LECTURA ENTRE DOS MILENIOS. Perspectivas del mundo actual La historia más reciente viene marcada por la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania (1990), la caída del comunismo, la desintegración de la URSS, la desaparición del Pacto de Varsovia en 1991 y los acuerdos Bush-Gorbachov para la reducción de armas estratégicas con el objetivo de conseguir “un mundo menos peligroso que nunca desde el comienzo de la era nuclear”. Todo ello marca el final de la Guerra Fría El capitalismo se ha convertido en el sistema económico del mundo entero al incorporar a los antiguos países comunistas e incluso a China. Se ha incrementado la competencia y se han liberalizado los intercambios de bienes, servicios y capitales y la sumisión al mercado de de las necesidades sociales y decisiones políticas. Los estados intervienen para desregular el mercado laboral, efectuar la privatización masiva de empresas públicas y de numerosos servicios y reducir déficits fiscales a costa del Estado del bienestar. Este hecho, junto al aumento del poder del capital sobre los trabajadores, el declive del poder de los sindicatos y el aumento de desigualdades entre Norte y Sur y en dentro de los países desarrollados ha propiciado la aparición de nuevos movimientos sociales (como el 15-M) que reivindican sistema democráticos más justos y cercanos a las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Globalización La mundialización no es un fenómeno nuevo pero se ha intensificado en el cambio del milenio. Las nuevas tecnologías en transportes y telecomunicaciones posibilitan un mercado mundial, la interdependencia, la movilidad de capitales, mercancías y negocios, la creación de un sistema financiero mundial basado en el dominio de las grandes empresas multinacionales y la formación de una comunidad de información, de opinión y de cultura en un espacio sin límites ni fronteras. La interdependencia supone que cualquier problema o acontecimiento puede tener un alcance mundial en cuestión de minutos o de horas. . No sólo es una interdependencia geográfica, afecta a los diferentes ámbitos de la vida humana: una catástrofe medioambiental, una revolución o una crisis económica de un país, por ejemplo, pueden tener repercusiones políticas o económicas inmediatas en lugares muy alejados. La globalización trae consigo algunos aspectos positivos. En primer lugar, un aumento de la competitividad a escala mundial, que ha permitido abaratar los costes de producción, aunque en parte esto es debido a los bajos salarios en los países a los que se ha trasladado la producción, a la reducción del precio de los transportes, y también gracias a la eliminación de tasas aduaneras. Igualmente, ha permitido el acceso al consumo de productos antes inalcanzables a una parte de la población de los países pobres; la revolución tecnológica y de las comunicaciones, que se ha visto favorecida por la ampliación de los mercados pote óciales para tecnologías cuyo desarrollo es muy costoso, y que sólo es rentable si se comercializan a escala mundial; además podemos señalar el crecimiento económico de los países emergentes como China, India, Brasil, Rusia o México, que se han beneficiado de la apertura de los mercados mundiales y de las investigaciones que las multinacionales han realizado al trasladar a esos países su producción industrial. Pero la globalización también implica graves problemas como una mayor diferencia entre la riqueza y la pobreza; el crecimiento de la deuda de los países más pobres; el incremento en el consumo de energía y la sobreexplotación de los recursos; y la deslocalización que ha afectado a las regiones industriales tradicionales. El rápido aumento de la población (7000 millones en 2011, 9000 millones previstos para 2050). de la pobreza, del crecimiento urbano desequilibrado, las migraciones, la lucha contra el analfabetismo, la desnutrición y la enfermedad, la defensa de los derechos humanos y la consecución de un desarrollo sostenible que no ponga en peligro los recursos necesarios para la vida de las generaciones venideras son los grandes desafíos del mundo globalizado del siglo XXI Aunque, la democracia liberal occidental se propone como un modelo único universal de sistema político, la resistencia de otros sistemas de organización política, como los regímenes autocráticos o teocráticos, las dictaduras militares o las monarquías autoritarias generan guerras y conflictos diversos. Junto a la crisis actual de las democracias occidentales y especialmente de Europa y del proyecto de la UE, las esperanzas de la extensión real de la democracia en los estados herederos de la URSS, en gran parte de América Latina, en Irak, Afganistán, o en el mundo árabe (“primavera árabe” entre 2011 y 2012) han cosechado más dudas, fracasos e incertidumbres que avances reales. Política económica y desequilibrios mundiales La globalización actual se asienta en la desregulación de las economías nacionales, la privatización y la liberalización del comercio y finanzas mundiales. Desde la crisis de los setenta (por ejemplo las políticas de MargaretThatcher y Ronald Reagan en los ochenta) se han introducido de manera progresiva políticas basadas en el neoliberalismo que defiende que la intervención del Estado frena el crecimiento económico y hay que basar la actividad económica en el libre mercado y la libre competencia permitiendo el pleno movimiento de bienes, capitales y servicios, reduciendo normativas laborales y medioambientales y los gastos sociales del Estado del bienestar: Desde los noventa y tras la crisis económica que arranca en 2008, queda claro que la práctica neoliberal consiste en privatizar las ganancias y socializar las pérdidas incrementando las desigualdades y beneficiando a los ricos y poderosos. La globalización y desregulación de los mercados de capitales originaron una economía financiera virtual especulativa muy alejada de la economía real y productiva que ya avisó en las crisis de los noventa en México (1994), Asia del este (1997), Brasil y Rusia (1998) o Argentina entre 1999 y 2001. Estas crisis y la actual muestran los efectos negativos de la movilidad incontrolada de capital que busca beneficios inmediatos fuera de la economía productiva. Las políticas neoliberales han sido potenciadas por los países más desarrollados (en las reuniones del G-7 y del G-8 con la Rusia poscomunista) y por las instituciones económicas internacionales como el FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio (OMC) que condicionan las ayudas e inversiones a la aplicación de este tipo de “medidas de ajuste”. Desde 1999, el G-20 reúne a los miembros del G-8 con otros once emergentes y la Unión Europea y desde 2009 se ha convertido en el gran foro para debatir las grandes cuestiones de la economía mundial promoviendo políticas que resguarden el empleo decente, regulaciones a los bancos de inversión y paraísos fiscales y planteando la reformulación del FMI y el Banco Mundial. La crisis global iniciada en 2008 se inicia en Estados Unidos y se expande al resto del mundo, afectando especialmente a los países europeos y desarrollados y al proyecto de la Unión Europea. Comienza como una crisis de hipotecas inmobiliarias que colapsa el sistema financiero y desencadena una dinámica en la que causas y efectos se encadenan: el aumento del precio de las materias primas (por escasez y especulación) origina crisis energética y alimenticia; las bolsas se hunden; la paralización del crédito lleva a al quiebra a empresas que disparan el número de parados haciendo disminuir la demanda, incrementando el déficit de los estados y disminuyendo sus ingresos en un círculo sin fin. Los denominados países emergentes en proceso de industrialización (China, India, Brasil… ven crecer su PIB con enormes desequilibrios sociales pero parecen menos afectados por la crisis. Pero en los países más pobres y subdesarrollados (calificados con el eufemismo de Países Menos Avanzados o En vías de desarrollo) al intercambio desigual entre bienes manufacturados y materias primas se une ahora el que provoca el intercambio desigual de bienes y servicios de alta y baja tecnología. El 20% de la población mundial de los países ricos acumula el 86% del consumo privado, en tanto al 20% más pobre corresponde el 1,3% de este consumo. Los países pobres o subdesarrollados se caracterizan por tener una esperanza media de vida reducida, resultado de las condiciones de pobreza de la mayor parte de la población. El suministro de agua y alimentos no está garantizado, el analfabetismo está muy extendido, y el nivel de escolarización es bajo, y más aún en lo nivele superiores. El número de médicos es escaso y una buena aparte de sus habitantes carecen de atención sanitaria. Las enfermedades infecciosas están muy extendidas y existen pocos recursos para combatirlas. La economía es predominantemente agraria, el nivel tecnológico atrasado, y los servicios que presta el Estado son escasos y apenas alcanzan a una parte de la población. Por último, la renta per capita es muy reducida, con el agravante de que además oculta una enorme desigualdad en el reparto real de la riqueza. El neocolonialismo hace que en los países más pobres convivan dos sistemas económicos paralelos. En las zonas donde se localizan las riquezas minerales, energéticas y de materias primas, se desarrolla una economía capitalista, con infraestructuras de transporte, inversiones y un cierto desarrollo tecnológico, necesarios para la explotación de los recursos, todo ello bajo el control de las grandes compañías que llevan el negocio. En el resto del territorio, la economía es predominantemente agraria, con una agricultura de subsistencia o de plantación que mantiene a la mayor parte de la población en condiciones de atraso tecnológico y de pobreza. Los estados en un mundo globalizado En cuanto a los gobiernos, en la mayor parte de los países de África y Asia los sistemas democráticos o no existen o son puramente formales. Predominan los gobiernos autoritarios, formado por jefes de clanes o por generales, a menudo formados a partir de golpes de estado, o mediante la manipulación electoral. Suelen tener el respaldo de las clases sociales dirigentes y también de las grandes multinacionales, y aprovechan el poder para enriquecerse y favorecer a sus partidarios a costa del resto de la población. La corrupción se lleva por delante los pocos recursos económicos de unos Estados ya de por sí debilitados por el atraso económico. El “poder de los mercados” del capitalismo global ha debilitado el de los estados democráticos occidentales. En primer lugar, la economía trasnacional reduce el control del estado sobre la economía y en un sistema de producción internacional las empresas y grandes fortunas encuentran fácilmente paraísos fiscales o diferentes formas de evasión fiscal que reducen los ingresos de las haciendas nacionales. La crisis genera mayores gastos en coberturas sociales multiplicando deuda y déficit que deben ser reducidos obedeciendo las leyes y decisiones de los mercados que ya hemos visto: privatizaciones y recortes del Estado del Bienestar. Además del poder financiero, las redes globales de comunicación (internet, televisión, prensa…) dificultan los controles estatales sobre la información. Otro desafío para los estados es el crimen organizado internacional relacionado con el tráfico de armas, seres humanos, narcotráfico, órganos, obras de arte, tecnología y materiales radiactivos que incluso llega – como el poder financiero- a introducirse en las instituciones y decisiones de los gobiernos. Los estados también reducen sus competencias y capacidad de tomar decisiones tanto por su vinculación a organizaciones internacionales como por su cesión de poder y recursos a gobiernos locales y regionales. Pero el mayor desafío para los estados democráticos es el que proviene del deterioro del Estado del Bienestar y la falta de credibilidad en la libre competencia entre los partidos políticos de diferentes ideologías, derechas e izquierdas, que simplifican y vacían de contenido sus programas políticos y son incapaces de cumplir su misión fundamental que es la de canalizar las opiniones y expectativas de los ciudadanos Hacia un Nuevo Orden Mundial En 1990 se reunía en París la CSCE (Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea) con los países de la OTAN y del Pacto de Varsovia en la que se aprobó la Carta de París: los países europeos se comprometían con la democracia (elecciones libres y respeto a las libertades y derechos humanos), la economía de mercado y la solución pacífica de los conflictos. En 1991 desaparecía el CAME, el Pacto de Varsovia: el telón de acero caía completamente con la desintegración de la URSS dos años después de la caída del muro de Berlín: era el final del sistema de poder vigente en la relaciones internacionales desde 1945. Estados Unidos queda como única superpotencia con supremacía aplastante en los terrenos, político, militar, económico y tecnológico, como uno imperio mundial. Pero no todos los estados acatan y aceptan sin más esta autoridad y superioridad: la Unión Europea, Rusia, China, India y otros estados aspiran a hegemonías continentales o regionales o cuestionan el imperialismo estadounidense. El terrorismo en general, y el fundamentalismo islamista en concreto, junto a los estados que lo amparan o que no siguen las directrices de los Estados Unidos forman parte del denominado “eje del mal”, el nuevo enemigo del “mundo libre. Los Estados Unidos aprovechan para hacer valer su papel hegemónico, interviniendo como “gendarme del mundo” para defender sus intereses aunque ni quieren ni pueden afrontar en solitario los costes económicos y políticos que suponen los complejos desafíos y problemas del mundo actual. Pronto tendría ocasión de demostrar su condición de vencedor de la guerra fría y ejercer su papel de de líder del “nuevo orden mundial” en la primera guerra del Golfo (1991) .Estados Unidos ha intervenido desde entonces en diferentes lugares asumiendo el papel de árbitro de la situación internacional. Este Nuevo Orden Mundial estadounidense se justificaba en su intención de establecer la paz en la diplomacia internacional y se manifestó en conflictos localizados en forma de “guerras limpias” en las que el apabullante poder aéreo norteamericano le permitía operar con un mínimo riesgo de vidas de sus soldados y justificar los daños en las poblaciones atacadas como “efectos colaterales” (guerra del Golfo, ataques a Libia, y Sudán, Afganistán, Irak o Kosovo a finales de los noventa). Desde el final de la Guerra Fría hasta 2001 hubo más de sesenta conflictos armados (incluso en la vieja Europa, en las repúblicas ex yugoslavas) relacionados con los problemas de la caída del comunismo, del mundo árabe-musulmán y de la pobreza y miseria neocolonialismo especialmente en el África negra. Muchas de estas guerras y conflictos provienen de lo que Amin Maalouf ha denominado como “identidades asesinas”, una especie de movimientos basados en nacionalismos radicales ligados a contenidos muy primarios y reducidos a elementos étnicos, lingüísticos, religiosos o culturales. Estos conflictos presentan además implicaciones brutales con grupos paramilitares, mercenarios, niñossoldado que buscan al adversario en la población civil y que basan su actuación en un lucrativo negocio de armas de todo tipo. En los países de bajos y medianos ingresos por habitante de Asia, África y Sudamérica aumentan los gastos militares y el rearme que enriquece a las empresas exportadoras de armamento de los países desarrollados. El terrorismo es otra de las formas de conflicto que define las décadas del cambio de siglo. En realidad se presenta de muchas formas pero todas ellas coinciden en el carácter indiscriminado de los atentados ( a individuos, infraestructuras o matanzas masivas) con el propósito de sembrar el pánico entre la población civil y poner en evidencia la fragilidad de los estados para que acepten sus reivindicaciones. Podemos encontrar desde un terrorismo motivado por reivindicaciones independentistas nacionales (ETA. IRA, problema palestino) u ocupaciones (Irak, Afganistán…) hasta los transnacionales organizados en redes entre los que destaca el relacionado con el integrismo o fundamentalismo islámico (11-S 2001, 11-M 2004, 7-J 2006…) y los diferentes movimientos yihadistas y terroristas (atentados recientes de París y Bruselas, sin olvidar que más del 85% tienen lugar en países de mayoría muslmana como Irak o Pakistán) Tras los atentados de Nueva York del 11-S el presidente George Bush inició una acción agresiva al margen de las instituciones internacionales con el pretexto de la lucha contra el terrorismo y las amenazas de las “armas de destrucción masiva”, para defender sus intereses geoestratégicos (Escudo antimisiles en Europa oriental), económicos y energéticos e impedir la proliferación nuclear y que aparezcan nuevas potencias nucleares. El unilateralismo, como se denominó esta política, se justificó en la defensa frente a los denominados “estados delincuentes” (el eje del mal en el que se incluirán Corea del Norte, Cuba, Irán, Sudán o Siria) y se concretó en las guerras contra Afganistán (desde 2002) e Iraq (desde 2003) en el nombre de la guerra contra el terrorismo global. Ambas guerras se enquistaron y han generado nuevos problemas mostrando el fracaso de la política unilateral, la importancia de volver a una política de negociación y la necesidad de recuperar y redefinir el papel de organizaciones como la OTAN y, especialmente, la ONU. Desde 2011, “la primavera árabe” ha derivado en diversos conflictos de los que actualmente el más complejo y el que está teniendo repercusiones mas negativas (crisis de los refugiados, luchas por la hegemonía en la zona, aparición del Daesh o ISIS, “nueva guerra fría” por la implicación de Estados Unidos y Rusia) es la guerra civil en Siria Con el final de la Guerra Fría, la OTAN ha desempeñado en numerosas ocasiones un papel garante del orden internacional sustituyendo o actuando en delegación de la ONU (en Bosnia, Kosovo o Afganistán) Desde comienzos de siglo su nuevo concepto estratégico se dirige a afrontar las amenazas provenientes de los estados fallidos, el terrorismo internacional, los ciberataques, la proliferación de armas de destrucción masiva, el crimen organizado, el tráfico de personas, drogas y armas, la protección de rutas energéticas, los focos de inseguridad y las crisis humanitarias. El papel originario de la ONU de salvaguardar la paz y la seguridad internacional estuvo delimitado por el contexto internacional de la Guerra Fría y pareció adquirir un cierto protagonismo en los primeros noventa. Pero desde entonces ha recibido muchas críticas. Por un lado, sus resoluciones apenas tienen repercusiones concretas sobre los países afectados. Por otro lado, la composición del Consejo de Seguridad, con sus cinco miembros con derecho al veto, bloquea muchas veces la adopción de decisiones en conflictos clave, como ocurre habitualmente en el caso de Israel. Además son escasos los asuntos en los que intermediación tiene éxito en los conflictos internacionales. La postura unilateral y aislacionista mantenida por Estados Unidos (basada en el principio formulado por sus dirigentes de que “se ocupará del mundo cuando deba,, a su manera, según sus principios, su calendario y sus condiciones…”) hasta la llegada de Barack Obama a la presidencia en 2009, unida al déficit y sus problemas de financiación y toma de decisiones, hacen de la ONU una organización que necesita un replanteamiento total para que pueda cumplir su compromiso con el desarme, el desarrollo sostenible, la paz, la lucha contra el crimen y el terrorismo o afrontar de manera creíble conflictos actuales como los del Sahel, Siria (Próximo Oriente) o Corea.