¿Quién manda aquí

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¿Quién manda aquí?
Nicolás Lynch
Esa es la pregunta que el gobierno debe responderle a los peruanos en el conflicto
abierto con la empresa española Telefónica. Si esta última vuelve a imponerse, como lo
ha hecho una y otra vez durante los últimos diez años, la respuesta obvia será muy
preocupante. Y no sólo porque una empresa extranjera señale las reglas de juego sobre su
presencia en el país, sino, lo que sería más preocupante todavía, porque la influencia de
los “poderes fácticos” en el manejo del poder político, volvería, tal como en la década
pasada, a convertirse en la influencia definitiva para señalar el rumbo que tomen los
asuntos públicos.
De lo dicho se infiere muy claramente que no estamos frente a un problema
principalmente económico, legal o técnico, sino político, de poder, donde está en juego la
titularidad del poder del Estado. El tema inmediato de la polémica es el de la renta básica.
Semanas atrás señalábamos que, más allá de la discusión legal sobre la misma, ésta no
hacía sino expresar la sobreganancia que la empresa había tenido por una relación
privilegiada con el poder político en la época en que se firmó el contrato. Sobreganancia,
por lo demás, que no solo estaría alimentada por la “renta básica” sino por varios otros
conceptos que obran en el contrato. En otras palabras, fue la economía política del
período de dictadura lo que posibilitó los cobros que se hicieron. Humberto
Campodónico, columnista de esta casa, lo demuestra al señalar el abismo que existe entre
la ganancia obtenida en el Perú con la que obtuvo Telefónica en otros países en los años
noventa.
Ese es, entonces, el tema de fondo. El tema político, de poder. Y sobre ésa base es
la que hay que sentarse a negociar con Telefónica. Hacerlo de otra manera, empezando
con argumentos legales, económicos o técnicos, es una tontería que lo único que hace es
meternos en un laberinto del cual los peruanos vamos inevitablemente a salir
trasquilados. Esta negociación debe apuntar no a la solución de elementos accesorios o
puntuales, sino a la renegociación del contrato como tal. Probablemente, si le
preguntamos a un ciudadano común y corriente si el contrato con Telefónica ha sido
renegociado alguna vez, nos responderá que no, que jamás. Esa es la impresión que la
empresa y sus defensores han dejado en estos años en la opinión pública, con la idea
aquella de que el contrato-ley “es sagrado”. Sin embargo, el contrato hasta donde señalan
las autoridades del sector, ya ha sido revisado dos veces, y, por lo menos la última, en el
año 1998, a solicitud de Telefónica, ¡para aumentar la renta básica! Entonces, no se
pasen. Si ya ha sido revisado dos veces, perfectamente puede ser revisado una tercera,
sólo que ésta vez en condiciones de democracia, sin el contexto (esperemos) que le
permitió antes a Telefónica obtener la sobreganancia de la que hoy somos conscientes
los peruanos.
Renegociar el contrato en su conjunto es lo único que pondría la cosas en su sitio
nuevamente. Es decir, es lo único que nos llevaría a una respuesta positiva a la pregunta
¿quíen manda aquí? Sobre esta base podríamos ir a un contrato que mereciera legalmente
el respeto de todas las partes y a arreglos, económicos y técnicos transparentes que
trascendieran las constantes “sacadas de vuelta” a los que la empresa nos tiene
acostumbrados.
Pero lo que es más importante. Una buena renegociación del contrato con
Telefónica, es decir, buena para los ciudadanos del Perú, sería una extraordinaria señal de
parte del gobierno del Presidente Toledo, de que aquí gobiernan los elegidos por el
pueblo en función de los intereses de éste y no las grandes empresas y alguno de sus
guachimanes de turno.
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