La doctrina estatutaria en el Fuero Nuevo de Navarra. Durán

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RAMON DURAN RIVACOBA
Catedrático de Derecho civil
Universidad de Oviedo
LA DOCTRINA ESTATUTARIA
EN EL FUERO NUEVO
DE NAVARRA
"Lo más sustancioso del Derecho civil de Navarra, las instifucionesjamiliares y suceso­
rias, en trance de readaptación útil y armoniosa a las nuevas realidades sociales ~fal11ilia
nuclear, concentración urbana-, como siempre lo han venido haciendo en la historia, pue­
den quedar trawnada mediante el choque con algunos principios políticos" (FRANCISCO
DE AS/S SANCHO REBULLIDA).
SUMARIO
l. INTRODUCCION.
11. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION: LA DOCTRINA ESTATUTARIA EN
LOS CONFLICTOS INTERREGIONALES.
111. LA RELEVANCIA DE LOS ESTATUTOS EN EL FUERO NUEVO:
1. Estatuto personal. Algunos aspectos de las diferencias de régimen comlÍn y foral
navarro en la materia.
2. Estatuto formal:
a. Significación del fenómeno.
b. El artículo 11 del Código civil.
c. Aplicación extralimitada de dicha doctrina: la Resolución de 10 de noviembre
de 1926.
d. El problema de la forma de los testamentos en Navarra.
3. Problemas relativos al estatuto real y su solución en el artículo 10 del Código civíl:
a. Determinación del conflicto entre sujetos de idéntica vecindad civil.
b. La rescisión por lesión y su ámbito en los distintos Derechos forales.
c. La prescripción.
d. Régimen de distintos derechos reales: La enfiteusis catalana, el retracto genti­
licio y el pacto comisorio en las garantías reales.
e. Circunstancias extrañas al estatuto real: la troncalidad y el régimen econÓmi·
co de ma,trimonio.
IV. ¿CONFLICTO DE LEYES O CONFLICTO DE REGIMEN'?
V. CONSIDERACIONES FINALES: LA COMPETENCIA JUDICIAL.
LA DOCTRINA...
RAMÓN DURÁN RIVACOBA
1. INTRODUCCION*
Constituye para mí la elogiosa iniciativa de la Revista Jurídica de Navarra de rendir
homenaje a D. Francisco de Asís Sancho Rebullida, una ocasión inapreciable de dar el
merecido tributo a la justicia sobre su persona.
No considero que sea ésta la ocasión de personalizar en demasía mis profundos y
constantes lazos de unión con Don Francisco, si bien las circunstancias no facilitaron el
hecho, puesto que no tuve la suerte de disfrutarle como docente durante la carrera -que yo
cursé por completo en la Universidad de Deusto, bajo los auspicios de mi buen amigo D.
Ricardo de Angel-; tampoco pude gozar de su maestría en el doctorado, que me dirigió D.
Amadeo de Fuenmayor, aunque su inestimable ayuda siempre quedó a mi alcance; además,
los iniciales pasos en las andanzas universitarias -que todavía perduran- estuvieron guiadas
por el acettado criterio y ayuda generosa de D. Luis Arechederra; y, por último, mi primera
ayudantía se adscribió al equipo docente de D. José Antonio Doral, todos ellos Catedráticos
de Derecho civil. Así pues, no fui su alumno, tampoco me cuento entre sus discípulos aca­
démicos, y ni tan siquiera colaboro especialmente con él en los derroteros investigadores
que desanollo, con la excepción de la materia foral navalTa.
Ahora bien, describir así el panorama daría lIna imagen completamente incierta de la
realidad, porque desde que -de manera no aleatoria, estoy seguro- tuve la enonne suerte de
conocerle, no hl.l dejado de influir poderosamente no sólo en mi profesión, sino en mi vida,
Como bibliografía básica sobre la cuestión puede consultarse con cadCler general: AA VV, en <,Revista Jurí­
dica de Castilla la Mancha", número monográfico dedicado a las Leyes de 15 de octubre y 17 de diciembre de
1990, 1991, ALBALADEJO CARClA, Derecho CiVIl, 1, 1, Barcelona, 1991. ALEGRíA BORRAS, No discriminación por
razón de sexo: Derecho in/emocional privado, en «Anuario de Derecho Civil». I. 1991, 233; Comen.larlo al ar/í­
cl/lo 9.8" del Código civil, en «Comentario al Código Civi)", J, Madrid, 1991, pp. 95 y ss. AMORES CONRADI,
ComentClrio al ar/feulo 9. 2" del Código civil, en «Comentario al Có<hgo Civil». J. Madrid, 1991. pp. 79 y ss. ARE­
CHEDERRA ARANZADI. Los sislemas legilimarjoJ anle el derecha iJ1lerregional. en «Revista de Derecho Privado".
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Estalu/os de las COlJ1.unidade.~ Autónomas. cn «Rcvista Jurídica de Cataluña», 1981. pp. 91 y SS.; Com.e/1/ario al
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blemas de adop/oción en el derecho In/emocional privado e i/l/erregional, Madrid, 1977. CALVO CARA VACA.
Ef'!"To~ dell1larrimonio sobre vecindad civil de la mujer. Alguna.l· consideracirmes sohre una recieme proposición
de ley, en «Revista Española de Derecho Internacional». 1980, pp. J51 y ss. COCA PAYERAS, Vecindad admini.¡¡ra­
flva y "ec!nd.ad civil. Génesis de un concepTO legal. en «Revista Jurídica de Cataluña». 198J, p. 134 y ss. DI'. CAS­
TRO YBRAVO, Derecho CM.! de Espaiio. JI. Madrid, 1952. DE PABLO, Curso de Derecho civil navarro, 1,1990, PI'­
297 Y S.I'. Dél.GADO ECHEVARRíA, Comentario al (lY/icl/lo 16 del Código civil. en "Comentario al Código Civil». l.
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rér¡imen de la veci/ldad civil y los conflic/os imerregiO/ll1le.l. Madrid. 1992. FERNÁNDEZ ROZAS, Nacimwlidad.
vecindad civil y vecindad adminü/raliva: COllsider(u:ú.mes sohr" el desarrollo cons/ilucional, en «Revista Españo­
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cito Civil. 1,2, Barcelona, 1992 (en esta última edición a cargo de DELGADO ECl-IEVEllRiA). LIRIA LAFARGA. Ponen­
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m.ctleria de regímenes y sucesiones, en «Estudios de Derecho Notaria),>, TI, Madrid, 1965. pp. 620 y ss.
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por vía de constante aprendizaje acerca de lo que más importa... , que no es, naturalmente, 10
rel<ltivo a la ciencia del Derecho civil.
Suelo afirmar, con el corazón en la mano, que yo quiero a D. Francisco como a un padre
-no como a mi padre, pues eso es simplemente imposible-, y que de su ejemplo he recibido una
riqueza sin pa.r. Esto no quiere decir que no haya discrepado con él en distintas ocasiones a lo
largo de nuestra convivencia académica.: en efecto, a veces he manifestado mi frontal oposición
a concretas medidas por él impulsadas o incluso a líneas completas de política universitaria que
yo juzgué -acaso sin razón, pero del todo convencido-, equivocadas. Sin embargo, siempre ha
quedado como fruto final de la discrepancia mantenida -por otra parte sana y pacífica- el respe­
to a la libertad y el aprendizaje de su mansedumbre, máxime cuando la distancia intelectual,
moral y en la experiencia de gobielllo resulta entre ambos un auténtico abismo.
Tengo la certeza de que pocas veces han podido coincidir caracteres tan opuestos
como el suyo y el mío -aunque la diferencia siempre arrojase un resultado en su beneficio-,
mas la relación se ha hecho en todo momento no sólo posible, sino fructuosa. Las lecciones
de humanidad y hombría de bien que me ha dispensado Ilenatian en forma de anécdotas,
historias o sucedidos muchas páginas, pero quiero saborearlos en el silencio, a ]0 sumo si
por cuanto le conozco él igualmente lo prefiere así.
En estos tiempos en que los homenajes menudean de forma preocupante -se viene
produciendo un relevo generacional en nuestra disciplina de proporciones gigantescas-,
pocos considero tan merecidos como el presente, aunque, de seguro, no será el último que
Don Francisco padezca,' y empleo el término completamente a propósito hablando de
alguien que siempre quiso pasar in aceufto, aunque su fracaso en este punto ha sido estrepi­
toso, porque la virtud luce con fuerza propia.
11. PLANTEAMIENTO DE LA CUESTION: LA DOCTRINA ESTATUTARIA EN
LOS CONFLICTOS INTERREGIONALES
Habida cuenta que los impulsores del Homenaje desearon ver reflejados en los estu­
dios un talante foral-, en armonía con el vigésimo aniversario de la Compilación del Derecho
civil foral o Fuero Nuevo de Navarra', la naturaleza de la Revista que nos publica, y la indu­
dable afición que D. Francisco Sancho Rebullida siempre mostró por el Derecho foral-, he
creído lo más oportuno hacer un análisis conjunto de los estatutos y su relevancia jurídica en
el Fuero Nuevo de Navarra, con arreglo a lo dispuesto en la ley 10: «en lo no previsto en la
presente Compilación, la determinación y efectos de los estatutos personal, real y formal se
regirán por las disposiciones del Código civil y conforme al principio de reciprocidad».
Esta norma, con la que se termina el primer Título -relativo a las fuentes del Dere­
cho navarro-, dentro del Libro Preliminar del Fuero Nuevo, pretende añadir el cierre al sis­
tema de conflictos de leyes interregionales con una remisión amplia, pero bajo los auspicios
de la reciprocidad, a las disposiciones del Código civil en este punto.
Como es sabido, la coexistencia dentro de una misma unidad soberana de múltiples
regímenes jUiÍdico-privados, trae consigo la necesaria coordinación para resolver las dispa­
ridades normativas que registran Jos distintos sistemas legales a un tiempo vigentes. Resulta
notorio que las relaciones jurídicas entabladas por los nacionales sujetos a órdenes antagó­
nicos han de conseguir una solución única y segura; de tal suerte, se hacen imprescindibles
1. No quisiera desaprovechar la ocasión que se me brinda para rendir también tesÜmonio de sincera grmitud al
grupo de juristas que mediante su prolongado e Intenso esfuerzo, de manera completamente desinteresada, hicie·
ron posible que contemos con una obra legislativa de primer orden en la Comunidad Foral, máxime cuando no
fueron la mayoría de los autores navarros de origen, si bien demostraron un firme amor a su rierra dc adopción.
Por distinms circunstancias, he tenido la oportunidad de aprender al lado de algunos de sus más genuinos represen­
tantes -D. JUAN GARCiA GRANERO. O. JAVIER NAGORE Y ÁRNOZ, D. JasE: ARREGUt GIL, O. ALVARO O'ORS PEREZ­
PEIX. yel propio O. FRANCISCO SANCHO RBUULLlDA- tantas cosas, entre otras a conocer y esrimar el Derecho foral
navarro.
LA DOCTRINA. ..
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RAMÓN DURÁN RIVACOBA
un conjunto de reglas que determinen, al estilo de las llamadas de conflicto, unas pautas
para conocer con arreglo a qué principios se rige cada situación.
A este fenómeno de concurrencia de distintas normas civiles aplicables merced a la
condición personal de los sujetos intervinientes y con idéntica ciudadanía estatal, se deno­
mina conflicto interregional. El problema obtiene su regulación en un más que discutible
paralelo con el conflicto de Derecho internacional privado, que se produce como conse­
cuencia del encuentro de varias legislaciones pertenecienres a la distinta nacionalidad de los
implicados, en una relación jurídicil que debe recibir solución uniforme'.
Con arreglo a los puntos de conexión, que fijan la ley aplicable al caso con indepen­
dencia de su contenido, se habla de los estatutos personal, real y formal. En cuanto al primero,
se guía por la ley de los implicados, y a tenor de reiterada jurisprudencia «la ley personal de
cada individuo es la del país a que pertenece, la cual le sigue a donde quiera que se traslade,
regulando sus derechos personales, su capacidad para trasmitir por testamento y abintestato, y
el régimen de su matrimonio y familia» (Sentencia de 27 de noviembre de 1868; y cfr. Reso­
lución de 3 de julio de 1976 y Sentencia de 23 de diciembre de 1992).
El estatuto real persigue definir la incertidumbre con arreglo a la ley de los objetos
de la relación; en este sentido, antiguas sentencias ponen de relieve «la doctrina contenida
en la ley 15, título 14, Partida 3", Real decreto de 17 de noviembre de 1852, artículo 32;
jurisprudencia de este Tribunal Supremo de 23 de octubre de J 873, 2 I de enero y 8 de junio
de 1874; Código civil, artículos 10 y 1325, Y regla fija de Derecho internacional, según la
que los inmuebles están sujetos por el Estatuto Real a la ley de su situación, o sea del país
en que radican» (Sentencia de 28 de enero de 1896).
Respecto al estatuto formal, rige los principios de documentación del acto. Con ello
se abarcan ladas las posibilidades que pueda ofrecer un vínculo j urídíco: sujetos. objelo y
forma-'­
Mientras los intervinientes sean de distinta ley personal, el objeto tenga una localiza­
ción regida por un ordenamiento distinto del propio de los otorgantes, o el lugar de la cele­
bración exija una forma específica para el acto, existen conflictos a ser resueltos por normas
especiales, con el propósito d~ definir cada uno de los estatutos.
Cuando el problema se suscita en el orden intemacional. las normas de conflicto bus­
can establecer pautas más fiables que justas respecto a sus consecuencias, pues opera el alea­
torio dato de la regulación que dé al concreto asunto planteado el Derecho aplicable a causa
de su señalamiento como punto de conexión por aquell~ reglas. Sin embargo, distinto debería
ser el clÍtelio si ambos partícipes son de idéntica nacionalidad, pues aquí sí existen previsio­
nes que pueden hacer el destino legal de un acto menos sorprendente, cuestión inevitable, de
atril parte, para el primer supuesto, por lo impredecible del resultado.
Es por eso este género una disposición del todo comÍln en lils distintas Compilacio­
nes -v. gr., «los efectos de los estatutos personal, real y formal en Cataluña para los catala­
nes, así como la condición de tales en relación con los demás territolÍos y personas de dife­
rente legislación civil, se regirán por las normas establecidas en el Título Preliminar del
Código civil y disposiciones concordantes» (art. 3 Comp. Cataluña)-, acaso con la especifi­
cidad navarra de requerir una reciprocidad cuya única explicación encuentro en las cautelas
que para los foralislas planteafl las remisiones normativas al Código civil.
En consecuencia, de forma ordenada procedo al estudio de cada uno de los estatutos
y su distinta eficacia en el Derecho foral navarro y su Compilación.
2. En general la doctrina se mneslra en este pumo conforme: Cfr. ARECHEDERRA ARANZADI. Los sistelllllS legi­
timarios ante el derecho iJlterregional, en "Revista de Derecho Privado". 1976, pp. 50:\ y "s.: y Comentario a los
articulos 9. ¡¡o Y 16 del Código civil en "Comentarios a las reformas del Código civil por Leyes de 15 de octubre
de 1990. 17 de diciembre e 1990.7 de enero de 1991 y 20 de diciembre 1991", Madrid (en prensa): PECOURT GAR­
dA. Cmnentario a la Sentencia dl~ 14 dI' diciembre de 1967. en «Revista Española de Derecho [nternaciona1>"
1968, pp. 806 y ss: y DELGADO ECHEVERRiA, Comentario "lartíeul" 16 del Código óvil, en «Comenl<lrio al C6di­
go Civi1>,. 1, Madrid, 1991. pp. 166 Yss.
3. Acerca del concepto «estatuto" en Derecho internacional privado. dr. PÉtlEZ VERA. Derech.o In./ernacional
Privado. Madrid. 1990. p. 19 Yss.; Ysu controversia con AGUIlAR. Derech.o ci~illnternacional, Madrid. 1975. p.
:i5, tesis del último, que considero para el presente caso más apropiada.
_.
11I. LA RELEVANCIA DE LOS ESTATUTOS EN EL FUERO NUEVO
1.- Estatuto personal. Algúnos aspectos de las diferencias de
régimen común y foral navarro en la materia
El artículo 9 del Código civil en su redacción originaria establecía que «las leyes
relativas a los derechos y deberes de farni I ia, o al estado, condición y capacidad de las per­
sonas, obligan a los españoles, aunque residan en el extranjero».
Con ello se daba cumplimiento a Jos mandatos recogidos en la Ley de Bases para la
redacción del Código civil, a cuyo tenor «el t(tulo preliminar del Código, en cuanto esta­
blezca los efectos de las leyes y de los estatutos y las reglas generales para su aplicación
será obligatorio para todas las provincias del Reino» (artículo So de la Ley de 11 de mayo
de (888), «para facilitar el enlace y aplicación del nuevo Código y de las legislaciones fora­
les. en cuanto a las personas y bienes de los españoles en sus relaciones y cambios de resi­
dencia o vecindad en provincias de derecho diverso, inspirándose hasta donde sea conve­
niente en el principio y doctrina de la personalidad de los estatutos» (Base 2" de la citada
Ley).
La preponderancia del estatuto personal. por consiguiente, tornaba cuerpo a lo largo
de la regulación, que merecería un profundo cambio en la reforma del Título Preliminar del
Código civil de 1974, y otro más atenuado en la Ley de 15 de octubre de 1990, de cuyo
comentario me ocupo de seguido.
Con arreglo a lo dispuesto en el articulo 9 del Código civil, el estatuto personal se
define según la ley de la persona, lo que para el supuesto que me ocupa significa la vecin­
dad civil, atendiendo a los términos del artículo 14.1 del mismo Cuerpo legal: <<la sujeción
al Derecho civil común o al especial o foral se determina por la vecindad civil>,: dicha ley
«regirá la capacidad y el estado civil, los derechos y deberes de familia y la sucesión por
causa de muerte», a lo que añade, anafogo modo con la sucesión mortis causa, las donacio­
nes el artículo 10.7 del Código civil, pues a su tenor, «se regirán en todo caso, por la ley
nacional del donante»'.
En cuanto a la vigencia de cada estatuto en el caso ele los conflictos interregiona­
les. se ocupa por extenso el Código civil de señalarlo, y ha sido motivo de cuidada
observación en otro lugar s. Asimismo, el propio fuero Nuevo pone de manifiesto en
determinadas leyes el alcance del estatuto personal, en armonía completa con cuanto
dispone al efecto el Derecho común; de suerte que, a tenor de la ley 148, <<las donacio­
nes y actos de disposición mortis causa otorgados por disponentes de condición foral se
regirán por la presente Compilación. Sin embargo, para la sucesión se ordene conforme
a esta Compilación se requerirá la condición foral del causante al momento de su falleci­
miento, sin perjuicio de la validez de los actos en cuanto a su forma según el Derecho a
que se hallaren sometidos al tiempo de su celebración».
Pongo aquí de relieve la disposición transcrita, porque de <.llguna manera entronca
con el tratamiento de los distintos estatutos. En primer término, alude a la ley personal
como determinadora de las normas aplicables a las trasmisiones murtis causa, pero habida
cuenta que la ley de su otorgamiento puede diferir de la de su eficacia por causas atribuibles
al conflicto móvil, a su vez asegura que la última ley del causante regule la sucesión cuando
tenga ésta que desarrollarse; mas. en todo caso, garantiza que las solemnidades de tanta
trascendencia en la materia, sigan las pautas del estatuto formal en la época de su otorga­
miento. disciplina de la que me ocupo en adelante.
4. El hecho constituye un síntoma nuevo del paralelismo entre las liberalidades, que tiene algunos vestigios en
el Código civil. como el artículo 609, entre otros: y que para la Compilación navarra más diáfanamenle se induce
de In ley 14R.
5. efr. mi análisis en Comen/arios a las leyes ¡ I y siguienres de la Compilación: Fuero Nuevo de Navarra. en
"Comen/arios al Código civil v Compilaciones Forales". XXXV -2. Madrid. 1993. pp. I Yss.
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Además, el hecho subrayado trae consigo que ciertas innovaciones legislativas intro­
ducidas ex ley de 15 de octubre de 1990, sobre reforma del Código civil por el principio de
igualdad jurídica de sexos, resulten inoperantes para las instituciones navarras. Me refiero
al tema -que abordo con la debida extensión aparte"- sobre la garantía del usufructo de fide­
lidad que contempla la Compilación en sus leyes 253 y siguientes a «favor del cónyuge
sobreviviente cuando el premuerto tuviera condición foral de navarro al tiempo de su falle­
cimiento».
Ello contrasta de manera frontal con las expresiones del nuevo inciso in fine del artí­
culo 9.8 del Código civil: «los derechos que por ministerio de la ley se atribuyan al cónyuge
supérstite, se regirán por la misma ley que regule los efectos del matrimonio, a salvo siem­
pre las legítimas de los descendientes». Juzgo la dicotomía expuesta como un craso error de
la disposición común, pensada sin duda para el usufructo de viudedad aragonés y su pro­
yección en el derecho expectante, de tan confusos caracteres, aunque guarde una estrecha
dependencia con la órbita del régimen económico matrimonial definido en aquélla Compi­
lación, pero, a fin de cuentas, irrelevante con alcance general para casos como el navarro.
Señalar para poner término al epígrafe presente que con arreglo al segundo párrafo
de la ley 16 del Fuero Nuevo se resuelve lo relativo al conflicto móvil en la esfera interre­
gional. Este precepto es de una enorme valía, tanto por su contenido -«Los actos celebrados
por personas de condición foral no perderán su validez por quedar éstas sometidas poste­
riormente a otro Derecho, pero los efectos de esos actos deberán acomodarse a las exigen­
cias del nuevo Derecho. Asimismo, los actos celebrados por quienes con posterioridad a su
otorgamiento adquieran la condición foral deberán producir sus efectos conforme al Dere­
cho navarro, aunque éste difiera del Derecho a que se sometió su celebración»-. como por
su propia existencia, de la que adolece por ejemplo la legislación civil común. Ello sucede
aun cuando el Derecho común resulta destinatario final del encargo de resolver los conflic­
tos surgidos en este orden de euestiones, por la concurrencia de distintos ordenamientos
civiles en la órbita estatal, y el posible cambio en los sujetos de su ley personal, como defi­
nidora de actos establecidos de acuerdo a un Derecho que ha sido superado por la sujeción
a otro, con posible distinta regulación de las instituciones ya causadas. Ahora bien, el asun­
to se trata con su debida extensión en otro momento?
A fin de garantizar en la medida de lo posible la más completa ilustración sobre la
materia en este instante abordada, considero nadn mejor que poner de manifiesto algunas con­
secuencias concretas a que puede dar pie los distintos regímenes jUJidicos de las instituciones
pertenecientes a la órbita del estatuto personal en el ordenamiento civil y foral navarro.
Uno de los puntos capitales en esta disciplina corre a cargo de la nattlJaleza, efectos
y alcance de la filiación y las relaciones que comporta con los progenitores. Con arreglo al
artículo 9.4 del Código civil, el carácter y contenido de la filiación, cualquiera sea su clase,
incluidas las adoptivas, y las relaciones paternofiliales, se regirán por la Ley personal del
hijo.
En principio, la norma no sugería especiales problemas, por cuanto el clásico princi­
pio de unidad familiar facilitada en otro tiempo enomlemente las cosas y hada que la ley
del padre unificara la de los hijos. Sin embargo, la dispersión producida en este punto mer­
ced al principio de igualdad, abona el terreno a dificultades de gran calibre, habida cuenta
que acaso los mismos padres desconozcan el hecho de que la ley de los hijos sea distinta de
la suya, o, en todo caso, ignoren el régimen jurídico de la institución de que se trate, ya sea
sobre filiación, patria potestad, adopción, etc.
Además, según creo, el hecho debe acompañarse de una breve cita preliminar acerca
de la fórmula vigente del precepto. Es oportuna la circunstancia, porque la regla del artículo
9.4 del Código civil fue modificada por Ley de 1) de noviembre de J 987 sobre adopción,
en el sentido de sustituir el punto de conexión para los conflictos sobre relaciones patemofi­
6. Cfr. ibidem, pp. 96 Y ss.; y, en contra, ZAVALO,l.Lz siluaciónjurídica del cónyu¡:l' viudo, Pamplona, 1993; y CALA­
TAYUD, La ley aplicable a los derechos sucesorios del cónyuge viudo, en «Actualidad y Derecho», 1993,24, pp. 3 y ss.
7. Cfr. mi comentario a la ley 16 del Fuero Nuevo, en «Come.nlarios al Código civil y Compilaciones Fora·
les», XXXV·2, Madrid, 1993, pp. 83 I ss.
_.
liales, que de la ley nacional del padre, o, en su defecto, de la madre, pasó entonces a la ley
personal de hijo, con el propósito de resolver antiguas discriminaciones por razón de sexo.
Ahora bien, observadas detenidamente las cosas, como hasta la reforma de 15 de
octubre de 1990 la ley personal del hijo pendía en último extremo para los conflictos inte­
rregionales de la del padre (cfr. antiguo art. 14.4 C.c), esta modificación no sirvió para nada
posití vo hasta fechas muy recientes, pero incluso supuso un grave retroceso en cuanto a la
igualdad de los progenitores, pues la Dirección General de los Registros y del Notariado,
desarrollando su tarea inteJ1>retativa y armonizad ora del ordenamiento vigente, introdujo
pautas en este punto que acompasaban Jos criterios igualitarios entre hombre y mujer, en
orden al ejercicio y titularidad de la patria potestad, con los viejos axiomas imperantes
sobre los conflictos internacionales antes de su reforma que hacían prevalecer la posición
jurídica del varón sobre la de la madre.
En efecto, la Instrucción del Centro directivo de 16 de mayo de 1983 aclaró al res­
pecto que «la contingencia de que la madre española no participe de la patria potestad,
según la ley personal del hijo y del padre», «no ha de ser obstáculo, a pesar de lo dispuesto
en el artículo 9.4 del Código civil, para el ejercicio del citado derecho de opción, ya que por
tratarse de un derecho concedido por la Ley española con base en unos presupuestos de
hecho establecidos por esta misma legislación es exclusivamente a éstos a los que hay que
atenerse para no romper la armonía de la previsión legislativa (cfr. Resolución de 30 de
julio de 1982)>>.
Es decir, la Dirección General había rectificado la pauta según los criterios de la Ley
de 13 de mayo de 1981, Y con ello intervenían ambos en la decisión; mas, con el cambio de
1987 esto se destruye hasta la nueva Ley de 15 de octubre de 1990. En suma, todo un ejem­
plo de torpeza legislativa, y falta de previsión práctica en este aspecto.
Así las cosas, en la hipótesis de que la ley personal del hijo tenga su ratio en el lugar
de nacimiento y no se corresponda con la de los padres, el régimen jurídico de las relaclo­
nes paterno-filiales puede constituir todo un dilema de difícil solución, porque no sabrán los
propios titulares posiblemente que las normas acerca de la patria potestad pertenezcan a un
ordenamiento distinto del que les resulta propio de su estatuto personal, si es que Jo tienen
idéntico. Por ejemplo, en virtud del principio paramiento ley vienz.e'\~ no sólo las leyes se
consideran dispositivas", sino que la preponderancia de la libertad civil de los sujetos llega
incluso al punto de que a tenor de la ley 63 del Fuero Nuevo <das funciones inherentes a la
paria potestad se ejercerán por el padre y la madre según lo convenido y, en defecto de
pacto, por ambos conjuntamente».
La cita en primer término de la voluntad de los titulares es todo un homenaje al siste­
ma navarro, bien distinto en esta órbita del común, que sólo alude al hecho en el supuesto de
las crisis conyugales -en el artículo 90, a la cabeza del Capítulo IX, del Título IV, del Libro 1
del Código civil: «De los efectos comunes a la nulidad, separación y dívorcim>- como uno de
los contenidos típicos del denominado convenio regulador, y en cuyo defecto se previ,ene
también entre las medidas adoptadas por el juez (arts. 92, pfo, 2 y 103. 1" c.c.). Sin embargo,
acaso pudiera estimarse si un acuerdo de los padres tendente a que uno sólo ejerza de ordina­
rio la patria potestad contravendría el orden público o la moral, aunque, a mi juicio, mientras
existan circunstancias justificativas puede aceptarse sin otras consideraciones.
Ello se comenta sin perjuicio de otras diferencias de ambos ordenamientos con dis­
tinto alcance, y que no son del caso exponer por extenso ahora, como la intervención de los
Parientes Mayores en auxilio superador de la discrepancia de los progenitores en el ejerci­
cio de la patria potestad (cfr. ley 63 F. N,); o que para las contradicciones de intereses entre
alguno de los progenitores y el hijo menor a la hora de otorgar capitulaciones matrimonia­
les, institución de herederos y donaciones con pacto de convivencia no se prevea el nom­
8. Como dice la ley 7 del Fuero Nuevo «La voluntad lInilaleraJ o contractual prevalece sobre cualquier fuente
de derecho, salvo que sea contraria a la moral o al orden público, vaya en perjuicio de tercero o se oponga a un
precepto prohibitivo de esta Compilación con sanción de nulidad».
9. La ley 8 de la Compilación presume la naturaleza dispositiva de las normas del Fuero Nuevo sobre la base
de la libertad civil, esencial en el Derecho navalTo.
LA DOCTRINA...
RAMÓN DURÁN RIVACOBA
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bramiento de un defensor judicial, con lo que la vía queda libre para su actuación directa en
esta hipótesis por los menores interesados.
La razón del hecho queda clara por la naturaleza sucesoria de los aClos reseñados.
Sin embargo, las dificultades en este orden acerca de las capitulaciones matrimoniales pare­
cen ser más profundas, por cuanto se combinan los aspectos matrimoniales con los suceso­
rios. En cualquier hipótesis, al no decir la norma qué hacer si existe la diferencia de criterio
entre progenitores y el causante inmaduro, me imagino que podrá otorgarlas libremente,
máxime si el defensor judicial no se impone y hasta se omite.
Asimismo resulta oportuno reafim1ar que contra lo establecido en el artículo 9.3 del
Código civil -a falta de la ley personal común a la hora de contraer matrimonio, su régi­
men económico se regirá «por la ley personal o de la resistencia habitual de cualquiera de
ellos, elegida por ambos en documento auténtico otorgado antes de la celebración del
matrimonio)}-, el régimen económico del matrimonio se rige por lo pactado en capitulacio­
nes matrimoniales, pero con absoluta libertad e independencia de las conapisas que la dis­
posición transcrita observa para los conflictos de Derecho internacional pri vado, completa­
mente ajenos en esto a los intelTegionales, pues con arreglo a la ley 78 del Fuero Nuevo,
las capitulaciones se pueden otorgar antes y después del matrimonio, fijando su contenido
económico ex nune o incluso ex tune, aunque con el debido respeto a los derechos adquiri­
dos por terceras personas.
En efecto, la ley 80 de la Compilación de Navarra establece con toda certidumbre
que los esposos en «las capitulaciones matrimoniales podrán establecer libremente cual­
quier régimen de bienes de la familia», y no sólo los indicados en el artículo 9.3 del Código
civiL a lo sumo cuando el propio Código también contempla en los más amplios términos el
contenido del pacto entre los cónyuges: «en capitulaciones matrimoniales podrán los otor­
gantes estipular, modificar o sustituir el régimen económico del matrimonio}).
Por último, la vigencia del artículo 9.4 del Código civil que fija como ley de las
relaciones paterno-filiales, adopción incluida, la personal del hijo, también trae a debate
la existencia en la Compilación navarra, y para los hijos adoptivos que tengan esta vecin­
dad civil, las antiguas adopciones simples, por cuanto con arreglo a lo previsto en la ley
73 del Fuero Nuevo se sigue distinguiendo entre adopción simple y plena -«los hijos
adoptados con adopción plena ( ... )>> (pfo. 3, in inifio )-, lo que comporta que aunque la
ley de 11 de noviembre de 1987 eliminó en el Derecho común la diferencia, ésta se man­
tenga para la regulación navarra lO , salvo que se atribuya el alcance de mero fallo a este
fenómeno, como sucede con el artículo 108, pfo. 2 del Código civil, a cuyo lamentable
tenor <da filiación matrimonial y la no matrimonial, así como la adoptiva plena, surten los
mismos efectos».
El problema es más bien teórico, porque la ley 74 del Fuero Nuevo establece con
claridad que «en todo lo no previsto en la ley anterior yen las demás de esta Compilación,
se aplicará a la adopción y al prohijamiento lo establecido en el Código civil o en las leyes
especiales»; intrascendente, decía, la pervivencia de los distintos tipos de adopciones, por­
que su vigencia brota de distinta fuente, como es el principio de libertad civil, recogida en
el segundo párrafo de la ley 73: <<\os efectos de la adopción serán los pactados en la escritu­
ra en que se fonnalice y los establecidos en las Leyes. Los derechos hereditarios del adopta­
do y det adoptante y los pactos sucesorios entre ambos se regirán exclusivamente por la
voluntad privada y, en su defecto, por lo establecido en esta Compilación».
Ello implica ciertas especialidades, como es el hecho de que no sólo baste la condi­
ción civil del hijo, según lo previsto en el artículo 9.4 del Código civiL sino que asimismo
es neces?ria la del adoptante o adoptantes, por cuanto los actos en que se ventila la circuns­
tancia pertenecen al ámbito del Derecho navarro -e incluso constituyen instituciones neta­
mente vetadas en la legislación común, por tratarse de pactos sucesorios-, y los causantes
deben poder realizarlos por elementales problemas de capacidad.
10. Cfr. el comentario de ARREGUI GIL -citado por error como Javier. cuando es José- en el comentario a eStas
leyes. dentro del volumen XXXVI-l. de «Comentarios al Código Civil y Compilaciones forales». Madrid, 1992.
_.
2. Estatuto formal
a. Significación del fenómeno
Respecto al asunto aquí debatido -la doctrina estatutaria en los conflictos intenegio­
nales, siempre y cuando constituya uno de los polos de la relación el ordenamiento foral
navarro-, destaca por sus numerosas implicaciones el llamado estatuto formal, por cuanto
entre las distancias de régimen que alejan los sistemas forales y común encuentra un espa­
cio importante los regímenes de las solemnidades relativas a los actos más significativos de
la vida jurídica, como, por ejemplo, capitulaciones matrimoniales, testamentos, etc.
Sin embargo, a mi juicio, conviene proceder con cautela en este punto, porque las
diferencias en materia de [onna, tratándose de negocios o actos solemnes se confunden; y
así, aunque se denomine al testamento de hennandad o por comisario, pongo el caso, una
forma especial, en el fondo late cosa distinta y responde a un espíritu y filosofía jurídica
directamente radicada en el mismo fundamento del fenómeno sucesorio y la libertad de los
diponentes, que adquiere muy distintos matices con arreglo al Derecho de cuya relevancia
se trate. No son, por tanto, simples manifestaciones de la forma jurídica, como una suerte
de capricho del legislador, sino, más bien, justo lo contrario.
En efecto, el ordenamiento jurídico tiene uno de sus cometidos básicos en asegurar
la certeza jurídica de la relaciones que libremente contraigan los ciudadanos, y los instru­
mentos ideados para ello suelen ser tangentes con la publicidad. Ahora bien, la manera más
rudimentaria de conceder pública noticia de un hecho es rodear su creación de unas mani­
festaciones externas solemnes y, por eso, llamativas frente a terceros, que cuentan entonces
con unos cauces sensibles de conocimiento general de la circunstancia. Responde al mismo
asunto la posesión en el universo de los derechos reales, y sólo después vino a completarse
dicho fenómeno con cauces más sofisticados, como los Registros públicos en sus variadas
manifestaciones.
La jurisprudencia pone de relieve cómo el carácter solemnc de una convención o
acto alcanza su propia manera de ser de acuerdo con el antiguo principiojorma dal esse reí,
pues «la causa 'formal', tan subestimada por lo general, adquiere tal importancia en las
convenciones solemnes, que, coparticipa junto con el consentimiento, en la propia eficien­
cia del contrato» (Sentencia de 13 de mayo de 1963, a la que siguen y citan más tarde, entre
otras recientes, las Sentencias de 9 de julio de 1984; 15 de octubre de 1985; 10 de diciem­
bre de 1987; 26 de encro de 19R8; 24 de septiembre de 1991; Y26 de mayo de 1992).
b. El artículo 11 del Código civil
Hechas estas aclaraciones preliminares, y pasando al régimen jurídico que consigue
tal disciplina en el Derecho vigente, la norma del artículo I I del Código civil plantea el
probiema de la forma de los actos en clave de tolerancia, con claro reconocimiento del prin­
cipio de favor nef!,olii. que sin duda rige la materia mientras se trate del campo jurídico
civil.
A tenor del número primero del precepto, en su párrafo inicial, "las formas y solem­
nidades de los contratos, testamentos y demás actos se regirán por la ley del país donde se
otorguen. No obstante serán también válidos Jos celebrados con las formas y solemnidades
exigidas por la ley aplicable a su contenido, así como los celebrados confomle a la ley per­
sonal del disponente o la común de los otorgantes. igualmente serán válidos los actos y con­
tratos relativos a bienes inmuebles otorgados con arreglo a las formas y solemnidades del
lugar en que éstos radiquen".
La excepción a la regla peonisiva se halla en el siguiente número del propio artículo
11 dei Código ci vil, que contempla el extraordinario caso de la forma constitutiva o esen­
cial en el negocio de que se trate: "si la ley reguladora del contenido de los actos y contra-
LA DOCTRINA...
RAMÓN DURÁN RIVACOBA
tos ex igiere para su validez una determinada forma o solemnidad será siempre aplicada
incluso en el caso de otorgarse aquellos en el extranjero".
Luego se comprueba cómo el estatuto formal se adecúa de una manera u otra en últi­
mo extremo a los otros puntos de conexión -real y personal-, por las distintas combinaciones
de la ley del contenido, la [ex personalí, o incluso la ¡ex [oci tratándose de inmuebles. Asimis­
mo, la exigencia sobre las solemnidades esenciales es tan excepcional en el Derecho español
que pertenece a su misma entraña el debido cumplimiento para que tenga eficacia entre nacio­
nales, pues de lo contrario se perpetraría un fraude con sólo conceder los derechos afectados
fuera de nuestro país, 'o que se haría más agudo en el caso de conflicto interregional.
Ahora bien, observadas detenidamente las cosas no existen dificultades de gran
relieve para supuesto ahora planteado. Con ello me refiero a Jos simples requisitos de mera
fonna -escritura pública, en su caso-, no a las formas especiales que pueda revestir un acto
que antes apunté confundidas con la misma esencia de aquellos. En este sentido, no hay
obstáculos de interés entre los hipotéticos estatutos formales de los negocios en el ámbito
civil español, y los actos que tratan y exigen unas formas solemnes tasadas siempre son los
mismos, así en el caso de las capitulaciones matrimoniales, las donaciones de inmuebles,
los negocios de última voluntad, etc.
En cualquier hipótesis, y por lo general, acaso existan regímenes contradictorios
acerca de ciertas formas admitidas en algunos Derechos forales y desconocidas, cuando no
vetadas, por el Derecho del Código civil, mucho más riguroso en este punto que aquéllos,
pero su tratamiento y solución pertenecen al llamado conflicto móvil".
c. Aplicación extralimitada de dicha doctrina: la Resolución de
10 de noviembre de 1926
En ocasiones sin embargo, el estatuto formal se ha empleado de manera realmente abu­
siva para resolver situaciones por completo extrañas a su órbita, como, verbí grafía, se hizo en
la Resolución de 10 de noviembre de 1926 para la vigencia juridica del Fuero de Baylío.
En este asunto, de manera incomprensible desde la perspectiva jurídica -si bien los
datos de justicia material, mientras quepa ésta fuera de la ley, apuntaban en este sentido-, se
aplicó el estatuto formal no sólo a las solemnidades del matrimonio -comunes a todo el
territorio nacional-, sino incluso al régimen económico de aquél, en estrecha contradicción
con los preceptos establecidos en este orden de cuestiones por el propio Código civil. Así
es, "el hecho de celebrarse el matrimonio en San Vicente de Alcántara", no implica que la
sociedad conyugal tenga que regirse por el Código civil, pues la ley del lugar se aplica sola­
mente a las formalidades externas del matrimonio, pero no a su régimen económico que
había de regirse por tratarse de derechos y deberes de familia, por lo que dispone del artícu­
lo 9° del Código, que establece el principio del estatuto personal""­
No es menos cierto que para el Centro directivo el problema mereceria lIn tratamien­
to más bien realista, y aseguró como principio que "el asunto a que se refiere este recurso
no presenta dificultad alguna cuando se trata de dos aforados que se casan en lugar donde
rige el Fuero, o que aun siendo aforados contraen matrimonio en localidad donde no rija'-l,
así como en el caso del ser el marido aforado y su consOlte está sometida al derecho común
(siempre que el acto se realice en lugar donde rige el Fuero), pues en todas esas situaciones
11. Cfr. mi estudio de la ley I1 del Fuero Nuevo, en «Comentarios al Código civil y Compilaciones Porales»,
XXXV-2, Madrid, 1993. pp 1 Yss.
12. No debe pasarse por alto tan fácilmente que dicha localidad era la de residencia de la mujer. lo que hace
muy explicable un hecho tan corriente como el contraer allí la boda.
.13. Cfr., por extenso, mi estudio, en Hacia un nllevo .I'islema del Derecho foral y su re/ación f'on el nrdello­
mien/u civil común, Madrid. 1993.
14. La trascripción oficial de la Resolución citada textualmente afirma, pienso que por error, «o que aun no
siendo aforados contraen matrimonio en localidad donde no rija», expresiones que creo conveniente sustituir por
las auténticas, para darle su verdadero sentido a la frase.
_.
debe regir la Ley de origen, que es la del referido Fuero con arreglo al criterio legal estatu­
tario del Código civil, sin embargo, es distinto cuando el marido es aforado y la mujer per­
tenece a región donde rige el derecho común y el matrimonio se contrae en lugar donde no
rige el Fuero, como ocurre en el caso presente, porque aquí las opiniones se dividen entre
los tratadistas, apreciando unos que la ley aplicable es la del marido, por seguir la mujer
casado la condición del mismo, con arreglo al párrafo 3 del artículo 15 del Código civil,
mientras otros estiman que debe someterse el régimen económico conyugal al derecho
común, en perfecta annonía con el aforismo locus regís actum".
Interesa el examen literal de las expresiones de la Resolución de 1Ode noviembre de
1926, porque cifra su resultado sobre la base de los estatutos definidos en el Código civil.
En todo caso, si ambos esposos coinciden en condición civil foral considera innegable la
vigencia del Fuero de que se trate, con independencia del lugar donde se causen los actos;
y, desde luego, una vez celebrado el matrimonio, mejor incluso, mientras se contraía, el
hipotético conflicto se difuminó gracias a la unificación de vecindades que comportaba tal
hecho. Ello aparte, si así no fuera, tampoco tiene mucho sentido decir que cuando se realí­
cen las nupcias en territorio de Fuero éste rija, por la sencilla razón que no es competente
para resolver la materia el estatuto formal, ni el real, completamente ajeno a la cuestión
planteada -no a otras relativas a los contratos sobre bienes inmuebles, la propiedad y la
posesión, etc., con arreglo a lo dispuesto en el artículo 11 del Código civil-, aunque por
motivos de tenitorialidad hubiera podido tener una trascendencia que yo ahora le niego.
Trasladando los argumentos al caso, no admite su solución la más mínima duda, por
cuanto es la vecindad civil de Jos sujetos la que por encima de otras consideraciones hace o
no aplicable a los ciudadanos las normas civiles especiales que admitió la codificación,
máxime si el hecho de haberse contraído en un municipio extraño responde a la lógica cir­
cunstancia de tratarse de la localidad de la mujer, escogida por tan básico motivo como
locus aclum. Repárese que la opinión contraria destruye la segUlidad en este punto, y sem­
braría de incertidumbres hasta la validez de un testamento de hermandad que se otorgue por
un aforado lejos de su respectivo territorio -lo que taxativamente permite la ley 200 del
Fuero Nuevo-, el de por comisario que pretenda conceder un infanzón fuera de la tiena
llana; y. en el fondo, que la vecindad civil tuviese como única fuente de adquisición la resi­
dencia.
Por todo ello, la solución definitiva del litigio analizado sigue la tendencia más equi­
tativa en el sentido peyorativo del término, lo que luego se justifica de distintas maneras:
"esta última opinión parece más ajustada al espíritu de derecho civil vigente, porque sobre
la razón expuesta existe el poderoso fundamento de que al verificarse de los contrayentes
ha sido, el someter el orden económico matrimonial a los preceptos del derecho común, y
no ¡¡ las prescripciones del Fuero".
En suma, sin perjuicio de no existir propiamente un conflicto interregional en la
hipótesis analizada -porque la celebración del matrimonio unificó las condiciones civiles de
los cónyuges-, las consecuencias del estatuto personal en el campo de su relevancia resultan
válidas para todos los casos, y no cabe su combinación con otros distintos como el formal o
el real, máxime a la vista del artículo 14 del Código civil, y porque constituye un principio
vigente desde antiguo en el ordenamiento español, a cuyas expensas, "la ley personal de
cada individuo es la del país a que pertenece, la cual le sigue a donde quiera que se traslade,
regulando sus derechos personales, su capacidad para trasmitir por testamento y abintestato,
yel régimen de su matrimonio y familia" (Sentencia de 27 de noviembre de 1868).
d. El problema de la forma de los testamentos en N,avarra
Ahora bien, el llamado estatuto fOImal puede traer consigo algunas otras incertidum­
bres, cuyo tratamiento no puede de una u otra manera escapar a estas páginas, como, por
ejemplo, las normas relativas a los testigos en los testamentos.
La ley de 20 de diciembre de 1991 sobre reforma del Código ci vi I en materia testa­
mentaria establece un nuevo contenido de distintos preceptos concernientes a las solemni-
LA DOCTRINA...
RAMÓN DURÁN RIVACOBA
dades, y, sobre todo, en cuanto a la naturaleza e intervención de los testigos en los actos de
última voluntad. Ello no implica, sin embargo, que las nOl111as forales contempladas en las
leyes 185 y siguientes queden fuera de vigor para los navarros que deseen otorgar su volun­
tad postrera con arreglo a los disposiciones del Fuero Nuevo.
En este punto, pudiera plantearse cielia duda sobre la exégesis que deba realizarse
del requisito de vecindad común entre disponente y los testigos que recoge la ley 186 del
Fuero Nuevo. Me parece por completo evidente que no se refiere a la vecindad civil de los
sujetos, sino a su simple residencia real, como dato de cercanía que haga presumir el cono­
cimiento del testador y sus circunstancias de capacidad; entre otras cosas, porque la Compi­
lación navarra designa como condición civil a lo que la Ley general del Estado llama vecin­
dad civil.
Sin embargo, la dificultad es un poco más ardua si se trata de una persona de condi­
ción civi J común que desea conceder testamento en Navarra conforme a las disposiciones
del Código civil, por cuanto en virtud del estatuto formal las solemnidades de los actos
deben seguir la del Derecho de su creación, es decir, la lex loei celebrarionis. Ello trae con­
sigo la necesaria observancia de normas que, con arreglo a la última modificación del Códi­
go en este punto, han quedado desvirtuadas para los sujetos sometidos a la vecindad civil
común, pero más dudosamente quedan dispensados de las formalidades prevenidas en el
Fuero Nuevo para los testamentos quienes los otorgan en aquél territorio.
En efecto, piénsese que según el artículo II del Código civil "las formas y solemni­
dades de los contratos, testamentos y demás actos jurídicos se regirán por la ley del país en
que se otorguen", lo que traducido a nuestro caso es la Compilación navarra. Es cierto que
la propia norma en sus sucesivos números permite la relevancia de las disposiciones aplica­
bles por el contenido, por la ley personal del concedente y por la del lugar de los inmuebles
objeto de contrato, pero en materia de formas testamentarias acaso se haga menester seguir
la más segura de las alternativas.
Además, la ley de su contenido no es posible fijarla de antemano, a priori, tratándo­
se de sucesión morris causa, pues hay que permanecer a resultas de la última del causante,
que, como ya se ha dicho, rige la herencia; de igual manera queda sin contenido la lex loci
de los inmuebles objeto del contrato, porque la materia es muy otra: la sucesión universal.
Quedaría, pues, la ley personal del causante, pero el más firme criterio sería escoger la
norma que comporte un rigor jurídico mayor, sobre todo en atención al al1ículo 11.2 del
Código civil y la reciprocidad en este punto.
Así es, el citado precepto añade que "si la ley reguladora del contenido de los actos y
contratos exigiere para su val idez una determinada forma o solemnidad, será siempre apli­
cada, incluso en el caso de otorgarse aquéllos en el cxtranjero". El fundamento de la regla
viene a prevenir actos y contratos -lo que parece ahora excluir el testamento, por oposición
con el mismo artículo 11 en su pri mer apartado, que cita expressis verbi.\ los tres tipos:
actos, contratos y testamentos-, que son por esencia formales con arreglo a la ley del cau­
sante, y que por medio del estatuto formal puede de manera torticera escapar a su impelio.
Ahora bien, no encuentro yo motivo de peso que impida la vigencia de las normas formales
más rigurosas en este punto, pues tal es el espíritu de la entera regulación de la disciplina en
el Código ci vil, y por exigencias del principio ele reciprocidad harían, a mi juicio, más
aconsejable la medida, máxime cuando lo que se dilucida no es otra cosa que la validez de
un testamento por motivo de forma, que constituye una de las piezas capitales, y que más
disgustos repol1a, en este orden de cuestiones.
Por últi mo, considero menester un breve comentario acerca de la remisión que la ley
193 del Fuero Nuevo hace sobre la vigencia en Navarra "de las disposiciones de los m1ícu­
los 688 a 693,697 y 698, 701 y 702 y 706 a 736 del Código civil". Conforme a la disposi­
ción adicional del Fuero Nuevo, introducida por la Ley Foral de I de abril e 1997, "las
remisiones que esta Compilación hacc al articulado del Código civil se entenderán efectua­
das a la redacción que el mismo tiene en el momento de entrada en vigor dc esta Ley
Foral". Sin embargo, esta técnica de la remisión estática tiene para supuestos como el pre­
sente las dificultades añadidas ele ir a remolque de una legislación modificada con criterios
--
del todo asumibles por el legislador foral, pero cuya relevancia deba pasar de cualquier
manera por un cambio normativo de adecuación innecesario, cuando no contraproducente.
3.- Problemas relativos al estatuto real y su solución en el artículo
10 del Código civil
a. Determinación del conflicto entre sujetos de idéntica vecin­
dad civil
Habida cuenta que, como queda de manifiesto, el estatuto fOlmal no plantea dema­
siados obstáculos generales en virtud del principio favor negotii, clásico en Derecho espa­
ñol y con múltiples manifestaciones, salvedad hecha de los actos esencialmente formales­
así las declaraciones de última voluntad, capitulaciones matrimoniales, donaciones, etc.'5_,
la principal de las inceltidumbres atañe al estatuto real.
En este sentido, resulta preocupante la hipótesis en que la misma vecindad civil de
los sujetos no se corresponda con el estatuto real del objeto de su relación jurídica. Con ello
aludo a los problemas que plantea la remisión a las normas de conflicto cuando versan éstas
sobre inmuebles, pues con arTeglo al artículo 10.5 del Código civil "se aplicará a las obliga­
ciones contractuales la ley a que las paltes se hayan sometido expresamente, siempre que
tenga alguna conexión con el negocio de que se trate; en su defecto, la ley nacional común
a las partes; a falta de ella, la de la residencia habitual común, y, en último término, la ley
del lugar de celebración del contrato.-. No obstante lo dispuesto en el párrafo anterior, a
falta de sometimiento expreso, se aplicará a los contratos relativos a bienes inmuebles la ley
del luga~ donde estén sitos (... )".
Estas determinaciones llevadas al contlicto que se produce, no entre la ley personal
de los sujetos intervinientes, sino a causa del distinto régimen aplicable a las personas y al
objeto de la relación jurídica entablada, plantea serias dudas sobre cuál deba ser el sentido
de la solución más aceptable al caso.
La norma invocada para un conflicto intenegional de tales características me parece
lógica incluso cuando la disputa sea entre nacionales separados del objeto, que pertenece a
un distinto ámbito de soberanía; pero mientras ambos sean compatriotas y el inmueble sito
en España, máxime si las partes tienen la misma vecindad civil, creo que su aplicación
indiscriminada degeneraría en abusos injustificables, pues difícilmente puede hablarse con
propiedad en estas condiciones de un auténtico contlicto interregiona1.
Más ajustado criterio resultaría que cuando el estatuto real coincida con uno de Jos
polos del conflicto interregional que versa sobre al distinta condición civil de las partcs, sea
relevante [a [ex loci. Tal cosa sucedería, por ejemplo, si un inmuehlc sito en Cataluña es
vendido por un catalán a un gallego, y pretende aquél rescindir por lesión ultra dimidium.
amparándose para ello en los artículos 312 y siguientes de su Compilación, pero hahida
cuenta de la entraña de dicha dificultad, emprendo su análisis detenido.
b. La rescisión por lesión y su ámbito en los distintos Derechos forales
Así es, el ejemplo traído a colación supone uno de los más característicos en la
materia que me ocupa. Qué alcance tienen instituciones especiales recogidas en los ordena­
mientos forales y en ocasiones ignoradas, cuando no prohibidas por el Derecho civil
15. Tal principio fue ya enunciado por la jurisprudencia desde antiguo: 1'. gr.. entre otras muchas. las Senten­
cias de 22 de febrero de 1940; 27 de enero de 1945; 1 de diciembre de 1948; 31 de octubre de 1949; 29 de marzo
de 1951; 13 de marzo de 1952; I I de junio de 1955; 9 de abril. 29 de octubre y 5 de noviembre de 1956; 5 de octu­
bre de 1957; 7 de octubre de 1958; 15 de enero de j 959; 19 de diciembre de 1960; 10 de octubre de 1961; J3 de
mayo de 1963; 7 de enero y 25 de junio de t 966.
.
En efecto, la Sentencia de 21 de junio de 1932 declara «el sistema espiritualista que nuestro Código civil
acoge en su artículo 1.278. siguiendo la norma trazada por el Ordenamiento de Alcalá y la Novísima Recopila­
ción».
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RAMÓN DURÁN RIVACOBA
común, si pretenden imponerse por una de las pal1es, sobre la base de su condición foral
correspondiente al ordenamiento permisivo, a otra de vecindad civil común.
En esta línea se sitúa, pienso que con completo acierto, cuanto dispone la ley 500 del
Fuero Nuevo, a cuyo tenor, "siendo navarros los contratantes procederá la rescisión por
lesión sea cual fuere el lugar en que se hallare el objeto y el del otorgamiento del contralo.-.
Siendo navarro tan sólo alguno de los contratantes, procederá la rescisión cuando el contra­
to deba someterse a la ley navarra (...)"
El primer párrafo de la disposición citada, con mucha fortuna salva las dificultades
con que se puede topar una rescisión por lesión entre navarros si el objeto se halla sito fuera
de la Comunidad foraJ, pues en tales supuestos el estatuto real indica distinto régimen para
la rescisión, en virtud del principio lex loci regí! actum, lo que resultaJÍa una completa falta
de lógica siendo los intervinientes navarros, y, por tanto, sometidos ambos a los dictados de
la respectiva Compilación de Derecho civil.
En el segundo inciso se debate por oposición una materia de sumo interés, como que
no pueda ser aplicada la rescisión mientras ninguna de las partes del acto sea navarra,
excluyendo las abusivas conclusiones antes puestas de manifiesto en el caso contrario.
El problema, de cualquier forma, continuaría centrado ahora sobre cuándo la ley del
contrato es la navarra; o, en otros términos, en qué condiciones rige por encima del Código
civil el Fuero Nuevo para una compraventa de inmueble -téngase presente que, con inde­
pendencia de las expresiones sancionadas en la ley 501 de la Compilación navarra"', y acaso
por ellas mismas, constituye la hipótesis típica y ejemplo paradigmático el aquí propuesto-,
haciendo, en consecuencia, competente la legislación foral.
Para resolver dicha interrogante, aunque resulte curioso, debe manejarse por remi­
sión explícita de la ley 10 del Fuero Nuevo que me ocupa, lo dispuesto en el Código civil, a
cuyo tenor "se aplicará a los contratos relativos a bienes inmuebles la ley del lugar donde
estén sitos" (artículo 10.5, pfo. 2 c.c.). Luego será sólo aplicable la rescisión por lesión
navarra cuando en caso de conflicto de leyes personales, al menos intervenga una de las
partes que tenga dicha condición civil, y asimismo el bien esté radicado en la Comunidad
foral. El criterio, por otra parte, resulta seguro y justo para este tipo de casos, conforme se
ha ido viendo a lo largo del estudio presente, máxime cuando se confronta con otros posi­
bles sistemas menos estructurados en este punto. con grave detrimento de la certeza jurídi­
ca, tan consustancial a las materias abordadas.
Así es, el hecho logra, según creo, una enorme trascendencia, porque la Compilación
catalana no tiene, por el contrario, ninguna especificación en este sentido. Esta laguna legal
se traduce, a fin de cuentas, en una completa inseguridad sobre los supuestos de posible
aplicación de la lessio como causa rescisoria en compraventas de inmuebles sitos en Catalu­
ña, pero celebrados entre personas que pueden tener ambos la misma vecindad civil o dis­
tinta -sin que sea catalana en ningún caso-, con lo que las dificultades de su aplicación se
hacen, a mi juicio, insalvables. Cosa diferente, por analogía con lo visto para Navarra, con­
sidero si alguno de los afectados, o ambos, son desde la perspectiva jurídico-civil catalanes,
para lo cual despliega toda su eficacia la lesión ultra dimidium como causa de rescisión de
tales contratos.
Piénsese que las contradicciones a que daría lugar una simple y acrítica posible apli­
cación del artículo 10.5, pfo. 2 del Código civil, sin los debidos ajustes a que le somete la
Compilación navarra en su ley 500, son de alcance nada despreciable: que un sujeto someti­
do al Derecho común y ducho en la matelia imponga la rescÍsión a otro con la misma vecin­
dad por el hecho de que, sito el inmueble en Cataluña quepa estrictamenle alegar las deter­
minaciones del Código civil en cuanto a los conflictos interregionales y su solución por la
vía del estatuto real, me parece una enormidad inexplicable. Qué decir si tal cosa acontece
l6. ,<La rescisión se dará no sólo en los contratos sobre bienes inmueble'. sino wmbién ,obre los muebles
cuando se considere juslificada tal acción a causa del perjuicio causado por el acuerdo en relación con el patrimo­
nio».
._-----------~-~~~~-
--
por alegaciones de una persona jurídica que la impone a otra, con motivo de la compraventa
de un bien inmueble radicado en Cataluña.
Las incoherencias a que puede conducir el 11g0l1smo en este punto aconsejan una
mejor formulación, que pasa, como he dicho, por obviar la circunstancia, considerando la
falta de verdadero conflicto "que puedan surgir por la coexistencia de distintas legislaciones
civiles en el territorio nacional" (art. 16 c.c.), cuando, al menos, no concurran distintas
vecindades de los sujetos implicados en la relación jurídica de que se trate, pues a estos
mismos resultados conduce la lógica jurídica y la regulación esmerada, desde un punto de
vista tanto sustantivo como técnico, del Fuero Nuevo de Navarra.
Sin embargo, el punto álgido de la tesis aquí debatida y rechazada se alcanza en la
importante Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña de 7 de octubre de 1991,
que ilustra enormemente la cuestión, pues considera que "la vecindad civil del señor F. C.
(comprador, demandado en la acción rescisoria, y aquí recurrente) al tiempo de celebrarse
el contrato resulta intrascendente, como irrelevante resulta también la del señor C. B. (ven­
dedor y aquí recurrido) por más que la vecindad civil de éste no plantee el mínimo atisbo de
duda, y ello es así porque versando el tema litigioso sobre la rescisión de un contrato de
compraventa por lesión «ultradimidium» rige como punto de conexión el de la situación de
la cosa, es decir, será aplicable la normativa correspondiente (aris. 321 y siguientes) de la
Compilación de Cataluña cuando, como ocurre en el caso, el inmueble objeto de la enajena­
ción se hal1a situado en territorio de Cataluña, con total independencia de la vecindad civil
del comprador, lo cual se deduce de los artículos 16, apartado uno, párrafo primero, con
arreglo al que los conflictos de leyes que puedan surgir por la coexistencia de distintas
legislaciones en el territorio español se resolverán según las nonnas de contenidas en el
Capítulo IV (Normas de Derecho Internacional Privado), y lO, apartado cinco, que estable­
ce que a falta de sometimiento expreso, se aplicará a Jos contratos relativos a bienes inmue­
bles la ley del lugar donde estén sitos".
Cierto es que la propia sentencia parece albergar serias incertidumbres de fondo, y
acto seguido asegura "no es éste el lugar para discunir acerca de corrección u oportunidad
del sistema, pues resulta incuestionable que es el único legalmente aplicable, y sin que
obste la Sentencia del Tribunal Supremo de 12 de marzo de 1984, cuya referencia en el sép­
timo de sus considerandos a 10 que constituye una solución distinta, tiene mero carácter de
obíter dicta».
En realidad, que dicho pronunciamiento citado indique -aunque, a mi juicio, bien
lejos de su pretendida naturaleza obiter dicta- el hecho de que la rescisión por lesión ultra
dimidium resulte «aplicable entre contratantes todos ellos sujetos a la legislación del anti­
guo Principado, sin impOltar que el inmueble esté sito en Cataluña o fuera de ella» (Senten­
cia de 12 de marzo de 1984), no hace sino señalar la importante consecuencia de que sólo
cuando exista verdadero y propio conflicto de leyes -esto es, mientras los partícipes tengan
distinta ley personal por el hecho de sus diferentes vecindades civiles-, constituye pauta fia­
ble de solución las normas creadas para las relaciones entre sujetos de nacionalidades
opuestas.
En ocasiones el estatuto real se combina, no ya con el personal, que no es tenido de
ninguna manera en cuenta con arreglo a sus dictados literales, como antes se ha visto, sino
con el formal, y así «conforme a lo preceptuado en los artículos 10, 11, 12 Y 14 del Código
civil los contratos celebrados en territorio catalán y referentes a la compraventa de fincas en
él radicantes, se rigen por el derecho escrito o consuetudinario foral que los regula, siéndo­
les aplicables las disposiciones del Código civil sólo como derecho supletorio del que lo sea
por sus leyes especiales» (Sentencia de 8 de abril de 1931).
c.* La. prescripción
Sin embargo, en antigua jurisprudencia existen vestigios de todo lo contrario, apro­
ximándose mucho a las precisiones que hizo la Resolución de 10 de noviembre de 1926
LA DOCTRINA...
RAMÓN DURÁN RIVACOBA
acerca del Fuero de Baylío, pues requiere, para entender aplicables los especiales tramos
prescriptivos de las obligaciones propias de Cataluña, no sólo dicha condición civil en los
contratantes, sino incluso que «a tenor del altículo 14 en relación con sus concordantes del
Código civil, es aplicable a las obligaciones (que) se contraen en territorio catalán por per­
sonas avecindadas en el mismo, la doctrina del Utsage «Omnes causae»» (Sentencia de 21
de diciembre de 1940), con lo que a la vecindad civil de los sujetos se une la territorialidad
de su aplicación.
En otros términos, se combina el estatuto personal con la lex loei celebrationis,
cuando a tenor del artículo 10.5, pfo_ 1 del Código civil basta con el primero y, según el
mismo precepto en el siguiente párrafo, con el segundo sería suficiente tratándose de
inmuebles.
Además, desde otra perspectiva, resultaría poco menos que notorio a la vista de la
presente doctrina la no aplicabilidad de la rescisión por lesión catalana en casos semejantes
a cuantos se dedujeron más arriba, trayendo de apoyo por analogía el régimen diseñado en
este punto por el Fuero Nuevo de Navarra.
En fin, como se observa, cuando las incertidumbres atenazan el criterio de quien está
obligado a resolver las dudas, se tiende al mayor aseguramiento del hecho, combinando dis­
tintos puntos de conexión en las soluciones barajadas y que finalmente se adoptan.
En cuanto a la prescripción, pero ya en un sentido más propio del estatuto real por
tratarse de la usucapio, la ley 356 del Fuero Nuevo plantea la presencia o ausencia del pro­
pietario, es decir, entre presentes o ausentes para el cómputo de un plazo más o menos rigu­
roso, la estancia domiciliaria en Navarra, como es evidente tratándose de la Compilación.
Ahora bien, queda la eluda de si el bien ha de ser sito en navan-a; o que su titular, o quien
posee y adquiere deba tener dicha vecindad.
En virtud e1el artículo 10.1 del Código civil la ley de la tenencia de los bienes inmue­
bles -aquí estudiada, junto a uno ele sus efectos característicos, cual es la usucapión- es la
del lugar del objeto, por lo cual parece razonable que sólo los inmuebles radicados en
Navana puedan ganarse a través de las especiales normas de prescripción adquisitiva que
su Compilación contempla. En este sentido, resulta del todo lógico que las pautas de la pre­
sencia o ausencia de los titulares se juzguen con arreglo al territorio navarro. pues no tiene
nada que ver ello con la vecindad civil de los implicados -se habla de domicilio en la ley
356, y de simple residencia en la siguiente, ambas del Fuero Nuevo-, sino con las cualida­
des efectivas de la publicidad que trae consigo la posesión pública y pacífica" frente al
auténtico titular, sobre todo en relación con la diligencia mostrada por éste a fin de conser­
var los derechos que le pertenecen, a través de su auténtico ejercicio.
d.- Régimen de distintos derechos reales: La enfiteusis catalana,
el retracto gentilicio y el pacto comisario en las garantías
reales
El estatuto real vige para las relaciones con los bienes y los iura in re aliena con
independencia de otras condiciones de los titulares, como su vecindad civil, aforada o no.
Este principio en su más pura formulación viene contemplado en el artículo 10.1 del Códi­
go civil, que de manera simplicísima establece que «la posesión, propiedad y los demás
derechos sobre bienes inmuebles, así como su publicidad, se regirán por la ley del lugar
donde se haUen.-. La misma ley será aplicable a los bienes muebles».
Es cierto que por moti vos constitucionales, la publicidad de los bienes inmuebles
-«ordenación de los registros e instrumentos públicos» (art. 149. 1°,8" C. E.)- pertenece
a la competencia del Estado, pero en cuanto a los denominados derechos reales las configu­
17. En expre.'iva fórmula las fuentes históricas del Derecho de navarra, «sin mala voz».
--
raciones específicas forales han sido clásicas y abundantes. Con esta corrección, la norma
sirve para los conflictos interregionales y aborda con toda su amplitud el estatuto real.
En este sentido, para distintos supuestos extraídos de la jurisprudencia -Sentencias
del Tribunal Supremo de 1 de junio de 1951, 2 de junio de 1956, etc.-, si bien los demanda­
dos tienen demostradamente vecindad domiciliaria en Barcelona, no queda de ningún modo
claro, e incluso no se debate la cuestión a lo lago del pleito, acaso dándose por supuesto,
cuál es la naturaleza de su vecindad civil a los efectos de aplicar el régimen de la enfiteusis
definido en la respectiva Compilación, por la sencilla causa de que con la ley del lugar
donde los bienes radiquen basta. En tales casos, la disputa corre a cargo del régimen jurídi­
co del censo enfitéutico en Cataluña y si resulta de aplicación el altícuJo 1653 del Código
civil en aquel territorio",
Asimismo, se plantea el problema, no ya en cuanto al régimen de una determinada
institución cuyos referentes juridico-posiúvos pueden oscilar entre lo definido por el Códi­
go civil o su paralelo en alguna de las Compilaciones, sino que incluso alcanza la posible
relevancia jurídica de algunas figuras subsistentes en el panorama foral, pese a su elimina­
ción o, en su caso, el completo rechazo que reciben por el Derecho común. Entonces se
plantea el problema de la eficacia que pueda tener en uno u otro caso las distintas normas
concurrentes.
Un buen ejemplo de la disciplina encuentro en el retracto gentilicio, que junto con
otras formas de pendencia sobre la titularidad de los inmuebles fue objeto de repulsa por la
codificación, como una forma demás de propiedad estamental'9,
La ley 452 del Fuero Nuevo diseña en este punto un panorama de vigencia práctica
de la institución al máximo conciliador con el veto de tal derecho en el marco esencialmen­
te liberal del Código. Así, establece su segundo párrafo, con escmpuloso respeto al equili­
brio jurídico entre uno y otro Cuerpo normativo acerca del retracto gentilicio que «se dará
sobre inmuebles sitos en Navarra y únicamente a favor de personas que tengan condición
civil foral de navalTOs».
La justificación de la norma resulta sencilla y loable, pues combina el carácter real
del estatuto primario tratándose de inmuebles su objeto, con el personal de los sujetos bene­
ficiarios, por cuanto es un derecho que como [a troncalidad -según en el epígrafe siguiente
se pone de relieve- busca salvaguardar principios de la familia navarra, cuya concepción
foral se distancia enormemente de cuanto quiso para sí el Derecho civil común representado
por el Código liberal y decimonónico.
En efecto, la ley 75 del Fuero Nuevo resulta muy expresiva en este punto, pues enca­
beza la rúbrica del Título VII del libro 1 de la Compilación -«los principios fundamentales
del régimen de bienes de la familia»-, según los cuales «en la interpretación de todos los
pactos y disposiciones voluntarias, costumbres y leyes se observará el principio fundamen­
tal de unidad de la Casa y de sus explotaciones agrícolas, ganaderas y forestales, así como
la continuidad y conservación de la familia»''',
En esta misma lí"lea, son muy comprensibles en su justa cOlTespondencia, los estre­
chos tél1l1inos de la Sentencia del Tribunal Supremo de 17 de mayo de 1907, a cuyo tenor
«deben ser interpretadas restrictivamente las disposiciones legales que lo regulan, por cons­
tituir una coartación de la libertad de contratar».
Por último, en esta concreta materia, también a mi juicio es aplicable por analogía en
otras hipótesis semejantes el criterio establecido en la ley 500 del Fuero Nuevo para rescin­
dir los contratos por lesión. Aludo con ello al régimen de ciertos derechos reales de garantía
18. Se da la muy curiosa circunstancia de que quien recurre los fallos es el abogado del Estado en su represen­
tación, y solicita que no sea supletorio en este punto el Derecho común, para beneficiar así al interés público por la
vía de la sucesión al> imes/{llo, efecto impedido por la citaela norma del Código civil gracias a la consolidación que
contempla de la propiedad a favor del titular del dominio directo.
19. No en vano se llamó así un tipo de retracto a lo largo de su evolución histórica: efr. BARBER, Antecedente.¡
históricos del retracf{lgelltilicio, en "Revista Jurídica de Navarra" 1991. O. pp. LOO Yss.
20. La propia formulación de la ley trascrita constituye un revelador ejemplo de la estructura ele las fuentes del
Derecho en el ordenamiento navarro.
LA DOCTRINA...
RAMÓN DURÁN RIVACOBA
sobre inmuebles, contemplados por algunas Compilaciones en abierto choque con su estric­
ta prohibición en el Código civil.
Así sucede con el pacto comisario en su perspectiva de garantía de las obligaciones
contraídas por el propietario de un bien inmueble, que ofrece su traspaso dominical al acre­
edor en salvaguarda de su cumplimiento. El fenómeno está excluido rigurosamente por el
artículo 1859 del Código civil, pues «el acreedor no puede apropiarse de las cosas dadas en
prenda o hipoteca, no disponer de ellas». Asimismo, puede hablarse de otras fórmulas de
garantía fiduciaria, compraventa con pacto de retro, o con pacto de reserva de dominio (cfr.
título VII, Libro 1lI del Fuero Nuevo), que, combinadas adecuadamente, dan el efecto veta­
do por el Derecho común.
Me resulta de todo punto evidente que dos individuos de vecindad civil navarra pue­
den acudir a estos mecanismos en garantía de las obligaciones que contraigan, y con inde­
pendencia del lugar donde los bienes objeto del mecanismo asegurador radiquen. Ello esti­
mo que se impone sobre los dictados del artículo 10.1 in inifio del Código civil en cuanto
contempla los rigores del estatuto real en caso de conflicto, pues, como aduje, opino que no
hay un auténtico conflicto interregional de los descritos en el artículo 16 del Código civil
que haga relevante dicho precepto por remisión; y, entonces, la ley personal común de los
intervinientes es la que rije dicho supuesto.
El problema, empero, estriba en conocer con certeza si una persona de condición
civil aforada puede imponer a otro de vecindad común o de distinta naturaleza, pero que
conforme a cuyo Derecho tenga prohibida el asunto, un pacto comisario en garantía, o una
fiducia, o una compraventa con pacto de retro, etc.; en suma, una garantía de las anterior­
mente descritas. En otros términos, hay que resolver la duda de si quien se sometió al pacto
comisario acuciado por la necesidad, puede luego aducir la prohibición del Código u otra
Compilación para sentirse liberado de la carga contraída.
La salida no se ve de ningún modo fácil, pero creo que aquí sí puede haber un autén­
tico conflicto con las repercusiones que marca el artículo 10.1, pfo. in initio del Código
civil, a cuyo tenor el estatuto real dispensa en este caso el alivio de la incertidumbre, por 10
que mientras el bien esté situado en territorio foral será su legislación civil competente para
el supuesto.
Ahora bien, el artículo 10.1, pfo. in initio del Código civil y su aplicación simple a
los conflictos inten'egionales alberga ciertos puntos oscuros, como ya se puso de manifies­
to. En efecto, según creo, deben hacerse algunas advertencias al absoluto imperio de dicho
principio tratándose de un caso distinto del conflicto estrictamente internacional.
La tesis que considero correcta y más segura viene representada por la línea que man­
tiene la ley 500 del Fuero Nuevo, y puede formularse de la siguiente manera: una vez las con­
diciones para el conflicto interregional concurran -distintas leyes personales de los afectados-,
serán aplicables las nonnas previstas en cuanto a los internacionales, siempre que la ley desig­
nada por el estatuto real guarde algún tipo de relación con el estatuto personal de los intervi­
nientes; o, en otras palabras, coincida con al menos una de las leyes enfrentadas.
En tal hipótesis, concurrentes dos leyes personales con arreglo a las cuales quede
prohibida la faceta de garantía real en. el pacto comisorio, por mucho que un bien radique
dentro del territorio foral navarro, no podrán los otorgantes hacer valer su acuerdo ante la
instancia judicial oportuna si se impugna. Con todo, un navarro puede contemplar activa o
pasivamente tales tipos de derechos de garantía sobre bienes radicados en la Comunidad
foral, aunque negocie con una persona de distinta condición civil.
e.- Circunstancias extrañas al estatuto real: la troncalidad y el
régimen económico de matrimonio
Sin embargo, en otras coyunturas la Dirección General de los Registros y del Nota­
riado, establece con absoluta certidumbre la preponderancia en cuanto a los conflictos del
--
estatuto personal, o, en otras palabras, de la ley personal de los intervinientes. Así, en la
Resolución de S de octubre de 1906 se dice que «la comunicación de bienes establecida por
la ley 1", título 20 de Fuero de Vizcaya, obliga únicamente a los naturales de dicho país, y
no a los extraños a él, cuando se trate de bienes sitos en el mismo; pues aquel derecho, por
referirse a la constitución económica de la familia y a la capacidad jurídica de los cónyuges
con relación a los bienes aportados al matrimonio, se rige por la ley personal de los mismos
y no por la del país donde radican los bienes, según se deduce de lo dispuesto en los artícu­
los 9°, 10 Y 14 del Código civil».
Esta me parece ser también la línea básica que sustenta la Sentencia de 11 de octubre
de 1960 -versa sobre un individuo que reside LO años y algunos meses en Vitoria sin hacer
declaración de ninguna especie a lo lago del penodo, «con lo cual es evidente que ese mari­
do perdió su vecindad civil aragonesa como dispone el párrafo segundo del artículo lS del
Código civil y ganó la de derecho común, que también adquirió la esposa al seguir la condi­
ción de su marido, por prescripción del párrafo tercero del mismo artículo»-, en la que se
declara que la inexistencia de la vecindad civil vizcaína priva de la posibilidad de seguir la
troncalidad en la sucesión de los bienes aun cuando se hallaban situados en el territorio de
Vizcaya.
Evidentemente la hipótesis es muy otra, por cuanto los fenómenos sucesorios se
rigen por la última ley del causante (art. 9.8 Ce.) y no hay en caso propiamente conflicto de
leyes distinto del móvi 1, resuelto de tal suerte. Con todo, las argumentaciones traídas en el
asunto estimo que son de indudable interés para la disciplina que ahora me ocupa, como
paso a desarrollar.
Así es, el acertado tenor de la citada decisión judicial expresa que el Fuero de Vizca­
ya está informado «en el principio de troncalidad vizcaína, cuya realidad nadie niega», pero
resulta inaplicable a los efectos del litigio planteado, pues «la Ley ocho del título veintiuno,
única que se refiere a sucesiones de este género. al no hacer mención especial de que se
extienda a personas que por su derecho personal no estén sometidas a tal fuero, es obvio
que sólo sujeta a su precepto a las herencias cuyos causantes fueran aforados vizcaínos, que
son para los únicos para los que se dictó el Fuero, y no para los extraños a él, a los que no
alcanza esta institución de la troncalidad».
En cualquier caso, ya se ha mencionado la faceta sucesoria de la troncalidad, que
trae consigo las necesarias alusiones a la sucesión mortis causa, y se regula por la última
ley personal del causante, si bien admite algunas excepciones en cuanto a los derechos de
viudedad según observo en otro momento". Sin embargo, tampoco pueden omitirse las
implicaciones inmobiliarias que tiene dicho principio.
La citada Sentencia de 11 de octubre de 1960 continúa en esta misma vertiente seña­
lando que «aparte de la variación indiscuti ble de las circunstancias que desde los siglos
catorce y quince aconsejaran su adopción en Vizcaya, hay que tener muy presente que la
esencia y la razón de ser de esa troncalidad, es (... ) amparar económicamente y en cierto
aspecto social la familia netamente vizcaína, y sólo a ésa, que es la sometida al Fuero, pero
cuando esa familia foral se disgrega, o al menos se separa legalmente de ella alguna rama
para regirse por el derecho común, ya no tiene que proteger ni obligar a la rama que se dis­
grega, que viene a ser protegida y obligada por otra legislación».
La parte de mayor contenido de su discurso, a mi parecer, nace de la dicotomía entre
sucesión y efecto real de la troncalidad, resuelta favorablemente a favor de aquélla contra la
doctrina imperante tiempo atrás, lo que va en la línea de cuanto aquí se argumenta, porque
«no se objeta que con la trocalidad Jos protegidos son los tranqueros, puesto que esto sería
convertirla en un fin, siendo sólo un medio, y dar carácter personal e individual a esta cons­
titución que, como queda dicho, es esencialmente social, para la salvaguarda de unos miem­
bros de la familia social. y de ahí la discrepancia entre las sentencias que se apoyan en la
legislación antigun que sólo atienden al elemento real de la situación de las fincas y la doc­
21. Cfr. su wmenlario en El nuevo régimen de la vecindad civil.. . pp. 127 Yss.
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trina de los tratadistas modernos que requieren para que se dé el carácter de Lrocales a los
bienes, la concurrencia de los dos requisitos: el real de la ubicación de los bienes en la tierra
del Infanzonazgo y el personal de que su propietario o causante de su transmisión sea afora­
do, y faltando uno de éstos ya no tienen las fincas ese carácter especiah> (Sentencia de II
de octubre de 1960).
Para una mejor comprensión del fenómeno, el Tribunal Supremo pone a la luz de
forma precisa ciertas sombras que pueblan esta materia; y así reafirma «que si alguna duda
cupiera sobre la aplicación de esta doctrina al caso presente quedaría totalmente desvaneci­
da con el examen del párrafo tercero del artículo 10 del Código civil, que dispone que los
vizcaínos aunque residan en las villas, siguen siendo sometidos, en cuanto a los bienes que
poseen en la tierra llana a la ley quince, título veinte de Fuero, Jo que no puede referirse
más que a los que legalmente tengan la condición civil de aforados, pues para efectos lega­
les esa condición es la que interesa y no la calificación vulgar que da a tal nombre a los
nacidos en Vizcaya, con independencia de su situación civil».
IV. ¿CONFLICTO DE LEYES O CONFLICTO DE REGIMEN?
A lo largo de la exposición sobre materia que me ocupa, es tema de constante refe­
rencia el de la vecindad civil y los conflictos interregionales. Ello se hace por la impronta
práctica y sustantiva de las cuestiones implicadas, que ponen en juego los elementos carac­
terísticos de la coexistencia de distintos órdenes jurídico-privéldos en España.
En este sentido, la más compleja dificultad que suscita la pérdida de un principio
antes prioritario en la disciplina, como el de unidad familiar. es un creciente vigor de los
obstáculos para establecer lél vecindad civil de los sujetos, hasta el punto que la residen­
cia será sin duda el criterio más seguro en su definición, a falta de pautas fiables en la
materia.
La igualdad de sexos impedía, con arreglo a la Ley de 15 de octubre de 1990, que la
condición del padre se trasmitiese con preferencia sobre la de la madre a los hijos. En la
etapa precedente no había demasiados óbices, por cuanto la pérdida de la vecindad civil de
las mujeres a la hora de su matrimonio disminuía enormemente los conflictos. Ahora bien,
si los esposos conservan la vecindad civil anterior con independencia del hecho de haber
contraído sus nupcias, se reproducen las incertidumbres. Ello conducirá no pocas veces a la
preferencia práctica en favor del ius soli, que por esta vía recuperará el predominio históri­
co que le hurtó el ius sanguinis desde la refOlma del Título Preliminar del Código civil de
1974.
Así las cosas, y teniendo en cuenta que los concretos conflictos y las normas de su
regulación quedan recogidos en las leyes 11 a 16 de Fuero Nuevo, gracias a la remisión que
hace la ley 11, he tratado los concretos problemas en su seno n .
Sin embargo, considero que con carácter previo debe analizarse cuál es el ámbito de
tales conflictos. Sin peljuicio de las concretas determinaciones que más tarde quedan exa­
minadas, el asunto consiste a grandes rasgos en conocer cuándo pueden aplicarse por remi­
sión las nOlmas del Derecho internacional privado en la materia. Es decir, la duda no alcan­
za sólo a las reglas que deciden los puntos de conexión en virtud de los estatutos relevantes
ad casum, sino que también extiende su sombra sobre cuándo hay realmente conflicto en
sentido propio del término, desde la perspecti va específica del Derecho interregional, y con
independencia de las remisiones hechas a los artículos 9 y siguientes del Código civil por el
artículo 16 del mismo Cuerpo legaL
22. Cfr. su análisis en "Comentarios al Código civil y Compilaciones ForaJes». XXXV-2. Madrid. 1993.
-Prima jacie. parece claro el criterio, y sólo cuando la ley personal de cada partícipe
de la relación jurídica observada sea distinta, por tener vecindades civiles diferentes, deben
aplicarse las normas de conflicto interregional.
Ahora bien, persisten dos tipos de dudas esenciales al respecto. Según la primera, el
artículo 16 e1el Código civil alude a «los conflíctos de leyes que puedan surgir por la coexis­
tencia de distintas legislaciones civiles en el territorio nacional»; por tanto, no sólo cabe
plantearse como supuesto básico la discrepante condición civil ostentada por los intervi­
nientes, sino asimismo cualquier desavenencia en los elementos propios de los estatutos
real o formal. La respuesta que se ha formulado a lo largo del presente análisis pasa por
considerar que conflicto de leyes regionales supone siempre ley personal distinta en los
implicados en una relación jurídica.
La segunda de las grandes cuestiones traídas en este punto a debate supone conocer
qué sucede si los sujetos de distinta condición civil entablan una determinada relación jurí­
dica, que tiene, sin embargo. señalado por sus ordenamientos un estatuto jurídico de idénti­
co sentido en la materia de que se trate.
Repárese, por ejemplo, en el régimen económico del matrimonio si contraen un suje­
to sometido al Derecho común con uno de vecindad civil gallega. En sendas hipótesis la
sociedad legal de gananciales tiene aquel carácter de sistema subsidiario a la voluntad
expresa de las partes, manifestada en el cuerpo de la escritura de capitulaciones, que le otor­
ga el artículo 1.316 del Código civil. Ahora bien, si entendemos que hay propiamente un
conflicto interregional suscitado por las distintas leyes personales de las partes puestas en
conjunto, habrá de acudirse a los criterios del artículo 16 del Código civil en relación con el
artículo 9.2 del mismo Cuerpo legal para establecer con certeza el régimen del matrimonio,
sobre la base del primer lugar de residencia común o, en su caso, la ley vigente donde con­
trajeran nupcias, quedando el Derecho común como cierre del sistema.
En este punto se debaten dos tipos de argumentos: admitir como válida la regulación
común en sendos casos -aunque por vías diferentes-, o dejarse guiar mejor por los puntos de
conexión establecidos en el ordenamiento para los conflictos internacionales. En principio,
la norma del artículo 16 del Código civil señala que si dispares ordenamientos admiten nor­
mas idénticas no por eso se resuelve dicho conflicto, que debe seguir en este punto las dis­
posiciones previstas en el Código civil.
Personalmente mc parece tal criterio el más aceJ1ado, aunque asimismo constituya
un elemento de inseguridad y falta de sintonía evidente dentro de un mismo sistema jurídi­
co definido por la dependencia de idéntica nacionalidad.
En efecto, el al1ículo 16 del Código civil plantea el problema de los conflictos de
leyes interregionales, pero cuando tal cosa se afirma no queda claro si en la ruptura se refie­
re al resultado de las leyes o a estas mismas; o, en otras palabras, sí el conflicto interregio­
nal se predica de las leyes personajes de los individuos, o del concreto régimen jurídico que
[as leyes de cada uno conceden a una determinada institución.
En los conflictos internacionales el problema se minimiza, porque las leyes de cada
Estado dificilmente coinciden, y, por eso, además de otras palmarias cuestiones de sobera­
nía, se hacen necesarias normas que señalen el ordenamiento yue regule la cuestión de
forma objetiva, con an'eglo a los distintos estatutos según el caso.
Ahora bien, en el conflicto interregional la supletoriedad del Derecho común -esta­
blecida con carácter general en el artículo 13.2 del Código civil; y, asimismo, en el artículo
1 y la disposición final 4 de la Compilación catalana. leyes 2 y 6 del Fuero Nuevo, artículo
I de la Compilación de Aragón, artículo 3.1 de la Ley de Derecho civil foral del País
Vasco, artículo 1.3 y disposición Onal 2 de la Compilación de Baleares, artículo 2 y la dis­
posición final 2 de la Compilación gallega-, hace muchas veces innecesarias normas espe­
ciales para supuestos en que las leyes personales de ambos partícipes señalan la misma
regulación del asunto en que ambos intervienen.
Es cierto que la cuestión no era tan aguda en el panorama clásico en la materia,
donde [os ciudadanos conocían por su implantación social el ordenamiento a que quedaban
sujetos y su contenido. Mas ahora dicho panorama se rompe por dos lados distintos, como
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es que la superación del principio de unidad familiar hace dificultoso el propio conocimien­
to de la ley personal de cada uno, con arreglo a una condición civil que muchas veces se
desconoce; y, por último, que la tarea progresiva, cuando no invasora, de las legislaciones
forales están diseñando un marco jurídico ignorado por sus destinatarios.
Aún así, con los problemas que comporta reconocer en tales casos conflicto interre­
gional, el defecto se debe al sistema: y su simplificación, según creo, no debe correr en
detrimento de cuanto mandan las normas jurídicas aplicables en este punto, si bien constitu­
ye todo un ejemplo de que la traslación analógica entre los contlictos interregionales a los
internacionales se hace nociva, y es menester idear con premura un sistema de conflicto
interregional que atienda tanto a la justicia a la seguridad en este punto.
v. CONSIDERACIONES FINALES: LA COMPETENCIA JUDICIAL
En cualquier caso, y sin perjuicio de las vicisitudes e incertidumbres propias de un
fenómeno en ebullición por distintas causas, ha de ponderarse con arreglo a su auténtica
medida las dimensiones del hecho foral en la tradición jurídico-social española yen los pre­
sentes momentos". Al igual que se ponen de relieve las evidentes dificultades y obstáculos
que plagan el camino emprendido, lampoco caben silenciarse las ricas aportaciones que
prestan las normas forales al Derecho civil, incluso como un elemento interpretativo de
indudable interés, incomprensiblemente desplazado en muchas ocasiones a favor de los
ordenamientos de nuestra misma órbita cultural (v. gr. Italia, Francia... , etc.), aun cuando
las normas forales resultan más próximas y con una trayectoria histórica compartida en
mayor grado por las comunes que frente a las continentales.
Por último, en orden a esta materia, la Ley Orgánica del Poder Judicial concede a los
Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas la competencia sobre los
recursos de casación y revisión contra resoluciones de órganos jurisdiccionales civiles en su
telTitorío y normas forales propias, naturalmente allí donde se aprecien (art. 73.1, a y b de la
Ley Orgánica del Poder Judicial), y también sus decisiones ponen fin a recursos gubernati­
vos en materia de los Registros de la Propiedad, siempre que apliquen normas específicas
de sus ordenarruentos (art. 7 L.O.P.J.).
Así pues, la jurisprudencia -lato sensu- que originan tiene un valor propio en su
órbita, ofreciendo una dimensión hasta el momento desconocida y un nuevo interés a una
disciplina no exenta de dificultades por los posibles conflictos entre jurisdicciones, que son
en sus respectivas esferas de competencia supremas, si bien en la práctica se corre un serio
peligro de mutuas intromisiones".
En efecto, así como en el pasado los foralistas achacaron a la jurisprudencia una
decidida, fuera o no consciente, impronta centralista, entre cosas por la distinta familiaridad
con que contaban frente a uno u otro Derecho, ahora la tendencia lejos de normalizarse, a
mi juicio, cone serio peligro de inversión, gracias al nuevo esquema de competencias judi­
ciales entre los Tribunales Superiores de Justicia de las Comunidades Autónomas y el Tli­
bunal Supremo, que prima extraordinariamente las actividades de aquéllos en materia dis­
cutidamente foral.
En este sentido, la Ley de 30 de abril de 1992 sobre medidas urgentes de Reforma
Procesal ha desarrollado los anteriores principios, y en orden al denominado «recurso de
casación ante los Tribunales Superiores de Justicia» (Sección novena, Título XXI, Libro TI
23. Es conocida la Innuencia que despegó en este punto el Congreso Nacional de Derecho de 1946 (vé~se
LAClu;Z, cn "Anuario de Derecho Civil 1948 pp. 145 Y ss.), Y más recientemente el Congreso de Jurisconsultos de
Zaragoza sobre Ins Derechos civiles territoriales en la Constitución (29 de septiembre a I de octubre de 1981 J. así
como las Primeras Jornadas de Derecho Catalán (Tossa, 26 a 28 de septiembre de 1980). Cfr. una panorámica
general del tema en ARECI-IEDERRA, Compelencia de Navarra en mOleria de Derecho civil, La Ley, 1986.
24. Cfr. CORDÓN, El recurso de casación foral. en AAVV, "Temas de Derecho civil foral de Navarra»,
Madrid, 1991.
-de la Ley de Enjuiciamiento Civil), establece que «cuando el recurso de casación se funda­
mente conjuntamente en la infracción de norma de Derecho civil común y de Derecho civil
foral o especial propio de la Comunidad conesponderá atender de él a la Sala de lo Civil
del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Autónoma, excepto si se fundamenta en
la infracción de un precepto constitucional, supuesto en que la competencia corresponderá a
la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo» (art. 1.730, pfo. I LEC).
Luego si la norma invocada es foral, o reúne dicho carácter junto con otras de Dere­
cho común, la competencia pertenece al Tribunal Superior competente por razón de la
materia, y ello hasta el punto que quien pretenda presentar dos recursos, uno ante cada ins­
tancia judicial, se tendrá por desistido del interpuesto ante el Tribunal Supremo (art. 1.730.
pfo. 2 LEC). Asimismo, si alegada norma constitucional entiende la Sala Ia del Tribunal
Supremo que no ha sido contravenida, debe remitir las actuaciones al Tribunal Superior de
Justicia que deba conocer el asunto por la naturaleza de las demás normas invocadas (art.
1.732 LEC). Con ello, se pretende sortear el peligro de posibles fraudes a la competencia
judicial urdidos a través de alegaciones extravagantes de preceptos constitucionales, que
ofrezcan más o menos remota relación con el supuesto inequívocamente foral o con impli­
caciones conjuntas con el civil común contemplado.
LA DOCTRINA...
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