TORTURAS EN EL EJÉRCITO

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TORTURAS EN EL EJÉRCITO1
SEMANA revela los más escalofriantes maltratos y abusos sexuales a que fueron sometidos 21 soldados
por sus propios superiores del Ejército.
"No me queme, por favor, se lo suplico, no me queme". El soldado regular Jhon Jairo Cubillos Navarro,
del Batallón Patriotas de la VI Brigada, le implora a su superior, el cabo primero José Rafael Tarazona
Villamizar. En respuesta, éste lo tira al suelo, le da varias patadas y. como si estuviera marcando ganado,
le quema la cara, una, dos y tres veces. Cubillos Navarro llora y trata de huir en un intento fallido, pues
sus ojos están vendados y tiene las manos amarradas atrás.
El cabo Tarazona guarda un breve silencio. Entonces, por un instante se escucha diáfano el rumor de las
aguas del río Honda que corren adyacentes al Centro de Instrucción y Entrenamiento (CIE) del Ejército
Nacional, en Piedras, un poblado del departamento del Tolima. Es el último miércoles del mes de enero,
día 25, y como es natural por estas épocas del año, hace un calor infernal que abrasa esta región de
llanuras espléndidas.
Hasta esta unidad llegó el soldado Cubillos como miembro de la compañía Escorpión y con el teórico
objetivo de salir en condiciones óptimas tanto físicas como mentales para combatir a los grupos armados
ilegales. Al menos eso le dijo a su familia cuando se despidió de ella en el cercano municipio de Lérida,
donde nació hace 24 años. Aunque en el fondo de su corazón alimentaba la secreta esperanza de que el
Ejército le brindara una oportunidad y una carrera para ayudar a su familia. Creía tener los requisitos
necesarios: obediente, buena gente, trabajador y, sobre todo, un profundo amor por los símbolos patrios.
"Yo le gritaba que no me"
"Me metieron la cabeza"
"Me pegaron y me pusieron"
“A Mejía le abrieron las nalgas y le metieron un palo...”
"Me chuzaba con un palo en el ano"
Parte médico de las torturas
La reconstrucción de los hechos Un grupo de investigadores documentó fotográficamente las graves
torturas. LLevaron nuevamente hasta el lugar de los hechos, el Centro de Instrucción y Entrenamiento de
Piedras, a los torturadores y a los soldados torturados. SEMANA logró en exclusiva algunas de las fotos
del simulacro efectuado con los protagonistas reales del caso, los soldados agredidos y sus victimarios.
Los soldados torturados están adscritos al Batallón Patriotas, con sede en el municipio de Honda, Tolima.
Son jóvenes de diferentes zonas del Tolima que en promedio tienen 20 años de edad Entre el 2 y el 6 de
febrero, los soldados torturados fueron examinados en la sede del Instituto de Medicina Legal del
municipio de Mariquita. De acuerdo con el dictamen médico, varios de los reclutas quedaron marcados
con lesiones físicas permanentes
Símbolos que en este instante son sinónimos del horror porque el cabo Tarazona ordena poner el Himno
Nacional cuyas notas irrumpen en la quietud del mediodía. Suelta una carcajada y le advierte al indefenso
muchacho: "Voy a borrarle esta vaina". Se refiere a un tatuaje que Cubillos Navarro tiene en la canilla de
la pierna izquierda. Y empieza a quemarlo con un tizón hasta que el tatuaje se disipa entre la carne viva.
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Revista Semana. Bogotá, febrero 19 de 2006. http://www.semana.com/wf_InfoArticuloNormal.aspx?IdArt=92765
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En medio de los gritos se escucha la voz de otro soldado: "Mi teniente mandó decir que dejen eso".
Tarazona se burla. No sólo califica a sus cautivos de perdedores por haberse dejado atrapar, sino de
cobardes por haber ido a dar la queja. Y entonces sigue adelante en sus acciones que él considera
normales. En efecto, él cree que hasta ahora ha actuado correctamente y que el ejercicio está saliendo
bien.
Incluso después de unos días ratificó su inocencia. Primero, ante la justicia penal militar que investiga el
caso, y luego, verbalmente, en su sitio de reclusión. Está junto al cabo tercero Edwin Alberto Ávila Mesa.
Aunque ambos tienen medida de aseguramiento, sindicados de los delitos de ataque al inferior, la medida
jurídica los tomó por sorpresa. "Yo hice lo que a mí me enseñaron", explica Tarazona para argumentar por
qué actuó así ese miércoles.
Un día negro para el Ejército, pues a 21 soldados los torturaron: fueron golpeados con puños, patadas,
palos y machetes. Además, fueron sometidos a pruebas de asfixia y ahogamientos. Por si fuera poco, todos
recibieron quemaduras en diferentes partes del cuerpo, en algunos casos con lesiones de por vida, tal como
lo confirmó en su dictamen el Instituto de Medicina Legal. Y para mayor humillación, algunos de ellos
fueron obligados a comer excrementos de animales. En ese día de violencia se llegó al extremo indignante
de violaciones y vejámenes sexuales con los soldados. Pero, ¿cómo y por qué ocurrió todo esto?
Días de furia
En su proceso de formación, todos los soldados deben pasar por unas unidades de instrucción durante tres
meses, en las que reciben la preparación de supervivencia para las exigentes condiciones a las que deben
enfrentarse. Probablemente no hay un colombiano que tenga un trabajo más exigente: deben combatir a la
guerrilla más rica y experimentada del mundo occidental, a los grupos de autodefensa mejor armados y a
los barones de la droga más poderosos. Siempre con 16 kilos a cuestas, que es el peso de su equipo, y en
una geografía inhóspita: desde los campos minados a los caudalosos ríos y en las selvas profundas hasta
las nieves perpetuas.
Para sobrevivir a semejantes adversidades, al inicio de su carrera pasan por estos centros. Al salir de allí
tienen que conocer, como si se tratara de la palma de sus manos, El manual de resistencia, evasión y
escape.
Este es un documento guía en el que los soldados aprenden cosas esenciales: cómo hacer fuego con trozos
de madera, qué plantas comer y cuáles ni siquiera tocar, cómo enfrentarse a fieros animales a mano limpia
y la manera de hacer una cama para dormir en la manigua. Y, por supuesto, qué hacer en caso de caer
atrapado por los enemigos.
Precisamente, en la mañana de ese miércoles del pasado mes de enero, la compañía del Batallón Patriotas,
que tiene su sede en Honda, compuesta por 66 soldados, tenía previsto en el CIE de Piedras la jornada
sobre cómo escapar de la guerrilla y qué hacer en el caso extremo: cómo actuar cuando se es atrapado.
La idea era que los soldados se dividieran en grupos de a cinco y luego todos se dispersaran por el área.
Ninguno iba vestido con el uniforme, pues el ejercicio consistiría en que en un principio la guerrilla
ficticia no sabía que eran militares sino anónimos campesinos. Los muchachos debían caminar alertas por
una carretera considerada en teoría zona roja. Cuando sintieran la presencia de los hipotéticos insurgentes,
debían emprender la huida. Eso lo hicieron con habilidad 44 soldados que lograron escapárseles a sus
perseguidores. Veintiuno de ellos no corrieron con la misma suerte.
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Los soldados fueron vendados y amarrados. La idea era que atravesaran 150 metros en lo que ellos llaman
'la pista' y que es un camino en el que deben sortear pruebas hasta llegar al cauce del río Honda. De allí
serían llevados a una explanada en la que debían ocultar su verdadera identidad, a pesar de las presiones a
que los sometieran. Esto para que la guerrilla nunca se enterara de que había aumentado el número de
militares rehenes.
El soldado Maicol César Sánchez Isaza, de apenas 18 años, sintió con un violento puñetazo en su
estómago que la cuestión no era una simple prueba pedagógica ni un efímero ejercicio de supervivencia.
Un grupo lo agarró a patadas, lo tumbó al suelo y lo golpeó a puñetazos. Sus amigos de infancia en La
Dorada (Caldas) recuerdan a Sánchez Isaza como un muchacho tímido y de pocas palabras. Una
característica que aquel miércoles él creyó iba a servirle para salir de semejante trance. "Si permanecía en
silencio no tendría a nadie para delatar, por lo que me dejarían seguir".
Se equivocó porque la golpiza formaba parte de cinco estaciones en las que serían sometidos a violentos
ataques físicos. No sólo actos considerados como tortura, sino incluso en algunos casos, abusos sexuales.
En esta primera parada, llamada de ablandamiento, cada uno de los muchachos fue golpeado y agredido
verbalmente: "Lo vamos a violar, marica, lo vamos a violar". Era el grito que escuchaba mientras recibía
los golpes.
Luego los hicieron avanzar por el caño seco y los subieron en diversas piedras para que se cayeran. El
soldado Valencia se fue de bruces y se partió la cabeza contra otra piedra. El golpe fue seco y él no pudo
hacer nada para evitarlo, por la venda y por los nudos en las manos. Días después, el jueves 2 de febrero,
el muchacho fue evaluado en el Instituto de Medicina Legal de la localidad de Mariquita donde los
médicos certificaron que se debieron tomar 17 puntos en la cabeza por la herida.
Aquel miércoles, sin importar que sangraba profusamente, lo obligaron a ir hasta la tercera estación, unos
metros adelante. El joven caminaba a tientas, sin poder ver, zigzagueante, hasta que se encontró con el
crepitar de varias hogueras que sus improvisados captores habían encendido. ¿Para qué se hizo el fuego?
"Tenía como finalidad fatigar con el humo al capturado", explicaría días después el subteniente Javier
Arturo Pachón Reina, quien fue testigo de los hechos. "Formaba parte de la presión sicológica".
Lo cierto es que ese día se pasó también al más severo castigo físico. Cada uno de los muchachos fue
quemado: algunos en su rostro, otros en los brazos, otros en las piernas. "Prueben, prueben la varita
mágica", anunciaba uno de los superiores mientras le pasaba por la piel la vara al rojo vivo. Al final,
algunos quedaron con quemaduras hasta de segundo grado y otros con marcas de una violencia bárbara,
como consta en los certificados del Instituto de Medicina Legal: "Miren, este ya no tiene el tatuaje, ya se
lo borramos", gritaba en medio de las risas el cabo Tarazona al ver la carne viva del soldado Cubillos
Navarro.
Fue en ese momento cuando este joven sintió que iba a morirse. Recuerda que ya era cerca de la una de la
tarde y que a esa hora se iría de este mundo humillado, marcado como un animal. Por un instante
rememoró su infancia, cerca de allí, cuando no sabía nada de la milicia y pasaba las horas viendo pastar en
las praderas el ganado. En ese sueño fugaz encontró una diferencia sustancial. Después de la marca, al
ganado lo dejan libre. En su caso, no. Lo levantaron y lo arrojaron a las aguas pedregosas del río. Uno de
sus superiores lo tomó por la cabeza y lo hundió, mientras le gritaba que no se iba a morir quemado sino
ahogado. Por donde su instinto le decía, Cubillos Navarro señalaba hacia el soldado que repetía la orden
del teniente: "Que paren eso, que paren eso".
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Los muchachos fueron sacados y llevados a la explanada. El juego siguió allí: "Usted es soldado,
¿cierto?". Cada uno por su lado respondía que no. Entonces el cabo Tarazona o el cabo Ávila les señalaba
la nuca en donde ellos tenían intactas las huellas que se les forman por el peso del equipo. "Mentira,
mentira", les gritaban, y los agarraban a golpes. "Son soldados, son soldados. Cante el nombre del
comandante, cántenlo rápido". Antes de permitirles la respuesta, caía sobre ellos una nueva lluvia de
patadas y puñetazos. Exhaustos, algunos de ellos se derrumbaban. Los captores los levantaban y les
golpeaban los oídos. Wilson Orlando Guzmán Castellanos, también de Lérida, y de apenas, 19 años, sintió
que el suplicio llegaba a su fin cuando percibió que le estaban bajando la venda. Se equivocó. En realidad
le desnudaban las orejas para ponerle hormigas. Los insectos entonces los picaban. Luego les echaron ají,
pringamozas y sal, en las heridas.
En medio de los gritos, varios muchachos fueron desnudados. "Les advertimos que los íbamos a violar". Y
en efecto, a algunos de ellos se les introdujo un palo entre el ano, a otros les metieron los dedos y a otros
dos más les bajaron los pantalones. Entonces, arrodillaron a un soldado humilde, de extracción campesina,
con un bajo grado de escolaridad, y lo obligaron a introducirse en la boca el pene de otro soldado. Él
buscaba zafarse para evitar la humillación. El otro intentaba lo mismo para no hacerle eso a su compañero.
A ninguno se le olvida que el mayor impulsor de esta idea fue el cabo tercero Jairo Alonso Lora Fuentes.
Al caer la tarde, se les quitó el vendaje y se les dejó allí tirados, ultrajados y heridos. Luego, sobre el CIE
cayó un manto de silencio que se extendió hasta el Batallón Patriotas. El hecho, sin embargo, se regó
como pólvora y les llegó a las humildes madres de los soldados. Se trata de muchachos con un promedio
de edad de 18 años y en algunos casos tan pobres, que ni siquiera tienen teléfono. Por eso, la noticia tardó
en llegar.
Además, por su extracción social, ninguna de las madres supo qué hacer, ni a dónde ir, ni a quién llamar.
La mayoría son mujeres de origen muy humilde y con muy poco conocimiento de lo que son sus derechos
y los de los hijos en la milicia.
Sin embargo, según el coronel Rubén Hernández Mosquera, él las atendió personalmente. "Tienen que
tranquilizarse. Todo lo que se ha dicho es mentira", les dijo el comandante del Batallón Patriotas. A pesar
de todo, en la unidad militar se produjo una fractura. Para una parte, el asunto se debía investigar
disciplinariamente porque el Ejército debe dar ejemplo en materia de derechos humanos, mientras que
para otra, lo ocurrido forma parte de la formación militar, por lo que nadie debía escandalizarse.
En este último grupo se alineó el coronel Hernández. "Todos nuestros generales han pasado por esto. Así
es que nos formamos". Entonces ordenó guardar silencio. El mutismo duró apenas unos días, pues la
justicia penal militar no se quedó quieta y ordenó abrir un expediente para investigar lo ocurrido.
El juez penal militar al que le correspondió el caso pidió al Instituto de Medicina Legal hacerle un examen
científico a cada uno de los soldados. "En esta profesión uno ve cosas muy duras, pero yo nunca había
visto una cosa así", dijo sorprendido uno de los médicos de la sede de Mariquita. Uno a uno, los 21
muchachos fueron examinados desde el jueves 2 de enero hasta el lunes 6. Aunque todos los casos
presentan heridas diferentes, hay algunos en los que coincide la conclusión: "deformidad física que afecta
el cuerpo de carácter permanente".
La fila de los muchachos en Medicina Legal provocó un impacto enorme en Mariquita. La noticia de que
en el Ejército estaba ocurriendo algo anómalo se extendió por las poblaciones circundantes de donde
procede la mayoría de los soldados. Esos rumores provocaron una tormenta que azota hoy a las Fuerzas
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Armadas. "No comparto lo ocurrido. Va en contra de la moral de la tropa", dijo en su testimonio oficial
ante las autoridades el subteniente Pachón Reina. Una opinión que comparte el general Reinaldo
Castellanos, comandante general del Ejército: "Yo nunca había visto nada de este estilo. Esto no es una
conducta ni enseñanza del Ejército. Son actos de gente que nunca debió haber entrado a nuestra institución
y por los que serán castigados".
Pero la pregunta es si este es un hecho aislado en el país o hay una conducta extendida de maltrato. Un
oficial que optó por mantener su nombre en reserva dijo que el caso debería servir para modificar las
estructuras del Ejército. "Debemos preparar soldados orgullosos de defender una causa y un país y no
gente que se vuelva resentida". Para este oficial, lo ocurrido es una muestra de un camino errado que
malforma a los soldados, incide en el aumento del conflicto. "¿Cómo actuará un muchacho de estos en una
zona rural con la población campesina cuando necesite obtener una información?", se pregunta. Para él, lo
ocurrido en Piedras no es un hecho aislado. "La violencia contra los soldados de parte de sus superiores es
extendida. Lo que ocurre es que eso no es noticia". El oficial concluye que golpear y agredir a los
soldados es sencillamente una estupidez: "Por Dios, es como si para que una persona sepa qué es una
violación hay que violarla".
"La instrucción no puede convertirse en tortura, debe ser capacitación y preparación", dice otro oficial que
exige al Ejército hacer una autocrítica para mejorar la calidad de los combatientes y para que realmente
sepan quién es el enemigo. Porque la semana pasada, cuando se volvieron a sentir en distintos lugares de
la geografía nacional los sangrientos ataques de la guerrilla que dejaron varios muertos y decenas de
heridos tanto de la Policía como del Ejército, en el Batallón Patriotas no se hablaba de ese enemigo, sino
que todas las conversaciones casi silenciosas, giraban en torno a las agresiones de sus superiores.
Paradójicamente, algunos de los que más comentaban lo sucedido eran los 44 muchachos que ese día
escaparon de la captura de la guerrilla ficticia. Los 21 restantes no hablan. En especial, los que fueron
abusados. Para ellos, su refugio ahora es el silencio. Aunque a todos les llega aún el eco suplicante de
Cubillos Navarro: "No me queme, por favor, se lo suplico, no me queme".
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