La integración regional y el papel del Mercosur

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La integración regional y el papel del Mercosur
Juan Gabriel Tokatlian
Juan Gabriel Tokatlian – Muy buenas tardes, quiero agradecer a Clarín la
invitación a este encuentro y quiero comenzar diciendo que mi perspectiva en el
día de hoy va a ser mucho más orientada por el lado de la política y en particular
la política exterior. Y también con un mayor énfasis en el Estado. Esto es, no voy a
hablar mucho de economía, o casi nada, voy a hablar de política y voy a hablar del
Estado.
Creo que muy generosamente Clarín me invitó a este encuentro y me dieron como
título de la presentación la integración regional y el papel del Mercosur. Y
probablemente los organizadores no se sientan muy satisfechos, porque yo no voy
a hablar de la integración regional sino de lo que concibo como el peligro de la
desintegración regional. Esto es, me parece que el principal desafío de nuestra
región no es incrementar niveles deseables de integración, no es una cuestión
normativa,
desiderativa,
de
mayor
interpenetración,
interconexión,
interdependencia entre nuestros países, sino cómo evitar, cómo eludir las
enormes fuerzas regionales, hemisféricas, e internas a favor de la desintegración.
En ese sentido yo parto del hecho de que más que hablar de soberanía asumo,
insisto, el hecho de una soberanía perforada para los países de América Latina. Y
es más, creo que hacia el futuro si la desintegración regional persiste y se ahonda,
más que debatir en torno al capítulo VII de Naciones Unidas, respecto a la
intervención, al papel de la soberanía, a la defensa, a la paz internacional, a la
seguridad, probablemente América Latina sea más objeto del capítulo XIII o del
capítulo XVIII que se refiere a los protectorados y a los mandatos.
Quiero en esa dirección hacer entonces cuatro tipos de observaciones. La primera
de contexto, la segunda de evolución, la tercera específicamente sobre el tema de
la desintegración, y la cuarta sobre el potencial eventual, hipotético, papel de
Argentina frente a esta situación.
En términos del contexto yo creo que debemos tener precisión temática,
terminológica y semántica, respecto a algunos fenómenos que tratamos muchas
veces de mezclarlos o verlos como sinónimos. Y no lo son. Esto me refiero a que
existe una condición particular en el sistema internacional, existe un
comportamiento específico de parte del principal actor internacional, y existe una
estrategia concurrente que deben ser clarificadas para ver, entender los límites y
las restricciones que enfrenta hoy América Latina. La condición es la unipolaridad.
No digo nada nuevo, simplemente insisto que esta es una condición que tiene que
ver con la asimetría de poder. La distribución inequitativa de poder en el sistema
internacional hoy sobrecargada en términos favorables para los Estados Unidos.
Diferente es el comportamiento. No necesariamente la condición de unipolaridad
conduce a un comportamiento unilateral. Podría conducir a un comportamiento
más multilateral, o a un multilateralismo balanceado por parte de Estados Unidos.
Sin embargo, Estados Unidos ha buscado en los últimos años un despliegue
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mucho más unilateral y nada indica que ello vaya a cambiar de manera
significativa.
Lo tercero es la estrategia. En términos de estrategia Washington persigue lo que
se conoce como la primacía. ¿Qué quiere decir la primacía? Que Estados Unidos
no va a tolerar ningún competidor, sea este un aliado o un oponente. Esto es,
Estados Unidos no va a dejar que su preponderancia política, militar y económica,
sea superada por un aliado, llámese la Unión Europea, o por un oponente, llámese
en este caso China.
En esta condición, bajo este comportamiento y con esta estrategia, qué lugar
ocupa la región. Creo que hay tres temas fundamentales para los Estados Unidos,
para nuestra región. Uno es qué hacer con el ascenso de Brasil. Es decir,
Washington va a tratar de controlar, dirigir y de ser posible cooptar en algo este
ascenso de Brasil, ya no solamente a ser una potencia regional sino una potencia
media internacional.
El segundo punto de Washington en la región es enfrentar el desafío de
Venezuela, ya no solamente se trata de contener la revolución bolivariana sino
eventualmente de revertirla. En ese sentido creo que vamos a ver en los próximos
meses mucho más un retorno a la guerra fría, de antaño, que un escenario de
moderado manejo y de prudencia en términos diplomáticos a nivel hemisférico.
En tercer lugar el tema del problema de los Estados fallidos. En ese sentido la
cuestión de algunos países y algunas condiciones de ingobernabilidad van a estar
cada vez más, me parece, en la atención de Washington.
En consecuencia, frente a este contexto y frente a estos intereses de los Estados
Unidos, qué podemos decir de nuestra región y qué podemos decir en términos de
política exterior respecto a nuestra región. Aquí va el segundo punto que quiero
hacer hoy.
El segundo punto que quiero hacer hoy es que vamos muy peligrosamente hacia
lo que yo llamaría la cuarta década perdida de parte de América Latina. La década
de los setenta fue nuestra década perdida en términos políticos, por el auge de
gobiernos autoritarios, el retroceso dramático de la democracia, la violación
sistemática de los derechos humanos y todo el legado cruel que ello nos dejó. La
década de los ochenta fue la década perdida en términos económicos, alto
endeudamiento, fuerte volatibilidad de las economías, incapacidad científica y
tecnológica de parte de nuestros países para insertarse más dinámicamente en el
escenario internacional. La década de los noventa fue la década perdida en
términos sociales, a lo largo y ancho de la región tenemos la penosa, lastimosa,
deplorable condición de ser la región del mundo más desigual. Y la década del
2000 corre el riesgo de convertirse en una década perdida en términos
diplomáticos. Y corre el riesgo de ser perdida en términos diplomáticos porque la
tentación por la desintegración me parece que está en el centro de los problemas
del área.
Y voy entrando en consecuencia en lo que entiendo por la desintegración. Creo
que Latinoamérica está bastante desvanecida y nuestro continente se va
fracturando de manera cada vez más dramática. Permítanme indicar que un
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primer corte que uno puede hacer es de dos unidades geopolíticas distintas. Una
que iría de Panamá hacia Canadá, que podríamos llamar a los fines prácticos
América del Norte, esta América del Norte centrada alrededor de los Estados
Unidos y que después del 11 de septiembre se ha convertido en el perímetro de
defensa de la seguridad nacional de los Estados Unidos.
Creo que los esfuerzos de países como México, de los países centroamericanos,
de tener una mano, una proyección aún de algún tipo sea esta cultural,
diplomática, con Sudamérica, son loables, son importantes, son valiosos, son
claves, pero esa América Latina que está en esa porción de América del Norte
está de facto ya integrada a los Estados Unidos. No es un problema de voluntad.
Es un hecho empírico. Las inversiones, las exportaciones, las importaciones, los
migrantes, fluyen hacia el mercado norteamericano.
Hay una América del Sur que iría de Colombia hacia Argentina. Y aquí está el
punto que quiero hoy reforzar, y es que el problema es que esta América del Sur
es la que se está desintegrando a pasos agigantados. Y por lo tanto creo que
debería ser objeto de mayor atención. En ese caso si pudiésemos recrear aquella
metáfora de la que hablaba Borges cuando decía yo no creo que América Latina
exista, podríamos transformarla en es muy difícil creer que hoy Sudamérica exista.
Por qué no existe o tiende a no existir Sudamérica. Yo diría que hay dos cortes
distintos, uno político y otro institucional, que muestran la gravedad de la fractura,
la gravedad de la disgregación, la gravedad de la partición de nuestra región.
El primer corte político tiene que ver de alguna manera con un eje Norte-Sur, hay
una división clara entre el mundo andino y el mundo del cono sur. El mundo
andino en torbellino, el mundo andino altamente polarizado, el mundo andino
sufriendo diferentes niveles de crisis, política, social, institucional, etc. sacudido
por la emergencia, la aparición de una agenda étnica cada vez más asertiva, etc.
El mundo del cono sur, un mundo que al menos relativamente y comparativamente
está menos inestable, al menos relativa y comparativamente ha logrado contener
en algo la preservación y profundización en algunos aspectos de la democracia, y
que tiene enormes desafíos pero lo hace con una relativa mayor autonomía.
También en términos políticos es posible hacer un corte ya no Norte/Sur en
Sudamérica, sino una Sudamérica del atlántico y una Sudamérica del pacífico. La
Sudamérica del pacífico ha optado estratégicamente por los Estados Unidos. Chile
firmó un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos, Colombia, Perú y
Ecuador están negociando un acuerdo tripartito con los Estados Unidos, su mirada
está colocada en Washington, su objetivo de largo plazo está colocado en los
Estados Unidos, y por más que intenten tener políticas de compensación, de
hecho su mirada es una mirada que tratan de extraer de una relación más
benéfica con los Estados Unidos, los mayores dividendos posibles.
Si uno mira la América del Sur del atlántico, Venezuela, Brasil, Uruguay y
Argentina, encuentra que al menos busca limitar la posibilidad de la concreción de
un ALCA de manera inmediata, busca algo de diversificación económica y
comercial y financiera internacional, y busca preservar un alto rol del Estado para
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volver a incrementar proyectos, o preservar o ahondar proyectos
industrialización. Estos países están haciendo otras opciones diplomáticas.
de
En consecuencia, aquí ya tenemos en términos políticos me parece dos cortes
que son importantes a considerar y que no son irrelevantes.
En términos institucionales venimos de un gran fracaso de la macrointegración y
nos vamos lentamente, casi como un destino prefijado, hacia un fracaso de la
microintegración. Qué quiero decir con el fracaso de la macrointegración. Quiero
decir que los grandes compromisos, acuerdos, pactos que hemos firmado en el
pasado, la ALALC, la ALADI, instrumentos como el CELA, etc. ya no son marco de
referencia para ningún proceso de integración colectivo de la región, de América
Latina como un todo, o de Sudamérica como un todo. Existen en el papel, hay
unas burocracias, fingen que apuntan hacia una integración regional, pero esto es
simplemente mantener una ficción que nada tiene que ver con las opciones
individuales o subregionales que se han ido implementando.
Entonces ya limitados, cansados por esta macrointegración que fracasó, nos
decidimos por la microintegración. Es decir, la Comunidad Andina de Naciones en
el mundo andino, el Mercosur en el mundo del cono sur.
Y lo que tenemos hoy es que la Comunidad Andina de Naciones está totalmente
partida, tres países negocian con Estados Unidos, Bolivia mira más al cono sur, y
Venezuela lo que quiere es confrontar a los Estados Unidos.
Mercosur vive de parálisis en parálisis, estamos siempre tratando de alimentar la
posibilidad de su relanzamiento, pero en la práctica real y concreta Mercosur hoy
está enormemente debilitado. Esto no quiere decir que uno esté a favor del
debilitamiento del Mercosur. Quiere decir simplemente que esta me parece que es
una realidad bastante palpable y bastante evidente y que la última cumbre entre el
presidente Lula y el presidente Kirchner no hizo mucho por resolver y no auguro
mucho para la reunión del 8 y 9 ahora en Montevideo.
En medio de esta situación que yo insisto, en llamar desintegración, por esta
dispersión, por esta disgresión, por esta fractura, cada vez mayor en el continente,
Brasil tiene una opción estratégica, o plantea una alternativa, que es la Comunidad
Sudamericana de Naciones. Yo creo que el mérito de la propuesta brasileña es
que Brasil, Itamaraty en particular, observa que vamos hacia una región que se
está fragmentando a pasos agigantados, y que trata de tener algo que la unifique,
obviamente Brasil espera bajo liderazgo brasileño.
Podemos debatir todo el día si eso está bien, si eso está mal, si eso es correcto, si
eso es incorrecto, si nos gusta, o si no nos gusta. Ése no es mi punto hoy. Mi
punto hoy es decir que frente a eso, Argentina no tiene absolutamente nada. Esto
es: no sabemos si queremos una relación de una alianza firme con Brasil, no
sabemos si queremos profundizar Mercosur, no sabemos qué hacer con la
Comunidad Sudamericana de Naciones, por derecha alguna vez pensamos en
que por ahí si nos aliamos con México y Chile contrabalanceamos a Brasil, por
izquierda pensamos si nos aliamos con Venezuela, balanceamos a Brasil.
Estamos especulando, jugando juegos de equilibrio, en condiciones de enorme
debilidad. No en condiciones de ascenso de poder de parte de Argentina.
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En conclusión respecto a este punto, frente al fenómeno de desintegración, mal o
bien, Brasil tiene un horizonte claro. La pregunta entonces que habría: si Argentina
tiene ese horizonte al menos un poco más esclarecido.
Termino entonces con el cuarto punto. Qué puede hacer Argentina frente a esta
situación. Yo más que presentar un catálogo de recomendaciones que no me
compete hacer, sugiero simplemente que tomemos en cuenta qué es lo que
sabemos en términos de política exterior respecto a políticas exteriores exitosas.
Sabemos muy pocas cosas, en particular sobre los países que han descendido, o
que han declinado, o que están en decadencia. La mayoría de la literatura sobre
las relaciones internacionales está escrita por los poderosos, para los poderosos,
para expresar cómo los países ascienden en el sistema internacional. Sabemos
muy poco de los países que han colapsado, sabemos muy poco de los países que
han declinado. Sabemos algunas cosas de qué han tenido que hacer a posteriori
de declinar para reemerger, para recobrar autonomía, para retomar algo de
influencia. Sabemos algunas pocas cosas.
Y lo que sabemos es, en pocas palabras, lo siguiente. Sabemos cinco cosas. Una
fundamental, que la mejor política exterior se sustenta en un fuerte consenso
interno socio-político. No hay país que le haya vuelto a ir bien luego de irle muy
mal, que haya podido recuperar autonomía e influencia si no ha tenido un
consenso socio-político interno fuerte. No hay país que lo haya podido hacer.
Dos. Que la mejor política exterior empieza por una buena política interna. Es
decir, uno necesita buenas instituciones para tener una buena política exterior.
Tres. La mejor política exterior se sustenta en un Estado competente. Los países a
los que les va bien tienen mucho Estado, no poco Estado. Pero tienen un Estado
en particular competente, no incompetente.
Cuatro. La mejor política exterior es la que evita una diplomacia hostil. Los países
que colapsaron, que declinaron pero que pudieron reemerger buscaron en el
exterior aliados, socios, compañeros, contrapartes. No hostigar, hostilizar,
confrontar, porque los costos pueden ser aún más dramáticos. Y por lo tanto hay
que ser de una enorme prudencia en términos políticos y diplomáticos. Eso no
quiere decir que uno subordine su política exterior. Para nada. Eso no quiere decir
que eluda la necesidad de que si hay un tema en el cual se juega un interés vital
nacional, haya el máximo de fuerza colocada detrás de ese punto. Lo que quiere
decir es que la hostilidad gratuita no lleva a ningún lado. No se conoce ningún país
que le haya ido bien por ello.
Y finalmente, la mejor política exterior de un país débil, sigue siendo el
multilateralismo, sigue siendo confiar en la diversificación y el multilateralismo
como horizontes estratégicos importantes.
Termino entonces, frente a ello, frente a este escenario, si es que esta potencial
desintegración cobra vida en el segundo lustro de esta primera década del siglo
XXI, creo que nos obliga a todos, y particularmente a Argentina, a tener una
política que deje de ser reactiva, sea mucho más propositiva, sea mucho más
sensata y abogue por una definición estratégica más coherente, más consistente,
más realista. Muchas gracias.
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