La llama encendida

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La llama encendida
Catequistas y Evangelizadores / Misión de Catequista
Por: Pbro. José Luis Quijano | Fuente: ISCA.org
Diálogo de catequistas
Dialogar nos hace bien. Implica la apertura de dar y de recibir, el silencio que sabe estar a la escucha y la palabra que brota de ese
silencio reflexivo. Yo, que me siento bendecido con la vocación de catequista, hoy escribo estas simples líneas para dialogar con
ustedes, catequistas queridos por Dios.
A veces, Él me concede la gracia de poder encontrarlos, estrecharles la mano y continuar este diálogo que se gesta con palabras
escritas. Otras veces, recibo sus voces a través de Internet: en los mails y en los foros. Muchas otras veces, ustedes participan del
diálogo con el testimonio que dan, y con sus opciones convertidas en vida entregada.
Catequistas que dialogamos. Eso somos. Y dialogar nos hace bien porque nos ayuda a abrir el corazón que se ensancha con la voz del
hermano que nos ofrece un buen deseo, un consejo, una historia, un simple cuento para compartir en nuestros encuentros de
catequesis.
El hablar crea comunidad; por la palabra recibimos y compartimos. Sin lenguaje, el mundo interior nos oprimiría. La verdadera palabra
libera. Pero debe ser verdadera y estar en relación vital con el silencio1.
Hombres y mujeres bendecidos y queridos por Dios
A veces, caemos en la tentación de creer que la historia comienza con nosotros. Tenemos la pueril sensación de un pasado que no
existió o que no dio frutos o que perdió toda vigencia. La búsqueda de lo inédito, a la cual tantas veces nos hemos convocado unos a
otros, y una cierta urgencia por responder a los desafíos de este tiempo nos lleva, a veces, a olvidar el pasado y a olvidar, por lo tanto, a
esos hombres y mujeres queridos y bendecidos por Dios que hicieron tanto por la catequesis.
La valentía de la reflexión de quienes lideraron y vivieron la renovación catequística hace más de cincuenta años. El entusiasmo y la
apertura ante las ideas renovadoras del Concilio; la paciencia y el tesón que los mantenía alertas en la construcción de una nueva
catequesis; el respeto y la escucha ante la renovación de la teología y de la liturgia; la perseverancia y la decisión para fundar los
seminarios catequísticos que se fueron expandiendo por el país. Un verdadero tiempo de primavera en el que trabajaron muchos
catequistas que hoy vienen a la memoria de nuestro corazón.
El trabajo artesanal y silencioso que recogió las voces de los catequistas durante el Congreso de 1987, cuando la tecnología todavía no
facilitaba estos emprendimientos; la lucidez de aquellos hombres y mujeres que floreció en el documento Juntos para una
Evangelización Permanente, que todavía conserva fuerza y vigencia; la cantidad inmensa de catequistas que palpitaron antes del
Congreso en los trabajos previos en sus comunidades y, después, en el testimonio grandioso de tantos catequistas reunidos en Rosario.
La entrega de siempre de tantos hombres y mujeres bendecidos y queridos por Dios. Queremos honrar a esos catequistas de ayer
porque ellos honraron su vida y su vocación a través de la misión.
Mantener la llama encendida
Algunos ya no están, otros nos siguen acompañando, como verdaderos vigías, y su vida sigue siendo una llama encendida en medio de
este tiempo complejo y desafiante. A nosotros, que oímos sus historias, que leímos y usamos sus libros, que los respetamos y, tal vez,
hasta los admiramos; a nosotros nos toca hoy mantener la llama encendida de una catequesis que no sólo se vive, sino que también se
piensa.
Nos compete ser testigos y herederos de sus virtudes. Para que, cuando pensemos en la identidad del catequista, no nos mantengamos
en teorizaciones con un cierto tono de ideal inalcanzable. Los catequistas de nuestra historia fueron y son hombres y mujeres de carne y
hueso que nos regalan el buen ejemplo de sus virtudes.
Expectantes ante las conclusiones del III CCN, miramos la historia y nos lanzamos al futuro con la esperanza del día que amanece. Se
trata simplemente de tomar la antorcha y de mantener la llama encendida. No es verdad que el tiempo pasado fue más fácil, tuvo otros
desafíos y otras complejidades. Esos hombres y mujeres bendecidos y queridos por Dios fueron verdaderos luchadores. Algunos de
ellos, en todo el mundo, todavía hoy entregan el tesoro de su pensamiento catequético y nosotros aprendemos y nos enriquecemos con
lo que ellos nos dan.
Es verdad que estamos en un cambio de época y que hay una crisis poderosa en la transmisión de la fe, pero sabemos, “en nuestro
corazón, que no es lo mismo la vida sin Jesús”2 y esto “nos ayuda y nos da esperanza”3. “Estamos llamados a ofrecer a los demás el
testimonio explícito del amor salvífico del Señor que, más allá de nuestras imperfecciones, nos ofrece su cercanía, su Palabra, su fuerza
y le da un sentido a nuestra vida”.4
Cuando la siembra parece ser estéril; cuando la semilla parece dormir en el silencio oscuro de la tierra; cuando el cansancio nos agobia;
cuando, ante la indiferencia, nos sentimos con las manos vacías; ¡qué bueno es recordar que Dios está de nuestra parte! La luz brilla
siempre en las tinieblas y las vence. La sociedad en la que vivimos puede parecerse, en parte, a un escenario oscuro y pródigo en
confusiones. Pero Dios no sólo está atento. Está presente y obrante. La luz inspiradora de los catequistas de ayer nos impulsa a ser
testigos de la luz, testigos de Dios en el mundo.
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