Ignacio Comonfort. Emma Paula Ruiz Ham.

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De alférez a general: Ignacio Comonfort
Por Emma Paula Ruiz Ham
Investigador del INEHRM
La frialdad que corrió por la pluma de Francisco Zarco al momento de referirse a la muerte
de Ignacio Comonfort, ocurrida el 13 de noviembre de 1863, hace casi ciento cincuenta
años, contrastó con las líneas que José María Vigil dedicó en el tomo V de México a través
de los siglos en ocasión al funesto suceso:
Comonfort es una de las figuras más notables de la historia mexicana; bajo su gobierno se
dieron los primeros pasos de la revolución reformista; eminentes fueron los servicios que
en aquel periodo prestó a la causa republicana, y si más tarde cometió el error del golpe de
Estado, creyendo que podría llevar a buen término la obra de la regeneración, huyendo de
extremos que repugnaban a su carácter dulce y bondadoso, ese error fue suficientemente
reparado al poner sin reserva su espada al servicio de la patria, luego que vio su
independencia amenazada por la injusta intervención extranjera.
El ánimo del texto que aquí ofrecemos escapa a la defensa y a la censura hacia la obra
política de quien llegó a ser repudiado tanto por liberales como por conservadores, tras la
promulgación de la Constitución de 1857. Se pretende, con motivo del aniversario luctuoso
de Ignacio Comonfort, despertar cierto interés hacia el conocimiento de nuestra historia. Al
final, se verá que solo se presentan los contornos de una figura decimonónica que merece
ser recordada por los mexicanos y estudiada a mayor profundidad por los especialistas.
Al igual que su madre —la señora Guadalupe Ríos—, el niño José Ignacio Gregorio fue
oriundo de Puebla. Su vida quedó signada, entre otros aspectos, por la autoridad del
subteniente Mariano Comonfort, jefe de la familia Comonfort Ríos, mismos apellidos que,
como hijo legítimo de este matrimonio, recibió el pequeño Ignacio con el sacramento del
bautismo, celebrado unos días después de aquel 12 de marzo de 1812, en que vino al
mundo.
Cosa sorprendente para nuestros días, pero no así para la época en cuestión, resulta la edad
en la que se inició en la carrera de las armas, pues apenas iba a cumplir 11 años cuando el
emperador Agustín I lo nombró alférez en la Quinta Compañía del Segundo Escuadrón del
Regimiento de Caballería. El cambio de su infancia a la adolescencia se hizo aún más
patente al ingresar al Colegio Carolino. La responsabilidad que sobre Comonfort pesó en tal
establecimiento jesuita fue mayor que la de los alumnos comunes, ya que se le aceptó como
berrendo, de modo que “recibió estudios en forma gratuita, a cambio de fungir como
sirviente distinguido”. Coartadas sus aspiraciones profesionales —José C. Valadés sostiene
que en abogacía, Ray F. Broussard que de escritor—, debido a la muerte de su padre en
1826, se vio en la necesidad de sacar adelante a su madre y hermanos y hacerse cargo de la
administración de los bienes familiares, por ejemplo, la hacienda de Tetela. Como otros
hombres que desde jovencitos engrosaron las filas del ejército encabezado por el general
Antonio López de Santa Anna, a los 20 años, Ignacio Comonfort llegó a ser capitán; fue
comandante militar de Matamoros de Izúcar y, a los 22, teniente coronel. Por un tiempo se
alejó de la milicia para incursionar en “negocios mercantiles”, en donde adquirió
experiencia de la que más tarde echó mano; además, se introdujo en la masonería,
obteniendo el grado 33 de la logia escocesa. Pero los individuos no son entes aislados de la
realidad; la inestabilidad política propició su reinserción al ejército. En 1839, recibió el
nombramiento de prefecto y comandante militar de Tlapa, hoy Tlapa de Comonfort, en el
estado de Guerrero.
Allí, estrechó vínculos con Juan Álvarez, hombre de gran influencia en la zona. En ese
lugar, también fue adquiriendo mayor conciencia de la situación política, a la vez que con
agudeza observaba los problemas sociales de esa zona, y sus posibles vías de solución o
formas en las cuales encararlos.
Con cierta madurez, Comonfort entró a la tercera década de su existencia. En 1841 fue
elegido diputado al Congreso, cargo que repitió en distintos momentos. A principios de
1846, cambió su residencia a Tlalnepantla, localidad cercana a la Ciudad de México. Para
mediados del mismo año, asumió de manera provisional la prefectura de Cuautitlán.
Comonfort se alejó momentáneamente de la dinámica política sureña, sin embargo, su
construcción como hombre al que paulatinamente se le iba distinguiendo en el seno de la
política se fortaleció, al conocer y mantener comunicación con Valentín Gómez Farías y
con individuos de la talla intelectual de Francisco Zarco, José María Lafragua y Manuel
Payno, por sólo citar cuatro nombres.
Se ha mencionado que Comonfort se desempeñó como diputado en varias oportunidades; al
término de la guerra de invasión norteamericana, en la que combatió al enemigo en 1847 y
participó en la Batalla de Churubusco, probó suerte ya no en la cámara baja sino ahora en la
alta, como senador. En tierras guerrerenses mantenía lazos políticos más sólidos, por lo que
de 1851 a 1853, administró la Aduana de Acapulco.
A grandes rasgos, entre 1853 y 1854, concluyó la “iniciación política” de Ignacio
Comonfort. Su pasado no era nada despreciable, aunque se le ubicara como un individuo
que oscilaba entre la falta de determinación ideológica y la moderación.
En abril de 1853, Santa Anna ocupó por undécima y última ocasión la presidencia de
México. Los excesos personalistas en los que quedó envuelta su administración al frente del
Poder Ejecutivo, amén del contexto nacional e internacional, eran signos del final
ineludible de Su Alteza Serenísima. El descontento estaba a flor de piel. La revolución de
Ayutla, que pronto encontró eco en diversas regiones del interior de la República y cuyos
principios estaban contenidos en el plan político del mismo nombre, proclamado por
Florencio Villarreal el 1 de marzo de 1854 y modificado por Comonfort 10 días después,
condujo a la caída definitiva de Santa Anna, y dio cauce a un gobierno en la posibilidad de
replantearse el futuro de la sociedad. En el curso de esos acontecimientos, Juan Álvarez e
Ignacio Comonfort habían destacado en el entorno nacional como dos de los principales
protagonistas del movimiento de Ayutla, formados ambos en un escenario local. Una junta
de representantes eligió en octubre de 1855 como presidente provisional a Juan Álvarez,
quien integró su gabinete con Melchor Ocampo, Benito Juárez, Ponciano Arriaga y
Guillermo Prieto, es decir, los llamados “liberales puros”. Pronto se promulgó una serie de
leyes con las que se inició la Reforma. La supresión de los fueros militar y eclesiástico,
decretada en la Ley Juárez, se traducía en el establecimiento real de una igualdad civil
generalizada. Por supuesto, la Iglesia no vería con buenos ojos esta medida; tampoco el
grupo conservador.
Al renunciar Juan Álvarez, Ignacio Comonfort asumió de manera interina la presidencia de
México, del 11 de diciembre de 1855 al 30 de noviembre de 1857, y de modo
constitucional del 1 al 17 de diciembre de 1857. Entre sus hombres se encontraban liberales
y conservadores. Con un “gabinete mixto”, le fue difícil concertar acuerdos. Tuvo que
sortear distintas rebeliones impulsadas por el clero opositor de la implantación de medidas
reformistas, más la lluvia de críticas de parte de los liberales “puros”. En un primer
momento, apoyó la creación de la Constitución del 57, documento que, de acuerdo con la
doctora Josefina Zoraida Vázquez, introdujo “en forma sistemática los derechos del
hombre: libertad de educación y de trabajo; libertad de expresión, de petición, de
asociación, de tránsito, de propiedad; igualdad ante la ley, y la garantía de no ser detenido
más de tres días sin justificación”. No era de carácter radical, empero Comonfort terminó
por desconocerla al tener dudas de su viabilidad. Apoyó el pronunciamiento de Félix
Zuloaga que en diciembre de 1857 exigió un nuevo Congreso constituyente, sin embargo,
al ser desconocido por Zuloaga y declararse el mismo Zuloaga presidente, Comonfort
renunció. A principios de 1858 partió al exilio dejando tras de sí el inicio y el desarrollo de
la Guerra de Reforma.
Según Guillermo Prieto, Comonfort era “bien educado, dedicado a su madre y cariñoso con
los niños, y bien conocido como buen jinete”. Pero, “sus conceptos políticos son
indefinidos y sus principios inestables”. Conociendo el carácter y el temperamento que
constituyeron la personalidad de Comonfort, ¿era de esperarse la actuación que tuvo en
estos acontecimientos? ¿Qué variables se deberían considerar para comprender la situación
en la que en esos momentos se encontraron nuestro personaje y los demás hombres de
poder implicados en una trama tan delicada?
Al término de la Guerra de Reforma, Comonfort volvió a su país procedente de Estados
Unidos, en donde había fijado su residencia durante los tres años que permaneció exilado.
La segunda intervención francesa estaba en puerta. En primera instancia Benito Juárez se
mostró renuente a su incorporación al ejército liberal y giró órdenes precisas que limitaban
su participación en la guerra sostenida contra el enemigo, aunque al final, volvió a confiar
en Comonfort, pese al desprestigio en el que cayó por los sucesos de diciembre del 57. En
octubre de 1893, lo nombró ministro de Guerra y general en jefe del ejército, sin saber que
pronto sería asesinado. Al pasar de San Miguel de Allende a Celaya, procedente de San
Luis Potosí y acompañado por una escolta constituida de aproximadamente cien elementos,
fue víctima de una emboscada, el 13 de noviembre de 1863, en Chamácuaro, Guanajuato.
Rosaura Hernández Rodríguez señala que lo sorprendió un grupo de hombres al mando de
los hermanos Troncoso, quienes a su vez, recibían órdenes de Tomás Mejía, general
conservador. Se trató pues, de unos bandidos que “saqueaban y robaban por su cuenta”,
quienes atacaron a Ignacio Comonfort “partiéndole la cabeza de un machetazo”.
Sus restos fueron sepultados en el cementerio de San Miguel. Por disposición del gobierno,
durante nueve días las autoridades civiles y militares de la República se vistieron de luto
para honrar su memoria. El 20 de noviembre, en San Luis, se le rindieron honores fúnebres.
En medio de una numerosa concurrencia, Guillermo Prieto ofreció un discurso.
Tras su muerte, la guerra siguió, y fue el preámbulo de la instauración de un gobierno
monárquico; sin embargo, el ejército liberal persistió en su defensa de la República hasta
conseguir restaurarla, tanto, como el mismo Ignacio Comonfort intentó servir a su patria,
desde que fue nombrado alférez hasta que perdió su vida siendo un general.
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