el matrimonio es un sacramento

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EDOUARD H. SCHILLEBEECKX
EL MATRIMONIO ES UN SACRAMENTO
Toda la realidad interior del sacramento del matrimonio, a la luz de la Escritura y de la
teología cristiana, aparece en este trabajo del teólogo dominico, tan conocido,
desarrollándose con una claridad y sensibilidad que pueden ayudar a apreciar cosas
hoy día tan olvidadas o quizás ignoradas.
Het huweilijk is een sacrament, De Bazuin, 18 (1959-60) 4-13
EL MATRIMONIO EN LA ECONOMÍA DE LA SALVACIÓN
El matrimonio es un sacramento. Debemos, pues, encontrar en él, de un modo
particular, especifico, la. estructura característica de todo sacramento. Y ¿qué es un
sacramento en la Iglesia? Un acto personal de Cristo celeste, el cual, en esta acción
visible y por ella, nos hace participantes del misterio de su redención, o sea, del misterio
de su Pascua y Pentecostés. Todos los sacramentos, y por lo tanto también el
matrimonio, son una oración ritual introducida por la iglesia en la oración de Cristo, y
recíprocamente de parte de Cristo, el don de una gracia sacramental. Oración y don de
gracia toman en el sacramento, por su naturaleza, una forma visible, epifanía del
misterio de Cristo invisible, que intercede por nosotros y nos da su gracia.
El matrimonio supone que uno se ha hecho ya miembro de la Iglesia, por la iniciación
bautismal y, siendo un sacramento de vivos, es además un acto de salvación, que exige
la plenitud substancial de la vida cristiana. Si los esposos reciben este sacramento sin un
fondo de vida profundamente cristiana de bautizados, confirmados y "eucaristizados", la
gracia particular del matrimonio está ya minada desde sus mismas raíces. Sólo si
nuestra vida cristiana, alimentada por los sacramentos, se ha convertido en una vida en
Cristo, podremos esperar del sacramento la fuerza para cumplir la misión que le es
propia: para superar de manera cristiana, conforme a las bendiciones de la gracia
conyugal, las dificultades, inevitables después del pecado original, de la vida
matrimonial.
Orgánicamente inserto en el conjunto de los sacramentos, el matrimonio tiene, sin
embargo, un significado muy propio: los esposos son introducidos de una forma original
y particular en el misterio de la salvación, participando de los misterios de la
Resurrección y de Pentecostés, precisamente como esposos. Esto implica que el
matrimonio no sea tan sólo la unión conyugal de dos bautizados o redimidos, sino más
bien algo sacramental en cuanto matrimonio -acto distinto del acto bautismal- y por lo
tanto rico en gracias especiales. Por su naturaleza el matrimonio es una realidad social,
un lazo que une hombre y mujer para hacerles esposos: y es este lazo precisamente el
que es santificado por el sacramento, cuyo objeto propio es la comunidad especifica del
hombre y de la mujer. La gracia conferida no es una gracia de santificación personal,
sino una gracia que une, que afecta al mismo vínculo de los esposos, que coloca una
persona en relación con la otra: la mujer en su orientación femenina hacia el hombre, y
éste en su orientación masculina hacia la mujer. En definitiva, se trata de
sacramentalizar este encuentro específico de dos seres humanos, y es esta relación
interpersonal de los novios, la que se hace, en el sentido estricto de la palabra,
sacramento.
EDOUARD H. SCHILLEBEECKX
De aquí resulta qué todo lo que se diga bajo un punto de vista fenomenológico,
sociológico, filosófico o cultural del ser femenino o masculino en sus recíprocas
relaciones, adquiere una especial importancia teológica: Además, la Iglesia ha insistido
siempre en que el consentimiento matrimonial natural constituye el sacramento (can.
1012 § 1). Gracia y salvación se manifiestan utilizando una realidad natura! y
profundamente personalista: una comunidad. ¿Cuál es entonces exactamente la gracia
propia del matrimonio? Sólo la revelación nos puede responder. Escuchemos, pues, la
palabra de Dios en al Escritura, ya que no es el matrimonio como tal lo que es un
misterio revelado sino su significado con relación a la historia de la salvación,
manifestado en la vida del pueblo de Dios.
En primer lugar veamos el Antiguo Testamento:
"Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó hombre y
mujer; y los bendijo Dios, diciéndoles: "Procread y multiplicaos, y henchid la tierra y
sometedla" (Gén 1,27-28). "Y se dijo Yavé Dios: "No es bueno que el hombre esté solo,
voy a hacerle una ayuda semejante a él". Hizo pues Yavé Dios caer sobre Adán un
profundo sopor; y dormido tomó una de sus costillas, cerrando en su lugar con carne, y
de la costilla que de Adán tomara formó Yahvé Dios a la mujer, y se la presentó a Adán.
Adán exclamó: "Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta se
llamará "varona", porque del varón ha sido tomada". Por eso dejará el hombre a su
padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne"
(Gén 2,18-24).
Estos dos pasajes de la Escritura, principalmente el segundo son una reflexión de fe
sobre un hecho humano general: la atracción recíproca del hombre y de la mujer, hasta
el punto de que dejen a su padre y a su madre. Como en muchos otros casos, el autor del
libro del Génesis proyecta sobre el plan de los orígenes la explicación dada por la fe, de
una realidad actual, en este caso, la significación del ser masculino y femenino. Para el
semita, el origen es lo que explica el sentido de un ser. El autor inspirado considera la
mujer como un regalo que Dios hizo al hombre: "Voy a hacer una ayuda para el
hombre, y que sea alguien proporcionado frente a él". Tal es la traducción literal, pero
sorprendente, de este pasaje. Y el autor no pensaba tan sólo en la ayuda casera y
cotidiana que ella podía procurar al hombre. Esta expresión tiene un contenido muy
personalista que muchas veces aparece en la Biblia referido a Dios: "Dios es mi ayuda",
esto es, mi refugio, el bastón en que me puedo apoyar; puedo confiarme enteramente a
él, pues en él encontraré protección.
El Génesis muestra claramente que la vida del hombre y de la mujer es un "diálogo". La
necesidad que el hombre tiene de la mujer, el deseo hacia ella, es explicado de una
manera primitiva: el autor inspirado ve en este hecho humano universal como un orden
misterioso del Dios de la Alianza, un don suyo. Por eso "el hombre dormía" (Gén 3,21)
y Dios lo hizo todo sin su colaboración, como un don extraordinario. Esta imagen
mística de un "sueño" del hombre nos muestra también que el autor representa la
creación de la mujer como un misterio (cfr. Sal 139, 13-15; Prov 30,18-19; Job 10,18;
Cant 8,6-7) cuyo origen está en Dios, el cual no nos ha querido dejar su secreto. Del
mismo modo que los árabes dicen, todavía hoy; de un amigo íntimo que es "su costilla",
decimos nosotros que "es un pedazo de nuestro corazón". Por lo tanto, esta imagen
significa que la mujer fue "sacada del corazón del hombre", y que Dios los ha hecho el
uno para el otro. La Sagrada Escritura insinúa así que en la intención divina, el
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matrimonio debe ser monógamo. En el segundo relato de la creación, posterior y de
origen sacerdotal, el hombre y la mujer son llamados "imagen de Dios", esto es, ellos
son aquí abajo sus lugartenientes en el gobierno de la creación (Gén 1,27). Y por eso la
bendición de Dios reposa sobre el matrimonio y su fecundidad (id. 28).
Pero el matrimonio es, además, imagen de la comunidad entre Dios y su pueblo. En el
curso de la historia de Israel, la relación hombre- mujer descrita en el Génesis aparece,
principalmente en los escritos proféticos, como un reflejo de la unión indisoluble entre
Yavé y su pueblo elegido. La comunidad de los hombres de Israel con Dios es descrita
en términos de amor y confianza conyugales (cfr. Is 54,5; 50,1 ss.; 62, 44 ss.; Os 2,4 ss.;
2,21-22; Jer 2; Ez 16,7-14; y sobre todo, el Cantar de los Cantares).
La infidelidad del pueblo para con Yavé es calificada de adulterio (Ez 16,8; Os 4,1314). Pero Yavé permanece fiel a su pueblo infiel, porque su amor y su fidelidad son
"eternos" (Jer 31,2 ss.). La Alianza de Dios con su pueblo se funda en el amor eterno de
Dios (héséd), en su fidelidad (émunâh) incluso en sus celos (qin'ah), exactamente como
entre el hombre y la mujer.
Recíprocamente, el matrimonio sufre en Israel el influjo de esta concepción de la
Alianza, siendo considerado como berît, una alianza: "La mujer de mi alianza" (Mal
2,14), significa "mi esposa". El adulterio y los matrimonios mixtos son puestos en
oposición con la alianza de Dios y su pueblo (Prov 2,17). El matrimonio es "una alianza
con Dios", y la alianza de Dios e Israel, un "matrimonio" (Ez 16,8). Estas dos ideas se
exigen mutuamente.
El amor sin límites, jamás desalentado, de Dios, es el modelo de la vida conyugal, y la
historia de la salvación; un esbozo de los temas de una espiritualidad matrimonial:
indisolubilidad, recíproca fidelidad, fidelidad aun al que no es fiel, amor, consagración,
comunidad de vida... y podríamos ya prolongar esta enumeración con la palabra de
Cristo: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto", aplicándola a los
esposos: "Sed perfectos en vuestra vida conyugal, como Dios es perfecto en su alianza
de amor con su pueblo". Conviene no olvidar que el libro del Génesis ha sido escrito,
como prefacio de la historia de la salvación, justamente a partir de esta idea de la
Alianza. Toda la narración de los orígenes viene a parar a la promesa hecha a Abraham:
"Sal de tu tierra, de la parentela, de la casa de tu padre, para la tierra que yo te indicaré;
yo te haré un gran pueblo" (Gén 12,1-2). Es evidente, pues, que el creador del hombre y
de la mujer es el Dios-dela-Alianza, o sea, el Dios que busca establecer relaciones
personales con los hombres. Creados el uno para el otro por el Dios dé salvación, el
hombre y la mujer son ya, en el matrimonio monógamo, un primer esbozo de lo que
hará la gracia, alianza de Dios y de los hombres. El "misterio" del hombre y de la mujer
está incluido en el "matrimonio natural", y por eso se reviste en todos los pueblos de un
significado religioso y sagrado que sólo será revelado definitivamente en el desarrollo
ulterior de la historia de la salvación.
El Nuevo Testamento traerá a plena luz ese parentesco misterioso entre el matrimonio y
la unión de gracia, ya sugerido en el Antiguo. La Alianza logra toda su perfección en
Cristo, hombre y Dios, que por amor da la vida por su pueblo, ganándosela Iglesia como
una esposa intachable. En Él, Dios ha pronunciado su "si" definitivo a toda la
humanidad. En Él, Dios y el hombre se encuentran mutuamente, y la Alianza se hace
reciproca. Por su fidelidad, Dios ha provocado en el Hombre-Jesús la fidelidad de la
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respuesta humana. El amor de Cristo era tan grande que pudo despertar en nosotros una
respuesta de amor: es la alianza de gracia, o la gracia santificante. Este amor de Cristo
ha triunfado sobre todas las contradicciones y oposiciones, ha superado la capacidad de
amor del ser humano. Dios nos ha amado "siendo todavía: pecadores" (Rom 5,8);
cuánto más ahora que hemos sido bautizados en Cristo (id..9)!
Y precisamente en este contexto, el propio Cristo es llamado "el esposo" (Me 2,19; cfr.
Jn 3,29; Mt 22,1 ss.; 25,1 ss.; Ap 19,7 ss.; 21,2-4; 21,9; 22,17; etc.). Como la mujer ha
sido arrancada del corazón del hombre, así la Iglesia, la bienamada de Cristo, brota de la
llaga abierta de su costado (Jn 19,34-37). Comenta San Agustín: "Cristo ha muerto para
que la Iglesia pueda nacer". La Alianza definitiva, santificada en la sangre de Cristo,
describe al matrimonio, en la perspectiva de la salvación, de un modo distinto al del AT.
El amor eterno e incondicional de Cristo a su pueblo, del cual hizo la Iglesia, es puesto
ahora como ejemplo al que se casa "en el Señor" (1 Cor 7,39). Este es el significado de
la digresión de Pablo sobre el matrimonio en la carta dirigida a los convertidos ya
casados de Éfeso: "Someteos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las casadas
estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer como
Cristo es cabeza de la Iglesia, y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a
Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros los maridos amad a vuestras
mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se entregó por ella, para santificarla,
purificándola mediante el lavado del agua con la palabra, a fin de presentársela así
gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable. Los maridos
deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo
se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como
Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por esto dejará el. hombre a
su padre .y a su madre y se unirá a su mujer, 1) serán dos en una carne. Gran misterio
éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia" (Ef 5,21-32).
No es que Pablo quiera dar aquí una explicación dogmática del matrimonio cristiano,
sino que pretende simplemente invitar a vivir la vida conyugal de manera que
reproduzca el amor tierno, dedicado y fiel de Cristo a su Iglesia. Pablo, así como afirma
que los creyentes, por razón de su bautismo, se han convertido en miembros de Cristo, y
que el matrimonio cristiano es un matrimonio en "el Señor", de la misma manera en la
comparación con la unión amorosa de Cristo y su Iglesia nos sugiere igualmente,
atendiendo a los paralelos vetero-testamentarios, una realidad dogmática. Pero, al
contrario que en el AT, en el Nuevo es la imagen de la salvación ya realizada, la imagen
de la Alianza indestructible por la recíproca fidelidad de, Dios y del hombre. Por eso la
comunidad conyugal encuentra su fundamento en el "agape", en el amor cristiano (Col
3,18-19; 1 Pe 3,1.7; Ef 5,22-23; etc.). Tratemos ahora de analizar bien su significado.
CRISTO, FUNDAMENTO DE LA ENTREGA MUTUA DEL HOMBRE Y LA
MUJER
La gracia propia de cada sacramento es una participación específica del misterio de
Cristo, bajo un aspecto determinado. En el matrimonio es una participación especial en
el misterio de la redención, como unión de Cristo y su Iglesia muy amada. Analicemos,
pues, este dato, con la humildad que exige la oscuridad (le la fe en un misterio
finalmente incomprensible.
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Por el bautismo, el creyente ha entrado en la "relación conyugal" que une a Cristo y a su
Iglesia, unión íntima, -comunidad de gracia, que alcanza hasta en su corporeidad a todo
miembro de la Iglesia: "El cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo" (1 Cor
6,13) -o sea, nuestros cuerpos son miembros de Cristo- (cfr. id. 15; Ef 5, 30-32). Esta
relación conyugal con Cristo. el Señor, caracteriza toda la vida cristiana, de la cual el
matrimonio es tan sólo una manifestación, pero tan especial, que exige un sacramento
particular.
Para los esposos cristianos, pues, estar casados significa que la relación conyugal que
une cada cristiano a Cristo, se hace para ellos tan especial, que precisamente por su
relación específica de pertenencia recíproca, incluso de. sus cuerpos; es por lo que
pertenecen a Cristo. La comunidad de vida de los casados no es más que una forma de
comunidad con el Señor. Puesto que en el bautismo el cristiano se consagró
radicalmente a Cristo en espíritu y cuerpo, solo Cristo lo puede dar a otro ser y hacer
que los esposos se pertenezcan real y perfectamente uno al otro. En el interior de la
relación conyugal, o de la comunidad de gracia; que tienen con Él, es donde Cristo da
dos seres el uno al otro: el matrimonio es una concreción de esta unidad de gracia, y una
misión que se da basándose en ella.
El matrimonio no es tanto la consagración dedos personas, cuanto la consagración del
lazo que las une: consagración de una relación interpersonal. Puesto que ese lazo es el
amor, síguese que, por el sacramento del matrimonio, el amor conyugal humano se hace
un amor consagrado, una realidad religiosa. Se dice de María que para ella todo era
sencillo: amar a su hijo era amar a Dios, abrazarle era dar un abrazo divino. En un
matrimonio cristiano encontramos algo muy parecido. La comunidad conyugal, la
relación de amor que une dos seres para toda la vida, es una comunidad en Dios. El
amor redentor de Dios en Jesucristo -que suscita en nosotros una respuesta de amor- se
despliega en el matrimonio a través del amor recíproco de los esposos.
El matrimonio es; pues, un misterio de salvación dado en una comunidad, en una
comunión-en-el- misterio. Y no es que el matrimonio sea tina representación de la
comunidad íntima entre Cristo y su Iglesia porque sea un sacramento, sino que es un
sacramento porque sólo a partir de una misión divina puede ser comprendido como una
realización específica del bautismo, o mejor dicho, del amor de Cristo a su Iglesia. El
amor salvador de Cristo como don presente en la vida conyugal, se ha hecho visible en
un "signo" -el matrimonio- y así la vida conyugal se transforma ella misma en un poder
misterioso de santificación. Los esposos se sant ifican mutuamente como Cristo santificó
a la Iglesia, y en ellos y por ellos la humanidad a lo largo de los tiempos es realmente
santificada. Como sacramento, el matrimonio es signo del amor de Dios al hombre
(santificación), y del amor .del hombre a Dios (culto), en Cristo. Y aunque el
matrimonio se concluye de una vez por todas, y el acto sacramental ha pasado ya, el
sacramento permanece como realidad viva en el mismo lazo conyugal, en el estado de
casados, o sea, en toda su realización ulterior, ejercicio efectivo . de una consagración
sacramental. El sacramento no es la familia, sino el estado matrimonial. El amor del
padre a la madre, y el de la madre al padre, son una manera nueva del amor auténtico de
hombre y mujer. Sólo así la gracia sacramental penetra el amor conyugal, y se termina
en la procreación, iluminando el amor de la familia, centro de la comunidad humana, y
penetrando profundamente; a partir del "agape", el corazón de la comunidad universal.
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Lazo de derecho
El acto que da origen al matrimonio como signo sacramental se llama "contrato" (can.
1012). Se subraya el carácter jurídico. Pero hay que prestar atención a la palabra
contrato, para que no sea mal entendida; pues es evidente que no se trata de una
convención sobre algo cuya forma y contenido podría determinarse libremente. Es un
contrato muy especial, en el cual el "sí" dicho libremente a la mujer que uno mismo ha
escogido, está ligado a una "institución".
El sacramento, por implicar un signo :exterior y por razón del carácter social del
matrimonio, posee igualmente un carácter jurídico. El objeto de este contrato consiste
en el ius ad corpus: se da el derecho recíproco a la comunidad sexual (can. 1081 § 2;
cfr. 1 Cor 7,3-5; Ef 5,28). Es evidente que esta fórmula canónica no expresa más que el
mínimum estricto requerido para la validez, sin que pretenda significar que ese
mínimum se identifica con el contenido total del compromiso conyugal. Algunos se
preguntarán si este compromiso no será utópico. ¿Cómo puedo ligarme para toda la vida
si no sé ahora cómo evolucionarán mis disposiciones más tarde? Esta dificultad nos
muestra bien que el compromiso de los esposos no puede versar sobre cosas relativas y
condicionadas. De aquí que la indisolubilidad y fidelidad objetivas del matrimonio
constituyan un destino y una carga, un acto de abandono por el cual me confío a Dios,
fundamento último dé todo valor absoluto. Es una firma incondicional en blanco -y será
la vida misma la que escribirá poco a poco la página- que da el valor a ese acto de
confianza; que es el vínculo conyugal. Es comprometerse para un futuro desconocido,
es confiar de antemano en Dios vivo, con la firme certeza de que Cristo me está dando
en ese momento preciso una misión salvífica. Y así el amor conyugal, con sus dos
propiedades -unidad monógama e indisolubilidad- no se da automáticamente, sino que
constituye una tarea a realizar, una victoria a ganar en medio de las oscuridades de la
vida en este mundo.
¿Son los esposos quienes se confieren el sacramento el uno al otro? Ya lo podemos
deducir claramente de todo lo que precede. El ministro principal es Cristo, como en los
demás sacramentos, lo que significa que el vínculo conyugal en cuanto sacramento es
un acto personal, una manifestación del amor de Cristo, el cual, en el seno de la Iglesia,
da un hombre a una mujer y una mujer a un hombre, para la realización de la historia de
la salvación. Este don recíproco de los bautizados es, pues, el signo sacramental del don
de Cristo, y casarse es un acto del sacerdocio real de los bautizados, o sea, un acto
intrínsecamente eclesial.
Los, novios son, el uno para el otro, ministros del sacramento, y cada uno lo recibe
recíprocamente del otro. Como ministro, cada uno se entrega al otro como una gracia, y
representa para el otro el amor de Cristo a su Iglesia. En cuanto recibe el sacramento,
cada uno lo recibe del otro como una gracia y convierte en suya la actitud de la Iglesia
que recibe la gracia en la fe, de la Iglesia que se deja amar por Cristo en un acto de
abandono y recíproco amor.
Pero el matrimonio no es sólo asunto de los esposos, sino de toda la Iglesia. Esta es la.
razón por la que el Derecho Canónico prevea el caso de una boda de cristianos sin la,
presencia del sacerdote (Can. 1098). Es verdad que los esposos son los únicos ministros
del sacramento, que ellos mismos se administran en virtud del poder recibido por su
consagración en el bautismo; mas el sacerdote realiza un acto de jurisdicción
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eclesiástica, e interviene en el vínculo del matrimonio como ministro de esa
jurisdicción, simbolizada en la estola puesta sobre las manos unidas de los novios. En el
misterio de la Iglesia, la misión divina de los esposos viene mediatizada por el
sacramento de una misión eclesial, de la cual el sacerdote es el mensajero.
Un matrimonio válido es una oración de la Iglesia -sacramento de la oración celestial de
Cristo- que traerá sus frutos a los esposos si su entrega está animada por un estado de
gracia que se convierte en oración personal. En efecto, sólo por la fuerza de Cristo el
matrimonio puede ser, vivido como misión divina, y casarse debe ser un acto de
confianza orante en Cristo. Por eso, desde los primeros siglos, la Iglesia consideró la
celebración eucarística como contexto natural del matrimonio, ya que la eucaristía es la
comida de las nupcias cristianas de Cristo con su Iglesia. Antiguamente el esposo,
durante la misa daba el beso de paz a la que acababa de serle dada como ;mujer, de
manera que el primer beso: de los esposos era dado en medio de la misma celebración
eucarística:
Absoluta indisolubilidad
La tendencia evidente hacia esta indisolubilidad, que ya se observa en el matrimonio
"natural", encuentra su perfección en el sacramento (Can. 1013 § 2). Pero, atendiendo a
la encarnación de la persona humana, el "sí" dicho a la comunidad conyugal absoluta no
se termina sino en la encarnación de este "sí" en la primera, relación conyugal.
A la sombra de la cruz
Como las demás gracias sacramentales, la gracia del matrimonio es también una "gracia
de redención": la belleza de la fidelidad conyugal no se manifiesta en el hombre caído
sino a precio de innumerables sacrificios, por lo que este sacramento es igualmente una
invitación a entrar en el misterio de la cruz. Por su amor fiel hasta la muerte, Cristo se
ha ganado la Iglesia como una fiel esposa. Pero, aunque ella fuera infiel, Él no le retira
su amor, a fin de que, por la fuerza de este amor, la infidelidad se disipe en lágrimas de
arrepentimiento y contrición, y vuelva a ser fidelidad.
Por amor de su pueblo el corazón de Cristo fue destrozado en la cruz, y esa fue la obra
de nuestro pecado. Podemos decir que el amor de Dios en Cristo era tan grande que no
ha cedido ante la muerte, y ha hecho del martirio la encarnación de este amor fiel. Un
matrimonio destrozado, como también el que pase por altibajos para elevarse hasta la
fidelidad y fusión de las almas, está como preso en el misterio del sufrimiento del amor
conyugal de Cristo.
No podemos decir que es el sacramento el que lleva consigo el dolor y la desgracia en
el matrimonio, sino que las contradicciones de la vida, las dificultades conyugales, los
problemas familiares y toda la amarga realidad social de nuestra pecadora naturaleza
son introducidos por el sacramento bajo la sombra del amor crucificado, bajo la luz y el
poder del amor sacrificado de Cristo.
El matrimonio sacramental implica un don de amor oblativo, que comprende en sí todo
el arte profundamente humano y cristiano del auténtico afecto y de la creación inventiva
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de las formas adaptadas a este amor. Y no es raro que sea precisamente la impotencia
para crear esta forma de amor conyugal -tarea en la que ambos esposos deben
empeñarse- la que desmorona matrimonios que habían empezado bien. Los esposos, al
aceptar libremente el signo de la gracia de Dios en Cristo, demuestran estar dispuestos
para permanecer fieles uno al otro toda la vida, no de una forma cualquiera, sino como
Dios es fiel a su pueblo, y como Cristo, que jamás se arrepiente del amor que nos ha
testimoniado.
Frutos del sacramento
Ya están suficientemente descritos. El primero es el nacimiento del lazo conyugal
válido, como realidad sacramental que se recibe del propio Cristo y para siempre, de tal
manera que cada esposo recibe al otro como una gracia. A partir de este fruto
fundamental, las otras gracias del matrimonio como sacramento no son difíciles de
comprender. El matrimonio es una situación objetivamente indisoluble, que hay que
tratar de animar y vivir. Y así, todas sus obligaciones se encontrarán colocadas bajo el
influjo de la gracia sacramental, para que el vínculo de amor entre Cristo y su Iglesia
pueda ser visiblemente actualizado en el vínculo conyugal. La potencia de atracción del
cristianismo en el mundo de hoy depende en gran parte de la realización visible de la
sacramentalidad del matrimonio cristiano. La infidelidad y el fracaso culpables no son
entonces tan sólo una falta contra el cónyuge, sino también contra Cristo y su Iglesia. El
aspecto religioso y el conyugal están íntimamente implicados en el matrimonio
sacramental. La infidelidad conyugal, en todos los sentidos de la palabra, está tan
relacionada con el abandono de la fe que aquélla arrastra muchas veces a ésta. Todo está
estrechamente vinculado al significado salvífico del propio matrimonio.
MATRIMONIO Y SEXUALIDAD
Abordemos ahora esquemáticamente algunos problemas de las relaciones hombremujer, ya que todo lo que se pueda decir desde un punto de vista filosófico o
antropológico reviste también enorme importancia teológica.
Biológicamente hablando, sexualidad y reproducción no están íntimamente ligadas,
como se puede ver en ciertas especies inferiores. De hecho, el bimorfismo sexual tiene
como fin principal favorecer una gran vitalidad y una mayor variedad en la
reproducción de la especie, como factor esencial del rejuvenecimiento de la raza. El
carácter humano de la sexualidad tiene ciertamente influencia en la reproducción, ya
que el hombre, hasta en su corporeidad, es un ser profundamente original; y . por su
cuerpo entra en relación social con los demás.
El modo como el cuerpo es sexuado es una "manera de estar en el mundo" de la persona
misma. Sería falso creer, sin embargo, que el amor conyugal es tan sólo un medio para
un fin: el hijo. Una persona nunca puede ser un medio simplemente. El matrimonio es
un vínculo de. amor que por razón de la significación biológica de la encarnación
corporal en la que se consuma, se somete de un modo "humano" al sentido inmanente
de la sexualidad. ¿Qué piensa la Iglesia de todo esto? En la encíclica Casti Connubii,
decía Pío XI: "En esta mutua formación interior de los esposos, y en esta asidua
aplicación para trabajar en su perfección recíproca, también se puede ver, con toda
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verdad, la causa y razón primaria del matrimonio". Es una comunidad personal con dos
polos, una responsabilidad entre dos, para la existencia personal del otro cónyuge, y una
sola responsabilidad para la existencia personal del niño, que podemos llamar la "plena
realidad objetiva" del amor conyugal. Pero ese fruto del amor, el hijo, es un don (le
Dios, la encarnación del amor de hombre y mujer, sólo comprensible a partir del acto
amoroso por el cual Dios lo crea. Reflexionar en la fe sobré el número deseable de hijos,
y tomar la respectiva responsabilidad, debe hacerse en la perspectiva de la aceptación
cristiana normal del riesgo.
La tradición cristiana no desprecia tampoco el otro aspecto del amor conyugal que
llamamos remedio de la concupiscencia. ¿Es que se trata de una "válvula de
seguridad"? De ningún modo, sino que damos este nombre a la integración humana de
la pasión en el amor. El amor conyugal -como en otro plano el amor virginal- es
precisamente capaz de realizar esta integración, penetrar en el interior de la sexualidad,
donde la pura ascesis y la fuerza de voluntad que actúan desde fuera, no pueden entrar.
La sexualidad no asumida por un verdadero amor degenera en egoísmo y tiende a
convertir al otro en puro instrumento de placer. La gracia del matrimonio tiene, como
toda gracia sacramental, un aspecto curativo, en cuanto sana la sexualidad en y por el
amor conyugal, que es la expresión visible del amor redentor de Cristo por su Iglesia.
Esta es la razón por la que la comunidad sexual constituye, en una visión más amplia,
una misión en la Iglesia. La bendición dada por Dios en el Génesis al hombre y a la
mujer, continuada en la Alianza, pronunciada sobre la descendencia de Abraham, y de
David, completada en la encarnación del Hijo de Dios, acompaña ahora el crecimiento
del cuerpo místico del Señor, que no puede ser separado del crecimiento de la
humanidad a lo largo del tiempo. Por el sacramento del matrimonio, una realidad
humana; hondamente enraizada en el mundo, se salva, y nace la familia, la fuente más
unida de comunidad, que luego -se desarrollará en todas las otras comunidades. Ese
encuentro humano tan especial que llamamos estado matrimonial, por el bautismo y por
su propio sacramento, "fundan" la Iglesia. Este estado no es sino una especificación más
prolongada del sacerdocio universal de los fieles, recibido por el bautismo y la
confirmación. Y el propio hijo debe ser considerado en la misión eclesial del
matrimonio: creación de nuevos medios de salvación, y de un nuevo amor. Por eso san
Pablo se atreve a decir que un niño nacido de padres cristianos, está ya "santificado",
aun antes del bautismo (1 Cor 7,14), como si entrara en un verdadero catecumenado, ya
con la perspectiva del bautismo.
LA NOSTALGIA DE LA PERFECCIÓN
Cuando Cristo expone a sus discípulos las exigencias absolutas del matrimonio
cristiano, se asustan (Mat 9,1-11). Y Cristo, por toda respuesta, les explica las
exigencias superiores de la virginidad. Creo que ha sido Guardini quien ha escrito: "El
destino del matrimonio se sublima en el de la virginidad". Pero entendámoslo bien, y no
con esa visión pesimista de la sexualidad que caracterizó algunos siglos anteriores a
nosotros. El sacramento elevó el matrimonio por encima de sí mismo. Pero hay más:
podemos comprobar que algunos matrimonios cristianos, pasados los años, superan la
sexualidad, como si la forma provisoria de la vida sexual biológica no fuera más que
prefiguración de la identificación en un amor totalmente oblativo. La virginidad
perfecta, en el pleno sentido del término, es la intima posibilidad suprema del
matrimonio como sacramento, es esa trascendencia en que el matrimonio se rebasa a sí
EDOUARD H. SCHILLEBEECKX
mismo, y permanece todavía matrimonio. Si el amor conyugal es una reproducción del
amor virginal entre la Iglesia y Cristo, el estado virginal es su imagen primitiva. Si las
vírgenes no cuidasen de la realidad de esa imagen original, ¿cómo podría la vida
conyugal ser su reproducción? ¿Cómo podrían los casados vivir cristianamente su vida
conyugal, si no hubiera no-casados vírgenes para dar ese testimonio interior del amor
virginal entre Cristo y su Iglesia? Por eso, aunque parezca una paradoja, el voto de
virginidad es la garantía suprema del matrimonio cristiano. Sólo Dios puede ser amado
incondicionalmente, totalmente, y la nostalgia de ese amor está escrita en el corazón de
cada matrimonio. Los esposos son una sola cosa, pero hay "algo" que queda, que deben
vivirlo solos, en la soledad común con el Dios vivo, en el recogimiento de la oración.
Algo profundo de cada uno escapa al otro, algo que pide un modo de fe. En esta fe
mutua, como expresión concreta de su fe en Dios, la unidad de amor de los esposos es
perfecta. Y aunque las formas terrestres de la vida desaparecerán en el cielo, el mismo
cielo no podrá separarlo que Dios ha unido: ¡El amor permanece!
Tradujo y condensó: VASCO FERNÁNDEZ
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