La Literatura Religiosa es de calidad excepcional tanto en prosa como en verso, se manifiesta con escritores como Fray Luis de León, y con el desarrollo de la ascética y la mística. Como el resultado del impulso que el Cardenal Cisneros había dado al estudio de los escritores espirituales europeos a principios de siglo, aparece tardíamente en España una literatura ascética y mística, cuyo esplendor se había producido en otros países un siglo antes. a). ASCÉTICA Y MÍSTICA El reinado de Felipe II es el momento de mayor esplendor de estos géneros. La ascética contaba en España con una tradición que puede remontarse a Séneca, pasar por Alfonso X el Sabio y el canciller Ayala, y continuar incluso en la picaresca. En cuanto a la tradición mística, los hispanoárabes y los hispanojudíos ya habían dado obras capitales, y dentro de la ortodoxia católica existía la imponente figura de Ramón Llull. En el siglo XVI, la influencia más palpable fue la de Tomás de Kempis, y los iniciadores del género propiamente místico fueron los franciscanos Bernardino de Laredo, con su Subida al Monte Sión por vía contemplativa, y Francisco de Osuna (1497−1540), cuyo Abecedario espiritual nutre gran parte de los sistemas expositivos y de las doctrinas de todos los grandes autores. • La ascética se ocupa de los esfuerzos que el espíritu debe realizar para alcanzar la perfección moral. • La mística trata, en prosa o en verso, de los fenómenos, díficilmente describibles, que experimentan algunos justos (los místicos) al entrar el alma, por la oración , en contacto directo con Dios. ASCÉTICA Doctrina moral de libertad ante lo terreno, ordenación de las tendencias naturales de la sensibilidad y humanización de los instintos primarios. Según una cierta concepción no evangélica, el hombre ascético capta el mundo como ilusión, se impone una vida de renuncia a lo terreno y mortifica las tendencias naturales de la sensibilidad en lucha constante contra los instintos carnales, a fin de llegar al Absoluto. La palabra «ascesis», que en griego significa «ejercicio», se tomó de los estoicos: como los atletas, absteniéndose del placer y resistiendo al dolor, los partidarios de tal doctrina pretendían templar su voluntad, instrumento de su perfección moral. MÍSTICA De la misma raíz que «misterio» («lo cerrado»), la mística se puede definir como aquel perfecto conocimiento y amor del Misterio primero y último, obtenido gracias a una total ignorancia en virtud de una incomprensible unión. Normalmente, precede una cierta ascética en lo sensible que posibilita crear alguna distancia entre el ser humano y sus necesidades físicas, ennobleciéndolas y dignificándolas. Por esas necesidades, el ser humano se abre al «mundo», y por esa distancia ejercitada experimenta su libertad respecto a todo lo sensible. Precede también una cierta ascética emocional: por ella, el ser humano se ejercita en distanciarse de sus preocupaciones, problemas y angustias. Finalmente se requiere una ascética intelectual que libera de la necesidad compulsiva de agarrarse a un conocimiento objetivo y conceptual. Con tales ejercicios, el místico, 1 atraído por una fuerza interior que le llama, por una insatisfacción creciente, puede adentrarse en una cierta vacuidad interior, en un silencio y una noche (una nada) en la que el ser humano se ofrece con activa pasividad a la gratuita y necesaria iniciativa de Dios. Se despierta entonces un sabor íntimo, un sentido de Presencia y una luz inéditas que, brotando de dentro hacia fuera, transfigura la realidad sensible ofreciéndola como llena de significado, como «creación». La apariencia de las cosas se convierte en aparición de lo sagrado; la vacuidad se revela como origen, matriz y plenitud de las formas; el silencio, como preñez y meta de la palabra; la noche, como llena de luz y Presencia inefables. Inmensidad e intimidad se unen: la inmensidad se hace íntima, la intimidad inmensa y el ser humano se experimenta «siendo», con total conciencia, energía y gozo, que sabe no le serán arrebatados. Esa pasión por lo divino, esa «vehemencia de ser» y esa deliciosa e inefable sabiduría, impulsan al místico a comunicar su experiencia, traduciéndola en palabras. Así sucede con la Vida de Teresa de Jesús o con los poemas y tratados sistemáticos de Juan de la Cruz. Gracias a esos testimonios se ha podido elaborar una teología mística o espiritual y una psicología de la profundidad, en la que, además de la labor de Carl Gustav Jung (l875−1961) en torno al núcleo central de la psique humana y sus comentarios a los místicos, destacan los trabajos de la actual psicología transpersonal. Los fenómenos místicos se han dado en todas las religiones, incluso en elseno del ateísmo, como probablemente fue el caso de Friedrich Nietzsche (1844−1900), cuya experiencia fue tematizada como vivencia del «yo central», del «Sí mismo» (das Selbst). Místicos influyentes y contemporáneos en el seno del hinduismo han sido, entre otros, Sri Aurobindo (1872−1950), cuya iluminación se dio en la cárcel, Ramana Maharshi (1879−1950) y Ma Ananda Moyi (m. 1882). Místico independiente ha sido Krishnamurti (1895−1986). La ortodoxia dio una abundante floración de místicos con Leoncio de Bizancio (s. VI), Máximo el Confesor (s. VII), Juan Damasceno (s. VIII), Simeón el Nuevo Teólogo, Gregorio Palamas (s. XIV) y, en el siglo pasado, el anónimo autor de «Relatos de un peregrino ruso». En la Edad Media cristiana se dieron abundantes experiencias místicas como las de la mística renana y la del Maestro Eckart (1260−1327). En Cataluña encontramos un ejemplo de mística franciscana en la experiencia de Ramon Llull (1232 o 1235−1315). En el resto de España, el fenómeno apareció tardíamente, en el s. XVI, y su constitución duró unos cien años, desde el nacimiento de Ignacio de Loyola en 1491, hasta la muerte de Juan de la Cruz en 1591, alcanzando una de sus cumbres con los escritos de Teresa de Jesús (1515−1582), de Juan de la Cruz (1542−1591), de Juan de Ávila (1500−1569), precedidos por el «Abecedario espiritual» de Francisco de Osuna (1497−1542). Este período se cerró definitivamente el 18 de julio de 1685, cuando Miguel de Molinos (1628−1696), el último de los grandes místicos españoles, sospechoso de herejía, fue encarcelado en una prisión romana por la Inquisición hasta su muerte. Sus escritos se difundieron en Francia, donde influyeron en madame Guyon (1648−1717) y en Fénelon (1651−1715), a los que se opuso Bossuet (1627−1704) en una célebre controversia. La aportación de los místicos no sólo ha incrementado la espiritualidad, la filosofía y la psicología, sino también la cultura, enriqueciendo su instrumento fundamental, la palabra. En ese intento paradójico de decir lo indecible, muchos místicos han sido grandes poetas y creadores de lenguaje al dotar la palabra con nuevos significados y posibilidades expresivas. • Vías místicas Según los místicos, el alma, hasta llegar a la unión con Dios, pasa por tres fases o vías. • Vía purgativa: Proceso duro y áspero en que el alma se desprende de 2 las apetencias mundanas y se purifica. • Vía iluminativa: Tras la purificación, viene una luz o un saber sobre− natural acerca de Dios y sus misterios. • Vía unitiva: El alma, arrebatada por Dios, se une o funde totalmente con Él. El extasis o matrimonio espiritual, en el que se anulan todos los sentidos. El gozo que entonces se produce es inefable: no puede describirse con palabras. b). El TEATRO EN EL SIGLO XVI Recordemos que la única obra de nuestro primitivo teatro que se conservaba era la Representación de los Reyes Magos, (s.XIII). Habría que esperar hasta el siglo XV para encontrar un nuevo texto: una representación del Nacimiento de nuestro Señor, escrita en verso por Gómez Manrique. Es una deliciosa pieza cuyo primitivismo no resta encanto, sino que lo añade, a la emoción, ternura y viveza de las sucesivas estampas que culminan en la escena en que los ángeles ofrecen a Jesús las insignias de la Pasión. Otra pieza dramática de Gómez Manrique, las Lamentaciones fechas para Semana Santa, corresponde al ciclo de la Pasión. Se atribuye también a Manrique un Auto de la Huida a Egipto, basado en los evangelios apócrifos. En esta época empieza a utilizarse de forma general la redu−cción del número de actos a tres, en lugar de los cinco en que se habían dividido los dramas hasta entonces. Artieda, Cervantes y Virués creyeron ser los descubridores de la obra con tres jornadas, y toda su vida alardearon de ello. Pero antes que nuestros trágicos, en 1553, Francisco de Avendaño había escrito en coplas de pie quebrado una pieza, en cuyo introito se autolaba por ser el primer introductor de las tres jornadas. Los autores de tragedias de horror, restauradores, en cierto modo del arte clásico, ignoran el teatro cómico y religioso. Los dejan fuera de su tentativa de renovación para dedicar su actividad únicamente a la tragedia. Es extraño que eb una época en que se traducía a Plauto y Terencio, se imitase a Séneca. Tampoco sirvieron de nada los precedentes de Vasco Díaz Tanco de Fregenal, Micael de Carvajal y Juan de Mal Lara, porque el teatro religioso casi no fue tocado por los autores de 1580. El monopolio de tragedias sagradas y dramas católicos estaba en manos de los jesuitas y sus colegios. La única excepción a la regla de la exclusión de la temática religiosa es la Isabela, de Lupercio L. Argensola. Una época en la que el fervor y la piedad fueron tan grandes debía dar también figuras extraordinarias en el campo de la literatura religiosa, sobre todo místicos y ascetas. Los primeros buscan la unión del alma con Dios en la vida presente a través de la purificación, la iluminación y, finalmente, la unión con el Creador. El asceta se ejercita por medio de actos, oraciones, mortificaciones, etc., en lograr la perfección. Las tres figuras más importantes en este género literario son: Fray Luis de Granada (1504−1588), hijo de una lavandera, estudió en Valencia y vivió en Portugal. Llegó a predicar ante Felipe II y fue confesor del duque de Alba. Escribió Introducción al símbolo de la Fe, que es una exaltación poética del Cristianismo, y Guía de pecadores, donde trata de la virtud, del pecado y del recto camino para salvarse. Santa Teresa de Jesús (1515−1582) era de Avila y posiblemente la mujer más admirable del siglo XVI español. Era carmelita, y su celo, entusiasmo y afán apostólico la llevó incluso a topar con la Santa Inquisición. Fue la santa andariega por 3 excelencia, reformadora de la orden y visitadora de conventos. Su poesía más conocida es Vivo sin vivir en mí. Las moradas es una obra de perfección piadosa donde describe el castillo interior, es decir, el alma. San Juan de la Cruz (1542− 1591) tuvo contacto con Santa Teresa y, como ella, fue perseguido e incomprendido. El lirismo de San Juan de la Cruz corre parejas con su misticismo. Algunas de sus poesías nos parecen incomprensibles por su elevación y profundo sentido: Noche oscura del alma, Cántico espiritual entre el alma y Cristo, Llama de amor viva, etcétera. 4