ORIGEN Y PSICOSIS. Entre la realidad y el sueño. Autora: Alba María Vega Leiras (Psicóloga. Máster en Psicoanálisis Clínico por la Universidad de Salamanca) RESUMEN: Lo aquí expuesto será un intento de reflexión sobre los límites de la realidad desde una óptica psicoanalítica, tomando la película Origen como punto de partida. En el film, el protagonista se debate en una constante lucha entre sueño y vigilia. Que la naturaleza del fenómeno onírico es lo más cercano a la experiencia psicótica, y que aquella no es exclusiva del dormir, es algo que ya Freud nos advertía en sus escritos. También Ángel Garma nos explica que delirar y soñar son fenómenos prácticamente indistintos. El psicótico tiene la sensación de nunca soñar, o de no haber despertado jamás. Su vigilia es lo más parecido a nuestros sueños, y en tanto que sueños, se hallan en el dominio de la fantasía, de lo imaginario. Para el sujeto neurótico, la fantasía es sólo un vicio que nos aleja de la realidad y de la verdad. Contra esto, Lacan viene a decirnos que “ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana” (Lacan, 1981, p.120) PALABRAS CLAVE: sueño, realidad, verdad, certeza, delirio, sentido, psicótico, neurótico. En el interesante mundo que nos presenta Christopher Nolan en su película Origen, queda más que justificada la duda constante entre realidad o ficción. Cobb trabaja para una empresa cuyo único fin es introducir una idea en la mente de un alto corporativo, para lo cual todo su equipo se filtrará en los sueños de su víctima. El protagonista, Cobb, puede contar con un objeto único que le indique su contacto con la realidad: una peonza metálica que hace girar hasta el cese. Pero el público frente a la pantalla jamás obtiene visados de que lo que presencia es real, ni siquiera una vez finalizada la película. Aunque se trate de pura ficción (puesto que no deja de ser un film), sin embargo, la película Origen, nos da una lección de incertidumbre; en un segundo estamos en un lugar y al siguiente nos encontramos en otro completamente diferente así que en el fondo no podemos establecer con absoluta garantía que la más mínima pieza de Origen muestre la realidad. Al inicio de la película, Cobb lanza su peonza, a la que denomina “tótem”, para cerciorarse de que no sigue durmiendo, y justo en ese momento interrumpen la escena sin que podamos llegar a ver si la peonza sigue girando o cae. Y todavía más dudoso es el final, en el que no vemos que ésta se detenga. Hay quienes comentan largo y tendido sobre esto, opinando que Cobb quedó atrapado en el limbo para siempre. Origen, además de ser una gran película, es un gran tema sobre el que reflexionar. Cuando aparecieron los créditos y me dirigí hacia la salida del cine, me embargó una sensación totalmente perturbadora, que me llevó a plantearme la realidad como algo relativo. A pesar de su gran impacto en todo el público, podría dedicarse un artículo completo a comentar las torrenciales críticas que este film ha recibido a propósito de su vaga simulación de la realidad onírica. Algunas de ellas como las siguientes: “cine sobre sueños, sin psicoanálisis”, “la visión más contracturada del interior de la psiquis humana”, “la película estará dirigida por Nolan, pero los sueños de Nolan parecen dirigidos por el director de Transformers”. No es, empero, nuestro menester profundizar en este asunto. Opino además que Nolan ha tocado uno de los temas más inquietantes y perseguidos. ¿Tan importante es la realidad o podemos vivir felizmente en la fantasía? A la hora de definir lo que es realidad y lo que no, nos encontramos ante una difícil encrucijada. Entre Oriente y Occidente existen numerosos contrastes al respecto. La dicotomía realidad/irrealidad, además de un asunto que nos concierne desde hace siglos, es un elemento esencial en la filosofía hinduista. Ésta no se resuelve nunca satisfactoriamente, y siempre queda lugar a la reflexión entre Apariencia (mundo Maya) y Realidad absoluta (el mundo de Brahman), entendiendo el mundo sensorial como meramente ilusorio. En la India, todo lo que parece real, no lo es y lo que parece irreal es, sin embargo, real. A raíz de estas suposiciones se me plantea la duda especulativa sobre la posible falsación de una tendencia absolutista que venimos arrastrando durante siglos, tangente al positivismo más radical, defensora de la polaridad de los opuestos. Bien es ficción, o bien es realidad. ¿Acaso no existe un punto intermedio? La constante incertidumbre entre vigilia y sueño será el tema que nos ocupe el resto de este artículo, con la sencilla intención de desmentir las murallas de hierro que la psiquiatría moderna ha alzado desde hace tiempo entre sujetos normales y sujetos alienados. Pues tanto en la vigilia como en el sueño existe realidad; y la del loco, tanto como la del cuerdo, son incuestionables. Podría ser posible que a raíz de la experiencia clínica con pacientes neuróticos y psicóticos, esta clasificación se difumine. No somos tan ajenos al fenómeno psicótico, aunque algunos expertos no duden en exponer argumentos biológicos y psicológicos que nos separen más y más del loco, quizá por miedo a contraer su padecimiento, o lo que es peor, incapacidad de admitir que hay verdad en el delirio. Verdad y delirio se reparten a partes casi iguales entre razón y locura (Colina, 2007) ¿Y si el sueño y el loco están más cerca de la realidad que nosotros, guardianes y esclavos de la vigilia? ¿Y si por muy poco nos apartamos de la línea que nos distingue de estos dos fieles seguidores del principio del placer? ¿Y si no existiese tal línea? No hay sin duda, noción más paradójica que la de la paranoia, nos cuenta Lacan. La locura, es el término fundamental del vulgo, ambiguo en sí mismo y tan viejo como la filosofía. A la locura se la ha identificado con el comportamiento humano normal, dando por sentado que hay sin duda una locura necesaria, y que sería una locura de otro estilo no tener la locura de todos (Lacan, 1981). Nunca se señaló exactamente el límite entre una conducta normal, o siquiera comprensible, y la paranoica. Esta delimitación fue mucho más clara durante todo el siglo XIX, en la época de Kraepelin. Autores anteriores a Freud defienden la concordancia entre perturbación mental y sueño. No obstante, esta analogía parece poco agradecida. Hemos de tener en cuenta que la psiquiatría de finales del siglo XIX, heredera de la corriente positivista, resuelve la temática del sueño caracterizándola de proceso inútil y perturbador, expresión de una actividad psíquica disminuida. Puede que Salvador Dalí escape, entre muchos otros, a esta atrevida alusión. Ya entrado el siglo XX, Freud nos cedió de nuevo la vieja duda sobre la irreductible diferencia entre demente y cuerdo. El psicoanálisis ha posibilitado desde su aparición, una mayor cercanía hacia la subjetividad del fenómeno psicótico, abriéndonos a su vez puertas que nos lleven hacia una mayor comprensión de la neurosis. Aunque dos de sus seguidores, Jacques Lacan y Melanie Klein, fueron quienes desarrollaron mucho más ampliamente el tema de la psicosis en psicoanálisis, fue nuestro fundador quien introdujo las primeras teorizaciones al respecto. Freud hace posible el diálogo con la locura y nos la presenta de forma análoga al sueño. El delirio psicótico y el sueño, en tanto que ambos son fenómenos del lenguaje, entrañan un discurso que escapa de las redes de la comprensión pública y se adereza del sinsentido. J.A. Méndez y M. De Iceta en su artículo publicado en la Revista Aperturas Psicoanalíticas apuntan: “El gran aporte freudiano, en su trabajo con los sueños como fenómeno en sí mismo, fue penetrar en el terreno del desvelamiento del sentido, estableciendo que la aparente falta de lógica del sueño no era tal...” Estos dos lenguajes tan próximos entre sí, a saber, el psicótico y el onírico, guardan a su vez estrecha relación con el sentido de realidad y vigilia que el sujeto neurótico normal percibe. Los sueños, curiosamente denominados psicosis nocturnas, están alumbrados por la instancia psicológica de mayor simbolismo de todas; el inconsciente. De hecho, Freud va a concluir que el proceso primario, ley por la que se rige el funcionamiento mental inconsciente, va a caracterizar tanto al funcionamiento del sueño como del aparato psíquico en general. En otro apartado, estos mismos autores señalan que “Gracias al descubrimiento del sentido del sueño, el psicoanálisis abandona el mundo exclusivo del síntoma patológico y se inscribe en el mundo de la normalidad, lo que viene a significar que el psicoanálisis se transforma en un método de comprensión del psiquismo de cualquier sujeto y no sólo del funcionamiento del psiquismo patológico”. El sueño posee funciones adaptativas positivas del yo; como el desarrollo, la regulación o la restauración de la estructura y organización de los procesos psíquicos, de la vida de vigilia, luchando sin descanso contra los conflictos cuya carga emocional nos sobrepasa. El mecanismo psicótico también posee una función adaptativa, pues tiene como finalidad la supervivencia psíquica del individuo, que fragmentada su realidad, trata de reconstruirla a su modo. Freud nos dice “la psicosis quiere también compensar la pérdida de realidad, mas no a expensas de una limitación del ello -como la neurosis lo hacía a expensas del vínculo con lo real-, sino por otro camino, más soberano: por creación de una realidad nueva, que ya no ofrece el mismo motivo de escándalo que la abandonada” (Freud, 1979). Es más, según él, “el tajante distingo entre neurosis y psicosis debe amenguarse, pues tampoco en la neurosis faltan intentos de sustituir la realidad indeseada por otra más acorde al deseo. La posibilidad de ello la da la existencia de un mundo de la fantasía, un ámbito que en su momento fue segregado del mundo exterior real por la instauración del principio de realidad” (Freud, 1979) Puede que más de una ocasión hayamos preferido el sueño a la vigilia que nos amenaza, sobretodo cuando los acontecimientos no satisfacen nuestro deseo. En el mejor de los casos, conseguimos reprimir con éxito nuestras pulsiones, obviando por completo los hechos. Pero cuando este proceso al servicio del principio de realidad fracasa, un fragmento de la realidad no solo se rechaza sino que además se sustituye por otro más agradecido. A Cobb, le costó muchos movimientos de peonza descubrir (si es que alguna vez llegó a descubrirlo realmente) que su sueño más profundo y deseado, en el que había vivido durante tiempo indefinido, no era más que una ciudad construida con puro deseo sin posibilidad lógica ni matemática, atrapando a Cobb eternamente en un sueño que se convierte en su realidad. Cobb lo afirma diciendo: -Un sueño se parece tanto a la realidad que uno no puede distinguirlo hasta después de despertarse-. Vivimos en una constante negación de la realidad. Este mecanismo de defensa archiconocido es prototípico de la psicosis, pero no es exclusivo de ella. Como apunta Nicolás Caparrós, “en el desarrollo normal se advierte la negación en el fenómeno de la percepción selectiva” (De Santiago, 2006). Es el más infantil y primitivo método de defensa que el yo llama en su auxilio cuando el mundo exterior lo frustra o amenaza, explicable por la primacía del principio del placer sobre el principio de la realidad. Freud nos habla de que todo ser humano es tendiente a la satisfacción de sus deseos, a vivir arrastrado hacia la búsqueda del placer, y que cualquier acto racional que emprenda irá destinado a una demora de esa vivencia placentera. En el niño y en el psicótico lo vemos claro; a ambos les inunda una regresión alucinatoria al estado de satisfacción perdido. “Los sueños y el descanso son residuos de la omnipotencia alucinatoria, el equivalente patológico es la realización de los sueños en la psicosis”, citado por S. Ferenczi en el capítulo sobre “el desarrollo del sentido de realidad y sus estadios” (1981). Para Freud, el sueño se nos revela como una realización de deseos inconscientes. Ferenczi apunta que en la mayoría de los sueños se da una disminución de la instancia crítica y el predominio del principio del placer. El inconsciente, protagonista en los sueños, nos muestra el deseo con formas casi perceptibles, un limbo de sensaciones de las que en ocasiones preferiríamos no despegarnos. En la psicosis, el limbo es el espacio habitado por el sujeto, en tanto que es la realidad menos censurada conocida, aunque amenace con su derrumbamiento hasta el insomnio. Mal, difunta mujer del protagonista del film, queda encerrada en un paraíso construido a medida, por intentar vivir una realidad perfecta, una realidad que sólo conoce el que sueña. Podríamos decir que se trata de una psicosis, puesto que llegado un punto del “experimento onírico” iniciado por su marido, esta mujer ya no sabe que su vida corre peligro, porque sencillamente cree encontrarse en un sueño sin fin. Este personaje representa una clara huida de la realidad, aunque no nos llega a quedar del todo claro si la sustitución que de la insatisfactoria realidad hace por otra más apetecible, se trata de un fenómeno psicótico en el que a la huida del mundo facto le sigue su reconstrucción; o se trata más bien del fracaso de una represión neurótica y el consecuente aflojamiento de su nexo con la realidad. En cualquiera de los casos, esta mujer ha rechazado por completo la idea de que no pueda existir un paraíso sin ley. Esta Verwerfung freudiana (forclusión en términos lacanianos) implica un rechazo al significante fundamental siendo este expulsado fuera del universo simbólico del sujeto y retornando en forma de alucinación o delirio (García De la Hoz, A., 1996) En la psicosis, el límite entre sueño y realidad aparece en tela de juicio. Según los autores del artículo La interpretación de los sueños hoy: borderline y psicóticos (El sueño blanco y negro) “En psicóticos y borderlines destaca la no separación entre alucinación y sueño, entre vigilia y sueño, lo que hace que este último se pueda experimentar como real... Sus sueños son de simbolización pobre y cruda en los que sorprende lo concreto de la experiencia y la invasión de la realidad, sin diferenciación entre mente y mundo externo; sin una esfera mental interna en la que el sueño pudiera ser contenido”. En sujetos neuróticos, a menudo los sueños son experimentados como sucesos concretos y aparentemente reales, y en ocasiones incluso como fenómenos alucinatorios. Freud, en su Interpretación de los sueños de 1900, “el sueño alucina”. De hecho, en sueños no nos parece estar pensando, sino vivenciando; se reemplazan pensamientos por alucinaciones. En el sueño retroceden todas las operaciones lógicas del alma. “el sueño tiene una poesía maravillosa... contempla el mundo bajo una luz peculiarmente idealizadora... gracias a una comprensión más perspicaz de la esencia” (Freud, 1972) La divergencia con la vigilia se presta al hecho de que las representaciones mnémicas del pensamiento, una vez recobrado el sentido en el despertar, son más débiles en cuanto a sensación que las propias alucinaciones. La afirmación crítica de que no hemos vivenciado nada de eso, sobreviene después de despertar (Freud, 1972) “los elementos del sueño no son meras representaciones sino vivencias verídicas y reales, tal como se presentan en la vigilia por mediación de los sentidos. Citando a Delboeuf, Freud nos dice que “no existe ningún criterio concluyente para saber si algo es un sueño o una realidad de vigilia, salvo el hecho del despertar” (Freud, 1972). Empero, el nexo con la realidad no se interrumpe del todo. Curiosamente (y ahí Nolan acierta), los personajes de la película funcionan en cuatro niveles oníricos a la vez sin descuidar en ningún momento su vínculo con el mundo material. Al respecto, parafraseando a Burdach, Freud señala que “la condición del dormir no es tanto la ausencia de estímulos sensoriales cuanto más, la falta de interés en ellos” (Freud, 1972) Para Bion, el sueño es el primer producto mental derivado de la sensorialidad, de la transmutación de un elemento beta (propias de la vigilia y la plena actividad mental) en otro alfa (asociadas a estados de relajación y momentos antes de dormirse), es decir, de la transformación de lo más elemental de la experiencia sensorial en unidades mínimas de pensamiento. Dicha sensorialidad es procesada por la función alfa, encargada de permitir la integración y la construcción de significado. Bion se apoya en una construcción imaginaria por la cual funciona el yo, pensamientos, síntomas, delirios y sueños. Uno de los elementos de la construcción imaginaria es la función alfa, indispensable para el pensamiento lógico y también para el proceso primario. Para Bion entonces, no existe contradicción entre soñar y delirar. La ausencia de esta función alfa supone por tanto, ni soñar, ni pensar, ni delirar. Unida a los elementos beta desarrollan una función destructiva del significado, del sentido, de los vínculos, de la realidad. Esta ausencia sería más propia de los estados de máximo deterioro mental y muerte psíquica. Delirar o morir, podríamos decir. Resulta curioso descubrir que el sueño del psicótico en ocasiones funciona bajo las mismas premisas de realidad que la vigilia del sujeto normal, al tiempo que los sueños del sujeto normal recuerdan a la vigilia del alienado. Mientras unos sueñan dormidos, otros sueñan despiertos, creyendo navegar cuando en realidad no se da el más mínimo movimiento. Por tanto resulta difícil hacer una distinción entre lo que es real y lo que no lo es. Sin embargo, no es tan importante si es realidad o no lo que el sujeto experimenta, siempre que lo viva como tal. Siempre que haya una locura razonable. Así pues, dejaremos atrás esta dicotomización, para hablar en términos de lo que es cierto y lo que no. “En la psicosis, no está en juego la realidad, sino la certeza” (Lacan, 1981). El sujeto admite que esos fenómenos son de un orden distinto a lo real, incluso admite hasta cierto punto su irrealidad, pero está seguro de que lo que quiera que sea, le concierne. ¿Qué realidad es más sólida que aquella que el sujeto siente como verdadera, con la certeza más absoluta? La vigilia per se no ofrece licencia alguna de verdad. Cabe entonces preguntarse si habrá más verdad en el sueño y en el delirio que en cualquier otro fragmento medible de la realidad. “En la valoración o imputación del paranoico siempre cabe observar su puntual perspicacia para vislumbrar ese detalle verdadero de la realidad que normalmente tiende a pasarnos desapercibido” (Colina, 2007) “Los que no creen más que en su propia verdad, me llaman Léo Lauzon”. Esta cita, pronunciada por el protagonista de la película de Jean-Claude Lauzon, un niño al borde de la locura en una casa de locos, nos enseña algo que Lacan ya difundía en sus seminarios: “si creen tener un yo bien adaptado, razonable, que sabe navegar, reconocer lo que debe y lo que no debe hacer, sólo queda apartarlos de aquí” (Lacan, 1981). Nuestro protagonista inicia una escapada al mundo de la fantasía para poder vivir una realidad menos demoledora, -“porque sueño, yo no lo estoy”-, sin por ello dejar de ser válida. Lo comprensible es un término fugitivo, inasible. Si partimos de la idea de un malentendido fundamental, estaremos en pos de comprender, pero primero debemos comenzar por creer que no comprendemos nada. La dificultad de abordar el problema de la paranoia se debe precisamente al hecho de situarla en el plano de la comprensión (Lacan, 1981). Según el sujeto delirante, hay significación en su delirio, aunque no sepa cuál, y para él es perfectamente comprensible. Hasta cuando lo que se comprende no puede ser articulado está en el plano de la comprensión. Lo importante no es que tal o cual momento de la percepción del sujeto, de su deducción delirante, de su explicación de sí mismo, de su diálogo con nosotros sea o no comprensible. A veces ocurre que nos parece un núcleo completamente comprensible y nos adentramos con alguna de nuestras interpretaciones, pero que lo sea no tiene el más mínimo interés. En el decir psicótico, se respira ambigüedad. El conflicto deja un lugar vacío, y en ese lugar aparece una reacción, una construcción, una puesta en juego de la subjetividad. Su inaccesibilidad y estancamiento en relación a toda dialéctica es lo llamativo. “El médico no debe concentrarse en la idea de curar o comprender, sino que también él debe abandonarse, en la llamada atención flotante, a su fantasía y así podrá jugar con las fantasías del paciente” (citado por Alba Gasparino en “Resúmenes de Sandor Ferenzci”, pag 9) Tal como señala Lacan, es solo a través de la puerta de entrada de lo simbólico como se llega a penetrar en el inconsciente. En el lenguaje del psicótico, del que no hay modo de salir, descubrimos que hay otro. Ocurre igual en los sueños. Debemos tener claro como psicoanalistas que la trampa en la que no hay que caer es creer que los objetos, las cosas, que aparecen en el lenguaje, son el significado. El lenguaje no representa la realidad sino una subjetivación de la vida del sujeto. Sin embargo, Lacan nos dice: “La noción del discurso es fundamental...el discurso admitido es aquel que se ha puesto en acuerdo con las demás significaciones comúnmente admitidas” (Lacan, 1981). Escuchar a un señor proferir afirmaciones contrarios a lo que se suele admitir como orden normal de la causalidad es algo que perturba al psiquiatra. De alguna manera, todo lo que desborda los límites de nuestra comprensión es tachado de alienación. La labor del analista es pues, acercarse a lo vivido desde la ignorancia. No podemos decir quién conoce mejor la realidad; y el analista, en el fondo, tampoco lo sabe, y es desde esta humildad desde donde se abre al sinsentido. Al hipócrita se le distingue por exhibir una franqueza insolente y absoluta, una sinceridad radical que poco tiene que ver con la del discreto. Al discreto le queda prohibida toda explosión de sinceridad, siendo su despreocupación por la verdad tan especial que nos conduce irremediablemente a su encuentro. La hipocresía del psicoanalista, en la que pecan de caer muchos, es algo que ya Ferenczi rechazaba muy decididamente, lo que llama “la superioridad infundada” del analista que se basa en una actitud de “hipocresía profesional”. El analista debe ser más bien un cínico que no sabe qué es la verdad y así lo reconoce, quedando más cerca de esta de lo que cualquier otro pueda encontrarse. Si de algo debe apartarse el engaño cínico es de la piedra de convencer. Recordando el método catártico según Freud y Breuer, el médico recurría a los métodos de sugestión hipnótica para acceder a los recuerdos unidos a los síntomas, siguiendo directrices bastante estrictas. Nada más lejos de lo que Freud finalmente entendió por “guiar al Ego” en el proceso terapéutico. En la actualidad encontramos que la labor del analista no pasa por ningún tipo de sugestión, y más que activa, la posición del terapeuta es pasiva, valiéndose de una transferencia necesaria y óptima que facilite la proliferación de material inconsciente. “Si hubiera que definir al cínico por su hábito mental más sobresaliente debo decir que sorprende por la familiaridad con que trata todo lo originario. Ese punto naciente se le cruza como un sombrajo de pena entre todo lo vivo...evocando lo especulativo, la muerte, la verdad y el engaño”. (Colina, 1991) A medida que avanzamos en la profundidad del análisis, más nos acercamos al inconsciente del sujeto donde se encuentra la verdad impronunciable. Es en esas profundidades donde se halla el material más prolífico para el análisis, y es allí donde Cobb dirige su empresa, solo que sus intenciones distan de ser terapéuticas. Gracias a la ayuda de Ariadne, estudiante de arquitectura que diseña para Cobb el plano perfecto, construyen diferentes escenarios que les permitirán navegar por los sueños de su contrincante de forma segura, esto es, sin que interfieran los fantasmas del inconsciente de Cobb. En la mitología griega, Ariadne ayuda a salir a Teseo del laberinto del minotauro. En la dialéctica terapéutica, el paciente se deja guiar por el terapeuta para poder dar salida a sus fantasmas, pero antes, este debe haber advertido sus propias limitaciones. RECURSOS BIBLIOGRÁFICOS: García de la Hoz, A. Sobre la Verneinung, la Verleugnung y la Verwerfung y su relación con la Verdrängung en la obra de Sigmund Freud. [En Clínica y Análisis grupal, 70, (vol. 17).377-387, Madrid (1995) y también en Apuntes de Psicología. Revista del Colegio Oficial de Psicólogos. Andalucía Occidental, 48, 63-72. (1996).] Colina, F. (2007) El saber delirante. Madrid: Editorial síntesis Colina, F. (1991) Cinismo, discreción y desconfianza. Salamanca: Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Bienestar Social. De Santiago Herrero, F. J., García Mateos, M. M. y Montesano del Campo, A. (2006). Análisis del yo, y de los Mecanismos de Defensa. Salamanca: Editorial Universa Terra. Freud, S., (1972). Obras Completas. Madrid, Biblioteca Nueva, (9 tomos) Freud, S., (1979). Obras Completas. Buenos Aires: Amorrortu (Vol. XIX) Lacan, J-A, M. (1981) El seminario de Jacques Lacan. Libro 3. Las Psicosis 19551956. Barcelona: Paidós Ferenczi, S. (1981). Sándor Ferenczi. Psicoanálisis. Obras Completas. Tomo II. Tr. Fco Javier Aguirre. Madrid: Espasa Calpe. Film Origen, dirigida por Christopher Nolan. http://www.uv.mx/facpsi/revista/documents/psico.pdf http://www.indepsi.cl/indepsi/Servicios%20Indepsi/arti-sueno.htm http://books.google.es/books?id=DsnYtrtxUG0C&pg=PA200&lpg=PA200&dq=psicosi s+alfa+y+beta+bion&source=bl&ots=IMkfaHfoM&sig=DalJjTRbpHRBJZEbdpuCiHFr3GA&hl=es&ei=ECOJTL3wFdWB4Q bmxIDTBA&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=9&ved=0CDYQ6AEwCA#v= onepage&q=psicosis%20alfa%20y%20beta%20bion&f=false http://www.aperturas.org/articulos.php?id=0000217&a=La-teoria-de-los-suenos-ParteI-una-revision-bibliografica