La fidelidad del Señor dura por siempre

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“La fidelidad del Señor dura por siempre”
Ambientación
Comenzábamos el mes de febrero con la celebración de la
Presentación de Jesús en el Templo, fiesta que la Iglesia vincula a la
vida consagrada y que se hace especialmente significativa para la
Compañía de las Hijas de la Caridad, por la presentación de la
petición de renovación de nuestros votos al Superior General.
Este acontecimiento es una llamada a vivir en fidelidad nuestra
vocación, a ser auténticas Hijas de la Caridad, siervas de los pobres,
signos creíbles del amor de Dios entre los que nos rodean. En
nuestra oración de esta tarde vamos a recordar esta celebración
dejando que nos hable de Dios, de su voluntad para cada una de
nosotras, de su cuidado providente, de su fidelidad que nos
sostiene. Así se transformará nuestra “historia de cada día” en
verdadera “historia de salvación”
Iluminadas por la Palabra
“Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre
justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu
Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo:
que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado
por el Espíritu fue al templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus
padres (para cumplir con él lo previsto por la ley) Simeón lo tomó en
brazos diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar que tu siervo se
vaya en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has
presentado a todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones y
gloria de tu pueblo, Israel.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.
Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años
casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del
templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del
niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel”
(Lc 2, 25 – 32. 36 - 38)
Es la experiencia de Simeón: “El Señor cumple sus promesas. Mis
ojos han visto al salvador”. Y la experiencia de Ana: este encuentro
con Jesús la impulsa a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos.
Como Hijas de la Caridad, movidas por el Espíritu Santo, cada día nos
acercamos al “templo de los pobres”. Allí experimentamos, como
Simeón, que Dios es fiel y cumple sus promesas porque nuestros
ojos ven al Salvador y le reconocen como la luz de las naciones. Y
como Ana nos sentimos urgidas a hablar de él a todos con un
corazón agradecido.
(Breve tiempo de silencio y oración)
Oramos juntas con el salmo 116
Antífona cantada: “Alabemos al Señor, porque su amor no tiene fin.
Alabemos al Señor, del uno al otro confín”
Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
Antífona cantada: “Alabemos al Señor, porque su amor no tiene fin.
Alabemos al Señor, del uno al otro confín”
Ser signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo
En la carta apostólica Porta Fidei, el Papa invita a los consagrados a
ser signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. San
Vicente nos ayuda a concretar cómo podemos ser un signo claro de
esa presencia
«Junto a vuestro principal empleo, después del amor de Dios y del
deseo de haceros agradables a su divina Majestad, tiene que ser
servir a los pobres enfermos con mucha dulzura y cordialidad, compadeciéndoos de su mal y escuchando sus pequeñas quejas, como
tiene que hacerlo una buena madre; porque ellos os miran como a
sus madres nutricias y como a personas enviadas por Dios para
asistirles. Por eso, estáis destinadas a representar la bondad de Dios
delante de esos pobres enfermos. Pues bien, como esta bondad se
comporta con los afligidos de una forma dulce y caritativa, también
vosotras tenéis que tratar a los pobres enfermos como os enseña esa
misma bondad, esto es, con dulzura, con compasión y con amor:
pues ellos son vuestros amos, y también los míos… Los pobres son
nuestros amos y señores.
Así pues, esto es lo que os obliga a servirles con respeto, como a
vuestros amos, y con devoción, porque representan para vosotras a
la persona de Nuestro Señor, que ha dicho “Lo que hagáis al más
pequeño de los míos, lo consideraré como hecho a mí mismo”….
Según eso, no sólo hay que tener mucho cuidado en alejar de sí la
dureza y la impaciencia, sino además afanarse en servir con
cordialidad y con gran dulzura, incluso a los más enfadosos y sin
olvidarse de decirles alguna buena palabra»
(Conferencia del 11 de nov. de 1657. IX, 915-916)
Damos gracias por las hermanas que nos han precedido como signos
de la presencia de Dios entre los pobres y pedimos al Señor que siga
llamando jóvenes a su servicio en la Compañía.
(Tiempo de silencio y oración)
Podemos compartir nuestra oración en forma de petición o acción
de gracias.
Cada dos intervenciones cantamos: “Te amo mi Señor te amo,
gracias te doy por sentir que te amo”
Terminamos nuestra oración haciendo nuestras las palabras de San
Vicente:
“Nos has llamado por pura misericordia, Señor. Que nos
conserve tu infinita bondad. Por nuestra parte, mediante tu santa
gracia, contribuiremos con todo nuestro esfuerzo a rendirte todos
los servicios y toda la fidelidad que esperas de nosotras. Danos la
gracia de perseverar hasta la muerte”.
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