Los principios ideológicos y la acción política de la masonería en los inicios de la independencia de México, 1821-1828 Héctor Díaz Zermeño • RESUMEN En este artículo tratamos de mostrar cuáles fueron los principios ideológicos o místicos de la masonería, para diferenciarlos de la visión historiográfica de autores no masones, empleando tanto fuentes primarias como secundarias para terminar con autores mexicanos considerados clásicos. Iniciamos con la fundación de las logias de carácter político más importantes, tomando como base lo que autores masones como José María Mateos y Luis J. Zalce y Rodríguez nos dicen sobre su impacto, relacionados con otras fuentes de información para tratar de aclararnos a los no masones su gran importancia en la época previa e inmediata a la independencia de México. PALABRAS CLAVE Masonería. Principios ideológicos. Acción política. Reflexiones de autores clásicos. ABSTRACT In this article we try to show the ideological or mystical principles of masonry, in order to differentiate them from the historiographical vision of non-mason authors, using both primary and secondary sources, and finally we end this article with Mexican authors, who are considered classic. We begin with the foundation of the most important political lodges, basing on what mason authors like Jose Maria Mateos and Luis J. Zalce y Rodriguez tell us about their impact, in relation to other sources of information to try to clear out to those who are not mason their great importance in the time before and immediately after the Independence of Mexico. KEY WORDS Masonry. Ideological principles. Political action. Reflexions of classical authors. Introducción rito escocés, antiguo y aceptado, que continúa sus trabajos. Mateos añade que las tendencias de los fundadores de la masonería en México eran liberales en el sentido español, es decir, permitiendo su participación sólo a los mexicanos que pertenecían a familias nobles y españolizadas. Sin embargo, estos últimos se convencieron de que era preciso que la sociedad adoptara un programa político que hiciera fructíferos sus trabajos. Así, en contra de la prohibición que establecían los estatutos masónicos para promover en logia cuestiones religiosas o políticas, fijó su programa sobre la base del sistema representativo y la reforma del clero. Otra de las sociedades secretas de este periodo, que en apariencia no fue masónica, según la diferencia que hace Virginia Guedea, pero que tuvo injerencia durante la lucha independentista fue la de los Guadalupes, una de cuyas características fue Comenzaremos por la definición y algunos aspectos que caracterizan a la masonería según José María Mateos, para luego pasar a una síntesis de su influencia histórica en la vida política de México entre 1821 y 1828. Mateos será la base de esta reflexión porque parece ser la fuente historiográfica más clara y confiable dentro de lo poco que se conoce de las sociedades secretas de la época. Las opiniones del doctor Ricardo Chism y la de Luis J. Zalce y Rodríguez son escuetas. Las confrontaremos con las de escritores clásicos, como Lorenzo de Zavala, José María Luis Mora y Lucas Alamán. También emplearemos obra de autores contemporáneos que resultan fundamentales por sus investigaciones relacionadas con este tema: Virginia Guedea, Michael P. Costeloe, Harold D. Sims, Romeo Flores Caballero, Ruth Solís. A los que añadimos, aunque sea de forma mínima, a Juan de Dios Arias, en México a través de los siglos, y a un escritor imprescindible del siglo xix, Justo Sierra. su vinculación con grupos insurgentes que pretendieron consolidar el movimiento dándole una organización política y una coordinación militar. Aparentemente surgió esta asociación poco después de septiembre de 1810 con el nombre de El Águila e integrada por varios individuos de la ciudad de México que deseaban colaborar con el movimiento insurgente, sus actividades comenzaron a cobrar importancia y a llevarse a cabo de manera coordinada a partir del establecimiento en Zitácuaro de la Suprema Junta Nacional Americano. Principios fundamentales Según Mateos: “Se puede definir la masonería como el punto de reunión de una clase de hombres unidos entre sí por los lazos de la estimación y la amistad; cuyos trabajos se reducen a arrancar al hombre del estado de la barbarie, para conducirlo al de civilización, y civilizado llevarlo a la perfección pasándolo por el crisol de las pruebas, que haciéndolo virtuoso lo hacen feliz”. De 1821 a 1825 Durante 1821, ya consumada la independencia, las logias que “sólo debían ser la escuela de la filosof ía y el asilo de los desgraciados, olvidando su origen y preceptos, vinieron a convertirse en centros de planes políticos, que ya sin embozo se aplicaban”. Los mexicanos comenzaron a Fundación de las logias en México y sus tendencias: 1806-1820 La masonería fue introducida en México en 1806. Luego de promulgarse la constitución española, en 1812, y la llegada de tropas de la península se estableció en 1813 la masonería en la América Septentrional, bajo la denominación de Ibid., pp. 20-21. Virginia Guedea, “Las sociedades secretas durante el movimento de independencia”, en Jaime E. Rodríguez O. (comp.), The independence of Mexico and the creation of New Nation, Los Ángeles, ucla, Latin American Center Publications, 1989, pp. 50-51. José María Mateos, op. cit., p. 22. José María Mateos, Historia de la masonería en México, México, s.e., 1884, p. 15. Ibid., p. 16. Mateos opina que los hechos aquí sintetizados fueron causa de los actos de felonía, de injusticia y proscripción que entonces tuvieron lugar, [y] dio motivo a que una masa considerable de descontentos que deseaba una organización cualquiera para restablecer el orden, se mostraba de una manera inequívoca, y entonces también aprovechando esta oportunidad treinta y seis masones se reunieron con objeto de establecer en la república el rito de York, creyendo de este modo consolidar la libertad. abandonar sus logias iniciales y se congregaron a la división del general Nicolás Bravo: “donde se formaron las primeras LL. de Escocia puramente mexicanas; ellas fueron el núcleo de las que después se difundieron por toda la república; y este fue el principio del partido del progreso en aquella época, compuesto de un número muy corto de personas, para contrarrestar al clero que era el enemigo más temible que se presentaba”. Agustín de Iturbide consumó la independencia, pero al ver la oposición que representaba el partido del progreso Hasta aquí, a través de Mateos, quedan claros la definición, fundación, desarrollo inicial, objetivos, trabajo e influencias de las dos logias que jugaron un papel importantísimo como partidos políticos en la primera etapa de la independencia de México. Su existencia y labor queda verificada por José María Mateos, fundador del rito nacional mexicano. Mientras ocurría lo anterior, al ojo crítico de Justo Sierra no podía escapar la actividad de Lorenzo de Zavala en torno de Iturbide y la instauración de un gobierno liberal. Escribió sobre Zavala que era un ambicioso y audaz; su ideal político consistió en aclimatar en México las instituciones parlamentarias de tipo sajón, del que era cometió la gravísima falta de proclamarse emperador, y disolvió el Congreso. Las logias entonces se redoblaron y a sus esfuerzos el trono se desplomó y se proclamó la república, la cual por ser central no estaba en armonía con los intereses de las provincias ni con los deseos de sus autoridades que querían la federación, por la que por fin se pronunciaron y esto obligó al Congreso a dejar el puesto. Sustituida la voz “imperio” con la de “repúbli- Ibid., pp. 22-23. Ibid., pp. 23-24. Ibid., p. 24. Humanidades ca”, y agregada a ésta la palabra federación, se creyó que se había conseguido todo, y no se pensaba que este todo estaba envuelto en graves dificultades, rodeado de resistencias y tan en oposición con lo que se quería mantener, que la lucha del progreso y el retroceso tomaría unas proporciones formidables, y fijaría a las personas en los respectivos puestos y se prepararían a la lucha, como efectivamente sucedió. Las LL. escocesas mexicanas lograron en las elecciones una mayoría bien pronunciada contra el clero, y las escocesas españolas perdieron el punto de su organización, y después la elección de presidente [Guadalupe Victoria] y con ella su importancia; y por sólo este hecho dejaron de reunirse, comenzando a confundirse sus miembros en la masa nacional, de manera que en 1825 habían casi desaparecido de la faz de la república. entusiasta devoto; pero para preparar el camino juzgó necesario acabar con la influencia del elemento español en la nueva nación, destruyendo los privilegios de las clases hasta entonces directoras. Tal fue el programa del partido liberal en México y por todo ello Sierra consideró a Zavala como uno de sus fundadores próceres. Con Iturbide en el exilio y los escoceses perdiendo fuerza, según Mateos el momento pareció adecuado para realizar el proyecto del cura Alpuche, después de la revolución iniciada en Veracruz por Santa Anna y reafianzada con el Plan de Casa Mata. De todo ello, según don Justo, resultaron dos partidos legalmente nulificados: el mexicano imperialista y el hispanomexicano o borbonista; y un hecho incontrovertible: la república, la cual estaba constituida por la parte más culta de la oligarquía triunfante, el alto clero, los principales jefes del ejército y los más ricos propietarios que querían una república a la francesa, en la que la capital predominase y subordinase a las provincias, lo que fluía naturalmente de los sistemas virreinal e imperial, y que era quizá más sensato y político. El Congreso se inclinó por este modo de ver las cosas; el partido borbonista, al desaparecer, se fundió en este grupo, que comenzó a llamarse centralista. De esta forma políticos importantes como Alamán, el padre Mier, Santa María, se pusieron a su cabeza, sin precisar un programa, que más bien se infería de su hostilidad más o menos abierta al partido federalista. A este grupo prestaron su apoyo los elementos conservadores del país, entre ellos el que era dueño de casi todo el comercio y de buena parte de la minería y la agricultura: el español. De esto resultó un fenómeno político curioso: el partido reformista, que comenzaba a dibujarse netamente por su incompatibilidad con los españoles y los grupos privilegiados preponderantes en el centro, a quienes consideraba como el principal obstáculo para realizar sus miras, los jacobinos (así les llamaba el padre Mier), en lugar de ser centralistas, como en Francia, fueron federalistas y proyectaron una república calcada en la norteamericana, cuya constitución apenas si la habían estudiado. Ramos Arizpe, Zavala, Gómez Farías, Sánchez y otros trataron de organizar este partido, contando con el iturbidismo como auxiliar poderoso, que atizaba en todos los ámbitos del país el espíritu localista.10 A lo anterior hay que mencionar que en esta época estuvieron a la orden del día los impactantes impresos de José Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano, algunos de los cuales le costaron su excomunión por defender a los masones y de los cuales tenemos que mencionar por lo menos uno de ellos, donde subrayaba que la masonería no es una secta; es una orden caballeresca como la de los templarios y carboneros, como las de las cruzadas, etc., o si se quiere congregación de tolerantes, en la que a excepción del ateo, se reciben por individuos a cuantos tienen voluntad de serlo y disposición para obedecer sus estatutos... La masonería, señor provisor, a lo que entiendo, no es más que un coco con que se ha espantado a los niños por no tener valor de examinarla de cerca.11 De esta forma, y retomando nuestro hilo cronológico, en 1824 antes de la promulgación de la Constitución, según Sierra, se realizaron las elecciones presidenciales. Los políticos se proporcionaron mandatos electorales de las clases pasivas y mudas y con beneplácito general resultaron electos Victoria y Bravo para presidente y vicepresidente. Las cámaras se integraron con lo mejor que había entonces en los partidos. La Suprema Corte se compuso de magistrados altamente probos y respetados, bajo la presidencia del anciano ex corregidor de Querétaro, Domínguez, logrando que el país entrara en un ritmo normal. Desde entonces se hizo evidente una máxima de política práctica: “cuando los sueldos se pagan, las revoluciones se apagan”.12 Ibid., pp. 183-184. Citado por Ruth Solís Carricarte, Sociedades secretas en el primer gobierno republicano (1824-1828) (según el Diario Histórico de Carlos María de Bustamante), México, asbe, 1997, p. 60. 12 Justo Sierra, op. cit., p. 189. 10 11 Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1977 (Obras Completas, XII), p. 180. 3, Lorenzo de Zavala; 4, Félix Aburto; 5, Agustín Biseca. Dada la categoría y la capacidad de los hombres que se fueron afiliando, Mateos asevera que llegaron a formar un poder formidable, que llegó a causar recelo al presidente Victoria.15 Para Juan de Dios Arias, en México a través de los siglos, lo que pudo estimarse grave y de trascendentales efectos fue el desarrollo de la masonería. Se creyó que los masones escoceses, ya derrotados y casi nulificados por la elección del presidente Victoria, trabajaban en destruir el orden existente, conspirando unos por la realización del Plan de Iguala y otros por el centralismo. Esta creencia dio motivo al establecimiento del rito de York, que sería el antagonista del escocés. Vencidos los escoceses, al verificarse la elección de Victoria le ofrecieron obediencia y apoyo. Victoria desconfió y no sólo no dio crédito a sus ofrecimientos sino que entró en el plan de la nueva asociación que bajo las fórmulas del rito de York se estableció con el título de La Águila Negra.16 Michael Costeloe —tal vez hasta ahora el escritor más erudito en la materia en esa época— observa que varios autores señalan a Guadalupe Victoria comprometido en la instigación y fundación de varias logias y que todo parecería indicar que lo hizo persiguiendo una política de amalgamación. Durante 1825 se hizo blanco de críticas por el carácter aristocrático de su gobierno, sintiendo celos de Alamán y animadversión contra los escoceses, en particular contra Bravo, a quien llegó a considerar más un rival que un colega. Como haya sido, lo más significativo es que entre sus amigos personales y consejeros se encontraran algunos de los miembros fundadores de los yorkinos, como Esteva, Tornel y Guerrero.17 Costeloe concluye que la identidad de los yorkinos resulta oscura. Su programa no era explícito, pero no hay duda de que el aspecto masónico se convirtió en una fachada, aunque no José María Mateos, op. cit., pp. 25-26. Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, Estados Unidos de Norteamérica, 17ª. ed., México, Cumbre, vol. vii, s.a., p. 131. 17 Michael Costeloe, La primera república federal de México (1824-1835), México, Fondo de Cultura Económica, 1975, pp. 51-52. 15 16 Ibid., p. 190. Lucas Alamán, Historia de México, vol. v, México, Jus, 1969, p. 824. 13 14 Humanidades El presidente Victoria, que al principio había mantenido al ministerio conservador presidido por Alamán, lo transformó en otro de federalistas exaltados, como Ramos Arizpe, y liberales moderados, como Gómez Pedraza, pero el tono general del gobierno fue resueltamente antiespañol. Explotando la inminencia del peligro nacional, inflando ciertos conatos de conspiración de algunos españoles hasta convertirlos en horrendos crímenes, con injusticia castigados con la muerte, el partido radical quiso no sólo la separación de los españoles de los empleos públicos sino que, considerándolos el principal obstáculo a la reforma social (abolición de los privilegios) —en lo que, por cierto, no andaba tan descarriado—, sostuvo la necesidad de expulsarlos en masa y de confiscar sus bienes.13 Ese grupo radical del que escribe Sierra fue el liberal yorkino. Después del primer impulso del rito escocés mexicano, prácticamente lo desapareció de la escena. Durante 1825 José María Alpuche, cura de una parroquia de Tabasco y senador por ese estado, concibió la idea de formar el rito de York en México. La idea fue apoyada por Ignacio Esteva, ministro de Hacienda de Guadalupe Victoria; por Miguel Ramos Arizpe, canónigo de la catedral de Puebla y oficial mayor del Ministerio de Justicia; por el coronel José Antonio Mejía; y otras muchas personas. De este modo se formaron cinco logias simbólicas que recibieron poco tiempo después las patentes reguladoras por mediación de Joel R. Poinsett, entonces ministro plenipotenciario de Estados Unidos. Para Lucas Alamán, con Zavala y el cura de Cunduacán, Tabasco, José María Alpuche, que desempeñaba el empleo de senador, ambos separados de los escoceses a quienes habían pertenecido, se proyectó la formación de una masonería diversa, que Poinsett les ofreció incorporar al rito de York, preponderante en Estados Unidos.14 Esteva fue electo gran maestro y como venerables de las cinco logias los siguientes personajes: 1, José María Alpuche; 2, Vicente Guerrero; hubiese sido así en un principio. En apariencia la defensa de la independencia y la consolidación de la federación se convirtieron en su programa político fundamental. Seguirían dos etapas para conseguir sus objetivos: la primera, obligar a dimitir del gobierno a centralistas —como Alamán y De la Llave— para sustituirlos por yorkinos. La segunda, el dominio del ejecutivo, lo cual afectaría las elecciones para el Congreso nacional y las asambleas estatales que se celebrarían en verano y otoño de 1826. De esta forma los yorkinos se esforzarían por lograr el dominio del gobierno, tanto a nivel nacional como estatal, lo que finalmente consiguieron, con el propósito de garantizar la independencia y la federación.18 Ante el predominio de la naciente logia yorkina, una mayoría de antiguos escoceses descubrieron que la sociedad ya no sostenía sus opiniones o que su logia no había satisfecho sus intereses personales de puestos y ascensos, por lo que cambiaron de bando. De ello se derivó que su sociedad pareciera quedar reducida a un grupo aún más aristocrático, que comprendía a centralistas y proborbónicos que de ninguna manera se unirían al partido que parecía del pueblo.19 En el polo opuesto los gachupines más ricos se afiliaron a la logia escocesa pues les parecía el partido más cercano a sus intereses y les daba mayores esperanzas de protección a sus bienes. Así, los españoles eran la fortaleza y debilidad de esa logia, aunque pareciera que le aportaban más recursos financieros. También eran tema de discusión de los yorkinos, para quienes era clara la hostilidad de la población contra los extranjeros. De esta forma los escoceses llegaron a ser para fines de 1825 el partido identificado con el centralismo, el borbonismo, los españoles y las clases privilegiadas.20 políticos listos a luchar por el poder, al mismo tiempo que para desprestigiase de manera recíproca a través de la prensa y de pasquines. El Sol fue el medio de difusión de la logia escocesa y El Águila Mexicana de la yorkina. En ese momento tanto para el ministro Ward como para el viajero inglés Hardy era manifiesto el enfrentamiento, del cual se enteraban a diario por medio de esos periódicos.21 El presidente Victoria, víctima de las circunstancias, trató de ganar adeptos y formar una sociedad con los antiguos patriotas, para oponerse a los avances que con ayuda del clero realizaban algunos españoles. Para ello, según Mateos, se sirvió de un fraile, Simón Cruz, quien formó las bases de la sociedad a la que se llamó Águila Negra, uniéndose por sus principios con los yorkinos, cobrando esa logia mayor fuerza.22 1826 Durante 1826, año de elecciones, la consolidación de la república estaba en crisis, con dos partidos Véase George H. Ward, Mexico in 1827, 2 vols., Londres, 1828; R. W. H. Hardy, Travels in the Interior of Mexico in 1825, 1826, 1827, and 1828, Londres, 1829. 22 José María Mateos, op. cit., p. 41. 21 Ibid., pp. 56-58. 19 Ibid., p. 59. 20 Ibid., pp. 59-60. 18 10 la manera más absoluta de lo que es la masonería en su esencia. En un discurso del hermano M. Rud Seydel, pronunciado en Leipzig en 1860, leemos estos pensamientos: “Trabajar con mano infatigable, con ojo sereno y de acuerdo con todos sus hermanos para obtener el ennoblecimiento moral, debe ser el constante propósito de la humanidad, y ese debe ser siempre el de nuestra asociación. El masón debe ser una persona tranquila, sometida a las leyes del país en que se halle establecido y no debe tomar parte en los motines y conspiraciones fraguados contra la paz y la prosperidad del pueblo, ni dejarse arrastrar en ellos, ni mostrarse rebelde a la autoridad inferior, porque la guerra, la efusión de sangre y los trastornos políticos siempre han sido funestos para la masonería”.28 Citamos ex profeso estas líneas de un masón para que el lector no satanice a las logias escocesa y yorkina, sino que pueda tener una visión objetiva. Zalce y Rodríguez así como reconoce la influencia de los masones también pone el punto sobre las íes sobre sus principios inmanentes. 1827 Tras las elecciones para el Congreso de 1826, el cese del escocés Camacho, enviado a Londres en misión diplomática, y el nombramiento de Espinosa parecieron implicar que Victoria renunciaba a su política de amalgamiento en su gabinete y sin embargo él, que recibía consejos contradictorios de todos lados, llegó a ser, en frase del Correo de la Federación, de 1 de enero de 1827, “juguete de todos”. No quedaban ministros de filiación escocesa y los yorkinos federalistas, representados por éste y Arizpe, dominaban al ejecutivo al principiar 1827. Ante este hecho, el 18 de enero de 1827 los escoceses, encabezados por un religioso español de la orden de San Diego, Joaquín Arenas, se vieron con Ignacio Mora, comandante general del Distrito Federal y del Estado de México, para promover la restauración del poder español en México La masonería en México nació enferma y deformada. El morbo infeccioso de la política fue su lacra congénita... Es lamentable, pero así fue el primer periodo de la vida masónica en México. Nos resistimos a darle ese carácter porque tal vida difiere de Ibid., p. 42. Ibid., p. 44. 25 Michael Costeloe, op. cit., p. 63. 26 Ibid., p. 81. 27 Ibid., p. 85. 23 24 Luis J. Zalce y Rodríguez, Apuntes para la historia de la masonería en México, México, Panamericana, 1950, pp. 94-96. 28 11 Humanidades Los escoceses, por su parte, aumentaron su número, creando otra sociedad llamada de los Novenarios, que debería estar dirigida por sus correligionarios. Nombraron para tal efecto a nueve miembros, los cuales debían conseguir, cada uno de ellos, otros nueve, y así sucesivamente. A ellos se unió buena parte del clero, debido a la ofensiva que contra él desarrollaba el grupo yorkino.23 Los escoceses hicieron sus funciones a la Virgen del Pilar de Zaragoza y los yorkinos a la Virgen de Guadalupe.24 Victoria se vio incapacitado para controlar las acciones de unos y otros, a tal grado que fue denigrado por ambos partidos y se vio obligado a irse retirando gradualmente a Palacio Nacional, para “llorar el acerbo destino que sus compatriotas parecían empeñados en imponer a la nación”.25 Para fines de octubre de 1826 en las elecciones del Congreso quedó firme la preeminencia de los yorkinos en cuanto a diputados. En el Senado los escoceses fueron más afortunados. En las legislaturas de los estados que fueron renovados los yorkinos tuvieron éxito, excepto en Puebla y Veracruz, donde el otro partido siguió dominando.26 Sin embargo, a fines de ese año el hecho es que ninguno de los dos bandos tenía un plan político definido y hasta la cuestión ideológica —centralismo contra federalismo— quedó relegada a un plano secundario y las cuestiones medulares sobre la reforma económica y social, la legislación pendiente y el problema de la Iglesia fueron ignorados.27 A posteriori, emitiendo un juicio histórico sobre la época, otro de los historiógrafos de la masonería en México, Luis J. Zalce y Rodríguez, escribe: y dar como resultado lo que se conoció como la Conspiración de Arenas. La lucha de los partidos se dio en las discusiones de los periódicos de cada cual, dando por resultado la Ley de expulsión de los españoles, aprobada por ambas cámaras el 10 de mayo de 1827. Ésta constituyó una derrota para los escoceses pues era innegable su asociación directa con los españoles. La primera ley federal de expulsiones se dio el 20 de diciembre de 1827. Sin embargo, los españoles más influyentes poco tuvieron que temer, pues sus contactos personales y políticos les garantizaban la exención.29 Si bien —según Costeloe— la fundación de los Novenarios corresponde a la etapa inmediata posterior a la Conspiración del padre Arenas, y Mateos la sitúa en 1826, durante 1827 esta asociación derivada de la escocesa emprendió un nuevo impulso para lograr sus intenciones, afiliándose entre otros muchos los siguientes personajes: Nicolás Bravo, Miguel Barragán, Gabriel Armijo, Francisco Manuel Sánchez de Tagle, Florentino Martínez, José María Luis Mora, Manuel Crescencio Rejón, Mariano Tagle. El partido se extendió por los estados de México, Puebla, Veracruz, Guanajuato y San Luis Potosí. Crearon un periódico, El Observador de la República Mexicana, uno de cuyos redactores destacados fue José María Luis Mora.30 A pesar de la derrota, los senadores escoceses no se sintieron fuera del juego político. Arremetieron el 23 de diciembre de 1827 con el Plan de Montaño, en el que se formularon cuatro proposiciones: Artículo 3º. El supremo gobierno, sin demorarse ni un instante, entregará al enviado de los Estados Unidos en esta república su pasaporte para que abandone el país. Artículo 4º. Esto será causa de que nuestra Constitución y las leyes en vigor sean estrictamente observadas.31 El ataque había sido calculado para librar al gobierno de su dependencia de las logias yorkinas, buscando además la destitución de los ministros de corte antiescocés —Gómez Pedraza y Espinoza de los Monteros— y con la tirada de que el Congreso federal, dominado por los yorkinos, fuera declarado inconstitucional y así anular las leyes antiespañolas.32 Mientras esto ocurría, en Otumba, Estado de México, se reunieron militares para apoyar el Plan de Montaño, pero pronto fueron reducidos por Vicente Guerrero. Al atardecer del 1 de enero de 1828 Gómez Pedraza y Filisola controlaban la capital, al mismo tiempo que Esteva y Tornel eran nombrados, respectivamente, gobernador del Distrito Federal y presidente de la Cámara de Diputados.33 1828 Así llegamos a 1828, último del régimen de Guadalupe Victoria. Al iniciar enero y después del fracaso en Otumba, Nicolás Bravo se rebeló en Tulancingo, después de que el día 5 se fusiló al padre Arenas y de que se hubiera recibido la adhesión de Santa Anna y Manuel Mier y Terán. Bravo contaba con 300 hombres contra 2,000 de Guerrero, quien venció al primero el 8 de ese mes.34 Al saberse la captura de Bravo, Santa Anna y Barragán huyeron de Jalapa, sin tropas, siendo capturados; dando como resultado la destrucción del partido escocés. Aun así Santa Anna fue elevado al puesto de gobernador del estado. Artículo 1º. El supremo gobierno presentará al Congreso general de la Unión el proyecto de una ley para la supresión en la república de todas las sociedades secretas, sea cual sea su origen o denominación. Artículo 2º. El supremo gobierno destituirá absolutamente a los actuales secretarios de Estado, nombrando en su lugar a hombres de reconocida probidad, virtud y mérito. Harold Sims, La expulsión de los españoles de México (1821-1828), México, Fondo de Cultura Económica, 1974, p. 152. 32 Ibid., pp. 152-153. 33 Ibid., pp. 153-159. 34 Ibid., pp. 159-167. 31 Michael Costeloe, op. cit., pp. 87-113; Romeo Flores Caballero, La contrarrevolución en la independencia de México, México, El Colegio de México, 1973, pp. 84-116. 30 Michael Costeloe, op. cit., pp. 115-117. 29 12 35 36 ñoles fueron sustituidos por franceses, ingleses y norteamericanos”.37 Desde el punto de vista político y luego de las victorias yorkinas de principio de 1828, todo parecía indicar que éste era el único partido que favorecía la independencia y el sistema federal y que el único que podía suceder a Victoria era Vicente Guerrero. Sin embargo, la ambición de Manuel Gómez Pedraza y sus negociaciones con los personajes de la política más encumbrados, asociados no al pueblo y su voto directo en las elecciones presidenciales sino a los pocos legisladores estatales de quienes dependía la presidencia, le llevaron al triunfo por encima de Guerrero, aunque por una mínima diferencia de 11 votos contra nueve. Según El Correo de la Federación Mexicana en las elecciones se había dado el choque de la facción aristocrática de Gómez Pedraza contra el partido popular encabezado por Guerrero. Que Gómez Pedraza representara a una minoría de la elite lo hizo vulnerable a las acciones anticonstitucionalistas de individuos capaces de sostener las pretensiones de la mayoría yorkina. El más atento al desajuste fue Antonio López de Santa Anna, quien jugando unas veces con los escoceses y otras con los yorkinos se lanzaría a la rebelión en contra de Gómez Pedraza, para derrocarlo y encumbrar a Vicente Guerrero, quien inició su periodo como presidente el 1 de abril de 1829. Reflexiones de escritores clásicos: 1821-1828 Las logias tuvieron que ver con la vida política del país del periodo en cuestión, como lo demuestran los historiógrafos de la masonería. Para entender y explicar su origen, objetivos, actividad y resultados, son más que necesarios los comentarios que hicieron José María Luis Mora y Lorenzo de Zavala, de cuyos escritos hemos entresacado lo que consideramos más pertinente para sintetizar, analizar y globalizar el contraste entre los principios y la acción como partidos políticos de las logias masónicas entre 1821-1828. Ibid., pp. 230-231. Romeo Flores Caballero, op. cit., p. 115. 37 13 Ibid., p. 130. Humanidades La fracasada rebelión escocesa tuvo como consecuencia que la Ley de expulsión principiara a aplicarse, aunque lentamente y con muchas excepciones. Las consecuencias políticas, económicas y sociales comenzaron a sentirse. El Diario de Carlos María de Bustamante señala que a principios de 1828 muchos españoles salían de la capital. De abril a junio la firme determinación de Tornel, en el sentido de presionar su salida, imitada por varios gobernadores antiespañoles, obligó a los peninsulares a buscar los medios para permanecer en México y salvar sus bienes. El matrimonio con una mexicana parecía ser la solución para muchos de ellos. La estadística presentada por Sims sobre la aplicación de la Ley de expulsión a fines de 1828 con base en el resumen de los informes de los gobiernos federal y estatales, es muy ilustrativa sobre la realidad ocurrrida: De un total de 6,610 españoles las expulsiones ordenadas fueron 1,779; las excepciones concedidas fueron 4,555; los casos ignorados o pendientes, 276. En otra estadística sobre el informe final del Ministerio de Relaciones al Congreso sobre la primera expulsión general de españoles fue: expulsados, afectados por la ley: 420; expulsados, con las facultades otorgadas por el artículo 9: 352; exceptuados por los gobiernos estatales: 1,454; exceptuados por el gobierno federal: 523.35 Flores Caballero anota que analizados con las reservas con que se deben considerar los informes oficiales, en especial durante esa época, las cifras reflejan que uno de cada tres españoles estuvo comprendido en la expulsión, sin que eso significara necesariamente que salieran del país.36 Flores Caballero subraya que en relación con las repercusiones sociales y económicas de la expulsión, los historiadores están de acuerdo en que fue injusta, atroz, innecesaria y absurda. Que el país sufrió “gravísimos daños”, “consecuencias económicas fuertísimas”, “faltaron casi todos los capitales”, “las bancarrotas se sucedieron, los capitales desaparecieron” y “los comerciantes espa- El doctor Mora escribió: tados y la necesidad imperiosa en que los pusieron de reconocerlos por centro único y exclusivo de la actividad política. Los estados y los poderes supremos, el clero y la milicia fueron todos más o menos sometidos a la acción e influencias de uno u otro de estos partidos.38 Cuando los Estados empezaron a organizar sus poderes constitucionales encontraban al paso una multitud de puntos en cuyo arreglo tropezaban sin cesar con las pretensiones del clero y de la milicia; las legislaturas expedían sus leyes, pero las clases privilegiadas se dispensaban de cumplirlas, eludiéndolas unas veces y otras representando contra ellas a los poderes supremos; en aquella época la resistencia que se oponía a los Estados procedía casi exclusivamente del clero, los militares se habrían entonces avergonzado de hacer causa común con el sacerdocio, y aunque éste obtenía algunas decisiones favorables de los poderes supremos, las más de ellas le eran adversas. Una lucha prolongada entre fuerzas políticas que se hallan en conflicto natural por su origen y por la oposición de sus tendencias no puede mantenerse indefinidamente; ella ha de terminar más tarde o más temprano por la destrucción de una o de otra. La constitución, pues, que había creado una de estas fuerzas y querido mantener la otra, no podía quedar como estaba, y debía acabar por sufrir una reforma fundamental. Esta era la opinión general entre los hombres de Estado que, en aquella época, no abundaban, y tampoco se dudaba que la expresada reforma, supuesta la marcha de las cosas, debía ser en sentido del progreso. Sin embargo, ni los hombres de este partido ni los del retroceso tenían todavía un programa que abrazase medidas fijas y cardinales; la imprenta periódica tampoco lo presentaba; y el resultado de esta falta era que los que se filiaban por ambos lados no sabían fijamente a qué atenerse, y se encontraban frecuentemente discordes en el momento de obrar... este orden de cosas vino a turbarse por ocurrencias que desencajaron de sus cimientos el edificio social. Dos partidos extra constitucionales aparecieron sobre la escena pública a fines de 1826, con el designio de atraerlo todo a sí, desencajando de sus bases los centros de actividad (estados, clero y milicia) y el poder neutro moderador (gobierno supremo). Los escoceses y yorkinos, tales como aparecieron este año y siguieron obrando en adelante hasta la destrucción de ambos, tuvieron por primero y casi único objeto las personas, ocupándose poco o nada de las cosas; ellos trastornaron la marcha legal, porque de grado o por fuerza sometieron todos los poderes públicos a la acción en influencias de asociaciones desconocidas en las leyes; y anularon la federación por la violencia que hicieron a los es- En cuanto a los hechos, para 1825 a 1828, Mora escribió: Ya tenemos aquí un partido frente al otro, ocupados si no exclusiva a lo menos primariamente de las personas, y sacrificando a ellas el progreso de las cosas. La proscripción de los españoles, con todas sus perniciosas consecuencias; las violencias en los actos electorales; los pronunciamientos o rebeliones de la fuerza armada contra las leyes y las disposiciones de la autoridad constituyen la marcha o, mejor dicho, el desconcierto administrativo en los años de 1827 y 1828. De grado o por fuerza, las legislaturas y gobiernos de los estados, lo mismo que los poderes supremos, se vieron obligados a dedicar su atención a tales ocurrencias, y se hallaron más o menos sometidos a la influencia de estas pasiones desoladoras, puestos en acción por los yorkinos y escoceses.39 Hasta aquí los puntos de vista globalizadores sobre las logias, como partidos políticos en México. Si por otro lado examinamos la disquisición por demás interesante que hace Lorenzo de Zavala en dos de sus artículos publicados en Águila Mexicana, con fechas 19 y 21 de febrero de 1828, su visión sobre las sociedades secretas y sus males, coincide en varios puntos con Mora. Aquí, dada la brevedad del espacio, sólo transcribimos el párrafo con que termina: Hemos concluido por ahora de tratar esta materia de un modo que sin duda no ha de tener la aprobación de muchos ciudadanos, que desgraciadamente deben toda su subsistencia a las sociedades secretas, o las necesitan como a instrumentos para sus miras particulares. Nada nos importa su voto: José María Luis Mora, “De las diversas administraciones que la república mexicana ha tenido hasta 1837”, en Obras sueltas. Revista política. El Observador de la República Mexicana, México, Porrúa, 1963, pp. 6-7. 39 Ibid., p. 10. 38 14 Si remontamos hasta los siglos en que tuvieron su principio estas asociaciones, nos convenceremos de que su objeto primitivo fue el procurar a los hombres la libertad de comunicarse las ideas y opiniones que la intolerancia del gobierno o las preocupaciones vulgares les prohibían manifestar en público y a cara descubierta. Los misterios de Isis en Egipto y los de Eleusis en Grecia, que son los monumentos más antiguos que tenemos de semejantes asociaciones, convienen todos los escritores juiciosos que de ellos hablan, haberse establecido con el fin de propagar y hacer comunes en cuanto fuese posible ciertas verdades de metaf ísica y moral que no podían de luego y de golpe anunciarse a la multitud, sumida de muchos siglos atrás en errores los más groseros. Así es que se buscaban hombres de carácter inflexible y de una fortaleza probada que tuviesen bastante valor para sacudir el yugo de las preocupaciones en que habían sido educados; y para asegurarse de un modo inequívoco ser tales los candidatos o pretendientes, se les hacía pasar por pruebas terribles de que son un ridículo tremendo las de nuestro masones de hoy día. Se les exigía el secreto más profundo para cubrir con un velo impenetrable los medios de propagar estas ideas, que llegarían a ser frustáneos desde el momento en que se trasluciesen esas pequeñas ráfagas de luz. Como no hay cosa que más una a los hombres que la conformidad de sentimientos y opiniones, todos los que se habían iniciado en estos misterios se ligaron entre sí del modo más estrecho, y para reconocerse cuando llegaron a multiplicarse, adoptaron ciertos signos convencionales, conocidos solamente de los que profesaban los mismos principios... Lo único pues que ha podido justificar la existencia de semejantes asociaciones ha sido la falta de libertad y ellas han dejado de ser útiles desde el momento en que ésta se ha obtenido por un régimen regular... Entre nosotros ha pasado lo mismo, aunque no con el exceso que en España, pues siempre hemos sido más circunspectos; nadie duda que ciertas medidas violentas, como la de facultades extraordinarias y otras de ese género que, por desgracia han sido acordadas con alguna frecuencia, todas han sido efecto de las maniobras secretas de las logias... El origen inmediato de nuestras desgracias no ha sido otro por cierto que la contienda ruidosa de dirijimos nuestra débil voz a la masa de la nación. Reflexionen éstas en un momento de calma sobre cuanto hemos dicho; arroje una mirada sobre la conducta que han observado las sociedades secretas que han existido en su seno. Si ésta y sus resultados no son como hemos pintado, convenimos en que nos tenga por unos semipolíticos visionarios. Pero si no lo son, conozca que debe detestarlas, no dejando que se le alucine, haciéndole creer que las verdaderas causas de su felicidad consisten en quimera, que no pueden conducirla a otra cosa que a su ruina.40 Regresando a Mora, en su Discurso sobre las sociedades secretas, sus reflexiones finales no son tan radicales como las de Zavala: establecen el equilibrio entre los objetivos de éstas, la forma o medios de obtenerlos y deja sabios consejos a los dirigentes políticos, para el buen gobierno de cualquier Estado, en su acepción más amplia. Lorenzo de Zavala, Obras. El periodista (del Águila Mexicana), México, Porrúa, 1966, p. 155. 40 15 Humanidades De este Discurso entresacamos los siguientes párrafos para tratar de terminar con un mensaje más que optimista, en relación a nuestro tema: Michael P. Costeloe, La primera república federal de México (1824-1835), México, Fondo de Cultura Económica, 1975. Ricardo Chism, Una contribución a la historia masónica de México, México, Herbasa, 1993. José Joaquín Fernández de Lizardi, Folletos (18221824), México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1991 (Obras, xii). Romeo Flores Caballero, La contrarrevolución en la independencia, México, El Colegio de México, 1973. R. W. H. Hardy, Travels in the interior of Mexico in 1825, 1826, 1827 and 1828, Londres, 1829. José María Mateos, Historia de la masonería en México, México, s.e., 1884. José María Luis Mora, Obras sueltas. Revista Política. El Observador de la República Mexicana, México, Porrúa, 1963. Jaime E. Rodríguez O. (comp.), The independence of México and the creation of the New Nation, Los Ángeles, ucla, Latin American Center Publications, 1989. Justo Sierra, Evolución política del pueblo mexicano, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1977 (Obras Completas, xii). Harold Sims, La expulsión de los españoles de México (1821-1828), México, Fondo de Cultura Económica, 1974. Ruth Solís Ricarte, Sociedades secretas en el primer gobierno republicano (1824-1828) (según el Diario Histórico de Carlos María de Bustamante), México, asbe, 1997. H. G. Ward, Mexico in 1827, 2 vols., Londres, 1828. Luis J. Zalce y Rodríguez, Apuntes para la historia de la masonería en México, México, Panamericana, 1950. Lorenzo de Zavala, Obras. El periodista (del Águila Mexicana), México, Porrúa, 1966. _________, Ensayo histórico de las revoluciones de México. Desde 1808 hasta 1830, t. i, México, Porrúa, 1969. dos de estas asociaciones, que han luchado hasta el último aliento por la posesión del poder; a nadie le ha sido permitido por mucho tiempo quedar neutral ni condenar, como era justo, los excesos de ambas facciones; de grado o por fuerza ha tenido que inscribirse en alguno de los dos, convertirse en instrumento de iniquidad cuando el triunfo era favorable a la asociación a que pertenecía, y sufrir todo el peso de la desgracia cuando la fortuna le volteaba las espaldas; los pocos que tuvieron bastante valor para quedar en el medio han sido víctima de la persecución de ambas; pero aunque tarde han logrado por fin hacer escuchar la voz de la nación, y llamar en apoyo de la libertad pública a los que, cansados de sufrir y hacer maldades, desertaban de ambos lados a impulso de los remordimientos de una conciencia delincuente. Ya podemos asegurar que ha empezado el reinado de la justicia; sin embargo, ciertos hábitos contraídos por el modo de proceder que establecieron las sociedades secretas en los negocios públicos han dejado vestigios muy profundos que, no sin grandes dificultades, pero que a fuerza de constancia lograremos borrar; el empeño de anticipar las resoluciones del gobierno a la opinión pública y el temor de combatir por la imprenta los errores y preocupaciones populares, son cosas que nos quedan todavía de la masonería, y de los cuales aún no podemos desprendernos; es, sin embargo, absolutamente preciso proceder de modo inverso; es decir, no anticipar las reformas a la opinión, pero preparar ésta por medio de la libertad de combatir por la prensa todo género de errores. De esta manera nada dejará de hacerse, pero todo se hará en tiempo y en sazón; las reformas tendrán un apoyo sólido en el convencimiento del público, no contarán con enemigos y todos se convertirán en sus apoyos; es verdad que serán más lentas, pero a las naciones no les corre prisa, y lo que les importa sobre todo es que la tranquilidad pública no esté expuesta a alterarse por cada ley nueva que se dictare; el tiempo y la discusión tienen un poder irresistible, incapaz de ser compensado por las medidas violentas; todo debemos esperarlo del primero y nada de las segundas.41 Héctor Díaz Zermeño es profesor de tiempo completo en el área de México siglo xix; director del Seminario de Genealogía y Prácticas Educativas de la División de Posgrado de la Facultad de Filosof ía y Letras. pride D e integrante del sni, nivel 1. Ha publicado ocho antologías sobre México en el siglo xix y diez libros sobre la misma época, con diferentes líneas de investigación. Bibliografía Lucas Alamán, Historia de México, vol. v, México, Jus, 1969. 41 José María Luis Mora, op. cit., pp. 640-646. 16