El SIDA (Síndrome de Inmuno-Deficiencia - fotomap

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SIDA
El SIDA (Síndrome de Inmuno-Deficiencia Adquirida) es una
enfermedad infecciosa, hasta el momento incurable, producida por el
virus de inmuno-deficiencia humana (VIH).
En Argentina, el SIDA es ya una epidemia fuera de control.
El virus está en todos los líquidos orgánicos de la persona infectada
(saliva, orina, por ejemplo), pero se encuentra en concentración
suficiente para contagiar solamente en la sangre, los fluidos preseminales, el semen, los fluidos vaginales y la leche materna.
Cuando estos fluidos ingresan desde una persona portadora hacia
otra, se produce el contagio. De allí se pueden deducir los diferentes
tipos de contagio posibles: en una transfusión de sangre (sangre
contaminada, equipos no esterilizados), por uso de jeringas o agujas
(no descartables, sin esterilizar), por compartir elementos punzantes
o cortantes (cortaplumas, trinchetas), por mantener relaciones
sexuales (de cualquier tipo) o por transmisión madre-hijo (nacimiento
o lactancia).
Quien ha tenido contacto y ha sido contagiado con el virus, pasa a ser
una persona portadora del VIH y, aunque se encuentre sano, puede
contagiar. Quien comienza a tener enfermedades como consecuencia
del VIH, pasa de ser portador enfermo de SIDA, y también contagia.
Aproximadamente un 65 % de los infectados desconoce que es
portador, lo cual es decisivo para la expansión de esta epidemia,
porque uno contagia sin saberlo.
El diagnóstico de un portador de VIH se efectúa mediante un análisis
específico, mientras que el diagnóstico de un enfermo de SIDA puede
realizarse en el consultorio médico.
Las precauciones que hay que adoptar para no contagiar ni
contagiarse son mas bien elementales, pero muchas veces se dejan
de lado. En este sentido, hay que ser práctico. Sabiendo cuáles son
las vías de contagio, y sabiendo que muchos desconocen que son
portadores, es elemental:
- Exigir las máximas garantías en el consultorio médico y en las
clínicas y laboratorios (empleo de material descartable), ya sea por
una revisación, una vacunación o una intervención quirúrgica;
- No compartir elementos punzantes (agujas y jeringas, trinchetas,
afeitadoras de hoja, etc. que pueden encontrarse infectadas);
- Las embarazadas o que amamanten, hacerse diagnosticar para
darle posibilidades a su hijo de salvarse del contagio;
- Tener precauciones al mantener relaciones sexuales.
En cuanto a las precauciones a adoptar en el ámbito de las relaciones
sexuales, es conveniente realizar algunas aclaraciones.
Sobre ciertas enfermedades existen prejuicios. Esto no es nuevo,
recordemos que la lepra fue considerada como símbolo de impureza,
de pecado y de castigo divino.
Sobre el SIDA existe el prejuicio de que se trata de una enfermedad
proveniente de la drogadicción y de la promiscuidad sexual
(prostitución, liberalidad sexual, etc.). Así, se termina asociando a
esta enfermedad con cuestiones de índole cultural y moral, lo cual
conduce a la discriminación.
En un mundo que se maneja con la apariencia y con la fama, el
prejuicio es el peor obstáculo en la lucha contra el SIDA porque
contribuye a que la gente tenga temor de confesar hasta la simple
posibilidad de tener la enfermedad, simplemente por miedo a ser
considerada una mala persona. La importancia que tiene entonces la
educación es fundamental.
Si se analizan las fuentes de contagio del SIDA, se verá que, si bien
puede en nuestro país asociarse a la drogadicción (8,8 %) y a la
homosexualidad (20,5 %), una enorme proporción de contagios
realmente no se encuentra ligada a estos ámbitos. De todos modos,
sabiendo cómo somos, la medicina proporciona al paciente la
confidencialidad necesaria para que no se sienta mal ni se
avergüence al efectuar una consulta o solicitar un análisis de este
tipo. Convengamos que una buena medida para eliminar este
inconveniente sería hacer obligatorio el análisis.
Los prejuicios religiosos en torno al SIDA han dado lugar a
innumerables discusiones e instalaron una sensación de condena
previa para los infectados, cosa que no está avalada por ninguna
religión. Hablemos brevemente sobre esto, porque no tiene sentido
negar la realidad, y menos aún cuando la vida de la gente está de por
medio.
En nuestro país, se sabe que hay un porcentaje elevado de la
población que profesa religiones que proponen que las relaciones
sexuales sean una práctica natural ligada al ámbito exclusivo del
matrimonio, siendo éste, además, monógamo y entre hombre y
mujer. Resulta obvio entonces que, quienes practican tales religiones,
no propicien prácticas sexuales fuera del matrimonio ni el empleo del
preservativo en tales relaciones, ya que sería una contradicción con
sus convicciones.
Ahora bien, sería una carencia absoluta de visión desconocer no
solamente que muchos no están dentro de alguna de estas religiones
sino también que muchos de los que las profesan no están de
acuerdo o simplemente no obran según lo que les propone su propia
religión. Esto es sencillamente una realidad y desconocerlo o negarlo
sería una necedad.
Ante esto, y sin necesitar renunciar a sus convicciones, incluso las
religiosas, nadie debería dejar de hablar sobre las formas de
protegerse del SIDA. Vivir en libertad significa precisamente asumir
las responsabilidades que corresponden al deber propio de estado.
Ustedes preguntarán ¿Por qué hay que hablar del SIDA?
Pues, simplemente porque el SIDA… mata.
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