Fracturas orbitomalares

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Capítulo 21
Fracturas orbitomalares
Ainhoa Bidaguren Urbieta y Luis Barbier Herrero
La cara es de vital importancia para la apariencia humana
y su función. A pesar de que las fracturas orbitomalares
raramente ponen en peligro la vida, pueden estar asociadas a lesiones intracraneales y oculares que requieran un
tratamiento de emergencia. Las lesiones faciales desfigurantes, además de alterar funciones como el habla, la masticación, la visión y otras, pueden ocasionar consecuencias
sociales y psicológicas severas. Su tratamiento debe centrarse primero en salvar la vida, pero secundariamente en
restablecer la función y la estética. Para su estudio en este
capítulo las separaremos en fracturas del complejo cigomático y fracturas orbitarias.
■■ Fracturas del complejo cigomático
Las fracturas del complejo cigomático constituyen la segunda fractura facial en frecuencia, tras las fracturas de
huesos propios de la nariz, y son las que más se asocian a
fracturas orbitarias.
El patrón de fractura más común es el definido por la
afectación de las cuatro suturas del hueso cigomático, denominada de forma imprecisa fractura en trípode o trimalar. El arco cigomático puede fracturarse de forma aislada o como parte de la fractura del complejo cigomático.
la con el ala mayor del esfenoides y forma la unión entre
la pared lateral e inferior de la órbita. Esta unión, limitada
por la fisura orbitaria inferior, es precisamente un punto
de gran fragilidad en la estructura orbitaria a través de
la cual se extienden numerosas fracturas. Inferiormente,
el cigoma se continúa con el maxilar a través del reborde
infraorbitario y el suelo orbitario, formando el techo y la
pared lateral del seno maxilar. Finalmente, con el hueso
temporal, articula por medio del arco cigomático (Fig. 21‑1).
El arco cigomático incluye el proceso temporal del malar y el proceso malar del hueso temporal. La fosa glenoidea
y la eminencia articular se localizan en la cara posterior
del proceso cigomático del hueso temporal.
El nervio sensitivo asociado al cigoma es la segunda
división del nervio trigémino (V2). Sus ramas cigomática,
temporal y facial salen a través de un orificio en el cuerpo
cigomático y proporcionan sensibilidad a la mejilla y a la
■■ Anatomía quirúrgica del complejo cigomático
El hueso cigomático o malar forma la eminencia malar y la
prominencia de la mejilla. Consta de un cuerpo principal y
cuatro proyecciones que articulan con los huesos frontal,
esfenoidal, temporal y maxilar, lo que contribuye a dar estabilidad y resistencia al tercio medio facial. Una fractura
del complejo cigomático incluye la ruptura de las cuatro
suturas: la sutura cigomaticofrontal, cigomaticotemporal,
cigomaticomaxilar y cigomaticoesfenoidal. El hueso cigomático se articula con la apófisis angular externa del hueso
frontal y juntos constituyen parte de la pared lateral de la
órbita. Hacia caudal y medial, el hueso cigomático articu-
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Figura 21‑1 Anatomía del complejo cigomático. Cara lateral del hueso cigomático y sus articulaciones.
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SECCIÓN IV TRAUMATOLOGÍA MAXILOFACIAL
región temporal anterior. El nervio infraorbitario atraviesa el suelo de la órbita y sale por el agujero infraorbitario.
Proporciona sensibilidad a la región anterior de la mejilla,
lateral de la nariz, labio superior y piezas dentarias maxilares anteriores.
Los músculos de la mímica facial con origen en el hueso cigomático son el cigomático mayor y el elevador del labio superior, inervados por el VII par craneal. El músculo
masetero se inserta a lo largo de la superficie temporal del
cigoma y del arco cigomático y está inervado por una rama
del nervio mandibular.
La fascia temporal se une al proceso frontal del hueso
cigomático y del arco cigomático. Esta fascia opone resistencia al desplazamiento hacia abajo que genera el músculo
masetero sobre un fragmento fracturado.
La posición del globo ocular en relación al eje horizontal se mantiene gracias al ligamento suspensorio de Lockwood, que está unido medialmente al receso posterior
del hueso lagrimal y lateralmente al tubérculo de Whitnall
(localizado 1 cm debajo de la sutura cigomaticofrontal y
que sirve de inserción al tendón cantal lateral). Cuando el
malar se desplaza hacia abajo, la fijación de los párpados
sigue la misma dirección y se produce una deformidad en
la hendidura palpebral de forma antimongoloide. El globo ocular participa de este movimiento, adopta una posición inferior, y por este motivo se produce una distopia
cantal externa.
Todas las fracturas del complejo cigomático incluyen
al suelo de la órbita y, por lo tanto, el conocimiento de la
anatomía orbitaria es esencial para su tratamiento.
■■ Diagnóstico
Las heridas de los párpados y del globo ocular merecen
prioridad en la escala de las lesiones de los pacientes, incluyendo aquéllas que están fuera de la zona facial. En todas
las heridas graves de la zona periorbitaria resulta importante una consulta con el oftalmólogo; la función visual
debe ser establecida antes de iniciar cualquier tratamiento.
La equimosis y el edema son los signos más frecuentes
al inicio y están presentes en el 61 % de todas las lesiones
cigomáticas. La afectación del reborde orbitario da lugar
frecuentemente a la presencia de hematoma periorbitario
asociado a hemorragia subconjuntival.
En fracturas aisladas de arco cigomático se palpa una
depresión en la región anterior al trago, asociado generalmente a dolor y dificultad de cierre mandibular. No suelen
asociarse signos orbitarios. Si el desplazamiento del arco
es hacia abajo y atrás, el fragmento fracturado se interpone ante la apófisis coronoides y el músculo temporal,
y restringe los movimientos mandibulares. Por lo tanto,
los movimientos de apertura y cierre y la oclusión dentaria se deben exploran para valorar dicho contacto. En lesiones más leves, el hematoma y la tumefacción de dicha
zona también pueden dificultar la oclusión dentaria de
forma transitoria.
La palpación ósea debe incluir todo el reborde orbitario,
la sutura frontocigomática y el arco cigomático. Las diástasis de las suturas cigomáticas con otros huesos son indicativas de fractura. En las fracturas orbitocigomáticas existe
un desplazamiento del reborde infraorbitario y del arbotante maxilomalar junto con una fractura en tallo verde
de la sutura frontocigomática (Fig. 21‑2). La disrupción de
la sutura cigomaticomaxilar puede ser palpable intraoralmente y puede evidenciarse equimosis en la fosa canina.
El diagnóstico de las fracturas cigomáticas se establece
mediante la historia clínica y la exploración física. Las radiografías simples sirven de ayuda para el estudio y la confirmación ante la sospecha de fractura orbitocigomática.
La tomografía computarizada (TC) con cortes axiales y coronales es una técnica estándar en todos los pacientes con
sospecha de fracturas a este nivel.
Anamnesis y exploración física
La evaluación inicial del paciente con una fractura cigomática incluye documentación del hueso dañado, de los
tejidos blandos circundantes y la exploración de los pares
craneales II a VI, así como una exploración oftalmológica completa.
Durante la anamnesis se debe determinar la naturaleza, la dirección y la energía de la fuerza aplicada. Dependiendo de éstas y, secundariamente, de la tracción ejercida
por los músculos, sobre todo del masetero, el desplazamiento malar varía. La aplicación de fuerzas laterales directas suelen producir fracturas aisladas del arco cigomático, aunque no existan lesiones del resto del malar. La
aplicación de fuerzas frontales generalmente producen un
desplazamiento posterior e inferior de todo el complejo
cigomático.
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Figura 21‑2 Fractura de complejo cigomático representada con TC en 3D. Se
observa fractura de arco con desplazamiento del reborde infraorbitario y del arbotante maxilomalar junto con fractura en tallo verde de la sutura frontocigomática.
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CAPÍTULO 21 FRACTURAS ORBITOMALARES
En las fracturas más extensas del complejo cigomático
los cambios de posición y orientación del malar afectan
a la pared lateral de la órbita, al suelo de la órbita y al reborde infraorbitario (RIO). El desplazamiento hacia abajo
de la pared lateral de la órbita arrastra al tendón cantal
lateral, insertado en el tubérculo de Whitnall, y se observa una desviación antimongoloide de la hendidura palpebral. Durante este desplazamiento, el tabique orbitario,
que se inserta en el RIO, tracciona hacia abajo y da lugar
a un acortamiento y eversión del párpado inferior. En las
fracturas orbitocigomáticas de alta energía, la extensión
al suelo de la órbita da lugar a herniación de la grasa orbitaria en el seno maxilar, lo que disminuye el contenido
orbitario y es responsable del enoftalmos. La fractura de
pared lateral y medial produce igualmente disminución
del volumen orbitario. En estos casos se debe evaluar la diplopía y alteraciones en los movimientos de los músculos
extraoculares, indicativos de enoftalmos y / o de atrapamiento muscular en el suelo de órbita fragmentado. Cabe
recordar que el mecanismo de fractura del suelo orbitario asociado a fractura del complejo cigomaticomaxilar es
distinto al de una fractura por estallido, que se explicará
más adelante. No existe aumento de la presión intraorbitaria que empuje el tejido hacia el seno y la diplopía es infrecuente. Por ultimo, la interrupción del techo y paredes
laterales del seno maxilar frecuentemente desgarran la
mucosa sinusal produciéndose ocupación del seno maxilar y epistaxis autolimitada.
La exploración neurológica incluye una evaluación detallada de todos los nervios craneales, con especial atención al II, III, IV, V y VI. La parestesia o anestesia de la
mejilla, cara nasal lateral, labio superior y piezas dentarias maxilares anteriores son indicativas de lesión del nervio infraorbitario o cigomaticotemporal. Esto ocurre en
el 18‑83 % de todos los pacientes con traumatismos cigomáticos.
Pruebas de imagen
Radiografía simple
•• Proyección de Waters. Es una proyección posteroanterior con la cabeza posicionada en un ángulo de 27° respecto a la vertical y con el mentón apoyado. Proyecta
la pirámide petrosa de los senos maxilares y permite
ver los senos maxilares, suelo de órbita anterior y posterior, porción anterior de techo de órbita y malar. La
presencia de un nivel hidroaéreo en el seno maxilar
puede ser signo de fractura de suelo de órbita. Es la
radiografía simple más útil para evaluar fracturas del
complejo cigomático.
•• Proyección de Hirtz. Aporta información sobre la proyección malar y la alineación del arco cigomático.
•• Proyección de Cadwell. Proyección posteroanterior con
la cara angulada a 15°. Es útil en la valoración de la
unión frontomalar.
•• Proyección lateral. Es idónea para el techo de órbita y
proporciona una visión parcial del malar (se ven las
estructuras superpuestas).
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Tomografía computarizada
La TC con cortes axiales y coronales es la técnica de elección para el estudio de fracturas cigomáticas. Define el patrón de fractura, grado de conminución y desplazamiento,
y permite evaluar los tejidos blandos orbitarios. Los cortes coronales son de particular ayuda en la evaluación de
fracturas de suelo de órbita, valoración de los músculos
extraoculares y de la herniación de contenido orbitario en
el seno maxilar. Las reconstrucciones 3D son muy útiles
para la visualización y planificación quirúrgica, especialmente en las fracturas conminutas.
Clasificación
Existen diferentes clasificaciones de las fracturas cigomáticas. En 1961, Knight y North las clasificaron según el grado de desplazamiento basado en una radiografía de Waters.
En 1990, Manson et al propusieron una clasificación
basada en el grado de segmentación y desplazamiento del
malar según la TC y en la relación con la magnitud de energía necesaria para producir la fractura. Así, clasifican las
fracturas en tres tipos:
•• Fracturas de baja energía, que presentan poco o ningún
desplazamiento (Fig. 21‑3).
•• Fracturas de media energía, que muestran fractura completa de las articulaciones con desplazamiento leve a
moderado de los fragmentos. Puede existir conminución (Figs. 21‑4 a 21‑6).
•• Fracturas de alta energía, caracterizadas por gran conminución en región lateral de la órbita y desplazamiento lateral y posterior del arco cigomático, con el consiguiente aumento de la anchura facial, pérdida de
proyección y aumento del volumen orbitario. Estas
fracturas se asocian frecuentemente a fracturas tipo
Le Fort o a fracturas panfaciales.
Gruss et al propusieron una clasificación basada en la
importancia de reconocer y tratar las fracturas del arco
cigomático en conjunto con el cuerpo del cigoma, enfatizando así la importancia de identificar y tratar la seg-
Figura 21‑3 Fractura de baja energía. Imagen TC, corte axial, fractura aislada
de arco cigomático izquierdo.
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SECCIÓN IV TRAUMATOLOGÍA MAXILOFACIAL
Figura 21‑4 Fractura de media energía. Imagen TC, corte axial. Fractura con
moderado desplazamiento de pared lateral de orbita.
Figura 21‑6 Fractura de media energía. Imagen TC, corte coronal. Se observa
la fractura con desplazamiento del arbotante cigomaticomaxilar.
mentación, conminución y el desplazamiento lateral del
arco cigomático.
Zingg et al, clasificaron en 1992 estas fracturas de la
siguiente forma:
•• Tipo C o multifragmentadas, que incluyen fragmentación del cuerpo cigomático.
•• Tipo A , fracturas incompletas de baja energía con fractura solamente de un pilar: el arco cigomático, pared
lateral de la órbita o reborde infraorbitario.
•• Tipo B, con fractura y desplazamiento de todas las articulaciones, denominadas también, monofragmentadas.
Figura 21‑5 Fractura de media energía. Imagen TC, corte axial. Fractura de
arco cigomático en el mismo paciente de la figura 21-4.
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A pesar de las diferencias en las clasificaciones, todas
reflejan que a mayor grado de desplazamiento y conminución, mayor es el papel que adquiere la reducción cerrada
y la fijación interna.
■■ Tratamiento
Una vez establecido el diagnóstico de fractura cigomática,
se debe valorar la necesidad de tratamiento quirúrgico y el
tipo de tratamiento que se va a realizar.
El manejo de fracturas del complejo cigomático y del
arco cigomático depende del grado de desplazamiento y
de los déficits funcionales y estéticos. El tratamiento puede variar desde la simple observación hasta la reducción
abierta y la fijación interna.
El momento de realizar la cirugía depende de varios
factores como son la gravedad del paciente y la necesidad
de disponer de un equipo quirúrgico preparado. Si la estabilidad del paciente lo permite, la cirugía facial puede realizarse pronto junto con otros procedimientos quirúrgicos.
Los resultados estéticos y funcionales son mejores con la
cirugía precoz. La consolidación de las fracturas comienza
la primera semana y es avanzada hacia la tercera semana,
aunque varía según la edad del paciente.
En referencia a la profilaxis antibiótica, no existen estudios que confirmen o desmientan la necesidad de esta
medida; sin embargo, se recomienda en fracturas orbitarias que involucren al seno (grado de evidencia 2C). Los
antibióticos de elección incluyen tanto amoxicilina‑clavulánico como azitromicina. También se recomienda que la
mayoría de pacientes con fracturas orbitarias y limitación
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CAPÍTULO 21 FRACTURAS ORBITOMALARES
de los movimientos extraoculares reciban corticoesteroides para reducir la inflamación (grado de evidencia 2B).
Analizamos, a continuación, el tratamiento de las fracturas aisladas de arco cigomático, las del complejo cigomático y las de órbita asociadas a estas últimas.
Fracturas aisladas de arco cigomático
Las fracturas no desplazadas o con mínimo desplazamiento, que no producen déficits funcionales, pueden no requerir corrección quirúrgica y la simple observación sería
suficiente.
La reducción cerrada es necesaria cuando el hundimiento del arco cigomático interfiere con la apófisis coronoides
y limita los movimientos mandibulares.
La reducción abierta y fijación interna rara vez son necesarias para fracturas aisladas de arco cigomático. Generalmente suelen requerirse como parte del tratamiento en
fracturas conminutas de alta energía o cuando las fracturas persisten inestables a pesar de la reducción cerrada.
Abordajes quirúrgicos
Abordaje de Gillies Descrito en 1927 por Gillies, Kilner y Stonen, es la técnica estándar para el tratamiento
de fracturas de arco cigomático, y también se emplea para
reducir fracturas de complejo cigomático. Se realiza una
incisión temporal de 2 cm de longitud posterior a la línea
del cuero cabelludo, se diseca atravesando el tejido subcutáneo y la fascia temporal superficial hasta llegar a la
fascia temporal profunda, justo encima del músculo temporal (Fig. 21‑7). Se realiza una incisión horizontal sobre
la fascia para exponer el músculo temporal y se introduce
un elevador de Rowe o Gillies por debajo de la fascia profunda y por encima del músculo temporal, hasta llegar a
la superficie temporal del arco. El arco se reduce elevándolo hacia fuera y hacia delante sin sobrecargar la fuerza
en el hueso temporal, y al mismo tiempo se palpa el arco
para guiar la reducción (Fig. 21‑8). Se cierra por planos. El
paciente tomará una dieta blanda durante 3 o 4 semanas.
Figura 21‑7 Abordaje de Gillies. Incisión en cuero cabelludo hasta fascia
temporal profunda.
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Reducción cerrada mediante gancho de Ginestet Se
puede realizar una reducción cerrada alternativa mediante un gancho curvo de Ginestet. La punta del gancho se
inserta justo debajo del arco cigomático, anterior a la eminencia articular, y se reduce la fractura mediante una tracción lateral controlada.
Reducciones por vía intraoral Puede accederse al arco
y cuerpo cigomático por vía intraoral mediante el abordaje de Keen. Esta vía es menos empleada que las anteriores
para reducciones de arco, aunque sí se utiliza asociada a
otros accesos para proporcionar un área adicional para reducción y fijación. Se realiza una incisión en vestíbulo intraoral y se accede mediante disección subperióstica hasta
el arco. Con un objeto romo que se introduce por la incisión, paralelo a los alveolos posteriores maxilares hasta la
fosa infratemporal, se eleva el cigoma y se controla la reducción por palpación.
Fracturas del complejo cigomático
Las indicaciones quirúrgicas están en relación con el tipo
de fractura:
Fracturas de baja energía Cuando la fractura no está
desplazada, puede no requerir tratamiento quirúrgico. En
este caso se debe realizar un seguimiento del paciente para
controlar disfunciones de músculos extraoculares y enoftalmos tras la resolución de la inflamación. En fracturas
poco desplazadas o en tallo verde puede estar indicada la
reducción cerrada mediante técnica de Gillies o gancho
de Ginestet, e incluso reducción abierta si ésta no quedara estable.
Fracturas de media energía Las fracturas desplazadas
del complejo cigomático requieren reducción y fijación interna. Algunos autores recomiendan abordar los focos de
fractura exponiendo dos o tres arbotantes: cigomaticomaxilar a través de la incisión de vestíbulo superior, cigomaticofrontal a través de la cola de ceja, y el reborde
infraorbitario exponiéndolo por vía subtarsal o transcon-
Figura 21‑8 Abordaje de Gillies. Elevador de Rowe empleado para la reducción del arco.
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juntival con o sin cantotomía externa. De esta forma quedan expuestos múltiples arbotantes a la vez y la reducción
tridimensional será más precisa.
Fracturas de alta energía Las fracturas de alta energía
requieren un abordaje más amplio y agresivo. Generalmente existe gran conminución de los arbotantes anteriores y
segmentación del arco cigomático, y suelen requerir frecuentemente reconstrucción orbitaria. Para la restauración de la proyección, anchura facial y volumen orbitario,
los abordajes deben ser amplios, anteriores y posteriores
(Manson, 1999). Los abordajes para exposición anterior,
para órbita, maxilar y acceso a la sutura esfenocigomática durante la reducción, son: vestíbulo superior, subciliar, subtarsal, transconjuntival, cola de ceja, incisión de
blefaroplastia superior y transcaruncular para fracturas
aisladas de pared medial de la órbita. El abordaje para exposición posterior y acceso al arco cigomático es fundamentalmente el coronal.
Abordajes quirúrgicos
Abordaje a la unión cigomaticomaxilar Se realiza una
incisión en la mucosa vestibular del maxilar superior, de
3 a 5 mm sobre la unión mucogingival, que se extiende desde el canino hasta el primer o segundo molar. Se eleva el
colgajo mucoperióstico hasta exponer la sutura cigomaticomaxilar así como el nervio infraorbitario y seno piriforme.
Abordaje a la unión cigomaticofrontal La sutura frontocigomática es el lugar más frecuente de fractura y al que
primero se accede para reducir y fijar la fractura de arco cigomático. El acceso se puede realizar a través de la cola de
ceja, a través de incisión de blefaroplastia superior o incluso a través de heridas faciales asociadas al traumatismo.
La incisión de blefaroplastia superior permite un acceso
más amplio a la pared lateral de la órbita. Se realiza una
incisión en un pliegue palpebral superior paralelo al surco
palpebral superior que se puede extender hasta la comisura externa. Mediante disección roma se separan las fibras
musculares del orbicularis oculi y se accede al reborde orbitario lateral, se continúa con la disección sobre el reborde
lateral hasta exponer la fractura bajo el periostio. Esta incisión permite la visualización de la sutura frontocigomática con una cicatriz poco llamativa.
El acceso por la cola de ceja se realiza a través de una incisión de 2 cm en el extremo distal de la ceja y continuando
a través del orbicularis oculi y del periostio hasta la fractura.
Abordaje al reborde infraorbitario Este abordaje permite el acceso tanto al reborde infraorbitario como al suelo de la órbita. Se puede acceder vía subtarsal, subciliar o
transconjuntival. Existe controversia sobre las ventajas o
inconvenientes de realizar incisión transconjuntival frente a incisión subciliar. A pesar de la técnica, los abordajes
transcutáneos se asocian a mayor incidencia de ectropión,
exposición escleral y cicatriz cutánea.
El abordaje subtarsal se realiza a través de una incisión
a 5 o 7 mm del borde libre del párpado inferior, se atraviesa el músculo orbicular en la dirección de las fibras, pocos
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milímetros por debajo de la incisión cutánea para evitar
inversión de la cicatriz, y se alcanza el RIO en un plano
preseptal. Se incide el periostio en la superficie anterior
del RIO, alejado del tabique orbitario (unos milímetros por
debajo del RIO) para prevenir acortamiento del párpado
inferior. Por último, se expone la fractura. Esta vía proporciona acceso al suelo y paredes medial y lateral de la órbita. Como ventajas, el abordaje subtarsal presenta menor
riesgo de acortamiento palpebral, de exposición escleral
y de ectropión que el subciliar, y proporciona una mayor
exposición. Sin embargo, la cicatriz es menos estética y
la incidencia de edema postoperatorio es mayor que en el
subciliar. En un estudio de Bähr et al, en el que comparan
técnicas transcutáneas en 105 pacientes, encuentran que
la incidencia de la exposición escleral y el ectropión es significativamente menor en los abordajes subtarsales que en
los subciliares, y proponen que la razón de que la cicatriz
sea más estética en la subciliar que en la subtarsal se debe
a dos causas: la calidad cutánea y la movilidad muscular.
El abordaje subciliar se describe clásicamente como una
incisión cutánea en el párpado inferior, a 2 mm del borde
libre y paralela a éste, desde el punto medio hasta llegar
a 15 mm más allá del canto lateral. Se diseca el músculo
orbicular hasta el RIO a través del tejido subcutáneo, preseptal o a través de disección mixta (subcutáneo hasta el
borde inferior del tarso y bajo el músculo el resto). Se incide
el periostio y se accede a la fractura. La disección preseptal
del suelo de la órbita previene la herniación de las bolsas
adiposas. La disección mixta previene la inversión de los
bordes de la herida, el ectropión y la exposición escleral.
Son muchos los factores asociados a estas complicaciones.
Durante la disección al RIO se debe tener especial cuidado en realizar la incisión del periostio en la cara anterior
del maxilar. La incisión posterior o superior al RIO viola
el tabique orbitario y puede crear una contractura del tabique que derive en ectropión o exposición escleral. Algunos autores recomiendan la resuspensión del periostio, del
músculo y del tejido subcutáneo al RIO para minimizar la
tracción de los tejidos infraorbitarios y evitar el ectropión.
La vía transconjuntival, descrita por Bourquet en 1924
para blefaroplastia inferior, fue extrapolada para su uso en
disóstosis craneofaciales y traumatismos faciales por Tessier en 1973. Previa protección ocular, se accede a través de
una incisión bajo el borde inferior del tarso. La disección
se extiende inferiormente y superficial al tabique orbitario
(preseptal) o retroseptal hasta exponer el RIO. Permite el
acceso también al suelo de órbita, dos tercios inferiores de
la pared medial y parte de la pared lateral. Para fracturas
que incluyen complejo cigomático y suelo de órbita y que
requieren una exposición más amplia, se combina con una
cantotomía lateral. Este abordaje tiene la ventaja de que la
cicatriz queda oculta y presenta menor tasa de ectropión
y exposición escleral que los abordajes cutáneos. Sin embargo, no esta exenta de complicaciones como laceración
del saco lagrimal, dehiscencia cantal, avulsión del párpado
inferior, retracción palpebral o entropión cicatricial, que
puede generar abrasiones corneales con queratitis o conjuntivitis secundarias.
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CAPÍTULO 21 FRACTURAS ORBITOMALARES
El abordaje transcaruncular facilita la visualización de
fracturas con componente de pared medial y la reparación
del ligamento cantal interno y la vía lagrimal. Ofrece exposición hasta el ápex orbitario y el seno esfenoidal, aunque
no permite acceder más allá de la pared medial. Sin embargo, se puede asociar a un abordaje transconjuntival para
ampliar el campo. Es una alternativa al abordaje coronal,
no deja cicatrices externas y tiene pocas complicaciones.
La técnica se explica más adelante junto con los accesos a
las paredes orbitarias.
Abordaje al arco cigomático En fracturas de alta energía, el acceso queda limitado mediante incisiones convencionales. El abordaje coronal proporciona una exposición
amplia de la raíz nasal, techo orbitario, pared medial de
la órbita, pared lateral, reborde orbitario externo, cuerpo
del malar y arco cigomático. Se realiza una incisión en el
cuero cabelludo a través de la piel, el tejido subcutáneo y
la gálea, y se eleva el colgajo coronal por un plano subgaleal, superficial al pericráneo. A nivel temporal y preauricular, se diseca sobre la fascia temporal, blanca y brillante.
La incisión del periostio se realiza a 2‑3 cm sobre el reborde supraorbitario y se prosigue en un plano subperióstico
para acceder a la órbita lateral y superior. Desde el borde
posterior del arco cigomático hasta la región supraorbitaria
ya expuesta se realiza una incisión sobre la capa superficial de la fascial temporal. Tras identificar el paquete graso
temporal, se diseca inferiormente hasta el arco cigomático y anteriormente hasta el borde lateral de la órbita. Se
debe tener especial cuidado con el nervio facial a este nivel.
Fijación y estabilización
Tras una correcta reducción, se debe realizar una osteosíntesis con placas y tornillos de los focos de fractura para evitar desplazamientos y proporcionar suficiente estabilidad
para contrarrestar las fuerzas ejercidas por los músculos
masetero y temporal y la contractura de los tejidos blandos y fascias. Se debe valorar el tipo y número de placas de
osteosíntesis, la localización de las mismas y la secuencia
de fijación. Hoy en día se emplean mini o microplacas de
titanio de 1,5 o 1 mm de perfil. En general, en fracturas de
baja o media energía se logra estabilidad abordando uno
o más de los arbotantes anteriores. Las de alta energía, típicamente conminutas, suelen requerir exposición, reducción y fijación de cuatro puntos (Fig. 21‑9).
En cuanto a la secuencia de fijación, un abordaje sistemático sirve de ayuda para asegurar que la anchura, altura y proyección facial quedarán restauradas. En el caso
de que se asocie fractura de suelo de órbita, la reducción
debe hacerse una vez estabilizados el resto de los focos de
fractura, ya que se trata de una zona de encrucijada anatómica. En las fracturas de alta energía, el arco cigomático, que proporciona anchura y proyección facial, debería
estabilizarse primero. La reducción y fijación del arbotante cigomaticomaxilar facilita la restauración de la proyección malar. El arbotante cigomaticofrontal reestabiliza la
altura del complejo cigomático; sin embargo, la capa de tejido blando que lo protege suele ser muy fina y se debe fijar
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con una placa de menor perfil. Por último, la reducción y
fijación del RIO define el volumen orbitario y la anchura
facial. El RIO no aporta buena calidad ósea para fijar una
placa de osteosíntesis y la piel adyacente también es lo suficientemente fina como para que se palpe una placa gruesa,
por lo que al igual que en la unión cigomaticofrontal, aquí
también se emplean placas de perfil más bajo.
Injertos e implantes
En fracturas conminutas pueden existir pérdidas importantes de huesos que deben ser reconstruidos. Los arbotantes deben ser reconstruidos con injertos en caso de pérdida ósea, con el objeto de mantener la dimensión vertical
y transversal del tercio medio. La reconstrucción se lleva
a cabo en primer lugar con injertos de hueso autólogo de
calota craneal (el más empleado) o de cartílago costal. En
suelo y paredes orbitarias, los defectos han de reconstruirse dependiendo del grado de conminución y pérdida ósea
para recuperar el volumen orbitario y evitar el enoftalmos
y la distopia ocular. Se pueden emplear materiales autólogos, homólogos, heterólogos, biosintéticos y aloplásticos.
En caso de pérdida de suelo orbitario > 50 % se recomienda emplear hueso autólogo de calota craneal o materiales
sintéticos para su reconstrucción. Los injertos autólogos
incluyen además, cresta ilíaca, cartílago costal o cartílago
del tabique nasal. Defectos más pequeños permiten utilizar materiales homólogos aloplásticos que impidan la
herniación del tejido orbitario. Si la pérdida no permite
sostener el material se pueden emplear mallas de titanio
ancladas al RIO.
Fracturas del suelo de la órbita
asociadas al complejo cigomático
Las fracturas del complejo cigomático siempre incluyen
los rebordes orbitarios inferior y lateral. El suelo de órbita es una parte significativa del complejo cigomático que
requiere especial atención y con frecuencia tratamiento
quirúrgico.
Figura 21‑9 Modelo de diferentes osteosíntesis en el territorio orbitomalar.
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SECCIÓN IV TRAUMATOLOGÍA MAXILOFACIAL
El manejo conservador frente a quirúrgico del suelo de
la órbita sigue siendo tema de controversia. En general, se
puede decir que las indicaciones para la exploración ante
fracturas de suelo órbita incluyen: evidencia de herniación
de tejido orbitario por TC, enoftalmos, distopía, diplopía
incapacitante que no mejora tras 1 o 2 semanas y un test
de ducción forzada positivo.
La exploración orbitaria es generalmente segura siempre que la disección se realice entre el hueso y el periostio.
Estas fracturas se explican más detalladamente a continuación, en el apartado de fracturas orbitarias.
•• Otras complicaciones menos frecuentes incluyen el hi‑
fema traumático, neuropatía óptica traumática, el síndro‑
me de fisura orbitaria superior y la hemorragia retrobulbar.
Se trata de complicaciones menos frecuentes pero que
pueden poner en riesgo la visión. La exploración y el
tratamiento deben incluir siempre a un oftalmólogo y
puede quedar en un segundo plano el tratamiento de
las fracturas.
■■ Complicaciones
La mayoría de las fracturas de paredes orbitarias se asocian
a fracturas del complejo cigomático y a fracturas nasoor­
bitoetmoidales (NOE), aunque también se presentan de
forma aislada y pueden pasar inadvertidas.
La causa más frecuente son agresiones y accidentes de
tráfico. Son más frecuentes en varones de edades entre
11 y 50 años con un pico de máxima incidencia entre los
21 y 30 años.
Se han descrito típicamente tres patrones de fracturas
orbitarias internas: lineal, en estallido o tipo blow‑out y
complejas. Las fracturas lineales mantienen alguna unión
por el periostio por lo que no suele haber herniación de
contenido, aunque puede haber aumento de volumen orbitario que genere enoftalmos más tardío. Las fracturas por
estallido o blow‑out son las más comunes. Se limitan a una
pared, generalmente región anterior o medial del suelo de
la órbita, y suelen ser menores de 2 cm de diámetro. Las
fracturas complejas de órbita son extensas, afectan a dos
o más paredes y suelen extenderse a la región posterior
afectando también el canal óptico.
Las fracturas orbitarias se asocian frecuentemente a
lesiones oculares. Una evaluación oftalmológica exhaustiva es necesaria en la mayoría de los casos. Cuando existe
compromiso visual, la planificación del tratamiento debe
incluir a un oftalmólogo.
Las complicaciones asociadas al tratamiento de fracturas
del complejo cigomático o aisladas de arco cigomático, a
pesar de ser poco frecuentes deben ser reconocidas por el
cirujano.
•• Parestesia infraorbitaria. La hipoestesia tras traumatismo suele recuperarse tras 3‑6 meses. La incidencia de
alteraciones sensoriales del nervio infraorbitario varía
según estudios del 18 al 83 % tanto tras reducción cerrada como tras reducción abierta y fijación.
•• Diplopía y enoftalmos. La visión doble, sobre todo en
la mirada superoexterna, es debida principalmente
a una situación posterior del globo ocular. Es una de
las complicaciones oftalmológicas más frecuentes y
tiene su mayor incidencia en casos de fracturas tipo
blow‑out. Las causas principales de diplopía incluyen
edema, hematoma, lesión de nervios craneales III, IV
o VI, y atrapamiento de músculos extraoculares y tejido orbitario. Las tres primeras pueden resolverse sin
intervención, pero el atrapamiento muscular o de tejidos requiere exploración y reducción del tejido herniado. El enoftalmos es una de las complicaciones más
problemáticas y se debe generalmente al aumento del
volumen orbitario.
•• Asimetría y falta de unión. Indica reducción o estabilización inadecuada. La falta de proyección del cuerpo
cigomático fracturado se debe a una reposición inadecuada en sentido anteroposterior, y la anchura inadecuada a una reducción incorrecta del arco cigomático.
La falta de unión que se diagnostique tras 6 semanas
de haberse producido la lesión debe corregirse con el
empleo de materiales aloplásticos, injertos o nuevas
osteotomías si es necesario.
•• Trismo. La causa más frecuente es el pinzamiento del
cuerpo cigomático con la apófisis coronoides, aunque
también puede deberse a anquilosis fibrosa o fibroósea.
Esta complicación se diagnostica mediante TC. El tratamiento más común es la coronoidectomía. Si existe
falta de reducción del arco cigomático, puede ser necesaria nueva osteotomía y reducción.
•• Malposición del párpado inferior y ptosis de tejidos blan‑
dos. Son complicaciones debidas a la técnica quirúrgica, por lo que se deben conocer y prevenir en la medida de lo posible.
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■■ Fracturas orbitarias
■■ Anatomía quirúrgica de la órbita
La órbita es la cavidad ósea par que contiene y protege el
globo ocular, localizada a ambos lados de las fosas nasales, entre el compartimento anterior de la base del cráneo
y la porción superior del macizo facial. Es una pirámide de
base cuadrangular con el vértice en su extremo posterior,
representado por la hendidura esfenoidal, y la base dirigida hacia delante, en la abertura facial de la órbita. No
obstante, es una pirámide asimétrica que en la base tiene
forma ovalada, después es cuadrangular y a medida que
avanza hacia el vértice, adquiere una configuración triangular. Tiene una anchura de 40 mm, altura de 35 mm y
una profundidad de 45 mm aproximadamente, y el volumen orbitario medio en un adulto es de 30 cm 3.
La órbita está formada por siete huesos: maxilar, ala
menor del esfenoides, ala mayor del esfenoides, hueso
palatino, etmoidal, hueso lagrimal, hueso frontal y hueso cigomático. Se pueden distinguir tres segmentos, cuya
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CAPÍTULO 21 FRACTURAS ORBITOMALARES
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división tiene implicaciones en la fisiopatología de los
traumatismos orbitarios. Así, distinguimos el anterior,
formado por los rebordes orbitarios, que constituyen los
pilares de la órbita; medio, formado por las paredes orbitarias, donde son más frecuentes las fracturas, y pos‑
terior, donde se sitúan la hendidura esfenoidal y esfenomaxilar (Fig. 21‑10).
Paredes de la órbita
La pared superior o techo orbitario está constituida por la
lámina horizontal del frontal en su parte anterior, y el ala
menor del esfenoides en su parte posterior.
La pared inferior, suelo de la órbita, es una pared ósea
delgada que separa el seno maxilar del contenido orbitario y está formada por la apófisis orbitaria del malar en su
porción anteroexterna, la apófisis piramidal del maxilar
superior en su porción anterointerna y la cara superior de
la apófisis orbitaria del palatino en su vértice posterior. El
canal infraorbitario forma un surco de 2 cm en el suelo
de la órbita que se inicia en su extremo posterior y avanza hacia anterior para transformarse en un conducto que
desemboca en el agujero infraorbitario, a 5 mm por debajo del RIO, en el hueso maxilar. La hendidura orbitaria
inferior o esfenomaxilar limita el suelo con la pared lateral de la órbita y comunica ésta con la fosa pterigomaxilar
por detrás y con la fosa temporal y cigomática por delante.
Sirve de paso a ramas maxilares del trigémino, la arteria
suborbitaria, el nervio malar y algunas ramas del nervio
esfenopalatino y de los vasos oftálmicos.
La pared lateral está formada por la apófisis orbitaria
del malar, la apófisis orbitaria del frontal y el ala mayor del
esfenoides en su parte posterior. En la cara orbitaria del
malar existe una prominencia ósea denominada tubérculo de Whitnall, donde se inserta el ligamento del mismo
nombre, que desarrolla un papel fundamental en la sujeción del músculo elevador del párpado superior en el punto
en el que éste cambia bruscamente de dirección, como se
ha explicado anteriormente en este capítulo.
La pared medial o pared nasal está constituida, de anterior a posterior, por la apófisis ascendente del maxilar
superior, el unguis o hueso lagrimal, la lámina papirácea
del etmoides y parte del cuerpo del esfenoides. En su porción anterior se localiza la fosa lagrimal, entre la apófisis ascendente del maxilar y el unguis, que se continúa
inferiormente con el conducto nasolagrimal del maxilar
superior y desemboca en el meato nasal inferior. Asimismo, cabe destacar dos orificios importantes, los etmoidales anteriores y posteriores, por donde pasan las arterias
etmoidales anteriores y posteriores respectivamente y ramas nerviosas nasociliares. El orificio etmoidal posterior
sirve de referencia en la disección de la pared medial ya
que la distancia de éste al foramen óptico se encuentra a
8‑10 mm en dirección posterior.
En el vértice de la órbita confluyen todas las paredes
y está ocupado por dos orificios importantes por donde
transcurren todos los elementos del pedículo orbitario: el
agujero óptico y la hendidura esfenoidal. El agujero óptico
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Figura 21‑10 Anatomía orbitaria, visión frontal y de paredes orbitarias. Destacan las hendiduras esfenoidal (a) y esfenomaxilar (b).
comunica la cavidad orbitaria con la fosa craneal media y
sirve de paso del nervio óptico y la arteria oftálmica. Por
la hendidura esfenoidal atraviesan los pares craneales III,
IV, V‑1 y VI y las venas oftálmicas.
Músculos de la órbita
Los músculos extrínsecos del globo ocular son siete músculos estriados que se hallan en el interior de la cavidad
orbitaria: elevador del párpado superior, recto superior,
recto inferior, recto interno, recto externo, oblicuo mayor
y oblicuo menor.
Aparato lagrimal
El aparato lagrimal incluye la glándula lagrimal y las vías
lagrimales. La glándula se compone de dos porciones, una
principal situada en la parte anterior y superoexterna de
la cavidad orbitaria y otra, la accesoria o palpebral, en la
porción interna del párpado superior.
Los canalículos lagrimales se abren en los puntos lagrimales, situados en la porción más interna de los bordes
libres palpebrales superior e inferior. Los canalículos superior e inferior siguen inicialmente un trayecto vertical,
cada uno en dirección opuesta al otro, se acodan 90° y se
dirigen oblicuamente hacia abajo y adentro hasta alcanzar el saco lagrimal. Desde aquí las lágrimas llegan hasta
la nariz a través del conducto nasolagrimal.
En cuanto a la anatomía ligamentosa palpebral, cabe
destacar que el tendón cantal interno se compone de una
parte fibrosa, que se inserta en la cresta lagrimal anterior,
y una parte fibromuscular, que se inserta en la cresta lagrimal posterior, a ambos lados del saco lagrimal. Sobre
la porción anterior del tendón cantal se insertan los músculos orbicular superior e inferior, y la porción posterior
es la continuación de las fibras profundas del músculo orbicular pretarsal y preseptal. Esta especialización fibromuscular o pars lacrimalis, conocida como el músculo de
Horner, produce el efecto de bombeo de la lágrima por el
conducto nasolagrimal al contraerse, aunque la lágrima
drena principalmente por gravedad.
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SECCIÓN IV TRAUMATOLOGÍA MAXILOFACIAL
■■ Diagnóstico
A pesar de que la anamnesis y exploración clínica suelen
ser determinantes, en ocasiones estas fracturas pasan desapercibidas, por lo que ante la más mínima sospecha se
debe recurrir a las pruebas de imagen.
Historia clínica y exploración física
La historia clínica deberá recoger el mecanismo de la lesión
antes de comenzar con la exploración, así como antecedentes de cirugías o traumatismos previos en los ojos. Los pacientes con cirugía de cataratas u otras cirugías tienen mayor riesgo de perforación ocular tras estos traumatismos.
La evaluación oftalmológica inicial debe incluir examen
periorbitario, agudeza visual, motilidad ocular, respuesta
pupilar, campos visuales y examen de fondo de ojo.
Al igual que en las fracturas malares, una exploración
sistemática incluye palpación de rebordes óseos buscando
escalones, movilidad o crepitación. También se explora la
sensibilidad de los nervios infra y supraorbitarios. Deben
evaluarse los movimientos extraoculares para valorar atrapamiento muscular o paresia, y debe explorase la existencia de diplopía. Si se sospecha atrapamiento mecánico se
realizará test de ducción forzada para determinar si la diplopía se debe a una restricción muscular o a una paresia.
Ambos globos oculares deben evaluarse buscando enoftalmos, exoftalmos o distopía ocular.
Si el paciente presenta heridas palpebrales que atraviesan la conjuntiva palpebral, debería consultarse con un oftalmólogo para valorar una posible perforación del globo
(Fig. 21‑11). Cuando la laceración afecta al canto interno
puede existir lesión canalicular que requiera anastomosis y
colocación de un tubo de silicona en el conducto nasolagrimal para prevenir una obstrucción y consiguiente epífora.
La exploración podrá ir más dirigida dependiendo del
mecanismo del impacto y el tipo de fractura.
Pruebas de imagen
El estudio por imagen es necesario ante un traumatismo
orbitario. La TC es la técnica estándar en el diagnóstico
de estos traumatismos; generalmente puede ser suficiente con TC sin contraste. Sin embargo, otras técnicas también son válidas y / o complementarias, como la resonancia magnética (RM), TC con contraste, reconstrucción 3D
de TC, ultrasonografía oftálmica, angiografía o estudio
de Doppler color.
Las radiografías simples pueden servir como orientación inicial del diagnóstico de fractura, como ya se ha comentado anteriormente. Ante la sospecha de fractura por
radiografía simple, se deberá realizar una prueba de TC,
que no sólo aporta información sobre la fractura, sino que
también valorará posibles lesiones de partes blandas, craneales o cerebrales asociadas. Al igual que en las fracturas
cigomáticas, se deben obtener cortes axiales y coronales,
estos últimos preferibles para el estudio de fracturas de
techo y suelo orbitario y valoración de atrapamiento de
tejidos. Si existe fractura del canal óptico, se recomienda
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Figura 21‑11 Imagen de TC. Perforación de globo ocular tras traumatismo
orbitario.
realizar cortes axiales de 1 mm para determinar posibles
pinzamientos óseos.
A pesar de que la RM es una técnica superior que la TC
para valoración de tejidos blandos, esta última valora de
manera correcta lesiones como hemorragias vítreas, ruptura de globo ocular, hemorragias retrobulbares o la avulsión
del nervio óptico. Además es la técnica de elección para localizar cuerpos extraños intraorbitarios o intraoculares,
tanto metálicos como no metálicos, aunque puede no identificar cuerpos extraños radiolúcidos de madera o materia
vegetal, en cuyo caso es preferible la ecografía o la RM.
La ultrasonografía oftálmica rara vez se emplea, aunque es segura, no invasiva y de utilidad para localizar cuerpos extraños.
Tipos de fractura orbitaria
Las fracturas de rebordes orbitarios se presentan aisladas
o junto a otras fracturas del tercio medio como fracturas de huesos propios de la nariz, nasoorbitoetmoidales,
fracturas del complejo cigomático o fracturas tipo Le Fort.
Generalmente, la órbita se fractura por los puntos anatómicos más débiles, como los orificios de nervios supra e
infraorbitarios o las suturas frontocigomática y nasofrontal. Los orificios de los nervios crean una línea vertical y
las suturas, una horizontal. Así, dividimos la órbita en
cuatro cuadrantes. Lo más frecuente en una fractura es el
desplazamiento de los dos cuadrantes inferiores, que puede dar lugar a asimetría y diplopía como consecuencia del
desplazamiento del ligamento cantal y el hueso. Una fractura con afectación de tres cuadrantes indica un trauma
más severo y puede incluir daño ocular, desplazamiento
cantal, fístula de líquido cefalorraquídeo, obstrucción del
aparato lagrimal y alteraciones de la motilidad ocular. El
desplazamiento de todos los cuadrantes puede acarrear
múltiples problemas, incluyendo ceguera.
Las fracturas orbitarias presentan patrones variados de
formas, grados y severidad. Puede ser útil clasificarlas en
lineales, por estallido o complejas. Las lineales son aquellas en las que los fragmentos óseos y las paredes quedan
intactas, aunque, dependiendo de la angulación y super-
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CAPÍTULO 21 FRACTURAS ORBITOMALARES
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posición, pueden alterar o disminuir el volumen orbitario.
Las fracturas en estallido afectan a una única pared, generalmente suelo o pared medial y no afectan a rebordes
orbitarios. Por último, las fracturas complejas son aquellas
que afectan a dos o más paredes, son mayores de 2 cm de
diámetro o son conminutas con fragmentos desplazados;
generalmente se asocian a fracturas más extensas como
Le Fort II, III o a las de senos frontales (Fig. 21‑12).
Si distinguimos las fracturas orbitarias por paredes
afectas, hallaremos diferentes signos y síntomas.
•• Las fracturas de pared lateral generalmente se desplazan
hacia abajo y hacia adentro como ocurre en las fracturas del complejo cigomático. Al desplazarse la pared y
el ligamento de Lockwood, puede ocurrir una ptosis del
globo ocular y una distopía cantal externa.
•• La fractura por estallido representa la fractura del suelo o pared medial de la órbita generada tras un impacto directo que eleva la presión intraorbitaria hasta el
punto de romper el hueso y empujar el contenido orbitario hacia el seno maxilar o etmoidal. Al disminuir la
presión intraorbitaria, los tejidos orbitarios retroceden
y quedan atrapados en el lugar de la fractura, causando un estrabismo restrictivo. El enoftalmos, originado por expansión orbitaria, se observa en las fracturas
mayores de la pared medial y suelo. El síntoma más común de las fracturas por estallido es la diplopía, sobre
todo en la mirada hacia arriba. Otros síntomas son la
hipoestesia del nervio infraorbitario, que indica una
fractura del suelo orbitario, epistaxis y enfisema subcutáneo. Los rebordes orbitarios están intactos en las
fracturas por estallido.
•• Las fracturas de suelo de órbita pueden acompañar a
otras fracturas, como la asociada a la fractura del complejo cigomático. En estos casos, como se ha explicado anteriormente en este capítulo, el mecanismo de
fractura es diferente y los síntomas y signos también,
y han de distinguirse de las verdaderas fracturas por
estallido.
•• Las fracturas de pared medial se asocian comúnmente a
fracturas nasoetmoidales. Cuando ocurren en la región
posterior a través de la lámina papirácea, sin fractura
del reborde, son tipo blow‑out. Cuando se producen cerca del reborde, pueden asociarse lesiones del sistema
nasolagrimal. En estos casos pueden encontrarse cambios en el canto interno y epífora.
•• Las fracturas del techo orbitario se asocian a lesiones
frontales o del seno frontal. Se trata de traumatismos
craneoencefálicos y pueden requerir consulta neuroquirúrgica. El desplazamiento del techo puede disminuir
el volumen orbitario y puede observarse enoftalmos y
asimetría ocular en el mismo momento o tras la resolución del edema (Figs. 21‑13 y 21‑14).
Figura 21‑12 Imagen TC en 3D. Fractura compleja de paredes medial, lateral
y suelo de órbita con afectación de RIO.
Figura 21‑13 Fractura de techo orbitario. Imagen TC en 3D que muestra
fractura con hundimiento de techo orbitario.
■■ Tratamiento
A diferencia del resto de las fracturas faciales, en las
fracturas orbitarias la cirugía no busca estrictamente
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Figura 21‑14 Fractura de techo orbitario. Imagen TC coronal que muestra
fractura de techo orbitario con afectación de seno frontal derecho.
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SECCIÓN IV TRAUMATOLOGÍA MAXILOFACIAL
la correcta unión del hueso. El objetivo de la cirugía es
reconstruir el defecto, aliviar déficits funcionales y restaurar la anatomía facial. En este sentido, la demora de
la cirugía es factible. Los candidatos a cirugía deben ser
seleccionados cuidadosamente y basándose en indicaciones concretas.
Indicaciones
Las indicaciones quirúrgicas en fracturas de suelo de órbita
son controvertidas. Se podrían dividir en dos categorías,
funcionales y estéticas. La selección de los casos quirúrgicos debe distinguir entre aquéllos susceptibles de una
reparación quirúrgica precoz y los que deben ser observados durante un tiempo hasta asegurarse de la presencia
de síntomas y signos que indiquen necesidad de corrección quirúrgica.
Las fracturas de suelo de órbita con restricción mecánica de la mirada, test de ducción forzada positiva y atrapamiento o incarceración muscular diagnosticada por TC, se
consideran quirúrgicas por la mayoría de los autores. Esto
es más típico en niños, en los que por la elasticidad ósea y
naturaleza del tipo de fractura, en tallo verde, el suelo se
abre y el músculo queda atrapado cuando se vuelve a cerrar.
Cuando hay atrapamiento muscular, además de diplopía,
puede hallarse respuesta vagal secundaria al pinzamiento
de fibras parasimpáticas musculares.
En pacientes con restricción de la mirada menos llamativa y sin clara evidencia de atrapamiento muscular en
la TC, es razonable mantener un período de observación
durante dos o tres semanas con corticoterapia y ejercicios
de movimiento ocular. La cirugía demorada en el tiempo
tiene como objetivo la resolución de la inflamación para
una correcta exploración. Estos pacientes suelen presentar atrapamiento de tejido conectivo y suelen mejorar con
medidas conservadoras.
Los pacientes con fractura orbitaria y restricción mecánica persistente o diplopía en posición primaria de la mirada, sobre todo en la mirada hacia abajo, son susceptibles
de exploración quirúrgica.
Según la mayoría de los autores, las alteraciones estéticas como enoftalmos o hipoftalmos por disminución del
volumen orbitario, extrusión conal de la grasa o prolapso
del contenido orbitario al seno maxilar o etmoidal, requieren reconstrucción quirúrgica cuando son mayores de 2 o
3 mm. Lo mismo ocurre con defectos del suelo mayores
del 50 %. Si el defecto es menor del 50 % y no hay atrapamiento muscular o herniación, es conveniente mantener
un período observacional de 2 semanas. Si el paciente presentara alteraciones funcionales o enoftalmos mayor de
2 mm durante dicho período, estaría indicada la corrección
quirúrgica. Hay que tener en cuenta que la demora excesiva puede, sin embargo, resultar subóptima.
Abordajes quirúrgicos
Una vez determinada la necesidad de intervención quirúrgica, es necesario planificar qué accesos se van a realizar
para exponer la fractura.
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Abordaje inferior y lateral de la órbita
Existen tres incisiones básicas para acceder al suelo de
la órbita: subtarsal, subciliar y transconjuntival. Las incisiones subciliar y transconjuntival son más populares
por motivos estéticos, por aportar amplitud de campo y
tener baja tasa de complicaciones. Cada cirujano deberá
elegir el abordaje según su práctica, familiaridad y preferencia personal.
Estos abordajes se han explicado previamente en el
apartado «Tratamiento», pág. 240, de las fracturas de
complejo cigomático.
Abordaje superior y medial de la órbita
Al reborde orbitario superior y sutura cigomaticofrontal
se puede acceder por diferentes vías: incisión en cola de
ceja, incisión de blefaroplastia superior, vía coronal, o mediante incisión subciliar o transconjuntival extendida con
cantotomía lateral.
La incisión en cola de ceja tiene buenos resultados estéticos y es uno de los accesos más comunes a esta área.
La incisión coronal permite un acceso excelente a todo
el reborde supraorbitario, techo de la órbita, región superior de huesos de la nariz, seno frontal, órbita lateral, medial y arco cigomático. Generalmente se emplea en casos
de fracturas extensas que afectan a varios focos.
El acceso al reborde y pared orbitaria medial se puede realizar mediante elevación del colgajo coronal. Sin
embargo, se puede emplear una incisión transcaruncular
para explorar fracturas aisladas de pared medial y para
acceder a la región medial del suelo de la órbita. Esta
vía se emplea sobre todo para acceder al reborde orbitario medial y reconstruir el tendón cantal medio desinsertado, que ocurre más frecuentemente con fracturas
NOE y Le Fort III.
Se colocan primero dos puntos de sutura lateral a los
puntos lagrimales superior e inferior para traccionar y ganar campo quirúrgico. La incisión se realiza entre la plica
semilunar y la caruncular, de 12 mm aproximadamente.
Se diseca en dirección medial hasta la cresta lagrimal posterior entre el músculo de Horner y el tabique orbitario,
que se rechaza lateralmente. Se atraviesa el periostio y se
diseca vía subperióstica por la pared medial. Los vasos etmoidales anteriores se cauterizan aquí, teniendo especial
cuidado en no acceder más arriba por el riesgo de entrar
en la fosa craneal anterior.
El músculo oblicuo inferior marca el límite inferior de
la disección transcaruncular (y también es el límite medial
de la disección transconjuntival). Este músculo debe desinsertarse cuando se emplean conjuntamente los abordajes
transconjuntival y transcaruncular para ampliar el campo
sobre la pared medial, y es importante dejar el periostio
en la inserción muscular para facilitar su posterior resutura. Cuando se coloca un implante en la pared medial, se
recomienda su fijación en la región más anterior. Se cierra
la incisión con material reabsorbible en la periórbita y no
se sutura la conjuntiva.
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CAPÍTULO 21 FRACTURAS ORBITOMALARES
Las complicaciones pueden ser la lesión del aparato lagrimal, del músculo recto medial y oblicuo inferior, edema
caruncular e incluso simbléfaron.
Además de permitir el acceso a fracturas de la pared
medial de la órbita, también se emplea para descompresión orbitaria, drenaje de abscesos etmoidales, reparación de vía lagrimal, biopsia de tumores de ápex orbitario y otras.
Abordaje vía endoscópica transantral
La vía endoscópica transantral se ha descrito como alternativa a otros abordajes clásicos para acceder principalmente al suelo de la órbita. El maxilar superior se
expone vía intraoral vestibular y se accede al seno maxilar a través de la pared anterior realizando un pequeño
orificio en ésta.
La principal ventaja es que permite la correcta visualización de todo el suelo de la órbita y se evitan las complicaciones palpebrales de los accesos subciliar, subtarsal
y transconjuntival. En general, las complicaciones del tratamiento del suelo de órbita son similares a las de la cirugía abierta, incluyendo ceguera, diplopía o enoftalmos.
Como desventaja, la parestesia infraorbitaria ocurre con
mucha frecuencia.
Injertos e implantes
Una vez que se ha definido el defecto, existen varias opciones para su reconstrucción: injertos óseos, sobre todo
de calota, mallas de titanio, implantes de polietileno o implantes reabsorbibles de ácido poliglicólico.
Los injertos óseos aportan la ventaja de presentar menor incidencia de infección que los materiales alopásticos,
y la desventaja de añadir morbilidad al paciente y la posibilidad de reabsorción de los mismos.
Las mallas de titanio presentan el inconveniente de tener tamaños y contornos que no se ajusten correctamente al defecto, la dificultad de su colocación y la posibilidad
de migración y lesión de estructuras adyacentes como el
nervio óptico. Los bordes de la malla tienden a adherirse
a la periórbita y las segundas cirugías sobre estas mallas
suelen ser más difíciles.
Las prótesis de polietileno son una alternativa para estas reconstrucciones. Presentan la ventaja de que se pueden cortar y amoldar al tamaño deseado de forma precisa.
También existen mallas de titanio mezcladas con polietileno, que aporta las ventajas de ambos materiales.
Los implantes reabsorbibles tienen más uso en defectos pequeños y en niños. Se suelen reabsorber al cabo de
un año o más. Tienen la desventaja de poder generar una
respuesta inmune frente a cuerpo extraño con la consiguiente formación de fibrosis y encapsulación del material.
Como norma general, todos los implantes deberían ser
fijados. Se deberá poner especial atención sobre la órbita
operada, que tras la cirugía debería proyectarse algo más
que el globo contralateral; si son simétricos podría presentarse enoftalmos posquirúrgico tras la resolución del
edema.
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■■ Complicaciones
La región orbitaria y sus anejos involucran a múltiples estructuras que dificultan su reconstrucción, y con cierta frecuencia el tratamiento de fracturas de esta región puede
dejar secuelas tanto estéticas como funcionales.
Además de las complicaciones posquirúrgicas asociadas
a fracturas malares ya mencionadas, una de las complicaciones más frecuentes tras los traumatismos orbitarios es
el enoftalmos, que puede presentarse como una secuela estética aislada sin implicaciones funcionales, o al contrario,
cuando es mayor de 5 mm, asociada a alteraciones funcionales como diplopía o disminución de la agudeza visual.
La órbita es una estructura ósea que alberga al globo
ocular y tejidos infraorbitarios y que ocupa un volumen pequeño de 30‑35 cm 3. El enoftalmos se define como una discrepancia entre el contenido orbitario y el volumen óseo.
La teoría más aceptada como causa es un aumento del volumen orbitario. Si se asemeja la forma de la órbita a un
cono, el volumen podría definirse con la siguiente expresión: ⅓ (πr 2). El radio estaría determinado por el reborde
de la órbita y la altura, por la longitud anteroposterior. En
esta ecuación, un pequeño incremento del radio supone un
aumento mucho mayor del volumen. La traducción clínica
sería que un pequeño desplazamiento de las paredes orbitarias puede incrementar de forma significativa el volumen
orbitario y generar enoftalmos. A pesar de haberse publicado diferentes hipótesis que intentan explicar el desarrollo
del enoftalmos, la mayoría de autores aceptan como causa
contribuyente principal la herniación de la grasa orbitaria
en el seno maxilar y el aumento del volumen orbitario por
desplazamiento de las estructuras óseas.
La mayoría de las veces, la causa del enoftalmos postraumático se debe a fracturas orbitarias no diagnosticadas
o subestimadas, no tratadas o mal reducidas. El diagnóstico de certeza se realiza mediante TC. Una intervención
precoz es el mejor tratamiento para solucionar o evitar el
enoftalmos postraumático. El tratamiento secundario requiere accesos amplios con osteotomías, reposicionamiento de rebordes orbitarios y frecuentemente injertos óseos
o empleo de otros materiales para su reconstrucción, además de tratamiento de tejidos blandos.
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