Ben el Valiente

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Ben el Valiente
«¡Soy
Soy tan cobarde!», se dijo Ben. «Cuando alguien se cuela en la fila
de la panadería, no digo nada. Cuando llevo mi peto de flores preferido,
tengo miedo de que se rían de mí. Y cuando oigo ruidos raros por la
noche, pienso que hay un fantasma debajo de la cama. Necesito ayuda».
Ben consultó
ó la sección de «Ayuda para cobardes» de las Páginas
Amarillas, y encontró el número de «El Árbol Mágico». El anuncio decía:
«Previa petición
ón hora. Éxito garantizad
garantizado».
«¡Mágico!
Mágico! Es justo lo que necesito», pensó Ben, y llamó para pedir
cita.
A la mañana
ñana siguiente Ben se internó en el oscuro y agreste bosque
donde vivía el árbol mágico.
«Estoy
oy en el agreste bosque en compa
compañía
ñía de todas las agrestes y
extrañas
ñas criaturas», había dicho el árbol por teléfono. «Pero son
inofensivas, así que no tengas miedo
miedo».
Menos mal que el árbol mágico había advertido a Ben. Un terrible
dragón apareció de repente en el sendero del bosque. Expulsaba grandes
nubes de humo por la nariz y, de vez en cuando, escupía fuego.
—¿Dónde crees que vas? —rugió el dragón. Lo único que pudo
hacer Ben fue tragar saliva.
Pero recordó que el árbol mágico le había dicho que no tuviera
miedo, así que miró a los amarillos ojos del dragón y dijo:
—Hola, Dragón. Voy a ver al árbol mágico. Tengo cita.
Para sorpresa de Ben, el dragón le contestó con suma cortesía:
—Sigue todo recto y gira a la izquierda en el tercer esqueleto
colgante. Dale recuerdos de mi parte al árbol mágico, si eres tan amable.
Tan pronto como Ben entró en el bosque, oyó un fuerte siseo... y
antes de darse cuenta de lo que ocurría, se encontró colgando cabeza
abajo de una telaraña.
Una enorme araña peluda se arrastraba hacia él.
—¡Hummm! —siseó ella—. ¡Mi comida favorita!
Menos mal que Ben sabía que la araña era inofensiva, porque sino
se hubiera muerto de miedo.
—Hola, Araña. ¿Podrías soltarme, por favor? Tengo que ver al árbol
mágico.
—Vaya —dijo la araña suspirando—. Qué pena —pero desató todos
los nudos—. Dile al árbol mágico que su bufanda está casi lista —añadió—
. Y que tengas buen viaje.
Ben siguió recorriendo el bosque. Estaba tan oscuro que no podía
ver el sendero. Por fin distinguió una flecha con las palabras «Árbol
Mágico», pero en ese preciso momento una mano helada le agarró del
cuello.
Horrorizado, Ben se dio la vuelta. Una fea bruja se alzaba ante él. De
su pelo colgaban arañas y cucarachas, olía mal y sus ojos centelleaban con
maldad.
—¿Qué haces en mi jardín? —cacareó.
«¡Cáspita!», pensó Ben. «Menos mal que sé que no hace nada
horrible».
—Buenos días, señora —dijo muy educado—. No sabía que estaba
en su jardín. Voy de camino al árbol mágico.
—Bueno —dijo la bruja—. No te preocupes. Aquí tienes una
calabaza para el árbol mágico. Le saldrá un pastel estupendo.
Ben siguió adentrándose en el bosque.
Los murciélagos revolotearon sobre su cabeza y oyó aullar a los
lobos y otros alaridos espeluznantes, pero no hizo ningún caso. Giró a la
izquierda en el tercer esqueleto colgante.
Allí estaba el árbol mágico: grande e imponente.
—Hola, Árbol Mágico —dijo Ben—. Soy Ben. Tengo una cita...
—Perfecto —dijo el árbol mágico—. Has visto al dragón?
—Uy, sí —dijo Ben—. Me pidió que le diera muchos recuerdos.
—¿Algún problema con la araña?
—Ninguno. Ya casi ha acabado de tejer su bufanda.
—¿Y la bruja?
—Me dio esta calabaza para usted —replicó Ben.
—Ah —dijo el árbol mágico—. Bien, bien. Um. Esto. Er. Biennnnnn…
Y después no dijo nada durante largo rato.
Por fin preguntó:
—¿En qué puedo ayudarte?
—Quiero ser menos miedoso —susurró Ben.
El árbol asintió y dijo muy serio:
—Todo lo que ha ocurrido hoy ha servido para resolver eso. Ahora
ya eres valiente de verdad.
Ben volvió a casa feliz. Pensaba:
«Que árbol tan fantástico. Me ha convertido en Ben el Valiente
como por arte de magia. Ya no volveré a tener miedo nunca más».
Al llegar a casa, Ben se puso su peto de flores favorito y se acercó a
la panadería.
—Perdona, pero yo estaba primero —le dijo a la chica que intentaba
colarse.
Compró dos pasteles.
Uno para él y otro para el fantasma de su cama.
Mathilde Stein y Mies van Hout
Ben el Valiente
Barcelona, Intermón Oxfam, 2007
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