ipso facto - conferencia general

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Conferencia General Abril 1983
"IPSO FACTO"
élder Marvin J. Ashton
Del Quórum De Los Doce Apóstoles
"Existe, para todos aquellos de nosotros que tenemos el conocimiento de Su
divinidad, la urgencia de actuar en base a este conocimiento sin vacilar."
Hace algunas semanas tuve oportunidad de conversar con un desalentado
misionero en un país lejano.
Cuando le pregunté: "¿Cuánto hace que no le escribe una carta a su madre?" me
respondió "Bueno, unas tres o cuatro semanas, creo." Entonces le sugerí que le
escribiera una carta ipso facto, tras lo cual, extrañado, me preguntó: "¿Qué quiere
decir ipso facto?"
Ipso facto es un término potente e implica acción. Quiere decir inmediatamente,
sin vacilar, o como se le usa en la Biblia, al instante. También implica, en cierta forma,
el no perder el tiempo en cosas sin importancia. El término negligencia podría
considerarse opuesto a ipso facto. El ser negligente significa postergar intencional y
regularmente algo que debe ser hecho. La negligencia es una demora improductiva.
Alguien, con buen sentido del humor, la definió así: "La negligencia es una tontería,
mucho me desgana, pero puedo cambiar en seguida, aunque creo que lo haré
mañana."
"Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado
Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores.
"Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.
"Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.
"Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su
hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y los llamó.
"Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron." (Mateo 4:18-22;
cursiva agregada.)
Quisiera referirme hoy a estas palabras tan significativas, al instante. "Ellos
entonces dejando al instante las redes, le siguieron." (Mateo 4:20; cursiva agregada.)
Cuán descriptivo, cuán poderoso y cuán gratificador cuando se le aplica debidamente
en la conducta humana.
Hacemos llegar una invitación general a servir al Salvador y a caminar por Su
senda al instante. Existe, para todos aquellos de nosotros que tenemos el
conocimiento de Su divinidad, la urgencia de actuar en base a este conocimiento sin
vacilar. Ha llegado la hora de hacerlo.
Josué nos recuerda la importancia de tomar decisiones inmediatas cuando dice:
"Escogeos hoy a quién sirváis; . . . pero yo y mi casa serviremos a Jehová." (Josué
24:15.)
Conferencia General Abril 1983
No mañana, ni cuando estemos listos, ni cuando resulte conveniente, sino "hoy",
al instante, escoged a quien habéis de servir. Precisamente quien nos hace llegar esa
invitación estará siempre a la vanguardia con Su Espíritu e influencia, dando ritmo a
la marcha. El ha establecido el curso, ha abierto las puertas y nos ha mostrado el
camino. Nos invita a ir a El, y el mejor momento para disfrutar de Su compañía es al
instante. La mejor manera de tomar el camino y de permanecer en él es hacer lo que
Jesús hizo, o sea, comprometernos a cumplir con la voluntad de Su Padre.
El seguir a nuestro Salvador al instante requiere esfuerzo de nuestra parte. Aun
cuando no está aquí en la tierra para caminar a nuestro lado personalmente, no nos
ha abandonado. Sus pautas y Sus mandamientos nos acompañan constantemente y
podemos encontrarlos en el estudio de las Escrituras. Antes de obedecer Su voluntad
debemos aprenderla.
El prerrequisito de "llevar a efecto" algo, es establecer metas. La acción va
siempre precedida por ideas y planes. Cada uno de nosotros es responsable por
encaminar su propia vida. Debemos analizar las posibilidades que tenemos por
delante, y después actuar con determinación en base a lo que hayamos decidido. Hay
un viejo proverbio que dice: "Un viaje de mil leguas comienza con un primer paso."
El término "al instante" deja en claro la urgencia de dar ese primer paso hacia
cualquier meta digna.
"Si queréis que os dé un lugar en el mundo celestial, debéis prepararos, haciendo
lo que os he mandado y requerido," dice el Señor. (D. y C. 78:7.) Para dar ese primer
paso tal vez se requiera gran valor, pero cuando se toma la decisión de actuar con
determinación, comienzan a surgir las posibilidades y las fuerzas. Incalculable será el
valor y el poder que recibirá aquel que encamina sus pasos en la debida dirección.
Pedro, un pescador de escasa educación, dio ese primer paso y siguió a Jesús al
instante. Sus valores y virtudes fueron creciendo. De aquel discípulo que negó a su
Maestro tres veces, llegó a ser el hombre de arrojo inmensurable. Cuando con Juan
compareció ante "el sumo sacerdote Anás, . . . y Juan y Alejandro, y todos los que
eran de la familia de los sumos sacerdotes" (Hechos 4:6) Pedro sin reparos declaró
que somos salvos a causa de Cristo. "Entonces viendo el denuedo de Pedro y de Juan,
y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo se maravillaban; y les reconocían
que habían estado con Jesús" (Hechos 4:13).
El sumo sacerdote podría haber tomado serias represalias contra estos
hermanos, pero se atrevió únicamente a ordenarles "que en ninguna manera
hablasen ni enseñasen en el nombre de Jesús. Mas Pedro y Juan respondieron
diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios."
(Hechos 4:18, 19.) Enfrentados a amenazas, estos apóstoles recibieron mayor, valor:
"y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús,
y abundante gracia era sobre todos ellos" (Hechos 4:33).
Al tomar esa medida al instante, Pedro aprendió a ser un pescador de hombres.
Visualizó sus metas y al procurarlas, creció en fortaleza y en convicción.
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Cuán sabios y bendecidos seríamos si elimináramos la negligencia y tomáramos la
decisión de servir al Señor y aceptar su invitación cuando dijo: "Ven, sígueme." (Lucas
18:22.) Una vez visualizada nuestra meta, es importante que tengamos el valor de
actuar en base a nuestra decisión, con la confianza de que recibiremos más fortaleza
conforme a nuestras necesidades al seguir al Buen Pastor.
Al decidir seguir al Salvador al instante, Satanás procurará disuadirnos haciendo
que la tarea parezca imposible de lograrse, haciéndonos dudar en cuanto a nuestra
dignidad y capacidad personal. Cada uno de nosotros es diferente, cada cual tiene sus
propias virtudes.
Pedro y Andrés eran pescadores; y el Señor, al referirse a su profesión, les dijo:
"Os haré pescadores de hombres." (Mateo 4:19.) Al carpintero, le hubiera dicho "Os
haré edificadores de hombres." A los maestros, "Os haré maestros de hombres." No
hay nadie que tenga todos los talentos.
"Porque no a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones y a todo
hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios.
"A algunos les es dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien." (D. y
C. 46:11-12.) El desear que las cosas sean diferentes en nuestra vida, o el esperar que
se nos quiten los obstáculos del camino o se cambien ciertas actitudes, puede
hacernos perder el tiempo, en vez de ayudarnos a avanzar al instante. William
Shakespeare escribió: "Nuestras dudas son traidoras, y nos hacen perder a menudo el
bien que podríamos ganar por temor a experimentarlo." (Medida por Medida, Acto I,
Escena 4.)
Utilizad vuestros talentos particulares. No seáis negligentes en las cosas que
debéis hacer lamentándoos por ciertas habilidades que no poseéis. Para aquellos que
se sientan inclinados a responder con un "ahora no" o un "todavía no" a la invitación
de seguir a Jesús, quisiéramos sugerir con el mayor amor y firmeza, que El desea que
lo hagamos. El Señor os acogerá al instante más sin considerar las situaciones en las
que habéis estado, en las que os encontráis ahora, de quiénes sois, o qué atributos
poseéis o de cuáles carecéis.
Hace algunas semanas, después de una conferencia de estaca, se me acercó un
hombre que había estado totalmente inactivo por muchos años, y con tremenda
vacilación me dijo: "No creo tener derecho a estar aquí. Mi vida es un caos total." A lo
cual le respondí: "¿Y qué tiene eso que ver? Por supuesto que tiene derecho de estar
aquí."
Aquellos que continuamente agitan las aguas se dan cuenta que únicamente
crean remolinos y son arrastrados en círculos en vez de avanzar derecho como
deberían.
¿Somos capaces de seguir a nuestro Maestro en vez de criticar a aquellos que
están tratando de servirle? El siervo procurará soluciones a los problemas mientras
que el negligente buscará excusas concentrándose en la inutilidad del problema.
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Aquellos cuyo objetivo es seguir al Salvador al instante no solamente procuran
solucionar sus propios problemas, sino que ayudan a otros en idéntica situación.
Abren su corazón y su mente a aquellos que enfrentan dificultades, que están solos,
o que padecen de alguna otra forma.
Con tan sólo escuchar atentamente, podemos a menudo ayudar a otras personas
a encontrar soluciones. Recientemente un presidente de estaca dijo que la muestra
de agradecimiento más sincera que haya recibido fue de una joven madre con dos
hijos quien, al pasar por situaciones sumamente difíciles, trataba diligentemente de
salir adelante por sí sola. Tras una larga entrevista, sus palabras de agradecimiento
fueron simplemente: "Gracias por escucharme. Ahora creo que puedo enfrentarme a
mis problemas mucho mejor."
Nuestro propio progreso puede incrementar si buscamos soluciones en vez de ser
críticos hacia aquellos que nos rodean y en vez de culpar a las condiciones externas
por nuestro fracaso.
¿Podemos ser honestos con nosotros mismos y examinar las razones por las que
no estamos siguiendo al Salvador al instante? ¿Estamos siendo entorpecidos y
retrasados por la crítica que hacemos de otras personas por sus acciones o actitud
hacia nosotros? ¿Se ha visto nuestro orgullo herido o nuestro ego magullado?
¿Hemos supuesto cosas en vez de basarnos en los hechos?
El Salvador manifestó: "Tened paz los unos con los otros" (Marcos 9:50). La paz
debe emerger de nuestro interior. Fluye de la persona y se proyecta hacia el hogar,
hacia la comunidad, hacia las naciones y hacia el mundo entero. Podemos recibir esta
paz únicamente si resistimos el tan dañino pasatiempo de abrir juicio. En las
Escrituras se nos advierte en cuanto a no juzgar para no ser juzgados. (3 Nefi 14:1,
Mateo 7:1.) Parece haber algo tentador e intrigante en cuanto a asumir la función de
juez.
Hace muchos años escuché una historia que me quedó grabada. Tal vez la
escuché en mis épocas de muchacho cuando me gustaba andar descalzo.
Una pobre y anciana francesa caminaba a orillas del río Sena. En sus encorvados
hombros llevaba un manto. De pronto se detuvo, se inclinó, y recogió un objeto que
brillaba a la luz del sol, y lo puso debajo de su manto. Un agente de policía observó la
acción de la mujer y se le acercó prestamente. En una voz autoritaria le dijo:
"¡Déjame ver lo que escondes debajo de tu manto!" La anciana le mostró entonces
que se trataba de un trozo de vidrio, y le dijo: "No es nada más que un filoso trozo de
vidrio. Lo recogí para que ningún muchacho que pasara por aquí descalzo lo pisara y
se lastimara el pie."
El agente estaba cumpliendo con su deber, pero había tenido toda la intención de
sentenciar a la mujer por un desacierto, antes de enterarse que ella había actuado
con la nobleza de un alma bondadosa.
Sí, los juicios erróneos de las acciones de nuestro prójimo pueden ser
responsables de nuestra demora en escuchar el llamado de nuestro Salvador.
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Al seguir las enseñanzas de Jesucristo y al vivir los principios del evangelio,
podemos hacer a un lado las heridas y los retrasos que quienes nos rodean puedan
habernos causado.
Finalmente, para avanzar y actuar al instante en la debida dirección, se requiere
autodisciplina y autorrestricción.
Muchos viven conforme al lema "diviértase ahora y pague después". Hay también
quienes piensan que si esperan lo suficiente, sus problemas desaparecerán. Mas no
es así. Los problemas deben ser enfrentados. Antes de poder solucionarlos y de
poner nuestra vida en orden, debemos aceptar responsabilidad total por nuestros
problemas.
A menudo evitamos actuar porque nos convencemos de que nuestro problema
fue causado por circunstancias o por personas que escapan a nuestro control. Por
consiguiente, suponemos que podemos evitar nuestra responsabilidad, confiando en
que otras personas o un cambio de condiciones pueda solucionar nuestras
dificultades. Más bien, es nuestra responsabilidad arrepentirnos -cambiar y avanzar
sin tardanza. "No demoréis el día de vuestro arrepentimiento" (Alma 34:33).
Cómodo resulta para muchos el escudarse en la negligencia. Es un refugio
engañador para aquellos que se conforman con vivir sin un propósito, sin
compromisos, y sin autodisciplina. Debemos seguir el consejo dado por Alma cuando
dijo: "Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para
comparecer ante Dios; sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar
su obra" (Alma 34:32).
Evitad la negligencia. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la negligencia
es una mezcla impura de duda y demora. Las tan comúnmente usadas palabras del
Salvador, tales como pedid, buscad, golpead; id, penetrad, son palabras que implican
acción. El nos pediría acción al enseñar y vivir Sus principios.
"Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino
que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella.
"Porque estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida y pocos son los que lo
hayan." (Mateo 7:13-14.)
No dudéis de su capacidad. No posterguéis sus impulsos dignos. Con la ayuda de
Dios no podemos fallar. El os dará el valor de participar en un cambio productivo y en
una vida llena de propósito. Necesitamos arrepentirnos, al instante, y confiar en Su
realidad y capacidad de ayudarnos a conocer la vida plena. El nos ayudará a aprender
a ser sensibles hacia nuestras propias necesidades y hacia las de nuestro prójimo.
Aquellos que temen, son negligentes. Aquellos que mejoran muestran un
progreso al instante y llegan a ser más sabios y más fuertes. Necesitamos cobrar el
valor que nos permita dar el primer paso al instante. Debemos recordar que los niños
aprenden a caminar únicamente porque alguien les anima a dar ese primer paso.
Ruego que podamos establecer metas al instante, metas basadas en el evangelio,
sabiendo que si empleamos los talentos que poseemos-que si ayudamos a otras
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personas, que si procuramos la paz, que si evitamos ser demasiado sensibles o
demasiado críticos recibiremos mayor capacidad y nos desplazaremos al instante
hacia un crecimiento mayor, hacia más felicidad y hacia más dicha eterna. Nuestro
Maestro y Salvador nos invita a asirnos de Sus verdades al instante y a disfrutar la
calidez de Su constante compañía.
El hombre debe crecer por sus propios esfuerzos y caminar por medio de la fe.
Una de nuestras más grandes fuentes de recursos para alcanzar el éxito y la felicidad
es hacer lo correcto enseguida. Como hijos de Dios, todos nosotros, debemos
aprender que el crecimiento más importante emerge de adentro y no de afuera. Al
comprenderlo así, caminaremos en sus vías, levantaremos los brazos de los que están
cansados y oprimidos, animaremos a quienes nos rodean, desarrollaremos la
iniciativa individual para gobernarnos a nosotros mismos, cargaremos nuestra cruz
con dignidad y propósito, y ayudaremos a nuestro prójimo a llegar a ser pescadores
de hombres al instante.
El Evangelio de Jesucristo es verdadero. Jesucristo es nuestro Redentor y
Salvador. La felicidad y la vida eterna están a disposición de aquellos que le sigan al
instante. De estas verdades os doy mi testimonio y lo hago en el nombre de
Jesucristo. Amén.
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