Un paseo por el puerto - La Taberna del Puerto

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Un paseo por el puerto
La bolsa
Sus apenas veinte años le daban el aspecto de un joven. Su mirada y sus movimientos mostraban
un adulto con experiencia. Experiencias de todo tipo. La Guardia Civil lo tenía por un pájaro que
había que tener bajo control. El buen olfato se los decía y así se lo habían hecho saber en sus
propias narices. Nunca le habían podido probar nada. Nada de nada. Y el sonreía pues cerca
habían estado. Pep Santiú era listo. Todo lo listo que un joven rápido de mente puede ser.
Siempre que se había llevado algo ajeno lo había hecho con discreción. Para su edad
experiencias sexuales no le faltaban. Siempre que se llegaba por la costa o por el puerto de la
ciudad venía a su mente esa vez que con trece años se había acercado a un barco para ver si
podía llevarse algo y que de la cabina de dicho barco apareció de improviso una rubia de unos
treinta y cinco y con un “Hey boy!! Cam here” y el dedo índice moviéndose hacia la
embarcación le invitó a subir. Su curiosidad pudo mas que su precaución y se encontró primero
en la bañera del barco y luego en la cabina y después en brazos de la rubia. Porque la cosa había
sido de ese modo. El no hizo nada pues la rubia fue la que lo fue llevando y le manejó
absolutamente. Y la experiencia fue mezcla de placer y vergüenza. La rubia dijo “Good Boy!” y
le limpió y ayudó a vestir. Cuando a los dos días se animó a volver al puerto la rubia iba con el
dueño del barco del brazo y al cruzarlo le miro y sonriendo le dijo nuevamente “Good boy” y
siguió su camino hacia la Capitanía del puerto. Al día siguiente volvió al puerto y el barco de los
guiris ya no estaba. Cada vez que se llegaba a la costa o al puerto recordaba a la rubia.
Hoy iba caminando por el puerto y desde el borde del muelle divisaba los pantalanes.
En ellos había diversos movimientos. De repente le llamó la atención un hombre que con una
bolsa de deportes iba caminando por uno de ellos. Observó y vió que llegaba a la popa de un
barco a vela y pisando en la escala de popa subía al velero. La bolsa quedaba en el pantalán. La
habilidad principal de Pep Santiu era su capacidad de observación. Ciento ochenta grados y tal
vez mas pues a veces el mismo pensaba que veía detrás de sus orejas. En ese momento no había
nadie a la vista en los pantalanes. Y la bolsa sola.
Diciendo “Pep ven... tómame”. Como la inglesa pero sin el “Good Boy”.
A paso normal se dirigió hacia el inicio del pantalán y con el mismo tranco hacia la bolsa que
debía estar a unos cuarenta pasos largos. Cuando estaba a diez metros de la bolsa una voz a su
derecha dijo “¿Hola... como te llamas?”. Una pequeña niña de unos seis años de edad le miraba
desde la borda de una motora mientras sus trenzas rubias se agitaban al volcar su cabeza sobre un
hombro esperando la respuesta a la pregunta formulada.
Pep quedó sorprendido por la pregunta y por la presencia de la niña a la que no había visto. Otra
vez se presentó en su mente por una fracción de segundo el barco de los
ingleses y la rubia con su “Hey boy...”. Borró la imagen y la reemplazó por la realidad. Volvió la
niña y le respondió “Me llamo Iñaqui y vengo a por la bolsa”. “La niña le sonrió y le pregunto
“¿Te la ha dejado el tío Carlos?”. Pep la miró y le respondió “Si...
Así es...”. La niña le miro y le dijo “Pues entonces ve a por ella porque el tío Carlos esta en su
barco...”. Pep le miro y le dijo “Vale...” y siguió sus pasos hacia la bolsa. Por una fracción de
segundo volvió a su mente el barco con la mujer rubia. Al llegar frente a la bolsa se detuvo y la
tomó con su mano derecha. Ahora todo era simplemente regresar a paso tranquilo por donde
había venido. Sin embargo y de manera inexplicable no solamente se quedó parado a la popa de
la nave si nó que extendió su metro setenta y cinco hacia el barco golpeando con sus nudillos en
la nave. Pudo ver sombras de movimiento en el interior del barco y el hombre apareció por la
puerta de la cabina. “¿Si...Que deseas?” – “ Se ha dejado usted una bolsa en el pantalán y esta es
una zona de choris atentos... “– “Pues, hombre, que cabeza la mía. He abordado por un
momento, y me he entretenido y olvidado de la bolsa. Pues sube... y trae la bolsa... Mi nombre es
Carlos y que te agradezco. Permíteme convidarte con una cerveza que al calor del medio día ...” .
Así se encontró Pep a bordo inexplicablemente a su intención.
El hombre desapareció en el interior del barco. Pep miró hacia adentro y pudo ver tapizados de
suaves colores, brillo de la madera, una gran mesa, un espacio destinado a cocina. Igual que el
barco de la rubia. Al volver su vista a la bañera vio unas llaves apoyadas y junto a ellas una
billetera abultada. Volvió a mirar hacia adentro y vio al hombre de espaldas aplicado a sacar
unas cervezas de la heladera. Pep no se movió.
Carlos apareció en la bañera y alcanzándole una lata le dijo “Bebe...hombre”. Pep tomó la lata en
sus manos y comprobó que tenía la temperatura exacta para el medio día en el que estaban. En
silencio y en largos tragos ambos vaciaron las latas. Pep mintió “Bueno, que me voy pues tengo
que hacer y gracias por la cerveza”. Carlos le sonrió y le dijo “Que gracias a ti por lo de la
bolsa”. Pep bajo del barco y caminó por el pantalán, paso frente a la niña rubia de las trenzas,
devolvió la sonrisa que le hiciera la niña de la motora y siguió caminando hacia el cemento del
puerto. La rubia apareció nuevamente en su mente. En sus ojos, una mujer caminaba a lo lejos
por el puerto y una barca pesquera hacía su ingreso.
Mariperla
Era una vieja barca pesquera. De hierro. Con oxido en muchas partes. Desde su fondo surgían
hacia arriba golpes que mostraban su historia. No eran los únicos golpes. Todas las bandas
estaban plenas de golpes, hendiduras, cortes y abollones. Era conocida en el puerto. Siempre que
entraba terminaba rozando a otras barcas amarradas lo que originaba increíbles peleas y disputas
con su armador y su capitán por parte de los damnificados. No solamente esto ocurría al paso de
Mariperla tal cual el nombre de la pesquera. En ocasiones eran tan duras las maniobras que el
propio muelle sufría los embates de la Mariperla. Sus marineros eran ya tradicionales abordo. Se
habían curtido de todo que les habían dicho en años. Es más se decía que en vez de ser marineros
hechos a golpe de mar eran hechos a golpes de puerto. Todo el puerto puso atención al ingreso
pues era de temer la Mariperla. Sin embargo hoy las maniobras fueron perfectas, la estropada
controlada, los cabos lanzados exactamente y el atraque sin consecuencias. Fernández marino de
muchos años en la Mariperla sonrió feliz. Miró hacia las caras que desde diferentes
embarcaciones del puerto le miraban y sintió satisfacción en su mente, en su cuerpo y
especialmente en su corazón.
Araceli
Aquella mañana Araceli decidió que no trabajaría. Tomó el teléfono y le avisó de su decisión a
Julián. Julián era el Administrador del puticlub adonde Araceli trabajaba. Decidió ir caminando
hacia el puerto. Hoy relajada caminaba mientras el día le iba confirmando lo que con sus
primeras luces le anunciara: un agradable sol y el viento que acompañaba sus pasos. Sentía la
necesidad de dejar todo por este paseo. Si a sus treinta años no se podía dar ese gusto... que le
quedaba para más adelante se preguntaba mientras seguía caminando.
Al llegar al puerto comenzó a recorrerlo mientras miraba con placer los barcos amarrados. Los
veleros, las motoras, las barcas de pesca. Llevaba unos trescientos metros cuando vio en una
barca pesquera movimiento en la cabina adonde estaba el timón. La nave puso su motor en
marcha. Se detuvo frente a la barca de pesca atraída por dicho movimiento. A lo lejos veía a un
joven conversar en el pantalán con una niña que estaba en una motora y como una vieja y
oxidada barca pesquera hacia su ingreso al puerto. El movimiento que adivinaba Araceli detrás
del vidrio de la cabina del timón se corporizó al salir por una puerta a la cubierta un hombre. Una
gorra ajada de Capitán, una camisa carmesí, un pantalón tostado y los pies desnudos. A Araceli
los pies desnudos le llamaron especialmente la atención. Se dispuso a mirar que ocurría en la
nave. El hombre la miró un par de veces y continuó haciendo su tarea en un ir y venir. En un
momento se paró frente a Araceli y con una sonrisa natural le preguntó “Oye maja, que me estoy
navegando a probar el motor... ¿quieres venir? Mi nombre es Santiago”. Araceli le miró y luego
de un par de segundos le respondió “Vale... que a probar el motor”. Santiago extendió
galantemente una mano a la que se tomó Araceli para poner pie en la borda y subir a la barca.
Ésta una vez a bordo le miró y le dijo “Mi nombre es Araceli”.
“Bienvenida a Bordo Araceli” fue la respuesta de Santiago y agregó “Ponte cómoda que la mar
hoy esta aceitada!”. Santiago soltó los amarres y el barco abandonó lentamente el puerto por la
bocana hacia el mar.
En camino y por un rato Araceli disfrutó de la brisa, del olor a sal y la mar. Como a quince
minutos de haber partido se acercó al puesto de timón adonde estaba Santiago. Ambos se
volvieron a saludar con los ojos y una sonrisa.
Desde el momento que Araceli apareció en la vista de Santiago, en mismo momento en que
arrancaba el motor de la barca, Santiago la reconoció. La había visto una tarde que se detuvo en
el margen de la carretera a ver el nuevo puticlub, hacía mas o menos cuatro meses atrás. Cada
tanto le daban esos irrefrenables deseos de acercarse a las prostitutas y lo hacía. Nunca le habían
podido vincular con ninguna de las que había hecho desaparecer. Se había cuidado de hacerlo en
distintas ciudades. Habían sido varias. Santiago sabía que Araceli no le había visto pues él
estuvo oculto por la barra y unas columnas decoradas. Mientras la barca avanzaba hacia el
infinito horizonte Santiago iba pensando de que manera procedería en esta ocasión y que
explicación tendría si alguien del puerto hubiera visto que Araceli abordó la pesquera.
Santiago iba verificando el motor y lo hacia escuchando, variando la aceleración del viejo diesel
y mirando los instrumentos. Araceli junto a la puerta de la cabina seguía recibiendo el viento y el
olor a mar mientras disfrutaba plenamente de su elección de pasear y pasear.
En cierto momento y cuando el puerto ya era una pequeña y mínima mancha en la costa Santiago
bajó la velocidad y la nave fue disminuyendo su estropada. Despaciosamente se fue deteniendo y
Santiago apagó el motor. El sonido del agua al pegar contra la banda era encantador. El agua y el
calor eran invitantes. “¡Belleza!” dijo Araceli. “¡Así es ... aunque trabajes en esto!” respondió
Santiago “¿Puedo tomar un baño aquí?”. “¡Por supuesto si te animas y sabes nadar!”. Santiago
ingreso en la cabina. Cuando regresó a la popa encontró solo un montículo de ropa. Y escucho el
chapoteo de Araceli en el agua. El cuerpo de Araceli blanco en el verde del mar era refulgente.
Santiago había tomado su decisión al ir a la cabina y ahora solamente quedaba ejecutarla. Miraba
el generoso cuerpo de Araceli y confirmaba su decisión. En un momento Araceli le miro a los
ojos y le dijo “El borde de la cubierta está muy alto ... ayúdame a salir del agua” Santiago se
inclino hacia el agua, tomo a Araceli de una mano la jaló hacia arriba y repentinamente la tomó
del cuello con ambas manos mientras Araceli ponía un pie en la borda. Totalmente desnuda,
plena. Santiago bajó rápidamente las manos desde el cuello de Araceli que miraba sin
comprender a sus brazos y ambos rodaron sobre la cubierta cayendo él sobre ella. Santiago se
aferró a ella, apoyó su cabeza en el vientre de Araceli y comenzó a llorar. Fuertemente, sin
rubor, incontrolablemente. Así por largos minutos que parecieron horas. Araceli le fue
acariciando la cabeza y lentamente Santiago recuperó un ritmo de respiración normal. Se separó
lentamente de Araceli y le dijo “Por favor ponte la ropa”. Se paró y fue hacia la cabina del timón,
puso en marcha el motor y la barca pesquera dejó de mecerse al ritmo de las olas para enfilar
hacia el puerto. En viaje Araceli permaneció vistiéndose en la popa y luego se acercó a la
timonera adonde quito una de las rudas manos de Santiago del timón y le dio un suave beso. Al
llegar al puerto Santiago amarró la barca y apagó el motor. Araceli se acercó y le dijo “Tal vez
venga mañana si no te molesta, a la misma hora”. Los ojos de Santiago brillantes aun por las
lágrimas se cerraron y su cabeza hizo un gesto afirmativo.
Ese anochecer Santiago y Fernández el marinero de la Mariperla estaban sentados a la mesa bajo
la arcada de la Taberna que dominaba el puerto. Ambos bebían su trago habitual. Santiago le
miro a Fernández y disparó “Que ha pasado que todos comentan que vuestra barca ha
cambiado!”
Fernández el marinero le miró y respondió “La barca es vieja pero tenemos un nuevo capitán”.
Santiago asintió en silencio y apuró su trago. El era uno de los que sabía que ese día el capitán, el
Gran Capitán, el Señor... había dado un paseo por el puerto.
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