El fallo completo

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Sala II - Causa n° 22.544
“Vañek,
Antonio
y
Torti,
Julio s/ inconstitucionalidad”
Juzgado Federal n° 12
-
Secretaría n°23.
/////////////////nos Aires,
de julio de 2005.
Y VISTOS Y CONSIDERANDO:
I- Llegan las presentes actuaciones a conocimiento y
decisión del Tribunal en virtud de los recursos de apelación interpuestos
por el doctor Fernando Goldaracena, abogado de Antonio Vañek, y por
el doctor Raúl Alvaro Landini, defensor de Julio Antonio Torti -ver fojas
205/208 y fojas 211/215 respectivamente- contra la resolución que luce a
fojas 157/198 en cuanto dispone: I) Declarar la inconstitucionalidad del
decreto del Poder Ejecutivo Nacional n° 1002 del año 1989 en todo
cuanto se refiere a los nombrados,
II) Retrotraer los efectos de la
decisión a la época anterior al dictado del citado decreto y revocar los
actos que resultan su consecuencia, siendo éstos los puntos 1 y 2 del auto
de fecha 13 de noviembre de 1989 mediante el cual se hizo lugar a la
excepción de indulto y se dictó sobreseimiento respecto de estos
imputados conforme los artículos 443, inciso 2° y 454 del Código de
Procedimientos en Materia Penal, como así, cualquier otro acto jurídico
que fuera derivación de estos.
II - A fojas 250/251y de acuerdo a lo dispuesto por
el artículo 451 del Código Procesal Penal de la Nación, los letrados
mencionados mantienen los recursos interpuestos. Y a fojas 302/306 -el
doctor Landini- y fojas 307/321 -el doctor Fernando Goldaracenaacompañaron los escritos de expresión de agravios de cada uno de
acuerdo con lo previsto por el artículo 454 del código de forma, mientras
que a fojas 263/301 se encuentra agregada la presentación de mejora de
fundamentos presentada por las doctoras Carolina Varsky y Florencia
Gabriela Plazas abogadas de Nélida del Carmen Pizarro de Fidalgo, de
Daniel Tarnopolsky, de Angélica Paula Sosa de Mignone, de Sara y
Mauricio Brodsky, de Gladys y Ángel Lepíscopo y de León Ferrari del
Pardo, querellantes en la causa.
III - Esta causa se inició el 22 de agosto de 1983 con
motivo en la repercusión periodística que tuvo la denuncia que realizó el
Inspector (R) de la Policía Federal Argentina, Rodolfo Peregrino
Fernández sobre los eventuales delitos cometidos en el ámbito de la
Armada Argentina.
En atención a que la calidad y la extensión de la
investigación realizada hasta ese momento por el Consejo Supremo de las
Fuerzas Armadas no guardaba relación con la gravedad de las
imputaciones que surgían de los elementos reunidos, esta Cámara en
pleno decidió avocarse al conocimiento de este proceso.
Así es como luego de regularizar el trámite de las
actuaciones y producir nueva prueba, pero antes de que transcurriera el
término que establecido por la ley 23.942 (“Punto Final”) el 20 de febrero
de 1987 se ordenaron -de acuerdo con lo que establecía el artículo 235,
primera parte, del Código de Justicia Militar- las indagatorias de
diecisiete oficiales de la Armada y dos miembros de la Prefectura Naval
Argentina, y se dictó la prisión preventiva rigurosa a quince de ellos.
Tras la entrada en vigencia de la ley 23.521 (“Ley de
Obediencia Debida”), el 29 de marzo de 1988 la Corte Suprema de
Justicia de la Nación declaró a diecisiete imputados comprendidos en los
beneficios de esa ley, y excluyó a Antonio Vañek y a Julio Antonio Torti,
quienes finalmente fueron indultados por el decreto 1002/89, hoy
cuestionado.
Ante la promulgación de la ley 25.779 el Tribunal
dispuso la reapertura de esta causa y en tal marco resta pronunciarse
sobre la validez del decreto 1002/89 cuya declaración de invalidez
determinaría la continuación del trámite del proceso con relación a ambos
imputados. Para ello deberán dilucidarse dos aristas fundamentales, por
un lado, si su revisión afecta el principio de cosa juzgada y, por otro, si el
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dictado de este indulto contravino las normas del derecho internacional
vigentes en ese momento.
IV - Cosa Juzgada.
a. El decreto cuestionado fue firmado el 6 de octubre
de 1989 por quien en ese momento fuera Presidente de la Nación
Argentina, doctor Carlos Saúl Menem. La decisión del Jefe de Estado
benefició, como ya se dijo, a Antonio Vañek y a Julio Antonio Torti,
ambos vicealmirantes de la Armada Argentina. Y los fundamentos de ese
indulto fueron la supuesta necesidad de adoptar medidas que generaran
las condiciones propicias para alcanzar la concordia, el mutuo perdón, la
reconciliación, la pacificación y la unión nacional, superando los pasados
hechos luctuosos, los enfrentamientos, los desencuentros y los factores de
perturbación social.
En relación a la calidad de “procesados” de los que
resultaron beneficiados con el indulto ese decreto afirmó la postura según
la cual cuando un poder constitucional era conferido expresamente en
términos generales no podía ser restringido, por lo cual no era necesario
contar con una sentencia condenatoria firme para hacer viable esa
medida, siendo suficiente la existencia de causa abierta.
Esta toma de posición se debe a que este tópico
generaba el examen de constitucionalidad de esta atribución del Poder
Ejecutivo en la evolución jurisprudencial de la Corte Suprema de Justicia
de la Nación.
Al respecto puede señalarse que hasta 1922 la
postura mayoritaria y tradicional fue la tesis restringida negatoria de la
posibilidad del ejercicio de la facultad del indulto durante el proceso y
antes de la condena. En el fallo “Ibañez”, siguiendo la opinión del
Procurador General doctor José Nicolás Matienzo, ese Tribunal modificó
su criterio y admitió la hipótesis de indultar a un procesado. Allí la Corte
sostuvo que no podía seguirse el tenor literal de la Constitución porque al
referirse a las penas por delitos sujetos a la jurisdicción federal no hace
distinción alguna entre las penas que establecen las leyes y las que
aplican los tribunales en sus fallos (Fallos 136:244).
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Sin embargo este criterio fue revisado nuevamente
por el Tribunal Supremo volviendo a la tesis más estricta y ajustada, y
declaró la
inadmisibilidad del indulto a procesados con motivo del
rechazo del perdón que le acordó el régimen de Uriburu a Hipólito
Irigoyen y lo dejó en situación de indefensión (Fallos 165:199).
En esa oportunidad, la Corte Suprema sostuvo que
“El Poder Ejecutivo tiene el derecho de indultar penas, pero no tiene el
de impedir la imposición de ellas, ni el de suprimir la acción de la
justicia, desde que no esta investido de la potestad de borrar la
infracción, es decir, de quitar a los hechos delictuosos la calificación que
les ha dado la ley” (Fallo 165:199, ya citado).
Este criterio restrictivo fue confirmado por ese
Tribunal en 1986 (caso “Julio Alfredo Solís”, Fallos 308:1298).
b. Con relación específica al indulto analizado en
autos, es necesario señalar que la primera causa en que la Corte Suprema
tuvo que intervenir, ya con nueve integrantes, fue al revisar la decisión
de la Cámara Federal de San Martín que había aplicado el indulto y
sobreseído a los imputados en los autos “Riveros, Santiago Omar” (Fallos
313.1392).
En esa oportunidad la mayoría del Máximo Tribunal
resolvió la cuestión vinculada a la constitucionalidad de un modo formal,
declarando mal concedido el recurso interpuesto contra la decisión de la
mencionada Cámara que aplicaba el indulto. Sin embargo, los doctores
Santiago Petracchi y Julio Oyhanarte en su voto afirmaron la postura
amplia y admitieron la posibilidad de indultar a procesados. Este voto fue
citado más tarde por la mayoría del más alto tribunal al resolver el caso
“Aquino”.
En el citado voto de los doctores Petracchi y
Oyhanarte está claro que se analizan sólo cuestiones jurídico -formales,
ya que consideraron insuficientes las argumentaciones esbozadas por los
apelantes vinculadas a que el indulto otorgaba impunidad a criminales
responsables de los delitos de lesa humanidad y no trataron ese punto.
Precisamente
esta
cuestión
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es
la
que,
con
posterioridad a la inclusión en nuestra Carta Magna con rango
constitucional de los Tratados y Pactos de Derechos Humanos, resulta
determinante para la dilucidación del caso y torna irrelevante la posición
que los suscriptos pudieran haber asumido en el marco de aquella
discusión.
c. En ese contexto la defensa planteó la posible
violación a la seguridad jurídica que podría derivar de la revisión de
situaciones jurídicas que se suponían definitivas e inalterables al amparo
de ese perdón. Ello con particular referencia al artículo 17 de la
Constitución Nacional.
Al respecto es menester señalar que el decreto
analizado impuso restricciones al ejercicio de la acción penal en casos en
los que se hallan involucrados atentados contra bienes jurídicos
individuales fundamentales (como la vida, integridad física, salud,
libertad, etc.) como parte de un ataque generalizado o sistemático
realizado con la participación o tolerancia del poder político de iure o de
facto, caracterizados como crímenes contra la humanidad, de acuerdo al
concepto de crímenes de lesa humanidad adoptado por el Tribunal (con
cita de Gil Gil, Alicia, “El genocidio y otros crímenes internacionales”,
Centro Francisco Tomás y Valiente - UNED Alzira- Valencia, Valencia,
1999) . Frente a la imputación de tal categoría de delitos no parece
razonable que sus eventuales autores pudieran suponer válidamente que
poseían un derecho adquirido a las soluciones parciales y temporarias que
limitaron su juzgamiento.
Por el contrario, existe una expectativa razonable en
que el Estado asuma la obligación derivada del artículo 118 de la
Constitución Nacional -no sólo ante sus nacionales, sino frente a la
comunidad internacional- de juzgamiento de los delitos contra el derecho
de gentes -de los que forman parte los crímenes contra la humanidadcomo categoría de ilícitos de persecución obligatoria.
Sin embargo la Corte Suprema de Justicia la asignó a
rango constitucional al principio de inmutabilidad de las sentencias
firmes, incluyéndolo dentro del derecho de propiedad reconocido en el
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artículo 17 de la Constitución Nacional (ver Fallos 296:129; 299:373;
301:762).
Esta última interpretación de la cosa juzgada -en
virtud de la cual se la considera un bien que ingresa al patrimonio del
beneficiario del pronunciamiento y del cual no puede ser privado sin
violentar su propiedad- resulta incompatible con los alcances del
concepto de propiedad sentado por la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. Ello así, pues en el caso “Marzioni” -informe 39/96la Comisión limitó el concepto de propiedad al vincularlo con el dominio
u otros derechos de uso, control y disposición sobre cosas u objetos
determinados.
En tales condiciones el mencionado criterio del
máximo Tribunal aparece desmedido frente a la realidad de que la cosa
juzgada no constituye algo connatural a la sentencia sino una creación del
ordenamiento jurídico que puede asignar o no ese efecto o limitarlo sin
vulnerar en principio derecho alguno.
En esa dirección el mismo Tribunal señaló que “...la
institución de la cosa juzgada, como todas las instituciones legales, debe
organizarse sobre bases compatibles con los derechos y garantías
constitucionales...” y que “sin duda para la validez de la cosa juzgada se
requiere su compatibilidad con la garantía de la defensa en juicio. Por
esa razón como enseña la teoría procesal no a toda sentencia judicial
puede reconocérsele fuerza de resolución inmutable sino sólo aquellas
que han sido precedidas de un proceso contradictorio, en el que el
vencido haya tenido adecuada y sustancial oportunidad de audiencia y
prueba...” (Fallos 238:18 y 255:162).
Y aún más, sostuvo que “...no puede invocarse tal
principio cuando no ha existido un auténtico y verdadero proceso
judicial, ni puede aceptarse que, habiendo sido establecida la institución
de la cosa juzgada para asegurar derechos legítimamente adquiridos,
cubra también aquellos supuestos en los que se reconoce que ha mediado
sólo un remedo de juicio que concluye con una resolución dictada en
obediencia de órdenes impartidas por el Poder Ejecutivo, provincial o
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nacional...” (Fallos 279:54).
Es por ello que la institución de la cosa juzgada
debe ser analizada y construida sobre pilares compatibles con los
derechos y garantías constitucionales, no pudiendo reconocerse como
inmutable toda sentencia que no ha respetado la defensa en juicio y el
acceso a la jurisdicción. Una resolución judicial adoptada por un tribunal
nacional que responda a una mera aplicación de una ley o decreto cuya
validez ha sido fundadamente objetada, que viola obligaciones
internacionales del Estado o vulnere derechos humanos protegidos
internacionalmente, no puede invocarse con el carácter de inmutabilidad
que otorga el instituto jurídico de la res judicata. La aplicación del
indulto presidencial analizado ha tenido como consecuencia automática
que quedaran impunes hechos que desconocieron la dignidad humana
excluyendo al Poder Judicial de juzgamiento de tales ilícitos,
incumpliendo obligaciones internacionales y desconociendo derechos de
las víctimas y sus familiares, razón por la cuál estos actos no tienen
efectos jurídicos y mal pueden alcanzar la inmutabilidad reconocida por
el artículo 17 de la Constitución Nacional.
El instituto jurídico de la cosa juzgada constituye
una garantía judicial estrechamente enlazada con el principio non bis in
idem, pero su análisis no puede ser elemental, formal, superficial y
automático sino fruto del examen sustancial y de fondo, debidamente
tamizado por el filtro de las pautas internacionales. En ese sentido, la
validez de ese instituto esta subordinada y condicionada al cumplimiento
de los requisitos y la observancia de los estándares sobre el debido
proceso o proceso justo. de allí que la intangibilidad de la cosa juzgada
este condicionada a que la decisión judicial a la que se le quiere atribuir
tal cualidad sea el resultado de un proceso ante un tribunal independiente,
imparcial y competente y de un procedimiento con la observancia de las
garantías judiciales.
A esto puede agregarse que la Corte Interamericana
de Derechos Humanos, en el caso Cesti Hurtado, se pronunció sobre la
imposibilidad de invocar cuestiones de derecho interno (en el caso la
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“cosa juzgada”) para sustraerse de la obligación del Estado de investigar
las graves violaciones de los derechos humanos.
Específicamente, frente a un caso de condena
impuesta por un tribunal militar peruano, el Estado argumentó -a modo de
excepción preliminar- que la sentencia gozaba de la autoridad de la cosa
juzgada por cuanto había sido revisada en última instancia del fuero
militar, motivo por el cual resultaba inamovible e irrevisable. La Corte
resolvió que “...el aspecto sustancial de la controversia ante la Corte no
es si la supuesta víctima violó la Ley peruana (ya sea esta la ordinaria o
la militar), sino si el Perú ha violado las obligaciones internacionales
que contrajo al constituirse en Estado Parte en la Convención
Americana. Por esas razones, la Corte rechaza, in toto, por
improcedentes, las excepciones preliminares interpuestas por el Estado”
(sentencia dictada el 26 de enero de 1999, párr. 34/48, citada en C.C.C.
Fed., Sala I, causa n° 36.773, “Suarez Mason, Guillermo y otros s/
inconstitucionalidad”, rta el 01/04/2005, reg n° 228).
Del mismo modo, la estipulación consagrada en el
artículo 20-3 del Estatuto de Roma para la Corte Penal Internacional
(aprobado por ley 25.390) también corrobora esta excepción a la regla de
la inmutabilidad de las sentencias firmes. De acuerdo con esta
disposición, no será un obstáculo para el proceso ante la Corte Penal
Internacional, todo proceso ante otro tribunal que “a) obedeciera al
propósito de sustraer al acusado de su responsabilidad penal por
crímenes de la competencia de la Corte; o b) no hubiere sido instruido en
forma independiente o imparcial de conformidad con las debidas
garantías procesales reconocidas por el derecho internacional o lo
hubiere sido de alguna manera que, en las circunstancias del caso, fuere
incompatible con la intención de someter a la persona a la acción de la
justicia”.
d. Sin perjuicio de lo manifestado anteriormente, es
cierto que la garantía de seguridad del imputado frente al poder punitivo
del Estado debe extenderse aún más allá de los límites señalados en el
párrafo anterior. Es decir, no sólo se protege al individuo de ser castigado
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(penado) dos veces por un mismo hecho sino que también se le garantiza
que no será expuesto dos veces a una persecución penal por los mismos
sucesos.
Al respecto es menester señalar que no puede
hablarse en este caso de doble juzgamiento, sino que se trata de reasumir
la pretensión punitiva en una misma causa y respecto de personas que
venían siendo juzgadas en el mismo expediente.
Por otra parte, corresponde afirmar que en las
investigaciones en que resulta aplicable el Código de Justicia Militar, sólo
respecto de hechos incluidos en la acusación prevista en el artículo 361
opera la garantía de la cosa juzgada. Ello así desde que tal requerimiento
fiscal es el primer acto acusatorio que establece la ley castrense con los
requisitos que demanda la Constitución para considerar una posible
violación a la garantía contra la doble persecución penal (conf C.C.C Fed,
Sala I, “Suárez Mason s/inconstitucionalidad”, rta el 01/04/2005, reg n°
228).
De acuerdo con esto y con el análisis de los
antecedentes de esta investigación surge que la reapertura de este
expediente para los imputados no importa un nuevo juzgamiento por los
mismos hechos y la consecuente violación al principio ne bis in idem,
dado que los hechos que se le reprochan a los imputados de autos no
formaron parte de una acusación fiscal -en los términos del artículo 361
del C.J.M.-. Por ello corresponde descartar la aplicación al caso de la
garantía constitucional contra la doble persecución penal.
Dicho en otros términos los sobreseimientos dictados
respecto de los imputados de este incidente no son un obstáculo para la
tramitación de este proceso.
V - El decreto 1002/89 y el Derecho Internacional.
De acuerdo con lo anterior, la discusión planteada
con anterioridad a la reapertura de la causa se centró en cuestiones
técnico formales sobre la oportunidad en la que se dicta el indulto (a
procesados o a condenados), pero no en abordar el problema fundamental
de los límites jurídico-materiales de la medida analizada. El problema que
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plantea la aplicación del decreto cuestionado es si los delitos que aquí se
imputan pueden ser indultados o si, por el contrario, el Estado argentino
tiene el deber de perseguirlos y penarlos.
En la época en que fue dictado el perdón analizado
existían normas de rangos supra legal que permitirían cuestionar su
legitimidad. Luego de la reforma constitucional de 1994 resulta evidente
la inconducencia de la discusión sobre la condición de condenados o
procesados de sus beneficiarios y la necesidad de centrar el debate en
determinar si los hechos calificados como crímenes contra la humanidad
pueden ser perdonados por parte de algunos de los poderes del Estado a
través de actos propios.
Tal situación remite a la obligación internacional
derivada del artículo 2° de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos. Allí establece que “Si el ejercicio de los derechos y las
libertades mencionados en el artículo 1° no estuviere garantizado por
disposiciones legislativas de otro carácter; los Estados Partes se
comprometen
a
adoptar,
con
arreglo
a
sus
procedimientos
constitucionales y las disposiciones de esta Convención las medidas
legislativas o de otro carácter que fueren necesarias para hacer efectivos
tales derechos y libertades”.
Antes de profundizar en los alcances de esta
obligación cabe aclarar que los tratados
de derechos humanos no
contienen disposiciones expresas que establezcan la persecución de las
violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, las prescripciones
sobre los deberes de “respeto” y “garantía”, por una parte, y la existencia
de “remedios efectivos” como medio de asegurarlos, por otra, se han
reconocido como fundamento de una obligación de tal naturaleza
(Ambos, Kai; “Impunidad y Derecho Penal Internacional”, Ad Hoc,
Buenos Aires, 1999, pág 75 y ss).
El deber de “garantía” fue caracterizado como “...el
deber para los Estados Partes de organizar todo el aparato gubernamental
y, en general, todas las estructuras a través de las cuales se manifiesta el
ejercicio del poder público, de manera tal que sean capaces de asegurar
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jurídicamente el libre y pleno ejercicio de los derechos humanos. Como
consecuencia de esta obligación los Estados Partes deben prevenir;
investigar y sancionar toda violación de los derechos reconocidos por la
Convención y procurar además, si es posible, el restablecimiento del
derecho conculcado y, en su caso, la reparación de los daños producidos
por la violación a los derechos humanos” (Corte Interamericana de
Derechos Humanos, caso “Velázquez Rodríguez”, sentencia del 29 de
julio de 1988, serie C, n° 4, párrafo 166).
Adviértase que en la sentencia citada se establecen
como medios para asegurar esa “garantía” los deberes de prevención,
investigación y sanción de las conductas que vulneren derechos
reconocidos. A su vez, no resulta suficiente la declamación de esta
garantía, sino que se exige al Estado la eficacia en su ejercicio.
Con esta última afirmación se relacionan los
“remedios efectivos” o “derecho a un recurso”, tal como fueron
consagrados por el Comité de Derechos Humanos (establecido en los
términos del artículo 28 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos) en dos “Comentarios Generales” (artículo 40, inciso 4°, del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos). En el primero de
ellos se señaló que: “...se deriva del artículo 7°, leído juntamente con el
artículo 2° del Pacto, que los Estados deben asegurar una protección
efectiva a través de algún mecanismo de control. Las quejas por mal trato
deben ser investigadas efectivamente por las autoridades competentes.
Quienes sean culpables deben ser considerados responsables, y las
víctimas deben tener a su disposición los recursos efectivos, incluyendo
el derecho a obtener una compensación” (HRC, General Comment n° 7,
Doc. ONU. CCPR/C/21/Rev. 1 [19/5/1989], criterio luego reiterado en
General Comment n° 20, par. 13 y ss., Doc. ONU CCPR/C/21/Rev.
1/Add. 3 [7/4/1992], citados en Ambos, Kai; ob. cit., pág. 73).
A su vez, y como contenido de las obligaciones de
garantía en el caso “Velázquez Rodríguez” ya consignado se ha definido
a la prevención como “...todas aquellas medidas de carácter jurídico,
político, administrativo y cultural que promuevan la salvaguarda de los
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derechos humanos y que aseguren que las eventuales violaciones a los
mismos sean efectivamente consideradas y tratadas como un hecho ilícito
que, como tal es susceptible de acarrear sanciones para quien las
cometa, así como la obligación de indemnizar a las víctimas por sus
consecuencias perjudiciales”. Aunque, vale aclarar, la misma Corte
Internacional de Derechos Humanos señaló que esta obligación es de
medio, de modo que no se demuestra su incumplimiento por la
circunstancia de que un derecho haya sido violado (Caso “Velázquez
Rodríguez”, cit., párrafo 175).
La obligación de adoptar medidas, en consonancia
con el deber de garantía, versa también sobre la eliminación de las
normas incompatibles con los tratados y comprende la obligación de no
dictar tales medidas cuando ellas conduzcan a violar esos derechos y
libertades (al respecto: C.I.D.H., Responsabilidad internacional por
expedición y aplicación de leyes violatorias de la Convención-artículos 1
y 2, Convención Americana sobre Derechos Humanos-, Opinión
Consultiva OC-14/94 del 9 de diciembre de 1994). Esto es perfectamente
aplicable al caso en estudio, ya que “nadie puede sostener seriamente que
[el indulto] sea más intocable que una ley [...] particularmente en cuanto
a la lesión de derechos que puede implicar” (Zaffaroni, Eugenio Raúl;
Alagia, Alejandro; Slokar, Alejandro; “Derecho Penal. Parte General”,
Ediar, Buenos Aires, 2000, pág 850).
Volviendo al artículo 2 de la Convención Americana
sobre Derechos Humanos, y en cuanto a sus alcances, es menester señalar
que la Corte Interamericana sostuvo que “el deber general del
Estado...incluye la adopción de medidas para suprimir las normas y
prácticas de cualquier naturaleza que impliquen una violación a las
garantías previstas en la Convención, así como la expedición de normas y
el desarrollo de prácticas conducentes a la observancia efectiva de dichas
garantías
[...] En el Derecho de Gentes, una norma consuetudinaria
prescribe que un estado que ha ratificado un tratado de derechos humanos
debe introducir en su derecho interno las modificaciones necesarias para
asegurar el fiel cumplimiento de las obligaciones asumidas: Esta norma
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es universalmente aceptada, con respaldo jurisprudencial. La Convención
Americana establece la obligación general de cada Estado Parte de
adecuar su derecho interno a las disposiciones de dicha Convención para
garantizar los derechos en ellas consagrados. Este deber general de cada
Estado Parte implica que las medidas de derecho interno han de ser
efectivas (principio effect utile). Esto significa
que el Estado debe
adoptar las medidas para que lo establecido en la Convención sea
efectivamente cumplido en su ordenamiento jurídico interno, tal como lo
requiere el artículo 2° de la Convención. Dichas medidas sólo son
efectivas cuando el Estado adapta su actuación a la normativa de
protección de la Convención” (Conf. Corte Interamericana de Derechos
Humanos, “La última tentación de Cristo”, rta. el 05/02/2001, Serie “C”,
n° 73, parágrafos 85 y 87, citado en la C.C.C.Fed., Sala I, causa n°
36.253, “Crespi, Jorge Raúl y otros s/falta de acción y nulidad”, reg n°
670 de fecha 13/7/2004).
En otra causa, ese Tribunal reiteró el alcance de la
obligación que emana del artículo 2 de la Convención y agregó, además,
que el deber general allí establecido implica adoptar dos tipos de
medidas. Por un lado la supresión de normas y prácticas de cualquier
naturaleza que impliquen una violación a los derechos y garantías que
resguarda el tratado mencionado. El otro tipo de medidas tiene que ver
con la promoción de normas y prácticas que guíen a cada Estado Parte
hacia el cumplimiento cabal de la Convención (Corte Interamericana de
Derechos Humanos, caso “Bulacio vs. Argentina”, fallado el 18/9/2003,
citado C.C.C. Fed., Sala I, causa n° 36.243 invocada).
Indudablemente el decreto n° 1002/89 es un
obstáculo para el cumplimiento de la obligación impuesta al Estado por el
artículo 2 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
Para comprender el carácter imperativo de una
norma convencional internacional en el orden interno corresponde
remitirse, además al artículo 75, inciso 22, de la Constitución Nacional, y
a la doctrina del caso “Miguel Ángel Ekmekdjian c. Gerardo Sofovich” C.S.J.N., Fallos 315:1492-.
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Uno de los fundamentos expuestos por el Máximo
Tribunal en ese precedente se refiere al artículo 27 de la Convención de
Viena sobre el Derecho de los Tratados, aprobada por ley 19.865,
ratificada por el Poder Ejecutivo nacional el 5 de diciembre de 1972, y en
vigor desde el 27 de enero de 1980. En este caso, la Corte reconoce que
esa norma constituye el “fundamento normativo para acordar prioridad”
al tratado sobre la ley. Ese artículo establece que “...una parte no podrá
invocar las disposiciones de su derecho interno como justificación del
incumplimiento de un tratado” y de tal forma confiere primacía al
derecho internacional convencional sobre el derecho interno. Esta
prioridad de rango integra el ordenamiento jurídico argentino. Por otra
parte, la convención es un tratado internacional, constitucionalmente
válido, que asigna prioridad a los tratados internacionales frente a la ley
nacional en el ámbito del derecho interno, esto es, un reconocimiento de
la primacía del derecho internacional por el propio derecho interno
(Considerando 18).
Así, el Alto Tribunal sostuvo con claridad y
contundencia: “Que la necesaria aplicación del art. 27 de la Convención
de Viena impone a los órganos del Estado argentino asignar primacía al
tratado ante un eventual conflicto con cualquier norma interna contraria
o con la omisión de dictar disposiciones que, en sus efectos, equivalgan
al incumplimiento del tratado internacional en los términos del art. 27”.
En 1994, finalmente, se produjo la reforma
constitucional que no sólo acogió esta doctrina sino que fue más allá
ampliándola. A la vez que reconoció la mayor jerarquía normativa de los
tratados respecto de las leyes nacionales, en el actual artículo 75, inciso
22 de la Constitución Nacional, dio rango constitucional a un grupo
determinado de instrumentos internacionales, y agregó un mecanismo de
decisión para otorgar esa jerarquía a otros tratados de derechos humanos.
Así, es indudable que esta nueva perspectiva del
problema impone revisar los criterios relativos a la jerarquía de las
normas internas y los instrumentos internacionales. En rigor, corresponde
modificar los parámetros tradicionalmente utilizados y adaptarlos a la
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nueva realidad impuesta no sólo por vía jurisprudencial del Máximo
Tribunal, sino por la propia Constitución.
Además, como se recordará, para la fecha de la firma
del decreto
1002/89 (6 de octubre de 1989) el Congreso ya
había
aprobado la Convención Americana de Derechos Humanos (desde el 1º
de marzo de 1984), así como también el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos (desde el 17 de abril de 1986) y la Convención contra
la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes
(desde el 30 de julio de 1986). A su vez, en función del criterio sentado
por la Corte Suprema de Justicia según el cual los tratados internacionales
quedan incorporados a la legislación del país a partir de su aprobación por
el Congreso Nacional (Fallos 202:353), esas normas convencionales
formaban parte del derecho interno.
De tal modo que la contradicción que se advierte
entre el decreto analizado y los tratados internacionales invocados
impone al Estado argentino la obligación de suprimir las normas y
prácticas que de cualquier naturaleza impliquen una violación a los
derechos y garantías que emanan de esos instrumentos.
Es por ello que habiendose dictado normas de ese
tenor no corresponde aplicarlas si de tal circunstancia pudiere derivar
responsabilidad para el Estado Argentino, por la actividad de, al menos
uno de sus poderes soberanos. Así la única vía posible para evitar tal
situación la constituye el desconocimiento de la validez del decreto
1002/89.
Esta consecuencia es la única posible aún ante la
existencia de derecho convencional en la materia, pues la consideración
de los hechos como crímenes contra la humanidad genera en cada Estado
miembro de la comunidad internacional la obligación de juzgar y castigar
a sus autores, en tanto delitos de esa naturaleza lesionan valores que la
humanidad no duda en calificar como esenciales y constitutivos de la
persona humana.
Al respecto la Corte Interamericana de Derechos
Humanos al resolver el caso “Barrios Altos” despejó toda duda con
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relación a la incompatibilidad de las leyes de amnistía con este deber de
sancionar las graves violaciones de los derechos humanos: “Esta Corte
considera que son inadmisibles las disposiciones de amnistías, las
disposiciones de prescripción y el establecimiento de excluyentes de
responsabilidad que pretendan impedir la investigación y sanción de los
responsables de las violaciones graves de los derechos humanos tales
como la tortura, las ejecuciones sumarias, extralegales o arbitrarias y las
desapariciones forzadas, todas ellas prohibidas por contravenir derechos
inderogables reconocidos por el Derecho Internacional de los Derechos
Humanos”.
Por lo expuesto el Tribunal RESUELVE:
I - CONFIRMAR los puntos dispositivos I) de la
resolución
criticada
en
cuanto
decide
DECLARAR
INCONSTITUCIONAL, e inválido el decreto 1002/89.
II - CONFIRMAR el punto dispositivo II) en
cuanto resuelve
RETROTRAER LOS EFECTOS DE ESTA
DECISIÓN a la época anterior a la del dictado del decreto 1002/89 y
REVOCAR los actos que resultan su consecuencia.
Regístrese, hagase saber mediante cédula urgente a
diligenciar en el día y devuélvase a primera instancia.
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