto directo como en Descartes, sino a distania (pues
Newton admite la existencia del vacío); nos muestra que el movimiento
resulta ser una propiedad inherente a la materia y que se manifiesta
mediante la atracción y el rechazo de las partículas materiales entre sí,
dejando de lado todo principio de tipo animista.
Con todo, Newton presumió que la inmensa armonía física no obedecía
al mero azar, sino a una inteligencia rectora que habría ordenado y puesto
en marcha la mecánica universal. La ciencia, entonces, demostraba la
existencia de Dios, pero la actitud había cambiado: “se admira la obra,
luego al creador”.
Contrariamente a Descartes, Newton revalorizó el aporte de la
experiencia sensible, contribuyó a la investigación científica con el
instrumento matemático necesario: los métodos del cálculo diferncial e
integral (publicados en 1684 y 1686), un tratado de óptica (1704), como
asimismo las leyes fundamentales de la mecánica contenidas en su obra
“Principios Matemáticos” (1687).
El espíritu científico del siglo XVII encontró el valioso apoyo que le
proporcionaron los progresos técnicos, situación que, como se ha dicho, no
favoreció a los primeros físicos griegos. El telescopio fue inventado en 1608
por Lippershey y empleado científicamente por Galileo, a este último
también se atribuye la invensión del termómetro y a su discípulo Torricelli, el
barómetro. Guericke (1602-1686) inventó la bomba de aire, y en otro
campos de la ciencia menos vinculados con la astronomía o la dinámica, el
siglo XVII se ve enriquecido por las contribuciones de teorías de gran valor
como las del imán (Gilbert en 1600), la circulación de la sangre (Harvey en
1628), la tería de los gases (Roberto Boyle 1627-1691), los
perfeccionamientos logrados en las lentes del telescopio dispuestos por
Cristian Huygens (permitiendo observar el halo o anillo de Saturno); el reloj
de péndulo, insinuando por Galileo, fue llevado a la práctica por Huygens en
1657 constituyendo así el primer instrumento exacto para la medición del
tiempo transcurrido.
Fue por esta época en que se inicio la investigación de la microfísica, en
1677 Leuwenhock describio los espermatozoides, y en 1688 los glóbulos
rojos, (en la cola de un pez pudo describir los vasos capilares sanguineos),
todo elllo mediante el empleo de un microscopio creado por él.
Sin necesidad de mencionar otros nombres ilustres y aportes a la ciencia
ocurridos en este período, destaquemos finalmente que se trata ésta, de
una época conyuntural en la evolución del espíritu humano, de alllí en más,
el conocimiento científico no se satisfará co explicaciones no empíricasracionales para formar la imagen del mundo en que el hombre habita; una
nueva creencia anida en el hombre moderno: “la omnipotencia humana
que siente a la naturaleza a sus pies” (28). Pero esta fe creciente exige no
tener antecedentes, y así Newton lo había anticipado en esta frase: “Física,
guardiante de la Metafísica” (29).
(28) Oswald Splengler, op.cit. vol. II pp.584.
(29) CRF. Isaac Newton, Treatise of optios, parte III en lecciones sobre la Historia
de la Filosofía, G. W. Hegel, vol. III pp. 337.
EL DESCUBRIMIENTO DE LA SUBJETIVIDAD
La actitud contemplativa griega, por la cual el sujeto captaba en la realidad
aquello que subsistía a todo cambio y era la realidad interna de las
cosas, consideradas como principios preexistentes (el número en Pitágoras,
las ideas en Platón y las formas para Aristóteles); toma un nuevo curso en el
final de los siglos XVI yXVII, cuando la conciencia de las funciones
operativas del sujeto cognocente, alejan a este de su actitud meramente
contemplativa y lo ponen en un papel “creativo” de aquellos principios
considerados hasta ese entonces como subsistentes por sí mismos, eternos
e inmutables ( primeros principios lógicos y ontológicos).
No se trata ya de “descubrir” la realidad sino de la “invención” de la misma
por parte del sujeto. El cual es dignificado en este sentido por Renato
Descartes en cuanto el “yo” resulta la primera evidencia del conocimiento
(30) destacando asimismo la “claridad y distinción” como criterio de certeza
en los juicios, y por tanto vinculado al ámbito de lo subjetivo (31), como lo
hiciera el mismo Tomás Campanella (1568-1639), quien anteriormente
hablaba de la referencia primigenia que el sujeto tiene de sí mismo en el
inicio del conocimiento, que desde luego resulta un postulado de
subjetividad.
Toda esta teoría del conocimiento, que tiene como punto de partida al
sujeto, nació como se ha dicho, con Descartes al dividir la realidad en
“extensa” y “pensante”, o en otros términos: material y formal, realidad del
sujeto y del objeto, alma y cuerpo, y, en fin, todas las ascepciones que
podamos dar en el transcurso de la hiostoria.
Lo cierto es que mientras algunos pensadores (Racionalistas-Idealistas)
tomaron partido por el sujeto y sus ideas como criterio último del
conocimiento, otros (Emprismo inglés) se inclinaron por establecer a la
realidad del objeto como referencia necesaria y última del conocer.
Frente a esta dualidad de posiciones, Inmanuel Kant (1724-1804) intentará
conciliar ambas posturas en su obra “Crítica de la Razón pura” (1781) en
donde expresa que mientras la experiencia sensible es dada en forma
caótica, nuestro intelecto ordena esos datos provistos por los sentidos en
las “formas de intuición de espacio y tiempo propios del sujeto”,
proporcionando los “conceptos”, que hacen posible el conocimiento de lo
dado por la experiencia.
El Espacio y el Tiempo, que son formas de intuición (contenidas en el
sujeto), como asimismo los conceptos (también subjetivos), resultan
entonces el instrumento propio de nuestro conocer, frente a los fenómenos
sensibles. Como se ve, la realidad empírica no es negada por Kant, pero los
juicios de la ciencia se ven ajustados al ordenamiento permanente del
sujeto. La causalidad no está en los hechos sino en el sujeto, como una
categoría más. La realidad en sí misma se muestra “desordenada”, es el
sujeto quien le imprime un orden y la interpreta.
Finalmente, la postura más exagerada del subjetivismo está dado por el
pensador alemán Fichte (1762-1814), quien contrariamente a Kant,
abandona toda relación con los sucesos empíricos y corona al “yo” como
realidad última.
En su obra “Discursos a la Nación Alemana” (1807-1808), en que intenta
fortalecer el espíritu de Alemania frente a las conquistas de Napoleón
Bonaparte, nos dice: “Tenemos carácter y ser Aleman significa
indudablemente lo mismo”. Esa realidad última que domina el “yo” tiene
también una nacionalidad, en Fichte, como veremos más adelante,
sirviendo de antecedente al movimiento romántico, como asimismo a todo el
(30) Jean Piaget “Naturaleza y métodos de la epistemología” pp 26 y ss.
(31) B. Russell op.cit.pp110 y ss.
idealismo Hegeliano, en quien se identifican sujeto y objeto en la noción de
Espíritu Absoluto, como simples momentos de éste.
LA ILUSTRACIÓN
Si bien la Física de Newton, fundada en la experimentación y el cálculo,
había superado la explicación Cartesiana del mundo (Res Extensa)
sistematizada en una física esencialmente teórica, el siglo XVIII conservará
el espíritu impreso por Descartes con respecto a la exigencia de
“Evidencias”, necesarias para establecer de una vez y para siempre el
criterio de validez en el orden del conocimiento científico.
En 1751, D´Alambert escribía en su “Discurso preeliminar de la
Enciclopedia” : “Al menos, Descartes se ha atrevido a enseñar a los
espíritus sanos a sacudir el yugo de la Escolástica, de la opinión, de la
autoridad. En una palabra: de los prejuicios y de la barbarie” (32).
Otro tanto sucede respecto del concepto Mecanicista Cartesiano, al cual
hemos hecho alusión anteriormente, y que es igualmente conservado por
este siglo XVIII.
El Universo se muestra aquí como una inmensa maquinaria y cada una de
sus partes se hallan enlazadas y sujetas a un sistema determinista de leyes
invariables y previsibles por la razón humana, traducido en relaciones
matemáticas.
El mundo es la realidad extensa, material y mecánica, mientras que las
cualidades, esencias (o quididades) quedarán suspendidas en el tiempo del
Medioevo junto a los ángeles, los espíritus y los milagros. La nueva
cosmovisión del hombre de la Ilustración no aceptará atributos metaempíricos o arracionales.
Si algo revela la existencia de Dios, eso es el Universo como totalidad
armoniosa y equilibrada. La perfección del Universo justifica la perfección
del Creador, del mismo modo en el que un instrumento de relojería supone
la mano idónea de un relojero que lo realiza.
Pero como se ve, los términos se han invertido. En el Medioevo la causa
primera del mundo, es decir : Dios, daba el fundamento último y la finalidad
suprema al Universo; ahora la grandeza se hallará en la estructura misma
de la “Maquinaria Universal”, expresada en el determinismo de la legalidad
matemática. Todo ello, repetimos, susceptible de ser alcanzado por la razón
humana y no por la Fe.
El hombre del siglo XVIII al igual que el Renacentista, ha colado en el centro
de todo a la razón, pero a diferencia de éste, no busca imitar los modelos de
la Antigüedad Clásica, sino que se halla, por decirlo de algún modo:
“signado por el futuro”, es decir por la permanente búsqueda de
consolidarse en la naturaleza, como un “carácter progresivo”.
En relación a la Astronomía y a las Matemáticas, fueron perfeccionados los
aportes del siglo procedente, aún cuando no tuvieran los hombres del siglo
XVIII la fecundidad creativa de sus inmediatos antecesores.
El movimiento, explicado por Newton por medio de la gravitación no había
sido demostrado hasta entonces, con la claridad y evidencia que el “Siglo
de las Luces” lo requería. Recién aquí, y por medio de nuevas
observaciones y el pereccionamiento del cálculo infinitesimal (atribuído por
algunos a Isaac Newton y por otro a G. Leibniz) pudo ser corroborada con
total certeza la Teoría de la Gravitación Universal.
Asimismo, algunas variaciones observadas en el sistema solar; que Newton
no (32)CFR. Mousnier, Roland y Ernest, Labrousse. “Historia General de las
Civilizaciones-El Siglo XVIII”, vol. I
alcanzó a explicar y le condujeron a la afirmación de un ser omnipotente
que debía intervenir (con cierta regularidad), para corregir los movimientos
del Universo; fueron determinados con total certeza en esta época.
Entre 1784 y 1787, Laplce demostraría la, estabilidad del Sistema Solar, y
con ello la hipótesis de un Dios que interviene en la armonía del Universo
quedaba como una simple expicación caprichosa.
Asimismo, el horizonte de todas las disciplinas cietíficas se amplió aún más
en este período. Los descubrimientos y ensayos relativos a la electricidad,
el pararrayos, la pila eléctrica, etc. resultan una muestra significativa del
anhelo humano en vinculación al progreso científico y el creciente dominio
de la naturaleza.
En la Microfísica, los aportes de Scheele (1742-1786) con el descubrimiento
de numerosos cuerpos simples (cloro, manganeso, etc.) y los de Priestley
(1733-1804): nitrógeno, dióxido de nitrógeno, oxígeno, etc; resultan ser
hallazgos de significativa importancia, que sumamos al principio de
conservación de la materia establecido por Lavoissier (1743-1794) hicieron
posible el enriquesimiento de la química moderna y de la ciencia toda.
Añadiremos asimismo, los logros obtenidos por las numerosas
clasificaciones de los seres vivos en “géneros y especies”, realizadas entre
otros por Lineo (1707-1780) como también los antecedentes de la Teoría
Evolucionista a partir de los trabajos de Lamarck y refentes al
Transformismo, esto es: la variabilidad de las especies vivas, sujetas al
mecanismo de adaptación natural.
La naturaleza toda, está reglada por leyes racionales, y estas leyes revelan
las relaciones internas que existen entre las partes del Universo. La razón y
el experimento se convierten así, en el único criterio de certeza para el
conocimiento científico.
Por otra parte, este “Determinismo” en que se encuentrainscripto el orden
Universal excluye a la “Providencia Divina” y ofrece al hombre una imagen
consoladora de su escenario vital, en donde todo puede ser “previsto y
legislado” por la razón humana.
Así, la sublimación de la naturaleza, entendida ahora como una maquinaria
perfecta, como asimismo, del dominio que el hombre podía ejercer sobre
ella mediante los nuevos descubrimientos, desarrolló un nuevo credo: “El
Optimismo”, fundado como se ha dicho, en la razón humana y en la
estructura racional del mundo (33).
Dios habría creado el Universo del hombre como el “mejor mundo de los
posibles”. Sus leyes de comportamiento eran descubiertas y traducidas en
normas útiles, positivas y racionales, dispuestas en un todo sistemático que
era: “La Ciencia”.
No obstante, este optimismo profesado principalmente por Voltaire, sufriría
un duro golpe, cuando en 1755 se produce el espantoso terremoto de
Lisboa. El hombre se hallará entonces, nuevamente expuesto a una
naturaleza, que se demuestra imprevisible e indomable.
Esta parece haber sido la historia de la humanidad o por decirlo de otro
modo: “La comedia Universal de las equivocaciones”, tan estrechamente
unida a la naturaleza del hombre, y que cíclicamente se repite mientras el
hombre anhela conocer el mundo que le rodea. Con aciertos y fracasos,
pero fundamentalmente ensayando, es decir: elaborando la ciencia, la cual
no es otra cosa que la pretensión de una respuesta satisfactoria.
Con todo, el Universo del siglo XVIII se encuentra esencialmente
modificado. El
(33) Oswald Spengler. Op cit. Vol II pp. 355 y ss.
supremo valor es el hombre y la naturaleza, y por ello se ha dicho, en
virtud de la sublimación de la razón y del Universo, proveniente del
“Subjetivismo” por una parte, como asimismo del desarrollo científico por
otra, y heredados ambos del siglo XVIII.
La razón se ha convertido en el gran instrumento del hombre, y mediante
ella toda probabilidad relativa al azar y la uperstición queda diluída.
Asimismo: “La naturaleza es considerada como esencialmente buena y
entonces el Pecado original resulta un concepto inadmisible” (34).
El horizonte del conocimiento, repetimos, queda determinado en este
período a lo concreto, al fenómeno mensurable y experimental, mientras
que las cuestiones típicamente Metafísicas y Teológicas como eran: el alma,
la inmortalidad, Dios, etc; quedan excluídas como impropias del quehacer
científico.
Los dogmas religiosos (Cristiano y Luterano) son interpretados como
imposiciones a la razón, y que privan por tanto a ésta de su natural libertad,
sometiendo y limitando al espíritu necesariamente crítico del científico
moderno.
Este es el motivo por el cual se pronuncia en esta época una actitud
adversa por parte de los pensadores, con respecto a los sistemas filosóficos
anteriores, especialmente al Medioeval, intentando reemplazar la antigua
Summa Teológica de Santo Tomás por una nueva “Summa Científica”.
Cristianizándose esta actitud en el afán de erudición y cientificismo,
manifiesto en el carácter mismo de la Enciclopedia (35).
La obra más elocuente del espíritu de la época, es “La Enciclopedia
Francesa” de D´Alambert y Diderot, cuya publicación del primer volúmen
aparece el 1° de Julio de 1751, llegando a formar un total de 17 volúmenes
en los cuales se halla contenida la más variada información correspondiente
a toda la ciencia moderna, y completada por el diccionario filosófico
compuesto por Voltaire; calculándose en su formación han colaborado
aproximadamente 130 intelectuales de las diversas disciplinas incluyendo
fabricantes e industriales que representaban a la burguesía ascendente del
momento.
El Iluminismo o simplemente “La Ilustración” es, en suma, una corriente de
pensamiento cuyo marco histórico es “el siglo XVIII”, y su encarnación está
dada en “La Enciclopedia de las Artes y las Ciencias”, en la cual se
refleja un apasionado intento por ordenar los conocimientos humanos en
forma sistemática; revelándo una profunda inclinación por la erudición
científica y no ya la actitud esencialmente creativa que caracterizara al siglo
precedente.
(34) Fraile, Guillermo. “Historia de la Filosofía”, vol. III pp.793 y ss.
(35) Mousnier, Roland. Op cit. Vol I pp. 118 y ss.
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