Universidad de Córdoba Junta de Personal Docente e Investigador Córdoba, 19 de mayo de 2008 Al Profesorado de la Universidad de Córdoba Estimados amigos y compañeros: La JPDI de la Universidad de Córdoba, en sesión plenaria celebrada el pasado martes, día 13 de mayo de 2008, ha considerado que la actual situación de la Universidad y su gestión por parte de nuestras autoridades, están generando una notable inquietud entre el profesorado y están incidiendo en sus condiciones de trabajo. Por ello, la JPDI, en uso de sus atribuciones, quiere manifestar su actitud al respecto y tratar de ello con el Rector de la UCO, a quien se ha solicitado una reunión a este efecto. En este sentido, la JPDI ha adoptado el acuerdo de hacer pública su postura, expresada en el documento que te traslado a continuación. El Secretario Prof. Manuel R. Ortega Girón TITULACIONES ANDALUZAS: INDECISIÓN ESTRATÉGICA De las ventajas que ofrece el nuevo modelo de titulaciones (R.D. 1393/2007), una de las más destacadas es la de flexibilizar la oferta de estudios al margen de un catálogo preestablecido, aun con el riesgo que comporta la libertad de equivocarse o de perder en competencia con los demás. La Junta de Andalucía y los rectores, agrupados en el CAU y la AUPA, parecen haberse saltado a la torera las directrices del Real Decreto y lanzarse de lleno a incurrir en los riesgos derivados del continuismo y la uniformidad, con los peligros derivados del café para todos. El resultado es que, mientras las Universidades de las demás Comunidades Autónomas están desplegando su oferta de títulos (grados y postgrados), en Andalucía estamos paralizados, con una oferta de postgrados con un año de retraso (encerrados inicialmente en los Doctorados de Calidad) y con unos grados cuya elaboración no se ha iniciado aún y de los que sólo se sabe que no pueden salirse de los ya establecidos y deben venir marcados por una uniformidad que deja en pañales la napoleónica. Manuel R. Ortega Girón - Campus de Rabanales - Edif. C2 “Einstein” - Universidad de Córdoba ℡ 957 21 8483 [email protected] http://www.uco.es/jpdi/ Así se pierde una oportunidad de redefinir el demencial mapa andaluz de titulaciones surgido de la multiplicación de universidades uniprovinciales y, en lugar de ir a una oferta amplia y diferenciada, se condena a un sistema férreo de competencia desleal para las universidades y titulaciones pequeñas, condenadas a ser eclipsadas por las grandes sin tener posibilidad alguna para diseñar una oferta imaginativa que suponga, a la vez que su garantía de futuro, una aportación positiva a su entorno socioeconómico y cultural. Cada vez más alejadas de Educación y dependientes de Innovación, las Universidades Andaluzas rehúsan cualquier estrategia que no sea la de la continuidad o la fosilización. DEGRADACIÓN DE LA DOCENCIA: SUSTITUCIÓN DE PROFESORES Tan peligrosa como la indecisión puede ser una decisión precipitada. Después de tantos años de espera, ¿se ha medido bien el tiempo, el modo y las consecuencias de la reducción de créditos docentes aprobada por el Consejo de Gobierno? Primero, algunas cuestiones técnicas (aunque no menores): • Se aprecia una discriminación inexplicable en los criterios de reducción; por ejemplo, en lo relativo a la participación en comisiones de la Universidad. • Falta de oportunidad: ¿no habría sido mejor esperar a la puesta en marcha de las nuevas titulaciones, que pueden suponer un cambio radical en la carga docente, por la reducción de créditos en el grado, la variación en el número de los ofertados, la puesta en marcha de los postgrados, la desaparición de las áreas de conocimiento,...? • ¿Se ha tenido en cuenta el número de jubilaciones, anticipadas u obligadas, que van a producirse en el próximo lustro, coincidiendo con la implantación del nuevo modelo de titulaciones? • La retirada total o parcial de muchos profesores no se ha englobado en un plan integral de formación de nuevo profesorado. Aunque hemos venido reclamando la aplicación del Acuerdo de Claustro sobre Plantillas y la consideración de algunos criterios de reducción, como derecho de los trabajadores, también hemos de reclamar que se haga en las condiciones más idóneas y no de forma que parezca que se penaliza la docencia o que se la minusvalora, como si fuera un premio liberar de ella a quienes se dedican a otras funciones (ciertamente, menos primarias) de la Universidad. El resultado es que los profesores más capaces y formados, los que llevan más años y más resultados de investigación, son apartados (¿liberados?) de la docencia, para dejar ésta (para la que se reclama un nivel de excelencia) en manos ¿de quién? La prensa daba recientemente cuenta (entre aplausos) del anuncio por parte de nuestro Rector de la contratación de 100 nuevos profesores. Debemos preguntarnos de dónde van a salir, dónde se encuentra ese personal con la formación, la experiencia y la dedicación suficiente para mantener siquiera la docencia con un buen nivel de calidad, no decimos ya de excelencia. ¿Qué plazas o figuras contractuales van a ocupar? O, dicho en otra forma, ¿qué sueldo (¿?) van a recibir? No es el momento de entrar a plantear soluciones alternativas a la sobrecarga de exigencias que soportan algunos profesores universitarios, aunque no sería difícil valorar lo que significaría un Pág. 2 de 3 incremento del personal de apoyo a las tareas de docencia, investigación y administración. Sí debemos denunciar el efecto práctico y simbólico que el desarrollo imprudente y sin previsión de esta normativa puede tener en el deterioro de la docencia, justo cuando amenazan (sic) con intensificar el grado de evaluación. ¿CALIDAD O BUROCRACIA? Los propios responsables lo han dicho: la evaluación es, sobre todo, el cumplimiento de una exigencia en el contrato programa para la financiación de la Universidad. Pero, tras más de una década de evaluaciones, siguen sin aparecer los elementos fundamentales en una cultura de la calidad verdaderamente asumida: el carácter integral de la evaluación, es decir, su carácter holístico, y la toma de decisiones y la dotación de recursos para la mejora. Por ejemplo, ¿cuándo se van a evaluar la toma de decisiones dirigentes y las medidas estratégicas adoptadas por rectorados y decanatos? ¿Cuándo se va a atender a los elementos externos, por ejemplo, en lo relativo a la potenciación de la investigación y el desarrollo de resultados? ¿Se ha hecho una evaluación de ese elemento fundamental del sistema universitario que es el alumnado, con los cambios sociológicos y culturales sobrevenidos en los últimos años? Después de haber evaluado en el último decenio un buen puñado de titulaciones que estaban extinguiéndose: ¿Qué cambios estructurales se han introducido? ¿Qué consecuencias se han sacado para el diseño de los nuevos títulos? En este horizonte se produce el anuncio de un ¿nuevo? sistema de evaluación. Es tentador comentar sus ¿novedosos? componentes: la encuesta del alumnado, como la que ya se hace; el autoinforme del profesor, ya aplicado y que no responde a los resultados reales de las encuestas; una información de archivo (¿Existe? ¿Es operativa?); el grado de satisfacción de agentes internos (los compañeros, ¿satisfechos por nuestro trabajo?) y externos (cuando el empleador tenga una opinión sobre su trabajador egresado, ¿qué repercusión va a tener esto sobre el profesor que le dio clase en primer curso?). También puede ser llamativo repasar la cantidad de cambios normativos y procedimentales que deberán introducirse para que la nueva figura de “responsable académico” tenga realmente sentido. No nos perdamos en detalles. A partir del cuestionamiento de la validez de evaluaciones individuales para lo que funciona como un sistema muy complejo, es necesaria una primera aclaración: o la evaluación es meramente formal y sin consecuencias, ante lo que habría que reclamar menor ruido y menos papeleo; o la evaluación va a tener realmente consecuencias para el profesorado, ante lo que hay que exigir garantías, transparencia y eficacia. Y todo ello desde la reivindicación del derecho de la Junta de PDI y la obligación de la Universidad de consensuar lo que afecta a las condiciones de trabajo del profesorado, y esto lo es sin ninguna duda. En segundo lugar, debemos reclamar que las evaluaciones no se limiten a procedimientos punitivos o de control, sino que lleven aparejadas de manera clara y expresa los medios y los compromisos para resolver las carencias que se detecten. En definitiva, y conectando con los apartados anteriores, ¿qué sentido tiene la evaluación aislada de una parte de las funciones del profesorado, cuando se están tomando medidas que pueden ser una amenaza de degradación y se paraliza la capacidad de innovación en la formación de las próximas generaciones? Pág. 3 de 3