EL HÉROE TRÁGICO: UN COMBATE PRIVADO Irreconciliabilidad. Esa es la vivencia del héroe trágico: un hombre para el que se ha quebrado la identidad entre el ser y la esencia; un hombre que ha perdido para siempre la experiencia de la totalidad, de la comunión inicial del mundo consagrado, perfecto y cerrado de la épica en el que el ser esencial habitaba el mundo y era nombrado por el epos en forma mimética. El héroe épico es un sujeto para el cual el ser y el deber ser son idénticos, dado que su programa coincide con el que marca la geografía del universo conocido. Observa G. Lukács (1985:291): "Ser y destino, aventura y consumación, vida y esencia son conceptos idénticos". En un mundo en el cual el sentido es inmanente a la vida y el tiempo no es más que un espacio en donde se verifica la consumación del propio destino ejemplarizado por los relatos paradigmáticos del mito, no hay lugar para el conflicto. En medio de las infatigables aventuras del héroe épico hay una pasividad esencial: el carro de Aquiles devora distancias como un abrasador incendio; bajo su rueda desaparecen cadáveres y escudos, pero esa acción pertenece a la totalidad extensiva de la vida y no a la totalidad intensiva de la esencia. El tiempo es un acaecer, la aventura, sólo un demorarse en alcanzar la estrella que brilla eternamente en el cielo perpetuo de la épica. Cuando el sentido penetra el mundo y los dioses conducen al hombre, el héroe recorre las aventuras como cumplimiento. Pero para el héroe trágico se ha roto definitivamente esta coincidencia. Sintaxis de la decisión trágica El conflicto trágico de Áyax, en el drama de Sófocles, nacido de la incongruencia entre el personaje y su entorno, representa el enfrentamiento de la antigua concepción heroica, aristocrática y gentilicia del mundo con el nuevo movimiento racionalista sofístico, que florece en Atenas y señala el fin de la época arcaica. Áyax encarna el ideal heroico, que auna en su ser la autodefinición individual y la solidaridad hacia el genos. Su figura tiene mucho de la homérica 1 sólo que ha cobrado una dimensión interior que agiganta al antemural de los aqueos y lo hace más distante. Sófocles —hijo de un siglo antropocéntrico— ha humanizado el mito. Ya no aparece el homérico héroe de los combates singulares sino el jefe en su relación con los hombres. El poeta, aristócrata arcaizante, respetuoso de la religiosidad tradicional, se mantuvo al margen de la nueva sabiduría sofística a la cual criticó a través de sus obras. La subversión de los valores de la polis iba resquebrajando la base de la moralidad pública. Los sofistas cuestionaban acerca de la virtud, la justicia, la physis del hombre y el mundo. Sus enseñanzas sostenían que la verdad y la moral son relativas. Protágoras, su mayor exponente, afirmó que el bien y el mal absolutos no existen y que es el hombre la medida de todas las cosas. Trasímaco —en el libro I de la República de Platón— define la Justicia como el interés del más fuerte. El mundo aristocrático, en cambio, aspiraba al ideal del hombre kalós kai agathós cuya superioridad estaba fundada en el concepto de arete como excelencia humana y no humana, destreza y fuerza sobresalientes, atributo propio de la nobleza caballeresca. Una competencia agonal perpetua era necesaria para mantener la arete conquistada. La vida entera estaba dedicada a la finalidad de ser el primus Ínter pares. Esta rivalidad será suplantada por el igualitarismo de la nueva sabiduría pedagógica; la arete física del valor se espiritualiza y tiende al ideal del sabio. La arete heroica cobra su total dimensión en la estimación pública, la timé que se sustenta en la fuerza 1 Nos recuerda a Aquiles. No en vano era el mejor de los aqueos, después del Pelida Aquilea. E! héroe trágico: un combate privado moral del hombre homérico, su aidós: el respeto por la opinión de sus semejantes. Por eso, proyecta sobre un poder externo —ate— ios fracasos que lo exponen al ridículo o al desprecio. La arete heroica se perfecciona con la muerte física del héroe y se perpetúa en su fama. Este heroísmo ostenta un sentimiento de philautía y el deseo de una vida breve pero intensa antes que una existencia larga y anodina; no significa un desprecio por la vida sino una subordinación de lo físico, del instinto vital, al ideal de apoderarse de la belleza, motivo de la arete helénica: se trueca la belleza de la vida por la belleza del ideal. Señala Jaeger, W. (1980:23): "La lucha y la victoria son en el concepto caballeresco la verdadera prueba de fuego de la virtud humana". El concepto de arete evoluciona gradualmente y transforma el ideal de destreza guerrera en la aspiración por parte del hombre de virtudes espirituales y sociales vinculadas a un estado de derecho. Se distiende el rígido principio aristocrático de la antigua nobleza, de modo tal que la pertenencia a una estirpe, la ática, reemplaza a la noción arcaica del estado familiar, del genos. Por otra parte, la arete tiende a desligarse de la exclusividad de la sangre noble, pues se puede adquirir a cambio de dinero. El prejuicio que sostenía la preeminencia de la genealogía es superado por la preeminencia de lo espiritual que encuentra su expresión en una arete fundada en eí saber. La arete política es entendida como capacidad intelectual y oratoria indispensables para la Atenas democrática del siglo V. Lo ético cede el lugar a lo intelectual, fluctuante y relativista. El nuevo tipo de paideia propagada por los sofistas era individualista, naturalista, de orden práctico. 2 Ellos relativizan las normas tradicionales de vida y consideran insolubles los enigmas de la religión, por lo que se los ha tachado de escépticos. Por su parte, el concepto de naturaleza humana reemplaza al de sangre 2 La sofística no es un movimiento científico, sino la invasión del espíritu de la antigua física e historia de los jómeos por otros intereses de la vida y, ante todo, por problemas pedagógicos y sociales que surgieron a consecuencia de la transformación del estado económico y social. Ver Jaeger, W. (1980, cap. 3). 10 Sintaxis de la decisión trágica divina. La noción de physis es trasladada del cosmos a la individualidad del hombre. La idea de modelo y ejemplo que regía la paideia aristocrática —mimesis— cede el lugar a la ley —díke— como el elemento más alto de la educación del ciudadano y expresión concreta de las normas vigentes. Esta cultura práctica y política sostiene al imperio ático en su pretensión de domeñar la totalidad del mundo helénico. Para la mentalidad griega del siglo V regía la convicción de que el estado era la única fuente de las normas morales y constituía la única ética para la comunidad. En la figura de Áyax, Sófocles representa su adhesión a los ideales heroicos que ya no encuentran lugar en un mundo cuya fe se basa en la mutabilidad de las fuerzas de la naturaleza y del hombre y en la veneración del más poderoso, siendo esto independiente de su ética. El choque entre estas dos concepciones del mundo constituye un conflicto que dará origen a la visión trágica que hace patente el texto como respuesta funcional y significativa de la nobleza griega frente a una situación crítica. La negación del premio y del honor constituían la más grande tragedia para el héroe. De este modo, los valores que sostiene la paideia heroica aristocrática prefiguran la visión trágica que determinará la conducta de Áyax: el ejército aqueo lo ofende al otorgar las armas de Aquiles a Ulises, que las ganó con engaño. Así deshonra al Telamonio, quien enajenado atenta contra los aqueos. Ya no podrá recuperar la identidad heroica en un universo cuyas leyes han cambiado. Deberá hallar una prueba que restaure su honor, patrimonio también de su genos, es entonces cuando se produce la anagnórisis de su destino: el héroe autárquico afirma su grandeza frente al mundo y elige la muerte como salvación.